La primera novela que leí de William Boyd fue Un buen hombre en África. La encontré en una edición de bolsillo a precio de saldo y la adquirí en una de esas etapas de tu vida donde apenas te llama la atención los libros que leen otros.
Un buen hombre en África fue un descubrimiento fortuito, como tienen que ser todos los descubrimientos: casuales, sin guía. En ese libro encontré una manera de contar la catástrofe con la sombra agitadora del humor. La de la risa como fórmula para tomarse en serio las cosas.
Entre otras cosas, se trata de una novela elegante y muy satírica sobre la presencia británica en tan castigado como explotado continente. También de un personaje legendario: el diplomático de tercera Morgan Leafy, quien en manos de Boyd se transforma en una especie de Peter Sellers pero en versión cínica y amargada.
Hay una película basada en esta novela, pero como suele pasar con las adaptaciones al cine no le rinde justicia a la obra. Una obra con la que me reí bastante. Un libro de esos con los que sueltas la carcajada. Una risa desternillante que rompe el silencio de tu casa y logra que te reconcilies contigo mismo.
Boyd, que nació en Ackra (Ghana), retrata muy bien el desarraigo de su protagonista, un antihéroe desastroso y canalla al que todo puede irle peor. El desarraigo es también la clave de la segunda novela del escritor que cayó en mis manos: Barras y estrellas, o el relato de un inglés tímido en los Estados Unidos.
Barras y estrellas es una novela donde el humor es clave, aunque el personaje carece, a mi juicio, de la fascinación de Morgan Leafy. Cuenta de todos modos con excelentes momentos de comedia, algunos de los cuales se reflejan bastante bien en la película Un señorito en Nueva York (Pat O`Connor, 1988) protagonizada por Daniel Day-Lewis.
El escritor es también autor de dos novelas de espionaje irregulares: Las aventuras de un hombre cualquiera y Sin respiro, ambas editadas en español por Alfaguara. Quiero pensar que estas dos novelas han sido una de las razones por la que los herederos de Ian Fleming lo han contratado para que escriba una nueva aventura sobre el agente secreto James Bond tras las comercialmente rentables La esencia del mal y Carta blanca, de Sebastian Faulk y Jeffery Deaver, respectivamente.
Boyd también exploró la novela histórica en Como nieve al sol, uno de sus títulos más recomendables aunque su final no resulte redondo. Como nieve al sol se desarrolla en África en 1914 y es una descarnada novela antibelicista en la que el escritor cuenta varias historias, entre otras la de Felix Cobb, un joven inglés de buena familia que desprecia profundamente todo lo relacionado con el ejército pero al que un desdichado romance obliga a que participe en la guerra.
Como nieve al sol es también una novela de humor. Pero de un humor que hace digerible el horror de ese aún poco conocido conflicto que enfrentó a alemanes e ingleses por un pedazo del África occidental. A quien esté interesado en este tema le recomiendo el filme Noirs et blancs en coleur, primera película del cineasta francés Jean-Jacques Annaud.
Otro título a destacar de Boyd es Las nuevas confesiones, novela que junto a Un buen hombre en África es para mí lo mejor de la producción de este prolífico y bien traducido al español escritor. Las nuevas confesiones propone las memorias de un director de cine, John James Todd, a través de cuyos recuerdos se nos muestra la historia del siglo XX así como del arte que le dio registro visual: el cine. También trata el libro sobre el desarraigo y de los sueños frustrados.
Novela ambiciosa e inteligente, Las nuevas confesiones rinde homenaje a las Confesiones de Rousseau, libro que como retrato –con todo lo parcial que se quiera– de una época, la Ilustración en Francia, aún continúa siendo una referencia.
Desconozco, porque no he podido leerlas, otras obras del autor como son La tarde azul y Playa de Brazzaville, ejemplares que tuve en mis manos pero que deseché por el precio imposible con el que querían vendérmelo. Sí que me procuré por el contrario otras dos novelas que no me parecen de lo mejor del escritor aunque aprecie su acidez e intenciones críticas sobre la Gran Bretaña actual. Una nación, parece que quiere decir Boyd, que no renuncia a mantener su papel de árbitro mundial.
Estas novelas son Armadillo y Tormentas cotidianas, retratos a los que les falta más sangre, vitriolo sobre esa megalópolis en la que se ha convertido Londres.
Armadillo cuenta la historia de Lorimer Black, un hombre que tras acudir a una cita de trabajo en la que se encuentra a un hombre ahorcado comienza a cuestionarse muchas cosas mientras el orden calculado que hasta entonces regía su vida se quiebra irremediablemente.
Pese a ser una novela divertida y a ratos disparatada sobre el absurdo de la vida en una gran metrópoli como Londres, Armadillo no termina de convencerme quizá porque está escrita para convencer y no reflexionar. Es decir, agitar y despertar conciencias.
Es probable que de esa pretensión, la de agitar y despertar conciencias, naciera Tormentas cotidianas, en la que Boyd nos cuenta la historia de Adam Kindred, un experto climatólogo incapaz de prever las tormentas que agitan su vida. Una de ellas hará que pierda todo lo que ha conseguido para convertirse en un vagabundo, un paria al que persigue la policía por un crimen que no ha cometido.
La novela propone una seria reflexión pese a su humor socarrón: ¿qué haría usted si de repente está fuera del terreno de juego?
Y al final se plantea otra pregunta: La redención del personaje ¿es tal?
¿Merece la pena ser lo que quieren que seamos?
Porque, y he aquí el quid, ¿realmente queremos ser lo que dicen que deseamos?
Se puede encontrar también en español de William Boyd los volúmenes En resumidas cuentas, una selección de relatos desiguales, así como Bambú, que compila ensayos y artículos. Uno de ellos dedicados precisamente a Ian Fleming. Un escritor por el que confiesa –otra vez con las dichosas confesiones– un vínculo que durante un periodo de su vida fue “bastante espeluznante y fortuito.”
Saludos, anímense y lean al señor Boyd, desde este lado del ordenador.