No es una revelación pero casi…
Domingo, Febrero 28th, 2010Ignoro cual es el estado de salud del cine francés de nuestro tiempo –y si les digo la verdad, tampoco es una cosa que me impida conciliar el sueño– pero tras ver Un profeta, de Jacques Audiard, no dejo de preguntarme por qué carece el cine español –pese a la extraordinaria cosecha del año pasado– de películas que sepan coger por los bajos la dura e intensa realidad que nos rodea.
Detesto las comparaciones, pero esta cuestión no dejó de asaltarme esta misma tarde mientras asistía a la proyección de esta redondísima película francesa. Película francesa que por los caprichos de la distribución en Canarias hemos tenido que ver en versión rigurosamente doblada cuando parte de la fuerza que la enciende gira, precisamente, en la variedad idiomática que caracteriza a su grupo de personajes.
No me sorprende que el filme de Audiard se haya hecho con los premios más atractivo del cine francés, los César. Nueve estatuillas que destacan el sobresaliente trabajo de un cineasta, unos actores y un filme que me sabe a europeo quizá porque sea francés.
Confieso que me está sorprendiendo gratamente los descubrimientos a los que estoy asistiendo como mudo espectador cinematográfico en estas semanas recientes. Tras una etapa en la que apenas movía el culo de casa para gastarme ese puñado de euros que no tengo en ver cine, al final he llegado a la conclusión que merece la pena que me gaste ese mismo puñado de euros que no tengo para disfrutar de ese cine que me hace preguntas, me provoca incómodos razonamientos y sobre todo que me agite en la butaca y logre que susurre (porque soy de esos espectadores que susurra cosas cuando ve una película) expresiones de sorpresa cuando la película en cuestión me está llevando de la mano hacia ese lugar donde quiere conducirme su realizador.
Y esto, lamento decirlo, no me está pasando con el cine español. Y si bien reconozco que hay cintas celtibéricas que sigo con cierta atención, casi siempre me pasa que al final me desconecto, que dejo de verlas pese a que tenga los ojos fijos en la gran pantalla. Supongo que estas cosas me pasan porque nuestro cine (ese que a partir de ahora sólo financiará producciones de gran presupuesto) no me conmueve y, generalmente, me aburre lo que se dice soberanamente.
Es como si le faltara autenticidad y que vista una como que he vista todas. Claro que no estoy siendo justo porque Un profeta quizá sea una excepción del cine francés del año pasado. Pero aún con esas y si se tratara de una excepción: ¡bendita excepción! Porque narrando una historia que se desarrolla en territorios de los que afortunadamente soy ajeno sí que ha sabido conmoverme porque entre esa batería de golpes (algunos traicioneros, por cierto) haya sabido tener la delicadeza de dejar espacio a esa palabra tan maltratada últimamente como es la poesía.
Dejo pues para los críticos que se rompen el cráneo buscando mensajes subterráneos que descubran las presuntas claves del filme. Y lo dejo porque quien les escribe es uno de esos espectadores que sólo le pide a lo que considera un buen libro, un buen disco, una buena película o un buen cuadro que le despierte de sus adormiladas sensaciones al resultarle creíble. Aunque se trate de un sueño. O de una pesadilla. O de un delirio. ¡Qué sé yo!
Y este drama de un joven inmigrante en una cárcel francesa que interpreta un brillante Tahar Rahim –doble premio César: mejor actor y mejor actor revelación– me sabe a eso y a otras muchas cosas más. Tantas, que me han animado a escribir este comentario con la sanísima intención de recomendarles Un profeta a quienes todavía no hayan tenido la oportunidad de verla.
Su director, además, es de esas personas que presumo cree en lo que hace cuando en la gala de entrega de los premios César tuvo el atrevimiento de reclamarle al ministro de Cultura francés que su Gobierno resuelva de una vez la situación social de los miles de inmigrantes que viven en Francia. Que viven en Europa. Y pienso, porque últimamente tengo mucho tiempo para pensar, que igualito que en España donde el presidente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, Álex de la Iglesia, si no se cansó de algo durante su discurso en la última edición de los Goya fue de hablar de ¡ombligos!
¿Conclusión?
Que no me va a costar un riñón desempolvar de mi deuvedeteca las películas francesas que ocupan parte de una de las estanterías. Un cine que tiene a clásicos como Renoir y Carné, entre otros, y que se permite movimientos tan revolucionarios como la nouvelle vague (por muy superada que haya quedado con el paso del tiempo) es un cine que pide a gritos que la mirada española se empape de sus influencias porque no sólo de Pedro Almodóvar vive el hombre.
Hay otras cinematografías europeas, alguna que otra más gigantesca que la francesa como es la italiana (es una apreciación muy personal) pero es que viendo Un profeta tengo la ¿intuición? que es a partir de aquí por donde debería de andar parte de ese futuro cine europeo que pienso tiene que germinar para que nos creamos el sueño continental.
Un sueño plural y mestizo, capaz de mostrar los millones de rostros que forman su rocambolesco rompecabezas con el objetivo de que un espectador de Canarias, por poner un ejemplo, salga de la multisala y mientras se dirige a casa reflexione que le han contado una historia que, pese a todo, siente como suya. Independientemente de su nacionalidad.
Saludos, pensado lo de sé que no es una revelación pero casi…, desde este lado del ordenador.