Por razones que sí vienen al caso he tenido abandonado el blog durante dos días exactos. Y apunto lo de razones que sí vienen al caso porque mi conexión con Internet se me ha caído en varias ocasiones pero sobre todo porque todo este tiempo lo he aprovechado para viajar a África sin salir de Canarias, que también es África para quien no se haya enterado.
Así que mientras escribo estas líneas tengo la sensación no sé si de ser un hombre nuevo, pero sí un tipo con una renovada amplitud de miras para observar mis realidades y alrededores.
El Salón Internacional del Libro Africano (SILA) y el Encuentro de Editores en Canarias se celebró este año — hoy domingo clausura–, en el Castillo de San Felipe del Puerto de la Cruz, ciudad en la que del 24 al 27 de septiembre se ha vuelto a oír hablar en francés, inglés, portugués y español pero con acentos diferentes y diferenciados. Por eso, son muchas las sensaciones que se agolpan en mi cabeza mientras intento escribir una crónica de urgencia sobre esta gratísima experiencia, así que permítanme que les asegure que he tenido la sensación de estar en otro mundo. O un limbo que no era Tenerife ni Canarias porque me ha dado la oportunidad de asistir a encuentros, mesas redondas, presentaciones de libros y diálogos donde algunos de los más destacados representantes de las editoriales y escritores africanos han debatido junto a editores y escritores canarios y peninsulares de una literatura como es la africana que todavía –y ojalá SILA consiga lo contrario— continúa siendo demasiado desconocida en España y en esta región desestructurada y cada día más canalla como es Canarias.
Regreso a Santa Cruz de Tenerife con una maleta repleta de libros, direcciones y teléfonos que me apresuro a anotar en mi agenda, y algo tarumba también por haber vivido en esta que es mi isla una experiencia tan grata culturalmente hablando.
He tenido la oportunidad, además, de perfeccionar mi olvidado portugués con amigos de Cabo Verde, Guinea Bissau, Angola o Mozambique, así como la de darme cogotazos en la cabeza por no haber estudiado francés (ruego a los dioses que se mejore las traducciones simultáneas en futuras ediciones) cuando los que intervenían eran editores y escritores de Congo, Mali o Senegal.
Y es que gracias a SILA me he encontrado con amigos con los que he pasado el tiempo hablando de esa cosa que tanto nos gustan como son los libros.
Pese a contar con un presupuesto de risa, la organización ha logrado lo que parecía imposible, que una producción de serie Z pareciera de serie A, y todo eso sin perder el tiempo en tontas divagaciones sino cogiendo al toro por los cuernos gracias a una cuidadosa y muy estudiada selección de invitados. Regreso a mi cada días más muerto Santa Cruz con la extraña sensación de ser algo más sabio, y sobre todo sin la mosca detrás de la oreja porque así es como deben de hacerse las cosas cuando se diseñan encuentros de estas características: estar presentes todo el rato. U orquestando con una aparente sencillez, pero me consta compleja mano maestra, a que todo saliera con la misma precisión de un reloj pero sin su implacable y matemática perfección.
Esta ha sido la razón verdadera de que no haya actualizado el blog estos días. Días que han sido de auténtico y poderoso aprendizaje. Días en los que por una vez ya no cuentan las horas sino el intercambio de ideas y la reflexión.
No he dejado de pensar todo este tiempo el papel fundamental que puede jugar el archipiélago para promocionar hoy la literatura africana, pero quizá también mañana su cine, su plástica, su música… Si a lo largo de todo este tiempo se nos ha intentando convencer a los canarios que el archipiélago ha jugado a ser una especie de puente entre España y Latinoamérica, ya va siendo hora que nuestro ilustre (aunque mucho me temo que poco ilustrado) Gobierno de Canarias se dé cuenta de una vez que África existe no sólo como plataforma donde hacer negocios con dictadores cuyas manos están manchadas de sangre sino como puente (digámoslo así) de promoción de su intenso motor cultural. Tan fuerte y nuevo que es capaz de hacer mover montañas.
Escuchar a escritores y editores como Donato Ndongo, Tassadit Yacine, Landry-Wilfrid Miampika, Hamidou Konate, Waldir Araujo, Justo Bolekia, M’bouh Seta Diagana, Henri Lopes y Jacques Dos Santos, entre otros, ha sido un regalo cultural que a mi edad (y no me tiren más de la oreja cuando me pongo en plan abuelito Cebolleta) no esperaba, francamente. Y mucho menos en una isla, en un archipiélago, que salvo honestas iniciativas como el SILA, es tan poco dado a dar Cultura como debe darse la Cultura: a través del diálogo, el intercambio de opiniones y de experiencias.
El escritor y editor Manuel Pimentel puso la noche del sábado el dedo en la llaga durante su intervención en una mesa redonda en la que compartió palabra con los también escritores Antonio Llaguno y Pablo Martín Carvajal, al señalar que “Europa siempre ha visto África como un continente sumido en el dolor. Experiencias como SILA quizá puedan demostrar que se trata de un territorio con un profundo y visionario dinamismo cultural”.
Y de eso se trata. Y SILA, pese a su raquítico presupuesto, lo ha conseguido con creces.
Saludos, notablemente entusiasmados, desde este lado del ordenador.