Una estafa rápida y furiosa

Miércoles, Mayo 22nd, 2013

Las persecuciones y carreras de automóviles ha sido un tema recurrente en la historia del cine. Sin ánimo de resultar pesado, cualquier aficionado recordará los inolvidables cortometrajes cómicos de la Keystone Cops, y más recientemente y dentro siempre de las películas fabricadas en Hollywood, títulos que permanecen en nuestra memoria por sus espectaculares escenas de cohes como French Conection o Bullit. Sin olvidar, claro está, The Driver (Walter Hill, 1978) y Drive (Nicolas Winding Refn, 2011), en el que estas situaciones de alto riesgo se toman muy en serio, consiguiendo fusionar máquina y persona y que espectadores como quien ahora les escribe, que no sabe qué hacer con un volante entre las manos, sienta lo que debe ser un as de la carretera.

En los últimos años, sin embargo, el cine con automóvil ha degenerado en un discurso por la velocidad que preocuparía al mismísimo Marinetti. Lo escribo así porque ya no se trata de explorar la relación hombre-máquina, sexualidad en la que indagó el inquietante David Cronenberg en su aclamada Crash (1996) o Paul Haggis como metáfora de las relaciones humanas en Crash (2004), sino en contar historias (¿?) donde lo que importa es cuanta chatarra dejan los protagonistas diseminadas por la autopista.

Esta nueva vertiente, cuenta con sus clásicos, Los locos de Cannobal o La carrera de la muerte del año 2000, películas que si todavía sobreviven es porque no se tomaban en serio; color que desgraciadamente falta en las últimas producciones que llegan a los cines, todas ellas protagonizadas por actores cuyo nivel interpretativo se mide por el tamaño de sus bíceps, tías güenas y coches tuneados, elementos que se dan cita en la serie, son seis ya sus repetitivas entregas, Fast and Furious.

Este viernes, 24 de mayo, se estrena en salas este largometraje que dirige, es un decir, Justin Lin, con los mismos actores que han venido encabezando el reparto en sus anteriores capítulos, aunque en esta ocasión cuenta con el aliciente para el público nacido y/o residente en Canarias, ya que algunas de sus escenas se rodaron en localizaciones de Tenerife y Gran Canaria.

La película empieza de hecho en las Islas Canarias, concretamente en uno de los pueblos más bellos de Tenerife, Garachico, y varias de sus escenas de acción también se desarrollan, aunque sin determinar, en carreteras de esta tierra.

En este sentido, y confeso seguidor del cine de acción con automóviles incluidos, apunto que éste y no otro –es decir, que el filme se haya rodado en parte en el archipiélago– es uno de los escasos atractivos de esta cosa que dice ser una película y cuyo estreno en cine solo obedece a continuar explotando el filón Fast & Furious, serie que con el paso de los años ha ido estirándose como un chicle al que apenas le queda ya sabor a fresa.

Al margen de su insustancial guión, al margen de que este producto intente acariciar las megalomanías del universo Bond; al margen de que reúna todos los defectos del cine de acción de estos agitados y convulsos tiempos, no es que la sexta entrega de Fast & Furious sea una mala película, que lo es, sino que sorprende por su grado de estupidez para todo seguidor del cine de cuatro ruedas.

Conduce o muere” es el lema de los rápidos y furiosos. Así que muéranse de una puta vez es el pensamiento que no deja de rondarme por la cabeza mientras contemplo sus presuntas escenas de impacto, las de persecuciones a todo gas que están pésimamente rodadas y las peleas, casi siempre cámara en mano, alambicadas por un montaje que sufre el mal de San Vito. Huelga decir que no recoge en ningún momento el viejo y añorado espíritu de las cintas que hemos citado con anterioridad.

Esto me hace reflexionar que como producto de acción es un vehículo –¿cogen la ironía?– que puede frustrar a la legión de seguidores por este tipo de cine cañero, aunque soy consciente que existe otro público, ese que espera espectaculares colisiones aunque apenas se muestren por culpa de un velocísimo montaje, que se queda satisfecho con muy poco. Y si ese poco es una celebración del macarra reconvertido en pijo de asfalto, rodeado de cohes, música estruendosa y tías güenas, tanto mejor.

Vista con otra perspectiva, Fast & Furious carece de la ironía de algunos de sus ilustres precedentes, pienso ahora en la trilogía The Transporter o en las felizmente delirantes Crank, todas ellas protagonizadas por Jason Statham, un tipo que se ha metido a actor solo para ganar dinero –ahí su cameo final en Fast & Furious 6– y del que sospecho costernado ha quemado sus neumáticos para participar en productos como éste. Muy cotufero, sí, pero sin sal.

Los guionistas, que los hubo, no se rompieron la cabeza. Lo escribo para explicarme este despilfarro multimillonario que al menos, miremos su lado bueno, dio trabajo durante unos días a un puñado de habitantes de estas islas donde la palabra trabajo ya sabe a milagro. 

El sexto capítulo de Fast & Furious por contar, no cuenta nada. Pero no pasa nada, porque quien puso la pasta dedica este largometraje y sus capítulos precedentes a ese espectador que asocia cine con un cubo gigante de cotufas sin sal.

Puestas así las cosas, no sorprende que en boca de sus héroes/rebenques salgan frases tan chispeantes y con doble sentido como “es dura y tiene cabeza”; y que los protas, porque esta es una película de protas no de protagonistas, sean pedazos de carne con ojos. Carne moldeada gracias a muchas horas de gimnasio y acostumbradas –en la película– a salirse con la suya empleando indiscriminadamente la violencia.

Planteada en los últimos tiempos como filme de equipo, liderazgo que ocupa Vin Diesel que no es un mal actor cuando cae en manos de un cineasta con talento como Sidney Lumet (Find Me Guilty, 2006), y su mano derecha, el guaperas Paul Walker; la banda cuenta también con un inevitable graciosillo, de raza negra para más señas, así como de un asiático, otro negro experto en ordenadores y dos mujeres para redondear una familia que, en esta sexta entrega, se enfrentan a sus dobles en el que probablemente sea el mejor momento del filme, ya que en un arrebato de sinceridad paródica parece que hace guasa de su pobreza de ideas, lo que pone de manifiesto la inmensa tontería que es Fast & Furious.

Una película gruesa en el que los chicos rebeldes trabajan ahora al servicio de la ley –y no revelo nada nuevo de una cinta sin revelaciones y más estirada que un chile– personaje que encarna Dwayane Johnson, más conocido como The Rock, y víctima de las ambiguas burlas homo eróticas del negro que hace de gracioso.

Mientras contemplaba este desorden, agradecí no haber pagado el precio de la entrada ante lo que no es otra cosa que una estafa con todas sus letras.

Lo escribo así porque fui uno de tantos que se asistió al preestreno de este mismo martes, preestreno en el que no me cansé de observar como una pareja de tipos enchaquetados no cesaba de subir y bajar las escaleras de la sala vigilando y ordenando que se apagaran los móviles.

Tras superar la pesadilla, esa sensación terrible de estar perdiendo el tiempo, y dejando un día de margen para recuperarme de un visionado que me sabe a resaca monumental por beber agua de fuego, he llegado sin embargo a la conclusión que lo mejor de este preestreno fue ver a la pareja de Geyperman arriba y abajo en la penumbra mientras el público asistente aplaudía la primera escena de la película donde un cartelito nos advierte que estamos en las Islas Canarias, y escuchar un murmullo in crescendo cuando se observa a Diesel y Walker tomándose una Dorada Pilsen en plan “qué bueno es vivir aquí.”

La risa, no obstante, se hizo mueca cuando el mismo Diesel, en plan Mazinger Z, suelta entre buche y buche de cerveza lo relajado que es habitar en un sitio con tan buen clima y sobre todo sin ley de extradición.

Saludos, aún me duele la cabeza, desde este lado del ordenador.

Pasa la tormenta, una novela de Tomás Felipe

Lunes, Mayo 6th, 2013

“- ¿Te estas quedando conmigo?, ¿eh, godita…? ¿Te estás vacilando de mi…?

Yo me quedé petrificado, sin saber qué hacer. Algunas personas pasaban junto a nosotros sin prestarnos mayor atención, acostumbradas, sin duda, a escenas como esta. Nuria permanecía impasible, sonriendo como si tal cosa. Se me hizo un nudo en la boca del estómago. Joder, pensé a toda velocidad, mira que le dije que no abriera la boca…”

(Pasa la tormenta, Tomás Felipe, colección Serie Negra, Baile del Sol Ediciones)

Me sorprende y me divierte Pasa la tormenta, segunda novela que publica Tomás Felipe (Cádiz, 1957) en la que propone una curiosa visión futurista de Gran Canaria e isla en la que su protagonista, un abogado abonado a toda clase de sustancias excitantes y a la ingesta de enormes cantidades de alcohol, se ve inmerso en una trama de tintes negrocriminales que ha logrado atraparme y seducirme como lector.

Tomás Felipe tiene la capacidad de hacer creíble el territorio que toca, y con apenas dos o tres pinceladas dar verosimilitud a una isla, unas islas, cuyo futuro presenta tenebroso en una Unión Europea que ha reinstaurado la pena capital: “Imagino que habrás leído lo referente a los dos casos de pena capital desde que esta se reinstaurara en Europa, pero si se os ha olvidado algo, os refresco la memoria… El primer caso fue el de aquel mecánico de Avilés que mató a martillazos a su madre, a su esposa y a sus dos hijos para después irse tranquilamente a un centro comercial a ver una película, antes de entregarse a la policía. El segundo caso fue el de aquel fundamentalista cristiano que disparó desde su coche a toda una fila de alumnas del colegio musulmán de Tarragona mientras hacía cola a la entrada del mismo, matando a seis de ellas e hiriendo de gravedad a nueve más… En ambos, las perspectivas de la defensa insistieron en lo mismo, “trastorno mental transitorio”, en buena lógica claro, pues ¿quién en su sano juicio sería capaz de matar a sus propios hijos y luego irse a ver una peli? ¿Quién en su sano juicio mataría a sangre fría a un grupo de niñas solo por llevar un pañuelo en la cabeza? Pero el veredicto fue invariable, culpable. Y la sentencia también, muerte.”

En este escenario oscuro y pesimista, en el que parece que ya no cabe ninguna esperanza, es en el que se desenvuelve su protagonista, Ángel, un bala perdida pero de familia bien, a quien su bufete de abogados le encarga la defensa de un subsahariano acusado de matar a tiros a cinco personas en la obra en la que trabajaba como inmigrantes clandestino.

La Isleta transformada en una gigantesca prisión de máxima seguridad, helitaxis que sobrevuelan los cielos de una capital de provincia con insalvable problema de tráfico, barrios marginales como el de La Vega de San José donde no se atreve a entrar ni la misma policía y que maneja con mano de hierro un mafioso que se hace llamar Bin Laden son solo algunos de los elementos que utiliza el escritor para dar credibilidad a una novela cuya línea argumental crece en vez de decrecer, y en la que Tomás Felipe plantea siempre con un agradecido verismo una denuncia con todas sus letras a la explotación del hombre por el hombre. Realidad, viene a contar, que por mucho que evolucionemos tecnológicamente no significa que, como sociedad, progresemos moralmente.

Pasa la tormenta está narrada en primera persona por su protagonista, Ángel, un perdedor que, pese a su renuncia, pese a sus fracasos, no pierde la ironía a la hora de enfrentarse a la dolorosa vida diaria siempre y cuando tenga a manos sus pastillas milagrosas y a quien le encargan que asuma la defensa de un hombre, un inmigrante subsahariano, que es el principal sospechoso de un caso aparentemente perdido.

Contará a lo largo de su investigación con los servicios de una aguerrida periodista catalana, Nuria, y con un policía atractivo pero taimado, Pino, para evitar que el acusado del quíntuple crimen sea condenado a muerte. Y así, como en toda novela de género que se precie, el escritor nos irá revelando que no todo es lo que parece.

Tiene Pasa la tomernta además la capacidad de embrujar al lector, sobre todo en lo que podríamos considerar su segunda mitad, y consigue que leas atentamente sus páginas con el fin de averiguar cómo solucionará los diferentes cabos que va dejando sueltos a lo largo de sus páginas.

Y lo logra, porque en ningún momento Tomás Felipe se deja arrastrar por sus personajes, personajes que en todo caso pone al servicio de una historia que se caracteriza por su notable sentido de la acción y del tempo narrativo sin camuflajes estéticos ni estilísticos.

Le estoy agradecido así al autor por haber logrado conmoverme y emocionarme con Pasa la tormenta, título que entre otras pretensiones tiene el objetivo de entretener.

En este sentido, y partiendo de la base que me vale su estrategia como producto de entretenimiento, su autor va más lejos del simple hecho de hacer pasar un buen rato.

Quizá sea esto lo que explique que haya leído sus casi doscientas cuarenta páginas en apenas unos días, sorprendido por la atrevida propuesta que Tomás Felipe hace del género negrocriminal que en la actualidad se escribe en España, así como el que se conoce como de ciencia ficción.

Porque esta novela con atributos es, reiteramos, una inteligente fusión entres ambos géneros que a mi me recordó, aunque sean historias radicalmente opuestas, a El hombre demolido, la obra maestra de Alfred Bester, y título en el que el escritor norteamericano fusionó con clase y elegancia los tópicos más rabiosos de la novela policiaca con los de la ciencia ficción de su tiempo.

No creo así que Pasa la tormenta deje indiferente a nadie. En especial a aquellos lectores que se han curtido en lo que podríamos denominan como pulp fiction, literatura de bolsillo para todos los públicos en la que subyace mensajes con calado.

Tomás Felipe tiene además el atrevimiento, y sale muy bien de la experiencia, de introducir al lector en la cabeza del acusado para entender las razones que lo llevaron a cometer los asesinatos en tres de los capítulos más sentidos y profundos de esta novela cuyos efectos aún agitan mis neuronas mientras redacto estas líneas.

El autor narra toda esta aventura con una sencillez aplastante, e incluso se permite un final con cierto aroma de redención que deja buen sabor de boca. Describe además situaciones complejas con estilo y da, insistamos en ello, verosimilitud a un futuro en el que a triunfado la apariencia por encima de las formas.

(*) Tomás Felipe es autor también de Extraños en su mundo, novela publicada en la colección F&CF Fantasía y Ciencia Ficción de Ediciones Aguere e Idea.

Saludos, palabra de ualiu, desde este lado del ordenador.

La estrategia del pequinés, de Alexis Ravelo

Martes, Febrero 26th, 2013

En este mundo solo hay dos tipos de personas: los ganadores y los perdedores. Y tú y yo no somos ganadores. La gente como tú y como yo pierde siempre.”

(La estrategia del pequinés, Alexis Ravelo, Alrevés)

Alexis Ravelo ha escrito la novela que esperaba de Alexis Ravelo.

La estrategia del pekinés lo consagra así, y a mi juicio, como uno de los grandes narradores del género negrocriminal no solo en Canarias sino de la geografía nacional.

En este libro, trufado de perdedores y violencia feroz, el creador de Eladio Monroy da un paso más allá y sin la sombra de Monroy, cuenta una historia protagonizada por personajes que proceden del arrollo, buscavidas a los que casi todo les ha ido mal. Hombres y mujeres que forman parte del otro lado de la delgada línea roja.

El escritor grancanario nos pone sobre aviso nada más abrir el libro al reproducir una cita de esa obra hoy ya canónica del género como es El asesino dentro de mi, de Jim Thompson: “Una mala hierba es una planta que no está en su lugar. Si encuentro una amapola en un campo de trigo, es una mala hierba. Si la encuentro en mi jardín, es una flor… Está usted en mi jardín.”

Descubro leyendo La estrategia del pequinés a un escritor con una asombrosa capacidad para el desdoblamiento y un sentido del tempo narrativo que hace prácticamente imposible que el lector –ese ha sido mi caso– pueda dejar la novela a un lado y descansar de su nerviosa pero sobre todas las cosas creíble lectura.

La historia, como todas las grandes historias, crece con sus personajes hasta llegar a un final que no sé sí por dramático pero sí teñido de amarga redención me hace pensar que Ravelo además de escritor es un tipo con un curioso sentido lírico de la vida. Y de la justicia.

La primera parte es el relato de un atraco. Y mientras conozco el cómo se prepara la operación y el cómo se presentan a los protagonistas de lo que tiene que resultar un golpe perfecto porque va a ser ejecutado por profesionales, esas páginas saben a La jungla de asfalto, el clásico de W.R. Burnett llevado al cine por John  Huston solo que en La estrategia del pequinés el objetivo es el dinero que guarda en su casa un testaferro de la droga que trabaja en la capital Gran Canaria.

Es inevitable que piense en Burnett porque Las estrategia del pequinés contiene en sus capítulos finales algo de El último refugio, esa poética de la desesperación, de arañar lo inalcanzable que desconcierta y me hace ver otro ángulo de la producción narrativa de Alexis Ravelo.

Un escritor con aliento a clásico del género con todas sus putas letras.

Escrita con rabiosa precisión, precisión que se permite un lenguaje salpimentado de localismos canarios que dan mayor autenticidad a lo escrito porque esas palabras y expresiones no están forzadas sino que le salen de dentro, La estrategia del pequinés da un giro de noventa grados en lo que podríamos denominar como su segundo segmento en el que quizá intuyo al Jim Thompson de La Huida, solo que sus perdedores se encuentran en un territorio –la isla– rodeado de agua. Cárcel de la que parece imposible que puedan escapar pese a llevar encima el suficiente dinero para garantizar su retiro al paraíso.

En contra de las novelas de Monroy, la capital grancanaria ya no es un protagonista más del relato sino un paisaje que marca a sus protagonistas. La estrategia del pequinés podría desarrollarse así en otra ciudad porque en este título lo que importa son los personajes. Hombres y mujeres a los que dota de consistencia Alexis Ravelo.

Una curva les descubrió el perfil de la ciudad, que ya había comenzado a iluminarse, los barcos mercantes como ogros de metal oxidado dormitando frente a la bahía, el mar grisáceo que se encrespaba levemente aquí y allá. La luna, enorme y amarilla, se dejó acuchillar por una nube y volvió a aparecer.”

Resulta difícil escribir las sensaciones que me ha provocado este libro sin revelar algún detalle que pudiera traicionar el rumbo a través del cual se dirige una novela plagada de giros repentinos. Giros que son otras de las claves que hace tan atractivo este título en el que se revela además un escritor bronco y encanallado. Al que no le tiembla el pulso cuando describe momentos de extremada violencia así como no se  pone cursi cuando narra la crepuscular historia de amor y redención que palpita dentro de ella.

Solo puedo asegurarles, como lector leído del género, que La estrategia del pequinés no frustrará a nadie. Ni a los iniciados en la literatura negrocriminal ni a los que lleguen a ella a través de una novela que –apenas recorrido este 2013 que tanto promete en lecturas– a mi ha robado horas de sueño.

Tanto, que aún estoy noqueado porque aquí hay literatura de la buena además de buena literatura negrocriminal.

Se aprecia que La estrategia del pequinés es un vehículo perfectamente armado con ritmo deliciosamente cinematográfico.

Sus protagonistas se caracterizan por sus dobleces. Los villanos, que los hay y dan mucho miedo, resultan creíbles. Y los buenos, náufragos que descubren demasiado tarde que se han metido en una aventura que los supera.

Serán estos, sin embargo, los que se crezcan ante la adversidad, los que recurran a esa estrategia del pequinés que da título, nombre a esta historia.

Le vio el rostro, lleno de ese tipo de maldad que solo un par de décadas de ignorancia pueden llegar a producir. También le vio el tatuaje recorriéndole el cuello, la camisa embarrada de tierra y sangre, el chándal hecho jirones entre los cuales atisbó la fractura abierta en la tibia. Con mezquindad, le escupió mentalmente: “Menos mal que estás muerto, porque esto te hubiera dolido de cojones.”

Una historia sólida y convincente por sus retratos humanos en las que hombres que dejaron de delinquir hace años vuelven a lo que supuestamente saben hacer mejor por necesidad no necedad.

Ahí está El Rubio, un tipo grandote que necesita dinero para pagar la operación de su mujer; o Tito El Palmera, que hizo la mili en Regulares y hoy además de parado está separado de su mujer, y Cora, sobre todo Cora. Una prostituta con el corazón roto que ha adoptado ese nombre de guerra, Cora, por el personaje femenino de El cartero siempre llama dos veces.

Tras ellos se mueve una galería de excelentes secundarios como Junior, distribuidor local de cocaína; Larry, un abogado pijo que se encarga de recolocar el dinero negro que pertenece a una organización peninsular que lleva con mano de hierro el Turco junto a su segundo, apodado El Gordo y que quizá sea uno de los personajes más sobresalientes de esta, reitero, excelente novela que va más allá de un robo que no tuvo que haber salido así.

Detrás de este microcosmos se encuentra Alexis Ravelo, quien como un titiritero juega con ellos mientras el lector avisado, el que está quemado de haber leído tantas historias negrocriminales que no terminan de cuajar, se pregunta qué próximo golpe de efecto dará el escritor para continuar sorprendiéndolo tan gratamente con su La estrategia del pequinés.

Concluye así la novela con uno de esos finales que se te clavan.

La historia, como todas las buenas historias, se cierra con sabor agridulce.

Saludos, aún noqueado, desde este lado del ordenador.

N Negra de Arona: La primera balacera

Miércoles, Mayo 9th, 2012

Arona se ha cubierto de un manto de tinta negra desde este miércoles, 9 de mayo.

La escena del crimen se encuentra en la sala Guaza, del Centro Cultural de Los Cristianos, donde una serie de escritores y unos individios que más que apasionados son locos por el género, se encuentran reunidos para hablar de los que más le gusta –la novela negro criminal– y compartir experiencias, títulos y autores con otros sospechosos habituales a una literatura que, afortunadamente en Canarias, ha dejado hace ya mucho tiempo su inestable y caprichosa adolescencia.

Me tocó esta misma tarde hablar de la novela que considero fundacional de lo policiaco en Canarias: El caso del cliente de Nouakchott, de Jaime Mir Payá. Y se me fue el tiempo volando porque además del discurso, el público asistente contribuyó a aligerar la velada levantando las manos y formulando preguntas muy interesantes.

Además de la novela de Jaime, reeeditada el año pasado por Oristán y Gociano, se habló de libros, editoriales y la paradójica ignorancia literaria que tanto los que viven en esta isla, Tenerife, como los que habitan en la que tengo delante de mis narices, Gran Canaria, así como las otras cinco que navegan a la deriva igual que las dos capitalinas, tenemos de los que se hace a un lado y al otro de las fronteras marinas que nos separan.

Las conclusiones fueron, como pasa casi siempre, desalentadoras.

Tras la intervención, cogió el relevo el editor Ánghel Morales, quien presentó la úlima novela de Javier Hernández Velázquez, El fondo de los charcos (editorial Baile del sol), título en el que su autor además de recuperar la memoria del poeta Domingo López Torres, rinde un hermoso y emotivo homenaje a Santa Cruz de Tenerife.

Velázquez, autor también de Factotum, La identidad fragmentada y el libro de relatos Los días prometidos de la muerte, publicará pronto El sueño de Goslar, novela en la que la ciudad que lo vio nacer y crecer vuelve a ser protagonista.

En su intervención, el escritor que es una de las voces –tiempo al tiempo– más maduras y valientes no ya de lo negro criminal en Canarias sino de la literatura que se quiere escribir en Canarias, recordó la figura de López Torres y de la gente que hizo capaz, como el mismo López Torres, Gaceta de Arte y soltó cuatro verdades que si bien no sé si comparto,  tienen la audacia de haber sido lanzadas con aplastante sinceridad en unos tiempos donde la sinceridad es un valor que está a la baja.

Así, El fondo de los charcos es El fondo de los charcos además de por López Torres un libro con ambiciones reivindicativas en la que Hernández Velázquez pero también todos los que somos de su misma quinta manifestamos nuestro orgullo por pertenecer a unas islas en la que hace ya muchos años un grupo de iluminados demasiados adelantados a su tiempo conformaron lo que se conoce como facción surrealista canaria.

Pero es que el peso de esta facción, y el peso como influencia si quieren fantasiosa de lo que hicieron, es lo que está dotando de un corpus sin prejuicios ni venenosas veleidades a esta hornada –y la que está empujando– de narradores a este lado siempre inestable del Atlántico.

Y ahí radica su grandeza.

Y su mayoría de edad.

Y capacidad de riesgo y de querer llegar a otros mercados aunque su autor resida en estas entrañables cagaditas de moscas que son las islas Canarias.

La N Negra de Arona continúa este jueves, 10 de mayo, con las intervenciones de Alexis Ravelo y José Luis Correa. El primero intentará desentrañar las claves del Noir Isleño a las 16.30 horas. El segundo presentará a las 17.30 la última novela protagonizada por su detective privado Ricardo Blanco, Nuestra Señora de la Luna.

Cuando el humo de la pólvora se disuelva en la sala Guaza del Centro Cultural de Los Cristianos intervendrá Antonio Lozano, quien dará a conocer La sombra del minotauro, novela en la que recupera al investigador José García Gago.

Saludos, bang, bang, bang, desde este lado del ordenador.

Solo veo muertos: ¡¡¡Ahora Frank Braña!!!

Miércoles, Febrero 15th, 2012

En lo que llevamos de 2012 han dejado de estar entre nosotros –los que aún nos empeñamos por estar vivos– un variopinto puñado de artistas e intelectuales. Veo, entre los muertos, al actor Ben Gazzara, al cineasta Theo Angelopoulos, a las cantantes Whitney Houston y Etta James, al pintor Antoni Tàpies, a los críticos literarios Miguel García-Posada y Carlos Pujol, a la poeta y premio Nobel, Wisława Szymborska y al filósofo Paolo Rossi, entre otros tantos que, seguro, alguno se me escapa.

Uno de los últimos en coger el tren que inevitablemente nos lleva a vía muerta ha sido Frank Braña (Francisco Braña Pérez, Pola de Allande, Asturias, 1934-Madrid, 2012), un nombre que probablemente no les sonará de nada a quienes ahora puedan leerme pero que para quien les escribe ocupa un rinconcito privilegiado en su memoria cinéfila, curtida en cines de reestreno y pases televisivos de cuando la tele era en blanco y negro.

Frank Braña fue lo que se conoce como un actor secundario. Pero un actor secundario en los que te fijabas. Es decir, que junto a la estrella, Braña se dejaba ver. Tenía algo –presencia–  que evitaba resultar quemado por el resplandor del astro de turno.

Los aficionados al espagueti western como quien les escribe guarda grato recuerdo de la presencia de Braña en películas como Por un puñado de dólares, El bueno, el feo y el malo y Hasta que llegó su hora, de Sergio Leone. También se le puede ver en la formidable El halcón y la presa de Sergio Sollima y en las entretenidas–aunque lamento decir que hoy estrafalarias–cintas de aventuras Viaje al centro de la Tierra y Misterio en la isla de los monstruos, ambas adaptaciones muy libres de novelas de Julio Verne; así como en la inclasificable y francamente hortera Supersonicman, de ese pedazo de visionario que fue Juan Piquer Simón, director que volvería a contratar sus servicios en la descacharrante y lejanamente lovecraftiana La mansión de Cthulhu. Una cinta solo recomendable para los aficionados a la obra de Ech-Pi-El.: con muchas ganas de echarse unas risas.

Braña, que nació en Asturias y que antes de hacerse actor conoció que las entrañas de la tierra no tienen nada de poéticas porque trabajó en ellas como minero, también fue uno de esos actores de reparto a los que recurrió José Antonio de la Loma en varios de sus filmes.

Evoco, de rodillas y rezando el Santo Rosario, su presencia fugaz en Perros callejeros, Metralleta Stein y Timanfaya (amor prohibido), una película rodada en Canarias, tierra por la que Braña sintió debilidad.

Timanfaya no es, sin embargo, uno de los mejores trabajos de su director. El inquieto, el nervioso, el hombre que quiso rodar cintas de acción imitando el modelo estadounidense José Antonio de la Loma. Y apuntamos que no se trata de una de las mejores películas del irregular cineasta porque no era hombre que se manejara muy bien con las historias de amor.

Y Timanfaya lo es.

Un triángulo trágico que quiso ser una historia de amor.

Entre los escasos méritos de Timanfaya (amor prohibido) cabe destacar que fue la primera película en la que debutó la maltratada estrella del destape Nadiuska (por aquel entonces Nadjuschka para darle mayor exotismo a su belleza felina) y una mujer por la que siento debilidad perruna ya que estamos con símiles animales: Patty Sheppard. Braña es un secundario más, aunque eso sí, aporta su presencia inquietante… Esas que unos dicen llena pantalla.

No sé si Braña llenaba pantalla, pero como espectador sí que puedo afirmar que tus ojos irremediablemente reparaban casi siempre en él. Aunque no dijera nada. 

Pienso así que algo tenía este buen hombre al que se le puede ver también en Rey de Reyes que no es, precisamente, una de las mejores películas de Nicholas Ray.

Braña vivió los últimos años de su vida en la playa de El Veril (Gran Canaria) aunque falleció a los 77 años de edad en Madrid.

Se da la extraña paradoja que la próxima semana, el 24 de febrero, iba a cumplir los 78. Al final la señora de la guadaña fue más rápida sacando el revólver. El mismo revólver que Braña supo desenfundar y enfundar en tantos espaguetis western.

Descanse usted en paz, señor Braña.

Y muchas gracias por ser el secundario que fue.

(*) Frank Braña es el hombre con sombrero y pipa colgando del labio en la primera imagen que ilustra este post.

Saludos, solo veo muertos, desde este lado del ordenador.

Harakiri

Jueves, Febrero 9th, 2012

Vivimos en unas islas de infeliz ignorancia. Todas navegan en direcciones diferentes,  lo que ha hecho que los que  residen en una les importe un carajo lo que suceda en la otra. Y así vamos, observando como pasa la historia. Una historia en la que lo único que nos une es una infatigable capacidad para morder al que tenemos al lado.

Esta tendencia enfermiza, que se multiplica por eso que llaman pleito insular, se materializa en el curso natural de nuestra existencia con pasmosa frecuencia. Y se emplea a modo de catarsis burlona en una fiesta, los Carnavales, con la que mantengo un discreto divorcio desde hace años.

Lo escribe alguien que es víctima de la toma de la calle por la masa disfrazada y juerguista. Que escucha resignado –mientras intenta aislarse en su casa de la tenebrosa realidad que se va apoderando a su alrededor– los gritos y las canciones desafinadas de un grupo de borrachos que, ya es inevitable en estas fechas, acaban de amanecida cantando el me gusta la bandera con acento aguardentoso.

Igual de aguardentosa me parece la última polémica en la que se ha visto envuelto el área de Cultura del Gobierno Canario que no da para sustos en este 2012.

La denuncia procede, en esta ocasión, de La Asociación Amigos Canarios de la Ópera (ACO), que asienta sus reales en la vecina isla redonda, y colectivo que exige a través de una carta pública que se “aclare con suma urgencia cuánto, cómo y cuándo se va a hacer efectiva la subvención del Gobierno de Canarias a la Temporada de Ópera de Las Palmas de Gran Canaria Alfredo Kraus,” ya que su continuidad “está en peligro”.

La ACO necesita pasta.

Y como que,

que no hay pasta.

O sí que pudo y puede haber pasta –entiende uno– tras leer las contradictorias declaraciones que tanto el viceconsejero, Alberto Delgado, y su jefa en cosas culturetas, Inés Rojas, han derramado sobre el asunto.  Así que si se lee con atención las noticias, parece que la segunda ha puenteado a su presunto hombre de confianza –que es el primero–  en este problema de todo por la pasta.

La ACO, incendiaria, advierte, que como siga este lío de yo dije diego pero la que tengo encima me responde lo contrario, “este Gobierno pasará a la historia con el honroso título de haberse cargado una actividad cultural de 45 años de vida, con un gravísimo perjuicio a la ciudadanía de Gran Canaria”.

Por lo que zas, el tenebroso espectro del pleito insular vuelve a instalarse en las nunca calmadas aguas que separan a unas islas de las otras.

Rojas, la consejera, ha hecho saber rápidamente que este viernes, 10 de febrero, mantendrá una reunión con los amigos de la ópera.

La pregunta que planea en el aire es si en ese encuentro estará Alberto Delgado.

Planteo la cuestión porque los de la ACO lamentan que el viceconsejero haya dejado caer que esto de la ACO es un grupo de particulares que trata de divertirse a expensas de fondos públicos. Así lo aseguran los aficionados a la ópera en el escrito.

Con la que le está cayendo a Delgado no creo que nadie le gustara estar en su pellejo.

Primero le recortan el presupuesto de Cultura, segundo le protesta parte del sector al que tanto contribuyó a alimentar constituyendo lo que llaman un Gabinete de crisis y tercero lo ningunea su propia jefa probablemente por orden del jefe supremo.

Ya saben, Paulino Rivero.

Ese hombre.

Si yo fuera Alberto Delgado los dejaba a todos colgados. A los de la ACO, a los ingratos del Gabinete de crisis, a Inés Rojas y a ese hombre. Estaría hasta la mismísima coronilla de que me estuvieran torpedeando por casi todos los lados para concluir que, efectivamente, cualquier tiempo pasado fue mejor.

Los de la ACO tiran a dar en su escrito.

Están temerosos de que se queden sin ópera no sé si Gran Canaria o ellos mismos. Brrrrr, qué viruje.

Queremos pasta, grita la panda y, en un ejercicio de inocencia patibularia, escriben: “no entendemos que diga el señor viceconsejero que no hay dinero para la ópera, cuando sí lo hay para otras actividades culturales y todo parece que se trata de una venganza personal del señor viceconsejero.”

O lo que es lo mismo, para los de la ópera Alberto Delgado se ha transformado en Berto el Malo ya que, destacan sin que se les caigan los anillos de los dedos ni las peinetas encima de la cabeza, Berto quiere  vengarse “por haberle demostrado ACO, con informes técnicos irrebatibles redactados en 1990 y actualizados en 2010, la imposibilidad de coordinar una misma temporada de ópera en ambas capitales.”

Y ah, viejo, ahí está otra raíz del problema con estos amigos de la ópera.

O lo que comentábamos al principio, que cada isla quiere seguir yendo a su puta bola.

En fin.

No sé de lo que hablarán este viernes con la Rojas, doña Iñés que no es roja sino solo de apellido. La pregunta, como apunté antes, es si en esa reunión estará presente Alberto Delgado.

Los de la ACO por lo pronto piden un pronunciamiento de Inés Rojas.

O lo que es lo mismo, del hombre.

De ese hombre.

Así que tal y como están las cosas, entendería perfectamente que Alberto Delgado se hiciera el harakiri.

En el fondo siempre sospeché que tenía vocación de samurái.

Solo que hoy se ha convertido en un ronin, o en un samurái sin amo al que servir.

Saludos, esto es cosa de locos, desde este lado del ordenador.