Archive for Junio, 2017

‘El circo del Dr. Lao’, una ¿novela? de Charles G. Finney

Miércoles, Junio 21st, 2017

“- No son trucos, señora. Trucos son cosas que engañan a la gente. En última instancia, los trucos son mentiras. Pero éstas son flores reales, y el vino era vino auténtico, y aquello fue un cerdo real. Yo hago magia, no trucos. Yo creo; yo transformo; yo coloreo; yo transustancio; yo desintegro; yo recompongo, pero nunca hago trucos.”

(El circo del Dr. Lao, Charle G. Finney. Traducción: Manuela Díez. Editorial Bruguera, colección Nova Fantasía, 1977)

Hay novelas y novelas. Y en este amplísimo muestrario, hay novelas francamente inclasificables por extrañas, insólitas y guerrilleras. El circo del Dr. Lao, de Charles G. Finney es una de ellas.

¿Razones?

Razones muchas. En primer lugar porque se trata, precisamente, de un circo pero de un circo que presenta, entre sus atracciones, sátiros, quimeras, unicornios, esfinges, medusas y un oso que no es oso sino un ruso o un ruso que no es ruso sino un oso. Si leen esta novela sabrán el por qué,

En apenas un centenar de páginas Charles G. Finney cuenta las asombradas reacciones de los espectadores ante lo que ven al tiempo que sirve al autor para burlarse cariñosamente de la sociedad norteamericana de su tiempo. En la novela, la de los años treinta, en plena recesión económica y tan necesitada de espectáculos que, como el que el doctor Lao trae al pequeño pueblo de Abalone, Arizona, hagan olvidar a sus habitantes de la fatigosa realidad.

Escrita con mucha guasa, lo que se agradece porque la sonrisa no desaparece mientras la lees aunque nunca llegue al grado de la carcajada, que tampoco está ni se la espera porque el tono de la obra es el de la sorpresa pero sin caer en los extremos, El circo del Dr. Lao está abierto a todo tipo de interpretaciones aunque recomendaríamos si se atreven con ella a que dejaran ese tipo de disgregaciones en otra parte porque si bien el libro va más allá del divertimento festivo tampoco quiere ser un artefacto intelectual de kilates, o solo apto para esos lectores que dicen ser de caza mayor, esto último se lo escuché a un tipo hace ya muchos años pero con especímenes así se tropieza uno en la vida.

La publicación de la novela (la edición que está en mi poder apenas llega a las doscientas páginas) incluye además un amplio capítulo que denominado El catálogo (Una explicación de lo obvio que ha de ser leía para ser apreciada), explica quiénes son los personajes masculinos, femeninos, infantiles y animales que se incluyen en la obra. Así como facilita para mayor ¿entendimiento? (chiflada erudición del escritor que se ríe de sí mismo y del universo burlesco que ingenia) una relación que refuerza este fascinante viaje más que a lo extraño, a lo asombroso, y repaso en el que se permite, además, plantearse preguntas en las que aborda los numerosos puntos oscuros que disemina a lo largo del texto como “Si el circo no llegó a Abalone por tren ni por carretera, ¿qué medio utilizó?”

El autor, Charles G. Finney, notablemente influenciado por escritores de la raza y el conocimiento de Mark Twain o Ambrose Bierce, el Bierce de El diccionario del diablo, no moraliza sino que expone. Y su exposición disfruta de un sobresaliente sentido del humor que hace hinchar las páginas de la novela como si el viento soplara las velas de un bergantín. La pregunta es si Jorge Luis Borges conoció esta pequeña pero gigantesca novela porque es inevitable recordar al escritor argentino cuando uno se adentra en el circo que dirige este doctor Lao que, como ya explica el mismo Finney, es un chino. Y con eso basta. Si no le basta, queda advertido, este no es su libro.

La novela cuenta con una versión cinematográfica que dirigió George Pal en 1964. No hemos podido verla, salvo algunos fragmentos en la red, pero parece que quiso mantener el espíritu de sano disparate que caracteriza al original literario. Escrita por Charles Beaumont, la cinta resultó un fracaso en taquilla pero debe de dar igual porque nos gusta la novela y nos gusta Pal, y no porque este último fuese un genio pero sí un tipo que insistió e insistió en el fantástico, género en el que volcó su talento como animador y al que dio películas más que apreciables como La máquina del tiempo (1960)

Deberían de hacernos caso si se encuentran así como de pronto, como quién no quiere la cosa, con El circo del Dr.Lao. Si es así, ¡rápido!, llévenselo a casa y disfruten con esta extraordinaria galería de personajes humanos y no humanos que se encuentran y se desencuentran entre sus páginas. Páginas en las que puede pasar cualquier cosa, y cuando se escribe cualquier cosa es que se trata de cualquier cosa como resucitar un cadáver y que éste abandone seguidamente la escena porque tiene cosas importantes que hacer…

Que sepamos, la novela cuenta al menos con dos ediciones en España. La primera en Bruguera en su fantástica (no iba a ser menos) e irrepetible colección Nova Fantasía con traducción de Manuela Díez y la segunda, mucho más reciente, en Almuzara. Esta última con traducción y prólogo de Mario Jurado e ilustraciones de Boris Artzybassheff. Si lee en inglés, no hace falta dar más información ya que la novela continúa reeditándose desde que apareció en 1935.

Saludos, el que avisa no es traidor, desde este lado del ordenador.

Norte contra Sur

Martes, Junio 20th, 2017

No tuvo el éxito de las aventuras de Richard Sharpe, así que de las crónicas de Starbuck se han publicado en España solo dos de las cuatro novelas que hasta ahora ha dedicado al personaje el escritor británico Bernard Cornwell, un autor que ha hecho dinero en la literatura histórica y de aventuras, género que lo ha consagrado por otra parte como uno de sus escritores más populares.

Las novelas de Cornwell están protagonizadas por soldados y guerreros, con independencia de la época en las que las desarrolle, y están escritas con un sobrado orgullo británico que irrita a los que no son hijos de ese país. Los ateos, es más, si creyeran en Dios, se atreverían a decir que es inglés, que no británico aunque las cosas hayan cambiado mucho con el devenir implacable del tiempo y de aquel imperio que se forjó con sangre y fuego ya no quede nada.

Para los que no lo saben, la serie más conocida del escritor es la que protagoniza el fusilero Richard Sharpe durante la campaña peninsular que lord Wellington realizó en España hasta expulsar a los franceses de suelo español, y en todas estas y otras novelas  prima la aventura y la descripción de escaramuzas y grandes batallas, no el retrato vigoroso de personajes. Los personajes en las novelas de Cornwell son lo de menos, y más que hombres y mujeres con sustancia, son más bien lo contrario, figurines que coloca en situaciones extremas y soldados que aman su oficio, que es el de la guerra.

Advertidos quedan. Bernard Cornwell se mueve muy bien en las operaciones militares, en cómo narra las batallitas. Y batallitas y batallas hay muchas en las dos primeras entregas de la serie Starbuck: Rebelde y Copperhead, en la que describe cómo un ciudadano del norte, de Boston, concretamente, termina combatiendo del lado rebelde al estallar la Guerra de Secesión (1861-1865).

Una vez puesto en situación al personaje, el escritor lo rodea de secundarios que están cortados por el mismo patrón que la tropa que rodeaba a Richard Sharpe. Y como éste, no se preocupa en contarnos sus contradicciones internas (la de un hombre del norte que lucha con los del sur sin creer en su causa) sino en la lealtad que forja con los que combaten a su lado.

Starbuck como Sharpe no se hace preguntas, y solo espera la batalla para mostrar su lado más salvaje y depredador, un instinto belicoso que se caracteriza además por una notable capacidad para la organización y la estrategia militar.

Quién espere encontrar en estas dos novelas de Starbuck una crítica al esclavismo que defendían los rebeldes que se olvide porque si bien aparecen esclavos y antiguos esclavos que han sido liberados, forman parte del paisaje, como los árboles y las montañas.

El interés de estas novelas es observar cómo Bernard Conrwell mezcla historia con ficción y cómo combina una con otra. Por un lado, describiendo cómo debían de sentirse los ciudadanos de Richmond, capital de los estados confederados,  los primeros meses de la guerra ante la amenaza de invasión del gran ejército del norte, así como la creación de un primitivo servicio de inteligencia que fue clave para que los rebeldes continuaran la guerra cuatro años más, y eso con muchísimos menos hombres y recursos materiales.

No son Rebelde ni Copperhead obras maestras. La primera de hecho no termina por ubicar a un personaje que, como a Richard Sharpe, le pasan muchas cosas. Demasiadas antes de llegar a lo que de verdad le importa al escritor: la descripción de las batallas. Los movimientos tácticos y el combate cuerpo a cuerpo.

Lo que menos importa, decíamos, son los personajes y el buen curso del relato. Aunque pergeña algo más o menos con estas intenciones para justificar el generoso número de páginas de cada uno de sus libros. Un guiño para los seguidores de Sharpe en Copperhead, la aparición de un oficial del ejército francés que asiste como observador a esa guerra que enfrenta a hombre del sur con los del norte, y que resulta ser hijo de… sí, el mismo Richard Sharpe, aunque nunca se dice su nombre. Lo dicho, un guiño a los aficionados a las novelas que se han escrito hasta la fecha sobre más que un personaje, un semidios de la guerra.

Saludos, tiros y más tiros, desde este lado del ordenador.

Hugh Thomas historiador y… novelista

Lunes, Junio 19th, 2017

En las notas necrológicas escritas sobre Hugh Thomas, historiador británico que falleció el pasado 7 de mayo, se destaca su vocación hispanista pero se olvida sus tanteos en las novela donde cuenta, pese a su pequeña producción, con títulos de interés como los que dedicó al emperador Moctezuma y a la conquista de La Habana por Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XVIII.

En estos dos relatos, Hugh Thomas se preocupa como narrador de las formas y el fondo pero menos en el diseño de personajes aunque en La Habana (Ediciones Grijalbo, 1984, con traducción de María Antonia Menini) hace un notable esfuerzo por conseguirlo en un escenario tan atractivo por poco conocido como fue  que la capital de Cuba, entonces española, permaneciera a lo largo de un año en manos británicas y período que repasa también aunque en clave histórica Juan Bosch en su imprescindible De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial.

Como escritor de ficción, las incursiones de Hugh Thomas justifican que fuera más conocido como historiador que como narrador pero no habría que desmerece su trabajo en este campo si, como en sus libros de Historia, se extrae el pensamiento, que transforma en discurso conservador y que definió su sistema de ideas a lo largo de su vida y del que dejó rastros, a veces de manera muy forzada, en la mayoría de sus obras comenzando por sus voluminosos estudios La Guerra Civil Española e Historia Contemporánea de Cuba, que quizá sean los más conocidos del autor.

La Habana recrea primero el sitio y más tarde la conquista de la plaza en 1762 y se trata de la primera novela histórica del historiador que se animó a escribir tras una conversación que sostuvo con el sociólogo catalán Salvador Giner y en la que “ambos convinimos en que a menudo el ambiente de una época histórica puede comprenderse mejor por mediación de la novela; mejor que mediante la reconstrucción hecha por los historiadores. Walter Scott fue quien primero se percató de esta verdad, que después de él reflejaron muchas imitaciones en muchos países (Manzoni en Italia; Dumas en Francia; quizá también, en cierta medida, Pérez Galdós en España).”

El mismo Hugh Thomas advertía al lector en el prólogo a la edición española de La Habana que las páginas del libro destilaban “demasiado orgullo nacional británico” aunque procuró mostrar “el talante de los ingleses en una época en que su astro andaba en ascenso y el del Imperio español se encontraba, relativamente hablando (con permiso de Pierre Vilar), en declive”.

Aborda la novela un asunto poco o nada tratado en España, como fue que los británicos arrebataran durante un año La Habana en un Mar Caribe en el que se prolongaban las disputas y guerras que desangraban a media Europa en el siglo XVIII, y en la novela se mezclan personajes ficticios con reales, imitando lo que con anterioridad hicieron escritores  como Benito Pérez Galdós en los Episodios Nacionales y cuya primera serie no se cansaba de elogiar Hugh Thomas, un historiador que cuando se transformaba en escritor no supo sin embargo quitarse el yugo académico aunque en La Habana prueba, y a veces con notable fortuna, dejarse llevar por el signo de la novela de aventuras.

Y aventurero es el itinerario del protagonista de este relato, Lucksmoor, quien escribe sus recuerdos, recuerdo que noveliza Hugh Thomas.

El historiador regresaría a la literatura de ficción con Yo, Moctezuma, emperador de los aztecas, que es una novela relativamente tardía y que coincide en el tiempo con la última línea investigadora que emprendió el historiador y que se ocupó del auge y caída del Imperio español. Un período en el que prestó especial atención a los monarcas Carlos I y Felipe II como conductores de aquella formidable empresa.

Y empresa, no tan formidable en sus dimensiones pero probablemente sí similar en espíritu de sacrificio, fue la que emprendieron los británicos cuando combatieron por La Habana en un territorio, El Caribe, muy revuelto en aquel tiempo y en el que los hombres, con independencia de la bandera a la que sirvieran, solo esperaban sacar tajada. Y así lo escribe el protagonista de la novela años después en Inglaterra; “casi todos nosotros nos beneficiamos económicamente de nuestra expedición a La Habana.”

Merece la pena rescatar de las estanterías La Habana de Hugh Thomas, y tras limpiar de polvo su cubierta, reflexionar que como escritor de novelas no lo hizo tan mal el historiador e hispanista británico.

Saludos, hermanos y hermanas, desde este lado del ordenador

José Luis Correa presenta en Agapea la novela ‘El detective nostálgico’

Viernes, Junio 16th, 2017

El detective nostálgico es el título de una nueva novela protagonizada por Ricardo Blanco, detective privado que se mueve como pez por el agua por las calles de la capital grancanaria resolviendo casos e impartiendo justicia. Este libro será presentado esta tarde, a las 19 horas, por su autor José Luis Correa (Las Palmas de Gran Canarias, 1962) en la librería, en la avenida de Tres de Mayo, 71.

El detective nostálgico es la novena entrega de una serie que Correa inició en 2002 con Quince días de noviembre y que a partir de entonces ha continuado con novelas como Muerte en abril, Muerte de un violinista, Un rastro de sirena, Nuestra señora de la luna, Blue Christmas, El verano que murió Chavela Vargas y Mientras seamos jóvenes.

El detective nostálgico está editado por Alba y la historia cuando Ricardo Blanco es atacado y herido por un desconocido en la entrada de su casa, y la necesidad que siente por averiguar quién ha sido el agresor.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador.

Nuevo ‘micro’ espacio de arte y cultura en Santa Cruz de Tenerife

Jueves, Junio 15th, 2017

El jueves pasado, 8 de junio, abrió en la calle de Puerto Escondido nº2 de Santa Cruz de Tenerife el micro espacio de arte y cultura Bon Vivant. Los que animan esta idea aseguran en un comunicado que el proyecto quiere albergar un lugar de exhibición promocional sin ánimo de lucro.

Bon Vivant es de dimensiones pequeñas y está abierto a todas las formas de expresión artística en un espacio reducido pero en el que se aprovechará sus dimensiones.

El nuevo espacio acoge actualmente y hasta el 7 de julio una exposición de Leonardo Izquierdo y Eilyn Amores. Eilyn Amores es una artista de origen cubano que reside en Tenerife. Vinculada al grabado y el dibujo, se ha especializado en artes aplicadas al libro y la restauración de papel.

Leonardo Izquierdo es tinerfeño y ha tanteado varias formas de expresión plástica. En esta exposición muestra una serie de piezas escultóricas que titula: Improvisación en acero y hierro.

Saludos, nos veremos por ahí, desde este lado del ordenador.

Care Santos: “La construcción de mis personajes le debe mucho al teatro”

Miércoles, Junio 14th, 2017

Protagonizada por cinco mujeres que se conocieron en los años cincuenta en un colegio de monjas y que se reencuentran veinte años después en una España completamente transformada son algunos de los ingredientes que se cocinan Media vida, por el que su autora Care Santos (Barcelona, 1970) obtuvo este año el premio Nadal y novela que presentó a finales de mayo en la XXIX Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife.

- Media vida está protagonizada por cinco mujeres muy distintas una de otra…

“La novela cuenta con un gran trabajo de composición de personajes, siempre lo hay en todos mis libros porque lo primero que visualizo son los personajes y no las situaciones. Me preocupa mucho conseguir al personaje, lo que debe ser resultado de los cursos de dramaturgia que he realizado, nunca de novela, y que me enseñaron además de escritura teatral a escribir novela y no teatro, paradójicamente. Cuando se escribe narrativa es más fácil poner el énfasis en la voz y resolver la famosa pregunta de ¿quién cuenta la historia? En la teoría literaria narrativa el personaje se relega, creo que injustamente, al poner énfasis en otras cuestiones como el tratamiento del espacio y del tiempo, lo que no ocurre en teatro. Uno de mis profesores de dramaturgia me comentó una vez que cuando representaba una obra los actores se volvían muy pesados cuando le preguntaban porqué su personaje decía o sentía algo, y ese es el momento en el que el autor tiene que ser capaz de explicarle la razón de porque tiene que decirlo y sentirlo como está escrito. A mi me pasa un poco lo mismo con los personajes de mis historias, y el hecho de que los trabaje tanto es resultado de esa influencia. La construcción de mis personajes le debe mucho al teatro.”

- En líneas generales Media vida cuenta la historia de cinco amigas que se conocen en un internado en la España de los años 50 que se reencuentran en los 80 con la idea de resolver algunos errores que se cometieron en el pasado. En esta novela juega con el tiempo…

“Y eso que pretendía ser un poco más lineal, procuré no romper la cronología todo el tiempo porque la vida es memoria y la memoria no es nada cronológica. La literatura, además, tiene que ver mucho con la memoria. Con todo, a mi me parece que esta novela resulta un poco más ordenada que otras anteriores mías.”

- Pero las épocas en las que transcurre la historia condiciona a los personajes.

“La novela se inicia en los años 50 y esa década significa el primer condicionante que pesa en las protagonistas ya que nos indica más o menos la fecha de su nacimiento y porque recibieron una educación franquista, que fue tan decimonónica y religiosa. Las cinco protagonistas estudian en un colegio de monjas de aquella época, y en ese colegio ocurren cosas. Lo que acontece en los años ochenta, años donde esas chicas ya son mujeres, tienen 45 años más o menos, no tiene nada que ver con la juventud de esos tiempos ni con fenómenos como la movida ya que no está narrada desde el punto de vista de la gente joven sino cinco mujeres maduras que arrastran un lastre que no encaja en los ochenta. En la cena que celebran con motivo de la reunión, se describe como algunas sí que han sido capaces de ubicarse en los nuevos tiempos aunque les cueste ser juzgadas por sus amigas. Esto es lo que le pasa por ejemplo a Nina.”

- Cuenta que con esta novela lo que pretendió fue rendir homenaje a la generación de sus madre.

“Y a su memoria. A la memoria de mi madre y sus compañeras de generación con las que compartió internados. Se tratan de mujeres que han tenido que adaptarse a los tiempos y ha sido un proceso difícil porque encima pertenecen a la única generación en España que ha tenido que recorrer este camino tan complicado y en el que unas más y otras menos, supieron incorporarse. Creo que merece la pena que se lo reconozcamos porque se criaron en unas condiciones que para nada se parecen a las actuales.”

- ¿Y de las cinco protagonistas de la novela por cuál tiene especial querencia?

“Empezaré por la que peor me caía al principio, que es Olga aunque la animadversión se fue diluyendo a medida que avanzaba en la historia. Olga me fue ganando y pude entonces observarla con otra mirada. Una mirada más tierna. Por otro lado, Nina me cae muy bien porque es un personaje que da bastante juego y es de esos que cuando abre la boca siembra el caos. Cuando Nina aparece es como un tsunami, lo arrasa todo.”

- ¿Y a cuál le costó más darle vida?

“Lola, porque tiene un modelo de vida que no tiene nada que ver con el mío. No se me parece en nada y si tuviera una amiga como ella, estaría todo el rato zarandeándola para que espabilara. Lola es un personaje que ha tenido una vida con una serie de inconvenientes que ha terminado por asumir pero espera que la vida le dé otra oportunidad, otra posibilidad. Con las otras protagonistas tengo más o menos cosas en común pero con Lola no. Marta, por ejemplo, es escritora pero es su marido, un editor barcelonés, quien tras animarla a que escriba, le pide solo libros de cocina, con los que Marta alcanza gran éxito y popularidad, pero es una popularidad que Marta lleva enfadada.”

- ¿Marta está inspirada en Simone Ortega?

“Hay más aunque sí, este fue exactamente el caso de Simone Ortega, una mujer que era cocinilla y al que su editor le pidió que solo escribiera de recetas, recetas que terminaron en el libro 1080 recetas de cocina que fue un éxito de ventas.”

- En la novela, sin embargo, el gran tema es el perdón.

“Se me ocurrieron muchas preguntas alrededor del perdón. El perdón está de moda porque se pide perdón por cualquier cosa, aunque haya sucedido hace 70 años. Parece que necesitamos el perdón, pero es un perdón que no se siente, y eso me generó muchas preguntas cuando comencé a escribir Media vida. Sobre todo, ¿cuál es el sentido último del perdón, y dónde surge? ¿Tiene sentido? Como pienso que a veces el azar escribe por nosotros, me encontré antes de comenzar la novela con La lectura como plegaria, de Joan-Carles Mèlich, fragmentos filosóficos en los que su autor reflexión sobre la lectura, la escritura, la distinción entre moral y ética. Y en el capítulo dedicado al perdón escribe solo se puede perdonar lo imperdonable, una idea que argumenta el pensamiento de Derrida. Leí más sobre este asunto, hasta que el perdón acabó filtrándose en la novela. Yo creo que para mejorarla. En el libro hay varios perdones, pero el de Julia es el mayor ya que tiene algo importante que perdonar y se encuentra en un momento de la vida idóneo para perdonar.

- ¿Un momento idóneo para perdonar?

“El perdón que es un lazo que no obedece a ninguna lógica y Julia perdona probablemente porque vive un buen momento. Y desde ese punto de vista, de triunfadora, tal vez resulte más fácil perdonar.”

- La novela además de crear personajes, sabe generar atmósferas. Pienso en la cena, la última en llegar es precisamente Julia que atraviesa una Barcelona en la que cae una violenta tromba de agua mientras se retransmite por televisión la boda de Carlos de Inglaterra, príncipe de Gales, con Diana Spencer, lady Di.

“Lo de la lluvia es un recurso dramático porque ese día, el 29 de julio de 1981, no llovió en Barcelona aunque sí que se produjo esa misma semana la entrada en vigor de la Ley del Divorcio en España y la boda de Diana con Carlos. El caso es que los narradores nos preocupamos en anclar cronológicamente la acción porque es importante que el lector sepa cuando suceden los hechos y hay varias maneras de exponerlo en una novela. Yo aposté por un recurso estilizado, lo que me permitía diferenciar muy bien la mañana de la tarde y de la noche. Los que ya tenemos una edad recordamos aquellas boda, en aquel entonces tenía once años, así que pensé que sería una manera fácil y directa y también irónica de fijar el momento en el que se produce la acción. Más cuando todos sabemos como terminó aquella boda. No fue un cuento de hadas.”

- Escribe literatura infantil, para jóvenes y para adultos…

“Creo que no soy una buena escritora infantil. Comencé a escribir para niños porque tenía niños pequeños y me inventaba historias para ellos pero no termino de acomodarme en este tipo de literatura. Escribir para los jóvenes es otra cosa. Tienes que conocerlos muy bien y quererlos. Con estos lectores lo que se trata es de emocionar y lo que podemos hacer los adultos que nos dedicamos a escribir para ellos es procurar engancharlos a la lectura, lo que es una gran responsabilidad porque el adolescente reduce su interés por los libros, y lo que hay que hacer es intentar que mantengan su apego a la lectura. Por eso digo que hay que conocer a los jóvenes y preguntarles qué es lo que quieren ya que se encuentran en una edad en la que se enamoran y desamoran y tienen que estudiar y aprender a luchar, decidir lo que van a ser de mayores. Y todo eso en un escenario en el que los escritores tienen que enfrentarse a la poderosa competencia ante la que se encuentran (Internet, herramientas sociales, etc.) y explicar en sus obras lo que ese público necesita saber.”

- ¿Y que necesita saber?

“El lado oscuro de la fuerza y esto es algo que muchos adultos no entienden y supone un problema porque la literatura juvenil suele estar escrita por adultos, adultos que hacen de mediadores que no entienden nada. Pese a todo, existe una literatura juvenil que sí entiende y conecta con ellos en momentos tan delicados como los actuales, y esa literatura tiene que mostrar que los adultos somos personas imperfectas.”

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¿El peor crítico?

Care Santos lo tiene claro. ¿El peor crítico? “Los jóvenes” responde sin titubear. “A este tipo de lectores les da igual cualquiera tipo de condicionante. Es decir, que el autor haya ganado premios o que sea conocido.” No obstante, si se consigue emocionarlo, que “te lea con los cinco sentidos, te encontrarás con un tipo de lector  arrebatado, al que le gusta lo que haces y se lee prácticamente todo lo que has escrito”, confiesa una escritora que con Media vida se suma a la lista de escritoras que se han hecho con el Nadal a lo largo de su historia. Una lista en la que figuran nombres como el de Carmen Laforet, primer premio Nadal con Nada en su edición de 1944; Elena Quiroga (Viento del Norte, 1955); Carmen Martín Gaite (Entre visillos, 1957) y Ana María Matute (Primera memoria, 1959), entre otras.

Saludos, gente de bien, desde este lado del ordenador.