Apuntes existenciales sobre ‘Ridícula’
Lunes, Febrero 28th, 2011Cuentan que en cierta ocasión le preguntaron al cineasta Luis Buñuel qué quería señalar con unas nubes que aparecían en una de sus películas. Película, quiero pensar de la a mi juicio mejor etapa del director que fue la mejicana.
Dicen que Buñuel se quedó mirando a su interlocutor un buen rato y que le respondió: “eso pregúnteselo al señor noséqué, sabe más cosas de mis películas que yo mismo”.
No sé si es verdad o una de tantas leyendas que salpican la existencia de Buñuel, pero me atrevo a creérmela porque Buñuel fue además de cineasta un gran artista. Y un gran artista hace las cosas por impulso.
O por intuición.
Es decir, que deja que la obra navegue hacia los sentidos del espectador libres de todas ataduras. Esto y no otra cosa es lo que diferencia a una obra sin intenciones pero sí realizada desde el corazón de las que están perfectamente diseñadas y muy trabajadas. Tan aparentemente bien hechas que no quiere que se les note rotura por ninguno de los lados.
El paso del tiempo, implacable sin embargo, se encargará de abrirle heridas mientras apenas araña a la pieza que nació casi por generación espontánea. Por capricho si quieren de esas musas borrachas a las que hoy apenas se les presta nada de atención.
Viendo el otro día un formidable documental sobre El planeta de los simios me hizo gracia comparar los razonamientos de Richard D. Zanuck con el de un estudioso del cine. Mientras que para este último la escena de Taylor en la playa contemplando la Estatua de la Libertad quería significar el fin del sueño americano, Zanuck respondía que a él sencillamente le pareció un buen final porque el espectador iba a darse cuenta que el personaje interpretado por Charlton Heston no había aterrizado accidentalmente en el Planeta de los Simios sino en su propio planeta, el de los monos sin pelo.
¿Quién tiene razón?
La verdad es que no creo que importe. Hay personas que analizan las cosas porque les gusta adentrarse en el laberinto llevando piedrecitas que les indiquen (aunque confunda) el camino de salida y otras que transitan por ese sendero confiando en sus corazonadas.
Por normal general, y la experiencia me lo demuestra, los primeros que salen del rompecabezas suelen ser los que se dejan guiar por su intuición. Probablemente porque han desarrollado un poderoso y si quieren insólito sentido de la orientación.
Cuento todo esto porque viendo el jueves pasado otro corto canario, Ridícula, de Domingo González, me planteé este extraño discurso.
Si veía el corto con ojos cerebrales la pieza no me convencía pese a sus ganas de contar cosas. Lo que es de agradecer visto por otro lado…
Si por el contrario la mirada me venía del corazón, la cinta (pese a sus complejas pretensiones) entraba dentro de mí como dulce caramelo.
Cerebralmente Ridícula me resultaba más que un corto una especie de trailer de lo que pudo (o puede) ser un largo.
El asunto que trata es demasiado ambicioso y la forma que escogió su realizador para contarlo demasiado breve para que llegara a públicos que no conocen al cineasta y por lo tanto son capaces de contarle con sinceridad lo que piensan de su obra.
Con el corazón, este corto es una bonita (aunque dramática) historia que pedía a gritos más desarrollo. Está muy bien dejar al espectador con expectativas, quitarle el dulce caramelo de la boca cuando espera otra resolución para que él mismo las maquine en su cabeza cuando regresa a casa, pero tiene el defecto de que las cuestiones se multiplican y que exija (precisamente porque le ha gustado al suscitarte cuestiones) que al menos algunas de ellas se respondieran con claridad.
Cerebralmente Ridícula es un corto que por una vez en los cortos canarios se me quedó demasiado corto.
Con el corazón: Se queda precisamente corto porque al menos como espectador quiero ver como recupera (o no…) su vida el personaje protagonista. También conocer a los personajes que interrelacionan con ella.
Es más que probable que si se le diera la oportunidad a su realizador de alargar esta historia nos encontráramos entonces ante un filme que perdería su carácter instropectivo que no intimista para encontrarnos con una cinta que igual sabría explotar con la agudeza y las aristas que se merece los tormentos que agitan a su protagonista y a quienes se mueven en su entorno.
Con el cerebro y el corazón afirmo no obstante que como espectador que se deja guiar por intuiciones más que por la cabeza, Ridícula le parece de lo mejor que ha visto este año en esto que llamamos cortos canarios. Y lo escribo porque este trabajo destila sentimiento pese a que el formato elegido (el corto) no fuera el más adecuado para contarlo.
Me gusta de Ridícula su academicismo y sobre todo me gusta que González haya prescindido de delirios intelectuales de persona no leída para mostrar (y en ocasiones conseguir) el desgarro del alma humana gracias a su actriz protagonista. Una muy creíble en su desgarradora resignación Montse Germán.
Su rostro, hermoso pero tallado de derrota, lo asimilé como ilustración perfecta de lo que llamo existencialismo puro y duro.
El tonto de Sartre diría que es así porque somos animales condenados a ser libres.
Y quizá sea por eso que me gustan estos fragmentos de Ridícula (que pudo o puede ser un largo) y continúa sin gustarme el tonto de Sartre.
Saludos, Camus, siempre Camus, desde este lado del ordenador.