Archive for Julio, 2021

El compositor canario Diego Navarro lanza con MovieScore la banda sonora de DOS

Jueves, Julio 22nd, 2021

El compositor Diego Navarro presenta este viernes, 23 de julio, la banda sonora de la película DOS. La salida del álbum coincide con el estreno en salas del filme, una historia de terror en la que se exploran los límites del ser humano y el instinto de supervivencia, protagonizado por Marina Gatell y Pablo Derqui y dirigida por Mar Targarona. Editado por el sello sueco MovieScore, el disco se compone de catorce temas y tendrá distribución internacional.

“Compone rDOS ha sido un gran viaje en muchos aspectos, tanto profesional como personalmente”, asegura el compositor. “Sin dejar de ser fiel a mi forma de componer, traté de experimentar y salir fuera de mi zona de confort, ir más allá”. Navarro explica que estudió la película, un psicothriller basado en el concepto filosófico del número dos, “no sólo como una noción matemática, sino en lo que supone la lucha de los dos polos opuestos, el Yin y el Yang, la eterna atracción que sienten y los puntos comunes que, de forma inesperada pueden encontrarse”. “Partiendo de la idea inicial de la película”, explica, “toda la música ha sido creada girando en torno al concepto del dos; desde Socos Duo (chelo y marimba) que juega un papel muy importante en la composición junto a la orquesta, y el uso de elementos electrónicos, la estructura de todas las piezas, los tempos usados, los intervalos principales de los temas, los ritmos, las transiciones armónicas entre cada pieza, orquestaciones etcétera, todo ha sido creado teniendo en cuenta el número dos y sus múltiples relaciones matemáticas”.

Tan importante es la noción del dos en la creación sonora de est e score que Navarro ha diseccionado el tema principal en un pormenorizado análisis que explica comentando que “la pieza arranca con un fascinante sonido inspirado en una respiración humana. “La idea llegó cuando leyendo el guión me imaginaba a David y Sara respirándose el uno sobre el otro, cara a cara, víctimas de la terrible situación a la que se enfrentan”. “Decidí entonces”, continúa, “arrancar la pieza con este siniestro sonido en el que escuchamos dos respiraciones por compás, y que está presente de principio a fin”.

La composición fue escrita en dos días: composición, orquestación, mezcla y mastering son cuatro conceptos, que es múltiplo de dos; la pieza está escrita en compás de dos por cuatro, que es el primer compás simple binario por excelencia; la tonalidad utilizada es el Re menor, que es la segunda tonalidad menor con bemoles, tras el Do menor; la distancia que hay entre las notas que constituyen la melodía (intervalos) son, en su inmensa mayoría, intervalos de segunda o cuarta y representan a David y Sara…

Existen muchas más relaciones de la composición con el número dos y sus múltiplos en los catorce temas que componen la banda sonora y, aunque sería demasiado prolijo de explicar, estas pinceladas dan una idea de lo minuciosa que ha sido la tarea de composición y la relación simbiótica que se intuye con respecto a la película y su temática, de la que es parte inseparable.

Nacido en 1972 en Tenerife, el compositor y director de orquesta especializado en repertorio de música para el cine goza de un merecido prestigio internacional. Como premiado compositor, en la actualidad está considerado como una de las voces más relevantes de la música para el cine en España. En su filmografía destacan títulos como Atrapa la Bandera o El Fotógrafo de Mauthausen, entre otros. Su siguiente proyecto es componer la música de una película de terror producida “por una de las grandes plataformas de televisión y que actualmente está en proceso de rodaje”.

Saludos, viento, desde este lado del ordenador

Cuentos y novelas sobre la Guerra Civil en Canarias (y 3)

Miércoles, Julio 21st, 2021

Este periodo y también desde el punto de vista de una mujer, se refleja en La prestamista, de María del Mar Rodríguez, que se desarrolla en la isla de La Palma en un arco temporal amplio, 1850-1946, y en la que se reflejan las grandezas y miserias de sus protagonistas y Felisa en su mudanza, de María Candelaria Pérez Galván, en la que se recrea la vida de dos jóvenes canarias que viven en un pueblo perdido en las montañas de la isla que deciden ir a la ciudad para labrarse una vida mejor.

La fiesta de los infiernos, de Juan José Delgado, ofrece una visión sobre aquellos años escrita desde el esperpento y, de manera tangencial, El árbol del bien y del mal de Juan José Armas Marcelo, novela que junto a Las naves quemadas le sirvió para fundar su imaginario universo de Salbago . José Domingo ambienta también durante la Guerra aunque el escenario haga sospechar que se trata de Madrid en su más que recomendable volumen de cuentos Historias del barranco de Santos y Agustín Díaz Pacheco cuenta en El burócrata perverso, la historia de un falangista durante la postguerra. Este relato se incluye en Cuentos de otoño, un libro con ilustraciones de Raúl Consuegra León.

Luis León Barreto recurrirá también a la isla-símbolo, en su caso Tamarán, para La infinita guerra, en la que profundiza en las imbricadas raíces que tejió el poder para justificar la represión a la que sometieron a la población de las Islas nada más declararse la Guerra Civil mientras que el periodista y escritor grancanario Alfonso O’Shanahan es autor de Solsticio de verano, una novela de espías ambientada en la segunda mitad de los años treinta en Canarias que ha sabido envejecer con el paso del tiempo. También de gracanaria es Juan José Mendoza, autor de A orillas del Guiniguada, accésit del Benito Pérez Galdós 2020 y que narra la vida y obra de Antonio Pildain, obispo de la Diócesis de Canarias desde 1937 a 1966.

A caballo entre Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria se desarrolla en las postrimerías de la Guerra Civil Inmerso en la duda, de Agustín Quevedo Martín; Francisco Estupiñán aborda también aquel conflicto y la posición de la España franquista durante la II Guerra Mundial en El águila de San Juan, asunto en el que también indaga Daniel Pérez Estévez con La paciencia del peregrino mientras Eugenio Suárez-Galbán Guerra narra en Balada de la guerra hermosa la historia de dos canarios enrolados como soldados del ejército nacional en los campos de batalla que destrozan las tierras de la España peninsular.

Interés y mucho tiene la novela Vagos y maleantes, de Ismael Lozano, quien describe las dolorosas condiciones en las que vivían los presos (la mayoría de ellos homosexuales) en Tefía, Fuerteventura. Centro que mantuvo abierta sus puertas hasta inicio de los años sesenta.

Por otro lado, Agustín Carlos Barruz se preocupa en reflejar la represión y sus secuelas en Memoria de una isla sin memoria, que trascurre en Sacura, anagrama de Arucas, Gran Canaria, mientras que la escritora Elia Barceló desarrolla la primera parte de El color del silencio en julio de 1936 en Canarias y Alberto Vázquez Figueroa retrata la feroz represión de los rebeldes en las islas en su novela Bajamar. Muy de refilón, Gererardo Pérez Sánchez sitúa uno de los capítulos de Historia desconocida de mis antepasados en este trágico periodo, concretamente en Güímar, localidad del sur de Tenerife.
También son de destacar El faro y la noche, de Selena Millares, en la que se cuenta el hallazgo las memorias de un oscuro poeta y profesor represaliado tras la guerra civil española,

Otros títulos que pueden sumarse a esta relación son Episodios de la Guerra Civil y otros relatos, de Francisco Rodríguez Medina, autor también de El paseo de la muerte; Pedro Padilla Quintana y su En el azul y muy tangencialmente Jonathan Allen en la iniciática El conocimiento.

Iván Cabrera Cartaya describe en clave literaria el frustrado de atentado con el que un grupo de anarquista intentó deshacerse de Francisco Franco, por aquel entonces capitán general de Canarias, en la capital tinerfeña. Lo narra en el cuento La noche y el olvido, relato que se incluye en el libro Vigilia en Velora, por el que su autor se hizo con el premio Isaac de Vega 2019

Novelas sobre los primeros años de la postguerra son Los amores perdidos, de Miguel de León y Guad, de Alfonso García-Ramos., Los buscadores de agua, de Juan Farias; La ciudad tiene otra cara y Dos mundos y un volcán, de Luis Gálvez Monreal sin olvidar La isla y los demonios, de Carmen Laforet y que transcurre en la capital grancanaria en los años 40, entre otras.

En cuanto a libros de memorias destacan Añoranzas prisioneras, del anarquista tinerfeño Antonio Rodríguez Bethencourt, libro en el que se narra las aventuras de su compañero de presidio Antonio Tejera Afonso . La guerra fratricida, en la que el periodista Tomás Quintero Espinosa desgrana los primeros días del Alzamiento nacional en la capital tinerfeña en pequeñas pero muy vividas crónicas de aquellos días así como Memorias de un hijo del siglo, del socialista Juan Rodríguez Doreste.

Otros libros son La guerra fratricida, en la que el periodista Tomás Quintero Espinosa desgrana los primeros días del Alzamiento nacional en la capital tinerfeña en pequeñas pero muy vividas crónicas de aquellos días y Once cárceles y un destierro, de Diógenes Díaz Cabrera; …Empieza a amanecer, de Constantino Aznar de Acevedo; Tránsito, de Elba García, memorias del escultor y empresario Bernardino García; Sin rencor. Memorias de un republicano, de Mauro Martín Peña; Semilla de memoria, de Francisco González Tejera; Cecilio Segura, alcalde y maestro replesaliado en la Guerra Civil, de Francisco Suárez Moreno y La luz infinita, de Amílcar Morera Bravo, título en el que este escritor y médico natural de La Palma incluye varios relatos sobre su experiencia como sanitario del ejército nacional en diferentes frentes de la península.

De Gran Canarias a Dakar son las memorias de Eduardo Suárez Socorro, un libro que describe en su primera parte el asesinato de su padre, diputado comunista durante la II República, en la capital grancanaria los primeros meses de la Guerra Civil.

Con los parias de la tierra son las memorias de quien fuera fundador del Partido Comuinista en La Palma, Florisel Mendoza. Merece la pena citar también aunque no se trate de un libro de memorias Negrín y Canarias durante la Guerra Civil española, del especialista Sergio Millares Cantero y también una biografía que escribe Jacinto Barrios Capilla sobre Gullermo Ascanio Moreno, miembro del partido comunista y uno de los organizadores del batallón Canarias así como coordinador de su periódico, Canarias libre.

Destacaría también en esta relación con notables –somos conscientes– ausencias, Blanca Ascanio, la maestra roja, de Miguel Ángel Morales Mora y Mª de la Soledad Naya Ascanio y Gesta y sacrificio del teniente González Campos, del periodista y escritor Andrés Chaves.

(1) El Perseguidor (Diario de Avisos), número 23. Entrevista con Nivaria Tejera, “Ya no me siento exiliada en ninguna parte“.

Saludos, y fin, desde este lado del ordenador

Cuentos y novelas sobre la Guerra Civil en Canarias (2)

Martes, Julio 20th, 2021

Otro de los títulos más conocidos sobre aquella contienda fratricida escritos en y desde Canarias es Sima Jinámar, de José Luis Morales.

Según explicó el autor en una entrevista publicada en el diario El País, la novela la comenzó a escribir en la cárcel por dos razones: “la primera, que allí tenía tiempo. Y luego, que en aquella ocasión la novela actuaba como salida y reflexión en un momento de crisis ideológica que yo sufría, era 1969, con toda la universidad española. Intentaba, por un lado, hablar de esa realidad que para mí era tan cercana, la de las islas, y por otro, dar a todo esto universalidad, romper el localismo. Porque, al final, los problemas no son exactamente locales, ¿no? Entonces ensayé con el lenguaje canario, rural y con sus ritmos. Te llamará la atención que hay mucha redundancia, que para mí es dialéctica. Y para romper el realismo elemental aparecían algunos personajes atemporales, míticos, que rompen el tiempo y universalizan la ficción.”

La novela, reeditada en 2015 por Turpin Editores, recopila una serie de atrocidades de las que se habla aún en susurros en Gran Canaria.

Según Domingo Martín, Sima Jinámar es el relato de un hombre al que “el sistema va engullendo. Y, aunque una de las habilidades de Morales es la de inventar topónimos (Anuwania, las Siete Mil Islas o Banicado son algunos), a esta Sima le respetó el nombre original para que no quedara duda. Los setenta metros de profundidad de este tubo volcánico sirvieron de tumba para disidentes durante la dictadura julita, en la que transcurre la trama de la novela. Con tanto cadáver gritando historias, ‘intentaron dinamitarla después de la guerra, pero entonces la abrieron más, recuerda José Luis Morales. ‘Es imposible dinamitar algo que es como una catedral de grande’”.

La Guerra Civil también ha producido otras novelas como La infinita guerra, de Luis León Barreto, y ha servido de inspiración para moldear el carácter de algunos de los protagonistas de sus historias en distintos escritores de la que ya se conoce como Generación 21 como son Víctor Álamo de la Rosa (El año se la seca, Campiro que y Terramores); Al sueño polar de golondrinas, de Álvaro Marcos Arvelo, El fondo de los charcos y Baraka, de Javier Hernández Velázquez y La iniquidad II; Los días de Mercurio y Los milagros prohibidos de Alexis Ravelo.

Álamo de la Rosa se basó en un conocido político herreño, Manuel Hernández Quintero, para su Manuel el huido de Terramores. El año de la seca se ambienta en el periodo de postguerra en el territorio mítico de Isla Menor (El Hierro) mientra que en Campiro que da noticias de todas aquellas personas que al estallar la guerra buscaron refugio en cuevas y tubos volcánicos para no convertirse en víctimas de la represión militar.

Álvaro Marcos Arvelo parte de la fuga que emprendió el poeta gomero Pedro García Cabrera junto a otros presos políticos desde el campo de prisioneros de Villa Cisneros a Dakar, Senegal, en 1937, en Al sueño polar de golondrinas, novela que discurre en dos tiempos, los años 30 y los actuales cuando llega un barco chatarra a Puerto Santo, universo imaginario del escritor y cuyo reflejo podría ser Santa Cruz de Tenerife. En las bodegas del barco viajan 152 inmigrantes subsaharianos. Javier Hernández Velázquez recupera al poeta Domingo López Torres en una complicada novela con la que repasa hasta nuestros días un buen pedazo de la historia de la capital tinerfeña hasta finales del siglo XX. Vuelve a aparecer la Guerra Civil en Canarias, aunque en sus páginas finales, en otra novela del autor, Baraka.

En otro extremo se sitúa Alexis Ravelo, quien se despoja de la influencia de su investigador, el marino retirado Eladio Monroy, para narrar en clave muy negra una historia de venganza en la mejor tradición del género en Los días de Mercurio. La iniquidad II, en la que su protagonista, un hombre del bando de los derrotados descubre un secreto bien guardado por parte de otro del bando vencedor. Ravelo insistiría en la Guerra Civil en Los milagros prohibidos, novela que se desarrolla durante lo que se conoció como Semana Roja en La Palma, única isla que permaneció leal a la II República esos días hasta la entrada de las tropas rebeldes y la huida de los “rojos”, los enemigos del nuevo régimen, al monte y a la costa.

La Guerra Civil y la represión en Canarias mueve, por otro lado, la acción de La lista, de Juan Bosco, quien no se arruga en señalar con el dedo quienes fueron los asesinos y sus víctimas en La Orotava durante aquellos años. Juan Ignacio Royo Iranzo propone algo parecido, aunque en Santa Cruz de Tenerife en su interesante El fulgor del barranco. La capital tinerfeña en aquel tórrido verano de 1936 también es la protagonista de La maleta y el obelisco, de Andrés Servando Llopis.

Otras obras a destacar son Mientras maduran las naranjas, de Cecilia Domínguez Luis, novela que recupera la memoria de la Guerra Civil en las islas a través de los recuerdos de Sara, una adolescente que vive el golpe de Estado cuando tiene solo diez años y novela que cuenta con una primera parte, Y tú serás el río. La escritora insistirá en este tema en La Sorriba, libro que se desarrolla durante la Guerra Civil y en una tenebrosa y grisácea postguerra.

(Continuará…)

Saludos, calor, desde este lado del ordenador

Cuentos y novelas sobre la Guerra Civil en Canarias (1)

Lunes, Julio 19th, 2021

España se despertó hace 85 años rota, dividida… Daba inicio la Guerra Civil, un conflicto que arruinó física y moralmente a un país que desde entonces no se ha recuperarse de aquel golpe cuyas secuelas todavía arrastra. La tragedia colectiva que enfrentó a hermanos contra hermanos comenzó un sábado, 18 de julio de 1936.

Canarias cuenta con una interesante producción literaria sobre la Guerra Civil en la que se mezcla ficción y memoria a partes iguales. Estas líneas solo pretenden orientar al lector sobre algunos títulos que consideramos recomendables para hacerse una idea de lo que podríamos llamar “nuestra peculiar literatura sobre aquel conflicto”, siendo conscientes que nos dejamos muchas obras en el tintero.

Se trata pues de un artículo que no nace con vocación investigadora ni de análisis sino como guía orientativa, en todo caso, de una serie de volúmenes que son reseñados para todos aquellos que estén interesados en conocer cómo, desde los territorios de la imaginación y también del testimonio, se nos ha contado con mejor o peor fortuna el drama de la Guerra Civil a este lado del Atlántico.

Para quien les escribe si hay tres títulos claves sobre este oscuro periodo de nuestra historia son El barranco, La prisión de Fyffes y Luchar por algo digno, de Nivaria Tejera, José Antonio Rial y Pedro Víctor Debrigode, respectivamente. No puedo olvidar Sima Jinámar del periodista y escritor José Luis Morales, entre otros.

El barranco de Nivaria Tejera es un emotivo y desolador relato a medio camino entre la ficción y la memoria. La acción se desarrolla en La Laguna a principios del alzamiento y está contada a través de los ojos de una niña que asiste a la detención de su padre por ser afín a la II República, lo que supone una fractura para su infancia así como para la familia.
El barranco es para el especialista Claude Couffon la primera novela en español sobre la Guerra Civil, una reflexión muy discutible ya que se publicó antes en francés (Lettres Nouvelles, 1958) que en castellano.

El exilio interior es una de las grandes constantes en la producción literaria de su autora. Mujer que tras abandonar las islas con su familia recaló en Cuba, donde abrazó en su juventud los principios de la revolución cubana liderada por Fidel Castro hasta que ésta se escoró –ya sin máscaras– hacia el socialismo.

En una entrevista que mantuvo con el autor de este artículo (1) Nivaria Tejera reveló que una de las causas que la motivaron a escribir El barranco fue “la necesidad de despejar ese mundo interior que está tan intrincado en mi personalidad. Sentía, además, la poesía que podía extraer de todo aquello. Mi intelecto ya estaba establecido y me pareció que era un elemento de trabajo intenso para que comenzara a escribir.”

Y añadía: “Afortunadamente nunca perdemos la infancia. Lo que sí me costó fue llevarla a una posible lectura, a una escritura, a un estilo porque ya entonces quería crear un estilo agarrándome a esa terrible memoria infantil.”

La prisión de Fyffes de José Antonio Rial narra los día de encierro del protagonista en la improvisada cárcel que antaño fue empaquetadora de plátanos y que se encontraba en aquel entonces a las afueras de la capital tinerfeña.
Novela de ambiente carcelario, Rial escribe que mientras estuvo preso en Fyffes fue como “vivir en una cloaca” ya que los presos políticos estaban hacinados y sobre todos ellos pendía la sombra de la muerte. En esta improvisada cárcel, el poeta Domingo López Torres escribiría el poemario Lo imprevisto, que fue sacado clandestinamente días antes de que hicieran desaparecer al poeta. Cuentan que lo mismo hizo el escritor Luis Gálvez Monreal, aunque su poema se publicó en Venezuela cuando se marchó a vivir a este país hispanoamericano en los 60 pero no tengo constancia que se publicara en Canarias. A Gálvez Monreal se le conmutó la pena de muerte y pudo vivir cómo buenamente pudo primero en la capital tinerfeña y más tarde en el Puerto de la Cruz tras abrir una academia de clases particulares. Por su novela La ciudad tiene otra cara recibió el premio Benito Pérez Armas en 1955.

Inspirado en la presunta delación y posterior desaparición de Domingo López Torres en febrero de 1937, Juan Manuel García Ramos escribe El delator, una nouvelle que tras su publicación ha generado una bronca polémica entre partidarios y opositores a un libro que, presuntamente, revela quién fue el delator y las circunstancias posteriores que condujeron a la detención en la capital tinerfeña de Domingo López Torres los primeros días del Alzamiento Nacional.

José Antonio Rial (San Fernando, Cádiz, 1911- Caracas, Venezuela, 2009) se exilió a Venezuela donde continuó escribiendo y colaborando en distintos medios de comunicación de ese país. Algunos de sus libros son Venezuela Imán, Reverón, Jezabel, Segundo naufragio, Tiempo de espera y Las nereidas del faro.

Admirado por numerosos lectores aficionados a la novela de capa y espada de a peseta, Pedro Víctor Debrigode emplea también la ficción y la memoria en su antológica Luchar por algo digno. Obra que consta de dos partes, el primer volumen, El barco borracho, se desarrolla prácticamente en Tenerife donde el estallido de la Guerra Civil coge al protagonista mientras cumple servicio militar.

Las descripciones más estremecedoras del libro son las que se desarrollan en los barcos prisión anclados en el puerto de Santa Cruz de Tenerife y en los que el protagonista cumple servicio mientras contempla como día sí y día no muchos de los presos salen en pequeñas embarcaciones a alta mar para no regresar jamás.

Escrita sin florituras estilísticas, Luchar por algo digno (la segunda parte se titula El espía inocente) se trata a nuestro juicio de la mejor novela escrita hasta la fecha sobre la Guerra Civil en Canarias. Quizá porque es la historia de un hombre que, sin ideologías, solo quiso vivir y que lo dejaran en paz.

(Continuará…)

Saludos, aquel sábado 18 de julio de 1936…, desde este lado del ordenador

Una bola de fuego

Viernes, Julio 16th, 2021

Cuentan que fue Frank Capra quien le enseñó a Ruby Catherine Stevens (Brooklyn, Nueva York; 16 de julio de 1907-Santa Mónica, California; 20 de enero de 1990), de nombre artístico Barbara Stanwyck, que el secreto de una actriz estaba en su mirada. Y miradas hay muchas en el largometraje más popular que rodó junto al hombre que creyó en el sueño americano: Juan Nadie, una película en la que Barbara además de ser muy bárbara está a la misma altura (aunque no fuera demasiado alta en la vida real) de Gary Cooper.

Más tarde trabajaría con cineastas tan solventes y respetables como Howard Hawks, Fritz Lang y Douglas Sirk, que llegó a considerarla como la mejor actriz de su época y razones no le faltaban.

La vida de la actriz no fue demasiado fácil. Nació en el seno de una familia muy pobre y pronto aprendió a buscarse la vida por su cuenta, desempeñando toda clase de oficios. Entre otros el de modelo, que fue el que le abrió las puertas de Hollywood.

De naturaleza volcánica y educada en sitios inimaginables, Barbara Stanwyck fue escalando puestos en la fábrica de sueños gracias a una voluntad de hierro que, a decir de quien la conocieron, nunca le abandonó. Quienes fueron sus amigos la siguen amando con devoción casi religiosa y quienes llegamos a ella gracias al cine mantenemos la misma fe pese a que la actriz no fuera una belleza tipo Hollywood, sino una mujer con un encanto dentro y fuera de ella que arrasaba con todo lo que estuviera a su alcance.

Seguidor de su carrera desde que tengo uso de razón, Stanwyck fue una actriz natural, tanto en su tiempo como el nuestro, y lo mismo se movía en el drama como en la comedia. Nos encanta en Bola de fuego donde más que encarnar a una chica Hawks, convierte a Hawks en un chico de la Stanwyck. Billy Wilder que supo ver lo que llevaba dentro, la contrató como la mujer fatal que enreda a un casi siempre torpe Fred MacMurray en Perdición, un filme que cuenta con guión de Raymond Chandler según la novela de uno de los grandes del género negro y criminal, James M. Cain (El cartero siempre llama dos veces)

Los puristas le critican que no fuera demasiado selectiva con las historias que por contrato le obligaron a rodar pero es que incluso con esas, aunque la película no sea una obra que perdure, merece por ella la pena verse.

No le gustaba hablar de su infancia y fue muy celosa con su vida privada mientras navegaba en ese río lleno de obstáculos que es Hollywood, esa ciudad en la que además de rodar películas era –y probablemente lo sea ahora– una fábrica de chismes.

Le buscaron amantes femeninas como Marlene Dietrich y Joan Crawford pero también masculinos. El primero de ellos, un actor del que ya nadie se acuerda, Frank Fay, procuró hacerle la vida imposible hasta que dijo basta. Más tarde volvería a casarse con Robert Taylor, que era varios años menor que ella –”el chico tiene mucho que aprender y yo tengo mucho que enseñar”– y mucho tiempo después un romance con otro Bob, Robert Wagner, que dijo a quien quisiera escucharle que aquella relación le había dado “autoestima”.

Su filmografía está salpicada de grandes títulos de la Historia del Cine, alguno de ellos western que por la razones que sean no han trascendido como deberían porque están protagonizados por una mujer de armas tomar (nunca mejor dicho). Yo no me perdería por eso Las furias, que es el otro gran western feminista de la Historia del cine junto a Johnny Guitar, cuya protagonista fue, precisamente, una de sus mejores amigas, Joan Crawford, y Cuarenta pistolas, una emocionante película del oeste con soterrado contenido sexual.

William Holden y Marilyn Monroe fueron actores que compartieron sus primeros trabajos con Barbara Stanwyck. El primero no se cansó de repetir que estaría en deuda con ella toda la vida por el cariñoso trato que recibió de la actriz en su primera película como protagonista, Sueños de oro. Marilyn dijo que había sido la única persona amable que encontró “entre los actores de la vieja escuela”.

Los últimos años de su fulgurante carrera terminaron en la televisión donde apareció como estrella especial en culebrones como Los Colby y El pájaro espino. Pero ya no era la misma, la huella de la edad no fue clemente con ella.

No obstante, y si la ven, comprobarán que con todo aún conserva la fuerza que supo transmitir siempre en sus apariciones en pantalla, fuera grande o pequeña. Una bola de fuego que en su caso crece y crece y crece hasta alcanzar proporciones gigantescas y… barbaras como su nombre artístico indica…

Así que… Qué mujer, qué actriz, qué grande fue y sigue siendo Barbara Stanwyck.

En la imagen, la actriz en Perdición (Billy Wilder, 1944)

Saludos, corta, corta, corta, desde este lado del ordenador

Los fantasmas de Santa Cruz de Tenerife

Jueves, Julio 15th, 2021

Debe tener unos treinta largos. Lleva gafas de sol, aunque estemos en la hora mágica, y me pide unas monedas con voz aguardentosa. Me cuenta que es vasco, que salió hace unas semanas de la cárcel y que está tirado en la calle. Se produce un monólogo incómodo, mientras tanto espero a que salga del supermercado la señorita que me ha dejado de paso a su perro, que tira de la correa con la vista fija en las puertas del súper. Kala, en el otro extremo, sentada, observa al vasco que no deja de hablar. Me fijo en el tipo, lleva un desagradable bulto debajo de la oreja. Me cuenta que se trata de un quiste sebáceo y que espera que se lo quiten un día de estos, “cuándo me toque”, en el hospital. Es bastante desagradable esa pelota, casi del tamaño de una de golf, que tiene bajo el lóbulo de la oreja. Eso me hace recordar pero no, prefiero no recordar aquella experiencia. Ocurrió hace ya unos años… qué año, por cierto.

El perro que no es mío mueve la cola de entusiasmo porque ve cómo sale la señorita a quien estábamos esperando. Kala, para no ser menos, hace lo mismo. Me despido del vasco que pide limosna. De hecho, le dejo unas monedas. Me da gracias reiteradas mientras subo la avenida de Bélgica. Los hechos, si quieres saberlo, pasaron en el súper que se encuentra bajo el antiguo hotel Bruja, así, si en S final.

Digo adiós a mi acompañante y su perro y Kala y yo bajamos por la avenida de las Islas Canarias, que antaño se llamaba del general Mola. Al llegar a la rambla, ahora de Tenerife y hasta hace poco del general Franco, justo donde se encuentra la plaza de la Paz, veo como un hombre que va cogido del brazo de una señora se desloma. Me acerco a él y le preguntó si se encuentra bien. La señora, con voz aguardentosa en un día donde todo son voces aguardentosas, me pide que lo levante, y eso intento. Compruebo que tanto el caballero como la señora llevan una tajada de cuidado, me llega a la nariz el aroma de ron mezclado con el de sudor, Sudor agrio. El caballero gira la cabeza y dirige sus ojos a los míos aunque no me ve. Pregunta entonces con una inocencia de niño “si soy de aquí. De Santa Cruz de Tenerife”. Le respondo que sí y lo siento en uno de los bancos de la rambla. La mujer con voz aguardentosa masculla no sé qué y los dejo con su borrachera. Compruebo que los dos están más o menos bien y camino a casa veo que se han levantado del sitio y que dando eses dirigen sus pasos al kiosco de La Paz.

Cosas así me vienen sucediendo los últimos días. Lo hablaba el otro día con un amigo. Antes, cuando Santa Cruz de Tenerife era más pequeño de lo que es ahora uno se encontraba con pobres y vagabundos de toda la vida. Allí estaba Nacho el gofio y sus perros. Más allá La Heidi y también la señora de gabardina que no se quitaba nunca y que llevaba unas gafas de sol que ocultaban sus ojos y una larga cabellera blanca, cómo si hubiera teñido al ver el rostro del diablo. El legionario que tenía un gorrito en la cabeza y las piernas delgaditas, como dos palillos de dientes y el negro desquiciado que deambulaba por las calles de la ciudad…

Ahora no, ahora los indigentes son el triple y vienen de casi todas partes. Lo sé por su forma de hablar. Me tropiezo casi todos los días, en una ciudad donde es normal tropezarte con los tipos que sueltan del psiquiátrico para que tomen el fresco y que van a lo suyo, con un italiano con los tobillos llenos de llagas. Se le han hinchado las piernas y veo a veces al hombre quejándose en cualquier esquina. No debe de haberse bañado hace unos cuantos meses y creo, pero probablemente sean imaginaciones mías, ver una nube de moscas a su alrededor. Alguien me dijo que antes trabajaba de cocinero en una pizzería y que se volvió majara por las drogas. ¿Qué drogas? Ah, eso no supo decírmelo quien me lo dijo pero se descuidó, reitera, por las drogas.

Un poco más allá me encuentro con otro extranjero indigente. Este es un gigante, pelo echado para atrás y pinta de no saber en que sitio se encuentra. Suele hacer sus necesidades en el baño automático que está a dos pasos del kiosco de la Paz y hasta no hace mucho me lo encontraba dormido en cualquiera de los cajeros electrónicos de la Rambla de Pulido. No es conveniente acercarse a él no porque resulte agresivo, que hasta donde sé no lo es, sino por la peste que emana un cuerpo que no conoce el agua. También por la rambla anda ahora un treintañero, o igual es más joven o viejo, vete a saber, que lleva a cuesta un carrito con un gato negro encima. El gato lleva una correa y parece dócil aunque el tipo a veces se pone a gritar. A nadie en concreto, solo grita. Como grita otro que pasea por el Viera y Clavijo, ese parque en ruinas que se encuentra en pleno corazón de esta descuidada ciudad.

En el Viera y Clavijo se reúnen indigentes para tomar una cerveza y hablar. El otro día, mientras paseaba a Kala, uno tras pegarle un trago a la Solajero que tenía en la mano, comentó que en tal comedor hacen unas lentejas de puta madre solo que ponen muy poco. El resto de los parroquianos coincidió. Efectivamente ponen muy pocas lentejas. Esas mismas que están de puta madre.

La ciudad en la que nací se está llenando de mendigos, Y muchos de estos pobres no lo eran hasta ayer. Lo notas por sus ojos. Parece la mirada de un loco, o de alguien que se pregunta cómo pudo acabar así, tan bajo, abandonado por todos. La familia, los amigos… Alguien dirá que acabaron así por las drogas, que es el comodín con el que justificamos lo injustificable, y otros que se dejaron ir. Las ocasiones en las que he podido hablar con alguno de ellos, en el parque Viera y Clavijo, ninguno supo decirme cuándo y cómo terminaron en la calle. La memoria del inicio se les ha borrado del cerebro o bien no quieren recordar el momento en el que todo empezó a ir cuesta abajo.

Luego están los habitantes del barranco de Santos, un barranco que me fascina y que no ha sido demasiado explotado en nuestra literatura salvo, que ahora me acuerde, La ciudad tiene otra cara, Historias del barranco de Santos y Carpanel, de Luis Gálvez Monreal, José Domingo e Isaac de Vega. También aparece está cicatriz de roca que atraviesa la capital tinerfeña en Los ojos del puente, de Javier Hernández Velázquez y fue ahí, en una de las cuevas en la que moran los que no tienen nada, donde vivió Antonio Bermejo, que apenas dejó obra escrita aunque la leyenda lo acompaña por su involución en una ciudad que no le tendió ninguna mano, y que su novela La lluvia no dice nada desapareciera para siempre no sé sabe exactamente el por qué. La leyenda fantasea que porque en la novela aparecía… Otros que se quemó antes de tomar forma de libro. El caso es que Bermejo, el fetasiano pobre, terminó durmiendo en una cueva del barranco. Consumido en una soledad que, si uno se asoma al abismo, puede llegar a entender. Tanto, que asume que desde uno de los puentes que lo atraviesan, el Zurita, lo escoja la gente para saltar al vacío y desaparecer.

Una vez me encontré a una murchedumbre asomada a la baranda del Zurita y desde las ventanas de los edificios próximos. Todos miraban el cuerpo descolocado de un suicida. No llegue a mirar. No me interesaba ni me interesa pero puedo imaginar la escena.

En fin, paseo con Kala por una ciudad que se empobrece cada día un poquito más. Entre los indigentes hay varias señoras. Una pelirroja y sin los dos dientes delanteros que siempre me saluda, por cierto, y otra que apenas habla porque va todo el día puesta de no sé qué . Forman parte de la particular fauna humana de una capital de provincias que, como decía aquel, muere todos los días en soledad.

Me dan ganas de llorar pero no puedo. No puedo soltar ni una lágrima mientras los que ganan dinero y hacen que trabajan ocupan su tiempo libre en en señalar con el dedo los defectos del otro sin darse cuenta de lo pobre que son. Tan pobres como los pobres que pasan a su lado. Esos pobres que son como los fantasmas sin nombre de Santa Cruz de Tenerife, los parias de la tierra, toda esa gente de la que no se acuerda casi nadie.

Un grito, el melenudo italiano con las piernas hinchadas por las llagas repletas de pus grita.

Otro grito.

Alguien avisa a la policía.

Es un drogadicto.

¿Drogadicto?, no, solo es un pobre.

(*) La imagen está tomada del blog Pretexto, del fotoperiodista Cristobal García.

Saludos, telón, desde este lado del ordenador