Archive for Noviembre, 2015

Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay, una novela de William Boyd

Miércoles, Noviembre 11th, 2015

“Ahora que lo pienso, hubo un error el día que nací. Ahora no parece importante, pero el 7 de marzo de 1908 –hace mucho tiempo, casi setenta años atrás– mi madre se enfadó mucho. No obstante, fuera como fuese, yo nací y mi padre, siguiendo las estrictas órdenes de mi madre, insertó un anuncio en el Times. Yo era la primogénita, así

que el mundo –los lectores del Times de Londres– tenía que ser debidamente informado. «El 7 de marzo de 1908, Beverley y Wilfreda Clay tuvieron un hijo varón, Amory.»

¿Por qué puso «hijo varón»? ¿Para fastidiar a su esposa, mi madre? ¿O fue el perverso deseo de que yo no fuera una niña, el hecho de que no quisiera tener una hija?

Me pregunto si fue por eso que más tarde intentó matarme. Cuando me encontré ese recorte reseco y amarillento escondido en un álbum, hacía décadas que mi padre había muerto. Demasiado tarde para preguntarle. Otro error.”

(Suave caricia. Las muchas vidas de Amory Clay. William Boyd. Traducción: Damià Alou. Alfaguara, Penguin Random House Grupo Editorial, 2015)

A pesar de que me su mejor novela me sigue pareciendo Un buen hombre en África, obra en la que creí descubrir a un notable seguidor de Graham Greene solo que aliñado con gotas de divertido e inteligente humor británico, no suele decepcionarme las novelas y cuentos que he leído hasta la fecha de William Boyd. Y cuando se escribe decepción me refiero incluso a su colaboración en el universo literario de James Bond con Solo, su más que correcta aportación al universo literario creado por Ian Fleming.

El caso es que William Boyd, que se trata de un escritor clásico, que huye de experimentalismos y cuyas mejores historias suele ambientar en la primera y convulsa mitad del siglo XX, me sorprende con cada libro que presenta, aunque en algunos de ellos se aprecie que explota un territorio que ya ha sido explorado por el mismo autor, solo que con nuevas perspectivas.

Esa es la sensación que saco de Suave caricia: las muchas vidas de Amory Clay, historia en la que cuenta la vida de la fotógrafo documental Amory Clay, y que  incluye algunas de las imágenes que sacó a lo largo de su carrera. La gracia, o broma literaria si quieren, es que Amory Clay es fruto de la imaginación de William Boyd, y su vida, su buena vida, la feliz y la amarga crónica de una mujer durante gran parte del siglo XX ya que está presente con su cámara en algunas de las crisis y guerras que jalonaron su historia, pero también tomando el pulso a su familia y la recreación en la belleza de las pequeñas cosas que son, generalmente, los buenos momentos.

La novela toma forma a través de varios de los diarios que escribe Amory Clay en 1977 así como al tiempo presente de su personaje, lo que permite a Boyd narrar el día a día de Clay y definir a un personaje que en sus últimos días vive recluida en una cabaña aislada en una isla de las Hébridas, y en la que pasa el tiempo bebiendo demasiado whisky y socializando solamente con el médico y el hotelero de este reducido espacio geográfico.

Amory Clay es producto de una familia semi-aristocrática, fruto de un padre, Beverley, novelista fracasado y escritor de cuentos sobrenaturales al borde del colapso nervioso tras combatir en la Gran Guerra; su madre, Wilfreda, una mujer distanciada y solo preocupado porque los suyos no susciten escándalos, y dos hermanos. La existencia familiar de Amory Clay se quiebra cuando su padre intenta matarse con ella arrojando el coche que conduce a un lago, lo que genera que Amory Clay –al salir ilesa del accidente– termine por desconfiar de los hombres que ama.

Pese a esta sospecha, la novela describe las historias de amor que mantiene Clay con algunos hombres en esta novela. Todos ellos, personajes vulnerables, heridos. También muy egoístas pero tiernos cuando hacen el amor, la suave caricia que forma parte del itinerario sentimental de la protagonista.

La novela se lee de un tirón, pese a su generoso número de páginas, porque Amory Clay vive una vida en la que parece que no existe la palabra aburrimiento. En su vida adulta conoce el submundo de los clubes de striptease de Berlín de los años 20, es golpeada salvajemente durante los disturbios fascistas de Londres en los 30 por las hordas lideradas por Oswald Mosley y viaja hasta Francia en la Segunda Guerra Mundial y Vietnam en los años sesenta porque con sangre, sudor y lágrimas está consagrada a su oficio: la fotografía.

A lo largo de todo este itinerario, Clay conocerá a un puñado de hombres (un editor, un soldado, un escritor, un fotógrafo) a los que ama, forja amistades, se enfrenta a grandes cuestiones de fe y aprende a traicionar cuando siente que la traicionan.

Todas estas experiencias procura reflejarlas con su cámara y resultan creíbles al lector porque su personaje, que al principio solo es barro, se transforma en un cuerpo dotado de carne y alma. Además, y a diferencia de otros escritores contemporáneos, William Boyd sabe contar buenas historias con muy pocas pretensiones. Lo que es un valor en estos tiempos de egos tan revueltos.

En el libro, la voz narrativa de Amory Clay nunca flaquea. Y todo pese a que  a veces resulte complicada y contradictoria e impulsiva en otras. Estos rasgos de su carácter contribuyen sin embargo a armar su carácter, a que sea real porque está tallada con tan milimétricas imperfecciones.

Si se conocen otros trabajos de Boyd, Suave caricia: las muchas vidas de Amory Clay recordará el tono de Las nuevas confesiones y Las aventuras de un hombre cualquiera, títulos en los que proponía también autobiografías ficticias de un cineasta y de un novelista, ambos masculinos. Ahora, al narrar la vida de Amory Clay, escribe sobre un buen pedazo del siglo XX desde la perspectiva de una mujer cuyo relato resulta más fuerte y menos cínico que el que proponía del director de cine y del escritor.

De hecho, parece que su habitual mezcla de artificio y naturalismo ha llegado a un grado de perfección en Suave caricia que convierte este libro en uno de los mejores trabajos que su autor ha publicado hasta la fecha. Y remarca este efecto, nada gratuito, la inclusión en sus páginas de una serie de fotografías supuestamente tomadas por Amory Clay, y que funcionan como ilustraciones en las que, curiosamente, cuando aparece la protagonista, la imagen se hace borrosa, casi como si fuera voluntad de Boyd que sea el lector quien imagine a su formidable heroína.

No es capricho ni baladí, porque entre otros transfondo de la novela, William Boyd reflexiona sobre la capacidad de invención, la de reconstruir pero también deconstruir la realidad a través de la ficción. Incluso el título del libro está tomado de una novela inventada que fue escrita por uno de los amantes de Amory Clay:

Dure lo que dure vuestra estancia en este pequeño planeta, tanto da lo que ocurra en ella, lo más importante es sentir –de vez en cuando– la suave caricia de la vida.

Jean-Baptiste Charbonneau, Avis de passage (1957)

Suave caricia es, en definitiva, una novela con capas. O un fascinante juego de espejos sobre la vida.

Saludos, cantamos, desde este lado del ordenador.

Tradición contra modernidad

Martes, Noviembre 10th, 2015

Las cosas como son: la estrella en una película de James Bond es el actor que interpreta al agente con licencia para matar. En la serie, el director y los guionistas pasan a un discreto segundo plano para dar mayor protagonismo también a los villanos y a las mujeres que transitan por el destino cinematográfico de 007.

Un 007 al que Sean Connery imprimió de viril encanto; Roger Moore dotó de cierto sentido del humor parvulario; George Lazenby de fracaso y Timothy Dalton y Pierce Brosnan de aroma proletario y burgués, respectivamente mientras la criatura creada por Ian Fleming exigía en mudo silencio renovación, una nueva lectura que tras cuatro películas ha personificado Daniel Craig con una nota razonablemente alta para los seguidores de tan legendario como machista personaje.

El anuncio, sin embargo, de que Craig deja tras Spectre de vestir el traje de Bond abre de nuevo el interrogante sobre quién continuará explotando las posibilidades de un personaje que, y así se entiende con cierta amarga ironía en Spectre, ha envejecido como un roble, pero envejecido al fin y al cabo, en estos días donde lo que prima son los jóvenes y sus nuevas y revolucionarias tecnologías, más cuando se aplican a la información porque –y de eso se trata– Bond, aunque no lo parezca, es un agente secreto.

Un agente secreto que nació durante la Guerra Fría, aunque Ian Fleming, cansado pronto de enfrentar a 007 contra rusos y chinos, sustituyó con Spectra a estos ejemplares enemigos del mundo libre.

La nueva película Bond, Spectre (Sam Mendes, 2015) rastrea sobre los orígenes de tan siniestra organización y propone una original revelación sobre su mentor, Ernst Stavro Blofeld, que interpreta en esta película y con estudiado histrionismo Christopher Waltz, que aporta de más sustancia a un personaje marcado por su complejo de superioridad y que en otras películas Bond fue interpretado por Donald Pleasence, Telly Savallas y Charles Gray.

Como ya sucedió con la fallida Skyfall, Spectre propone una revisión sobre el universo Bond y analiza a su contrincante por excelencia.

Blofeld es el opuesto de 007 aunque en contra de los otros Blofeld cinematográficos no trabaja tanto para dominar el mundo sino para consumar una larga y acariciada venganza que no vamos a revelar por si alguien se decide a ver esta película. Una película que como vehículo de acción resulta más contenida que las anteriores protagonizadas por Craig, pero que cuenta con escenas (la que transcurre en Méjico DF o una bronca pelea en un tren que circula por el desierto del Sahara) de alto voltaje y que se encuentran en una historia en la que priman también diálogos, algunos de ellos muy ingeniosos, y el ya tradicional reposo del guerrero.

Es decir, en Spectre se reúnen muchos de los elementos que ya son marca del universo Bond, solo que contextualizados en un filme que mira más hacia los sesenta, la edad de oro literaria y cinematográficamente del personaje. Un hecho, huelga decirlo, que agradece el espectador iniciado.

Y es que si tiene alguna objeción Spectre dentro del universo Bond es que resulta un filme que está dirigido a espectadores conocedores de ese universo.

En este aspecto, es probable que el neófito se quede con la boca abierta al no traducir las claves que pueblan el metraje de la película y en la que se recuerda otros títulos de la serie como Al servicio secreto de su Majestad (Peter Hunt, 1969) uno de los filmes menos recordados de 007 pero que, a título personal, consideramos uno de sus trabajaos más estimables no ya por la magnífica canción compuesta por John Barry e interpretada por Louis Armstrong (We Have All the Time in the World) sino por su intento de humanizar al espía con licencia para matar.

Como sucede con otras películas que se estrenan en estos tiempos inciertos, otro lastre que pesa sobre Spectre es su excesivo metraje así como la debilidad de la historia una vez quiere contar algo más que el prometido –y por otra parte ansiado– enfrentamiento entre 007 y Blofeld.

El resto, por otro lado, cumple a rajatabla con la ecuación que dio tanto éxito a las novelas y películas que se han escrito y rodado sobre el personaje.

Un héroe de acción que con el paso de los años ha ido perdiendo el gusto por una existencia hedonista no carente de peligros en favor de una lealtad que tal y como la interpreta Daniel Craig es aproximada a la de un perro pit bull.

El Bond de Craig es músculo, un profesional que actúa y luego, si cabe, piensa.

O un asesino, como no se cansa de repetir en toda la película, antes que definirse profesionalmente como espía.

Un individualista frío pero con sentido del humor que resulta muy incómodo en un mundo tan vigilado como el nuestro. Quizá eso explique que el Bond de Spectre me haya parecido un depredador que además de estar pegado a sus multimillonarias tradiciones, al final del filme recupera su plateado Aston Martin, hoy parece ser consciente de que está en vías de extinción.

Saludos, fine, desde este lado del ordenador.

Piensa en algo bonito, me dijo la anestesista

Viernes, Noviembre 6th, 2015

La anestesista me dice antes de colocarme la máscara que piense en algo bonito. ¿Algo bonito cuando lo único que veo es el techo?

Sí, piensa en algo bonito… repite la anestesista mientras me instala la mascarilla e imagino, así, como de repente, a Charlize Theron. O un ángel con la forma de Charlize Theron y pierdo la conciencia.

Me cuentan que abro los ojos tres horas después de la intervención. Y la verdad es que no detecto calambres ni dolores molestos. Eso sí, intento que pase el tiempo y para alguien que no recuerda demasiadas cosas de su pasado, le atropellan ahora imágenes del pasado. Algunas en blanco y negro y otras en color.

Un fogonazo recupera lo que sintió con el regalo que le hicieron sus padres cuando, muy pequeño, salió de aquel quirófano en el que el anestesista, entonces un hombre, no le dijo que pensara en cosas bonitas sino que le puso la máscara por sorpresa en la boca y creyó que se asfixiaba, que se moría, que en aquel mismo instante dejaba este mundo que es el único que conoce y, supone resignadamente, conocerá vivo y muerto.

El regalo fue Astérix y los normandos, y desde ese día conserva ese cómic, tebeo, colorín o novela gráfica que dicen los sofisticados, como oro en paño. Eso sí, es incapaz de releerlo, aunque pasa las páginas y se detiene un rato y observa los dibujos…

Y es que siempre hay una primera vez y, llegado el caso, una última vez.

Claro que solo sé que no sé nada, aunque ahora sé que Charlize Theron, a su manera, fue lo último que imaginé antes de caer dormido…

Saludos, en busca del unicornio, desde este lado del ordenador.

Agatha Christie visita el Puerto de la Cruz

Miércoles, Noviembre 4th, 2015

Agatha Christie, junto a su hija Rosalind, se refugió en febrero de 1927 en Canarias con la intención de superar una crisis emocional. Un año antes, la escritora había desaparecido misteriosamente dejando tras de sí –y como única pista– un coche abandonado en las proximidades de Newland’s Corner, en Surrey. Tras una investigación policial y a que se especulase sobre lo que pudo haber sucedido, un paciente reconoció a la escritora semanas después en el hotel Hydrophtic, donde se había alojado como Nancy Neele –al parecer el nombre de la amante de su primer marido, el coronel Archibald Christie– aunque alegó entonces a los investigadores de la policía que había sufrido un ataque de amnesia…

No fue la amnesia sino la necesidad de sobreponerse a otra crisis emocional con baños de mar lo que la hizo llegar a las islas, primero a Tenerife –y concretamente el Puerto de la Cruz, donde se alojó en el Hotel Taoro– y más tarde en el Metropol de la capital grancanaria, para que su estancia resultase doblemente provechosa ya que además de tranquilizar sus pocos domesticados nervios, le sirvió para escribir algunas de sus obras como El hombre del mar y Una señorita de compañía.

El Puerto de la Cruz recuerda esta visita con un festival que lleva su nombre de periodicidad bianual y que organiza contra viento y marea el Centro de Iniciativas Turísticas (CIT).

El programa de la quinta edición, que se desarrollará del 9 al 15 de noviembre, cuenta con la presencia de Mathew Prichard, único nieto de Agatha Christie, que aportará una colección de fotografías de la escritora que ha sido expuestas en Londres y en Torquay su ciudad natal; la intervención de John Curran, quien hablará de Los Viajes de Agatha Christie por medio mundo, incluida su estancia en Tenerife y Los Planes del Crimen, conferencia en la que revelará los secretos e historias que se encontraron en los cuadernos de notas de la autora tras su muerte.

Dulce Xerach Pérez y Alexis Ravelo participarán el lunes 9 y el miércoles 11 de noviembre, respectivamente, en los Encuentros con los escritores del género, charlas en las que disertarán sobre cómo les influyó la lectura de los relatos de la Dama del Crimen  así como avanzarán los contenidos de los trabajos literarios que están desarrollando en la actualidad.

El festival incluye teatro, con la representación de la obra El Canto del Cisne, teatro en movimiento que asume La Pandilla y Cía., bajo la dirección de Antonia Jaster y la conferencia The British in Puerto de la Cruz, que impartirán John Lucas y John Reid. Se propondrá además Un Paseo con Agatha Christie, en el que se invita a los interesados a un recorrido por la ciudad que parte desde el Parque Taoro para finalizar en La Paz. En este trayecto, un guía informará que fue en el Hotel Taoro donde se hospedó la escritora durante en su estancia en Tenerife, y que La Paz se trata del lugar que le inspiró para escribir El hombre del mar.

El programa incluye otras actividades como El Misterio de las Estrellas, que ha sido diseñada para descubrir las estrellas en el punto más alto de España, el Teide; y sesiones de cine en versión original con subtítulos en español en las que se podrán ver películas que adaptan novelas de Agatha Christie como Cita con la muerte (Michael Winner, 1987) y Muerte en el Nilo (John Guillermin, 1978), protagonizadas por Peter Ustinov como el sagaz detective Hércules Poirot, y Agatha (Michael Apted, 1979). Se prevé también una exhibición de Surf en Playa Martiánez, un deporte que practicó la escritora y como complemento, habrá jornada de puertas abiertas en el Jardín Botánico y un Tea Time en el Jardín Sitio Litre y la Biblioteca Inglesa.

Se recibirá por último a los pasajeros de un crucero que tras partir de Southampton atracará en Tenerife para que muchos de los seguidores de la Dama del Crimen visiten el Puerto de la Cruz y participen de las actividades que se han organizado para recordar su estancia en el Puerto de la Cruz. La primera escala de unos días de descanso tras los cuales regresó a Inglaterra donde continuó su carrera ascendente en la literatura de misterio.

Saludos, ¡misterio!, desde este lado del ordenador.

‘El Cártel’, una novela de Don Winslow

Martes, Noviembre 3rd, 2015

“Para Pablo, la frontera sí existe.

Como una realidad y como un estado de ánimo.

Para empezar, la realidad es que la frontera es la razón de ser de los cárteles. Si no hay frontera, no hay beneficio ni plaza. No hay violencia.

Por otro lado, la frontera es la razón por la que existen las maquiladoras. El mercado de consumo más grande del mundo se encuentra a dos kilómetros al norte, al otro lado de esa frontera. Con lo cual ¿qué mejor  lugar para fabricar esos bienes de consumo?

Ahora es China, pero el afloramiento de las maquiladoras cambió el paisaje de Juárez para siempre, creando las grandes colonias en las que la gente que puede encontrar trabajo lucha por sobrevivir con un tercio de lo que ganaba antes. Su pobreza los convierte en objetivos de reclutamiento de los narcos, y su desesperación en clientes de su producto.

Y su vida vale poco.

Esa es la realidad.

Y la realidad es que el estado de ánimo al otro lado de la frontera es distinto. Si uno vive en El Paso es un pocho, un mexicano americanizado, y nadie puede decir a Pablo que eso no te cambia. Uno compra en centros comerciales en vez de en mercados, ve fútbol americano en vez de fútbol y se convierte en otro consumidor en una maquinaria gigantesca que consume consumidores.”

(El Cártel. Don Winslow. Traductor: Efrén del Valle. Colección: Serie Negra, RBA, 2015)

Tras narrar el oscuro nacimiento del negocio criminal de las drogas en El poder del perro (2006) Don Winslow regresa a esa cruel y tramposa frontera con El Cártel, una novela macabra y absurda. Porque macabra y absurda es la realidad en la que se inspira.

Una realidad mezquina y traidora, violenta. Hipócrita y perversa.

El cártel es la decimosexta novela de Don Winslow y la acción transcurre entre 2004 y 2012, fundamentalmente en Méjico.

Media docena de personajes, entre los que destacan viejos conocidos de El poder del perro como el narcotraficante Adán Barrera y el agente de la DEA Arturo (Art) Keller, se mueven dentro de una historia que es un documentado relato sobre la eclosión y el desarrollo del narcotráfico en Méjico, así como el enfrentamiento de dos hombres que sobreviven en una enmarañada jungla de intereses, tortuosas estrategias, falsas lealtades y al final del camino, siempre, una muerte violenta.

Como sentencia Keller, los cárteles que operaban como pequeñas bandas en El poder del perro se han transformado hoy “en pequeños estados.”

Estados que se han convertido en la alcantarilla del sistema. Por sus venas circula la sangre envenenada  de un negocio cuyos enormes beneficios ciega (y siega) a casi todos…

Winslow explica en una entrevista que la ciudad de Juárez registró en 2010 un promedio de 8,5 muertes al día y que la ciudad se conoció entonces como la capital mundial del asesinato. ¿Por qué? el escritor explica que por culpa del narcotráfico ya que detrás de muchas de esas muertes violentas se encontraban los cárteles pero también el gobierno mejicano y el norteamericano que bailaban y bailan al son que marca ese dinero sucio e inagotable que mana de la droga.

La droga marca así el tono de El Cártel, una novela que no deja respiro y que a su manera funciona como viaje a un infierno poblado de demonios con forma  humana. Demonios que integran bandas como Los Zetas, formadas por ex militares de élite reconvertidos ahora en criminales y que Winslow entiende como la manifestación extrema del narcotráfico. También la más próspera ya que los  Zetas, que no aparecían en El poder del perro, encarnan hoy además el lado más perverso y violento de El Cártel, una organización criminal que ha expandido su área de acción a los secuestros, la extorsión y la venta de petróleo y gas natural.

En este escenario apocalíptico Art Keller emprende su personal cruzada contra el zar de la droga Adán Barrera, señor de Sinaloa, hombre que maneja turbios negocios y que tras terminar en un centro penitenciario estadounidense en El poder del perro, ha sido transferido en El Cártel a una cárcel de máxima seguridad de la que (¿les suena la historia) escapa para continuar controlando un poder que ya no se limita a Sinaloa sino también a otros estados mejicanos. Territorios que pronto se convertirán en campos de batalla y que dejará tras de sí a legiones de hombres y mujeres asesinados con extravagante salvajismo. Todos ellos civiles inocentes que cometieron el fatal error de enfrentarse a las fuerzas desatadas de ese estado en la sombra.

En este relato amargo sobre la guerra de la droga, Don Winslow tiene tiempo para narrar la historia de amor que nace entre el curtido policía Art Keller y una valiente activista mejicana, y el extraño romance que brota entre Adán Barrera y Magda, una ex reina de la belleza que termina transformándose en amante y también en señora de la droga.

Magda, como otros de los personajes que intervienen en El Cártel, está basado en un personaje real que hizo carrera en el narcotráfico antes de ser ejecutada por los Zetas. Al parecer, tuvo la idea de que los cárteles mejicanos controlaran la exportación de las drogas hacia Europa. Y en Europa, concretamente en Barcelona, transcurren algunos de los capítulos finales de una novela generosa en páginas pero a la que no le sobra, afortunadamente, ninguna de ellas.

La historia del narcotráfico en Méjico, un asunto al que Roberto Savianno dedicó algunas de las mejores páginas de su libro CeroCeroCero, inspira El Cártel. En este gran fresco, Adán Barrera recuerda sin vaguedades a Joaquín (El Chapo) Guzmán, hoy noticia tras escaparse de manera rocambolesca de una prisión de alta seguridad en Méjico; su amante, que terminó trabajando para la organización antes de ser ejecutada, y los Zetas, que son los villanos más salvajes de esta ambiciosa y, ya es hora decirlo, magnífica y cinematográfica obra sobre el narcotráfico. De hecho, el fundador de esta siniestra banda en el libro, Heriberto Ochoa, tiene mucho que ver con el original y sanguinario Heriberto Lazcano.

El trabajo de documentación que maneja Don Winslow es formidable y como buen conocedor no ahorra en la novela críticas –y muy duras– a la hipocresía de su país, los Estados Unidos de Norteamérica, así como la que ejercen los diferentes gobiernos mejicanos cuando se trata de abordar el tema de las drogas. El dinero de la droga sostiene de hecho una vasta red de influencias cuyos tentáculos se han expandido a cualquier estrato de la sociedad, afirma Winslow.

Así que para narrar esta corrosiva realidad, el escritor se sirve sobre todo de dos personajes que funcionan como las caras de una misma moneda: Art Keller/Adán Barrera. Hombres que para conseguir lo que desean no dudan en mancharse las manos. Solo que el primero es un ejecutor que entiende que para acabar con el mal hay que convertirse en un monstruo y el segundo, un empresario que ordena y manda, consciente de que no puede bajarse de un  tren que va a toda velocidad.

Otros personajes del libro son Eddie Ruiz, una ex estrella de fútbol americano cuya existencia como camello termina siendo absorbido por el cártel del Golfo y un grupo de periodistas –Winslow dedica esta novela a una larga lista de periodistas mejicanos ejecutados por los cárteles de la droga–  que escriben y opinan sobre un estado en la sombra que los condena a muerte cuando lo que publican se hace en nombre de la verdad.

Y de fondo, siempre, la muerte.

Una muerte que se ha convertido en religión y que muchos narcos adoran como Santa Muerte mientras beben la sangre de sus víctimas, o describe a grupos criminales que cuentan con un distorsionado sentido del honor y la justicia cuando combaten –pero también sirven– a las drogas….

Un mundo envenenado pero real, destaca Don Winslow, que ya no cree en nada salvo en el poder del perro.

Saludos, el horror, el horror, desde este lado del ordenador.