Archive for the ‘Literatura’ Category

El primer hombre

Sábado, Noviembre 7th, 2020

Escritores e intelectuales como Albert Camus (Mondovi, Argelia, 7 de noviembre de 1913-Villeblevin, Francia, 4 de enero de 1960) serán siempre necesarios. Más en un mundo como el que nos ha tocado vivir. Imagino al planeta como un machango que camina sobre un cable al borde del abismo y con una venda sobre los ojos para no ver el vacío que hay más allá de los pies que lo conduce al otro extremo del precipicio, donde cree que tocara tierra firme.

Albert Camus fue además el escritor de cabecera de dos de las personas a las que he querido más allá de las que forman mi círculo familiar, y fue gracias a ellos y a sus insistentes recomendaciones que llegué a la obra de un escritor que dedicó el Nobel de Literatura a su viejo maestro en Argelia, el hombre que hizo todo lo posible para que el joven Camus continuara sus estudios en París y que más tarde lo siguiese una amplia pero no demasiado extensa legión de seguidores. Seguidores de ese extranjero que somos todos o víctimas de una peste que nos acecha a todos también.

Dicen que fue un gran amante del fútbol, ese balompié que nunca se impuso, y del teatro, dos pasiones que llevó consigo hasta su temprana muerte, una muerte absurda como son todas las muertes repentinas.

Jugó de portero, guardameta que no termina de imponerse, y escribió teatro y conoció a los artista e intelectuales de su tiempo, algunos de los cuales se distanciaron de él cuando estalló el problema de Argelia, la tierra de su nacimiento, la tierra donde vivió su madre, de origen menorquín y señora con todas sus letras que sacó adelante a la familia de rodillas limpiando pisos. El mismo Camus recuerda en su diario que cuando le anunciaron que era ganador del Premio Nobel de Literatura el primer pensamiento que tuvo fue su Madre, que se escribe con mayúsculas porque Madre solo hay una. La influencia que tuvo sobre su hijo se palpa no ya tanto en su obra sino en su devenir existencial que hace que se convierta en un crítico cuya franqueza sigue siendo tan necesaria en su tiempo como en el nuestro. Fue su amor a la Madre el que le hizo decir el comentario que más tarde utilizarían los otros para acusarlo de colonialista a propósito de la guerra de liberación que se había desatado en Argelia, su tierra. Colonialista a él, a Albert Camus: “En este momento se arrojan bombas contra los tranvías de Argel. Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”.

En cuanto al padre, dibuja un hermoso retrato en un libro inconcluso pero de obligada lectura: El primer hombre, libro que dedica, cómo no, a su Madre, analfabeta: “A ti, que no podrás jamás leer este libro”.

Tal y como están los tiempos,viendo como se aproximan nubes oscuras que nos impedirán ver, insisto que volver a Camus hay que tomarlo casi como una obligación. Recuero ahora que escribo estas líneas como uno de esos amigos que lo tenía como un dios en su particular panteón de escritores e intelectuales a los que rendir devoción “porque nunca mienten”, solía salpicar su conversación con frases de Camus vinieran o no a cuento aunque siempre, o casi siempre, vinieran a cuento.

Por María Casares, que fue el amor de su vida y que como todo amor que se lleva muy dentro apenas germinó como tenía que haber florecido, y su polémica con Jean-Paul Sartre, polémica que tuviera o no razón siempre hizo que estuviera del lado de Camus y no del escritor y filósofo de ojos estrábicos, continúa logrando que mi cabeza y mi corazón estén del lado de un hombre que además de pensar enarboló siempre la bandera de la dignidad. Camus habla desde dentro y como no se cansaba de repetir aquel otro amigo sobre su obra: “nunca miente”.

Y una pequeña confesión: mientras buscaba imágenes del escritor para ilustrar estas líneas quería recoger una que mostrara su humanidad y no la pose de tipo atractivo (lo fue) con un eterno cigarrillo colgando de sus labios. La tarea no fue tan fatigosa como esperaba ya que encontré sin demasiado esfuerzo la imagen que ahora observan y que apoya gráficamente estas líneas escritas como siempre de manera apresurada.

La fotografía representa, a mi juicio, al verdadero Camus.

El primer hombre.

Saludos, en recuerdo de…, desde este lado del ordenador

John Reed, el insurgente

Viernes, Octubre 23rd, 2020

El pasado 19 de octubre se recordó al escritor y periodista John Reed (Portland, Oregón; 22 de octubre de 1887-Moscú, 19 de octubre de 1920) en el centenario de su muerte y ayer, jueves, hubiera sido el de su cumpleaños, una fecha para a tener en cuenta porque se trata de uno de los más extraordinarios reporteros de todos los tiempos que legó a su tiempo y al nuestro dos libros fundamentales para conocer desde dentro y en primera persona dos importantísimos procesos revolucionarios que todavía colean por mucho que algunos se empeñen en enterrarlos en los cementerios del olvido.

El primero de ellos se trata de México insurgente: La Revolución de 1910, un título imprescindible para comprender de que materia se forjó el gigantesco país centroamericano visto por la mirada –primero perpleja y más tarde llena de admiración– de un periodista que deja de ser objetivo absorbido por el entusiasmo de los hombres y mujeres que formaron el ejército irregular de Pancho Villa.

El libro se lee como una apasionante novela de aventuras solo que todo lo que cuenta Reed es verdad o al menos la verdad que recogió en primera línea para más tarde darle forma de libro. Un título imprescindible en la obra de un periodista que más que periodista fue cronista de sus agitados tiempos.

El segundo libro más conocido de John Reed es Diez días que conmovieron al mundo, su reflejo periodístico de la Revolución bolchevique y del ascenso al poder de su líder indiscutible: Lenin. Reed, que pertenecía al Partido Socialista de América, no terminó por ver cómo derivaba todo aquel fantástico proceso porque falleció a causa del tifus en Moscú, pero sigue siendo el único estadounidense que descansa el sueño eterno en el Kremlin, un honor que han alcanzado muy pocos hombres y mujeres aunque los que allí yacen no les importe demasiado saberlo.

Hace un puñado de años se reunieron sus artículos sobre la I Guerra Mundial en el frente oriental en un libro que, personalmente, tampoco tiene desperdicio si uno se quiere aproximar a los vientos de la Historia a través del testimonio y las reflexiones de alguien que los vivió en primera persona. El libro circuló en España, este país que se va al carajo, con el título de La guerra en Europa Oriental y aclara dudas y despeja las sombras que al menos quien ahora les escribe tenía sobre estos frentes de guerra. Ayuda también a comprender la caótica situación que hasta la actualidad se vive en Los Balcanes resultado de numerosas heridas abiertas que nunca han cicatrizado. De obligada lectura para los que se empeñan en levantar el cadáver podrido de la Guerra Civil española tanto por las derechas como por las izquierdas, quizá si leen esta obra se den cuenta esta legión de tontainas que la guerra no es un partido de tenis y que la crispación y el odio solo conducen a la derrota de las partes implicadas por mucho que alguna de ellas resulte ganadora.

La apasionante vida de John Reed se ha llevado en varias ocasiones a la pantalla aunque no termina de convencerme la que quizá sea más famosa por multimillonaria y estar plagada de estrellas del cine norteamericano como Warren Beatty, Diane Keaton y Jack Nicholson. Circuló en este país mío que se va al infierno como Rojos y pese a su aparatosidad a uno se le ocurre pensar una vez aparece el The End que este largo,larguísimo largometraje fue algo así como si los pájaros tiraran con escopeta.

Una advertencia a modo de final. Dejen lo que están haciendo y abran cualquier libro de Reed, aprenderán que todo es distinto a cómo no los contaron sí está escrito por un hombre que aprendió primero a contar hechos y más tarde a implicarse en esos mismo hechos que contaba.

Larga vida al rojo, larga vida a John Reed.

Saludos, negras tormentan agitan loss aires, desde este lado del ordenador

Graham Greene y Groucho Marx, la extraña pareja

Viernes, Octubre 2nd, 2020

En mi formación sentimental e intelectual hay dos tipos que han resultado fundamentales para que sea lo que soy. Uno fue un comediante y el otro un escritor y si bien no tienen aparentemente nada en común sí que los une una misma mirada sobre el mundo.

Del actor he visto todas sus películas, las que protagonizó con sus formidables hermanos y aquellas en las que aparece en solitario y que no tienen –para nada– la gracia de las que realizó con su clan. Del escritor he leído casi toda su producción literaria y nunca me dejó tirado. Es una fórmula elegante para decir que abandonara la lectura de sus libros más flojos, que los tiene aunque sean, afortunadamente, pocos. Muy pocos.

El actor, que llevaba gafas y un grueso bigote pintado de negro bajo la nariz, resultó que también escribía, aunque escribiera como un amante sarnoso mientras que el segundo, el escritor, lo intentaron encasillar en la novela de espías porque cuenta con varios libros sobresalientes en ese género aunque el grueso de su producción más que estar ambientado en el Gran Juego se preocupa por ahondar en el corazón de unos personajes lastrados por la culpa.

Los dos tiene nombre que empieza por G y los dos son básicos para sortear los obstáculos que te pone delante la vida.

“La fatalidad ha querido que yo sea escritor, y escribo sobre la ausencia de raíces. Este es mi tema, en cierto modo.”
(El otro y su doble. Graham Greene. Conversaciones con Marie-Francoise Allain. Traductor: Basilio Losada. Luis de Caralt Editor, 1982)

La primera novela que leí de Henry ‘Graham’ Greene (Berkhamsted, Hertfordshire, 2 de octubre de 1904 – Vevey, Suiza, 3 de abril de 1991) fue Nuestro hombre en La Habana, un divertimento comenta el escritor en sus memorias pero un novelón para quien les escribe ya que además de contar las aventuras de un vendedor británico de aspiradoras en una de las ciudades más bellas del mundo, retrata su trabajo como espía con desarmante sentido del humor al describir cómo se “inventa” las pruebas, se enamora, desaparece uno de sus mejores amigos y debe de enfrentarse bebiendo botellitas de licor mientras juega al ajedrez con un oficial de la temible policía de Fulgencio Batista.

Tras esta novela, descubrí otros libros grandes del escritor como El americano tranquilo, El revés de la trama, Los comediantes, El fin del romance, El ministerio del miedo, El poder y la gloria, El cónsul honorario, El décimo hombre, Inglaterra me hizo así y El factor humano, entre otras. Y eso sin contar sus cuentos, la mayoría excelentes; sus autobiografías encubiertas como Vías de escape y sus artículos periodísticos, algunos tan polémicos en su día como Descubriendo al general, donde analiza en profundidad la vida y la obra del militar panameño Omar Torrijos. Y sí, no me olvido de El tercer hombre, novela que nació para convertirse en guión de una de las mejores películas de la Historia del Cine.

He leído casi todo lo de Greene y no he dudado en releer los que considero sus mejores libros porque aprendo mucho de ellos. Lecciones nuevas para enfrentarme a un mundo innecesariamente hostil.

Los que pertenecemos a la hermandad GG nos reconocemos sin necesidad de señas sino charlando con un whiskie en las manos. Un whiskie a la inglesa, con hielo y rebajado con agua con gas, por supuesto. Sin whiskie, sin embargo, reconocí hace años a otro hermano de la cofradía cuando en el diálogo que cruzábamos me dijo que la novela que había cambiado su vida como escritor había sido Una pistola en venta. “De Graham Greene”, respondí con la velocidad de una centella. “De Graham Greene”, admitió mi interlocutor, el escritor cubano Eliseo Alberto, que ya no está entre nosotros.

Lo cuento porque pone de manifiesto que los lectores de GG somos legión aunque durante años hayamos tenido que soportar a los cretinos de la literatura seria –esa que no lee nadie ni siquiera ellos mismos– decir que Greene era un escritor menor.

¿Menor? En fin, la de estupideces que me llevaré al otro mundo si existe otro mundo. GG, que se hizo católico como otros británicos ilustres, Chesterton y Alec Guinness, porque tras la confesión quedaba limpio de pecados siempre y cuando hiciera penitencia, fue además de un inglés que detestaba su país un escritor certero sobre la conciencia que nos manipula y hace mejores o peores. Su literatura está repleta de personajes con esta doblez, de traidores que no quieren convertirse en héroes, de hombres que se redimen ante mujeres que les sirven de sostén. De criminales inocentes que arrastran el peso de la culpa mientras el mundo, la Cuba de Batista, el Haiti de Françoise Duvalier, entre otros escenarios, se desmorona como se desmorona el personaje. Digo poco sin escribo que Graham Greene fue un genio. Para mi es el GRAN escritor de su tiempo y del nuestro. El hombre que supo ver muy adentro de nosotros mismos.

“Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna”.

Más que marxista Julius Henry Marx, conocido como ‘Groucho Marx’ (Nueva York, 2 de octubre de 1890-Los Ángeles, 19 de agosto de 1977) fue un anarquista. Un anarquista que utilizó el verbo como dinamita. Esa fue la primera lección que aprendí de este tipo con andar inclinado, bigote negro pintado, gafas y puro apagado entre los labios o entre los dedos…

Groucho, que fue también el más parlanchín de los hermanos Marx, solo se entendía en pantalla con uno de ellos, Chico, con quien rodó algunas de las escenas más desternillantes como absurdas de eso que conocí como cine… La parte contratante de la primera parte… y dos huevos duros… más madera que es la guerra… En fin, frases y frases que ya forman parte del imaginario colectivo de quienes tuvimos la suerte de descubrirlos en la pantalla de un cine y años más tarde de un televisor. Lo curioso del caso es que pese a que se trataran de películas en blanco y negro y de los años 30 gustaban por igual a pequeños como a grandes aunque bostezáramos cuando Harpo tocaba el arpa y Chico aporreaba como ese tal Mozart las teclas de un piano…

Pero si hubo un hermano que destacó entre los tres fue Groucho, con permiso de Margaret Dumond, la ricachona a la que toma el pelo en casi todas las películas que protagonizaron juntos.

Su verbo, ya se dijo, era como nitroglicerina. Como una ametralladora que no dejaba títere con cabeza. Ratatatata, bastaba que dijera algo para que temblaran espectáculos tan serios como la ópera, las carreras, un hotel de cinco estrellas e, incluso, el lejano oeste. No digamos ya si nos referimos a dos países en guerra y Gorucho es ministro de uno de ellos…

El guionista Rafael Azcona nos dijo hace años (me vuelvo como el abuelito Cebolleta) que solía ver Una noche en la ópera cuando se sentía deprimido. No supo decirnos entonces la cantidad de veces que la había visto (ni la cantidad de veces que se había sentido deprimido) pero se me grabó aquel antídoto. Es decir, que cuando me siento deprimido (y tampoco recuerdo la cantidad de veces que he estado a punto de tirarme de un puente) suelo ver en casa no Una noche en la ópera pero sí Sopa de ganso que a mi me sigue pareciendo la mejor película en la extraordinaria filmografía de los hermanos que no fueron marxistas en el sentido que los serios piensan.

Groucho además de cantar y soltar chistes, de participar en películas y presentar un programa concurso de televisión, fue escritor también. En la desordenada biblioteca de mi casa guardo dos libros que firmó: Groucho y yo y Memorias de un amante sarnoso. Y no, no son tan directos como sus películas pero sí que se tratan de volúmenes en los que se destila la gracia y el buen humor de un cómico que llevó la escena en la sangre desde que era un renacuajo.

A mi me gusta sin embargo cuando cruza absurdos diálogos con su hermano Chico, los dos convencidos de estar diciendo cosas serias cuando lo que dicen son cosas nada serias pero es su forma de hacerlo. En especial, cuando Groucho piensa que le están tomando el pelo al mayor tomador de pelo de la Historia del Cine lo que hace más grande a un Marx que, ya se dijo, utilizó el verbo para demoler el sistema.

Me faltan los adjetivos para elogiar como se merecen tanto a Groucho como a Greene. Me parece muy poco afirmar que eran unos gigantes a modo de colofón, de distraído pero agradecido punto final así que, por una vez, permítanme damas y caballeros (¿hay alguno por ahí) que no me levante.

Saludos, por ellos, desde este lado del ordenador

Mientras agonizo

Viernes, Septiembre 25th, 2020

Llegué a William Cuthbert Falkner (New Albany, 25 de septiembre de 1897-Byhalia, 6 de julio de 1962), más conocido como William Faulkner, a través de sus cuentos. Más tarde llegaron algunas de sus novelas, entre otras una que considero capital para entender el universo de un escritor que fue un poco más lejos de Yoknapatawpha County para que conociera cómo eran por dentro los hijos del sur más profundo de los Estados Unidos de Norteamérica. Ese universo que imagino ahora poblado de telarañas y con tonos grisáceos en el que los descendientes de su gloria viven todavía de las rentas de un mundo que ya no volverá.

Leyendo a Faulkner aprendí muchas cosas, una de ellas a contemplar el pasado con una mezcla en la que se confunden sentimientos como el amor y el odio.

Que es uno de los más grandes escritores norteamericanos del siglo XX no lo pondrá nadie en duda aunque es verdad que siempre aparece algún imbécil para decir lo contrario… aunque visto lo que he visto las últimas semanas no creo que a estas alturas nada me sorprenda. Por eso reitero que el señor Faulkner es uno de los más grandes escritores norteamericanos de su tiempo. Tanto, que su literatura volvió loco a los primos que nacieron más allá del sur, iberoamérica, y que de esa influencia brotaron novelistas que imaginaron su Yoknapatawpha County personal.

Como saben algunos, William Faulkner tuvo un serio problema con el alcohol. Cuenta la leyenda que se bebía junto a su amigo el también escritor Sherwood Anderson una o dos botellas de whiskie al día, y que pese a obtener el Nobel de Literatura, sus finanzas nunca fueron lo que se dice estables.

Howard Hawks lo contrató como guionista. A Hawks le encantaba tener a un Nobel en nómina, también beberse una o dos botellas de whiskie con aquel monstruo de las letras norteamericanas. Las películas en las que colaboraron fueron Tener y no tener y El sueño eterno, las dos protagonizadas por la pareja Bacall/Bogart y Tierra de faraones, una rareza en la producción del cineasta. Las dos primeas películas son, como sabrán, obras maestras de un director de cine al que le encantaba contar historias sobre aquel caballero del sur profundo con el que trabajó y que había ganado el Nobel de Literatura.

Resulta muy atrevido que recomiende algunas de las novelas y cuentos que he leído de Faulkner (hasta su apellido literario resulta tremendamente literario) pero lo haré porque no está de más compartir con ustedes pasión tan contagiosa como es la lectura y recomendar autores para alimentar esa hoguera sin vanidades que es la de invitar a leer.

Ahí van… y no van de mejor a peor porque poco o nada hizo mal el escritor:

Santuario (recordad a Popeye)
La paga de los soldados
Absalón, Absalón
El ruido y la furia
El oso (cuentos)
Los rateros

No cito otros títulos (Palmeras salvajes, Sartoris...) porque no las he leído aunque estas líneas que escribo ahora precipitadamente me invitan a que vuelva a su universo sureño con olor a tabaco y a whiskie. Ese mundo devastado y poblado de fantasmas. La necesidad de mirar al pasado para reafirmarse en una tierra que ya no pertenece a nadie.

William Faulkner, si no el más grande sí que uno de los más grandes escritores norteamericanos del siglo XX.

Saludos, he dicho, desde este lado del ordenador

Dame un héroe y escribiré una tragedia

Jueves, Septiembre 24th, 2020

Francis Scott Key Fitzgerald (Saint Paul, 24 de septiembre de 1896-Hollywood, 21 de diciembre de 1940) es conocido como el cronista del jazz, de los locos y felices años 20. El escritor que reflejó en el papel las idas y venidas de las flapper, de fiestas que solían acabar al amanecer empapadas de alcohol ilegal y de románticas historias de amor que, como todas las historias románticas que se precien terminan en tragedia.

Scott Fitzgerald fue el gran escritor de su generación, la generación perdida y con permiso de Ernest Hemingway y John Dos Passos, solo que el éxito le sorprendió demasiado pronto y no supo, cuentan sus biógrafos, gestionarlo.

Nadie discute, sin embargo, que los 20, aquellos años del charleston y de cine silente, de americanos en París en busca más que de su destino del mejor vino espumoso, representa como nadie el espíritu derrochador de un mundo feliz que se vino abajo con la crisis del 29 cuyos efectos me recuerdan los de un año, el 2020, en el que comenzamos a vivir peligrosamente Dios sabe hasta cuándo…

Escritor cuyo talento “era como el polvo en las alas de una mariposa”, escribe Hemingway en París era una fiesta, Scott Fitzgerald se casó con la mujer de su vida, Zelda, para convertirse en el rey y la reina de una generación literaria que, como todas, no nació republicana.

Zelda era una hermosa chica de Alabama, una sureña a carta cabal que le hizo la vida imposible al escritor y el escritor a ella. Sus borracheras han pasado a la historia porque se han convertido en leyendas de la dipsomanía pero todo acabó abruptamente cuando Zelda empezó a perder la cabeza. La historia de esta relación marca así las mejores novelas de un escritor que escribió sobre un tiempo que también es el nuestro y que deberían de leer y releer sin descanso: A este lado del paraíso, que fue su primer libro publicado y título que lo hizo rico y famoso de la noche a la mañana, y cuyo protagonista, Amory Blaine, se ha convertido en mi particular panteón de ilustres en un personaje que ocupa el mismo espacio que Holden Caufield, sí, el narrador de El guardián entre el centeno; Hermosos y malditos, que uno termina con el sabor de la ginebra y el tabaco en el paladar y, la que para muchos es su obra maestra, El gran Gatsby, llevada que recuerde tres veces al cine sin demasiada justicia, aunque la versión de Jack Clayton con Robert Redford en el papel de Gatsby sigue pareciéndome la mejor sin que llegue a la altura del libro.

Escritor prolífico de cuentos y de varios ensayos, uno de ellos fundamental para entender su época y la nuestra, The Crack Up, Scott Fitzgerald escribía cuentos para mantener un nivel de vida que ya no podía asumir, sobre todo con su mujer en un sanatorio mental –lo cuenta en Suave es la noche, una novela no demasiado elogiada pero necesaria para comprender el infierno en el que se encontraba entonces– lo que lo obliga a marchar a Hollywood para buscarse la vida como guionista aunque en la ciudad de los sueños rotos lo trataron como uno más, enterrándolo en historias malas que tenía que maquillar con su escritura.

De su experiencia en la Meca del cine dejó una novela inconclusa, El último magnate, una serie de historias que protagoniza un guionista borrachín y fracasado como él, Pat Hobby, que deberían de leer para conocer cómo se la gastaba Hollywood con lo mejor de una generación que, según Gertrude Stein, nació perdida.

Durante años Francis Scott Fitzgerald fue mi escritor de cabecera, aquel al que recurría para disolverme en sus historias y huir de la pesada realidad (traicionera, ridícula, tan poblada de enanos) que vivía y mucho me temo que vivo. He comprobado recientemente, durante el confinamiento sin ir más lejos, que sus libros continúan siendo igual o más actuales que cuando llegué a él despistadísimo, incapaz de conocer el cataclismo que me iba a procurar su A este lado del paraíso, título que utilizo desde hace trece años como despedida en las entrada que subo a El Escobillón con un “saludos desde este lado del ordenador” y en otros artículos con “desde este lado del Atlántico” cuando me refería a estas islas desafortunadas. Lo hice como un modesto homenaje a la vida y la obra de un talento que no sé si fue como el polvo en las alas de una mariposa pero que dentro de mí sigue indagando en otras puertas que, hasta el día de ayer, creía que no existían.

Hoy, y bien mirado como cualquier otro, es un buen día para celebrar su recuerdo y agradecerle los buenos y malos ratos que me hizo y me hará pasar como lector. Me quedo muy corto si escribo que mi devoción fitzgeraldiana continúa igual que cuando nuestros caminos se encontraron hace eones y quiero pensar que también uno de estos días oscuros y tristes de otoño ya que leerlo es como volver a reencontrarme con él y conmigo mismo. Un viejo amigo al que no ves desde hace años y que cuando te lo tropiezas por casualidad en la calle tienes la sensación que no ha pasado el tiempo, que no hace falta fingir que lo aprecias porque lo sigues queriendo como siempre…

En fin, que Francis Scott Key Fitzgerald, un estudiante de Princeton que no solía asistir a clase, sigue siendo mi amigo pese a los divorcios que tanto uno como el otro hemos ido marcando esta relación. Y sí, me gustan mucho de su quinta Hemingway, Dos Passos, West… y Steinbeck y Faulkner aunque no me atrevería a meter a estos dos últimos en ese saco de románticos norteamericanos. De escritores que, como dijo el mismo Scott Fitzgerald, necesitaban de los héroes para escribir una tragedia.

Saludos, recordadlo, desde este lado del ordenador

El Cabildo de Gran Canaria reabre su Librería mientras el de Tenerife “no sabe, no contesta”

Viernes, Agosto 28th, 2020

Mientras ese fantama hecho realidad que es la Covid-19 recorre el mundo y las administraciones públicas y privadas se muestran incapaces de dar un paso hacia adelante para frenar lo que se avecina, sorprende gratamente que el Cabildo de Gran Canaria anuncie para septiembre la reapertura de su Librería mientras el de Tenerife continúa sin saber qué hacer con ella. La Librería, me refiero.

¿Previsión?, ¿capacidad de trabajo y organización? La verdad es que lo ignoro pero la isla vecina se ha puesto las pilas mientras que la tiene enfrente sigue en babia, mirando a otro lado, simulando que está en otras cosas.

En fin, visto lo visto, y tal cómo ha reaccionado el Cabildo tinerfeño ante el cierre indefinido de su Librería, situada si no lo recuerdan en la avenida de las Islas Canarias, junto al antiguo cine Teatro Baudet y cerrada desde enero de este año primero por inventario, más tarde por el confinamiento y en la actualidad porque “no sabemos que hacer con ella“, el Cabido de Gran Canaria presentará en septiembre la nueva imagen de su librería coincidiendo con el 25 aniversario de su apertura, en abril de 1995.

Aprovecho pues este espacio para plantear la misma pregunta que planteé en este mismo espacio hace unas semanas: ¿Qué va a hacer el Cabildo de Tenerife con su librería? Si ha muerto definitivamente ¿a qué esperan para comunicarlo púiblicamente? ¿Existe, como se dice, un informe sobre su estado? y si es así ¿por qué no lo conoce la opinión pública?

Se rumorea ahora que el anterior director insular de Cultura, Leopoldo Santos Elorrieta, contaba con un informe que hizo llegar a la Consejera Insular del Área de Educación, Juventud, Museos, Cultura y Deportes, Concepción María Rivero Rodríguez, adscrita a ese partido que se hace pedazos, Ciudadanos, y que este informe debe seguir cerrado sobre la mesa de su despacho. Pero son rumores, palabras que agita el viento en una y otra dirección.

Sea o no verdad, la verdad objetiva es que la Librería del Cabildo de Tenerife continúa cerrada. Invito a que pasen delante de lo que fue y observen con atención la capa de suciedad que se va acumulando en la entrada. Así que ya podrían adecentarla un poco, dice uno que agita la mano en señal de despedida a otro espacio cultural que desaparece de la isla.

De momento, seguimos preguntando qué ha pasado con todos los libros que tenía dentro. ¿Dónde han acabado? Las informaciones que me llegan son contradictorias y algunas de ellas no quiero ni creerlas porque hablan de cenizas que agita ese mismo viento que comentábamos antes… A la espera de una respuesta concreta y coherente, no “el Cabildo de Tenerife no sabe qué hacer con la Librería”, nos replegamos a nuestros cuarteles de invierno con la intención, eso sí, de asomar la nariz cuando alguien tenga la decencia de aclarar la situación de un espacio que sigue siendo del Cabildo y por tanto de todos los tinerfeños.

Saludos, ¿continuará?, desde este lado del ordenador