Archive for Junio, 2021

El niño de la tienda de telas, relatos de Jesús Ibrahim Chamali

Lunes, Junio 21st, 2021

“En las tardes de los domingos, el tiempo pasaba más lentamente en la casa del niño de la tienda de telas. Era como si el segundero del reloj, llegado el mediodía, empezara a caminar de manera más pausada, como si él también quisiera estirar al máximo las horas que quedaban de día festivo. Sobre todo en verano”.

(El descastado, El niño de la tienda de telas, Jesús Ibrahim Chamali, Puentepalo, 2021)

Lector ante que escritor, no resulta extraño que Jesús Ibrahim Chamali demorara su salto al otro lado de la literatura, el de la creación, tras años y años de lecturas quiero creer que compulsivas cuando cae la noche y cantan los grillos.

Con su primer libro, El niño de la tienda de telas, deja sobradas muestras de lo que promete en una carrera literaria que apenas inicia, cultivando un género tan difícil como es el relato corto, género que utiliza como herramienta a través de la cual dejar rienda suelta a su imaginario. Un imaginario que se vuelca en contar historias sobre su infancia en la capital grancanaria, una ciudad que aparece como protagonista secundario entre este abanico de recuerdos que Ibrahim Chamali desgrana en ocasiones con el delicado temple de un orfebre.

No se tratan de cuentos retorcidos, de relatos que no llevan a ninguna parte, una tendencia ésta que estoy encontrándome en lo último que he leído escrito y publicado en estas tierras abandonada de la mano de los dioses sino, más bien al contrario, de pequeñas y delicadas piezas que rezuman por los cuatro costados nostalgia. Nostalgia por un tiempo pasado, nostalgia de cuándo éramos niños y todo parecía más complicado, sí, pero también más sencillo por contradictorio que resulte.

La infancia y la adolescencia de ese niño de la tienda de telas cuaja por lo tanto en las narraciones que arman un libro que en aparente desorden sí que guarda una poderosa coherencia interna. El lector se siente además identificado con las experiencias reales e imaginarias que vive el protagonistas de estos relatos y a veces incluso puede llegar a pensar que eso mismo que narra el escritor también lo vivió él no de idéntica manera pero sí con un parecido revelador. Casi parece que la sensación de vivir es prácticamente la misma si las condiciones en las que desarrollamos nuestra niñez y adolescencia se asemejan. Aunque el protagonista de estas historias no tenga mucho que ver conmigo, sí que me roza lo que siente hacia un universo que el tiempo se llevó.

Ya lo advierte con una de las citas que abre el libro, muy conocida por otro lado de Rainer Maria Rilke: “La verdadera patria del hombre es la infancia”.

Y sobre la infancia del niño de la tienda de telas se habla en este libro modesto, breve en páginas, pero directo en contar recuerdos de un tiempo que no sé si fue mejor pero seguro que más feliz. Es lo que tiene la niñez, esa capacidad por olvidar al minuto siguiente todo lo malo aunque queden rastros sombríos en una memoria que intenta echar tierra sobre todo lo negativo que sale al paso en esta carrera de obstáculos que es la existencia. La vida.

El niño de la tienda de telas se presentó hace unas semanas en la capital grancanaria y cuenta la edición con un prólogo personal y esclarecedor del también escritor Emilio González Déniz. Se escribe esclarecedor porque el prologuista es consciente que no tiene que explicar nada porque los cuentos ya se explican por sí mismos; personal porque sus opiniones sobre este libro de apenas medio centenar de páginas dan una visión atractiva de cómo González Déniz entiende estos relatos que, vistos con perspectiva y más como un todo que como historias independientes, forman un sobresaliente fresco de cómo vive un niño de familia de clase media la infancia en una capital de provincias.

Los amigos, las primeras novias, el anhelo por ser reconocido. También, cómo no, la figura del padre y de la madre, la de una familia que se esfuerza por dar todo lo que ellos no tuvieron a sus descendientes.

En ocasiones, y en contra de lo que aseguraba José Luis de Vilallonga en algunas de sus memorias, la nostalgia no es un error. Menos cuando, como hace Jesús Ibrahim Chamali, la recupera en una serie de estampas en las que se desnuda con mucho pudor ante el lector. Y se escribe desnuda porque revela las inseguridades que se siente siendo un niño que tiene aficiones que no son las comunes entre los que tienen su misma edad. En el caso de Ibrahim Chamali su amor ya temprano por los libros, por sumergirse en la evasión que provoca la lectura.

Hacía tiempo que no disfrutaba tanto con un libro que se lee con gozosa rapidez. También la invitación que tiende para que se relea una y dos veces si se quieren encontrar claves que quizá pasaron desapercibidas en una primera lectura.
Tomaré muy en cuenta la que espero sea una carrera literaria prometedora la que ahora inicia Jesús Ibrahim Chamali con este libro que hace evocar otro tiempo, otro mundo. Otra realidad que, por desgracia, terminó siendo devorada por el paso de los años. Como escribe el escritor en La silla vieja, ese momento de la vida en el que descubres que “la tienda de telas iba dejando de ser ese sitio divertido donde el tiempo se detenía. Según iba creciendo, el niño iba notando que su pequeño mundo se quedaba cada vez más pequeño y que se sentía menos cómodo en él; que ese espacio lleno de aventuras, más imaginarias que reales, se convertía en un lugar triste donde el polvo acre, que se le pegaba como una segunda piel, y el aburrimiento de las tareas repetitivas, iban ganando la partida a todo lo demás”.

Saludos, sean felices, desde este lado del ordenador

Igueste de San Andrés recuerda a Isaac de Vega en el centenario de su nacimiento

Sábado, Junio 19th, 2021

Igueste de San Andrés fue un núcleo poblacional perteneciente al municipio de Santa Cruz de Tenerife al que se sintió particularmente unido el escritor y Premio Canarias de Literatura Isaac de Vega (Granadilla de Abona, Tenerife, 7 de noviembre de 1920 – Santa Cruz de Tenerife, 3 de febrero de 2014). Este fin de semana se concentra en esta localidad los actos que forman parte del apretado programa de actos que celebra el centenario de su nacimiento, programa que tenía que haberse celebrado el año pasado pero que tuvo que retrasarse por la pandemia.

La Asociación de Vecinos Haineto Príncipe de Anaga (calle Capri, s/n) acogerá estas actividades, que comienzan hoy, sábado 19 de junio y a partir de las 19 horas con las proyección del documental Fetasianos, el laberinto habitado, que dirige David Baute y, una hora después, con la mesa redonda Isaac de Vega vs. Fetasa. Desgranando una misma realidad, en la que intervendrán la escritora y poeta Cecilia Domínguez Luis, el catedrático de Literatura Española de la Universidad de La Laguna, Nilo Palenzuela; el artista plástico Nicolás Rodríguez Kolia y la escritora e hija de Isaac de Vega, María Teresa de Vega.

Este diálogo quiere aproximar la vida y obra del escritor en el centenario de su nacimiento, resaltando el importante papel que tanto él como otros compañeros fetasianos terminaron por ocupar en las letras del archipiélago.

Los actos programados para el domingo, 20 de junio, intentarán traducir en imágenes el universo de palabras de Isacc de Vega. A las 11 de la mañana y en la Asociación de Vecinos Haineto Príncipe de Anaga, Héctor Ruiz Verde, del Aula Cultural de Narración Oral de la Universidad de La Laguna será el protagonista de la sesión El alma de las cosas, en la que representará cuentos y relatos cortos del escritor tinerfeño.

A las 12 horas intervendrá en el mismo espacio Poemus & Solfatara, conjunto que forman Fernando Senante, Rubén Díaz y Rocío Andrés, quienes presentarán el espectáculo Palabras para un conjuro. De Abona a Ijuana, un tributo a Isaac de Vega y en el que proponen una adaptación musical de textos seleccionados del escritor.

El programa continuará la semana próxima, concretamente el sábado 26 de junio, también a las 11 y en la misma asociación de vecinos de Igueste de San Andrés, con la puesta en escena de Cuadernos de montaje: Fetasa a escena, en la que participan José Antonio Ramos Arteaga y miembros de la Agrupación de Teatro de Filología de la Universidad de La Laguna, quienes presentan un ejercicio de diálogo creativo de la novela Fetasa (1957), ya que entre los objetivos de la función se quiere aproximar al público las implicaciones de esta novela con las inquietudes del autor y su época.

Los actos que celebran el centenario de Isaac de Vega es una iniciativa de Gestioartem. Servicios Integrales en Gestión Cultural y Eventos, con la colaboración de los ayuntamiento de Granadilla de Abona y Santa Cruz de Tenerife.

Saludos, recuperando a nuestros clásicos, desde este lado del ordenador

Stan Laurel, el flaco

Miércoles, Junio 16th, 2021

Stan Laurel, nombre artístico de Arthur Stanley Jefferson (Ulverston, Lancashire, Reino Unido, 16 de junio de 1890-Los Ángeles, 23 de febrero de 1965) fue durante muchos años la pareja cinematográfica de Oliver Hardy en numerosos cortos y largometrajes que todavía hoy se ven más que con risa boba, con risa sabia porque detrás de los elaborados gags que salpican estos filmes hay un trabajo de cálculo que explica que todavía la mayoría de las situaciones que plantean provoquen no ya la risamaríaluisa sino la carcajada más profunda que no es otra que la que arranca del estómago y sale por la boca como una explosión.

Un boom que contagia al resto que, vale, pueden no conocer a estos dos amigos del alma que no dejan de molestarse en pantalla pero que llega, les llega, sumándose al coro griego de los que, como quien ahora les escribe, siente cuando ve una película protagonizada por estos dos. El Gordo y el Flaco, que es como se conocían en el desgraciado país en el que nací y en el que todavía vivo.

Stan Laurel fue el arquitecto, el hombre que aprovechó la energía atómica que surgía cuando se juntaba con Hardy para crear las escenas cómicas que los hicieron famosos y eternos gracias a ese arte hoy tan devaluado como es el cine.

Y fue tanto su éxito, siempre juntos nunca por separados, que incluso el notable escritor argentino Osvaldo Soriano lo utilizó como protagonista en una novela inolvidable en la que además de rendir homenajes al género policíaco y en concreto a Philip Marlowe, el detective romántico de Raymond Chandler, también tributa emocionado panegírico a Stan Laurel y a un Hollywood que a mi me parece ya no existe.

¿Título del libro? Triste, solitario y final.

Stan Laurel llegó al cine cuando éste se encontraba en pañales y recaló en la ciudad del pecado con otro actor que en aquellos años todavía era un perfecto desconocido, Charles Chaplin. Trabajó también como guionista, creador de gags y lo que le pusieran por delante hasta que un buen día se topó con el hombre de su vida: Oliver Hardy. Luego el productor y director Hal Roach se fijó en estos dos y el resto es Historia. Historia con H mayúscula. A mi me encantan porque me siguen sorprendiendo en Hijos del desierto (1933) así como en Laurel y Hardy, en el oeste (1937), que son películas que tengo la suerte de seguir viendo con las voces originales de ambos porque solían doblar ellos mismos sus películas.

Afortunadamente hay más cortos y largos en sus filmografía que es de esas a las que apenas araña el paso arácnido del tiempo. Les invito a que las vean y a que lloren de la risa porque hay que llorar, sí, pero de alegría. Y eso lo consiguen tanto el gordo y el flaco como el flaco y el gordo.

Contrastado entonces que Stan Laurel fue genio y figura hasta la sepultura me quedó con una frase de las muchas ingeniosas que dio a lo largo de su carrera:

“Si alguno de vosotros llora en mi funeral, no volveré a hablaros jamás”.

Y, así lo aseguran todas las fuentes consultadas, efectivamente no volvió a hablar con nadie más cuando estuvo bajo dos metros bajo tierra.

Y ahora les dejo que ya va siendo hora…

Aprovecharé el rato para ver una película de el Gordo y el Flaco y, si hay suerte, morirme de la risa con ellos dos… Claro que, así escrito, “morirme de la risa” parece más un chiste malo. Una bromita a la que falta chicha o limoná y sobre todo la inteligencia de un Stan Laurel, el flaco de El Gordo y el Flaco. Una pareja que, desafiando al mismísimo Sísifo, demostró que una piano puede ser la famosa piedra que se sube para ver como cae por el otro lado de la cuesta, en este caso escalera y vuelta a empezar. Y empezar y empezar porque la vida, ya lo dice la canción, es rodar, rodar y rodar. Y vaya si hizo, hicieron, eso de rodar, rodar y rodar primero el flaco y después el Gordo y el Flaco.

Millones de gracias.

Saludos, me quito el bombín, desde este lado del ordenador

Planean publicar una novela inédita de Alfonso García-Ramos

Martes, Junio 15th, 2021

La editorial Tamaimos planea publicar Las islas van mar afuera, una novela inédita de Alfonso García-Ramos y Fernández del Castillo (Santa Cruz de Tenerife, 24 de febrero de 1930 y fallecido en San Cristóbal de La Laguna el 4 de marzo de 1980) que su autor presentó al premio literario Benito Pérez Armas sin alcanzar el éxito aunque en 1970 se haría con el galardón con la novela Guad.

El anuncio coincide con la reciente reedición de otras obras del autor como Guad en Baile del Sol y Teneyda y otros cuentos en Nectarina Editorial. Se anuncia, además, la recuperación de Tristeza sobre un caballo blanco, lo que vuelve a poner de actualidad la obra literaria de un escritor y periodista para el que parece que no pasa la sombra del tiempo.

La posibilidad de editar Las islas van mar afuera comenzó a perfilarse hace diez años cuando el catedrático de Literatura Española de la Universidad de La Laguna, Nilo Palenzuela, se puso en contacto con la hija del escritor, Liti García-Ramos Medina, para que conociera a la investigadora Thenesoya Vidina Martín de la Nuez, que en ese momento se encontraba trabajando en una tesis sobre literatura y emigración.

Las islas van mar afuera cuenta la historia de un joven, que podría ser el mismo Alfonso García-Ramos, que reside en La Laguna mientras cursa sus estudios universitarios a los que no presta suficiente atención. Los problemas se multiplican no solo por el abandono que hace de su vida académica sino también por varios conflictos familiares. El protagonista para escapar de esta realidad sueña con emigrar aunque lo más lejos que llega es a un pueblo del norte de la isla donde recala para ejercer como abogado.

Liti García-Ramos sospecha que este pueblo del norte de la isla puede tratarse de Garachico, lugar hasta el que le persiguen los problemas al protagonista y le lleva incluso a romper con su novia y soñar con emigrar.

Como novedad, se prevé que la publicación de la novela cuente con un estudio crítico de Thenesoya Vidina Martín de la Nuez.

Para la hija del escritor Las islas van mar afuera sería reescrita años más tarde por Alfonso García-Ramos en Tristeza sobre un caballo blanco, novela que no cuenta en sus distintas ediciones con un estudio pormenorizado hasta la fecha.

Liti García-Ramos dice que siente “mucha rabia” por no haber podido hablar con su padre de literatura claro que entonces no tenía curiosidad por estos temas”. Años después, cuando leyó su obra descubrió que en novelas como Tristeza sobre un caballo blanco el autor escribe cosas sobre su vida y la de la familia que “ni siquiera nos contó a nosotros. La primera vez que leí Tristeza sobre un caballo blanco pensé que mi padre había intentado imitar a Alejo Carpentier”.

Respecto al origen de Guad, la mejor novela del escritor y uno de los grandes títulos de lo que podría denominarse “literatura canaria”, recuerda que el embrión de la idea apareció durante un reportaje que Alfonso García-Ramos escribió sobre las galerías de explotación acuífera de Tenerife. Su hija no se atreve a afirmarlo sin embargo con rotundidad pero dice que Guad se trata de uno de los libros de su padre a los que tiene más cariño.

Quizá sea, explica, por la construcción de la novela. Por las distintas voces que intervienen en ella pese a que en ocasiones la lectura se enrede. No obstante y con el paso de los años sí que ha encontrado partes que ahora cobran otra dimensión.

Varios años antes, el escritor gallego Juan Farías había publicado otra novela con el telón de fondo de las galerías en Los buscadores de agua, que consta de dos partes, la primera desarrollada en Tenerife y la segunda en la isla de La Palma.

Alfonso García-Ramos escribió Tristeza sobre un caballo blanco al final de su vida, cuando ya se encontraba enfermo. Cuenta que la redactó con prisas, como si tuviera la impresión de que el tiempo se le acababa.

En cuanto a Teneyda, cuento por el que obtuvo el premio Santo Tomás de Aquino a finales de los años 50, se trata de un relato sencillo que refleja lo que, según su hija, solía decir, que quería huir del “regionalismo” aunque otras voces opinan lo contrario. Aarón León Álvarez incluye en el prólogo que escribió en el libro que recupera este relato y algunos más del escritor tinerfeño y que Nectarina Editorial ha recuperado en 2021 la siguiente reflexión que García-Ramos expuso sobre ella en un periódico de la isla:

“Teneyda es un intento serio de profundizar en la psicología del campesino canario, un tanto hermético y difícil. No es sin embargo una novela regional, ni mucho menos una estampa folclórica estereotipada. Su argumento es válido aquí como en otro sitio cualquiera”.

El cuento debe entender así como un intento por reflejar la idiosincrasia del hombre de campo canario, callado y muy metido para dentro. Caracteres que quizá reproducen los que conoció siendo niño en los campos de Tacoronte.

La primera edición de Teneyda contó “unos buenos dibujos” –en opinión de Domingo Pérez Minik– de Fernando García-Ramos y se trata de un libro con un realismo crudo, “independiente y, a veces, hasta acerbo. Todas las figuras carecen de idealización”, destaca Pérez Minik en un artículo publicado en abril de 1960 en las páginas del suplemento cultural Gaceta Semanal de las Artes, inserto en el periódico La Tarde.

Las novelas de Alfonso García-Ramos son “muy masculinas”, y al serlo, hace que se resientan los personajes femeninos porque “están poco construidos”, opina Liti García-Ramos.

El caso es que tras recibir el Premio Benito Pérez Armas 1970 por Guad, la literatura que en aquellos días se estaba escribiendo en Canarias comienza a vivir un interesante proceso de transformación. Muchos de los nuevos títulos que aparecen a partir de ese momento comienzan a ser premiados, son los años del boom de la narrativa canaria.

En 1971 recibe el Benito Pérez Armas el también periodista y escritor Juan Cruz Ruiz con Crónica de la nada hecha pedazos, novela que estimuló la participación a este certamen de otros compañeros de generación.

Alfonso García-Ramos acostumbraba a trabajar en el garaje de su casa, que había convertido en biblioteca y despacho. Mientras escribía no le molestaba que entrara en la habitación cualquier miembro de su familia. Su concentración, ejercitada por su trabajo en las redacciones de los periódicos, no se descuidaba mientras andaba absorto tecleando con dos dedos en su máquina de escribir. “Mi padre nunca se enfadaba era más bien un bonachón”, recuerda su hija.

Respecto a su otra vocación, el periodismo, Liti García-Ramos dice que quiso dejarlo a lo largo de su carrera. Que su idea era montar un despacho de abogados donde ella le ayudaría cuando terminara Derecho. Al final se quedó en nada cuando Liti apostó por dejar estos estudios en favor de los de Filología.

Liti García-Ramos cree que su padre podía “estar cansado del periodismo” y le atrajera más escribir literatura. El caso es que “le obligaron a que estudiara Derecho pero él lo que quería es ser escritor”. Que se dedicara finalmente al periodismo se debe a que así podía hacer lo que más le gustaba: escribir.

Uno de los cuentos que recoge la nueva edición de Teneyda, El opositor, es marcadamente autobiográfico y explica un poco la evolución existencial y también creativa de Alfonso García-Ramos. “Creo que no llegó a prepararse oposiciones”, explica su hija, quien añade que “le angustiaba la idea de opositar. La Reválida la suspendió por el Latín”.

La literatura de Alfonso García-Ramos es la mirada del canario a la emigración. La emigración entendida como la esperanza de rehacerse en otro sitio y, al mismo tiempo, la única manera de salir de una situación que se ha estancado y por lo tanto evita que uno salga de ella.

En este aspecto, sus libros describen la desolación del campo canario durante la postguerra, y el consuelo que significó para muchos soñar con emigrar. La obra del escritor propone también una denuncia social, un elemento que es muy clave en el desarrollo de Guad.

Antes de morir en marzo de 1980, Alfonso García Ramos se encontraba trabajando en unas memorias que no acabó. Dejó escritos seis episodios de estos recuerdos, casi todos referidos a su infancia.

¿Existe la posibilidad de publicarlos?

La hija del escritor dice que les han recomendado que no lo haga “porque mi padre no habría querido” aunque parece que estos fragmentos sí que se reprodujeron en su día en un periódico de las islas.

Alfonso García-Ramos murió muy joven por lo que no tuvo apenas tiempo para consolidar una trayectoria literaria aunque una de sus novelas, Guad, se ha convertido en un referente para generaciones de escritores y lectores que surgieron después de su muerte.

En el obituario que le dedicó el escritor y también periodista Juan Cruz lo recuerda como “uno de los seres más generosos que dio el periodismo de aquellas islas, fue maestro de un considerable número de profesionales”. También que sus tres grandes vocaciones fueron la literatura, el periodismo y la política, ya que fue consejero de Cabildo Insular de Tenerife donde desarrolló, en palabras de Cruz Ruiz, “una labor original y desprendida”.

Tras su fallecimiento, Alfonso García-Ramos dio nombre a un premio literario que llegó a convocar el Cabildo de Tenerife aunque su singladura desgraciadamente ha sido tan errática como las que suele emprender la institución en materias culturales.

Saludos, a la espera, desde este lado del ordenador

Reembolsos, artículos y reflexiones de Lázaro Santana

Lunes, Junio 14th, 2021

Hace unos meses la editorial Una hora antes presentó la publicación de dos libros que deberían de despertar el interés de cualquier aficionado a la lectura. Se tratan de los volúmenes Después de los setenta (poesía) y Reembolsos (artículos y ensayos) de Lázaro Santana (Las Palmas de Gran Canaria, 1940), dos obras que considero fundamentales no ya dentro de la producción del escritor sino por su inteligencia y compromiso por contar de manera tan personal como brillante cuánto sucede a su alrededor.

Por deformidad profesional he leído y releído las piezas que reúne en Reembolsos, libro que recoge trabajos que fueron escritos entre 2000 y 2020 y en los que su autor aborda con una prosa trabajada diversos aspectos de la realidad que nos rodea. En algunas ocasiones con un tono que sin caer en la polémica resulta arrollador y en otras desgranando opiniones que generan atractivos debates. Se agradece, en este aspecto, que la intención de Lázaro Santana sea la de exponer y en muy pocas ocasiones la de defender los supuestos sobre los que escribe. En otras, se tratan de artículos que sin perder su verdor informativo (el anuncio de un libro, por ejemplo) no quieren ni deben ser objetivos.

En unos tiempos en los que ya aburre el lamento de que Canarias carece de críticos pero no de artistas, artistas que según estas voces necesitarían de al menos la recomendación de esos críticos que no existen, encontrarse con Reembolsos quizá obligue a más de uno y una a que cambie esta cantinela o mantra que aparece y desaparece como el Guadiana y contribuya, bien al contrario, a ayudarlo a razonar que más bien en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses si carece precisamente de críticos quizá sea porque la mayoría lo que quiere es escribir literatura y no leer lo que escriben otros.

De hecho y hasta que no se tenga muy claro que es eso de ejercer la crítica, me parece a mi que los intentos de practicar cierto comentario de demolición o de reivindicación con o sin argumentos será una constante entre los que se autodenominan críticos sin que se les caigan los anillos.

No sé, ni me importa la verdad, si Lázaro Santana tiene vocación de crítico pero lo que sí sé como lector es que los artículos que reúne en Reembolsos son la mayor parte de las veces piezas a tener muy en cuenta ya que con elegancia, y en otras con cierta fría distancia, propone reflexiones sobre lo que lee y ha visto a lo largo de los artículos que conforman la obra. Una obra que no renuncia a señalar las contradicciones de nuestro tiempo y también a lamentar con resignada ironía el patético espectáculo de la política nacional y regional.

Escribe Lázaro Santana:

Presenciar, televisada y a ratos, alguna sesión del Congreso de los Diputados en Madrid, permite acceder al nivel intelectual de los políticos que lo llenan (a veces no del todo). Sean del partido que sean, ninguno se expresa con educada corrección; son torpes, embarullados, tergiversadores sin escrúpulos (cuando no mentirosos sin más); insultan, gritan exhibiendo una muestra variada de modales zafios”.

En otro artículo, el escritor y poeta define en apenas unas cuantas líneas conceptos, más que ideas, sobre el nacionalismo:

“Conozco a Eduard Limónov como personaje extravagante (fundador de un partido nacional bolchevique, estratega político del jugador de ajedrez Gary Gásparov, admirador de Le Pen, padre) y no como novelista y poeta. Sus ideas políticas probablemente serán repelentes. Pero hoy he leído una frase suya que suscribo entera: “El nacionalismo es de paletos, corresponde a una idea pequeña, a una región pequeña”. Claro que a continuación dice creer en los imperios; y no sé que será peor, si los nacionalismos o los imperialismos”.

Estos fragmentos son solo un reducidísimo muestrario de un todo que si por algo se caracteriza es por su deslumbrante lucidez y mirada certera sobre lo que nos rodea.

No sé, en este sentido, si Lázaro Santana sería uno de esos críticos probables que lamentan unos pocos que no existan en Canarias. Esas voces ávidas por aportar su pequeña valoración al arte que se hace en Canarias, pero entiendo que la visión de las cosas, la capacidad de asombro que caracteriza al poeta y escritor grancanario sea de una necesidad tan extrema en una tierra que, como la nuestra, necesita tanto de voces independientes, liberadas. Es decir, no sujetas a complacencias ni ebrios furores intelectuales. Estas características hace que personajes como Santana merezcan ser reivindicados por la labor que realizan aunque de momento no alcance la repercusión que se merecen.

Habitar en unas islas como las nuestras sí que explica, de manera amarga, terrible, que en esos Premios Canarias cada día más devaluados un autor con la trayectoria y el compromiso de Lázaro Santana no haya recibido aún (y sospecho que nunca) una distinción que hace tiempo olvidó lo que recompensa. Si se tomara en serio, si se pretendiera reivindicar la trayectoria y el pensamiento de futuribles premiados debería de apartar a un lado los vicios que corroen su espíritu desde hace años y mirar de frente la desarmante historia cultural de un archipiélago que muere, isla por isla, en soledad.

Por eso mismo son tan necesarias opiniones como las que expresa Lázaro Santana e imaginar que si no hubiera existido habría que haberlo inventado. Afortunadamente, no hay que inventar nada porque el escritor está ahí, manteniendo el tipo. Proporcionando si así lo exige la ocasión, pensamientos de una contundencia que a veces se hace feroz:

La muerte, cuando es tan abundante deja de ser impresionante. Hay un exceso de oferta. El sentimiento se convierte en estadística. El comentario puede parecer frívolo, pero es real”.

Saludos, a quitarse el sombrero, desde este lado del ordenador

Celebramos el centenario del nacimiento de un príncipe austrohúngaro: Luis García Berlanga

Sábado, Junio 12th, 2021

“Al llegar a mi cuarta película comprobé que en las dos anteriores, por azar, había metido la palabra ‘austrohúngaro’, que ya de por sí es muy rara, y había salido de una manera lúcida en esas películas. Entonces me dije: “Voy a adoptar esta palabra tan divertida que ya ha salido dos veces”, y la adopté como fetiche, como palabra talismán”.

Hace cien años que tal día como hoy vino al mundo uno de los más grandes directores y guionistas del cine español. Su nombre Luis García-Berlanga Martí (Valencia, 12 de junio de 1921-Pozuelo de Alarcón, Madrid, 13 de noviembre de 2010), y a sus obras me remito para que tomen el pulso del trabajo de un hombre que miró la realidad española de su tiempo con una perversa pero a la vez muy divertida mirada crítica.

Fue tanta su agudeza que pudo incluso sortear la censura cuando en este país te censuraban no haciéndote el vacío y apartándote a patadas de la sociedad como ahora sino cuando los censores (los imagino como cuervos, de cuerpos espigados y siempre vestidos de negro) solo buscaban en el celuloide revelado carne desnuda femenina y escenas de amor “subidas de tono”.

Tuve la suerte de encontrarme en tres ocasiones con el director valenciano.Y las tres resultaron experiencias que dejaron una huella honda en la memoria.

La primera fue hace eones, cuando el mundo comenzaba a ser mundo. Me refiero a ese tiempo en el que los dinosaurios dominaban la Tierra: ¡¡¡los 80!!!

Un amigo y quien les escribe quedamos con el cineasta en el Hotel Mencey y allí hablamos aquellos dos adolescentes que apenas recién llevaban pantalones largos con algo parecido a Dios para nosotros, estudiantes de instituto con aficiones cinéfilas. Berlanga nos cogió desde las primeras preguntas. “Tú quieres ser director y tú periodista”, dijo como quien se come una cucharada de arroz caldoso y no se equivocaba el joven. Lo de joven está escrito sin ironía porque en aquel tiempo Berlanga debía de rozar la edad que tengo actualmente… La de un joven, vamos.

Tras esa experiencia y estando en Madrid un día me encontré en el ascensor de un edificio de oficinas de la plaza de España (ese, ese mismo que imaginan) con don Luis pero me dio reparo preguntarle si se acordaba de mi porque estaba seguro que no. El ascensor subía lentamente las plantas y el silencio se podía cortar con una cuchilla. Cuando llegamos a la suya me dio ganas de gritarle: ¡Los jueves, milagro!, pero no lo hice y ya no tuve tiempo cuando las puertas del elevador se cerraron ante mis narices.

La tercera ocasión, ya ejerciendo de periodista, me invitaron a la capital grancanaria porque había un almuerzo con… Berlanga. Recuerdo que llegamos muy tarde por retraso del vuelo y que tanto el cineasta como sus acompañantes ya estaban en las copas cuando llegamos los chicos de la prensa de la isla de enfrente. Tuve tiempo de entrevistarlo, de todas formas, así que el viaje valió la pena aunque me quedara con el estómago vacío.

Como es razonable, no le pregunté si se acordaba de una vez, en Tenerife, que le entrevistaron dos chavales… porque pensé que no se acordaría así que cuando concluimos con la conversación cerré la boca aunque me dieron ganas de gritarle: ¡¡¡Plácido!!! pero tampoco lo hice.

Como a muchos, me imagino, me gusta más el Berlanga de los años 50 y principio de los 60 que rodaba en blanco y negro que el Berlanga a color que vimos en los 70 y tras la Transición. Es decir, que prefiero su Plácido, Los jueves, milagro, El verdugo, Bienvenido, Mr. Marshall, ¡Vivan los novios!, que el de La escopeta nacional, Moros y cristianos, Todos a la cárcel y La vaquilla, que es una fallida aunque entrañable película sobre nuestra Guerra Civil en la que tanto el cineasta como su guionista Rafael Azcona recuperaron un viejo guión con el que reírse de aquella guerra fratricida sin molestar a unos ni a otros.

Si me dieran a elegir qué películas del director salvaría de esa hecatombe mundial que se anuncia está a la vuelta de la esquina, sin pestañear escogería Plácido (¡Siente a un pobre en su mesa!) porque es un retrato feroz de la España de aquel tiempo que todavía no me explico cómo dejó pasar la censura de aquellos años como tampoco hizo con Los jueves, milagro y El verdugo. También añadiría Bienvenido, Mr. Marshall, más por José Isbert y Manolo Morán y por la canción que desde ese entonces no paro de tararear cuando menos me lo espero: americanos vienen a España gordos y sanos...

Me gusta Las escopeta nacional, y me gusta sobre todo observar al gran Luis Escobar, aristócrata en la vida real, como protagonista de esta ácida visión de cómo se hacían negocios en esa España que gobernó un militar que no fue, precisamente, austrohúgaro, pero tengo la sensación que las que rodó después no son lo redondas que uno esperaba de un cineasta como don Luis. Sí que tiene una curiosidad, Tamaño natural, que es como si Berlanga intentara imitar a otro Luis, don Luis Buñuel, en su etapa francesa que no es, la de Buñuel, la mejor de su –estaremos de acuerdo– impresionante filmografía pero sí que es verdad que en esta cinta se reúnen muchas de las constantes del cine berlanguiano, sobre todo su vena erótica.

Como sabrán algunos, su afición por el erotismo lo llevó incluso a dirigir una colección, La sonrisa vertical, sobre esta literatura. Aún conservo varios volúmenes, entre otros Gamiani, atribuida a Alfred de Musset, y en la que Berlanga escribe un prólogo sin desperdicio.

El cine de Berlanga es tan bueno que, significativamente, es clave para entender un buen pedazo de la Historia de España. La de la postguerra y la Transición a la Democracia. Fue además un director de películas corales, protagonizada por una legión de actores, y cuando estaba inspirado un cronista ácido de las realidades de un país que, ya ven, no ha cambiado demasiado con el paso de los años. De alguna manera, la celtiberia profunda continúa ahí, como el dinosaurio de Monterroso, el problema es que hoy nadie tiene el talento de Berlanga y compañía para reflejar con humor las desgracias nacionales. Nadie se ha percatado que reír es la mejor manera de tomarse las cosas en serio. Más en un país tan cainita y de apaga y vámonos como es el que me ha tocado vivir.

En la primera entrevista que mantuve con él, en ese Hotel Mencey que sigue siendo de película y que terminó publicándose muy recortada en la revista Trampolín que editaba en aquel entonces el Instituto Teobaldo Power de la capital tinerfeña, recuerdo que Luis García Berlanga se quejó de que ya no habían actores como los de antes. Comediantes, recuerdo que los llamó.

Imagino que la sombra de Pepe Isbert y Manolo Morán, entre otros, es muy grande así que uno le sigue dando la razón mientras disfruta del enésimo visionado de su cinta más celebrada, El verdugo aunque yo, y sin querer llevar la contraria, reivindique que está muy por encima de ella Plácido, otra de sus comedias amargas y negras. Con Plácido, negrísima.

Cuando llegó al color, Berlanga se soltó el pelo y se volvió más fallero. Lo suyo ahora era el sainete. Lo dijo en aquella interviú del Mencey que todavía conservo en casete. No la he vuelto a escuchar desde entonces, y mira que han llovido años pero me da miedo. Pero no miedo por escuchar al maestro que diseminaba siempre en sus películas lo de austrohúngaro sino por oír las voces de mi amigo y la mía. Sobre todo la mía. Me da pánico no reconocerme que es lo que pasa siempre que uno escucha su propia voz grabada. En este caso, grabada en la noche de los tiempos, cuando los dinosaurios y los austrohúgaros dominaban la tierra.

Saludos, mil gracias, don Luis, desde este lado del ordenador