Archive for Junio, 2013

El último sueño de James Gandolfini

Jueves, Junio 20th, 2013

I.- ABRE LOS OJOS

“Demasiado joven para morir”, piensa James Gandolfini mientras hace tiempo en la sala de espera, observando de vez en cuando el número que tiene entre las manos y aguantando las ganas de fumar porque en este lugar donde no existen las horas se prohíbe también envenenar los pulmones a su clientela.

Al fondo, dos mesas frente a dos puertas, y un abismo que lleva a la eternidad entre una y otra. “Debe ser eso que llaman la nada, el vacío… la paz. Volver a ser cero.”

“Pero me pongo igual de trascendente que una película de George Lucas” piensa Gandolfini cuando un caballero tropieza con él y exclama: “¡Coñooo, el Tony Soprano!”.

James sonríe como James, intentando relajar los músculos y no partirle la cara de un puñetazo. No es momento ni lugar para montar una escenita.

- Creo que se ha equivocado.- responde gentilmente.

El hombre sacude la cabeza asombrado y pone esa pinta de gilipollas que le recuerda a la de su profesor de Inglés. Luego, éste se queda un rato mirándolo y finalmente se encoge de hombros. Antes de dar dos pasos hacia delante se gira y pregunta:

- ¿Un mafioso, quizá?

Gandolfini enseña los colmillos mientras una mueca más que sonrisa aparece en su boca, así que parece que el gilipollas que pregunta se da por enterado al observar como el actor cierra los puños.

- ¡El 25!- suena por un megáfono.

- Mi número.- grita Gandolfini haciéndose paso entre la gente que espera con paciencia eterna.

II.- PRIMER INTERROGATORIO

- El número, por favor.- pide un ridículo hombrecito vestido de blanco y sentado detrás de una de las mesas. Teclea sobre la nada y lee en voz alta:

- Gandolfini, James. Oficio: actor. ¿Correcto?

Gandolfini asiente.

- Por favor, conteste sí o no.- exige el hombrecito al que se le pone el rostro colorado.

- Va a ser que sí.

- Sí o no, haga el favor.

- Sí.

- Ummm.- murmura el hombrecito que parece que repasa su filmografía.

- ¿Ummm?- pregunta Gandolfini.

- Ummm.- responde el hombrecito con expresión preocupada.

Silencio, casi parece como si pasase un ángel.

- No se haga el gracioso.- advierte el hombrecito.- Puedo leer lo que piensa y lo que estoy viendo no pinta nada bien. Nada bien. ¿Tú qué opinas, Pitusa?

El hombrecito habla con una señorita sentada en la otra mesa. Demasiado bella para ser real.

- Ummm.- dice la señorita.- Este sí que pinta bien, Fotito. Ya me ocupo de él.

- Ya oye a la señorita.- dice el hombrecito señalándola con el dedo.

III.- SEGUNDO INTERROGATORIO

- Gandolfini, James. Oficio: actor.- lee la señorita con una agradable sonrisa.- Oh, protagonista de…

- No me lo diga, Los Sopranos.- contesta Gandolfini con resignación.

- Vaya, es verdad, pero me refería a sus papeles como secundario. En el sitio de donde vengo es usted toda una estrella.

- ¿De verdad?- responde Gandolfini algo más relajado.

- De verdad. Me encanta como hace de hijo de puta en 8mm.

- Su director, Joel Schumacher no ha vuelto a ser el mismo desde entonces.

- Ahhh, no hablemos de ese moralista rosa camuflado. ¿Y qué me dice de ese canalla, el coronel Winter?

- ¿Perdón?

- Sí, en La última fortaleza

- Ahora caigo, ¡qué recuerdos me trae esa película!

- Estaba usted grande. Se comía como un pescado al tontaina de Robert Redford.

James Gandolfini ríe.

- Me sonroja usted.- dice.

- ¿Y de Amor a quemarropa?

- Bueno, apenas estaba por ahí.

- ¿Y Perdita Durango?

- Lástima de que su director resultara tan excesivo. Que no excéntrico.

- ¿Su director?

- Sí, un español… Álex de la Iglesia.

A la señorita le da un calambrazo.

- ¿Se encuentra usted bien?- pregunta Gandolfini visiblemente preocupado.

- Le rogaría que no volviera a repetir ese apellido.

- ¿Igle…?

La señorita le tapa con la mano la boca. Una ráfaga de perfume con aroma a azufre llega hasta su nariz.

- Así está mejor.- dice la señorita arreglándose la chaqueta rojo fuego.

Gandolfini sonríe esta vez como Gandolfini.

- Ahhhh, me encanta esa sonrisa.- suspira la señorita.- Estoy segura que nos lo vamos a pasar bien.

“¿Nos lo vamos?”.- piensa divertido James Gandolfini.

- Todo lo que hizo lo hizo bien. Fue un malvado inquietantemente cotidiano. Un secundario que cuando explotaba su lado oscuro apagaba la luz de los protagonistas de la película…- recita la señorita con voz acariciadora.- Tiene usted madera para formar parte de nuestro club.

- ¿Club?

La señorita asiente y le indica con un dedo alargado que termina en una uña pintada a lo rojo pasión un cartelito donde pone Infierno.

Gandolfini sin dejar de sonreír se pasea la mano por la barbilla.

- Sería usted un VIP.

La sonrisa se hace más ancha en los labios del actor.

- VIP de Viperino…

- Va cogiendo la onda.

- Y no me reconocerían por Tony Soprano, el puto amo.- mastica Gandolfini, consciente del recitado atontado que ha soltado.

- Eso, eso, el puto amo.- repite la señorita sin abandonar el tono meloso en la voz.

Gandolfini se rasca el cuello, se pasa una de las manos por la barbilla.

- Sí que es una tentación… Sí que lo es…

- Basta con firmar este papel.- la señorita se inclina sobre la mesa para entregarle una daga delgada y plateada.

El actor se queda mirando la punta afilada de la daga.

- Hay un problema.- dice retrocediendo.- me viene de familia eso de no formar parte de un club en el que admitan a gente como yo.

Silencio.

Es como si pasara un ángel.

Lo de ángel provoca otro calambrazo a la señorita quien, mientras se arregla el pelo y se sienta, se encoge de hombros.

- Una pena. Podríamos haber hecho grandes cosas juntos. Hace 36 años un tipo con bigote pintado nos dijo exactamente lo mismo. ¿Un pariente?

- Un conocido.- dice.

- Acabó ahí.- le indica la señorita mostrándole la piscina que lleva al vacío.

Silencio.

- ¿Me tiro de cabeza o antes me dan de desayunar?- responde Gandolfini.

Saludos, lo que está arriba también está abajo, desde este lado del ordenador.

Ellas tampoco saben por qué, relatos de María Gutiérrez

Jueves, Junio 20th, 2013

“Cuando la conocí todavía ejercía. Era una provocadora a la que le gustaba echarse los güisquis en una boca salpicada de dientes de oro y llena de palabras mientras los hombres la miraban, aunque nunca la vi con ninguno en particular. Me encantaba contemplarla, me provocaba una satisfacción que por aquella época no entendía, una curiosidad que se extendía a todo su entorno, tan fascinante me resultaba; por lo que me contrariaba que mi padre y los demás se la comieran con los ojos y fueran criticando más tarde el lenguaje soez del que hacía gala y otros descaros suyos.”

(Arraigo incipiente, relato incluido en Ellas tampoco saben por qué, María Gutiérrez, colección Tid, Ediciones Idea)

Ellas tampoco saben por qué gira en torno a doce relatos que revela a una notable escritora, María Gutiérrez, que sabe manejarse muy bien en el territorio de las historias cortas. Tiene clase su literatura, estilo. Convence su aparente sencillez para transmitir emociones, despertar sensibilidades que creías ocultas en algún lugar de tu corazón.

Gutiérrez emplea para ello géneros que domina y respeta. Esta es una de las claves que sustenta un libro que se lee con avidez, y que provoca reflexiones pese a que algunos de sus cuentos apenas superen página o página y media.

La colección presenta distintos retratos femeninos, algunos de ellos trágicos, pero están narrados con generosa distancia, casi como si pareciera que su autora lo que le interesa es contar lo que ve (imagina) sin dar lecciones morales.

Pienso que ésta es otra de las claves de este libro singular, que abrevia de fuentes donde no concurre la literatura que en la actualidad se está escribiendo en este archipiélago desamparado, abandonado de las manos de los dioses.

María Gutiérrez transmite sensibilidad con un estilo sencillo, conciso, que no cae en ejercicios espirituales camuflados como ejercicios experimentales. Juego en el que sí incurren muchos compañeros de viaje, poco crédulos a la hora de contar historias y sí amigos de complicarse la vida porque, presumo, no hay más dentro de su cabeza. Quizá entusiasmo por parecer lo que no son: escritores.

Todo lo contario cuando devoro, más que leo, estos relatos con inicio, nudo y desenlace. De una aparente simplicidad ya que la mayoría de ellos esconde complejas bombas de relojería, bombas larvadas que explotan como sensaciones una vez cierras las tapas del libro.

Un libro que desconcierta y que me resulta insólito porque está escrito desde las tripas, o desde muy adentro. Que brinda momentos que conmueven.

Cuentos en los que subyace agonía, fatal resignación pero también un canto en ocasiones pintado con lirismo extremo sobre la aventura de lo cotidiano, de levantar la cabeza pese al peso de las circunstancias. Por miserables e ingratas que resulten.

Un aviso pues a los navegantes: no es Ellas tampoco saben por qué un libro donde no se cuenta nada, sino todo lo contrario. Es una obra donde sí se cuentan muchas cosas. Doce relatos, hemos dicho, que están escritos desde muy adentro en los que se narra a veces con crudeza tragedias de la vida vulgar, citando el título del mejor libro de relatos, a mi juicio, del maestro Wenceslao Fernández Flórez; y en otras con un aliento poético que desarma y emociona. Que pone la carne de gallina.

Cuentos en los que sus protagonistas resultan creíbles, la mayoría de ellos seres inocentes a los que ha marginado una sociedad hipócrita y chiquita.

Me quedo, no obstante, con dos relatos.

Dos historias que poseen complejos discursos sobre lo que ellas son, sobre cómo les condiciona ser lo que son y, en especial, por cómo quieren verlas los demás que son.

Me refiero a Barro de Agana, relato de obligada lectura para todos aquellos que aún sostienen que los primeros pobladores de Canarias fueron algo así como buenos salvajes, y Arraigo incipiente. Historia en la que su autora rinde homenaje a una calle que resiste su derribo en pleno corazón de esta capital de provincias en la que vivo, y cuya memoria pide a gritos que la recupere una literatura urbana que se precie.

O lo que es lo mismo, que vaya más allá de la guía del viaje, del recorrido sentimental por sus calles y plazas.

Afortunadamente ha sido una mujer la que descubre como espacio literario esa calle condenada por ser espacio de mercadeo sexual, Miraflores, al narrar la desventura de una mujer rebelde dedicada a ese oficio que dicen es el más antiguo del mundo.

Defiendo así que María Gutiérrez solo por esta historia hace gesta.

Gesta en una ciudad que solo se mira al espejo cuando su reflejo no le muestra lo que realmente es: una urbe con dos caras, tristemente pueblerina y conservadora.

(*) Ellas tampoco saben por qué se presenta este jueves, 20 de junio, a las 19.30 horas, en la Librería de Mujeres de Canarias, en la calle de Sabino Berthelot, 42, en Santa Cruz de Tenerife. El acto correrá a cargo del profesor José Ramos Arteaga.

Saludos, preparados, listos, ya, desde este lado del ordenador.

Fallece Ricardo Lezcano

Martes, Junio 18th, 2013

Ha muerto Ricardo Lezcano.

Juan Cruz le dedica un emotivo obituario en el diario El País.

(*) La imagen está tomada de Canarias 7.

Saludos, demasiado son ya los ausentes, desde este lado del ordenador.

“Philip Marlowe”, dijo Robert Mitchum

Lunes, Junio 17th, 2013

La culpa la tuvo una mala adaptación al cine de El Sueño eterno, Detective privado (Michael Winner, 1978), cinta que entre otras irreverencia trasplantaba el universo de Los Ángeles al gélido escenario londinense aunque su protagonista, el actor que encarnaba a Philip Marlowe, se convirtió desde ese día en el verdadero, en el único, en el insustituible detective privado amante de las causas perdidas.

¿Su nombre? Robert Mitchum, ya con bastantes años encima, y que en esta película repetía el mismo papel tras el relativo éxito alcanzado por Adiós, muñeca (Dick Richards, 1975), pulcra adaptación de una de las mejores novelas que Raymond Chandler dedicó al investigador aficionado a los gimlet y los cigarrillos Chesterfield.

Pero esta versión de Adiós, muñeca llegó tiempo después que viera en el cine –Cine Numancia, aún lo recuerdo numantinamente y como si fuera ayer– Detective privado con un Bob Mitchum al que todavía le faltaba tiempo para el sueño eterno. En el filme de Winner, mientras tanto, reparte justicia por las neblinosas (¿o son nebulosas?) calles, mansiones de Londres…

Después fue cuando leí a Chandler.

Cuando leí sus novelas y relatos protagonizados por Marlowe.

Y en todas, El largo adiós, La hermana pequeña, La ventana siniestra, Adiós muñeca, El sueño eterno, Playback e incluso la inconclusa Poodle Springs, que terminaría Robert B. Parker, todo un purasangre del género y que fue llevada al cine con James Caan como el detective privado que nunca probó el sabor de la gloria, Marlowe era Mitchum.

¿Hace falta que lo mastique?

En todas esas novelas, y en los relatos Marlowe, Robert Mitchum fue su encarnación perfecta en mi imaginario, en mi construcción de las historias que narraba con lirismo de perdedor Raymond Chandler. Un escritor, Chandler, al que todos los que leíamos citábamos en unos años de instituto que ya se han ido por el sumidero de la historia y del que conseguí en esa misma época de entusiasmos febriles y probablemente guiado por los fantasmas del mismo Chandler y de Mitchum, La vida de Raymond Chandler, de Frank MacShane (colección Libro Amigo, editorial Burguesa 1977, en una excelente traducción de Pilar Giralt) donde el propio escritor describe a su ¿héroe? como: “Tiene un sentido del carácter, o no conocería su trabajo. No acepta el dinero de otro deshonestamente ni soporta la insolencia de nadie sin una venganza debida y desapasionada. Es un hombre solitario, y su orgullo quiere que le traten como a un hombre orgulloso, o lamentarán haberle conocido. Habla como un hombre de su edad, es decir, con rudo ingenio, un gran sentido de lo grotesco, repugnancia por el fingimiento y desprecio por la mezquindad.”

Bob Mitchum, que es junto a Kirk Douglas un actor de hoyuelo en la barbilla, encaja a la perfección en esta descripción chandleariana sobre su criatura más famosa.

Y no es que ubique en segundo lugar el trabajo de Bogart, ni el de Robert Montgomery en su todavía desconcertante La dama del lago, filme que cuenta la historia a través de cámara subjetiva, lo mismo que deseaba hacer Orson Welles con su frustrada adaptación de El corazón de las tinieblas, relato conradiano donde, curiosamente, su protagonista se llama Marlow. Un Marlow al que solo le falta una e para ser Marlowe que es como reconocemos a Philip. Philip Marlowe.

Ese mismo Marlowe, con e, fue interpretado también por James Garner y Elliott Gould. Pero Gould, a mi juicio, no resultó un buen Philip Marlowe, tampoco una película para recordar El largo adiós, que dirigió Robert Altman en 1974 con entusiasmo renovador. Interés por ubicar al detective privado en la época en la que se rodó este filme que adapta la que considero la mejor novela de Chandler con Marlowe como protagonista.

El largo adiós, la novela, contagia su pesimismo.

Su tristeza eriza la piel.

Y todo porque, ya saben, la traición no es una de las bellas artes.

Me encuentro estos días releyendo precisamente El largo adiós.

Una novela que redescubro tras la tercera lectura que le dedico.

Es como si empezara de nuevo, como si me reencontrara otra vez con Marlowe.

El personaje crece en mi cabeza pero siempre como Robert Mitchum.

Un Mitchum que lleva gabardina. También sombrero y las manos metidas en los bolsillos mientras observa con mirada de no-me-creo-nada la telaraña de mentiras que debe de desenredar.

Cuenta la leyenda que para Chandler Marlowe era Cary Grant.

No sé así que habría pensado de Mitchum encarnando a su personaje.

Quiero imaginar, no obstante, que le habría gustado.

Ese hombretón destila tras su físico una ternura que lo convirtió en estrella.

Y esa misma estrella aún fulguraba cuando llegó a encarnar al detective privado en el otoño alimenticio de su carrera.

Así que dicho esto es mi mejor Philip Marlowe.

Ni Bogart, Ni Caan, ni Montgomery, ni Gould, ni Garner…

Cuando leo las novelas que Raymond Chandler le dedicó a su caballero sin espada no hay otro Marlowe que no sea Mitchum.

Un hombre que parece triste, solitario y final.

Saludos, decir adiós es morir un poco, desde este lado del ordenador.

Pronto, muy pronto… El precio del poder

Domingo, Junio 16th, 2013

 

“¿Que miran? No son más que una pandilla de cretinos ¿Y saben por qué? Porque no tienen huevos para ser lo que quieren ser, necesitan a personas como yo para poder señalarlas con el dedo y decir: ése es el malo. ¿En que les convierte eso? ¿En los buenos? No son buenos, simplemente saben esconderse. Saben mentir. Yo no tengo ese problema. Yo siempre digo la verdad. Incluso cuando miento. Así que darle las buenas noches al malo. Vamos, es la última vez que van a ver a un tipo malo como yo. Vamos, apártense que va a pasar el malo. El malo quiere pasar. Será mejor que se aparten…”

(El precio del poder, Scarface, Brian de Palma, 1983)

Saludos,  How are you?, desde este lado del ordenador.

El zahorí del Valbanera, una novela de Juan Manuel García Ramos

Viernes, Junio 14th, 2013

“- Y ya está bien de contarte historias por hoy. Ya sabes más de mi vida que yo mismo, me has hecho memorizar cosas de las que ni me acordaba. Pero te digo algo: tu manera de escuchar mis pasos por esta vida, la atención que has puesto, el interés que me has demostrado, me permite presagiar algo, y esta vez voy en serio, esta vez hablo como zahorí de profesión: algún día te harás escritor y terminarás por contar todo lo que has oído de mis labios.”

(El zahorí del Valbanera, Juan Manuel García Ramos, colección Narrativa, Baile del Sol Ediciones)


Las dos últimas novelas de Juan Manuel García Ramos son ejercicios narrativos en los que el escritor solo quiere contar historias. Se pone fin así al cripticismo experimental que caracterizó muchos de los textos de la generación del 70. Parece que ahora García Ramos, como otros compañeros de aquel fenómeno literario, desea ampliar su círculo de lectores. Llegar a un público que además de reconocer literatura quiere entretenerse, emocionarse con la literatura.

Si en El guanche en Venecia se trataba de un texto que se acoplaba cómodamente y sin sonrojarse al género de la novela histórica, el escritor apuesta ahora con El zahorí del Valbanera por la memoria familiar y también la fábula en un texto desconcertante para los que hayan seguido la producción literaria de su autor.

En este sentido, El zahorí del Valbanera es un libro que entretiene y, lo que es mejor, contagia emociones. Una novela que parece escrita más con el corazón que con la cabeza, lo que a mi juicio maximiza el interés de una obra que en apenas un centenar de páginas hace conmover y, de alguna manera, reconciliarme con las raíces de la geografía que habito.

En su nueva novela, Juan Manuel García Ramos no camufla intenciones, y ya desde el principio avisa que se trata de un libro en el que quiere reivindicar la memoria de su abuelo, pero también de todos aquellos canarios que en algún momento de su vida se vieron obligados a marcharse de su tierra por necesidad.

Esta temática resulta inquietantemente actual con los tiempos siniestros que vivimos, aunque hay otras reflexiones que empapan las páginas de un libro que se lee de una sentada.

Por un lado, describe con vigor narrativo la conexión –debido a las circunstancias– que unió durante unos años de penuria los destinos de Canarias y Cuba. Y por otro, permite al escritor reflexionar sobre la atlanticidad, pieza maestra que forma parte del discurso en el que se apoya el imaginario de García Ramos.

El zahorí del Valbanera es además una novela cuidadosamente didáctica, en la que su autor repasa y subraya cómo afecta a sus protagonistas, en especial a José Aquilino Ramos, su abuelo materno, lo que significa ser testigos involuntarios de la Historia.

Un relato, el de la Historia, tan caprichosamente próximo al mito de Sísifo.

No abruma sin embargo el escritor con precisiones, obsesiva cronología de los hechos. No, Juan Manuel García Ramos no quiere resultar denso ni pedante. Muy al contrario, apuesta por la síntesis. En su novela lo que de verdad importa es la reivindicación de la memoria de un hombre que no lo tuvo fácil en la vida.

Un hombre bueno, que mantiene un diálogo con su nieto, el mismo escritor, mientras cuenta pedazos de una existencia entregada al trabajo en una tierra que no era la suya pero que terminó siendo algo así como suya tras su regreso a Valle de Guerra, localidad del nordeste de Tenerife con la que parece García Ramos quiere ajustar cuentas. Saldar una deuda histórica.

Como novela, El zahorí del Valbanera me parece así más sincera y menos pretenciosa que El guanche en Venecia. Lo que explica su grandeza. Quizá sea porque aquí ya no se trata de reivindicar nacionalismos extremos, recurriendo para ello a un mito más cercano al hombre de acero que a la realidad sino, precisamente, por narrar desde la distancia de un observador implicado la errática existencia de un canario de a pie. La de un hombre que se fue con lo puesto a otro lugar en el que tuviera la oportunidad de manifestar el concurso de sus modestos esfuerzos.

Tiene esta novela-memoria-fábula momentos que conmueven, y logra el escritor algo fundamental para todos aquellos que, como quien ahora les escribe, pide a una novela: que le entretenga y despierte emociones.

Ha logrado además que la leyera de un tirón. Sorprendido por el relato, por el cuadro que hace de un hombre que obedeciendo a su voluntad de presagio, salva su vida y la de sus tres amigos cuando el Valbanera, el barco que más tarde desaparecería en su trayecto hacia La Habana, hizo escala en Santiago de Cuba.

Sí se le puede reprochar a García Ramos una vez leída la novela que el lector exija más. Pero esto es así porque, al menos fue mi caso, José Aquilino Ramos pasó a formar parte de mi familia.

Ya he dicho que El zahorí del Valbanera despierta demasiadas emociones. También recuerdos de personas que han marcado mi existencia y que hoy, desafortunadamente, están ausentes.

Comparto así muchas de las emociones del autor, y agradezco su sereno equilibrio porque el libro nunca cae en lo cursi, en lo fácil. En explotar la lágrima ridícula.

Mencioné antes que está escrito en forma de un diálogo donde el abuelo materno narra su historia y en la que su nieto revela sus impresiones, la nostalgia ¿amarga? de recuperar una vida que hizo del trabajo su catecismo con el único objetivo de regresar a su tierra natal.

Concluyo, citando al autor de El zahorí del Valbanera:

“El nieto huye de idealizar a su abuelo, de convertirlo en una vida ejemplar, de aquellas que leía en los colorines de su primera infancia, pero no puede dejar de considerarlo una buena muestra de lo que fue la vida para muchos valleros de su época, abocados a salir de sus lugares natales a buscar el sustento y la dignidad negados por sus entornos de origen. La emigración siempre es una manera de negarnos a ser lo que otros quisieron que fuésemos. La emigración siempre es rebeldía, y esa actitud era la que el nieto admiraba en su abuelo cansado y vencido, arrepentido por no haber dado a su descendencia lo que él fue a buscar a América, una vida distinta, un mundo abierto, una alternativa a la condena dictada por lo alrededores del lugar de nacimiento.”

Saludos, he dicho, desde este lado del ordenador.