‘Lo guanche’ victorioso

Martes, Julio 12th, 2011

El pasado aborigen en las islas es un capítulo de la Historia de este archipiélago que todavía desata extrañas pasiones. Al margen de los trabajos entusiastas realizados por algunos arqueólogos aficionados y los estudios defendidos por la Universidad de La Laguna, lo guanche (por generalizar a los primeros pobladores de Canarias) continúa empleándose con demasiada facilidad para justificar una serie de posiciones que, a juicio de quien les escribe, le parecen bastante neolíticas.

No obstante, admito que lo guanche es un asunto que me interesa aunque no me quite el sueño la información dispersa que tiene en su cabeza en torno a quienes fueron aquellos hombres y mujeres aplastados por la fuerza demoledora de un imperio que, en aquel entonces, apenas estaba en ciernes.

La última novela del escritor Juan-Manuel García Ramos, El guanche en Venecia, plantea una curiosa reinterpretación de lo guanche al imaginar un episodio del que apenas teníamos noticia los no iniciados: el legendario mencey de Taoro, Bencomo, fue regalado por los Reyes Católicos al dux de Venecia como una “exótica criatura capturada en tierras tan lejanas como confusas.”

Partiendo de tan atractiva premisa, García Ramos reconstruye en la segunda parte del libro la historia de Bencomo en la ciudad de la laguna con gran pericia narrativa. Destacando el asombro del indígena ante la poderosa Venecia del siglo XV.

Pese a todo, creo que se hace mal intentar vender El guanche en Venecia como novela histórica al uso ya que en todo caso es un relato que toma a la Historia como marco. En este sentido, mi apreciación como lector nota muy en falta objetividad en la narración de los hechos reales y ficticios que se cuentan. Y ello pese a la distancia literaria que el narrador intenta mantener a lo lago de toda la obra, escrita en tercera persona.

El guanche en Venecia resulta así una novela de buenos y malos. O mejor, de un bueno, Bencomo, y un malo, Alonso Fernández de Lugo. Su Némesis.

Juan-Manuel García Ramos ha explicado que empleó este recurso porque quiso contar una historia desde el lado de los vencidos, los guanches. Y si bien no cae en la idealización ingenua de los narradores canarios que a finales del XIX forjaron el mito guanche que todavía hoy acompaña a buena parte de la sociedad canaria (esa entendedera de que lo guanche fue, en esencia, el roussoniano mito del buen salvaje), su ficción pedía cierta imparcialidad ante unos hechos que, guste o disguste, han terminado por configurar las grandezas y miserias de esta desvertebrada comunidad autónoma.

Al leer El guanche en Venecia he tenido la sensación de que Bencomo y Fernández de Lugo eran las dos caras de una misma moneda.

A fin de cuentas, ambos personajes no dejan de ser víctimas de sus sueños. Uno al añorar su isla desde su forzado exilio, y el otro al comprender que nunca podrá tener los éxitos y riquezas que reclama en ese territorio que conquista y quiere depredar, pero que carece de oro y solo tiene hombres y mujeres con los que poder pagar en forma de esclavos a quienes han financiado su aventura.

En este aspecto, creo que para tener una perspectiva independiente de aquellos instantes tan trascendentales para la historia del archipiélago es necesario contar ya con una biografía de Alonso Fernández de Lugo. Un personaje que no deja ser un producto de su tiempo. Un hombre de armas ambicioso y algo letrado. Es decir, que Fernández de Lugo podría ser el prototipo de aquellos tantos aventureros que marcharon años después a las Américas para hacerse un nombre. Y un nombre, en aquellos tiempos violentos, solo era posible escribirlo con sangre.

La primera parte de El guanche en Venecia comienza como un entretenido relato de aventuras bélicas donde García Ramos describe algunas de las batallas que se libraron entre guanches e  invasores en la isla de Tenerife.

Este capítulo está narrado con mucho nervio y empuje: “La primavera se había apoderado de la isla. Era mayo de 1494. Bencomo ignoraba ese calendario. Se regía por los ciclos del pastoreo de trashumancia, las sequías, las lluvias y las nieblas, los tiempos estables.

El primer combate se consumó  en medio de cortes abruptos de terreno, de bosques difíciles de transitar por los caballos soberbios y sus jinetes ventajosos., los generales indígenas eran Bencomo y Tinguaro, Bencomo de frente, Tinguaro ordenando las fuerzas apostadas en los riscos. Eran tres mil hombres y sabían lo que se jugaban en ese enfrentamiento.”

La primera batalla, como es sabido, es una victoria para los guanches. No pasará así con la segunda, en la que escribe García Ramos: “Se dice que Bencomo también ha fallecido, pero en el reencuentro de los en fuga en las inmediaciones de los bosques de Acentejo, Bencomo camina ayudado por Bentor, está mal herido, pero Bencomo vive y reorganizará a los suyos, tan sólo sea para firmar una paz menos humillante con Fernández de Lugo y sus lacayos, entre ellos Fernando Guanarteme, comisionado por Lugo para intermediar con el mencey de Taoro.”

Hecho preso finalmente Bencomo, comienza el periplo del mencey de Taoro por tierras de Europa.

El guanche en Venecia tiene un poco de todo, aunque apenas tantea ese poco de todo. A ratos tiene aliento épico, en otros de intriga palaciega. También deja rastro de novela de aventuras aunque el pilar en el que descansan estas ramificaciones –que su autor imagino que conscientemente apenas tantea– es la venganza. Una venganza que no tiene ecos dumasianos sino más bien la de reivindicar la victoria final de Bencomo (lo guanche)porque, reitero, El guanche en Venecia es ante todo una novela donde el que fue humillado y ofendido (lo guanche) es al final el vencedor amargo bien es verdad de la historia. Su historia.

Al margen de los dos protagonistas casi absolutos del relato se mueven una serie de secundarios entre los que destacaría a Beatriz de Bobadilla, que es otro de esos personajes que pide a gritos una biografía. García Ramos la retrata como una mujer endurecida y adelantada a su tiempo.

A modo de conclusión solo puedo decir que, pese a sus limitaciones, El guanche en Venecia es un relato, más que novela, que gusta al ser leída. Y si bien hay situaciones y protagonistas que, a juicio de quien les escribe, exigían mayor densidad, no decepcionará a los que busquen una fabulación ora brillante, ora desigual, de un mundo perdido que permite toda clase de licencias, entre ellas la existencia de buenos y malos.

Saludos, solo sé que soy ciudadano del mundo, desde este lado del ordenador.

¿Narrativa canaria? Muy bien, gracias…

Martes, Junio 28th, 2011

No deja de sorprender que, pese a la dichosa crisis, uno descubra en la estanterías de las librerías títulos escritos por gente de aquí no ya editados por editoriales también de aquí sino de fuera.

Recientemente se han presentado, entre otros, Erich el zurdo, de Domingo Luis Hernández, El guanche en Venecia (me comentan que ya se ha agotado la primera edición y que está en prensa la segunda), del profesor Juan Manuel García Ramos; Los tipos duros no leen poesía, de Alexis Ravelo y La casa de las flores rotas, de Juan Andrés Herrera, primera novela de su autor que a este que les escribe no le ha dejado para nada indiferente.

Tras el paréntesis vacacional, se anuncia la publicación en septiembre de los últimos trabajos literarios de José Luis Correa (Murmullo de hojarasca) y Cristo Hernández (Biografía reciclada de Manolito Camborio) dentro de la colección Generación 21, y en Baile del Sol la novela El fondo de los charcos de Pedro Javier Hernández Velázquez, títulos de los que ya nos hicimos eco en un post anterior.

Me informan que en octubre y en la colección Generación 21 se publicará  una novela de JRamallo que, a tenor de lo que me han soplado los que han tenido la suerte de leerla, promete.

Nuestro escritor especializado en fantasía y ciencia ficción Víctor Conde volverá a publica una vez más con Minotauro-Planeta. Se trata de Hija de lobos, relato sobre licántropos y Víctor Álamo de la Rosa tras reeditar El año de la seca con Tropo Editores, repite con la misma editorial pero ahora con un libro de relatos: Mareas y murmullos.

En Tropo Editores también se dará a conocer La trama del arquitecto, de Juan José Delgado mientras que Antonio Lozano –que presenta el próximo viernes 8 de julio en la lagunera librería Mistério la nueva edición que la pequeña pero valiente editorial Zech ha hecho de Harraga, novela que se publicó por primera vez en 2002– espera que Almuzara ponga a la venta precisamente en julio La sombra del minotauro, una historia que transcurre en Gran Canaria y en la que relata el sórdido mundo de las mafias que trafican con mujeres.

Para iniciados en la obra de autor, informar que La sombra del minotauro es la segunda (y eperadísima por los aficionados) entrega de la serie sobre el detective José García Gago que inició su autor con Preludio para una muerte.

Y sí, lo sé… No he mencionado a ninguna mujer.

Saludos, no están obviamente todos los que están, desde este lado del ordenador.

Todo cambia para que no cambie nada

Viernes, Junio 25th, 2010

Asisto al acto de la presentación de la última novela del escritor tinerfeño Víctor Álamo de la Rosa, que tiene lugar el viernes 24 de junio en el Espacio Cultural CajaCanarias. Mucha gente, muchas caras conocidas… El título, La cueva de los leprosos, uno de cuyos ejemplares tengo ahora justo al lado del ordenador, esperando a que lo lea. Hasta el momento sólo he podido echarle un vistazo, mirarlo por encima. El volumen ha sido editado en la colección La Caja Literaria.

A Víctor Álamo lo conozco desde hace ya varios años. Fue por mediación de un colega común, un poeta.

Confieso que no soy un lector enganchado a su literatura pese a que tuve la suerte de conocerlo cuando comenzaba su carrera como escritor a raíz de la publicación de su libro de relatos Las mareas brujas y el frustrado intento de que algunos de sus cuentos se tradujeran en forma de tebeo. Sin embargo, y de aquel primer intento hasta hoy, Víctor ha ido macerando una bibliografía en la que se mezclan novelas, cuentos, poesía, libro de entrevistas (para quien le escribe su encomiable Escritores en su tinta), historias  infantiles y también poesía.

Con esto quiero decir que nuestro escritor más traducido (me imagino que tras Alberto Vázquez Figueroa) según  el también escritor Juan Manuel García Ramos, si se caracteriza por algo es por su desarmante empeño y capacidad de trabajo que en la mayor parte de los casos se inspira en Isla Menor (trasunto literario de El Hierro), una especie de territorio mítico al modo de Macondo o Comala.

Ahora que tengo su última novela ante mis ojos no sé si agradecerle o más bien reprocharle a García Ramos que en la presentación del pasado viernes reventara el hilo argumental de la misma. No obstante, me preocupé de tomar algunas notas de los que dijeron los intervinientes con el objeto desinteresado de que a algunos de los que puedan recalar en este post se animen a hacerse con la última obra de su autor.

Para el ya citado García Ramos, lo que ya podemos considerar como ciclo  Isla Menor revela “una obsesión geográfica” por definir el mapa de este espacio inexistente pero que sin embargo existe (El Hierro), así como por su indagación en lo que el profesor denominó como “las cinco plagas bíblicas” que plantean estas cinco novelas: la represión franquista, descrita en El Humilladero; la sequía, que aparece en El año de la seca; la II Guerra Mundial, telón de fondo de Campiro que; la inmigración, uno de los argumentos a partir del cual gira Terramores y ahora la enfermedad con La cueva de los leprosos.

Según García Ramos “la historia la condiciona la geografía y los personajes”, y en el último trabajo de Álamo de la Rosa –a su juicio– lo primero se convierte en metáfora del infierno en la tierra a través de sus protagonistas.

El único problema que le encuentra Juan Manuel García Ramos a ese mundo fabulado que no lo es y que Víctor Álamo conoce como Isla Menor es que se agote en la imaginación de su autor. Pese a todo, destacó que el escritor con estos cinco libros ha sido capaz de “inventar su El Hierro particular”, lo que lo sitúa junto a Juan Pedro Castañeda, como uno de los dos grandes novelistas de la Isla del Meridiano.

Para el también profesor Juan José Delgado –de alguna manera el mentor literario del escritor Víctor Álamo– el universo novelístico del autor de La cueva de los leprosos es “recurrente” por lo que sus anacronismos sirven para adentrarse en los fundamentos del mito que siempre es atemporal.

Juan José Delgado resaltó también el tema de la insularidad en la obra de Álamo de la Rosa, y que en La cueva de los leprosos pone de manifiesto al modo de cronotopos de la insularidad que definió como “espacios que tienen dimensión y que se manifiestan en la conciencia del narrador”.

“La isla como conflicto, como una prisión. También como un reducto donde se generan pasiones salvajes que se atenúan en otro cronotopo: el poético, al representar la isla como una mujer”.

Víctor Álamo fue el encargado de cerrar el acto con un sencillo y emotivo homenaje a quienes han contribuido a que esta novela (gestada en 2007) haya salido a la luz, y leyó un fragmento de la misma.

No me quedé al copeteo final habitual en estas presentaciones, pero sí tuve la sensación de que este tipo de actos continúan caracterizándose por una rigidez que no hay prueba del tiempo que lo someta. Llevo muchos años asistiendo a presentaciones de novelas, ensayos, poemarios, y todas ellas son iguales aunque sus protagonistas sean diferentes.

Me pregunté mientras llegaba a mi casa si eso puede ser o no, uno de sus encantos. En su favor está que parece que los años no han pasado, y que de alguna manera continúo siendo el mismo cretino de ayer. En su contra, que me inquieta ese inmovilismo y ver casi siempre a los mismos cretinos como yo mucho más viejos. Los ausentes, los que no estuvieron, probablemente ya estén bajo tierra.

Esa sensación extraña me sabe como a otra dosis diaria del cianuro que consume nuestra existencia por aquello –ya tan manido– de que hay que cambiar algo para que nada cambie.

Y este viernes tuve la desagradable sensación de que, efectivamente, todos hemos cambiado para que no cambie nada.

Saludos, intentando mirar al Sol para comprender lo que nos pasa, desde este lado del ordenador.