Archive for Noviembre, 2009

¿Quién puede asustar a un niño?

Lunes, Noviembre 9th, 2009

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Me imagino que como a todos los navegantes que inician su singladura por el ancho mar de los sargazos que es la red a través de Google les habrá llamado la atención encontrarse con personajes tan populares en su niñez como El monstruo de las galletas (Triki para los colegas)  y Epi y Blas entre otros muñecos de trapo de la factoría Barrio Sésamo. El motivo de su protagonismo en el navegador se debe a que todas estas criaturas que nacieron fruto de la imaginación de ese artesano que fue Jim Henson han cumplido 40 años, lo que una vez más me hace reflexionar en lo rápido que se mueve esto que llamamos vida, porque miro hacia atrás y me parece que fue ayer cuando los descubrí en el televisor.

Es de suponer que como a casi todos los niños de mi generación, parte de esa crianza televisiva recibida se dejó en manos de estas marionetas. A mi me caía muy bien la rana Gustavo por su afición a ser cronista meridianamente cuerdo en aquel mundo de trapo, pero sentía especial predilección por El monstruo de las galletas quizá porque sólo tenía una idea obsesiva en la cabeza, que era la de comerse todas las galletas del mundo. Ahora que lo pienso, todo un personaje ese peluche de color azul terroso y ojos saltones. Un nihilista, vamos. Lo digo por aquello de que el mundo le importaba una mierda si no había galletas.

Evoco también con una sonrisa al Conde Draco y a Pepe Sonrisas quizá porque a lo largo de mi vida me tropecé después con tropecientos Conde Draco y Pepe Sonrisas… Es más que probable que alguna vez yo también haya sido un Sonrisas, sólo que con la mueca gélida. Algo así como se la dejaron al hombre que ríe de Víctor Hugo y más tarde al siniestro Joker. Una sonrisa más falsa que la presunta amistad entre Epi y Blas, pareja que la verdad me sacaba de quicio, aunque miraba fascinado las manos de Epi, como se movían mientras no se cansaba de decir estupideces a Blas, muñeco de color amarillo y cara de disgusto eterno. Vaya, vaya, vaya, que también me he encontrado a lo largo de este suspiro existencial con tropecientos sujetos que van del tal Blas por la vida.

Si en el fondo Barrio Sésamo puede entenderse como una metáfora de lo que le esperaba a la chiquillada de aquel entonces cuando se hiciera mayor. ¡Una caja de bombones para el señor Henson!, corre de mi parte pese a que en mi bolsillo sólo encuentre últimamente telarañas.

No sé si mi afición a los machangos de la calle Sésamo se debe a mi bagaje cultural estadounidense, pero explica que cuando intentaron adaptar este programa a España algo me dijera en la cabeza que aquello ya no parecía lo mismo.

Me parece a mi, ahora que lo observo desde la distancia que impone el tiempo, que la versión española resultaba demasiado roña. Y no es que Barrio Sésamo made in USA  fuera un espacio rompedor, transgresor y cargado de mala idea, pero sí diferente.

Verdad es, no obstante, que ya no era un niño que se tragaba hasta los terroríficos dibujos animados checoslovacos (koniec, koniec, koniec) al ser, supongo ahora, maleado por las diabólicas criaturas de la Warner Bros, pero sí que pensaba que para perder el tiempo con aquellos tipos disfrazados de gallina Caponata (Emma Cohen), el caracol Perezgil (Jesús Alcaide) o Adela (Conchita Goyanes) pues prefería al Don Gato de Hanna-Barbera mil veces.

Creo que muchos de los miedos y demonios que llevo dentro y bien guardados –espero– en mi inconsciente, se los debo a los programas infantiles que castigaron mi niñez. Habían simpáticos y estrafalarios, como Los Chiripitifláuticos (la canción de los hermanos Mala Sombra, Mala Sombra de verdad, forma parte ya del disco duro de mi fatigada memoria), aunque mi favorito fuera Locomotoro. Más tarde llegaron los Payasos de la tele y sus canciones incendiarias (entendí ya con pantalones largos que en esas melodías de ayer y hoy filtraban mensajes tan políticamente incorrectos como su, por ejemplo, ¡cómo me pica la nariz! invitación inquietante a que te metieras toda clase de cosas por el apéndice nasal), y antes, dudo ahora el orden cronológico, la tontorrona La mansión de los Plaff y El libro gordo de Petete. Con aquel patito de goma al que uno deseaba pegarle balinazos en la feria de Carnaval.

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De todas formas, si hubo un personaje que me amargó la niñez y que la pobló de fantasmas y pesadillas fue la ventrílocua austriaca Herta Frankel y su perrita Marilyn. No me pregunten por qué, pero aquella señora y su mascota de trapo me daban auténtico terror. De hecho, no creo que nada me haya provocado tanto pavor como aquella señora y su perrita. Era entonces muy, pero que muy pequeño, pero veo imágenes de aquella extraña pareja y me entra el tembleque. Los dioses sabrán por qué. Algo parecido, aunque sin la misma intensidad me lo generaron Torrebruno y María Luisa Seco. Hay más, pero dejé de ver televisión cuando entré en la guerrillera adolescencia, así que me perdí La bola de cristal y Cajón desastre, entre otros espacios para niños. Aunque revelo que alguna vez pesqué alguno, pero me encontraba en plena transformación y como tal, mis gustos ya estaban moviéndose en otras percepciones y ¿por qué no? perversiones.

Bueno está lo que bien acaba.

Saludos, con la esperanza de supermineralizarme, desde este lado del ordenador.

Cuestión de gustos. ¿Ostras o caracoles?

Sábado, Noviembre 7th, 2009

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Para la reflexión que viene al caso me viene de ostras o caracoles el diálogo que censuraron (aunque más tarde se recuperó para la versión sin cortes de Espartaco de Stanley Kubrick) entre el patricio romano Craso (Laurence Olivier) con el esclavo Antonino (Tony Curtis) en la ya celebérrima escena del baño.

Craso: ¿Robas, Antonino?
Antonino: No, amo.
C: ¿Mientes?
A: No, si puedo evitarlo.
C: ¿Has deshonrado alguna vez a los dioses?
A: No, amo.
C: ¿Te reprimes de todo vicio para respetar las virtudes morales?
A: Sí, amo.
C: ¿Comes ostras?
A: Cuando las tengo, amo.
C: ¿Comes caracoles?
A: No, amo.
C: ¿Consideras moral comer ostras e inmoral el comer caracoles?
A: No, amo. Claro que no.
C: Cuestión de gustos, ¿no?
A: Sí, amo.
C: Y el gusto no es lo mismo que el apetito, y por tanto no se trata de una cuestión de moralidad, ¿no es así?
A: Podría verse de esa manera, amo.
C: Es suficiente. Mi toga, Antonino. Mi gusto incluye… tanto los caracoles como las ostras.

Y es que casi todo en la vida es una cuestión de gustos. Es decir, que en ese viaje a la mar océana que es leer un libro, mirar una película, escuchar música, disfrutar de una obra de teatro o marearse en un museo al sufrir el síndrome de Stendhal, hay ocasiones en que apetece una cosa y no otra. Aunque ambas te gusten.

El debate se suscitó esta misma semana. Estaba dando una vuelta larga con un amigo mientras caía la noche en la ciudad cuando por esos caprichos del azar hablamos de arte bueno y arte malo. La pregunta, sin embargo, fue intentar defender qué era para nosotros arte bueno y arte malo.

Le confesé en un rapto de sinceridad que tengo épocas de mi vida en la que sólo me apetece leer literatura éxito de ventas. No éxitos de ventas mayúsculos tipo El hombre que amaba a las mujeres o El código da Vinci, pero sí novelas que cualquier maldito bastardo ha colado en las listas de libros más vendidos.

Le dije que me sirve de válvula de escape. Y que mi maltratado estómago agradece de tanto en tanto una de esas hamburguesas de difícil digestión. No creo que nadie ponga en duda que un best seller es literatura bien escrita y si bien admito que hay títulos de usar y tirar, también encuentras otros muy sólidos que por haber recibido la bendición de los amables lectores continúa siendo visto por los especialistas en caza mayor como algo incomprensible y una perdida de tiempo.

La frase:  ”Hay tanto que leer que sí vale la pena digerir”.

Si uno analiza con frialdad toda la gran novela del siglo XIX descubrirá sorprendido que muchas de las grandes historias que todavía siguen dando guerra y paz fueron exitazos en su momento. ¿Esto los convierte en libros malos? No creo que ningún ratón de biblioteca se atreva a afirmarlo.

Teniendo en cuenta que la vida es finita y que nuestro paso por este sueño apenas dura nada en la inmensidad del cosmos, les confieso que a veces me  muerde la conciencia discursos del tipo “no pierdas los días leyendo esa mierda cuando hay tantas ostras a tu alrededor”.

Pienso a veces, que el problema de no haber sabido llegar a esos volúmenes preciados se debe en parte a lo mal que me enseñaron literatura en la época más inocente de mi vida. Tuve la fortuna, no obstante, de nacer en una familia donde lo normal era leer. En cualquier parte, y que me iniciaran en este fascinante universo recomendándome una serie de obras que aquel niño devoró como maná caído del cielo. Sin embargo, las novelas que los profesores de literatura intentaban que se nos metieran en la cabeza siempre me resultaron abrumadoramente aburridas sin que lo fueran.

Recuerdo así haber leído fragmentos del Quijote como quien masca un chicle, y que San Manuel bueno mártir, Zalacaín el aventurero o las Sonatas, de Unamuno, Pío Baroja y Valle Inclán, las deglutiera como quien se come el potaje del colegio. A regañadientes. Una vez fuera de las garras educativas, regresé a estos tres mismos autores para redescubrirlos como creo que tenía que redescubrirlos. Me quedé asombrado de lo grande que eran, preguntándome cómo demonios fueron capaces en la escuela de enseñarme cordialmente a detestarlos.

Un grave problema que he intentado cicatrizar con el paso de los años. Aunque cuesta cauterizar las heridas. De todas formas, y ya lo he dejado escrito en este mismo blog, hay libros capitales que te buscan y que afortunadamente te encuentran. Dos de ellos: La Iliada y La Odisea, obras que uno debe de haber leido y degustado antes de que se lo lleve al otro mundo la hermosa señora de la guadaña. ¡Ponedme dos monedas en los ojos!

Todo pasó en Grecia, en uno de esos viajes que haces por improvisación. Allí tuve una extraña revelación. Sentí que era tataranieto de aquel país. Fue un viaje de inquietantes avisos y de anuncios nunca cumplidos de desmayos. Pero pasear por las ruinas de Micenas, Olimpia, Delfos, entre otros restos de polis legendarias, será uno de esas memorias que me lleve a la tumba con una idiota sonrisa. Allí, en Delos, rendí sacrificio mientras me comía una manzana a Afrodita y por las noches, escuchando el potente canto de las cigarras y borracho de aceitunas, abría La Iliada y me sumergía en aquel universo remoto poblado de dioses caprichosos y demasiado humanos mezclado con héroes que ya quisiera La Marvel o DC.

Más tarde, y de regreso a las Canarias con la pretensión de huir de la visión ombliguista y canalla de esta tierra nuestra, me sumergí en La Odisea y descubrí que no hay mejor novela de aventura que la de Odiseo en su viaje de regreso a Ítaca.

Con esto quiero decirles que si bien los best seller no te llaman con el inquietante canto de las sirenas, a mi juicio los busco cuando tengo los sentidos atontandos y mi miedo me pide lecturas para abstraerme de esta sucia realidad repleta de pequeñas traiciones y rivalidades.

En estos tiempos oscuros y por lo tanto dados a la desesperación, encuentro en los mega ventas respiraderos con los que poder drenar las miserias que alimentamos ante la nada.

Todos somos un mundo aparte, vemos las cosas de manera sutilmente diferente, por eso soy de los que sostengo que la lectura contribuye a evadirte de ti mismo y a que acaricies las posibilidad de mirar tu realidad a través de los ojos de otro. Sentir como otro, entender como son los otros con el objetivo de ir mejorando en esa construcción que hacemos todos los días como personas.

Por eso mi modesto agradecimiento a una literatura que si bien no deja marcas como es la best seller, al menos sirve (según la temporada tonta que tenga uno) de válvula de escape. O de respiradero donde llenar los pulmones de oxígeno.

Mi amigo se paró en la Rambla, me cogió del brazo y me dijo que esa literatura sólo es de entretenimiento. No hacía falta que me cogiera del brazo para decirme lo que ya sabía. Esa es la clave.

“Sólo es que a veces, a veces, a mi independiente estómago le gusta digerir basura”.

Mi gusto, dice que dijo Craso, incluye tanto los caracoles como las ostras.

Cuestión de gustos.

Cuestión de gustos.

Saludos, hambrientos, desde este lado del ordenador.

Balbucea: “auto… auto… autoayuda”

Viernes, Noviembre 6th, 2009

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La verdad es que pese a sentirme tocado pero no hundido esta sensación de navegar con las velas a punto de romperse me sirve para reflexionar en estos días oscuros sobre una experiencia que me pasó hace unos años. Cuando era un poco más feliz, tenía dinero en el bolsillo y una inocencia todavía no maleada por la inconciencia.

Caía la tarde invernal de un día laborable y paseaba por la rambla después de salir de una jornada en esos días en que había trabajo para todos y todas. De naturaleza compulsiva, me preguntaba mientras andaba y andaba qué demonios podía hacer para sentirme libre cuando me detuve delante de un kiosco para ojear las revistas y dvd. Mi mirada tropezó entonces con un libro (¡en un kiosco!) que me llamó poderosamente la atención. Conocía meridianamente a su  autor, y por referencias la Iglesia (no añado lo de pseudo por razones obviamente obvias) que fundó: la Cienciología. El libro, para información de profanos e iniciados, se trataba de Dianética.

Pregunté el precio, lo cogí en mis manos y decidí llevármelo a casa con la esperanza de que el discurso de aquel escritor de ciencia ficción de serie B que fue L. R. Hubbard aclarara mis ideas.

Fundido a negro. Porque no me aclaró nada. De hecho, y tras leer unas doscientas páginas de su mamotreto continuaba igual o más confundido que antes. Es probable que la traducción fuera muy mala. O también que el maldito libro resultara una estafa en toda regla. Concluí que eso me pasaba por confiar en descubrir la panacea en los que han dedicado su vida a escribir libros de autoayuda. Al final sólo terminan por confundirte un poco más la cabeza.

Recuerdo que del volumen de L. Ronald Hubbard se me quedó grabado en el cerebro una palabra que no paraba de repetir en el texto: engramas. Engramas por aquí y engramas por allá. Nunca me enteré muy bien de qué demonios eran los engramas, y con el paso del tiempo que lo cura (y también envejece) todo, superé la pesadilla engramática.

Mas un amigo me prestó una novela de Hubbard, Miedo se llamaba, en cuya portada contaba con un comentario elogioso del mismísimo Stephen King, un grandioso escritor que ha sabido venderse muy bien. Al intentar leer la novela (confieso que no llegué al final) fui descubriendo que el autor de It o Carrie me había colado un gol, porque el relato de Hubbard no había quien lo entendiera. Sus seguidores aseguran que eso es así porque no estoy iniciado en los misterios de su Iglesia pero para misterios, la verdad, prefiero los de la vida diaria. Esa cruz que transportamos con resignación desde que nacemos hasta que desaparecemos.

Les revelo, no obstante, que siempre he sentido cierta fascinación por personajes como Hubbard, ya que encarna algunos de los valores más característicos de Nueva Roma o Estados Unidos: sé un ganador. No importa cómo, pero sé un ganador. Y Hubbard, madre del amor hermoso, fue precisamente eso: un ganador con todas sus letras. Y un ganador vendiendo una filosofía religiosa que sin pies ni cabeza logró que la Iglesia que fundó sea hoy una de las fortunas más grandes e inquietantes de este pobre planeta que llamamos Tierra.

Intentando descubrir las claves de su éxito, deseché rápidamente la de empaparme de su literatura porque la consideraba perjudicial para mi salud mental no por seductora sino por incomprensible, y me dediqué a leer tebeos y ver series inspiradas en el sujeto. La obra de referencia es Wild Palms, pero no me convenció demasiado porque la acción transcurre en Hollywood. Y Hollywood debe de ser como un zoológico donde se reúnen todas las bestias más peligrosas y estrafalarias de este nuestro mundo. Algo así como las instituciones canarias, pero sin el glamour de la Meca del cine.

Más tarde vi la película que John Travolta produjo de la que dicen es la obra maestra de Hubbard: Campo de batalla: La Tierra, pero la verdad es que ni fu ni fa.

Pasado el tiempo, los libros de autoayuda, que me imagino están escritos por personas muy parecidas a los vendedores de elixires y tónicos mágicos de las películas del oeste, volvieron a meterse en mi vida cuando un amigo me animó a que leyera algunas obras de Jodorowsky, un chileno que pese a caerme bien por lo bien que se lo ha montado, tampoco supo abrirme las puertas de la percepción. Jodorowsky inventó esa cosa que llaman psicomagia, fórmula que tiene gracia para no creyentes. No pongo en duda, sin embargo, el talento del que está dotado –fue fundador junto a Topor y Arrabal del grupo Pánico– cuando lo pone al servicio de guionista o cineasta, sobre todo en la gore, gore, gore y pertubadora, perturbadora, perturbadora Santa Sangre.

En este rápido repaso de vendedores de la poción mágica no podía olvidarme tampoco de  J. J. Benítez, a quien tuve ocasión de conocer una vez en rueda de prensa.

Me cayó bien, la verdad sea dicha. Aparentaba creerse lo que nos contaba en sus delirantes Caballos de Troya. No puedo decir lo mismo de Jorge Bucay, un argentino que habla de amor mientras con la otra mano exige que le den dinero por hablar de amor. Y soy de los no sabe no contesta en cuanto a Claudio Coelho, un escritor que también se ha abierto paso vendiendo revelaciones espirituales…

Últimamente sospecho que Eduardo Punset se escora peligrosamente a este lado de la risa. De todas formas, le salva su espacio televisivo Redes aunque sus libros… sus libros…

Hay más venderores del buenrollismo que se dedican a confundirnos. Pero no es nuevo. Atrás y atrás estaba el tal Lobsang Rampa que no fue Lobsang Rampa, y el fantástico Carlos Castaneda, quien alteró a una generación con aquellas sus revelaciones de Don Juan entre hongo y hongo de la sabiduría. El casi siempre excéntrico Ken Russell dirigió un filme inspirado parcialmente en tales revelaciones: Viaje al fondo de la mente, protagonizad por un William Hurt al que recuerdo flotando en un tanque con cables en la cabeza. Al final volvía al mono que somos todos.

Escribo sobre estos señores (y señoras, porque son muchísimos/as más, créanme) porque en estos tiempos extraños, de reformulaciones varias y nuevos escenario, los libros de autoayuda siempre serán una panacea para nosotros, pobres diablos. Permítanme por ello que observe el fenómeno con inquietud y que pida cierta cautela a quienes quieren sacar lecciones de sus páginas porque ayudar, ayudar, no ayudan. Salvo a quienes los escriben, claro está.

Yo veo todos estos libros, que existen desde el amanecer de los tiempos, como un género literario. Debe pasar que no me engancha porque lo que narra está escrito como una verdad. Y un lector que se precie sabe que un libro no dice verdad, sino que transmite sensaciones. Así que ¡¡¡por Aquiles y Héctor!!!! allá ellos y ellas.

Termino con un libro que me entregaron cuando comenzaba a leer y casi me quita la afición por saber lo que cuentan otros: Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach.

Pienso ahora, mientras escribo, que igual es mi desconfianza, los palos que he recibido en lo que llevo de vida lo que me hace temer eso que llaman autoayuda. Quizá sea porque creo que uno solo (y lo subraya un lobo estepario) no va a ningún sitio precisamente estando solo.

Saludos, tocado pero todavía no hundido, desde este lado del ordenador.

Me enamoré de una bruja

Jueves, Noviembre 5th, 2009

veronicalake.jpg * Vuelvo a ver esa obra maestra que es Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges, donde me perturba (sí, lo confieso hatajo de canallas) la belleza cósmica de Verónica Lake. Ahora entiendo porque la odiaban tanto los actores que trabajaron con ella: literalmente les robaba las escenas. Este nuevo redescubrimiento con la estrella mayúscula potencia, si cabe, este tonto enamoramiento que tengo con el cine. (Cinéfilos del mundo, de ahí el título del post: Me enamoré –por me casé con– de una bruja).

* Una buena noticia para los que tenemos la mala costumbre de gastarnos el dinero en esas cosas que llamamos libros. Hoy ha abierto sus puertas en la avenida Tres de Mayo de la capital tinerfeña Agapea.com, “la mayor librería online en lengua castellana especializada en la entrega de libros urgentes”. Como no tenía nada peor que hacer, me he dado una vuelta por ella y he sacrificado unos euros que no me dan ni para pipas en una novela. Celebro esta inauguración, celebro que huela a nuevo y celebro que haya sentido ese cosquilleo nervioso cuando entre en uno de estos establecimientos para grabar en mi memoria dónde están colocados los volúmenes que me interesan.  Además, me aseguran que se comprometen a entregar cualquier novedad que se les solicite en un plazo de 48 horas, lo que no está nada mal para los que vivimos en las antípodas. No obstante, y por lealtad, continuaré visitando mis librerías de siempre. Que aún quedan. Un abrazo fuerte a la numantina Ifara.

* Pese a sus soledades, la Universidad de La Laguna despierta de su mutismo. Mañana, viernes, se presenta la reapertura del Paraninfo, así como del conjunto de actividades previstas para conmemorar la vuelta al funcionamiento de este espacio escénico, cerrado desde hace casi diez años.

* La revista especializada Rockdelux celebra sus 25 años de existencia con un número especial que resume lo mejor de la etapa 2000-2009 con una selección de los  100 mejores discos internacionales, 60 nacionales, 20 libros, 20 cómics, así como teleseries y evolución última de la industria cultural que, a criterio (siempre discutible) de quienes la elaboran merecen ser destacados de esta ¿década prodigiosa? Cabe reseñar que entre los mejores discos ocupa un dignísimo séptimo puesto Alegranza, el segundo álbum del músico grancanario El Guincho.

* A falta de pan buenas son tortas. Tenerife Espacio de las Artes (TEA) exhibe desde mañana viernes y hasta el domingo, Malditos bastardos, la última película del gamberro Quentin Tarantinio en rigurosa Versión Original con Subtítulos en Español. A las 19 y 22 horas. Entrada gratuita porque Teíta celebra su primer aniversario.

* Acantilado anuncia que  publicará en 2010 Trois femmes puissantes (Tres mujeres poderosas), novela de la escritora francesa de origen senegalés Marie NDiaye que ha obtenido el premio Goncourt. Trois femmes puissantes narra la historia de tres mujeres que luchan por sobrevivir y se rebelan contra las humillaciones que la vida les inflige con una obstinación metódica e incomprensible. La novela se ha convertido en Francia –donde ha sido publicada por Gallimard- en una de las obras más vendidas de la rentrée literaria. Marie NDiaye, nacida en 1967 en Pithiviers, localidad de los alrededores de París, publicó su primera novela a los 18 años, momento en el cual abandonó los estudios para dedicarse totalmente a la escritura. Desde entonces, ha publicado una docena de obras, entre cuentos, novelas y teatro. Actualmente vive en Berlín con su marido y sus tres hijos.

Saludos, perturbadoramente lakemaníacos, desde este lado del ordenador

Amo ese “armatoste circular”

Miércoles, Noviembre 4th, 2009

Leo con suma sorpresa el artículo que Joaquín Catalán –director de La Opinión de Tenerife, periódico en cuya edición digital se aloja mi modesto blog– publica hoy con el título ¿Qué pinta El Tanque? Y lo leo con estupor porque no entiendo sus argumentos en contra de un espacio cultural cuyo mayor error fue nacer viciado entre los que estaban a favor de su permanencia (integrados) y en su contra (apocalípticos).

Catalán defiende en su texto que se lo lleven de la ciudad y de la isla, aunque no esgrime razones culturales sino de natural hastío (que comparto) por el confuso debate que ha generado entre las instituciones para proteger una instalación que, al menos este escobillonero que les escribe, le parece necesario y muy urgente mantener en la ciudad. Y subrayo mantener, siempre y cuando El Tanque cuente con una programación estable que le dé el aire que se merece. Esfuerzo, por otra parte, del que me consta están trabajando creadores de diverso pelaje pese a que sus propuestas caigan en saco roto. Razones no faltan para echar atrás iniciativas desde las administraciones, aunque hoy la más sobrada sea el comodín de la crisis.

Entre otras notables carencias, Santa Cruz de Tenerife no es una ciudad que se caracterice, precisamente, por estar dotada de espacios culturales (vale, está TEA pero para de contar). Y mucho menos si son alternativos, tan ajenos en una ciudad conservadora como es la nuestra. Entiendo, pero no puedo compartir por eso, que para los apocalípticos les resulten extrañas las características físicas de mi preciado El Tanque, pero no creo que sea razón suficiente para reclamar su desaparición.

En una capital de provincias como es la nuestra, tan poco dada a respetar la obra de artistas de vanguardia, algunas de cuyas esculturas en la calle han desaparecido literalmente para asombro de muchos, se le debe de exigir a sus gestores sensatez con lo que tiene, y recuperar para la ciudadanía espacios que, como El Tanque, se me antojan moribundos por inactivos. Abandonados.

Por ello, y declarándome (por una santa vez) objetivamente integrado, ruego a los dioses que El Tanque se mantenga. Y que se mantenga vivo.

Amo ese “armatoste circular”. Y lo amo tanto por bello como por diferente. También porque siento cuando me sumerjo en sus entrañas que penetro en un templo laico que sólo debe rendir tributo al arte. Con todas sus letras: A de ambicioso, R de rebelde, T de telúrico y E de excepcional.

Por último, no puedo compartir tampoco el argumento de que El Tanque quiebre la armonía de Cabo-Llanos mientras que sí lamento que, salvo episódicas experiencias, este espacio que tanto amo no haya tenido el protagonismo social y cultural que le debemos.

No, amigo Joaquín, El Tanque sí debe permanecer.

Saludos, muy integrados, desde este lado del ordenador.

Ríete de la dichosa crisis

Miércoles, Noviembre 4th, 2009

* Si algo bueno tiene la crisis que nos tritura es que hay gente que le da la cara. O que no esconde la cabeza bajo tierra mientras aguanta con resignación milenaria el látigo con el se les sacude. Escribo esto porque pese a que son días negros, de apretarse el cinturón y de neoesclavitudes laborales, todavía hay gente capaz de levantar una compañía de teatro sin importarle la que (nos cuentan, nos taladran) está cayendo. Ellos son Loplop, y se presentan al público este fin de semana en el Auditorio de Tacoronte con la obra El color del agua, una comedia sobre amores absurdos escrita por Maxi Rodríguez, guionista de la serie 7 Vidas. Las funciones tendrán lugar el viernes, 6, y el sábado 7 de noviembre a las 21 horas.

La compañía está formada por la actriz tinerfeña Irene Pérez, Francisco Vera, Irene Álvarez y Felipe  Lagariejo. Para su debut ha contado con el oficio del director de escena Adrián Daumas, quien cuenta en su currículum con adaptaciones de, entre otros, Shakespare, Lope de Vega, Ionesco, Lorca, Vicente Molina Foix y Sanchis Sinisterra.

Los personajes de El Color del agua están sumergidos en un conflicto emocional perpetuo. Lucio, el protagonista, vive literalmente en una bañera soñando que forma parte del mar, a veces cree ser un hombre pez o un capitán de barco que surca los mares. Es, según Adrián Daumas, “un poeta en crisis”.

Loplop toma el nombre del personaje creado por Max Ernst como su álter ego, un gesto surrealista de uno de los grandes surrealistas. Es una declaración de principios; tal y como explica Irene Pérez: “Loplop es sinónimo de surrealismo, es un ser mítico que se permite ser y hacer cualquier cosa”. La compañía quiere poner de manifiesto ese espíritu “libre e independiente” donde dar forma a “proyectos artísticos interesantes y arriesgados”.

Para su presentación al público el próximo viernes, 6 de noviembre, en el Auditorio de Tacoronte, la compañía ha contado con la colaboración del artista Sema Castro, encargado del diseño de la escenografía, elaborada con materiales reciclados y de bajo coste.; así como con la joven diseñadora Sabyna Moncys y Víctor Luque, actual responsable del departamento de iluminación del Auditorio de Tenerife.

* El poeta y escritor Juan Carlos de Sancho presenta este sábado, 7 de noviembre, a las  20:00 en la Casa Tahine de la Laguna (Tenerife) la antología Poetas canarios en Buenos Aires. El acto coincide con una buena noticia para de Sancho, la traducción de este mismo libro al letón por el escritor y traductor Leons Briedis.

* Las jornadas La India: Solidaridad & Cooperación que organiza la Fundación Pedro García Cabrera se inician mañana, jueves, a las 19.30 horas en el Círculo XII de Enero con una charla coloquio bajo el título Comprometidos con Anantapur en la que intervendrá el representante de la Fundación Vicente Ferrer en Canarias, Manuel Roales Bautista. Presesenta: Lucía Sánchez Moro. El lunes, 9 de noviembre, se dará a conocer el libro Habitat / Inhabit India. Participan en el coloquio los representantes del colectivo de estudiantes de arquitectura de Madrid y Barcelona Garam Masala, Sara Márquez Martín y María Cestau Sánchez.

* El Ateneo de La Laguna acoge mañana, jueves, el acto de presentación del libro Apuntes de antropología, de María José Cano Guitarte. Treinta relatos sobre “las diferentes texturas de la siempre escurridiza y poliédrica naturaleza humana”. Sobre la obra, editada por la colección Tid, de Ediciones Idea, hablarán a partir de las 19.30 horas, José Amaro Carrillo Rodríguez, Fernando Alduán Guerra y Enrique Jiménez. La nota musical la pondrá la cantautora Clara Cañas.

* La cantante Souad Massi, representante de una nueva generación de músicos argelinos, actúa mañana, jueves, en el Espacio Cultural CajaCanarias, y dentro de la programación del Otoño Cultural, a las 20:30 horas. Souad Massi es una de las voces más dulces y conmovedoras del Mediterráneo. Nacida en Argel en 1972, esta cantautora, que viaja siempre acompañada de su inseparable guitarra, se crió en el barrio de Bab El-Oued y vivió en la región de la Kabylia, donde por influencia de sus padres, músicos de profesión, descubrió el Chaâbi, el Raï o la música arábigo-andaluza, además de otros estilos como el rock, el pop, el country y la música folk.

Saludos, aún lamiento heridas, desde este lado del ordenador.