Archive for Junio, 2013

El Cine Víctor quiere iniciar su nueva etapa el 1 de agosto con el estreno de Guerra Mundial Z

Jueves, Junio 13th, 2013

“Y trató de imaginar cómo se vería la luz de una vela cuando está apagada.” (Lewis Carroll)

Me encuentro con Eladio Fraga mientras rambleo y lo primero que le pregunto es si se ha vuelto loco.

- ¿Loco?

- Lo digo por eso de reabrir el Cine Víctor. ¿Va en serio la cosa?

Eladio se pasea la mano por el bigote a lo Clark Gable que alfombra debajo de su nariz.

- Pues sí.

- ¿Estamos hablando del mismo Cine Víctor?

Nos detenemos en el kiosco de La Paz y nuestras miradas coinciden en la entrada del antiguo palacio –me niego a llamarlo templo– cerrado a cal y a canto.

Eladio asiente y por señas insisto que se ha vuelto loco.

- La nave va.- dice Eladio, no sé si porque de repente se ha vuelto felliniano,  lo que pondría de manifiesto que, efectivamente, se ha vuelto loco.

- ¿Un cine como el Víctor rentable en estos tiempos?- pregunto por seguir hurgando en la herida, imbuido, quien sabe, por el espíritu del dichoso y loado sea su nombre Santo Tomás.

Eladio se encoge de hombros.

“Te has vuelto un romántico” pienso, no digo, mientras mi cabeza recupera momentos vividos dentro de ese cine que fue, reitero, un palacio nunca un templo.

- ¿Y para cuándo la inauguración?

- El 1 de agosto.

- Vaya. Encima, en verano, con dos… Ya sabes, con dos…

Eladio vuelve a pellizcarse el bigotito a lo Gable que sombrea su nariz.

- ¿Cuentas con algún respaldo institucional?

- No, todo privado.

- Vaya…  ¿Y será cine, cine?

Eladio asiente.

- Nada de teatro, nada de monólogos, nada de conciertos, nada de mítines políticos que, como sabes, son algo así como teatro, monólogo y concierto todo junto y revuelto…- digo en plan bromeo.

- Cine. Solo cine.- asegura Eladio.

La mente se me ilumina entonces y suelto el tópico titular que circula beodo por mi cabeza.

- El Cine Víctor reabre sus puertas cual ave Fénix.

- ¿Qué dices de Félix?- comenta Eladio distraído, perdido en su universo con sonido a sensurround.

Pero no hago caso, y voy a lo mío.

- ¿Y se puede saber que película estrenará esta nueva etapa del renacido Cine Víctor?

Eladio continúa en su mundo con sonido sensurround.

- Eladio, ¿me escuchas, Eladio?

Me mira, se pellizca el bigotito y no sé si sonríe.

- Guerra Mundial Z.

- ¿La del Brad Pitt?

- La del Brad Pitt.- me confirma.

- ¿Y luego?

- La última de Guillermo del Toro.

Buscando por la red me entero que se trata de Pacific Rim, una película de monstruos con robots pilotados por humanos bajo el fondo del mar que combaten contra colosales criaturas infernales.

Cine de autor con todas sus letras.

O lo que es lo mismo, que Eladio sigue siendo Eladio.

- Cine de estreno entonces el que se proyectará en el Víctor. Como en los viejos tiempos…

Eladio asiente y vuelve a pellizcarse el bigotito a lo Gable que tiene debajo de la nariz.

- ¿Puedo publicar lo que me acabas de decir en el blog?

- Sí, sí…- repite.

- Hasta la próxima entonces.- respondo aún desconcertado.

Mientras lo veo alejarse no me queda muy claro todavía si Eladio es consciente de la inversión que tiene que ejecutar en el Cine Víctor.

De la profunda remodelación que debe someter a la sala, que cuenta con dos pisos –en mis tiempos decíamos la parte de arriba y la parte de abajo–, así como la de mejorar la instalación técnica. El proyector, la pantalla, el sonido entre otras ¿menudencias?

Veo como Eladio se sienta en una de esas sillas metalizadas que rodean la fuente de la que antaño fue la Plaza de la Paz y que da, como todo vecino que se precie de esta capital de provincias sabe, justo delante de la fachada del Cine Víctor, con su letrero de neón apagado.

¿O quizá esté fundido?

Vuelvo a mi café con leche.

Y susurro entonces

- Suerte, inglés….

Lo dice Nick Nolte en Adiós al rey (John Milius, 1988).

Saludos, ya lo saben, desde este lado del ordenador.  

Matar o no matar, este es el problema

Miércoles, Junio 12th, 2013

No hubo manera en mis años mozos que me dejaran entrar en una película que, pasado el tiempo, explica cómo funcionaba por aquel entonces la orden de prohibir que la vieran los que eran menores de 18 años.

Como otras tantas películas que se estrenaban en los cines, y sin referencias salvo que la protagonizaba Vincent Price, lo primero que me llamó la atención de este largometraje fue el cartel promocional que colgaba en distintos puntos de la capital tinerfeña… Un cartel que lograba disparar mi imaginación, de un sensacionalismo burlón que todavía, cuando lo contemplo, hace que viaje al pasado y que se despierten emociones que creía dormidas definitivamente.

Puedo entender ahora, pasado los años y con una visión un tanto legendaria de aquella adolescencia, que el interés por digerirla se acrecentara en vez de disminuir a medida que los porteros de los cines de estreno me negaban la entrada. Y siento aún la sensación de derrota con la que regresaba a casa, una frustración que no se iba a disipar de mi cabeza hasta que tuviera la oportunidad de verla…

Tuve que esperar así a que se repusiera en uno de aquellos cines de barrio que entonces poblaban el callejero de Santa Cruz de Tenerife. Concretamente, el Cine Somosierra, donde los custodios no resultaban tan estrictos a la hora de dejar pasar a un niñato con demasiados pajaritos en la cabeza.

Pasado los años, las emociones son encontradas.

Porque reconociendo que no se trata de una gran película, sí que es, a mi juicio, uno de los mejores papeles que interpretó Vincent Price.

El filme se tituló en España Matar o no matar, este es el problema (Theatre of BloodDouglas Hickox, 1973) y en él intervienen algunos de los actores más grandes del cine británico como Jack Hawkins, Harry Andrews, Robert Morley, Diana Rigg y, en un papel pequeño pero explosivo, la explosiva Diana Dors.

Recuerdo que cuando salí del Cine Somosierra, una de aquellas salas, junto al Delta o al Fraga, en las que era posible colarte a las de mayores de 18 años, Matar o no matar, este es el problema fue una de esas películas que contribuyeron a que abandonase esa etapa de la vida en la que saltas sin red de la infancia al pantano de la adolescencia, y que para mi, Vincent Price se convirtiera desde ese día más en el fracasado actor shakesperiano Edward Lionheart que en el abominable doctor Phibes.

Aún conservo imágenes muy frescas de esta película en el disco duro de mi memoria. Debe ser que se trata de un filme que tontea con el gore con tono de deliciosa comedia macabra.

Descubro en dvd y a precio de crisis Matar o no matar, este es el problema, y siento como el chispazo de la emoción me recorre por la espalda.

Ya en casa, el cansado reproductor se pone idiota, lo que me hace rememorar los “déseme usted la vuelta” que me cantaban los porteros cuando nervioso y poniéndome de puntillas le hacía entrega de la entrada…

Pero por fin, quizá porque recito en silencio pedazos del Necronomicón, comienza la película en el televisor y la veo con ojos presuntamente adultos; descubriendo que lo que antaño me impactó ahora apenas me produce una sonrisa, aunque aún me captura la trágica historia del actor que es humillado por un grupo de críticos, dando pie a su furiosa y shakesperiana venganza con la colaboración de su hija y de un grupo de mendigos que me proporciona lecturas que en su día, más preocupado por el efectismo, fui incapaz de interpretar.

Con todo, la película no ha perdido su encanto. Me desconcierta su atrevido erotismo para la época, la etérea sexualidad de la encantadora Diana Rigg, y las carnes generosas de Diana Dors… Disfruto con esa venganza implacable que emprende Price contra esos críticos que le negaron su reconocimiento, así como ese aire de ópera bufa aunque trágica que planea en un largometraje que se permite readaptar al mismísimo Shakespeare explotando sus historias más sangrientas, su teatro de sangre, con largos parlamentos que, escuchados en inglés, sacan a relucir la musicalidad de un idioma que si no se enseña bien, uno termina por odiar.

Regreso, en definitiva, a mi ya lejana adolescencia recuperando una película que se ríe de sí misma pero que a la vez se toma muy en serio. Y quiero entender, mientras la observo, el valor que tenía aquel niñato que hacía lo imposible cuando le negaban lo posible.

Y aprecio que su debilidad por la señora Rigg no haya decrecido con el tiempo, y que ya desde ese entonces se pusiera del lado de Price y no de los cretinos que fueron incapaces de reconocer su talento.

Asumo, también, de donde procede mi afición por el cine británico, y su peculiar sentido del humor que en esta pequeña película termina con una frase que no voy a desvelar pero que dice mucho de los profesionales que están convencidos de su criterio.

Una película, Matar no matar, este es el problema, que para quien ahora les escribe es eso que unos denominan como película de culto.

Un título que, con todos sus inevitables defectos, despertó ideas a un niño impertinente que, treinta años después, descubre colorado que ya forman parte de su estrafalaria personalidad.

Tal vez y de tanto en tanto, un poco sobreactuada.

Saludos, ¡¡¡larga vida a Edward Lionheart!!! desde este lado del ordenador.

Dando la nota

Martes, Junio 11th, 2013

Baile del Sol Ediciones publica la última novela de Juan Manuel García-Ramos, un histórico de la denominada generación del 70, titulada El zahorí del Balvanera, título que su autor describe como “el más directo de mis libros narrativos.” La historia se inspira en la experiencia de su abuelo, “al que llamaban zahorí”, durante el viaje que realizó en este barco que naufragó en algún lugar del Atlántico en 1919 durante su trayecto del puerto de Barcelona a Puerto Rico.

La Garúa Libros publica La crepitación. Poesía reunida (1991-2006) de Rafael José Díaz, volumen que incluye también un epílogo firmado por Mario Martín Gijón. El mismo autor, en la contraportada del libro explica que: “El poeta (al menos el poeta que yo desearía ser) escribe siempre en los bordes del sueño: en la incertidumbre del adormecimiento o en la lenta resurrección del despertar; en la encrucijada de los caminos; en la oscuridad de la noche irrigada de estrellas; junto a las tumbas de los muertos, frente a esa última morada que es a veces la luz crujiente del mediodía; en habitaciones vacías asediadas de pronto por remotos recuerdos; bajo acantilados extasiados ante los pliegues de un mar inaccesible; en medio del bramido de un viento que desgasta y desnuda las palabras.”

* La próxima semana llegará a las librerías Si hubieras estado aquí, de la escritora Cecilia Domínguez Luis, volumen que edita la colección G21 Narrativa Canaria Actual. Este viernes, 12 de junio, y a las 19 horas se presenta en Tenerife también otro título de G21 en el salón de actos de la Mutua de Accidentes de Canarias (MAC), Julia y la guillotina, de Jonathan Allen. Esta misma editorial publica aunque en su colección Narrativa El envío turco, de la escritora Pilar Escalona, una novela en la que una serie de personajes residentes en Tenerife y Gran Canaria se ven afectados por sucesos misteriosos tras haber coincidido en un viaje a Turquía.

* La colección Narrativa de Baile del Sol Ediciones publica la primera novela de la escritora Inma Luna, Mi vida con Potlach. En la contraportada se explica que “tras una grave crisis, Luis decide aplicarse una terapia propia consistente en cuadricular su vida y desvincularse del resto de los seres humanos con el fin de mantenerse a salvo.” La historia está escrita en forma de diario y ha sido calificada por Julio Castro en La República Cultural como un libro en el que su autora “desenfunda los sentimientos del fondo del ropero, les da la vuelta, los limpia, los remienda, te viste de nuevo y te empuja a caminar.”

Saludos, ya saben, desde este lado del ordenador.

Diez recomendaciones como diez botellazos directos a la cabeza

Lunes, Junio 10th, 2013

INTRO

La lista que presentamos a continuación solo tiene el ánimo de orientar a posibles lectores sobre autores, y algunas de sus novelas, de la que, a mi juicio, forman parte de la mejor etapa de la novela negra norteamericana. La que se escribió y publicó en la década de los años 40 y 50 del siglo XX.

Como observará algún iniciados, hemos omitido a Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross McDonald de esta nómina por entender que son autores que incluso conoce el menos experimentado lector de este tipo de relatos. Al mismo tiempo, somos conscientes que se nos quedan muchos nombres en el tintero, pero era un riesgo inevitable cuando elaborábamos esta pequeña selección de diez autores imprescindibles que pretende ser una guía tanto para los iniciados como para los profanos de una literatura que, afortunadamente, supera la prueba del tiempo cuando salta las fronteras del género.

LOS NOMBRES

Bill S. Ballinger.- A pesar de no ser demasiado conocido en España es un autor que desde que se produjo el primer boom del género en este sacrificado país ha sido bastante bien editado. El aficionado puede encontrar prácticamente muchas de sus novelas en rastros y librerías de viejo, así como reencontrarse con su literatura y con su peculiar manera de entender las claves de las historias policiacas en la que, sin lugar a dudas, son sus dos obras maestras, La mujer del pelirrojo y Retrato de humo (colección Serie Negra, RBA).  El caso de Ballinger resulta además insólito porque en este tipo de novelas se atrevió incluso a experimentar, al ofrecer en capítulos alternos la visión desde dentro de sus protagonista-antagonista, una dualidad que además de acrecentar el atractivo del relato lo hace si cabe más interesante para todos esos lectores que todavía dudan de la grandeza de este género.

William R. Burnett.- Los protagonistas de las novelas de William R. Burnett suelen estar al otro lado de la ley, quizá ello explique el tono crepuscular, fatalista que planea en la mayoría de sus historias, comenzando por El pequeño César y culminando en la que es, a mi juicio, su obra maestra: El último refugio, un título que fue llevado a la gran pantalla por Raoul Walsh y que supuso uno de los mejores papeles protagonizado en el cine por Humprey Bogart. Burnett, que como la mayoría de los escritores que aparecen en esta lista cultivó toda clase de géneros, no de ja de ser también un romántico. Romanticismo que tiñe de un lirismo que aún respira en muchas de las páginas de sus historias. A él le debemos, además, La jungla de asfalto, Vanity Row, El hombr frío, Romelle, Perseguido, Nadie vive eternamente

Vera Caspary.- Esta escritora cuenta con una de las obras más sobresalientes, turbias e inquietantes del género, Laura, y quien les escribe agradecer a Otto Preminger que la tradujera en imágenes con la forma de la irresistible Gene Tierney. Laura es una historia atípica, profundamente romántica pero con resonancias necrófilas. Caspary escribió otras novelas dentro del género pero ninguna de ellas superó el nivel que consiguió con este título, uno de los grandes clásicos de la narrativa –para nada presuntamente facilona– negra.

James M. Cain.- Si hablamos de la importancia de la mujer fatal en la literatura policíaca tenemos que citar inevitablemente a James M. Cain. De hecho, en sus historias, la mujer ocupa un papel decisivo, muy por encima del de sus protagonistas masculinos, y no necesariamente como manipuladoras y mantis religiosas que explotan sus encantos sexuales. Además de El cartero siempre llama dos veces y Doble indemnización, y de sus novelas históricas –ambientadas a finales de la Guerra de Secesión– como Mignon y Más allá del deshonor, Cain describe con maestrías ambiguos dramas femeninos en Mildred Pierce y La mariposa que se salen de lo común. Títulos que sorprenden por resultar todavía políticamente incorrectos.

David Goodis.- Tengo debilidad por David Goodis, para mi uno de los gigantes no ya no solo del género negro sino de la literatura norteamericana del siglo XX, relegado a un inmerecido olvido por la serie de novelas que publicó en editoriales populares. El universo de Goodis está poblado de perdedores, protagonistas a las deriva, la mayoría de ellos alcohólicos que han encontrado en la bebida un refugio en el que olvidar la tragedia de su existencia porque casi todo Goodis es puro y duro existencialismo. Una huida hacia adelante por ese corredor que nos condena al infierno.  No me canso de reeler a Goodis, y no me canso de recomendárselo a los que quieran oírme. Si quieren terminar un libro noqueado, sintiendo como ese vacío se hace paso dentro del estómago a mordicos, no dejen de leer a este escritor. Es su hombre.

Patricia Highsmith.- Una de las grandes. Y no creo que haya discusión. Introducirse en el universo de Higsmith es algo así como pactar con el diablo. A la escritora le preocupan las dobleces humanas, hurgar en la ambiguedad. Padre y madre del inmoral pero irresistiblemente atractivo Tom Ripley, la producción literaria de Patricia Highsmith es un punto y aparte en la Historia de la Literatura entendida como una de las bellas, pero también perversas, artes.

Chester Himes.- Novelista profundamente comprometido, el universo de Himes es personal e intransferible. De una violencia que desconcierta, y con una mirada cansada sobre las relaciones entre blancos y negros a mi, personalmente, y más con el escritor de potentes ficciones como Un ciego con una pistola, me atrae mucho más los testimonios desnudos  y autobiográficos sobre su errática vida. Leer a Chester Himes es leer Literatura con letra mayúscula.

Horace McCoy.- Es otro de los grandes de esta lista. Y junto con Goodis uno de los mejores y descarnados cronistas sobre ese tema tan unido a la literatura negra norteramericana de aquellos años como es el perdedor. McCoy, de firmes convicciones de izquierda, arremente en sus novelas contra el sistema. Defiende la libertad de expresión en Los sudarios nos tienen bolsillos; golpea con ira a la industria del cine En luces de Hollywood; construye una historia de fueras de la ley con nervio y oficio en la formidable Di adiós al mañana y explota su rabia contra el capitalismo en ¿Acaso no matan a los caballos? Lúcidez fatal es lo que aún continúa encendiendo la llama el trabajo que nos legó este escritor cuyos títulos brevemente reseñados han sabido crecer –no empequeñecer– con el paso de los años.

Jim Thompson.- Escribió como una ametralladora y nunca perdió la ironía ni su saludable mala hostia. Cuenta con dos novelas que ya son clásicos en el género: El asesino dentro de mi y 1.200 almas, títulos en los que su protagonista es un policía ido de la cabeza. Un psicópata que nos cuenta su historia y su manera de ver el mundo en primera persona. Thompson tiene muchos más títulos, algunos de los cuales son obras mayores y otros no tanto. RBA lo está recuperándolo en su colección de Serie Negra, así que no hay excusa para atreverse (esta es la palabra) a meterse en su universo. Universos pequeños, casi rurales, poblado de personas siniestros. No escapa ni uno.

Charles Williams.- Existe en español un interesante estudio sobre este escritor norteamericano, que firma Hernán Migoya, que recomiendo a todos aquellos que quieran adentrarse en el territorio por el que se movió. Un territorio hasta ese entonces escasamente explotado por la novela policíaca como es el mar. Títulos suyos son Calma total, Marcada por la sospecha y El arrecife del escorpión, entre otros.

(*) La imagen corresponde a la versión cinematográfica de El cartero siempre llama dos veces (Tay Garnett, 1946)

Saludos, solo diez pero hay más, desde este lado del ordenador.

Fallece Elías Querejeta, “El Productor”

Domingo, Junio 9th, 2013

Gracias a Elías Querejeta el cine español se hizo adulto. Esa es su gran aportación a una industria en la que contribuyó además a que se reconociera el trabajo de quién estaba detrás de la cámara.

No existiría La caza, de Carlos Saura, sin el respaldo de Querejeta, por ejemplo. Tampoco El espíritu de la colmena, de Víctor Erice, o Cría cuervos, también de Saura…

Solo cito tres de los grandes títulos que hay que asociar no solo a su director sino al hombre que hizo posible poner en marcha aquellos largometrajes, un productor imprescindible para conocer la errática trayectoria del cine español, cuya repentina ausencia a las edad de 78 años despierta mi memoria y también mi reconocimiento.

Una producción de Elías Querejeta reunía así señas de identidad. Sello de un productor que, discretamente en la sombra, supo tomar el pulso a la sociedad española de su tiempo. La que transita de los años sesenta a los setenta, la edad de oro de las producciones Querejeta y la edad de oro de un cine cansado ya de perseguir suecas por la Costa del Sol.

Para los que lo conocieron, sin embargo, si había algo de lo que estaba de verdad orgulloso Querejeta además de sus películas fue cuando le metió un gol al Real Madrid en sus años como jugador de la Real Sociedad. La hazaña viene recogida en la Wikipedia, y me la repite el cineasta tinerfeño Javier Fernández Caldas, quien desde 1988 a 1991 trabajó con Querejeta en su productora desempeñando varios oficios. Desde jefe de producción a regidor y auxiliar de dirección.

Javier Fernández Caldas recuerda a Elías Querejeta como “el tipo más chulo e inteligente que he conocido en mi vida. Se lo aguantabas todo por lo interesante que resultaba. Tenía carisma.”

Y ese carisma supo transmitirlo a la mayoría de las películas en las que intervino como productor. De hecho, es considerado por muchos como “El Productor”, una figura poco reconocida entre el gran público pero fundamental para poner en marcha una película.

En este sentido, para un recién licenciado en Imagen y Sonido por la facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, entrar a trabajar en su productora, ubicada en la calle Maestro de la Salle, 21, “un chalet con una pequeña sala de cine, dos salas de montaje, oficinas y una buhardilla que era donde descansaba”, fue algo así como si le tocara la lotería.

“Envié mi currículum un jueves y ya estaba trabajando el lunes de la semana siguiente. Y ahí estaba, conversando con el guionista Manolo Matji, delante de mi el productor de Cría cuervos.”

Como jefe de producción, Javier Fernández Caldas trabajó en el primer cortometraje documental de la hija del productor, Gracia Querejeta, El viaje del agua, donde conoció al director de fotografía Kalo Berridi, años más tarde colaborador en su primer largometraje, La isla del infierno; y como regidor en la serie para televisión Las siete huellas, siete mediometrajes de media hora de duración rodados por los aquel entonces debutantes Julio Médem, Juan Manuel Chumilla, Gracia Querejeta, Jesús Ruiz, Jaime Botella, Nacho Pérez de la Paz y José Luis Acosta.

Fernández Caldas colaboró además en el rodaje de Las cartas de Alou, de Montxo Armendáriz, una producción en la que se convirtió en el hombre del dinero para el productor, a quien solía ir a buscar al restaurante La Ancha.

“Javi dame 25.000 pesetas”.- cuenta Fernández Caldas que le pedía Querejeta a su jefe de producción.

“Javi, vámonos a buscar extras para la película”.- rememora el cineasta tinerfeño que le decía Montxo Armendáriz durante el rodaje de Las cartas de Alou.

“Todo lo que sé de producción se lo debo a Elías Querejeta y eso que entré a trabajar en su productora en unos años donde la situación del cine, sin ser tan difícil como ahora, sí que era complicada. Querejeta se dedicaba en aquellos años a producir sobre todo documentales para instituciones, que era entonces lo que daba algo de dinero.”

Tras formar su propia productora en 1991, Javier Fernández Caldas se despidió de Querejeta.

Bastó con un apretón de manos.

Tres años después, el cineasta tinerfeño dirigiría su primer cortometraje, El último latido. Un filme posible gracias “a lo que aprendí junto a Elías Querejeta”, el productor de cine que redefinió el cine español.

El productor de cine que le metió un gol al Real Madrid.

(*) En la imagen de Ignacio Gil (ABC) el productor y guionista Elías Querejeta.

Saludos, más allá del sur, desde este lado del ordenador.

¡Vétete pa’llá Falconetti!

Viernes, Junio 7th, 2013

Escucho en un centro comercial, sonando de fondo, The logical song, un tema de Supertramp que asocio a un verano perdido ya en el tiempo. Siento el sabor amargo de la nostalgia mientras mis pulmones exigen piedad.

Recorro las instalaciones como un muerto viviente, un zombi de esos que salen a colación esta mañana, mientras mantengo una conversación con Jessica Herrera, una escritora de grancanaria que ha editado recientemente una novela de vampiros para jóvenes, me aclara, titulada El pentáculo de sangre.

Mientras camino con errático rumbo recuerdo a bote pronto Hombre rico, hombre pobre, que fue una serie que impactó a la chiquillada de mi generación y que supuso además, el segundo amor platónico de mi vida –el primero fue Dale Arden– la actriz Susan Blakely.

Buceando en la red descubro el impresionante reparto de Hombre rico, hombre pobre.

Sabía que fue el trabajo que sirvió de trampolín para el hoy reconocido Nick Nolte (el hermano pobre) y que enterró para siempre en la televisión la carrera de Peter Strauss (el hermano rico). También a Edward Asner, quien más tarde contribuiría a que esa misma generación de chiquillos pensaran que las bondades del periodismo era posible por Lou Grant; y a Dorothy McGuire, que interpretaba el papel de la sufrida madre de la familia Jordache. Y, cómo no, a Susan Blakely, que si no me equivoco terminaba alcoholizada en la serie y en la novela, escrita por Irwin Shaw, uno de esos narradores que han sido relegados al purgatorio por alcanzar en vida el éxito de ventas pero que tuvo que salir de los Estados Unidos de Norteamérica cuando se produjo la tristemente caza de brujas…

También aparecía en Hombre rico, hombre pobre Ray Milland, Gloria Grahame, una señora a la que no me puedo quitar de la cabeza desde que la vi En un lugar solitario y William Smith. Un actor, Smith, cuya carrera marcó al rojo vivo Hombre rico, hombre pobre al interpretar a Falconetti, uno de esos malos que terminó por devorar su restante trayectoria artística y que cuando intentaba hacer de bueno obligaba a que no te lo creyeras.

Fue tanto el éxito de Falconetti, que en aquellos años de instituto cuando insultabas a alguien lo llamabas simplemente Falconetti.

- Vétete pa’llá Falconetti.- decías.

Y el aludido bajaba la cabeza.

Al margen de Hombre rico, hombre pobre, alguien me llama esta tarde para decirme que en la capital grancanaria y en un acto de homenaje a Benito Pérez Galdós saltan algunas chispas.

Chispas que no prende en polémica, pero que mucho me temo que al autor de Los episodios nacionales le haría saltar las lágrimas. Y no de pena, precisamente.

¡Viva el espíritu de Gabriel Araceli!

Y con ese mismo espíritu pretendo participar en un coloquio en el que interviene el dibujante y guionista Alfonso Zapico y Juan Antonio Martín Muñoz, este último junto a Jonay Martín Perdigón, autor de Imidawen, un cómic que me sorprende por su voluntad de reconstruir la última etapa de la conquista de Tenerife. Han sacado dos álbumes, y pronto, si hay suerte, el tercero que concluirá su trilogía sobre la resistencia de los aborígenes de Tenerife.

En la charla, que modera Elena y Carlos, se habla de colorines/chistes/tebeos y se cita, entre otros, a Will Eisner, que es algo así como uno de los gigantes de un arte que dicen ocupa el número nueve de la lista.

Como el debate tiene lugar en La Laguna, aprovecho cuando finaliza para dar una vuelta por la Feria del Libro, donde veo rostros conocidos. Pregunto en un puesto si tienen el Necronomicón pero me responden que está agotado.

Abdul Alhazred estaría contento, Lovecraft mucho más porque parece que ese libro prohibido finalmente existe y no se encuentra en los sótanos del Vaticano.

Esta mañana, mientras hablaba con Jessica Herrera, la autora de El pentáculo de sangre, le pregunté qué opinaba de esa moda que consiste en reinterpretar clásicos de la literatura como Orgullo y prejuicio y El lazarillo de Tormes en clave terrorífica.

Vino a responderme algo así como vade retro Satanás.

Yo no lo tengo tan claro, pienso que a veces es sano quitarle el barniz sagrado a las cosas.

Me pregunto en este sentido que tal quedaría una Mararía poblada de vampiros y licántropos… O Unos puercos de Circe con zombis.

Pero  relájense porque no sucederá. Al menos de momento. Aunque quizá una Fortuna y Jacinta en este plan…

Cuando bajo en el tranvía rumbo a Santa Cruz de Tenerife siento que la máquina tiembla, que vibra de un extremo a otro de los vagones, como si quisiera salirse de las vías y dirigirse a toda velocidad, mientras destroza el pavimento, en el mar.

Pero vivo en una capital de provincias que vive de espaldas al mar. Así que probablemente la maquinaria, y conmigo dentro, acabaría deteniéndose en el laguito de risa de la Plaza de España.

Un amigo me comenta el jueves, cuando me lo tropiezo por casualidad en la calle del Castillo, que a él le encantaría si le ofrecieran la posibilidad de viajar en el tiempo, detenerse en el Santa Cruz de Tenerife de finales de los años sesenta.

Suelto la broma, con mirada seria aunque timbre en la voz socarrón, que apenas se daría cuenta que había retrocedido en el tiempo.

- ¿Por qué?-pregunta el amigo.

- Porque esta ciudad desordenada continúa aún anclada en esos años.

Mi amigo me observa detenidamente. Se pasa la mano por la barbilla y sonríe.

- ¿Qué?- escupo.

- ¿Qué? Vétete pa’llá Falconetti

Saludos, The logical song, desde este lado del ordenador.