Archive for Septiembre, 2013

Yo me acuerdo… Amarcord

Domingo, Septiembre 8th, 2013

Uno de los grandes nombres del cine italiano es Tonino Guerra, maestro de escuela y guionista.

Si algo tiene de atractivo la vida de Guerra es que fue igual de corriente que la del vecino de al lado, solo que Tonino Guerra se preocupó por contarla con mano maestra y con naturalismo feroz en el puñado de historias que dejó para la Historia del Cine.

Es probable que a muchos no les suene Tonino Guerra, maestro de escuela y guionista, pero su firma se encuentra en algunas de las más grandes, polémicas y rompedoras películas del cine italiano.

Su firma está en el mejor y más hipnótico Michelangelo Antonioni. También en una de las mejores películas de Federico Fellini, Amarcord, punto de inflexión en la carrera del excéntrico y excesivo cineasta, quien se mueve contenido y somnoliento por relatos que son una isla en sí mismo y también isla en la filmografía de su director.

Amarcord conserva aún todo su elegante esplendor y una visión asombrada y asombrosa de la vida.

No me canso de ver su “yo me acuerdo” sobre la plácida vida en una ciudad de provincias italiana en los años treinta. De convertirme en cómplice de la mirada de Fellini, un cineasta sentimental con cruda ternura.

No sé hasta que punto pudo influir el guión de Tonino Guerra en Fellini, pero fuera cual fuera, y a medida que transitan los años, el resultado continúa latiendo.

Han pasado cuarenta años desde que se estrenó Amarcord.

La vi por primera vez en los ochenta en una de esas salas que ya no existen porque se travistieron en solares, bingo, bolera o gimnasio como pasó finalmente con el Yaiza Borges, Cine que rescató de la ruina el antiguo Tenerife para exhibir otro cine que entretiene en la intimidad de la sala a oscura.

El impacto de Amarcord perdura.

Me quedé con algunas de sus historias e incluso me hice amigo de muchos de sus personajes. Es un poso sin fondo en el que encontrar razones para desenredar miedos, prejuicios. Basura, en definitiva.

Lo comprobé la segunda vez que la vi.

Era Amarcord.

La misma película que vi la primera vez.

La tercera, la cuarta, la quinta y…, ya lo he olvidado, ocasión que vi Amarcord fue como encontrarme con uno de esos amigos a los que no ves desde hace años y que cuando te tropiezas con él casualmente, es como si no hubiera pasado el tiempo…

Sí, aprendes a ver arrugas, el retroceso alarmante de cabello sobre su frente, pero ese amigo continúa siendo el mismo de siempre.

La noche del sábado volví a ver Amarcord y supe que yo también recuerdo con fondo sonoro –elegante, sin dejarse notar, notándose– de Nino Rota.

Tengo la banda sonora de la película en un disco de vinilo. Debe de estar por alguna parte…

Como en alguna parte de mi recuerdo está el tío que se sube a un árbol para gritar “quiero una mujer”, la Vulpina, la glamorosa La Gradisca, la familia y los amigos del protagonista, los profesores, el abogado historiador, el que vende helados, la generosa estanquera, el ciego que toca el acordeón, los fascistas en esta misma capital de provincias que habito y que a veces vibra porque tiene destellos, personajes, que me hacen Amarcord.

Amarcord por eso no es una película sino otra cosa.

¿Terapia?

¿Una obra tan alambicada y sencilla que no te deja ser espectador sino protagonista?

Saludos, yo me acuerdo, desde este lado del ordenador.

La historia de Canarias en dibujos animados

Jueves, Septiembre 5th, 2013

Muchos no se acordarán a este lado del Atlántico pero hubo una vez, una vez, una serie de dibujos animados sobre la historia de Canarias que pagó su Gobierno y realizó BRB Internacional, la misma empresa de las inteligentes adaptaciones La vuelta al mundo en ochenta días y Los tres mosqueteros de Julio Verne y Alejandro Dumas, en La vuelta al mundo de Willy Fog y D’Artacan y los tres mosqueperros.

BRB, la empresa fundada por el mallorquín Claudio Biern Boyd, tenía experiencia en productos como éste. Ya había probado contar la historia de Cataluña en dibujos animados.

A mediado de los años noventa volvería a hacer lo mismo con la del archipiélago.

Para quien les escribe tiene esta puñetera serie tiene algo especial, algo que la distingue no por la serie en sí, sino por el cúmulo de circunstancias que se dieron cita cuando se hizo pública su existencia.

Se publicó por aquel entonces, mediados de los noventa, que el Gobierno canario había invertido 478 millones de pesetas en ella.

Una serie que iba a constar en un principio de 26 episodios de media hora pero que al final resultaron 52 con quince minutos de duración.

Para contar la historia de Canarias se recurrió a dos personajes con forma de perros (bardinos, decían) para conectar en tono abuelo- nieto con los diferentes momentos históricos que se presentaban.

Uno de los canes casi se llama Oto pero se le cambió el nombre a última hora por el de Guetón y al cachorro que lo acompaña Guetón Jr.

¿Las razones?

Oto “sonaba demasiado a alemán” (Canarias, en dibujos animados, La Gaceta de Canarias, 27 de noviembre de 1996).

El catedrático de Historia de América de la Universidad de La Laguna, Manuel de Paz, fue el encargado de la dirección histórica de la serie, aunque la serie, una vez completa y enlatada, le costó despegar antes de llegar a la pequeña pantalla.

¿Por qué?

BRB se demoró considerablemente en su entrega.

En su día, las razones que alegó la compañía fue que reclamaba “sesenta millones de pesetas” que aún le debía el Gobierno de Canarias.

Por otro, ese mismo Gobierno de Canarias no sabía qué hacer con la serie, con su Historia de Canarias en dibujos animados.

Ese mismo año, Lorenzo Olarte anuncia en la cajita de bombones que es el Parlamento canario que la empresa Saturno la comercializaría “próximamente”.

El próximamente se dilata en el tiempo… aunque al final la serie llega al público con notable retraso.

Llegó demasiado tarde.

Tarde porque como serie de dibujos animados se la ve –y se la veía– anticuada y estreñida y, lo que es peor, objetivamente fría. A pesar de las cargantes intervenciones de los canes protagonistas.

La historia de Canarias en dibujos animados navega en la red.

La veo y sueño con otro excéntrico y costoso capítulo de esta comunidad autónoma de dibujos animados.

Saludos, Achamán, desde este lado del ordenador.

Luis Suárez, actor

Miércoles, Septiembre 4th, 2013

Anoche soñé con Luis Suárez. En el sueño me tropiezo con el actor a la altura de la ruinosa Plaza de Toros y nos quedamos frente a frente, observándonos, casi midiéndonos con los ojos. Para él no pasa el tiempo aunque antes de despertar me doy cuenta que estoy ante un fantasma.

Rebusco en mi archivo personal, que no está enlatado dentro del computador sino en carpetas que aguantan toneladas de papel ya amarillento, y recupero a Luis Suárez como lo vi en el sueño. Lleno de vida, como el actor que disfrutó de una merecida popularidad tras interpretar a Tonet en Cañas y barro, inspirada en una de las novelas del escritor Vicente Blasco Ibáñez y Guarapo, “el papel de mi vida” como no se cansó de repetir tras la hazaña que a finales de los años ochenta realizaron Teodoro y Santiago Ríos tras levantar ese largometraje que hizo historia en esta somnolienta Comunidad y que habla de Canarias desde Canarias…

¿Por qué escribo sobre Luis Suárez?

Ya lo dije, ayer soñé con él.

Y despertó latidos dormidos.

Lo conocí en Madrid, cuando aceptó rodar un mediometraje que, paradojas de la vida, se título Por los viejos tiempos.

Su director, Miguel Ángel Toledo, escribía en un artículo publicado en La Gaceta de Canarias (3 de marzo de 1993) con motivo de un ciclo dedicado a su memoria organizado por la Filmoteca Canaria: “Recuerdo la primera vez que lo vi. Habíamos quedado en un bar de Madrid, sin conocernos, para hablar de su participación en el proyecto. Yo tenía grabada aquella imagen suya de Guarapo, joven y fuerte, un actor triunfante y llamativo. Cuando apareció me llevé una gran sorpresa. Había enflaquecido, estaba más pálido y más viejo. Fue lo primero que le dije, utilizando una especie de diplomacia yugoeslava para romper el hielo entre un actor importante y un aspirante al mundo del cine. Él se rió y con una sinceridad aplastante me dijo que no había trabajado desde hacía dos año sino para hacer una película de la que renegaba fuertemente, así que aceptaba hacer lo que fuera. Quería trabajar, quería interpretar a toda costa. Inmediatamente nos puso todo su apoyo para que el proyecto saliera adelante, por supuesto sin cobrar. Estábamos encantados, allí teníamos al auténtico Guarapo, vivito y coleando y además gratis, entusiasmado como un colegial en aquella extraña aventura que le proponíamos. Parecía que era la primera vez que iba a hacer aquello. Hasta diría que estaba más ilusionado que yo”.

Luis Suárez nació en Las Palmas de Gran Canaria pero en los años sesenta se trasladó a Madrid para estudiar Arquitectura, carrera que abandonó en favor de la interpretación.

Su primera incursión en el cine fue en el largometraje Posición avanzada (Pedro Lazaga, 1965) y Los desafíos, una curiosíma película de episodios dirigidos por Víctor Erice, Claudio Guerín y José Luis Egea. Colaboró también en el último trabajo firmado por Roberto Rossellini, El Mesías, aunque el éxito, el baño de multitudes, ser portada y convertirse en noticia vino a raíz de la serie Cañas y barro, donde fue Tonet.

De hecho, el único Tonet posible.

Volvió a repetir suerte con Blasco Ibáñez en La barraca, pero el efecto ya no fue el mismo hasta que los hermanos Ríos lo ficharon para que encarnara a Guarapo en la película del mismo título.

Santiago Ríos lo recordaba así en un artículo publicado en La Gaceta de Canarias el 4 de junio de 1992, un día después de conocerse su muerte.

“Era Guarapo. Se metió en la piel del personaje y sufrió y se conmovió con él”.

Anoche soñé con Luis Suárez.

Era Tonet, era  Guarapo, era Luis Suárez.

(*) En la imagen Luis Suárez y Victoria Vera en Cañas y barro.

Saludos, todo por un sueño, desde este lado del ordenador.

William S. Burroughs, no Edgar Rice Burroughs

Martes, Septiembre 3rd, 2013

La primera vez que oí hablar de Burroughs supuse que se refería al autor de Tarzán, algunas de cuyas novelas había leído aunque las que recuerdo con más entusiasmo no son las que dedicó al rey de la selva.

Pero me equivocaba porque el Burroughs que se mencionaba solo tenía en común con el que creó a Lord Greystoke su puñetero apellido.

Llegué así a William S. Burroughs por una curiosa confusión mientras que a Edgar Rice Burroughs llegué antes por las películas.

Sobre todo las protagonizadas por Johnny Weissmuller, la adorable Maureen O’Sullivan y la mona Chita.

Todavía recuerdo como al salir de la sesión de las cuatro de la tarde empezaba a dar saltos de un lado a otro mientras imitaba patéticamente el grito de Tarzán y ordenaba con un escueto pero mortífero Ankawa una imaginaria estampida de elefantes…

Pero no, aquel Burroughs que me decían no tenía nada que ver con el Burroughs de Tarzán.

Lo supe nada más me prestaron Yonqui, y lo supe nada más me puse a leer la que todavía considero mejor obra de su autor.

Será porque es la deslumbrante crónica de una adicción escrita por un adicto.

Yonqui cuenta también con el atractivo de ser una obra pionera, no ya por la historia que cuenta, sino por el descenso a los infiernos de un hombre que busca el secreto con tan objetiva distancia.

Imagino que casi todo el mundo sabe que Yonqui se convirtió en un libro perseguido en los años cincuenta, década en que apareció publicado en una oscura editorial norteamericana, lo que le ha dado desde entonces una respetable aureola de maldito a pesar de que hoy se lea como un clásico.

O un título adelantado a su tiempo como Las confesiones de un comedor de opio de Thomas de Quincey; La rabia de vivir, de Mezz Merrow o Nadie gana, de Jack Black.

Historias de somnolientos que mezclaron en su obra no solo drogas y alcohol sino autobiografía con ficción.

Yonqui termina con la decisión de viajar a Colombia de su protagonista, Lee, para buscar yage (ayahuasca), una sustancia que piensa tiene efectos telepáticos.

Sobre esta búsqueda, que realmente emprendió Burroughs, está la correspondencia con Allen Ginsberg; y para continuar con las vivencias de Lee, Queer, donde el protagonista describe cómo se lo monta para seducir a un jovencito y novela en la que ya comienza a palpitar el Burroughs creído de sí mismo.

Yonqui es la única novela de William S. Burroughs que le logrado leer de principio a fin porque dentro de ella late una cruda verdad.

Lo que produjo después se transformó en otra literatura.

Una literatura obsesiva y solo aparentemente compleja.

Descubrí en este sentido que una de las claves para sumergirse en el universo S. Burroughs es leerlo a salto de mata, abrir el libro al azar y dejarte llevar por su neura.

Me pasó con Almuerzo desnudo, novela que leí a trompicones.

Empecé por la mitad para dejarme arrastrar al final y más tarde, mucho más tarde, el inicio.

Acción que he vuelto a repetir estos días de sofocante calor.

“Los objetivos exactos de Islam S.A. son oscuros. No necesitamos aclarar que todos los implicados en el asunto tienen un enfoque distinto, y que todos se proponen traicionar a los demás en una ocasión o en otra.

A.J. agita a favor de la destrucción de Israel: -En vista de todo el sentimiento contra Occidente uno tiene que pronunciarse a favor de las cosas árabes… La situación es poco menos que intolerable… Israel constituye lisa y llanamente una molestia”. (Almuerzo desnudo, Ediciones Siglo Veinte, Buenos Aires, 1971).

Burroughs continuó explotando más que sus fantasmas, sus visiones en otras novelas y cuentos, incluso guiones pero no hace falta ser muy listo para darse cuenta que su universo siempre es el mismo.

Todavía noquea.

William S. Burroughs falleció a la edad de 83 años.

Saludos, Las últimas palabras de Dutch Shultz, desde este lado del ordenador.

Naufragio, una novela de Beatriz Menéndez Vico

Lunes, Septiembre 2nd, 2013

“Se levantó para irse a su casa pero desistió, el padre ausente, la hermana viviendo con el viejo de La Lisa, las calles sucias y llenas de baches, el calor y la sensación de sentirse devorado por la fatalidad. Todo dentro de él destruyéndolo, no existía ninguna atadura, no compartía la sumisión de los que creían en el sacrificio eterno, vivía escudando los golpes, perdido en la ciudad amada, en su pobreza”.

(Naufragio, Beatriz Menéndez Vico, colección Sitio de fuego, Editorial Baile del Sol)

Hay más nombres, más escritores que Leonardo Padura y Pedro Juan Gutiérrez en la actual república de las letras cubanas. Voces que por una u otra razón todavía no suenan más allá de las fronteras de ese país que es una isla con forma de caimán dormido.

Pero que son nombres que están ahí y su naturaleza, al igual que la naturaleza que anima la obra de Padura y la de Gutiérrez, extrema y radical en sus primeros trabajos, proponen una visión que trasciende la realidad política y destila una preocupación por los personajes y el entorno, La Habana, que hace coincidente los relatos y las situaciones que se puede encontrar entre los narradores cubanos de los últimos tiempos.

En este aspecto, tiene mucho de generación, y de generación perdida Naufragio, la primera novela de Beatriz Menéndez Vico (La Habana, Cuba, 1973), en el que se narra con tono lírico y crepuscular el final de un grupo de hombres y mujeres, más o menos de la misma edad, durante uno de los años más duros e intensos de la historia reciente cubana y que el régimen acuñó profilácticamente como Periodo Especial.

Un Periodo Especial que pareció hundir social y políticamente al régimen castrista tras el desmoronamiento de los países que hasta ese entonces eran parte del bloque del Este. O los países cuya orientación ideológica se escoraba hacia el socialismo que emanaba de la extinta Unión de República Socialistas Soviéticas.

Lo que sorprende sin embargo, y lo que anima a la lectura de Naufragio es que Beatriz Menéndez Vico no quiere hacer literatura política, sino narrar con cierta distancia el final de los sueños de la que, probablemente, ha sido la generación mejor formada por la revolución. Una revolución que terminó ninguneando a su descendencia por exigirle sacrificios terribles sin prometer nada a cambio.

A medida que se avanza en su lectura, lo más atractivo de esta novela es la ausencia de rencor y de ajuste de cuentas que la mueve. Se trata, y así lo deja claro la escritora a lo largo de todo el libro, de contar cómo afectó a esos jóvenes de finales de los ochenta e inicios de los noventa el final de un proyecto político e ideológico que exigía, ya no pedía, lo imposible. Un proyecto político además que fue incapaz de confiar en sus herederos, manteniendo unas estructuras que, como la mayoría de los edificios de La Habana, hoy son más que testigos, parodias de un tiempo mejor.

Y estos elementos, combinados sin furor por la escritora, hace que su lectura vaya más allá del espacio geográfico en el que se enmarca, y sea un título curioamente pegado a estos días. Días donde se devora la esperanza de miles de personas con independencia de donde haya nacido o de donde se haya convertido.

Beatriz Menéndez Vico se muestra en esta novela como una sólida escritora de personajes. Una voz que sabe dotar de voces, rasgos distinguibles, de hacer creíbles a sus protagonistas.

Tiene mucho de realismo esta novela, pero un realismo que Menéndez Vico empapa de poesía, lo que atenúa el poso profundo de pesimismo que se respira en ella, en sus historias.

Al mismo tiempo, Menéndez Vico relata las razones que provocaron el abrupto despertar de esa generación, la de los ochenta, a una realidad cuya prédica revolucionaria fue incapaz de evolucionar más allá del Patria o muerte ¡venceremos! sin elevar nunca el tono, solo radiografiando la frustración de unos jóvenes que apenas tienen espacio en el que desarrollarse y progresar, lo que los condena a actos que, no pueden ser visto de otra manera, implica imposibles y trágicos heroísmos o invita a una resignada sumisión.

Naufragio te hace reflexionar, y descubrir con asombro que muchos de los errores de un sistema que pareció ser generoso en su reparto de oportunidades hoy es más bien un dinosaurio que se resiste a evolucionar.

Novela coral, Naufragio cuenta muchas historias dentro de otras historias pero todas coinciden en el intento de sus protagonistas por hacerse un espacio dentro de una sociedad que se hunde porque ha perdido contacto con la realidad, con las víctimas del naufragio.

Saludos, cae la tarde, desde este lado del ordenador.