Archive for the ‘Literatura’ Category

Julio Cortázar, alguien que anda por ahí

Miércoles, Agosto 26th, 2020

Julio Cortázar (Ixelles, 26 de agosto de 1914-París, 12 de febrero de 1984), aunque parezca insólito, ya no tiene demasiado pegada en los tiempos infernales que vivimos. No hace demasiado, unos estudiantes universitarios me dijeron que se había inflado la fama de un escritor que, a su juicio, no lo merecía. Se agradeció con respetuoso silencio que al menos aquellos dos lo conocieran porque el resto de la clase no dejaba de preguntarse ¿Cortázar, quién es Cortázar?

El olvido, que es tremendo, se ha extendido y son pocos, muy pocos, los que vuelven a la obra de un escritor que quizá, yo mismo soy de los que no he vuelto a sumergirme en sus cuentos y novelas, ha quedado aplastado por el paso del tiempo pero permítanme que sospeche que me equivoque ya que le debo más de lo que pensaba a este escritor que no renunció a lo que pensaba en vida y que después de muerto elevaron a los altares para ser sepultado por la mala memoria en un siglo, reitero, tan nefasto que nos ha tocado vivir.

Además de sus relatos y novelas le debo a Cortázar el descubrimiento de dos autores fundamentales también en mi atestada biblioteca: Daniel Defoe y Edgar Allan Poe ya que ejerció también de traductor. Siempre tuve la sospecha mientras leía El gato negro o las desventuras Robinson Crusoe que se hace amigo de Viernes que las versiones de aquellos cuentos y de esa prodigiosa novela dividida en dos partes eran más interpretaciones del señor Cortázar que traducciones modélicas en el sentido más estricto de la palabra. Que el autor de Rayuela o Los premios, del mismo modo que hacía Jorge Luis Borges, escribía sus versiones de aquellos clásicos literarios pero es probable que me equivoque porque suelo equivocarme demasiado con lo que me rodea. Aunque algo me dice que esta vez, amigo mío, no vas desacertado.

El primer libro que leí de Cortázar fue Alguien que anda por ahí, volumen que reunía un puñado de relatos en los que nadé sin salvavidas. Más tarde llegó la novela Los premios, El libro de Manuel y otros recopilatorios de relatos entre los que descubrí El perseguidor que es un emocionante homenaje al saxofonista Charlie Parker, que aquí se llama de otra manera pero que es Bird, hasta llegar a Rayuela que fue una conmoción en mis tiempos mozos, aquellos en los que todo el mundo leí esta novela o decía que la había leído y los más atrevidos se dejaban la barba (barbita más bien) para parecerse al legendario escritor argentino que solo se sacaba fotografías con un cigarrillo colgando entre sus labios.

Hace mucho tiempo, tanto que ya se confunde en la memoria, hubo una librería en la la pequeña capital de provincias en la que vivo. Estaba localizada en la calle de El Pilar, a mano izquierda si se baja del parque García Sanabria. La librería se llamaba La internacional y la llevaba uno de esos libreros que amaba a los libros. Creo recordad que llevaba melena y una barbita a lo Cortázar. También que era un digno representante de esa tribu que ahora se conoce como progre. Este, en todo caso, era un progre de los de antes. Es decir, un tío al que le entusiasmaba incitar a los demás a que leyeran. Y más si se trataba de un renacuajo que se dedicaba a perder el tiempo en las por aquel entonces nutridas librerías que se desparramaban por la ciudad en la que nació y aún vive. O hace que vive.

El caso es que aquel clon de Cortázar nos recomendaba libros (me regaló, así como lo oyen, el primer Bradbury que cayó en mis manos, El hombre ilustrado) y autores que, según él, no deberíamos dejar pasar y uno de ellos, claro está era el argentino. Pero no el argentino Borges, que también, sino Julio. Julio Cortázar.

La librería, como todas las cosas buenas que hubo en mi ciudad, desapareció demasiado pronto pero aún conservo los libros que adquirí allí en tardes, más que mañanas, en las que deambulábamos como almas sin pena por sus calles y plazas. Más tarde compartiría mi entusiasmo por Cortázar con un amigo irremplazable que se murió demasiado pronto. Uno de los libros que escribió rinde, de hecho, homenaje al escritor en su título: Decena de un cronopio. Si aún no saben de quién se trata les revelo el nombre Ezequiel Pérez Plasencia. Con esta obrita, muy autobiográfica, recibiría el Premio Internacional de Cuentos Juan Rulfo pero mucho me temo que Ezequiel como Julio, Julio Cortázar, son hoy dos perfectos desconocidos para esa inmensa minoría que lee. O dice que lee.

Con todo, sí que podría afirmarse que, contra todo pronóstico, vivimos en la actualidad dentro de un cuento de Cortázar. Este 2020 parece sacado de hecho de su imaginación aunque el hubiera subrayado las relaciones de unos con otros. Los lazos que se hacen y deshacen entre tanto calor, la calima que sume a una ciudad un caluroso y no gélido febrero. La descripción de dos meses largos de confinamiento y la vuelta a una normalidad que las autoridades anuncian como “nueva”.

Pero basta ya y entiéndase todo esto como cosas de alguien que anda por ahí…

Saludos, hasta la próxima, desde este lado del ordenador

Unos tipos infames

Lunes, Agosto 24th, 2020

La literatura para leer con una sola mano tuvo razón de ser cuando era clandestina. Como género siempre ha estado ahí, aunque su máximo movimiento se produjo a finales del siglo XIX y comienzos del XX, distribuyéndose en las trastiendas de las librerías o pasando de mano en mano va mientras se miraba hacia el otro lado.

El caso es que esta literatura reunió en torno a ella un grupo de aficionados y sorprende –si uno se adentra sin luz y sin guía– por la variedad de historias que cuenta, todas salpimentadas de escenas de sexo, y por el tono con el que están descritas, a veces muy divertido y en otro, por el contrario, extremadamente dramático ya que implica la muerte de algunos de sus protagonistas. La fórmula Eros y Thanatos funciona con la precisión de un reloj suizo en este género condenado por su libertinaje y en el que la mujer (aunque sea un hombre quien escriba) se convierte en el centro de su universo. Como la vida misma.

No obstante, además de sexo si hay un elemento común en toda esta literatura es la celebración del amor, del amor carnal por encima del espiritual y por su retrato en ocasiones logrado de cómo se las gastaban nuestros tatarabuelos. Gente que tal y como están los tiempos parece más libertina, aunque este libertinaje se mantuviera en una clandestinidad digamos que consentida. En este aspecto, resulta curioso observar cómo la literatura erótica, galante, sicalíptica no solo da lecciones de cómo ir a la contra de la moral establecida sino en cómo retratar las pasiones reprimidas y ocultas de una sociedad en continua duermevela que contó, por fortuna, con guerrilleros muy despiertos, sobre todo cuando caía la noche.

La literatura erótica resulta por ello, sea drama o comedia, festiva. Es una celebración de la vida.

La cantidad de títulos es abrumadora y muchos fueron traducidos al español en la legendaria colección La Sonrisa Vertical de Tusquets Editores. Estas líneas no pretenden repasar la amplitud de novelas y relatos que riegan el género, muchos de ellos sin firma, anónimos o rubricados con pseudónimo pero sí llamar la atención sobre cinco obras que se atribuyen a escritores del fuste de Oscar Wilde, Alfred de Musset, E.T.A. Hoffman, Felix Salten y Pierre Mac Orlan.

Y, efectivamente, no hay ningún español aunque este tipo de literatura triunfara también en este país sobre todo a principios del siglo XX para alcanzar su esplendor en la década de los 20 y 30 con la aparición de numerosas novelitas de este signo y distribución clandestina. Entre otros autores, destacaría la aportación del fecundo y sobresaliente escritor Eduardo Zamacois y de José María Carretero Novillo, quien solía firmar con el pseudónimo de El caballero audaz.

No obstante, y volviendo al asunto y sea o no verdad, gusta imaginar que, efectivamente, detrás de estos títulos se encuentran Wilde, Salten, Hoffman, Mac Orlan y de Musset. Cinco gamberros, cinco mosqueteros del vicio y la perversión literaria que tuvieron sus días divertidos pero a los que también se observó, y en ocasiones incluso se condenó, como tipos infames, infames para la gente de ¿bien?

TELENY, ¿Oscar Wilde?

“Mi mayor placer estaba en ver a los hombres bañándose. Me costaba trabajo no acercarme a ellos; me hubiera gustado acariciarlos y besarlos por todos lados. El día que pude ver a uno de ellos desnudo, la impresión fue superior a mí”. (Teleny. Traducción: Alberto Cardín, Laertes S.A. De Ediciones, 1985)

Durante mucho tiempo Teleny se atribuyó a Oscar Wilde pero estudiosos en la obra del escritor rechazan tal idea aunque otros –si bien reconocen que no la escribió– aseguran que al menos echó un vistazo al manuscrito antes de su publicación. Sea o no, Teleny tiene algo de El retrato de Dorian Gray –uno de los personajes, hijo de un general, recuerda al lord Henry Wotton del libro original– y cuenta también con frases de influencia wildeana sobre la vida, la muerte y el arte además de contar una apasionada y demoledora historia de amor entre hombres: el rico heredero Camille des Grieux con el pianista René Teleny en un París decadente de finales de siglo en el que las clases acomodadas gastan a manos llenas sus fortunas en juergas interminables, espectáculos que derivan en orgías y fiesta, fiesta, fiesta.

Literariamente es muy pobre pero su ritmo es trepidante y describe a brochazos el ambiente represor de la época. Dicen que Oscar Wilde se llevó este libro consigo cuando fue conducido a la cárcel de Reading.

GAMIANI, ¿Alfred de Musset?

“Fanny: Os juro que llegué a los quince años completamente inocente, nunca se me había ocurrido pensar en las diferencias que pudiera haber entre los hombres y las mujeres (Gamiani o dos noches de quimera, Alfred de Musset. Traducción: Publicaciones bibliográficas, La Biblioteca Fauno, Barcelona. Colección La sonrisa vertical, Tusquets Editores, 1978)

Gamiani o dos noches de quimera se atribuye a Alfred de Musset, un escritor que disfrutó de éxito en su día pero que hoy es un perfecto olvidado salvo para los que conocen que fue uno de los amantes de la escritora George Sand, escritora que lo fue también de Chopin, pianista y compositor a quien acompañó durante su convalecencia en Mallorca.

Para muchos, entre los que se encuentra Luis García Berlanga, quien afirmó que Gamiani se había convertido en su libro de cabecera durante la adolescencia, Gamiani es una obra singular y casi un objeto de culto entre los aficionados al género.

Cuenta la historia de amor apasionado entre dos mujeres, mujeres que cuentan también sus recuerdos sexuales sin ahorrar ningún tipo de detalles en apenas un centenar de páginas que se leen como un tebeo.

Está escrita como si de una obra de teatro se tratase y que recuerde fue llevada al cine con resultados muy limitados. Mejor acercarse a este clásico de la literatura erótica a través del libro y no de su versión cinematográfica.

Clásico de la novela galante, algunos estudiosos destacan que Gamiani pertenece “a la línea del movimiento romántico francés de la primera mitad del siglo XIX” y que el mismo de Musset se las leyó de un tirón al resto de miembros de la tertulia de la que formaba parte. No se sabe cómo la recibió tan selecto grupo aunque se puede asegurar sin temor a equivocarse que si lo fue de alguna manera lo fue con mucha alegría.

Historia de una seducción, ¿pero qué literatura erótica que se precie no lo es?, Gamiani se divide en dos grandes bloques en los que el autor teje una compleja y festiva red de placeres hasta llegar a un final radical que describe con arrebato el narrador de la obra, primero mirón y luego partícipe de lo que se cuece en las revueltas sábanas del lecho de la protagonista.



JOSEPHINE MUTZEN. BACHER, ¿Felix Salten?

“Nos miramos a los ojos y mantuvimos la actividad mientras él seguía dictando al grupo. Por fin se interrumpió y me envió a mi sitio. Llamó a la señorita Ferndinger, que acudió a la plataforma. Desde mi asiento, vi como se colocaba entre sus piernas y empezaba a jugar como yo había hecho antes; también el maestro le deslizó la mano bajo el vestido”. (Josephine Mutzen-Bacher, Felix Salten. Traducción: Máximo Loizu. Colección Papeles Secretos, Rocicles, 1979)

Cuesta imaginar que el escritor austríaco Felix Salten se encuentre detrás de Josephine Mutzen-Bacher no solo por el alto contenido sexual que incendian las páginas de este libro sino por la protagonista: una prostituta que en el otoño de su vida escribe sus supuestas memorias en las que detalla con todo lujo de detalles su iniciación al negocio más viejo del mundo.

Novela que sin duda estaría hoy perseguida. O enterrada bajo losas de cemento aglutinado por resentidos morales sin cuento, la lectura de Josephine Mutzen-Bacher resulta perturbadora porque gran parte del libro explica la infancia y juventud de la protagonista. Una infancia salpicada de relaciones sexuales que no deja ningún tipo de trauma en la doncella sino que abre más un apetito fogoso en el espíritu de una señorita que se inicia, ella misma lo explica, siendo una jovencita muy madura para su edad en la ciencia no exacta del amor.

La novelita se atribuye al escritor Felix Salten, escritor que tocó casi todos los palos literarios aunque alcanzó fama y dinero tras la publicación de Bambi, lo que lo encasilló en literatura infantil aunque cuenta con libros para adultos, uno de ellos –supuestamente– al que ahora hacemos referencia aunque no esté muy claro si fue o no quien escribió esta alucinada y políticamente incorrecta memorias galantes.

Felix Salten nunca reconoció ser el autor de Josephine Mutzen-Bacher pero tras su muerte en 1945 –falleció en Suiza huyendo de los nazis– su nombre comenzó a aparecer en las portadas de las ediciones clandestinas que se habían publicado en los años treinta.

Sea o no del creador del delicado cervatillo que se queda huérfano en el bosque, Josephine Mutzen-Bacher muestra un retrato realista de la Viena nocturna de finales del siglo XIX y pese a sus ganas de escandalizar no dejan de ser unas memorias muy singulares dentro de literatura tan memorialística como es las que nos ocupa.

SOR MONIKA, ¿E.T.A. Hoffman?

“Mi padre odiaba absolutamente todo tipo de sentimentalismo, desde el platónico al bucólico. “Ya que”, decía, “no sirve absolutamente para nada; son vapores podridos que se concentran en el estómago gordo y repleto del corazón y que al ser expelidos apestan toda la atmósfera de la alegría humana” (Sor Monika. Documento filantropínico-filantrópico-físico.psíco erótico del Convento Secular de H. en L…, E.T.A. Hoffman. Traducción: Jordi Jané. Colección La sonrisa vertical, Tusquets Editores, 1989)

Escritor romántico alemán adscrito a esa escuela que algunos denominan como el romanticismo negro, E.T.A. Hoffman es autor de una serie de cuentos fantásticos para los que no discurre el tiempo así como de relatos aparentemente infantiles que esconden una segunda lectura que va más allá de la inocencia del párvulo.

Además de escribir, Hoffman es reconocido como dibujante, caricaturista, cantante, compositor y jurista y no es raro encontrar en sus cuentos rasgos que más tarde determinarían la producción de otros grandes escritores del género como Edgar Allan Poe, Gautier e, incluso, Kafka.

Tuvieron que pasar más de ciento cincuenta años para que los expertos se pusieran de acuerdo en dilucidar la paternidad de Sor Monika, novela erótica que se publicó por primera vez en 1815 y que desde ese entonces no ha dejado de reeditarse primero de forma discreta y más tarde abierta y con el nombre –ya sí– de su no confeso autor: E.T.A. Hoffman.

La obra relata las aventuras de la protagonista y su corte de monjas en cinco partes que se leen con vértigo.

Sor Monika. Documento filantropínico-filantrópico-físico.psíco erótico del Convento Secular de H. en L... cuenta, cómo no, los recuerdos de la protagonista a un grupo de devotas, recuerdos que se desarrollan “de la manera más espesa, en un clima de incoherencia voluntaria que es el del ensueño a la vez en un plano fantástico y erótico”, escribe André Pieyre de Mandiargues en el prólogo de la edición de la colección La sonrisa vertical, nº46, Tusquets Editores, 1986.

Para quién les escribe fue un grato descubrimiento esta novela porque conocía a Hoffman a través de sus historias infantiles y fantásticas, escritos en los que incluyo el que inspiraría a Tchaikovski para componer El Cascanueces, la versión musical de un relato que firma un escritor para el que la música era tan (o más) importante que la literatura, así lo sostiene Irene Gracia, quien se inspira en la vida y obra del escritor alemán para su novela Ondina o la ira del fuego.

Sea o no, lo que está claro como el agua es que fue un excelente narrador y un escritor con pericia no solo para fantasear con otros mundos sino con el que le tocó en suerte vivir. Por eso, quiero entender que Sor Monika se trata realmente de un libro de su autoría porque en él converge la grandeza de la novela galante, es festiva, alegre, una celebración del sexo por encima de todas las cosas, y la mirada aguda de un hombre adelantado a su tiempo y al nuestro.

MADEMOISELLE DE MUSTELLE Y SUS
AMIGAS, ¿Pierre Mac Orlan

“¡Oh!, aquel precioso trasero bien dibujado por el traje ceñido de la amazona volvía loco a Monsieur Boë, ya que era una fetichista de dicha parte de la anatomía femenina, y sabía rendirle homenaje con caricias que más de una vez hacía sonrojar de vergüenza a quienes se prestaban a ellas”. (Mademoiselle de Mustelle y sus amigas, Pierre Mac Orlan. Traducción: Carmen Artal. Colección La sonrisa vertical, Tusquets Editores, 1990)

Pierre Mac Orlan fue el pseudónimo de Pierre Dumarchais, un escritor francés que desempeñó diferentes oficios a lo largo de su vida, entre otros el de escritor. Su vida aparece reflejada en la mayoría de su obra. Es autor, entre otras, de La bandera, en la que el protagonista, un extranjero, se alista en el Tercio, la Legión española, y El muelle de las brumas, novela que dio origen a una fantástica película dirigida por Marcel Carné en 1938 y con Jean Gabin, Michel Simon y Michèle Morgan como protagonistas.

Mademoiselle de Mustelle y sus amigas fue una de tantas novelas galantes que escribió con pseudónimo para comer y se trata probablemente del texto más divertido de los que hemos comentado porque aquí cabe un poco de todo con el fin de saciar los apetitos del lector más reacio por reprimido.

Escribe Mac Orlan que “los pueblos felices no tienen historia” y anuncia una probable continuación de la novela que ignoro si se produjo.

En definitiva, las piruetas sexuales que se producen a lo largo del texto van, como en los títulos anteriormente reseñados, en continuo ascenso, por lo que se recomienda que se lean sin prejuicios aunque moleste a los censores que hoy juzgan el buen y el mal gusto con independencia de su sexo.

Saludos, a leer que son dos días, desde este lado del ordenador

Ray Bradbury, el hombre ilustrado, cumple 100 años

Sábado, Agosto 22nd, 2020

¿Cómo pueden tocarme estas fantasías y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a los “fantástico” o a lo “real”, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte. ¿Qué importa la novela, o novelería, de la science-fiction? En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street”.

(Jorge Luis Borges, prólogo de Crónicas marcianas, Ray Bradbury, Ediciones Minotauro, 1979)

Al principio fue el Verbo… o Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 22 de agosto de 1920-Los Ángeles, California, 5 de junio de 2012).

Mis primeras “lecturas serias”, entrecomilladas, claro, se iniciaron de la mano de Ray y como suele suceder con todas las lectura sean serias o no serias que me atrapan, secuestran el corazón y la cabeza, procuré hacerme con todo lo de Bradbury. Hubo de hecho un tiempo en el que caía en mis manos solo obras del autor aunque el joven y el viejo Ray fue un escritor que nunca tuvo edad y si la tuvo esa fue la adolescencia que se despeja de la edad del pavo para comenzar la edad adulta que es la que estropea la fantasía y otras cosas de las que dejó testimonio un escritor de prodigiosa imaginación al que casi todo el mundo intenta imitar con poca fortuna porque es inimitable.

Recuerdo más que charlas, discusiones encendidas con otros lectores de ciencia ficción que me gritaban (esa es la palabra) que Bradbury no era un escritor del género por mucho que desarrollara sus historias en Marte. O que aparecieran cohetes, o que sus personajes viajaran en el tiempo para observar a los dinosaurios procurando no aplastar una flor o un mosquito de aquellas edades no fuera a cambiar el futuro que para ellos era su presente. El caso es que, al margen de aquellas discusiones bizantinas, Ray Bradbury llegó primero que Lovecraft, Salinger pero no de Stevenson y Salgari… a medio camino quedaba Conan Doyle pero esa es otra historia.

Todavía conservo en un lugar privilegiado de mi atestada biblioteca los libros de Bradbury editados por Minotauro cuando Minotauro era Argentina. Las tapas de varios de ellos están a punto de soltarse así como las páginas porque fueron leídos y releídos en un momento muy especial de mi vida. Seguí a Bradbury hasta bien entrado los 90 pero ahora lo hacía más por obligación a un pasado en el que fui feliz devorando sus libros. Libros como Sombras verdes, ballena blanca donde evoca la redacción del guión de Moby Dick junto a John Huston, más preocupado éste en beberse todo el whiskie de Irlanda que es la tierra donde intentan escribir la versión cinematográfica. Y vaya pareja, piensa uno. Un hombre hecho y derecho, Huston, y un un pibe, Bradbury, que no bebe whiskie.

Se trata éste de un libro realmente fantástico y unas memorias literarias en las que se aprende mucho, sobre todo a cómo manejar a nuestros héroes cuando se convierten en carne y hueso, personajes con demasiadas debilidades, debilidades que según Bradbury marcaron la aventura existencial del director de El halcón maltés.

Ray Bradbury, que también fue íntimo amigo de otro ilustre Ray, Ray Harryhausen a raíz de una película que despertó en uno sus apetitos literarios y en el otro su entusiasmo por los efectos especiales, King Kong, dejó además de numerosos relatos que aún se mantienen frescos pese al paso del tiempo, un puñado de recopìlatorios que me cambiaron la vida.

Con Bradbury aprendí además que estaba leyendo a un escritor que respetaba toda clase de lectores, fuera creyente o un cretino intelectual porque “mira tú, el mismísimo Jorge Luis Borges” firma el prólogo de la edición en español de Crónicas marcianas, y utiliza una cita de Juan Ramón Jiménez para anticipar el infierno (nunca mejor dicho) que desarrolla en Farenheit 451, “si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”. Luego están otras antologías gloriosas como El hombre ilustrado y El país de octubre, entre otras muchas. Tantas, que sus historias se confunden en mi apolillada memoria y no sé si aquel relato del astronauta que flota a la deriva en el espacio exterior junto a otros compañeros y que se acercan peligrosamente a la madre Tierra está en ese libro o en el otro. Lo mismo me pasa con los de los viajeros del tiempo, aquellos en los que, efectivamente, mataban un insecto prehistórico que cambiaba el presente cuando regresaban a él o el del granjero que siega el trigo para descubrir que su guadaña es la de la muerte y las espigas vidas humanas. ¿Qué hacer entonces, continuar segando o detener la tarea porque una de esas espigas puede tratarse de tu mujer, tus hijos, los amigos… tú mismo?

Ray Bradbury tiene todo el derecho del mundo a considerarse un clásico y así lo considero como considero clásico a Theorore Sturgueon, un escritor igual de humanista y al que llegué gracias precisamente al señor Bradbury.

No tuvo demasiada suerte, sin embargo, en sus adaptaciones cinematográficas claro que resulta harto difícil llevar a la pantalla la obra de un escritor que antes que narrador fue poeta aunque escribiera prosa. Sí que destaca entre estos largometrajes Farenheit 451 (Françoise Truffaut, 1966) y no le hago ascos a El hombre ilustrado (Jack Smight, 1969), que es uno de sus libros de relatos más inquietantes pero no termina de funcionar como serie Crónicas marcianas (Michael Anderson, 1980) que, por cierto, se rodó en Canarias como se rodaría en Canarias el único guión que firmó en vida: Moby Dick, y recuerdo con emoción filmes a los que inspiraría como Llegó del más allá (Jack Arnold, 1953) y El monstruo de tiempos remotos (Eugène Lourié, 1953). Por cierto, Mercedes Ortega, una actriz canaria que merece mayor recorrido, aparece en El maravilloso traje de color vainilla (Stuart Gordon, 1998).

Así que si me preguntas por Ray Bradbury solo puedo decir con el corazón en la mano que fue el Verbo en mi iniciación lectora O por lo menos junto a Stevenson de uno de los primeros que me convenció del valor de la lectura.

Más tarde vendrían otros para acompañarme en la fugacidad de la vida pero Ray, el joven y viejo Ray Bradbury fue uno de los primeros. Uno de los primeros en enseñarme que leer, hermanos y hermanas, es un fabuloso remedio para melancólicos.

Saludos, un siglo y parece que fue ayer, desde este lado del ordenador

Los poetas y escritores Alejandro Krawietz y Rafael-José Díaz, los candidatos que más suenan a Director Insular de Cultura

Viernes, Julio 31st, 2020

Los escritores y poetas Alejandro Krawietz y Rafael José Díaz son los nombres que más suenan como candidatos a Director Insular de Cultura tras el cese de Leopoldo Santos Elorrieta el pasado 13 de julio.

Si bien se llegó a barajar en su momento que la consejera de Educación, Juventud, Museos, Cultura y Deportes del Cabildo de Tenerife, Concepción María Rivero Rodríguez, asumiría la Dirección Insular de Cultura, pronto se propagó en los mentideros que no, que la mujer no podía con tanto y que habían otros nombres con apellidos sonando para ocupar la plaza. Ya se sabe que en esta tierra guardar discreción es como pedirle a un charlatán que cierre la boca.

Como es natural, el rumor se extendió como el fuego por un reguero de pólvora e iniciada la cuenta atrás para que la cosa explotase, se filtró ayer, jueves, los nombres que más suenan: Rafael-José Díaz y Alejandro Krawietz tras desvincularse de la terna Alejandro Tosco, el actual presidente del Círculo de Bellas Artes de Tenerife, ese centro cuya sede permanece cerrada en la calle del Castillo de la capital tinerfeña hasta no sé sabe cuándo.

Desplazado Tosco, del que se rumorea también que se ha presentado a otro concurso, se inicia un proceso de selección con todas las fricciones que acompañan a esta santa casa no ahora sino desde hace mucho tiempo, lo que obliga no a pedir sino exigir al Cabildo Insular serenidad y sobre todo a valorar con calma las capacidades de gestión de uno y otro.

Pero si hay algo que urge es que el próximo Director Insular de Cultura cuente con experiencia en gestión cultural, quiera intercambiar ideas y sepa escuchar aunque para mantenerse en el cargo –y esto es lo más lamentable del caso– deba de tener también cintura política. Leopoldo Santos no la tuvo y de ahí que lo cesaran este mes que se va sin haber llegado al año de ocupar tan compleja como convulsa responsabilidad.

Los dos candidatos cuentan con notables trayectorias pero desconocen como se las gasta la burocracia interna (algo que sí conocía Leopoldo Santos) y el funcionamiento de los contenedores culturales del Cabildo de Tenerife, lo que incluye a TEA Tenerife Espacio de las Artes, una joya de la corona que más que estar presente en la vida cultural y social de la isla es un espacio más en los aledaños del Mercado Nuestra Señora de África.

Mientras tanto, los que están al frente de TEA siguen tropezando con la misma piedra, sumando polémicas en los medios de comunicación y no actividades culturales que es lo que se demanda. En fin, la misma historia de siempre.

Resulte por ello elegido uno u otro para ocupar la Dirección Insular de Cultura se exige –no se pide ni se solicita– que el Cabildo de Tenerife decida por una vez con cabeza en materia cultural y nombre (¿siempre es un hombre, por qué será?) a la persona más idónea para asumir esta responsabilidad, sobre todo en tiempos tan enfermos como los que vivimos.

Así que al margen de lecturas somos unos pocos, me consta, pero creo que esos mismos pocos son los suficientes que esperan que cuando se conozca el nombre y los apellidos del nuevo Director Insular el Cabildo de Tenerife sea capaz de organizar políticas culturales para los malos tiempos que se avecinan.

No obstante y conociendo la inercia del Cabildo tinerfeño algo dice que no será así.

La pregunta ahora es ¿cuánto durará en el cargo el nuevo Director Insular de Cultura?

¿Un año?

Saludos, cómo me pica la nariz, desde este lado del ordenador

Alejandro Dumas y Robert Graves, una extraña pareja

Viernes, Julio 24th, 2020

No se imaginan las horas tan gratas que me han hecho pasar esta pareja de escritores que quiso la caprichosa diosa de la fortuna que nacieran el mismo día pero no el mismo año aunque sí que se especializaran en el mismo género literario. En este sentido, nunca este género, el histórico, disfrutó de tan sobresalientes narradores y nunca la Historia, y me refiero a la que se escribe con H mayúscula, contó con tan excelentes divulgadores, autores que supieron enseñar y a la vez entretener con independencia del periodo histórico en el que transcurrieran sus novelas.

Podría aceptar que no se conoce a Alexandre Dumas Davy de la Pailleterie (Villers-Cotterêts, 24 de julio de 1802-Puys, cerca de Dieppe, 5 de diciembre de 1870) pero NO a Alejandro Dumas y mucho menos sus novelas de aventuras Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, que quizá sean las más conocidas en la fecunda producción de un escritor que, se dice, llegó a recurrir a “negros” para no dejar de copar el mercado con apasionantes novedades literarias.

A Dumas se le puede considerar además como uno de los primeros escritores que recurrió a segundas y terceras partes para explotar el filón de algunas de sus más felices creaciones, Veinte años después y La mano del muerto deben de entenderse como entregas de sus exitosas novelas Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, pero oscurece el genio irresistible de un autor para el que el paso del tiempos se muestra impotente. Me encanta así el Dumas que jugó con el género fantástico (lean Capitán de Lobos y sabrán a qué me refiero) e incluso el que cultivó con tanto acierto la novela histórica en libros como Reina Margot y una biografía que, fuera o no escrita por él, sí que lleva su nombre como es la de Joseph Balsamo y en la que mezcla con vocación de entretenimiento ocultismo y espionaje, también romances y mucha de esa acción que ha pasado a denominarse de capa y espada.

Robert von Ranke Graves (Wimbledon, Londres, 24 de julio de 1895 – Deyá, España, 7 de diciembre de 1985) es otro de esos autores de cabecera a los que le debo mucho no solo como lector sino también como persona. Imagino que como algunos llegué a él gracias a una estupenda serie de televisión, Yo, Claudio, serie que me dio a conocer el trabajo literario de un escritor tan enamorado de las culturas latinas que fueron a fin de cuentas las que crearon y forjaron esta Europa que hoy dominan los helados países del norte.

Tras devorar literalmente los dos tomos de Yo, Claudio seguí a Graves con su autobiografía Adiós a todo eso y entre sus novelas históricas Rey Jesús, La hija de Homero, El vellocino de oro (que sigue siendo mi favorita, nunca tantos debieron tanto a Apolonio de Rodas), Las aventuras del sargento Lamb (que es otra de mis favoritas y libros que se desarrollan durante la guerra de independencia de las trece colonias) y El conde Belisario, que leí durante el confinamiento gracias a una entrevista en la que el guionista y dibujante de novelas gráficas, Paco Roca, informaba que estaba leyendo.

Robert Graves que fue un hijo del Mediterráneo pese a haber nacido por accidente en Wimblendon, vivió los últimos años de su vida en Mallorca, isla que se convirtió en su casa y en su patria, y cuyas puertas siempre estaban abiertas a sus amigos, entre otros Ava Gardner. Fue la hija de Graves, precisamente, la que traduciría al castellano las memorias de la actriz así que si tienen la enorme suerte de toparse con ellas háganse con el libro porque es Ava y no tanto Gardner la que encuentra uno en sus páginas.

Todavía me queda mucha obra que leer tanto de Dumas como de Graves, lo escribo porque sé que siempre, por una u otra razón, vuelvo a ellos cuando no hay nada que me satisfaga intelectualmente a mi alcance. Estos dos autores, uno dinámico y francés y el otro mediterráneo para la eternidad, me enseñaron, ya lo dije antes, que somos nosotros los que escribimos nuestro destino. El problema es que salvo unos pocos (y no sé yo si escogidos) se adelantan a la oscuridad para poner punto y final a este errático relato que es la vida. El resto, como quien ahora les escribe, nos pasamos el tiempo en busca de la Diosa Blanca.

Saludos, en fin, desde este lado del ordenador

Triste, solitario y final: Raymond Chandler

Jueves, Julio 23rd, 2020

Los tres grandes mosqueteros de la novela policíaca son Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross McDonald aunque el aficionado al género que llevo dentro tiene en su altar particular otros escritores que no se caracterizaron, precisamente, por crear un personajes que trascendiera las páginas de sus novelas como Sam Spade en el caso de Hammett, Philip Marlowe en el caso de Chandler y Lew Archer en el caso de McDonald, sino por contar historias de los que estaban al otro lado de la ley o de personajes que se enfrentan solo a un mundo y a una sociedad corrupta (James M. Cain, Horace McCoy, David Goodis, W. R. Burnett, Dorothy B. Hughes, Patricia Highsmith, Vera Caspary).

Si uno destaca de entre todos ellos por al calidad de su escritura sigue siendo ese extraño intelectual que fue Raymond Thornton Chandler (Chicago, 23 de julio de 1888 – La Jolla, California, 26 de marzo, 1959) quien elevó un escalón más este tipo de literatura tras ser intoxicado por el lenguaje bronco y cínico de Hammett. El impacto ante tal descubrimiento, lo dice el mismo Chandler, fue inmediato aunque su estilo resultase radicalmente diferente. De esas fuentes nace, de todas formas, el detective privado Philip Marlowe, ese caballero sin espada aficionado al gimlet, a las mujeres y a meterse en toda clase de líos. Pero dejemos que sea el propio Chandler quien describa a su investigador;

“Soy un investigador privado con licencia y llevo algún tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero. He estado en la cárcel más de una vez y no me ocupo de casos de divorcio. Me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien. Soy de California, nacido en Santa Rosa, padres muertos, ni hermanos ni hermanas y cuando acaben conmigo en un callejón oscuro, si es que sucede, como le puede ocurrir a cualquiera en mi oficio, y a otras muchas personas en cualquier oficio, o en ninguno, en los días que corren, nadie tendrá la sensación de que a su vida le falta de pronto el suelo”.

Como era inevitable, las novelas protagonizadas por Marlowe se llevaron al cine, donde fue interpretado por varios actores. Ya escribí cuál era mi favorito, Robert Mitchum, pueden encontrar este artículo en el blog El Escobillón, pero también le pusieron cara Humphrey Bogart (El sueño eterno); Robert Montgomery (La dama del lago), James Garner (Marlowe, detective muy privado) y Elliot Gould (El largo adiós), entre otros. Cuentan que ninguno de ellos convenció al escritor. El Marlowe que Chandler tenía en la cabeza era Cary Grant, pero como todo el mundo sabe Grant nunca interpretó al detective privado acostumbrado a que le partan la cabeza y el corazón.

En contra de Marllowe, la vida de Chandler no fue demasiado aventurera. Resulta más bien algo oscura. Eso podría explicar su afición al alcohol y su fatal experiencia en Hollywood, donde colaboró en guiones de películas como Perdición y Extraños en un tren. Cuentan una anécdota muy divertida sobre su relación con Howard Hawks durante el rodaje de El sueño eterno, en cuyo guión participaría por ciento un premio Nobel de Literatura, William Faulkner, pero les invito a que lo lean si navegan por la red no vaya a extenderme como pasa casi siempre. Dicho esto, solo puedo recomendarles que lean a un escritor que contribuyó a ubicar al género negro en el lugar que ocupa en la actualidad. Eso sí, los que nos iniciamos con los clásicos de este tipo de literatura siendo adolescentes hemos renunciado a encontrar hoy escritores del mismo calibre que Chandler, un tipo que cuenta desgraciadamente con demasiados imitadores, tantos como cucarachas tiene la ciudad en la que vivo… Así que hace ya tiempo tiré la toalla.

En fin, que no llega el momento de poner fin a estas líneas… ¿Cómo cerrar esta perorata? ¿Cómo despedirme de todos ustedes este 23 de julio en el que se celebra, puto Covid-19, un Día del Libro que no es del de San Jorge?

Ya está. Lo tengo tras dos lingotazos de bourbon seco:

Damas y caballeros “Decir adiós es morir un poco”, lo escribe Raymond Chandler en su obra maestra: El largo adiós.

Saludos, hijos del día y de la noche, desde este lado del ordenador