Archive for Febrero, 2020

Guillermo Ríos rodará en Tenerife su primer largometraje como director

Martes, Febrero 11th, 2020

El director y productor tinerfeño Guillermo Ríos rueda su primer largometraje como director, Solo una vez, un drama que desentraña la sutileza, a veces la brutalidad, con la que los seres humanos pueden dañar a otros a través de pequeños o grandes actos de violencia psíquica o física. Ríos desembarca en este proyecto de la mano de Eduardo Campoy para Álamo Audiovisual AIE 4ª Parte y Álamo Producciones Audiovisuales. Con más de 70 largometrajes a sus espaldas, Campoy produjo, entre otras, Guarapo, Mambí, Un franco 14 pesetas, La niña de tus ojos o El mejor verano de mi vida.

“Ya había trabajado con la empresa de Guillermo Ríos realizando el service de algunas de las producciones que hemos rodado en Canarias” explica Campoy. “De hecho”, continúa, “Guillermo fue el jefe de producción de Hasta que la boda nos separe, que se estrenará el próximo 14 de febrero, durante el rodaje en Tenerife, así es que, por diversas razones, lo conozco desde hace tiempo”.

El productor tenía entre manos la obra de teatro Solo una vez, de Marta Buchaca, con quien ya había trabajado en Litus. En esta ocasión, se trataba de un tema muy actual, el machismo y la violencia de género, y vio en el joven director canario a la persona idónea para rodarlo. “Lo conocía bien y pensé que este drama de carácter social era una temática muy del estilo de Guillermo” confirma Campoy “quien ya había hecho cortometrajes de denuncia como El Chola, Lágrimas Negras o Nasija, con el que consiguió más de sesenta premios nacionales e internacionales, incluida la preselección para los Oscar”

Solo una vez cuenta la historia de Eva y Pablo, una pareja de profesionales que tiene que acudir a la consulta de Laura, una psicóloga especialista en violencia machista, cuando él es denunciado por maltrato. Laura, por su parte, sufre las consecuencias de tratar de proteger a las mujeres de los maltratadores. “Siempre me han interesado los temas sociales” refuerza Ríos. “Este guion de Marta Buchaca, que sin duda debe sustentarse en un elenco muy solvente interpretativamente hablando, es perfecto para mi como debut en el largometraje porque es un reto enorme y es importante sentirte cómodo con lo que cuentas”.

Para los papeles principales, el director contará con Ariadna Gil, Alex García y Silvia Alonso. “Me estoy apoyando no solo en grandes de la interpretación nacional, sino en un equipo mayoritariamente canario, como el director de fotografía, Roberto Ríos. Hay, además otras muchas personas con las que ya he trabajado previamente y con las que tengo gran afinidad, como es el caso del propio Alex García, un actor tinerfeño, con un bagaje sobresaliente en el mundo de la interpretación, tanto en drama como en comedia, que acaba de triunfar con el taquillazo español Si yo fuera rico, comprometido con su tierra y los proyectos que salen desde aquí y con quien ya había rodado Personas. Todo esto me da gran tranquilidad a la hora de afrontar esta responsabilidad”.

“El esfuerzo por crear una industria a partir de la atracción de rodajes a las Islas a través de las exenciones en la fiscalidad ha permitido crear las sinergias necesarias para que las empresas productoras, de la Península en este caso pero con el tiempo puede que también las extranjeras, confíen en el talento local para algo más que los trabajos de tipo service”, reconoce Ríos. “No es un logro inmediato, sino que poco a poco hemos conseguido demostrar que en Canarias existe talento suficiente como para crear y desarrollar artística y técnicamente esta industria, que da trabajo de manera regular a muchas personas en el Archipiélago”.

El rodaje, que también cuenta con la participación de la RTVC, tendrá lugar en un sólo emplazamiento, con apenas seis escenarios distintos y se desarrollará a lo largo de tres semanas a partir del 17 de febrero. “Tres semanas de rodaje son un reto en todos los sentidos. Así es que para que las cosas vayan bien ajustadas ya hemos tenido varios ensayos con actores en Madrid. También hemos estado en la parte de preproducción trabajando intensamente con Saioa Lara, que hace dos años obtuvo el Goya por el vestuario deHandía. Después tendremos doce semanas de post producción, editando con otro canario, Pedro Felipe (El Vuelo del Guirre). Realmente estoy muy ilusionado”.

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Pilar Carreño: “José Julio fue el primer artista que expuso arte abstracto en Canarias”

Martes, Febrero 11th, 2020

La obra pictórica de José Julio Rodríguez (Los Llanos de Aridane, La Palma, 1916-Madrid, 2002) continúa siendo desconocida en el archipiélago en el que nació. Para romper este silencio, la Biblioteca de Artistas Canarios incluye un extenso trabajo sobre su vida y obra que firma la investigadora de arte, Pilar Carreño Corbella, quien desvela las claves que caracterizan la producción del artista así como detalles hasta ahora poco conocidos de su vida.

El volumen, número 63 de la colección, se prevé que se presente a finales de mayo en la Feria del Libro de las dos capitales canarias y en la localidad natal de José Julio coincidiendo con la publicación de otro libro de la BAC centrado en esta ocasión en la también artista palmera Carmen Arozena.

- ¿Qué destacaría de la producción artística de José Julio Rodríguez?

“De toda su producción artística, sin duda, resaltaría su temprano paso a la abstracción, ya que en marzo de 1950 presentó en El Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria la primera muestra abstracta del archipiélago, que tituló Arte absoluto 1949/50, con obras sobre papel en las que combinaba la decalcomanía y los trazados geométricos”.

- ¿Qué etapas cree que definen su arte?

“En primer lugar, la figuración en sus inicios como pintor hasta 1946; en segundo, su militancia en los grupos de vanguardia (PIC y LADAC), en los que alcanza la abstracción y la desarrolla (1947-1953); en tercero, un periodo corto de retorno a una figuración más avanzada (1954-1955); y por último, el espacialismo y expresionismo abstracto (1957-1964)”.

- ¿Hasta que punto pudo cree que pudo influir que se dedicara a la pintura que su padre fuera fotógrafo?

“Creo, en efecto, que su padre ejerció cierta influencia: cuando vivían en La Palma, en su casa en Los Llanos de Aridane, había revistas con reportajes de arte, de esta manera conoció muy temprano la obra de Kandinsky; además en el estudio fotográfico su padre le fotografiaba a menudo y estaba familiarizado con todo lo referente a este arte; pero también en el colegio su maestra, Fernanda Pérez, le invitó a asistir desde muy pequeño a las clases de dibujo”.

- José Julio, como ha dicho, es natural de Los Llanos de Aridane, ¿se percibe en su pintura?

“Siempre me hablaba de su infancia en La Palma con cierta nostalgia, pero de ahí a trasladarlo a la pintura es otra cosa, hasta ahora no me he encontrado ninguna obra de esos años”.

- Creo que durante la redacción de este volumen tuvo dificultades para acceder al archivo del pintor, ¿por qué?, ¿y por qué se encuentra en Icod de los Vinos?

“No exactamente al archivo del pintor, porque José Julio me legó una parte de la documentación que conservaba y su familia me ha abierto de par en par las puertas de su casa. La documentación a la que no tuve acceso es a la documentación oficial que pudiera haber en el Archivo Municipal de Icod de los Vinos. Residió allí y su padre montó una fábrica de caramelos en esta localidad. Sin embargo, a pesar de realizar la solicitud con registro de entrada y hablar por teléfono con la última concejala, la respuesta fue que no tenían organizado el archivo ni tampoco un técnico”.

- José Julio conoce, tengo entendido, a Emeterio Gutiérrez Albelo en esta localidad.

“Emeterio Gutiérrez Albelo le dio clases de dibujo en Icod de los Vinos y dado la vertiente poética de José Julio se estableció una relación amistosa que perduró en el tiempo, coincidieron en la revista Mensaje”.

- Traba amistad también con Eduardo Westerdahl.

“Para José Julio fue una amistad excepcional, siempre me resaltó el papel de Westerdahl como crítico de arte, al que le mostraba sus obras y consultaba sus libros, además de ver muy a menudo su colección. Creo que esa relación fue definitiva en su pase temprano a la abstracción”.

- Eso quería preguntarle. ¿Cómo llega José Julio al arte abstracto?

“Llega al arte abstracto por la influencia de la colección y biblioteca de Eduardo Westerdahl, y por la influencia directa del crítico. En la obra abstracta de José Julio hay un lenguaje personal muy meditado, donde el color es determinante, tanto en su periodo abstracto de los años cincuenta, como el las obras espacialistas de los sesenta”.

- Antes mencionó que José Julio formó parte del grupo LADAC, ¿qué es LADAC y que espacio ocupa en este grupo?

“Se vincula al colectivo de los arqueros en 1951, cuando el grupo se forma oficialmente. Es uno de los cuatro artistas junto a Felo Monzón, Juan Ismael y Millares que expone en la sala Syra de Barcelona, unas obras que nunca recuperó. Para esta muestra realiza una serie de cuadros, en los que introduce sobre un fondo monocromo o polícromo un trazado lineal y en ocasiones rellena los espacios triangulares con arena de la playa, obras que tuvieron una muy buena acogida en la crítica catalana”.

- Sin embargo, en 1953 se establece en Madrid y vuelve a sus inicios, a la pintura figurativa moderna. ¿Qué destacaría de esta etapa?

“Este retorno a la figuración se produce por agradar a su joven esposa que prefería este tipo de obras, pero también influye su traslado de residencia a Villarejo de Montalbán, un entorno que le sirve como fuente de inspiración. Son obras frescas, de pincelada suelta y conceptualmente modernas”.

- José Julio expone en Madrid en 1962. ¿Comenzaba una nueva aventura artística o anunciaba el final de su carrera como artista?

“Las dos cosas a la vez: por un lado, inicia una nueva etapa, al recurrir a nuevos materiales, como el látex y las limaduras de zinc, y limitar la paleta cromática al negro y plata, pero no obtuvo los resultados que el pintor esperaba, y por otro, una obra tan potente que presagia su final como pintor”.

- Usted que lo conoció, ¿cómo lo recuerda, qué destacaría de él como persona?

“Logré localizarlo a través del también pintor y amigo suyo, Teodoro Ríos, cuando le entrevisté para mi tesis doctoral sobre las Vanguardias en Canarias, dado que ambos habían participado en el grupo PIC (Pintores Independientes Canarios) en 1947. Le conocí personalmente en 1984, en una primera entrevista en la que lejos de cerrarse, me explicó con todo lujo de detalles datos que desconocía y que más tarde pude contrastar con documentación, al tiempo que me iba mostrando obras de su trayectoria artística. A este primer encuentro siguieron muchos más, además de cartas y llamadas telefónicas. Se estableció una amistad, además era un hombre muy familiar, siempre optimista, vitalista, educado así que valoro muchísimo que me contestase siempre con sinceridad”.

- ¿Cuándo y dónde fue su última exposición?

“Su última exposición la organizó CajaCanarias, cuando Alberto Delgado era el responsable de la Obra Social de la entidad en 1991. José Julio donó dos obras al concluir la muestra, las únicas que se encuentran en una colección institucional en Canarias”.

- ¿Por qué se retira de la pintura?

“Estuvo pintando y dibujando hasta el final de sus días aunque de lo que se retiró definitivamente fue del mundillo artístico”.

- Antes mencionó que realizó decalcomanías, ¿cómo las definiría?

“Los referentes de estas obras son, sin duda, las de Óscar Domínguez que conoció en casa de Westerdahl, pero José Julio siempre utiliza gouache o acuarela, o bien ambas a la vez, pero nunca tinta china, y la intervención después de la transferencia de la pintura son trazados geométricos”.

- ¿Por qué sigue siendo prácticamente un desconocido en los ambientes culturales de las islas?

“Por varios motivos, principalmente, porque se marchó en los años cincuenta del pasado siglo veinte, tampoco se conservan obra suya en los museos de las islas y hasta ahora no se había publicado una monografía hasta que el director de la colección Biblioteca de Artistas Canarios, Carlos Díaz-Bertrana, me ofreció realizarla. Ahora podemos acercarnos al conjunto de su producción pero falta una exposición sobre este artista, porque no es lo mismo una imagen de una obra que la propia obra”.

Saludos, gloria transit, desde este lado del ordenador

M. El hijo del siglo, un libro de Antonio Scurati

Lunes, Febrero 10th, 2020

La palabra fascista se toma como un insulto político aunque pocos de quienes la pronuncian con la amenaza del rechazo y el desprecio conocen que se trata más que de una ideología de una actitud política que nació en Italia finalizada la I Guerra Mundial tras germinar en la cabeza de Benito Mussolini, un personaje cuanto menos interesante como producto y fenómeno de unos tiempos inestables e incómodos algo parecidos a los actuales.

M. El hijo del siglo (Alfaguara, 2020), por el que Antonio Scurati vobtuvo el premio Strega 2019, se trata de un ambicioso proyecto literario que espera expandirse en dos libros más, y en los que su autor, Antonio Scurati, pasa factura a los locos años 20 en su país y en concreto al fascismo y a Mussolini, que es el gran protagonista de un libro que oscila además de en lo histórico y lo biográfico en lo político en clave de relato literario.

La novedad de este trabajo titánico es que el autor de la obra cuenta los hechos que fueron jalonando la trayectoria del fascismo hasta su toma (¿falta de reflejo por parte de la democracia italiana de aquellos años?) del poder. El libro finaliza así meses después de que Mussolini se convirtiera en el amo y señor de toda Italia y narra el comienzo de cómo fue desmontando los pilares de esa democracia hasta hacerse con las riendas de un Estado a su medida.

La obra intercala así entre los capítulos de recreación histórica, fragmentos de discursos, cartas, diarios, artículos periodísticos de aquellos días y estudia a fondo lo que comenzó siendo un movimiento de ex combatientes hasta constituirse en partido. En el Partido Nacional Fascista.

M. El hijo del siglo se trata así de un volumen que intenta, y en ocasiones alcanza, radiografiar a un hombre de indudable olfato político que fue cogiendo un poco de todos los lados para dar algo de orden al pensamiento fascista, un pensamiento que Antonio Scurati resume en una sola idea: oportunismo. El oportunismo más canallesco.

En este aspecto, si hay un elemento que prima en lo que nació siendo movimiento y terminó convirtiéndose en partido fue la violencia. La violencia fascista a la que se recurre para poner fin al desorden que generaban –así lo afirma Mussolini, otra cosa es que se lo creyera– la gente de izquierdas.

Integrado en sus inicios por ex combatientes, los arditis u osados, el fascismo tarda en cuajar entre las clases medias aunque cuando éstas se sienten amenazadas por las huelgas en el campo y en las ciudades deja de confiar en un sistema al que también pretendían derribar socialistas radicales y más tarde los comunistas. La reacción ante estas fuerzas es lo que alimenta ya como organización perfectamente articulada el fascismo aunque dentro del mismo fascismo las diferentes familias que lo componen actúen (de ahí lo de actitud) a su ritmo y manera. Mussolini es el jefe pero la voz del jefe apenas se escucha en los distintos grupos de camisas negras distribuidos por las regiones de Italia.

No obstante y tal y como se presentaba entonces el escenario, todo apunta a pensar que ese temor de la pequeña burguesía tuvo su razón de ser y fue ese temor –destaca Scurati en esta magnífica y monumental obra– lo que hizo posible el éxito de una operación tan carnavalesca como efectiva: la marcha sobre Roma y el posterior ascenso fascista y de su jefe, Benito Mussolini, ahora el Duce ya no el capo.

Que el éxito fascista fue una realidad lo demuestra cómo una vez instalados en el poder sus continuados abusos apenas hicieron zozobrar la maquinaria negra del Estado (los trenes por fin eran puntuales en Italia) aunque sí que vacilara tras el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteotti, crimen que describe Antonio Scurati y en el que refleja la bajeza moral no solo de los escuadristas que formaron parte del brutal asesinato.

Matteotti se convierte así en el otro gran personaje del libro, sobre todo en su recta final, y emociona leer el discurso que pronunció en el Parlamento italiano y que significó su sentencia de muerte.

Antonio Scurati procura observar los hechos con cierta perspectiva histórica pero la objetividad –M. El hijo del siglo no es un libro de Historia sino una Historia narrada en clave literaria– apenas se mantiene en las más de ochocientas páginas de la obra ya que se trata de una obra antifascista que conoce las entrañas de las que se alimentó el fascismo y las idas y venidas de su fundador: Benito Mussolini, un transformista. Una especie de camaleón político cuyas artimañas para llegar y mantenerse en el poder mucho me temo que no han desaparecido.

M. El hijo del siglo cuenta con una amplia galería de personajes secundarios que estuvieron al lado o en contra del dictador, se trata por eso de un libro al que se debe de acercar con cierta información sobre el asunto aunque se incluye al final de la obra un quién es quién de los hombres y mujeres que estuvieron a un lado u al otro de Mussolini.

Entre estos personajes destacaría al de la mentora y amante de Mussolini, Margarita Sarfati, y jerarcas fascistas como Italo Balbo, Roberto Farinacci y Albino Volpi. También intelectuales fascinados por el fascismo como Gabriele D’Annunzio, Filippo Tommaso Marinetti, Luigi Pirandello y Curzio Malaparte, y de enemigos declarados como Antonio Gramsci y Ercole Bucco. Por encima de todo ellos planea la sombra del Duce, un hombre que fue capaz de reunir a un grupo de soldados desmilitarizados tras el final de la guerra y que al regresar a sus hogares y pese a ganar aquella misma guerra, fueron recibido con el desprecio de muchos de sus conciudadanos.

Estructurada en capítulos cortos, la mayoría no supera las cuatro páginas, este gran fresco histórico se inicia en 1919 y termina en 1924, un arco temporal del que da noticia mes a mes y en el que detalla los hechos que fueron marcando la vida italiana de aquellos años. Los años de la porra y el puñal, los años del plomo, los años del fascismo.

Saludos, creer, obedecer, combatir, desde este lado del ordenaor

Dos libros reúnen la obra literaria y periodística de Luis Diego Cuscoy

Viernes, Febrero 7th, 2020

Luis Diego Cuscoy está considerado uno de los padres de la arqueología canaria aunque su trabajo también exploró otros territorios que ahora se reúne en dos volúmenes que presenta el Gobierno de Canarias.

Coordinado por Juan Francisco Navarro Mederos y Miguel Ángel Clavijo, estos libros recogen la obra literaria y periodística de Cuscoy. Se reedita además una obra del investigador, Estudios sobre el pastoreo, un volumen que incluye un texto introductorio de José Alberto Galván Tudela y de los ya mencionados Juan Francisco Navarro Mederos y Miguel Ángel Clavijo.

Natural de Gerona, Luis Diego Cuscoy desarrolló casi toda su vida en Tenerife, donde fundó y dirigió el Museo Arqueológico.

Los tomos que recogen su producción literaria y periodística cuentan con estudios introductorios de los periodistas Alfonso González Jerez y Francisco Pomares, y son una oportunidad para dejarse llevar por el talento de un hombre de hondo espíritu humanista y vocación por el trabajo.

Saludos, avisados están, desde este lado del ordenador

Kirk Douglas, el hijo del trapero

Jueves, Febrero 6th, 2020

El problema con Kirk Douglas es que todos pensábamos que era eterno. Que un golfo y mujeriego actor del Hollywood dorado, de cuando Hollywood aún era Hollywood, falleciera este miércoles a la edad de 103 años desconcierta a cualquiera. Y digo cualquiera porque Kirk llevó bien su edad pese a que en sus últimas apariciones públicas quedara muy poco del que conocimos y amamos en la gran pantalla.

Hijo de campesinos judíos, se llamaba Issur Danielovitch Demsky antes de que lo conociéramos como Kirk Douglas, si se molestan en leer su autobiografía El hijo del trapero, chispeante y divertida, llena de vitalidad y amor a su oficio, uno se hace una idea de cómo se las gastaba el caballero y aprende de paso cómo vencer los vicios con el temple de un Espartaco.

Pero no fue solo Espartaco el gran papel de su vida ya que a mi, personalmente, me va mucho más el Douglas que hacía de malo que de bueno en tantas y tantas películas aunque lo recuerdo especialmente en dos grandes trabajos de su, por otra parte, impresionante carrera: El último atardecer (Robert Aldrich, 1961) y Los vikingos (Richard Fleischer, 1958), dos películas bastante diferentes. La primera se trata de uno de los grandes y si quieren retorcidos western de la Historia del Cine y la segunda de una gran película de aventuras que deja en pañales a la serie Vikingos . Ambas, además de contar historias, tienen fondo y a un Douglas que se sale de la pantalla. Bronco y salvaje. Y no, no me olvido de su celosa y ambiciosa villanía en Retorno al pasado (Jack Tourneur, 1947) y El gran carnaval (Billy Wilder, 1951).

Si tuviera que escoger entre las que hizo de bueno me gusta en El trompetista (Michael Curtiz, 1950), donde es un bueno tan bueno que parece de cristal, y que es una formidable película ambientada en el mundo del jazz; Río de sangre (Howard Hawks, 1952), que es otro de los grandes western (o pre western que dicen unos por ahí) de la Historia del Cine aunque si hay una película donde Kirk Douglas me encandiló siendo un infante fue en 20.000 leguas de viajes submarino (Richard Fleischer, 1954) y en la que, por cierto, canta como canta en Río salvaje y El último atardecer, en esta última interpretando en español el Cucurrucú paloma. Y no estoy bromenado.

Kirk Douglas perteneció a esa estirpe de actores con hoyuelo en la barbilla. Otros con hoyuelo fueron Cary Grant y Robert Mitchum y alguno más que ahora no se me viene a la cabeza. Todos ellos encarnaron distintos tipos de masculinidad, apariencia fuerte con interior blando y salvo Grant, se consagraron interpretando papeles de perdedores y en el caso de Douglas también de libre y salvaje y a veces de hijo de puta. Pero un hijo de puta con fondo, de cabrón al que entiendes porque el personaje tuvo que haberlo pasado muy mal. Lo suficiente para odiarse así mismo y expresarlo jodiendo a los demás.

Íntimo de otro golfo de aquel Hollywood, Burt Lancaster, y padre de un hijo que le salió actor y tan golfo como él en su juventud, Michael, Kirk Douglas encarna lo bueno y lo malo de un cine que ya no se hace.

La influencia de Douglas –fue un actor respetado porque su presencia no era veneno para la taquilla– empujó la carrera de Stanley Kubrick tras rodar con él Senderos de gloria (1957) y proponerlo para que sustituyera a Anthony Mann en Espartaco (1960). Gracias a Espartaco y su empeño en que apareciera Dalton Trumbo como guionista en los créditos, comenzó a fragmentarse el acoso que el gobierno norteamericano aplicó a cineastas, actores y guionistas que pertenecían o habían pertenecido al Partido Comunista. Lo curioso del caso es que el filme adapta la novela del mismo título de Howard Fast, un significado escritor de izquierdas.

La carrera del actor está trufada de películas que marcaron mi vida como espectador cinematográfico y no es raro que vuelva verlas porque son simple y llanamente buenas. Hiciera de bueno o malo el actor.

Se retiró del cine a la edad de 89 años y a partir de entonces solo aparecía en los medios cuando cumplía años. En especial cuando celebró sus 95, 96, 97, 98, 99, ¡¡¡100!!!, 101, 102 y el pasado diciembre 103 años.

Solo queda como representante de ese Hollywood que fabricaba buenas películas, películas con finales amables y desagradables, Olivia de Havilland, a la que espero felicitar en julio, cuando festeje 104 años.

El caso es que con independencia de ser centenarios, Havilland y Douglas son mitos de un modo de hacer cine que ya no se hace pero con el que me siento más identificado que con el que se realiza y estrena en la actualidad. Debe ser que le tengo alergia a los héroes enmascarados. A mi me enseñaron a respetar a los que daban y dan la cara fueran buenos o malos.

Saludos, fundido a negro, desde este lado del ordenador

Dentro de Roma, ciudad abierta

Miércoles, Febrero 5th, 2020

“Rossellini no era fascista: no, pero tenía el problema de sus pasados compromisos con el cine de propaganda y una debilidad muy romana por las amistades repentinamente incómodas. Había sido amigo de Luigi Freddi, Vittorio Mussolini, Ciano, les excusaba por su ceguera, por la suerte que les esperaba, y no quería traicionarles en nombre de las conveniencias personales, ni mucho menos casarse con una causa perdida. En realidad Rossellini nunca se casaba con nadie: no con mujeres, ni con ideas. Se enamoraba, eso sí, pero no se unía totalmente con nadie”.

(Celuloide, Ugo Pirro. Traducción: Augusto M. Torres, Ediciones Libertaria, 1990)

Se trata de un libro de cine que apareció en las librerías españolas hace ya unos años por lo que, probablemente, será casi imposible agenciarse con un ejemplar si no lo encuentra en un librería de ocasión o en la red. El libro se titula Celuloide, lo escribe Ugo Pirro y noveliza el nacimiento del neorrealismo italiano centrándose en el germen, la redacción de guión, el rodaje y posterior estreno de Roma, ciudad abierta (Roberto Rossellini, 1945) un monumento cinematográfico que no ha perdido nervio con el paso de los años.

Quien escribe este ambicioso fresco es un escritor que vivió, y si no lo vivió conoció, a muchos de sus protagonistas, algunos de los cuales entrevista para escribir esta biografía de un cine que brotó en un momento muy delicado de la historia de Italia.

La II Guerra Mundial no había finalizado aún, los aliados conquistaban terreno italiano paso a paso mientras en retaguardia se recrudecía la violencia en un país que ya no creía en nada. Tras el gran farsante, Benito Mussolini, la endeble autoestima que su régimen propagó por Italia se disolvía como un azucarillo en un vaso de café con leche.

Muchos fascistas, aquellos que en el pasado vistieron la camisa negra y llevaron el puñal y la porra como símbolo de su mandato, se la quitaban ahora como si nunca hubieran hecho nada. El mismo dictador es entregado por los alemanes a los partisanos, mientras fascistas derrotados y acobardados ante la nueva situación política se acusaban unos a otros para adecentar su pasado ante el nuevo orden que parecía que establecían los norteamericanos.

En este escenario, un grupo de cineastas bastante locos de la cabeza, pusieron en marcha una película que explica todo lo sucedido en aquellos años del miedo y cómo consiguieron enriquecer ese proyecto al contratar a dos actores que se han convertido en iconos del cine italiano: Anna Magnani y Aldo Fabrizi y a quienes rodearon de un elenco de actores sin escuela, gentes de las calles a las que se contrataba no por su talento para la interpretación sino por sus caras.

El director que organizó todo esto, un filme herido por la falta de dinero, las tensiones con las estrellas y la mismísima Iglesia católica, fue Roberto Rossellini, un cineasta al que Pirro describe con la admiración del pupilo, y del que cuenta cosas que si no fue así tuvo que suceder así.

Lo llamativo de este libro de Pirro, por cierto escritor y guionista también, es la forma en cómo narra toda esa gran aventura que fue el neorrealismo italiano, ese cine algo inconsciente y ciertamente pobre al que le costó expandirse por el mundo pero que cuando lo hizo logró prender su estilo en casi todas partes.

El autor de Celuloide narra esta historia con notable pulso periodístico y en ocasiones y durante su lectura he creído y querido encontrar en sus páginas ecos de lo que más tarde se conocería como nuevo periodismo aunque el escritor y guionista italiano nunca se ponga como protagonista de la gran historia de cuenta.

Para los aficionados al cine y a la Historia no necesariamente del cine, Celuloide es una de esas obras más que recomendables. Es formidable lo que pasa cuando uno se divierte aprendiendo y eso es más o menos lo que me ha pasado con este libro singular, esta pequeña pieza que ha enriquecido además de mis conocimientos sobre el cine italiano de la postguerra mis saberes sobre algunas de sus estrellas y protagonistas. Porque entre las características que contiene Celuloide está el retrato preciso de personajes que realmente existieron, retrato humano, con todas sus grandezas y miserias.

La guerra sirve de telón de fondo para contar este relato que tiene de todo, algo de tristeza, algo de alegría y mucho de fin de unos tiempos: la dramática caída del fascismo italiano y la locura salvaje de muchos por cambiar ahora la camisa negra por otra.

Al fondo, y siempre presente, un pueblo, unos rostros, que buscan pan y paz entre las ruinas que ha dejado detrás el dios de la guerra.

Para tener una idea aproximada de lo que significó el neorrealismo italiano Celuloide es un libro clave, una obra redonda, de esas que se leen con voraz agradecimiento. Se aprende a apreciar a sus protagonistas, héroes del cine que contra viento y marea rodaron historias sin sonrojarse por la pobreza de sus medios. Medios escasos que suplieron con una imaginación portentosa y un estilo, un saber hacer que, encabezado por un cineasta como Rossellini, engrandecieron una industria que, hasta ese momento, se había acostumbrado a comedias románticas, de teléfonos blancos como eran conocidas pero muy alejadas de la realidad ya que respondía a las órdenes de la propaganda fascista que, por esos incógnitas con las que se escribe en ocasiones la Historia, dejó trabajar a la mayoría de los profesionales con independencia de su credo política.

Saludos, a por ellos, desde este lado del ordenador