Archive for Agosto, 2021

El ferrocarril subterráneo, una novela de Colson Whitehead

Lunes, Agosto 23rd, 2021

“Los hombres nacen buenos y después el mundo los hace malos. El mundo es malo desde el principio y empeora día tras día. Te utiliza hasta hasta que ya solo sueñas con morir”.

(El ferrocarril subterráneo, Colson Whitehead. Traductor: Cruz Rodríguez Juiz. Literatura Random House, 2017)

La carrera literaria de Colson Whitehead dio un salto de gigante tras recibir el Premio Pulitztez en 2017 y 2020 por El ferrocarril subterráneo y Los chicos de la Nickel, algo inusual. Inusual que un mismo escritor recibiera dos Pulitzer, también que se convirtiese en el segundo escritor de raza negra en obtener el Pulitzer y el National Book Award por una misma novela.

La crítica y los lectores han coincidido por una vez en el éxito que acompaña a Whitehead sobre todo por sus últimos trabajos literarios, dos obras extremadamente sensibilizadas por la vida de los afroamericanos en los Estados Unidos de Norteamérica la tercera década de 1800 y en los años 70 del pasado siglo XX. En este aspecto y aunque no lo parezca, las dos novelas que han consagrado a Colson Whitehead, El ferrocarril subterráneo y Los chicos de la Nickel, se tratan de obras coincidentes pese a que sus argumentos se desarrollen en siglos diferentes.

En ambas novelas el autor trata de profundizar en el orgullo herido de una raza a la que le ha costado sangre, sudor y lágrimas ocupar el lugar que hoy ocupa en la sociedad norteamericana.

Este camino hacia la igualdad necesitaba de obras de calado potente como son la del ganador del Pulitzer en 2017 y 2020, en especial porque el autor más que recrear un momento fundamental en la historia de Norteamérica lo que hace es explorar con las herramientas de la imaginación y la fantasía –sobre todo en El ferrocarril subterráneo– el largo y arduo proceso de liberación de los negros. El momento en el que algunos tomaron conciencia y decidieron romper con las cadenas de una esclavitud que les había sido impuesta. El fin era volver a ser personas libres en los estados del norte.

El movimiento en favor de la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos de Norteamérica cuenta con una larga y afortunada bibliografía. Capítulo al que ahora Whitehead aporta su grano de arena con una historia en la que la red de ayuda que se construyó para liberar a los esclavos en su huida hacia el norte (el ferrocarril subterráneo) adquiere dimensión real. Es decir, que el escritor plantea en la novela la existencia de un tren subterráneo al que se suben los esclavos que buscan libertad. También lo que pasa en las distintas estaciones donde se detiene la máquina para repostar.

El ferrocarril subterráneo, no así Los chicos de la Nickel, apuesta por la alegoría para mostrar un mapa detallado de la esclavitud en su país durante el siglo XIX. El libro inserta anuncios antes de cada capítulo en el que se reproducen carteles que llaman a la detención de esclavos fugitivos y describe cómo eran las relaciones entre blancos y negros en aquellos años.

En la novela de Colson, novela que debe mucho al realismo mágico sudamericano, no todos los blancos son racistas ni todos los negros, hermanitas de la caridad. El escritor intenta mantener cierta distancia sobre los lúgubres hechos de los que se hace eco, por lo que no se trata de un texto maniqueo, en el que buenos y malos están claramente definidos sino de una novela cuyos protagonistas son seres humanos con independencia del color de su piel.

Como todo viaje que se precie, y El ferrocarril subterráneo es un gran viaje por algunos de los estados más racistas de ese gigantesco país, los protagonistas de la novela, Cora y Caesar, los esclavos que huyen hacia el norte y tras el mito de ese tren que viaja bajo tierra rumbo a la libertad, irán transformándose a medida que se avanza en la acción.

Al final, ni Cora ni Caesar serán los mimos personajes que conocimos al inicio de la historia. Ya no serán ellos mismos, algo dentro ha hecho click y los ha convertido en otros muy distintos a los inocentes que conocimos en las primeras páginas de la novela.

El ferrocarril subterráneo no desdeña la poesía para retratar la valentía pero también el miedo que alimenta a sus protagonistas. Sugiere además preguntas con sus respectivas respuestas en torno al racismo y la esclavitud. Se hace preguntas sobre unos hechos que forman parte del negro pasado de un país que reitera a a través de sus altavoces propagandísticos tanto dentro como fuera de sus fronteras que es la nación de la democracia y la libertad. Por desgracia, momentos como los que refleja este libro de forma alegórica, y es ahí donde radica una de sus peculiaridades, demuestra todo lo contrario.

Se trata de una novela que propone un interesante estudio sobre el alma humana más que de un hecho histórico que ennegrece el pasado estadounidense. Una exploración que apenas cae en el radicalismo feroz, para recordar unos días donde los hombres negros no eran libres “en el país de la libertad”. Una acertada e inteligente parábola que sirve para recordar que todos, con independencia de razas y credos, nacemos y debemos morir libres, sin cadenas ni miedos.

Saludos, verano, desde este lado del ordenador

H.P. Lovecraft, la soledad del corredor de fondo

Viernes, Agosto 20th, 2021

No quiso pertenecer a su tiempo. Su tiempo, decía, se se remontaba al XVIII. Se imaginaba, mientras recorría solitarios cementerios, como un caballero de aquel siglo mientras no dejaba de pensar historias macabras, la mayoría de ellas protagonizadas por una galería de criaturas que, tras descansar el sueño de la inmortalidad durante eones, abrían los ojos y despertaban para castigar la cordura de hombres igual de solitarios que, por estudio o aburrimiento, habían convocado a esos titanes leyendo en voz alta las páginas del libro maldito, del Necronomicon, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred.

El creador de esa nueva mitología poblada por deidades con nombres impronunciables como Cthulhu y Jog Sothoth, entre otros, fue Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island, 20 de agosto de 1890-Providence, 15 de marzo de 1937), escritor norteamericano que publicó cuentos en revistas editadas con papel de mala calidad en la década de los 20 y 30 del pasado siglo XX y que se convirtió ya en vida en el centro (¿sumo sacerdote?) de un círculo de jóvenes escritores de fantasía que como el mismo Lovecraft, Robert E. Howard y Clark Asthom Smith, entre otros, cambiaron la faz del género.

Llegué a los relatos de Lovecraft y los suyos cuando hay que llegar a sus cuentos, siendo un adolescente. La lectura de aquellas historias me cambió la vida y a mi manera intenté si no convertirme en él, sí en seguir sus pasos creando un fanzine con el que pretendí rendirle tributo y al que se sumó, ya en el segundo número, un amiguito al que conseguí inyectarle el veneno Lovecraft. Un veneno realmente activo a una edad en la que comienzas a vislumbrar lo solo que permanecerás toda tu existencia.

Luego te haces mayor y dejas abandonado al bueno de Ech-Pi-El en cualquier rincón aunque de tanto en tanto ojeo sus libros intentando encontrar sin resultado el adolescente que una vez fui.

El caso es que hace unos meses intenté volver a sus historias y tuve que dejarlas a la mitad. De pronto me parecían pesadas y hasta pretenciosas. Me asqueaba la cobardía que define a todos sus personajes que suelen ser los mismos, estudiantes o investigadores que llegan a Ismouth o Arkham buscando respuestas y que terminan por abrir puertas a otros mundos que, aquí y entre nosotros, mejor era no haber abierto.

En aquella edad que llaman del pavo me leí prácticamente todo Lovecraft publicado en español. Aún conservo esos libros, en editoriales tan variopintas como Alianza, Caralt, Bruguera…

Primero llegué a HPL por Los mitos de Cthulhu y luego continúe con recopilaciones de relatos, El color que cayó del cielo, Las montañas de la locura (que a mi me sacudió, me dio por dentro, me convirtió a la hermandad lovecraftiana aunque ahora no quiera leer sus libros) mientras imitaba su universo con una serie de relatos que me dan vergüenza ajena pero en los que se observa a un niño pretencioso que ya divisaba, como certeramente entiende Michel Ouellebecq en su ensayo sobre el escritor, lo que iba a ser su lucha personal “contra el mundo, contra la vida”.

Superada la etapa Lovecraft, algunos no la han superado todavía porque no resulta fácil asesinar el síndrome de Peter Pan, todos los años me veo sin embargo en la obligación de escribir unas líneas no tanto en su recuerdo sino por lo que significaron sus cuentos en una etapa clave de mi vida. Vamos, que a través de HPL comencé a darme una idea de lo que me rodeaba. Probablemente, equivocada, pero idea al fin y al cabo.

“Que no hay muerto que yazga eternamente y con ciertos eones puede morir la muerte”. Es una de sus frases, o así ha quedado transcrita en la memoria y como tal cual la reproduzco ahora para que se hagan una idea. También esa que dice que “vivimos en una isla rodeada de plácida ignorancia” y que si no me equivoco (ya me corregirá algún lovecraftiano como lo fui yo, eso espero) proceden del Necronomicon, el libro maldito, ese que sirve para invocar a los dioses destructores y que enloquece a la gente que osa leerlo.

En fin, Lovecraft sigue estando aquí. Y no gracias al cine, precisamente, sino a los millones de seguidores que tiene en todo el mundo un escritor hasta cierto punto mediocre y que jamás imaginó que algún día su nombre compartiría estrellato con el de su admirado Edgar Allan Poe.

Pero así son las cosas, así quedó la tirada de dados en la que HPL, a quien vestían de niña cuando era infante, aprendió a leer y a tener miedo con los libros fantásticos que ocupaban las estanterías de la librería de su abuelo; el que un principio fue nativista y racista norteño y que si conoció mujer, Sonia Green, judía y liberada, fue en esa antesala del infierno que era la ciudad de Nueva York que vivía dentro de su cabeza tallaron a hachazos la personalidad de un hombre que por si algo se caracterizó fue por sus miedos y sus contradicciones. Por la búsqueda de una soledad que provocó el divorcio con su primera y única mujer y que regresara a su localidad natal como quien pretende huir de un mal sueño. Volvió a Providence, la provinciana capital del diminuto estado de Rhode Island.

Otro año y otras líneas en recuerdo de Ech-Pi-El, el hombre que contó con una amplia red de corresponsales entre los que se encontraba Bob Dos Pistolas, el texano Robert E. Howard, creador de Conan, el cimerio; Kull de Atlantis, el puritano Salomon Kane, Henry Kuttmer, Ausgust Dertleth, Frank Belknap Long y otros tantos que con sus escritos se sumaron al culto de Cthulhu. Cuentos que a su vez hicieron sumar a millones de lectores de todo el planeta a una hermandad que no solo es indiscreta sino también para nada secreta y en la que todos sus miembros se reconocen, reconocemos, llevándonos la mano derecha a la frente mientras repetimos:

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.

En un mundo tan caótico como el actual, con epidemias que trastocan nuestro modelo de vida; retiradas deshonrosas, terrorimos y guerras de baja intensidad que desangran al planeta año va y año viene todo hace pensar que, probablemente, al final y tras tanta derrota, Cthulhu ganó la guerra sembrando de caos la tierra que habitamos y que nos hemos acostumbrado a destrozar con nuestras manos…

Temblad, hermanos y hermanas, es hora de marchar o morir. El fin nunca estuvo tan próximo.

He dicho.

En la imagen, H.P. Lovecraft según el ilustrador Virgil Finlay.

Saludos, reloj no marques las horas, desde este lado del ordenador

Mediodía eterno, una novela de Santiago Gil

Jueves, Agosto 19th, 2021

“Leo también a Tomás Morales. Tomás supo escribir el sonido del Atlántico. Yo recuerdo ese sonido en las costas del mar bravío de Fuerteventura, y también al final de la playa de Las Canteras o del Arrecife, donde no está la Barra y el océano resuena como una gran caracola lejana”.

(Mediodía eterno, Santiago Gil, Cabildo de Gran Canaria y Casa Museo Pérez Galdós, 2021)

Santiago Gil cuenta con una consolidada y atractiva trayectoria literaria muy unida a su isla natal, Gran Canaria. En 2019 se atrevió a recrear el amor adolescente de Benito Pérez Galdós con su prima Sisita en El gran amor de Galdós. Ahora, con Mediodía eterno hace algo parecido pero con muchísima más personalidad con el pintor José Jorge Oramas. Por esta novela, Gil recibió el Premio Internacional de Novela Benito Pérez Galdós y se trata, a nuestro juicio, de una de sus obras más densas (pese al número de páginas) y maduras. Un relato que muestra a un escritor seguro de sí mismo como narrador de ficciones.

Tanto en El gran amor de Galdós como en Mediodía eterno se fabula en torno a la vida de dos grandes hombres nacidos en el archipiélago canario pero hasta ahí llegan las comparaciones. El origen familiar y social de Galdós se encuentra en las antípodas del de Oramas. Pérez Galdós se dedicó a las letras, carrera en la que se convirtió en el mejor escritor que retrató el Madrid de finales del XIX e inicios del XX mientras que José Jorge Oramas tuvo una vida muy corta –falleció a los 24 años– que estuvo marcada por una enfermedad que le hizo ampliar su visión de cuanto lo rodeaba, transformando su mirada en una luz poderosa, claramente Oramas.

En cuanto a estilo, El gran amor de Galdós mantiene distancias con su protagonista al estar escrita en tercera persona mientras que Mediodía eterno recurre a la primera. Es decir, que el narrador es el mismo José Jorge Oramas que nos habla a través de Santiago Gil.

Mediodía eterno está estructurado en dos partes. La primera, La vida de Oramas, está narrada en primera persona por el mismo artista por lo que el lector es testigo directo de lo que piensa y del sentido trágico de la vida que asumió al diagnosticársele un mal que fue consumiendo poco a poco su existencia.

La cercanía de la muerte hace que el artista intente retener su amor a lo que observa en una serie de cuadros que son un misterio en sí mismo. Y no solo por la intensidad de la luz que alimenta a casi todos ellos sino por mostrar el paisaje que lo rodea en una serie de obras que no han perdido su capacidad de conmover.

En esta primera parte, el personaje que construye Santiago Gil de Jorge Oramas se confunde con el mismo Santiago Gil en un ejercicio de intercambio de papeles que no decae, dando densidad al mismo tiempo a un personaje que amó la vida, así lo expresó a través de su arte y así lo expresa Santiago Gil a través de su literatura.

Santiago Gil consigue dar credibilidad al personaje y en un lenguaje conmovedoramente poético desgrana con agradecida sutileza algunos de los momentos que marcaron la existencia del pintor grancanario. El escritor propone, además, un atractivo juego literario con el lector, juego en el que hay que entrar como se debe entrar en cualquier clase de juego, con inocencia.

A lo largo de todo el texto, de una enorme complejidad que Santiago Gil resuelve con desarmante sencillez, se tratan muchos de los temas claves en la vida del pintor como si fueran colores, colores tan vivos como los que definen la obra de Oramas y que sirven para explicar muchos de los días que marcaron la existencia del artista. Un artista que evitó lo que pudo el retrato, decantándose por el paisaje que reflejó siempre bajo una luz limpia y serena que corresponde a la de ese mediodía eterno que anuncia el título de la novela.

Los años de formación en la Escuela de Arte Luján Pérez donde conoció a otros artistas como Felo Monzón, Juan Ismael y el escultor Plácido Fleitas, entre otros; los días que pasó en el centro psiquiátrico de Tafira (“Los locos tienen alma”, comienza la novela) atendido por el médico y coleccionista Rafael O’Shanahan y una ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, que todavía seguía siendo una pequeña capital de provincias son algunos de los elementos de los que se sirve Santiago Gil para modelar a su personaje. Personaje que percibe la primera señal de un amor que le infla de plenitud los castigados pulmones y que como la enfermedad que lo acompañó casi toda su vida condiciona al artista que, en esta novela, se desdobla en Santiago Gil. Esta metamorfosis contribuye por otra parte a que lo que cuenta resulte tan real y cercano.

José Jorge Oramas dejó una obra no demasiado extensa. Creaciones plásticas que expuso en vida en muy pocas ocasiones aunque ya en su tiempo hubo espectadores, como el escritor tinerfeño Agustín Espinosa, que avisaron de su talento en textos tan llenos de belleza como Media hora jugando a los dados.

Si hubiera un leiv motiv en esta novela ese sería el arte y la muerte. Muerte a la que se encara Oramas con la cabeza alta, sin miedo. Es como si hubiera aprendido que nada es eterno salvo la luz que captura en sus lienzos.

“Cuando medito parece que vuelo, que salgo de mi cuerpo, como si realmente hubiera algo más que materia en nuestros adentros. Cecilia es de las que piensan que el arte se genera justamente en ese misterio que portamos los humanos cuando miramos algo o rebuscamos en nuestras vivencias y en nuestros recuerdos”.

La segunda parte, sensiblemente menor en número de páginas (la novela no llega a las 200), cuenta la vida de Cecilia Blisse, un personaje que sirve de apoyo sentimental al relato y cuyo diario, narra, le fue entregado a Santiago Gil en un viaje a Londres. Al modo de las matrioskas rusas se propone una novela dentro de otra novela.

Podría apuntar más aspectos de un libro que como otros de Santiago Gil ha sabido tocar el corazón pero es el momento en que lo descubran lectores que demandan historias que reinterpreten la vida de los nuestros (artistas e intelectuales, hombres de fe, en definitiva) con mirada literaria.

Mediodía eterno es una novela que se atreve a hurgar dentro de la cabeza y el alma de su protagonista por lo que sorprenderá, como a quien firma estas líneas sorprendió, la soltura con la que Santiago Gil rinde justicia al pintor que se “nos” fue demasiado pronto, describiendo las contradicciones que pudo tener el artista que congelo la vida con el hechizo de su luz.

Saludos, tierra, mar, desde este lado del ordenador

Jorge Carrión: “Amazon hace daño a las librerías y a los libros”

Miércoles, Agosto 18th, 2021

Jorge Carrión (Tarragona, 1976) cuenta con una amplia bibliografía a pesar de su edad. Ensayo, novela, guiones de cómics son solo algunos de los géneros que ha practicado este escritor preocupado por la incidencia de las nuevas tecnologías en la sociedad y en cómo han ido transformando el mundo que hasta ayer se creía que “conocíamos”.

Autor de Contra Amazon, Librerías y Lo viral, entre otras obras, Jorge Carrión fue uno de los invitados de la primera mesa del encuentro Puerto de letras. Escritura en diálogo, que se desarrolla en el Lago Martiánez (Puerto de la Cruz), escenario que la próxima semana, concretamente el 19 de agosto y a las 20 horas,acogerá una charla y recital poético en el que intervendrán Katya Vázquez Schröder, Ricardo Hernández Bravo y Adalber Salas Hernández.

- ¿Qué tiene usted contra Amazon?

“No tengo ningún problema personal ni intelectual contra Amazon y otras plataformas solo es que hace tres años me di cuenta que muchas de las herramientas que nos dan acceso a la información y a la cultura imponen al mismo tiempo un modelo en la gestión de la autoría intelectual y de derechos de autor que resultan muy peligrosos y como soy escritor y me dedico a los libros me pareció interesante llamar la atención de cómo Amazon daña a las librerías y al objeto libro”.

- ¿Ha recibido alguna respuesta de Amazon?

“No. Soy un microbio. No tengo importancia ni relevancia aunque desde la micropolítica algún lector que se ha puesto en contacto conmigo me ha comentado que mi libro Contra Amazon fue el último que compró en… Amazon”.

- Usted parece un resistente porque otro de sus libros es, precisamente, Librerías que a mi me parece, reitero, un manual de resistencia.

“La lectura de Librerías habla de la historia del comercio de los libros desde la antigüedad hasta hoy y concluye que su esencia es la metamorfosis y la adaptación, que es el proceso que estamos viviendo en la actualidad. Un salto evolutivo, un proceso de adaptación completamente nuevo en un contexto en el que prima lo viral y lo digital”.

– Las estadísticas dicen que aumentó el número de compra de libros durante el confinamiento.

“Sí, los números dicen que durante la pandemia creció el nivel de lectura, también el de librerías en toda Europa. Algunas se expandieron, incluso en España. Personalmente, me parece una buena noticia porque larga es la lucha que mantienen las librerías contra las plataformas y su nuevo sistema de acceso a la cultura y compra on line”.

- Sin embargo, en esta batalla parece que el libro de papel está venciendo de momento al libro digital.

“Vivimos en una época de coexistencia entre formatos de acceso a la cultura muy distintos y esta coexistencia de formatos podría resumirse entre lo analógico y lo digital. El objeto libro se ha revelado, por otra parte, como la mejor tecnología sobre todo en literatura aunque quizá no lo sea tanto en el ensayo divulgativo pero sí, insisto, en el literario. Estamos asistiendo ahora a investigaciones sobre lo que llegará. Se habla de vídeo lentillas e incluso de implantes pero el libro de papel de momento va por delante en este conflicto que confío que dure algunas décadas más”.

- Me contaron que en España se impone cada vez más el audiolibro.

“Un formato que ya está muy asentado en Norteamérica y como cualquier otra tendencia que se expande en ese país tiende a conquistar el mundo como Netflix, Facebook o Amazon, entre otros. Me consta que las editoriales españolas han apostado fuerte por el audiolibro aunque el sistema de suscripciones todavía esté por ver si resultará válido para los lectores que son exigentes. El caso es que está en auge pero creo que tiene que ver más con el impulso tecnológico que con otra cosa”.

– Usted lleva un podcast.

“Mi experiencia personal con el podcast Solaris me ha permitido acceder a otro tipo de receptores que han generado a su vez otro tipo de lectores que, de algún modo, confían en tu voz y parece que les gusta que sea el propio autor de la obra quien les lea su libro”.

- ¿Y qué tal resulta la experiencia?

“La experiencia con el libro Lo viral ha resultado satisfactoria e interesante. Y me refiero tanto a quienes lo han leído como a quienes lo han escuchado de un modo íntimo como sucedió en Valencia, donde alguien de mi edad me dijo que había escuchado Lo viral mientras iba en el coche con su familia. Me comentó que tras oírlo, comenzó a discutir con su gente los distintos temas que abordan el libro como si de un ritual familiar se tratara”.

- ¿Es lector digital o de papel?

“Cuando leo en papel soy de los que necesito subrayar con lápiz lo que me llama la atención también para recordarlo pero entiendo que haya personas que lo hagan de otro modo, como escuchar más que leer un libro, tomando nota de los libros y películas que en mi caso suelo mencionar en algunos de mis podcast”.

- Ha escrito novela, ensayo. ¿Me gustaría saber cuál es la diferencia entre el Jorge Carrión escritor de ensayos con el literario?

“A mi me resulta fascinante el vínculo invisible que une la experiencia y el encuentro con un texto. Cuando viajo suelo leer e imaginar pero no sé qué es lo que tramo. Es decir, si eso que pienso terminará por convertirse en un ensayo, un cómic o una novela. Entre 2008 y 2012 estuve obsesionado con un proyecto de ficción que dio lugar a mis novelas Los turistas, Los huérfanos, Los muertos y Los difuntos, proyecto que abandoné en 2012, un año en el que decidí dejar de escribir ficciones para consagrarme al ensayo narrativo. Escribí entonces Librerías, Contra Amazon y varios cómics de no ficción como Barcelona. Los vagabundos de la chatarra y Gótico pero hace unos años, en enero de 2019, cuando iniciaba la escritura de un nuevo libro de ensayos se me ocurrió el argumento de una novela de ciencia ficción, Membrana, que comencé a escribir y con la que he obtenido hace poco el LII Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro”.

- ¿Qué me dice de los apocalípticos que anuncian la muerte del cine ante el auge de las plataformas?

“Pues que creo que habrá una coexistencia entre ambos aunque lógicamente, y dado que tenemos acceso a películas en casa y a través de los dispositivos, la experiencia de ir al cine será cada vez más esporádica que antes pero imagino que el cine pervivirá porque tiene un tipo de ritual que es el mismo del teatro o el circo y que nos conecta con la tragedia griega y los orígenes de la cultura de la que venimos. Necesitamos esa especie de comunión y encuentro que nos da el cine, el teatro y el circo”.

– También ha sido objeto de su estudio las series de televisión.

“Lo que ha ocurrido con las series en los últimos veinte años es espléndido lo que sucede es que cuando publiqué Teleshakespeare hará unos diez años el fenómeno estaba viviendo su mejor momento con producciones como Mad Med, Breaking Bad, Los soprano, The Wire… Después de eso las series se han ido internacionalizado con obras maestras como Borgen o Gomorra hasta que más tarde se instalaron las plataformas lo que quizá signifique que está finalizando la tercera edad de oro de las series de televisión”.

- Ya no le interesan como antes…

“En los últimos años han dejado de interesarme como antes pero eso es porque ahora presto más atención a otros fenómenos emergentes como los podcast. Cuando me puse a escribir criticas de serie de televisión, hace ya unos años, todavía tenía sentido pero ahora hay que pensar desde la perspectiva de la crítica cultural cuál es el concepto de algoritmo y de plataforma. En mis últimos trabajos investigo sobre redes sociales, inteligencia artificial y, desde una perspectiva macro, como se articula la cultura del siglo XXI”.

- Y en esta cultura del siglo XXI ¿vivimos resignadamente bajo la dictadura del algoritmo?

“En parte sí, los algoritmos cada vez tienen más poder lo que significa que los seres humanos que los manipulan, crean y programan acaparan más poder lo que significa que algunas corporaciones han asumido demasiado y de manera alarmante como Facebook y Amazon, empresas que son capaces de influir en elecciones democráticas o en nuestros hábitos de consumo. En este sentido, Amazon no ha invertido en Alexa para hacernos la vida más fácil sino con la idea de que la gente que tiene Alexa compre más, bastante más que la gente que no lo tiene. Todas estas corporaciones solo quieren que consumamos para ganar más dinero y es ahí donde cada uno de nosotros debe de asumir su responsabilidad ética y hacer valer su capacidad de decisión para tomar posiciones en su consumo cultural porque su actitud tiene consecuencias económicas que al final también son consecuencia políticas”.

- ¿Nos estamos volviendo idiotas?

“Quiero creer que no porque cada vez estamos más informados. Después, que cada uno busque los modos de informarse porque la cantidad de información crítica que uno encuentra en Internet y a la que accedemos a través de las plataformas quizá no la seleccionan necesariamente los algoritmos sino cada uno de nosotros”.

DADDY

El primer libro que impactó a Jorge Carrión no fue de nuevas tecnologías ni de ciencia ficción. El primer libro que le sacudió las entrañas y le prendió la idea de ponerse a escribir fue Daddy, de Loup Durnad. Daddy cuenta la historia de un niño con una inteligencia portentosa que tiene que escapar de un nazi que quiere que revele los números de varias cuentas bancarias. Como lector adulto, sus libros de cabecera fueron Rayuela, de Cortázar; Ficciones, de Borges y Cien años de soledad de García Márquez.

MEMBRANA

Membrana, novela por la que Jorge Carrión recibió el LII Premio Internacional de Novela Ciudad de Barbastro, se publicará en octubre. El argumento trata sobre cómo ha ido creciendo la influencia de los algoritmos en nuestras sociedades. Con esta novela, el escritor regresa a la literatura de ficción tras abandonarla durante una década y dentro de un género, explica, como es el de la ficción especulativa porque sostiene que “la ciencia ficción es el nuevo realismo”.

FOTO: NELA OCHOA

Saludos, bendito calor, calor, calor, desde este lado del ordenador

Mónica Ojeda: “Tenemos miedo de no proteger lo que amamos”

Viernes, Agosto 13th, 2021

La escritora Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) fue la encarga de iniciar junto al también escritor Jorge Carrión la primera de las sesiones del ciclo Puerto de Letras. Escritura en diálogo que comenzó el pasado julio en el Lago Martiánez, en Puerto de la Cruz.

En este encuentro, que acoge el 19 de agosto y en el mismo lugar una charla y recital poético con Katya Vázquez Schöder, Ricardo Hernández Bravo y Adalber Salas Hernández, la escritora ecuatoriana reflexionó sobre su escritura y las influencias que pesan en una obra preocupada por el miedo y el dolor en novelas como Mandíbula y Nefando.

- ¿Cuándo se plantea la idea de escribir?

“Viene de muy atrás, tendría doce o trece años, y la idea fue bien recibida porque mi madre es profesora de Literatura y me animó a escribir quizás porque vio en mi la posibilidad de ser la escritora que ella no fue- A mi padre, que es ingeniero, le encantó también tener una hija escritora”.

- Entiendo entonces que llega a la literatura porque nace en un ambiente familiar propicio pero… ¿asistió a talleres literarios?

“Eso fue más tarde, cuando fui a la Universidad. Tendría dieciocho años y me matriculé en uno muy famoso en Guayaquil, el que desarrollaba Miguel Donoso Pareja que es muy conocido en Ecuador. Para ingresar tenías que enviar un texto para que te escogiera porque había mucha demanda. Y me escogió para formar parte del selecto club de los martes. Estuve año y la experiencia me sirvió para que aprendiera mucho sobre técnicas narrativas”.

- En su caso ¿el escritor se hace más que nace?

“Para que uno tenga el interés anómalo de pasar muchas horas de la existencia ante un papel tiene que tener una sensibilidad muy específica y eso no tiene nada que ver con la educación aunque la sensibilidad se educa. Es decir, que un artista de cualquier tipo tiene ya algo de sensibilidad que luego educa o domestica. Igual que la empatía que la desarrollas con el tiempo. Creo que los talleres literarios no son necesarios pero sí que son una herramienta que te da la posibilidad de poner en práctica técnicas narrativas pero la escritura no solo es cocina sino también sensibilidad, una mirada sobre el mundo. La capacidad de aprehender el entorno de una manera muy específica y mantener una relación con el lenguaje muy personal. Eso no se aprende en un taller sino que lo desarrollas de una manera personal e íntima”.

- ¿Y cuál es la mirada personal e íntima de Mónica Ojeda?

“Creo que soy bastante sensible con los temas que me producen dolor y miedo. Mi escritura se vuelca plenamente sobre las cosas que me generan temor y deseo. Es una escritura que se sumerge y que solo sale a superficie para tomar aire. Trata de temas difíciles, un leiv motiv en mi literatura”.

- ¿Por qué temas difíciles?

“Quizá tenga que ver porque veo en la relación con el lenguaje una posibilidad de entender las emociones que me subyugan. La escritura es el único momento en el que la vida se paraliza y al paralizarse puedo detenerme y observar mi entorno. Es un poco como la pintura, que detiene un momento la vida para observarla. En la escritura lo haces pero con palabras. Se trata de una relación muy psicológica y emotiva que vinculo a esos territorios que son un poco oscuros y difíciles de mirar como la violencia y el miedo”.

- ¿Y cuáles son sus miedos?

“La violencia de la intimidad. Soy una mujer ecuatoriana que viene de una ciudad muy conflictiva y con mucha desigualdad social y violencia callejera e institucional. No concibo mi forma de estar en el mundo sin esas experiencias con las que crecí: miedo a salir a la calle, miedo de llevar mi cuerpo al escenario público porque me podían pasar cosas. La violencia contra las mujeres es muy intensa en Ecuador lo que me marcó. De hecho, esa fue una de las razones por las que emigré. Aquí, en España, estoy menos asustada”.

- ¿Y escribe sobre sus miedos para liberarse de ellos?

“No creo que la literatura sea terapéutica, ojalá, pero a mi no me ha pasado. Sí que me permite, sin embargo, entender esos miedos, hacer un ejercicio de comprensión para detectar cuáles son mis vulnerabilidades. Intentar averiguar por qué tengo esas pasiones tan intensas y entender cuál es mi relación sensible con el mundo. Es un ejercicio de entendimiento y de comprensión pero también un despliegue de imaginación e inventiva. No trabajo la literatura de no ficción sino de ficción porque, como dice Lacan, la ficción es una forma de verdad”.

– Interesante. La ficción es una forma de verdad.

“O la verdad tiene forma de ficción. Es un ejercicio de hacer pensamiento. Hay una frase que siempre repito y que viene a decir que las ideas son las emociones del pensamiento y me gusta porque ves a las ideas y el pensamiento como algo emotivo”.

– La sombra de H.P. Lovecraft es alargada en Mandíbula ¿Es Lovecraft uno de sus escritores de cabecera?

“Recurrí a él en la novela porque me interesaba pero no es uno de mis autores de cabecera. Tiene libros interesantes y me venía como anillo al dedo por los temas que trato en Mandíbula. Camila Sosa, que es una escritora que me gusta mucho, habla de su escritura como de una escritura travestida, algo que también hago porque me meto tanto en un tema, me obsesiono tanto con él que consumo canciones, veo películas, leo libros que en el caso Mandíbula hizo que Lovecraft fuera uno de los rostros de la telaraña de imágenes y sensaciones que es la novela”.

- ¿La literatura fantástica no es uno de sus géneros?

“Sí que me gusta pero no tengo grandes lecturas. He leído a muy pocos autores, Lovecraft, Shirley Jackson, Stephen King, Edgar Allan Poe, Mariana Enríquez pero siento que uno puede terminar escribiendo fantasía sin necesidad que sea su género”.

- ¿Cuáles son sus principales lecturas?

“Mis principales lecturas son de poesía. Me gustan también los libros híbridos más que la novela. Libros a medio camino entre el ensayo y la poesía. No veo que mi tradición proceda del género de terror pero es cosa de mi literatura, que explora mucho la violencia. La violencia siempre tiene un componente de temor y de miedo y estudio esas emociones en el cuerpo y la experiencia humana”.

- ¿La violencia y el miedo son constantes en su poesía?

“Sí, también. En Historia de la leche, mi último poemario, tomo el mito de Caín y Abel pero lo transformo en clave femenina. El asesinato que se produce es el asesinato de una hermana y la venganza posterior de la madre que persigue a la asesina. Este libro nace a raíz de mi interés por la poesía de Victoria Guerrero, en especial cuando leí unos versos en los que dice madre, hija, hermana es una trilogía no pensada por el psicoanálisis. En Historia de la leche se habla sobre la violencia y el asesinato. Por ahí está presente Thomas de Quincey y su El asesinato como una de las bellas artes. Hay un yo disgregado en tres personajes, la madre y dos hermanas, una de las cuales está muerta. El poemario reflexiona sobre el asesinato dentro de la familia, las ganas que tienes a veces de matar o hacer daño a la gente que amas. Todos esos elementos son los elementos que abundan en mi literatura de manera obsesiva”.

– Presentó el año pasado un libro de relatos, Las voladoras, que dice que está adscrito al gótico andino. ¿Qué es el gótico andino?

“Las voladoras se escribió como libro de gótico andino porque fue un ejercicio voluntario de ir a ese terreno. El gótico andino recién se está teorizando así que cuando escribí Las voladoras busqué artículos sobre este asunto pero no encontré ninguno lo que me animó a seguir adelante pese a que no existiera un abordaje crítico, eso hizo que me metiera libremente en ello. Personalmente, el gótico andino es la experiencia del miedo atravesada por el imaginario y la forma de vida de un paisaje determinado que en este caso es la cordillera y la zona de Los Andes, que cuenta con una serie de narrativas orales y formas de entender el mundo muy peculiares. Y todo eso fue una fuente para llevarlo a mis temas, la violencia en países como Ecuador, esa conciencia contra el cuerpo de las mujeres. En uno de los cuentos del libro narro cómo a un padre se le muere un hijo. Es violento cómo la gente que amas también se muere. La vida puede resultar hostil pero también está llena de ternura y ahí surge el miedo porque tienes miedo de que la ternura desaparezca. Todos tenemos miedo de no proteger lo que amamos”.

- En los último años las literaturas que vienen de América suena con fuerza, sobre todo la que escriben mujeres.

“Se está produciendo un cambio muy fuerte pero aún queda mucho camino por hacer. El cambio no es solo en su literatura sino también en otros ámbitos. Argentina ha legalizado el aborto después de una lucha muy ardua y en Ecuador se ha logrado despenalizarlo en caso de violación. Literariamente hay más espacio para las mujeres, también hay más lectores. Los cambios sociales no van separados de los literarios porque son la misma cosa, o creo que están unidos porque tienen que ver con el desarrollo y el despliegue de los feminismos y la pedagogía que se está ejerciendo para cambiar las cosas. Eso ha permitido que se mejoren las leyes, que se sea más sensible con determinados temas. Y no es porque se esté escribiendo mejor sino que ahora vivimos un momento de recepción privilegiado que espero que continúe. El momento de recepción ha cambiado porque la sociedad ha cambiado también”.

- Escribe cuentos, poesía y novela…

“Me siento cómoda con todos porque en el fondo los veo como uno solo. Los tres tienen formatos técnicos distintos pero es casi lo que menos me interesa de la escritura aunque sepa que tengo que manejarlos bien. Mi relación con el lenguaje es casi musical y lo llevo al cuento, la novela y la poesía. Me siento cómoda en cualquier género siempre que pueda llegar a sentir la plena sensorialidad del lenguaje. Lo que busco cuando escribo es una experiencia poética, la historia es el aparataje para lograrlo y eso subyace también en la novela”

- ¿Qué elementos considera como más importantes en su literatura?

“En la novela presto atención a todo. Me interesa trabajar la tensión narrativa y no de una manera clásica porque cuando escribo tomo ciertos riesgos como son saltos en el tiempo, elipsis, siempre pensando y colocando en el centro la tensión narrativa que no funciona si los personajes no están bien construidos. Todo está absolutamente ligado aunque cuando escribo una novela trato de no escribirla al uso, me divierte más y en el riesgo está el logro y también el fracaso. Intento cada vez que escribo retorcer lo que pueda el cuello del cisne para ver si me sale algo diferente”.

- ¿Cuándo escribe sabe cómo acabará la historia?

“No me funciona saber como termina la historia porque mi motor de escritura siempre es el deseo. El deseo de descubrir sensaciones, por ejemplo. Todo lo que me gusta de la escritura es que no sé que vendrá”.

– ¿Y de dónde vienen sus historias?

“Hay mucho de la vida real en mi escritura que es de donde uno se nutre. Es una mentira que los libros de ficción no sean autobiográficos porque lo son aunque no resulte evidente. En mi caso invento una historia y unos personajes para explorar. En Mandíbula, por ejemplo, quería explorar la pasión y la violencia atravesada por el miedo entre mujeres.

UNA NOVCELA QUE SE RESISTE

Una de las primeras novelas que impactó a Mónica Ojeda cuando tenía “doce o trece años” fue Muerte en Venecia, de Thomas Mann. No se trataba de una lectura para una niña de esa edad (“¿cómo puede entender una niña la vejez?”) pero el libro le pareció “misterioso”. Años después volvería a leer Muerte en Venecia y lo comprendió “un poco mejor” pero continuaba resistiéndosele. Desde entonces, dice, relee cada cierto tiempo Muerte en Venecia para entenderlo un poco más pero no es suficiente porque “hay una experiencia que se me escapa. Me pasó también con La noche, de Antonioni. No me había enamorado y no sabía que es el desamor. Hace dos años la volví a ver y lloré”

PRÓXIMAMENTE...

Mónica Ojeda se encuentra en estos momentos trabajando en una nueva novela cuyo tema central será la danza y la música. Ahora está en la fase de buscar una historia y unos personajes mientras se empapa de filosofía de la música y teoría de la danza. Simultanea este libro con poesías que no forman un libro sino un “herbario sin serlo”, explica la autora de las novelas Mandíbula y Nefando y del poemario Historia de la leche.

FIRMA FOTO: NELA OCHOA

Saludos, colmillos, desde este lado del ordenador

Mario Moreno cumple 110 años y Cantinflas, un poquito menos

Jueves, Agosto 12th, 2021

“La ’filosofía’ de la vida es “to be or not to be” que quiere decir “te vi o no te vi”.

“Ahí está el detalle, señor juez, no es lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.

“Lo difícil lo hago de inmediato, lo imposible me tardo un poquito más”.

“No sospecho de nadie, pero desconfío de todos”.

“O actuamos como caballeros, o como lo que somos”.

(Cantinflas, filósofo)

Probablemente sean muy pocos los que lo reconozcan por su nombre y apellido, Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes (Ciudad de México, 12 de agosto de 1911-Ibidem, 20 de abril de 1993) pero sí les digo que se hizo eterno como Cantinflas, no es que esté seguro, pongo la mano en el fuego (¡ay!) en que más de uno y de dos y de tres sabrá a quien me refiero… Sí, a ese mismo, al cómico mejicano que hizo inmortal el arte de tomarle el pelo a todo el mundo, incluido él mismo.

Casi nadie sabe de donde sacó el nombre, Cantinflas, que hoy ocupa una entrada en el Diccionario de la Real Academia, y Mario Moreno, el hombre detrás de la máscara, se fue al otro mundo a vacilarse con Dios y los ángeles sin que revelara de dónde salió lo de Cantinflas. Uno dicen que de la expresión “inflas en la cantina” que, al parecer, le hacía mucha gracia a nuestro hombre, pero el debate sigue abierto mientras alimenta el mito de un artista que, de verdad, aquí en la tierra en la que vivo fue toda una estrella (como lo fue internacional) y al que llegamos por las películas que protagonizó. Y es que este caballero de desgarbada figura elevó a obra maestra el arte de la verborrea, de no decir nada hablando mucho, lo mismo que unos que yo conozco aunque estos últimos no tengan maldita la gracia.

Tuve así la suerte de ver muchas de sus películas en pantalla grande. Riéndome cuando era un renacuajo de aquel fulano que soltaba frases absurdas como una ametralladora y ya de adulto (o de Peter Pan con pantalones largos) con el mismo actor interpretando casi siempre al mismo personaje. Personaje que disfruta de plenitud en las películas que rodó en blanco y negro y personaje del que se fue deshaciendo cuando saltó al color donde Cantinflas dejó de ser Cantinflas para convertirse en El padrecito, canciller de la imaginaria república de Los Cocos, profesor y patrullero de la policía mejicana en la que probablemente sea, esta última, una de sus peores películas.

Fue tanta la fama de la que llegó a disfrutar en vida Cantinflas que Mario Moreno tuvo que dejar que dominara su vida a medida que llenaba de dinero sus bolsillos y crecía su influencia. Hizo de Picaporte, el leal compañero de Phileas Fogg en La vuelta al mundo en 80 días, una maravillosa y verniana película repleta de cameos de estrellas de cuando Hollywood era Hollywood y con marcado acento mexicano de Sancho Panza en Don Quijote cabalga de nuevo, película en la que no se despega del caballero de la triste figura, un Fernando Fernán Gómez lanza en ristre contra gigantes con formas de molinos de viento… pero sí por algo lo celebramos quienes crecimos con él son por sus comedias. Comedias que en los últimos tiempos caían en un sentimentalismo que ahora da risa maría luisa pero que en su momento nos tragábamos entre carcajadas, risas locas por cómo decía las cosas aquel mamarracho, ese cantinflas de la vida que fue Cantinflas en pantalla (grande o pequeña) con el fin de poner las cosas del revés. Y una vez puestas, volver a manipularlas para devolverlas a su estado original.

Ese y no otro fue Cantinflas, una de las estrellas más grandes del cine hablado en español. Español mejicano que entendemos casi todos con independencia de donde haya aprendido a hablar este idioma que cruzó y cruza fronteras.

Busquen por la red su inspiradora Por mis pistolas y escuchen si pueden sin que les de la risa Un día con el diablo, en la que desafía al mismísimo Sata, Sata de Satanás.

Como solo alcanzan los grandes humoristas, Cantinflas soltaba chistes como un filósofo suelta ideas. Sus bromas, sus cantinfladas, tienen que entenderse así como piezas de una profundidad extrema, torpedos que van dirigidos a la línea de flotación de nuestra experiencia diaria (tristona) para celebrarla con carcajadas. Ya lo dijo ese escritor francés que sin ser Cantinflas lo imitó sin que se diera: la risa es tomarse en serio las cosas. Por eso Cantinflas, no Mario Moreno, se partió de la risa toda su canallesca vida.

La pregunta es: ¿de quién se reía este vagabundo que por no tener no tenía ni donde caerse muerto? Pues de todos nosotros y, especialmente, de sí mismo que es a lo máximo que puede llegar los hombres sabios, tan sabios como… Cantinflas.

Saludos, viva su excelencia, desde este lado del ordenador