Archive for the ‘Literatura’ Category

H.P. Lovecraft, la soledad del corredor de fondo

Viernes, Agosto 20th, 2021

No quiso pertenecer a su tiempo. Su tiempo, decía, se se remontaba al XVIII. Se imaginaba, mientras recorría solitarios cementerios, como un caballero de aquel siglo mientras no dejaba de pensar historias macabras, la mayoría de ellas protagonizadas por una galería de criaturas que, tras descansar el sueño de la inmortalidad durante eones, abrían los ojos y despertaban para castigar la cordura de hombres igual de solitarios que, por estudio o aburrimiento, habían convocado a esos titanes leyendo en voz alta las páginas del libro maldito, del Necronomicon, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred.

El creador de esa nueva mitología poblada por deidades con nombres impronunciables como Cthulhu y Jog Sothoth, entre otros, fue Howard Phillips Lovecraft (Providence, Rhode Island, 20 de agosto de 1890-Providence, 15 de marzo de 1937), escritor norteamericano que publicó cuentos en revistas editadas con papel de mala calidad en la década de los 20 y 30 del pasado siglo XX y que se convirtió ya en vida en el centro (¿sumo sacerdote?) de un círculo de jóvenes escritores de fantasía que como el mismo Lovecraft, Robert E. Howard y Clark Asthom Smith, entre otros, cambiaron la faz del género.

Llegué a los relatos de Lovecraft y los suyos cuando hay que llegar a sus cuentos, siendo un adolescente. La lectura de aquellas historias me cambió la vida y a mi manera intenté si no convertirme en él, sí en seguir sus pasos creando un fanzine con el que pretendí rendirle tributo y al que se sumó, ya en el segundo número, un amiguito al que conseguí inyectarle el veneno Lovecraft. Un veneno realmente activo a una edad en la que comienzas a vislumbrar lo solo que permanecerás toda tu existencia.

Luego te haces mayor y dejas abandonado al bueno de Ech-Pi-El en cualquier rincón aunque de tanto en tanto ojeo sus libros intentando encontrar sin resultado el adolescente que una vez fui.

El caso es que hace unos meses intenté volver a sus historias y tuve que dejarlas a la mitad. De pronto me parecían pesadas y hasta pretenciosas. Me asqueaba la cobardía que define a todos sus personajes que suelen ser los mismos, estudiantes o investigadores que llegan a Ismouth o Arkham buscando respuestas y que terminan por abrir puertas a otros mundos que, aquí y entre nosotros, mejor era no haber abierto.

En aquella edad que llaman del pavo me leí prácticamente todo Lovecraft publicado en español. Aún conservo esos libros, en editoriales tan variopintas como Alianza, Caralt, Bruguera…

Primero llegué a HPL por Los mitos de Cthulhu y luego continúe con recopilaciones de relatos, El color que cayó del cielo, Las montañas de la locura (que a mi me sacudió, me dio por dentro, me convirtió a la hermandad lovecraftiana aunque ahora no quiera leer sus libros) mientras imitaba su universo con una serie de relatos que me dan vergüenza ajena pero en los que se observa a un niño pretencioso que ya divisaba, como certeramente entiende Michel Ouellebecq en su ensayo sobre el escritor, lo que iba a ser su lucha personal “contra el mundo, contra la vida”.

Superada la etapa Lovecraft, algunos no la han superado todavía porque no resulta fácil asesinar el síndrome de Peter Pan, todos los años me veo sin embargo en la obligación de escribir unas líneas no tanto en su recuerdo sino por lo que significaron sus cuentos en una etapa clave de mi vida. Vamos, que a través de HPL comencé a darme una idea de lo que me rodeaba. Probablemente, equivocada, pero idea al fin y al cabo.

“Que no hay muerto que yazga eternamente y con ciertos eones puede morir la muerte”. Es una de sus frases, o así ha quedado transcrita en la memoria y como tal cual la reproduzco ahora para que se hagan una idea. También esa que dice que “vivimos en una isla rodeada de plácida ignorancia” y que si no me equivoco (ya me corregirá algún lovecraftiano como lo fui yo, eso espero) proceden del Necronomicon, el libro maldito, ese que sirve para invocar a los dioses destructores y que enloquece a la gente que osa leerlo.

En fin, Lovecraft sigue estando aquí. Y no gracias al cine, precisamente, sino a los millones de seguidores que tiene en todo el mundo un escritor hasta cierto punto mediocre y que jamás imaginó que algún día su nombre compartiría estrellato con el de su admirado Edgar Allan Poe.

Pero así son las cosas, así quedó la tirada de dados en la que HPL, a quien vestían de niña cuando era infante, aprendió a leer y a tener miedo con los libros fantásticos que ocupaban las estanterías de la librería de su abuelo; el que un principio fue nativista y racista norteño y que si conoció mujer, Sonia Green, judía y liberada, fue en esa antesala del infierno que era la ciudad de Nueva York que vivía dentro de su cabeza tallaron a hachazos la personalidad de un hombre que por si algo se caracterizó fue por sus miedos y sus contradicciones. Por la búsqueda de una soledad que provocó el divorcio con su primera y única mujer y que regresara a su localidad natal como quien pretende huir de un mal sueño. Volvió a Providence, la provinciana capital del diminuto estado de Rhode Island.

Otro año y otras líneas en recuerdo de Ech-Pi-El, el hombre que contó con una amplia red de corresponsales entre los que se encontraba Bob Dos Pistolas, el texano Robert E. Howard, creador de Conan, el cimerio; Kull de Atlantis, el puritano Salomon Kane, Henry Kuttmer, Ausgust Dertleth, Frank Belknap Long y otros tantos que con sus escritos se sumaron al culto de Cthulhu. Cuentos que a su vez hicieron sumar a millones de lectores de todo el planeta a una hermandad que no solo es indiscreta sino también para nada secreta y en la que todos sus miembros se reconocen, reconocemos, llevándonos la mano derecha a la frente mientras repetimos:

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.

En un mundo tan caótico como el actual, con epidemias que trastocan nuestro modelo de vida; retiradas deshonrosas, terrorimos y guerras de baja intensidad que desangran al planeta año va y año viene todo hace pensar que, probablemente, al final y tras tanta derrota, Cthulhu ganó la guerra sembrando de caos la tierra que habitamos y que nos hemos acostumbrado a destrozar con nuestras manos…

Temblad, hermanos y hermanas, es hora de marchar o morir. El fin nunca estuvo tan próximo.

He dicho.

En la imagen, H.P. Lovecraft según el ilustrador Virgil Finlay.

Saludos, reloj no marques las horas, desde este lado del ordenador

Raymond Chandler, triste, solitario y final

Viernes, Julio 23rd, 2021

No se ponen de acuerdo con la fecha de su nacimiento, unas fuentes dicen que el 22 y otras que el 23 de julio, pero en uno de esos dos días de 1888 vino al mundo Raymond Thorton Chandler, el creador del detective privado clásico, ese que le debe tanto a Sam Spade pero que abrió los ojos y paseó por las ficciones literarias con personalidad propia bajo el nombre de Philip Marlowe, un private eye sentimental. Un tipo que inevitablemente acaba casi siempre triste, solitario y… final.

Lo curioso del caso es que Raymond Chandler se metió a escribir lo que llamaba novelas de detectives por necesidad. Y esa necesidad explica que no le gustara hablar de lo que hacía aunque leyendo su recomendable ensayo El simple arte de matar (*) o la biografía que sobre su vida y obra escribió Fran MacShane uno comprenda que hubo más pose que verdad en el desprecio que sentía por el género que contribuyó a engrandecer y de paso a que lectores poco o nada propensos a la literatura de kiosco se detuvieran y paladearan su estilo incisivo, irónico y repleto de comparaciones repletas de sutil prosa callejera.

Siempre me imaginé a Marlowe como Robert Mitchum aunque para Chandler el actor en el que pensaba cuando escribía sus historias fuera Cary Grant. Se me hace difícil admitirlo, pero así lo afirma el escritor en alguna entrevista. Si uno se fija, ambos (Grant y Mitchum) llevan un hoyuelo en la barbilla y a los dos le sentaba muy bien ir con un sombrero que es no prenda que no le sienta bien a mucha gente sobre la cabeza.

Creo que la primera novela que leí de la serie Marlowe fue El sueño eterno, de la que no me enteré de nada (lo mismo me pasa con la versión cinematográfica de Howard Hawks) pero que me dejó prendado. Con esa extraña y a la vez atractiva sensación de que entraba en un mundo nuevo, plagado de personajes de una pieza que funcionaban más por lo que decían y cómo lo decían que por sus actos. De aquel libro, que aún conservo, pasé a Adiós, muñeca, que sigue siendo para mi la mejor de todas y luego El largo adiós, de la que se me grabó una frase que me acompaña desde el día en el que se alojó en el disco duro de mi memoria: “Decir adiós es morir un poco”.

Celebro también La hermana pequeña, en la que Chandler adentra a Marlowe en la selva de Hollywood y el mundo del cine y La ventana siniestra. El escritor, con mala baba, incluso sugería que su solitario detective, ese caballero sin espada que terminaba por resolver líos que ni el mismo escritor sabía resolver, podía casarse con una rica heredera. Este matrimonio se bosquejaba de hecho en la última aventura del detective Playback y continuaba en Poodle Spring, que dejó sin terminar, aunque recopiló con devoción de aficionado Robert B. Parker.

¿Qué significa Raymond Chandler para el género negro, negro y criminal, la novela de detectives? Pues mucho. Chandler contribuyó a cambiar de vestimenta al personaje y a tallarlo de una personalidad distinta a la que se conocía hasta aquel entonces. Su manera de escribir todas estas historias marcan también una evolución dentro de un género en el que Dashiell Hammett ya había hecho unas cuantas demoliciones, en especial al lograr que estas novelas estuvieran narradas si no con un lenguaje de la calle sí con un lenguaje que bebía precisamente de esas mismas calles.

“No es fácil decidir ahora, aunque tenga importancia, cuán original fue Hammett como escritor. Fue uno en un grupo, el único que logró el reconocimiento de la crítica, pero no es el único que escribió o trató de escribir verdaderas novelas de misterio realistas” (El simple arte de matar).

El escritor desempeñó toda clase de oficios antes de llegar a la literatura, trabajo al que llegó cuando se dio cuenta que se le daba bien. Casado con una mujer quince años mayor que él, se transformó en un escritor por necesidad.

Los antichandlerianos, que los hay, acusan que muchas de sus novelas parten de cuentos que había publicado con anterioridad en revistas, lo que si bien era verdad, el escritor lo llamaba proceso de canibalización, también sirvió para mejorar aquellas historias dotándolas de más páginas. Como otros tantos de su generación, también recibió la llamada de Hollywood, donde trabajó y sufrió al lado de cineastas como Alfred Hitchcock y Billy Wilder, entre otros. Tuvo además el privilegio que su primera novela de la serie Marlowe, contara en su libreto con la firma de William Faulkner y con Humphrey Bogart como protagonista del caballero sin espadas, el detective privado con gabardina y Stetson sobre la cabeza que intenta resolver una imbricada y complicadísima trama en la que intervienen un general retirado del ejército que ha hecho fortuna y sus dos díscolas hijas. Una de ellas en pantalla grande interpretada por Lauren Bacall, para mi una irrepetible actriz chandleariana porque lo chandleriano existe.

A mi me gustaría pensar que es resultado de muchas experiencias combinadas con una forma de escribir que las convierte si no es hermosas sí en algo diferente. Inquietante según el tipo de lectores. Raymond Chandler de alguna manera logró intelectualizar un género, el policiaco, que había nacido sin esta pretensión.

Escribe en El simple arte de matar que “Dudo que Hammett tuviese algún objetivo artístico deliberado; trataba de ganarse la vida escribiendo algo acerca de lo cual contaba con información de primera mano. Una parte la inventó; todos los escritores lo hacen; pero tenía una base en la realidad; estaba compuesta de cosas reales. La única realidad que los escritores ingleses de novelas de detectives conocían era el acento que usaba en su conversación los habitantes de Surbiton y de Bognor Regis. Aunque escribían sobre duques y jarrones venecianos, los conocían tan poco, por propia experiencia, como lo conoce el personaje adinerado de Hollywood sobre los modernistas franceses que cuelgan de las paredes de su castillo de Bel Hair. (…) Hammett extrajo el crimen del jarrón veneciano y lo depositó en el callejón”.

Las novelas y los cuentos que escribió funcionan no por lo que cuenta sino por cómo está contado. Como ya se dijo, Chandler liaba demasiado la madeja y al final él mismo perdía el hilo del caso y los casos que aparecen en sus historias pero es lo de menos. Lo interesante en el escritor forzado (insistía) en escribir novelas de detectives realistas es su manera de contar esas historias. La ironía, más que el cinismo, que masculla su Marlowe en primera persona. Fue también un escritor que se movió muy bien en el relato corto y el ensayo. El ensayo en el que trata de entender el género que le dio reconocimiento y el ensayo sobre el arte de escribir.

Raymond Chandler transita esta frontera imaginaria, la línea invisible que divide al escritor del escritor a destajo, el obrero con callos en las yemas de los dedos que no deja de escribir para garantizar la comida y el alojamiento del día siguiente.

Si uno vuelve a leer El simple arte de matar entenderá por eso que pese a su aparente desprecio al género, Chandler estaba bastante agradecido por haberse instalado en él. Supo así antes de morir el 26 de marzo de 1959 en La Joya, California, que su obra perduraría mientras el hombre siga siendo hombre porque la novela que cultivó “describe un mundo en el que nadie puede caminar tranquilo por una calle oscura, porque la ley y el orden son cosas sobre las cuales hablamos, pero que nos abstenemos de practicar.

No es extraño que un hombre sea asesinado, pero a veces resulta extraño que lo asesinen por tan poca cosa y que su muerte sea el sello de lo que llamamos civilización…”

En fin, las cosas de Chandler. De Raymond Chandler.

(*) Las citas de El simple arte de matar están tomadas de la versión en español publicada en la colección Novela policiaca de editorial Bruguera, 1980

Saludos, danke, desde este lado del ordenador

Antonio Álvarez de la Rosa: “Flaubert nunca dijo Madame Bovary soy yo”

Martes, Julio 13th, 2021

Una selección de 350 cartas de las casi 5000 que escribió Gustave Flaubert (1821-1880) a lo largo de su vida son las que ha traducido y anotado el catedrático de Filología Francesa de la Universidad de La Laguna, Antonio Álvarez de la Rosa (Santa Cruz de Tenerife, 1946), en un libro que con el título de El hilo del collar (Alianza Editorial, 2021), coincide con el bicentenario del nacimiento del escritor francés, uno de los gigantes de la literatura universal que en su correspondencia reflexiona sobre su pensamiento y su poética -detalle no menor en alguien que hizo de la escritura su razón de ser- desde su infancia hasta su muerte. En una cuidada selección y edición, el objetivo de Antonio Álvarez de la Rosa fue el de ofrecer un retrato humano del autor de Madame Bovary siendo consciente desde el principio que “las traducciones envejecen” aunque no así la literatura de un autor rebelde y polémico que quiso dedicar su vida al arte de “escribir y leer”.

- Se cuenta que Gustave Flaubert dijo ‘Madame Bovary soy yo’. Tras estudiar su copioso epistolario ¿Antonio Álvarez de la Rosa es Gustave Flaubert?

“En mi caso más que Flaubert es Madame Bovary, desde luego, aunque Flaubert nunca dijo eso de Madame Bovary soy yo sino un profesor que, a comienzos del siglo XX, explicó que una amiga de Flaubert lo había dicho pero eso no aparece por ningún lado. Ni en sus correspondencia y ni en su cuaderno de trabajo. Lo que sí es cierto es que cuando le pincha alguna corresponsal o le proponen preguntas impertinentes empieza a desarrollarse en el escritor ese concepto de la autoría que lo define. Esa relación del autor con el personaje”.

- ¿Qué es el bovarismo?

“Flaubert es un hombre que siendo un misógino empedernido tiene una capacidad de observación portentosa. Está atento y explora debajo de las apariencias. En Madame Bovary describe la situación de una mujer como bovarismo, lo que explica que a veces la novela se compare con El Quijote. El bovarismo son los deseos que más o menos gestionas aunque a veces estos desbordan la irrealidad de tu propia realidad, lo que produce un quiebro, la locura, las frustraciones que quizá desemboquen en el suicidio como es el caso de Emma Bovary pero Flaubert lo mismo construye este personaje como construye otro masculino”.

- El libro selecciona 350 cartas de una correspondencia que se aproxima a las 5000.

“Conocidas y perfectamente archivadas son 4500”.

- ¿Por qué escogió unas y desechó otras?

“Se me ocurrió escribir una introducción general donde explico lo que pretendía, un seguimiento cronológico y dividido por etapas de su vida, como refleja la primera carta que incluye el libro y que Flaubert escribe a los nueve años. En esa primera carta expresa su rechazo a la gente lo que me obligó durante la traducción a cometer errores en español para que el lector se percate que eso está escrito por un niño. Otra carta que se incluye es la que dirige a su profesor de Historia, que es muy importante porque ya con dieciocho años escribe con una tremenda claridad que lo único que quiere hacer es escribir”.

- Creo que Sartre llamaba a Flaubert el idiota de la familia.

“Lo llama así porque en principio aquel chico parecía que no iba a llegar a nada pero al final sí que consigue lo que quería: dedicar su vida a leer y a escribir”.

- ¿Cómo es el Flaubert epistolar?

“Tiene dos etapas en la correspondencia. Flaubert nace en 1821 y publica Madame Bovary en 1857. Es decir, 36 años después. Hasta ese momento nadie lo conocía. Cuando se publica el libro resulta un escándalo, a punto está de ir a la cárcel pero sirvió para que se vendieran muchos ejemplares de la novela. Las cartas hasta ese entonces son espontáneas pero después de la publicación de Madame Bovary es como si tomara conciencia de que por fin es escritor y se muestra más cuidadoso en su correspondencia. Flaubert fue un hombre de firmes convicciones pero también, cuando lees sus cartas, un hombre al que nunca le gustó bajarse del burro”.

- ¿Por qué planteó así la edición de su correspondencia?

“No quise colocar en el libro ni una sola nota a pie de página. En casi todas las cartas, cuando aparece un personaje que evoca un hecho anterior, explico al lector antes de que comience a leerla lo que se va a encontrar. Las cartas que contiene el libro son completas salvo alguna, y hubo un momento en que lo vi más como un tapiz que otra cosa aunque al final me abrumé por tantas fechas, etc. Conté con la ayuda del equipo de corrección de la editorial, que se dio cuenta de que si una novela es difícil de corregir con la correspondencia es como intentar cruzar a nado el Amazonas. Pensé que lo ideal es que el lector leyera las cartas desde un punto de vista biográfico, por lo que cada capítulo avisa de la edad y del momento en que Flaubert escribió esa carta”.

- ¿Qué constantes destacaría de las dos etapas que distingue en la correspondencia de Flaubert?

“La belleza y el amor, que llega hasta el proceso de escritura de Madame Bovary. En esos diez años se puede entender la metamorfosis que lo convierte en escritor. Leyendo las cartas aprecias todo ese proceso de creación, el trabajo literario de Madame Bovary y un hecho que cualquier creador consagrado o no debería de conocer porque Flaubert piensa que nunca será un gran escritor al darse cuenta que, cada día que pasa, le cuesta más escribir”.

- Cuanto más escribe más le cuesta escribir.

“Exacto. De alguna manera el éxito de Madame Bovary no le impidió que continuara escribiendo y publicando otras novelas. Dijo que Bovary se trataba solo de una etapa pasada, lo que lo se somete a una nueva tortura ya que tras Madame Bovary escribe Salambó que le costó diez años que ocupó en empaparse de la cultura cartaginesa. Pero Salambó es un ladrillo que tuvo mucho éxito ya que por aquel entonces estaba de moda lo exótico. Retoma después La educación sentimental, que le cuesta escribir y publica Tres cuentos y más tarde Beauvoir y Pécuchet, su última novela y piensas ¡cómo se le ocurrió meterse con ella! pero lees las cartas y descubres que jamás se detuvo en la escalera, que todo aquello para él resultaban etapas”.

- No llegó a terminar Beauvoir y Pécuchet.

“No, pero eso es porque es una novela interminable”.

- Y sí que publica en su juventud La tentación de San Antonio, un texto que revela su querencia por la mística.

La tentación de San Antonio es una especie de ensayo místico que cuenta en el fondo la misma historia que La leyenda de San Julián el hospitalario, que forma con Un corazón sencillo y Herodias el libro Tres cuentos. Flaubert es un escritor que se tortura buscando cosas nuevas con una idea fija en la cabeza: vivir para escribir. Y así quema etapas y en todas ellas se percibe la nostalgia por lo que hizo”.

- ¿En las cartas habla de otros escritores?

“Se incluye la correspondencia que mantuvo con Baudelaire. Flaubert alaba Las flores del mal. También la primera carta que escribió a Victor Hugo, al que llamaba El gran cocodrilo; con Mallarmé, Maupassant… Flaubert fue un gran lector y le comunica a Maupassant que con Bola de cebo ha escrito una obra maestra”.

- ¿De las más de trescientas cartas que incluye el libro distinguiría alguna por su rareza?

“Destacaría las que escribe durante su etapa reflexiva, vamos a llamarla también ideológica y social, que es la correspondencia que mantiene con George Sand, que era mayor que él. Flaubert oye de ella cuando publica Salambó y La educación sentimental, que tuvo una crítica muy negativa pero que deslumbró a George Sand. Fueron dos caracteres opuestos pero su correspondencia es respetuosa. Sand dice que Flaubert escribe para la posteridad mientras que ella lo hace para mañana. Esta relación epistolar está marcada por la ternura cuando eran dos personas que en principio no tenían nada que ver. Se cruzaron más de 400 cartas y para mi esa es la etapa más rica en reflexiones de su correspondencia. Flaubert le dice que hay que escribir con frialdad para lograr que el lector se emocione”.

- Santa Teresa, El Quijote… ¿cuál es la relación de Flaubert con la literatura española?

“Conoce el Siglo de Oro, a Cervantes y la mística a través de Santa Teresa”.

- ¿Y cuál era su visión de España?

“Su imagen de España es la de la época, una mirada peyorativa. Escribe, cuando los prusianos invaden Francia, que como esto siga así Francia acabará como España, a un lado de la Historia. Otra cosa son Homero Rabelais, Montaigne, Cervantes, Shakespeare, Goethe…, que no tienen patria. Son escritores”.

- Imagino que se tomará un tiempo para desintoxicarse de Flaubert pero… ¿prepara algo nuevo?

“Estoy muy interesado en un escritor francés de finales del XVIII poco conocido, Louis-Sébastien Mercier, autor de Le tableau de Paris, El cuadro de París. Mercier es una mezcla de escritor, sociólogo, periodista y político. Fue testigo de la Revolución y miembro de la Convención. Estuvo a punto de que Robespierre se lo llevase por delante… Un personaje realmente interesante aunque este libro consta de 3000 mil páginas. Lo más probable es que plantee una antología de unas seiscientas páginas”.

BAJO LA SOMBRA DE FLAUBERT

Antonio Álvarez de la Rosa dice que siempre ha creído en la Universidad por lo que agradece que cuando comenzó en la enseñanza en 1995, el autor de Madame Bovary fuera, precisamente, el objeto de un curso al que invitó a uno de los mayores especialistas sobre la vida y obra del escritor para que hablase sobre Flaubert en la literatura moderna. Esa misma década y por medio de una beca del Gobierno de Canarias, viajó hasta Rouen donde contactó con uno de los profesores de la Universidad que ahora es el coordinador nacional de todos los actos sobre Flaubert que se celebran en Francia. En un correo electrónico, Álvarez de la Rosa le avisó de la publicación de El hilo del collar, el libro en el que selecciona parte de su correspondencia y la respuesta no tardó en llegar: ¿Puede presentarlo el 10 de septiembre en el Ayuntamiento de Rouen?

Saludos, haya paz, desde este lado del ordenador

Novela: Cuento breve hinchado

Miércoles, Junio 23rd, 2021

NOVELA s. Cuento breve hinchado. Especie de composición que guarda con la literatura la misma relación que guarda el paisaje panorámico con el arte. Es demasiado larga para leerla de una vez, y las impresiones producidas por sus sucesivos fragmentos son sucesivamente borradas, como ocurre en el caso de las visualizaciones del paisaje. La unidad, la totalidad de efectos resulta imposible de lograr, porque, además de las pocas páginas finales, todo cuanto queda en la mente del lector es la simple trama de lo acaecido antes. La novela realista es a la novela de imaginación lo que la fotografía es a la pintura. Su principio distintivo, la verosimilitud, corresponde a la realidad literal de la fotografía y la ubica en la categoría del reportaje, mientras que las alas libres del autor de ficciones le permiten a éste remontarse a cualquier altura para la que esté dotado. Y los tres principios esenciales del arte literario son imaginación,imaginación e imaginación. El arte de escribir novelas, tal como fue el el pasado, está muerto desde hace mucho tiempo en todas partes,excepto en Rusia, donde es nuevo. Haya paz para sus cenizas… algunas de las cuales se venden mucho.

Ambrose Bierce (Meigs, Ohio Estados Unidos, 24 de junio de 1842-Chihuahua, 1914), El Diccionario del Diablo, f. Traductor: Eduardo Stillman. Valdemar, 1993

Devórame otra vez

Sábado, Mayo 22nd, 2021

Lo lamento por los cursis pero los cuentos y las novelas de Arthur Conan Doyle (Edimburgo, 22 de mayo de 1859-Crowborough, 7 de julio de 1930) se devoran más que se leen porque, efectivamente, uno cuando las lee más que leer lo que hace es masticarlas primero, procesarlas después y, por último, que se quede con ganas de devorar otro libro de Conan Doyle.

Dejó una obra escrita más que suficiente para satisfacer todo tipo de estómagos por muy exigentes que estos sean, así que devorar es el verbo adecuado para describir mis impresiones sobre la obra de un autor al que, prácticamente, he devorado desde mi más tierna infancia, mi adolescencia furiosa, mis intentos de juventud rebelde y una madurez que no termina por traicionar el espíritu de Peter Pan, una criatura que como todo el mundo sabe, aunque no sé los cursis, no es una creación de Arthur Conan Doyle.

Escritor de series, a él le debemos Sherlock Holmes y su doctor Watson que pasan los años y los siglos y siguen disfrutando de inmejorable salud, a mi sin embargo siempre me gustaron más las novelas que dedicó al profesor Challenger como al brigadier Gerard, ese soldado que “tiene la cabeza muy dura” como lo reconoce el mismísimo Napoleón Bonaparte en la primera entrega de lo que sería una trilogía.

Devoré (otra vez con el verbo) muchas de sus otras novelas y disfruté no hace mucho con un relectura de La tragedia del Korosko porque sigo pensando que es una de las grandes novelas de aventuras de un escritor que estuvo dotado para el género como otros muchos compañeros de generación. Y sí, en estos textos, inyecta algo, no demasiado, de lo grande que fue el imperio británico. Grande por extensión y según lo que escribe –sin excesiva épica sino más bien un curioso sentido de la ironía que debe traducirse a veces como de humor– de lo que un grupo de británicos puede hacer si se encuentran en territorio hostil.

Dotado para la novela como para el cuento (en la noche de los tiempo Nosotromo reunió sus relatos según oficios o géneros: de boxeo, de médicos, de militares, de terror, de aventuras…) si hay una novela entre las muchas novelas que he devorado del escritor se encuentra El mundo perdido que quizá no sea de lo mejor que salió de su cabeza pero sí que se trata de un libro de los que me marcó después de haberlo leído y releído en varias ocasiones. En ella el profesor Challenger va en busca de criaturas antediluvianas en compañía de un excéntrico grupo de secundarios que volverían a aparecer en otras historias del escritor como en la fallida pero muy reveladora La tierra de la niebla ya que en ella vuelca sus creencias en lo sobrenatural porque como saben unos y ahora sabrán otros, Conan Doyle creía en el más allá y en las hadas y otros seres invisibles que, según él, poblaban la campiña inglesa.

No vamos a recordar su personaje más famoso porque de él se ha escrito hasta la saciedad y Holmes es un investigador que no deja de aparecer en cine y televisión porque como se dijo más arriba para el caballero que reside en Baker Street no pasa el tiempo aunque Arthur Conan Doyle se cansara de su popularidad y de que sus lectores devoradores le exigiera que lo resucitase cuando, presuntamente, lo arrojó al abismo en una pelea con su mejor enemigo, el doctor Moriarty.

Lo bueno, porque un escritor como Conan Doyle no tiene, y si lo tiene es escaso, malo, es que no solo vivió del éxito del sagaz investigador pese a que fuera su criatura más popular sino de otras novelas y cuentos donde los engranajes están perfectamente dispuestos. Se movió además muy bien en géneros como la aventura, lo fantástico y el policíaco, entre otros. Y cultivó el ensayo más con ánimo periodístico que reflexivo.

Probablemente una de las razones de que su literatura todavía me siga haciendo tan feliz no es solo por la capacidad que tuvo y que tiene de abstraerme de la triste realidad que nos envuelve sino porque se trata de un escritor que, como dijo en cierta ocasión se preocupaba por evitar “ver” con el fin de “observar”. Y demasiados son ya los que escriben con buena vista sí, pero ciegos en cuanto a interpretar lo que observan. Y ahí, precisamente, ahí, en la cualidad de observar es donde se distingue un escritor cuya obra, no me cansaré de repetir pese al acoso de los cursis, se devora y no se lee.

Saludos, elemental, tan elemental como…, desde este lado del ordenador

Los olvidados: Francisco García Pavón

Miércoles, Mayo 5th, 2021

Francisco García Pavón alcanzó el éxito literario en la España de los años setenta con la serie de novelas y cuentos en los que Manuel González, más conocido como Plinio, es su protagonista. Plinio es jefe de la Policía Municipal de Tomelloso (Ciudad Real) y junto a su leal don Lotario, se encarga de resolver casos que suceden en su entorno y alrededores con la misma sagacidad del inspector Maigret solo que con la simpática cachazapero también obstinada capacidad deductiva de un castellano, castellano de verdad.

Desde su aparición, las aventuras de Plinio ocupan un espacio privilegiado en la novela policíaca escrita en español y más concretamente en España, donde es un claro antecedente de los que vendría después: el Carvalho de Vázquez Montalbán; el sargento Bevilacqua de Lorenzo Silva y el Toni Romano, de Juan Madrid por citar solo a algunos de los más conocidos.

Pero no solo de Plinio escribió García Pavón, un escritor que se movía admirablemente en la geografía del cuento donde, junto a otros compañeros de viaje es uno de los representantes más aventajados en un género que, editorialmente, no siempre ha sido mirado en España con la obligación que se merece.

Entre los libros que destacaría del escritor se encuentra los que reúne en la trilogía de la Guerra Civil, que forman de manera independiente lo libros Cuentos republicanos, Los liberales y Los nacionales. Este último, un significativo trabajo en el que su autor recrea en una serie de historias muy cortas pero acertadamente cinceladas, sobre el día después de la victoria del ejército nacional en 1939 o bien desarrollando relatos que transcurren ese mismo año pero tras haber estallado la paz, como diría Gironella. Nos encontramos en este aspecto con páginas que describen un país que, tras tres largos años de guerra, mira una mitad con recelo al vencedor y la otra con sospecha y entusiasmo por la revancha al vencido.

Esta atmósfera de miedo se palpa en las historias que García Pavón desgrana en un libro que, no entiendo la razón, ha pasado desapercibido dentro de la gran literatura española escrita sobre aquella guerra que sacó lo peor pero también lo mejor de nosotros mismos. Por ello, estas líneas están inspiradas en reivindicar un libro y un autor con todas sus letras que fue de los primeros en transmitir a sus lectores una perspectiva de reconciliación entre las dos mitades de un país que, mucho me temo, todavía sigue con ganas de partirse la cara.

Llegué como era natural a las obras de Francisco García Pavón leyendo sus novelas de Plinio. El descubrimiento de Los nacionales fue tardío y, confieso, con cierta inquietud ya que no sabía muy bien lo que podía deparar un escritor al que me había acostumbrado por sus relatos policiales, por sus historias costumbristas a las que aplicaba el barniz de lo policial. No imaginaba que también cultivara otros géneros y que resultara tan rematadamente bueno en un territorio tan difícil como es el cuento, y más cuando se trata de cuentos tan cortos. En el caso de García Pavón, de tan solo tres o cuatro páginas. Páginas, sea dicho de paso que son suficientes para narrar situaciones que trascienden la anécdota y en las que muestra lo que es capaz de hacer el hombre en situaciones de tanto riesgo intelectual y emocional como son las que describe en Los nacionales.

El libro está divido en dos partes. La primera se desarrolla mayoritariamente en Tomelloso, que fue la localidad natal del escritor, y la segunda en Madrid, que fue la ciudad donde vivió la otra mitad de su vida. Estas dos unidades cuentan más o menos historias desiguales donde prima el miedo de los vencidos y la revancha de los vencedores pero son relatos también en los que se cuela voluntad de paz, piedad y perdón.

Resulta muy difícil escoger algunas de las historias ya que todas son muy buenas, y no solo por las situaciones que plantea y los problemas morales que saca a relucir sino porque en todo estos cuentos se concluye la imposibilidad de construir un país si no hay voluntad de tender la mano a quien ayer fue tu peor enemigo.

Por encima de todas las cosas, por encima de lo que cuente, de lo que muestre y de lo que denuncie, que también, estos cuentos están además muy bien escritos. Tanto, que invitan a que sean leídos en voz alta para degustar la fuerza de sus frases y de sus palabras. El talento que tuvo García Pavón para saber contar lo que contaba.

A la espera de que alguien se atreva a rescatarlo de la oscuridad, me refiero a su trilogía de la Guerra Civil y no a las aventuras de Plinio que de tanto en tanto se reeditan, aconsejaría a los interesados a que busquen obras del escritor en librerías de viejo y de ocasión. Sobre todo porque no hay cosa más grata en la república de las letras que la de recuperar del olvido escritores que, con el fuste de Francisco García Pavón, permanecen no sabe uno bien por qué, en el más absoluto de los olvidos.

Saludos, reivindicación, desde este lado del ordenador