El barranco de Santos es, probablemente de las quebradas que atraviesan la capital tinerfeña, una de las más significativas por no decir importantes de la ciudad. Sin embargo, no se ha escrito lo suficiente sobre esta hendidura que parte en dos a Santa Cruz de Tenerife, aunque cuenta en su filón de historias con una novela que, para mi incomprensión, sigue siendo desconocida entre los santacruceros, tinerfeños y canarios en general. También entre los lectores peninsulares y de más allá de los Pirineos ya que La ciudad tiene otra cara, de Luis Gálvez Monreal, continúa siendo un título ferozmente atractivo y de momento el único del que tenga noticia que se hace eco de la vida en una de las cuevas que salpican las laderas del barranco. En la novela, la de dos niños al cuidado de una anciana que los explota casi como si fueran esclavos.
La historia se desarrolla en los años 50 y obtuvo el Premio Benito Pérez Armas en 1955, según reza la portada (Goya Ediciones, 1955), y muestra –tal y como advierte el título– el otro lado de una capital de provincias que no suele se protagonista en su ya más que generosa literatura.
Escrita con cierto espíritu dickensiano, La ciudad tiene otra cara se desarrolla fundamentalmente en uno de los triángulos más “calientes” de Santa Cruz de Tenerife de aquellos años. Por un lado, el barranco de Santos, los alrededores del Mercado de Nuestra Señora de África, foco de contrabando callejero y negocio en el que trabaja como correo uno de los niños protagonistas, y la calle de Miraflores, donde trabaja la madre de los jóvenes que los ha dejado al cuidado de seña Antonica, que los alimenta y deja un espacio para dormir en la cueva que es su casa a cambio de un alquiler y de explotar a los niños en su beneficio. De hecho, a medida que se avanza en esta novela que se sumerge en la noche santacruera de aquellos años (pobre y hostil) el libro va adquiriendo una crudeza que lo aparta paulatinamente de la influencia dickensiana para convertirse en una radiografía sobre la brutal realidad social de aquellos años.
Incomprensiblemente desconocida en su tierra ya que no ha vuelto a editarse desde 1955, La ciudad tiene otra cara es una de las mejores novelas que ha retratado las miserias chicharreras lo que lleva Santa Cruz de Tenerife de existencia como ciudad.
Gálvez Monreal es autor de otro libro que bajo el título de Dos mundos y un volcán, ya no centra su atención en las miserias de postguerra de la capital tinerfeña pero sí que ofrece una panorámica del sur y el norte de Tenerife con demoledor espíritu realista.
Otro libro que se ocupa de este accidente geográfico es Historia del barranco de Santos, de José Domingo. Se trata también de otra obra que pide a gritos su recuperación.
Editado el Servicio de Publicaciones de la Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife en 1976 y reeditado hace unos años por Idea el autor dedica diez cuentos al barranco y sus gentes. Geografía con la que toma contacto nada más llegar a la ciudad:
“Desde el alto puente Galcerán podía notarse un desacostumbrado revuelo cauce arriba del barranco. Fuerzas públicas de vigilancia, grupos de civiles en actividad… Unas cuevas, habitadas por gentes humildes, habían sido sepultadas por un derrumbamiento de tierras. La isla me descubría así, desde el mismo puente fatídico de sus suicidios, uno de sus aspectos más dramáticos, aspectos que habría que reflejarse en algunas de las páginas que siguen”.
Entre las narraciones que José Domingo dedica al barranco de Santos destaco la que lleva por título Los muchachos, protagonizada por un adolescente que juega en las cuevas y terrenos, algunos escarpados, de la quebrada que atraviesa la capital tinerfeña.
El libro incluye además ilustraciones (que firma Eduardo Vicente) y otros cuentos que José Domingo agrupa bajo los títulos de Otras narraciones y Papeles de un viejo escritor.
Javier Hernández Velázquez se inspira en la biografía del escritor Antonio Bermejo, que vivió algún tiempo en una cueva del Barranco de Santos en Los ojos del puente. La novela no explota los recursos que reúne la hendidura que divide a la capital tinerfeña y se ocupa más de la trama policíaca que en recrear una mitología sobre la ciudad.
El barranco de Santos es un escenario habitual en las novelas de Jorge Rojas, autor especializado en thriller de misterio que suele desarrollar, entre otros espacios, en la capital tinerfeña.
Isaac de Vega, amigo de Antonio Bermejo, lo evoca en la novela Carpanel, indica su hija, la escritora María Teresa de Vega en el artículo Hablando de Isaac de Vega, Carpanel y el Barranco de Santos.
En esta novela, escribe: “corre un aire que evoca a Antonio Bermejo Barrera. A este respecto, añado que una parte de esta se desarrolla en el barranco de Santos, en las cuevas, donde sabemos que habitó, durante un tiempo, este escritor. Que se me antoja desdoblado en el profesor Barrera Álamo (lleva el mismo apellido, que los enlazaría visiblemente) y en Simón, el muchacho afectuoso, manso, que guiaba al profesor citado a las cuevas de aquel Barranco, y que se convirtió en un ser arisco, declarado enemigo de todos. Ya hombre, se le resiste la escritura, le atormenta y no puede continuar, se dice en el relato. Quizá alusión al abandono de la literatura por Bermejo”.
Carpanel se trata, en todo caso, de una novela en la que subyace un pozo de crítica social más que entusiasmo por explorar las profundidades tanto físicas como psicológicas que mantiene este barranco con la ciudad. Una existencia que parece que no existiera, y cuya fisonomía pese a los cambios, se mantiene todavía más o menos igual que en sus orígenes.
En este aspecto, si hubo un inquilino de prestigio que vivió ocasionalmente en una de las cuevas del barranco fue Antonio Bermejo, ese escritor que para Isaac de Vega significa “un caso anómalo en nuestra literatura”, que es título de un artículo que publicó en su día en Cartel de las letras y las artes (Diario de Las Palmas, abril/mayo de 1995) y que más tarde sería recogido en las obras completas del escritor que estuvieron al cuidado de Juan José Delgado.
Sobre la estancia de Bermejo en una de las cavernas que se han hecho hueco en el Barranco de Santos escribe Isaac de Vega: “Desde su cueva verá correr la increíble transparencia del agua del barranco, contaminada sin remedio, formando un apacible arroyo a cuyo borde crece verde y exuberante una vegetación inesperada. Un ciclo más limitado y concreto. Y unos vecinos más serviciales y amigos que los de su antigua calle. Se encontraba, en cierto modo, frustrado. No habitó su cueva durante un tiempo muy largo. Una serie de amigos le consiguieron un cuartito por aquellos mismo parajes”.
No dejó sin embargo Bermejo una obra fecunda en títulos sino una colección de relatos y una novela, La lluvia no dice nada, que se perdió tras recibir el premio Benito Pérez Armas en 1956 y de la que se conserva solo el primer capítulo (1).
Para el escritor y profesor jubilado de la Universidad de La Laguna Nilo Palenzuela, los relatos escritos por Bermejo todavía no habían alcanzado “madurez literaria” aunque la leyenda que como maldito –el hermano pequeño de los fetasianos y el fetasiano pobre se le ha llamado alguna vez– lo rodea ha hecho que algunos observen su obra como “un baluarte dentro de la tradición narrativa insular a veces independientemente de su propio valor literario, nacido más de un fervor nacionalista, de erigir héroes allí donde nadie conoce nada” (2).
Por otro lado, la escritora Cristi Cruz utiliza la quebrada que divide en dos mitades la capital tinerfeña en El dueño del barranco, una novela escrita en clave poética y por la que asoman metáforas que le sirven a la autora para remarcar el carácter mágico de un relato en el que un vagabundo ha convertido el barranco en su reino. Ha conseguido además con la fuerza de sus manos sanar a Ruth, la protagonista, quien se adentra “en un territorio borroso en el que locura y cordura se dan la mano porque a veces pasa que se encuentra alivio para la crudeza de la cordura en la paz de la locura… aunque sea la locura de otros”, escribe Cruz.
Barrancos santacruceros aparecen en El fulgor del barranco, una novela de Juan Ignacio Royo Iranzo que se desarrolla en un arco temporal concreto 1931, 1933, 1935 y 1936, años trascendentales para la historia de España y finaliza el 17 y el 18 de julio con el pronunciamiento militar que dio al traste con el sueño ¿posible, imposible? de la II República.
El autor mezcla personajes reales con ficticios en su novela, por lo que desfilan entre sus páginas el moro, protagonista del relato, y el general Franco, que cumplía destino aquellos años en Canarias.
Literariamente, la novela recoge la mirada de un testigo inocente y sin compromisos ideológicos al que se manipula para servir a los de siempre antes de que se produzca el desastre de la Guerra Civil. En el libro, el moro termina escondiéndose en los fondos pedregosos de un barranco que bien podría ser el de Santos.
Es muy probable que otras novelas y cuentos se hayan hecho eco de la profunda hendidura que atraviesa la capital tinerfeña pero no creo que sean demasiadas las obras que no citamos en este artículo que solo quiere hacerse eco de las posibilidades literarias de un entorno con el que convive la mayoría de los santacruceros aunque lo ignore y siga ignorando cuando cruza los puentes que salvan desde las alturas ese descenso vertiginoso a un espacio que conserva una peculiar naturaleza que no tiene nada que ver con la de la ciudad y que como ya se dijo mantiene más o menos igual el escenario desde tiempos inmemoriales, lo que incluye a los vecinos de esta capital de provincias que han habilitado las cuevas que salpican esta agreste geografía como sus viviendas particulares.
Por último, si existe una gran novela sobre el Barranco de Santos esa sigue siendo La ciudad tiene otra cara, no solo por lo que cuenta ni por el diseño de personajes que presenta sino por la valentía de escribir con desatado y afilado realismo la vida de una anciana que explota a dos niños que tiene a su cargo y a los que deja dormir en una de las cuevas que horadan las paredes de un entorno que, pese a las transformaciones que ha sufrido en los últimos años, continúa abandonado, como si la ciudad despreciara su existencia.
(1) En una entrevista que sostuvo con Cirilo Leal, Antonio Bermejo explicó que La lluvia no dice nada era la historia de un niño de buena familia enamorado de una chica que no es de su misma clase social (ver Fetasianos, colección Materiales de la Cultura Canaria (Nilo Palenzuela Borges, editor, 1982).
(2) Antonio Bermejo, de todos los silencios al silencio, Nilo Palenzuela, colección Materiales de la Cultura Canaria (Nilo Palenzuela Borges, editor, 1982)
Saludos, qué los dioses repartan suerte, desde este lado del ordenador