Archive for Agosto, 2020

Se busca: Alfred Hitchcock

Jueves, Agosto 13th, 2020

Pese a que la palabreja me produce ronchas, el cine de autor le debe no mucho sino muchísimo a un orondo cineasta que si tuvo claro algo en su cabezota fue la de entretener al público con historias de suspense. El nombre del joven no podía ser otro que el de Alfred Joseph Hitchcock (Leytonstone, Londres; 13 de agosto de 1899–Bel Air, Los Ángeles; 29 de abril de 1980) y si no me falla la memoria, creo que fue de los primeros directores de cine a los que conocí con nombre y apellido porque el caballero además de dirigir películas las firmaba con apariciones fugaces en muchos de sus filmes.

Las apariciones del señor Hitchcock se convirtieron así en un añadido más en sus largometrajes y la serie, ya famosa en el mundo entero, Alfred Hitchcock presenta… Y se cuenta todo esto tirando de la memoria, memoria que me hace recordar además cómo su nombre (su marca) figuraba también en revistas, colecciones de relatos de suspense y en el encabezado y presentación y epílogo de las novelas de Los tres investigadores cuya lectura, ya ven, me hizo muy feliz la adolescencia.

Pero hablábamos de las apariciones del señor Hitchcock en sus filmes… En casa, viendo cualquiera de sus películas, la apuesta consistía en localizar antes que nadie al cineasta. “Ahí está, subiendo a la guagua (autobús para peninsulares)”. Otras te despistaba y era otro el que lo localizaba antes de tiempo. Recuerdo cómo me rompí la cabeza pensando cómo aparecería en una de sus películas más olvidadas pero de las que guardo gratísimo recuerdo, Náufragos. ¿Surgiría el señor Hitchcock del mar como un escualo asesino?, ¿podría ser el odioso personaje que interpretaba Walter Slezak en esa misma película?

Tardaría toda una vida proponiendo una selección de los mejores largometrajes que dirigió este hombre que no era nada sin su mujer. Su filmografía, e incluyo su etapa silente y su primera etapa británica, es redonda. Apenas hay alguna cinta que estropee currículum tan ejemplar aunque uno tenga predilección por un filme pequeño en su gigantesca obra como es La sombra de una duda, rodada en blanco y negro y con un reparto más que discreto. Y es que Joseph Cotten fue siempre un actor lo que se dice discreto.

El señor Hitchcock nos enseñó a mirar con respeto a los pájaros, a que miráramos con atención la pantalla en las escenas de besos (no hay cineasta que haya rodado mejores los besos como él) y a sentir especial atracción por los villanos que aparecen en la mayoría de sus películas. Incluso en una cinta tan sucia como Frenesí, rodada en Londres y en la que parece que su agrio sentido del humor se había acentuado más de lo recomendable. Huelga decir que es otra de mis favoritas. Como favoritas son también La posada de Jamaica, Extraños en un tren, Encadenados, La soga, El proceso Paradine, La ventana indiscreta, Con la muerte en los talones, Psicosis entre otras y otras muchas. ¡¡¡Si hasta me llevaría a una isla desierta esas rarezas que son Topaz (su único filme con una heroína de larga cabellera morena); Yo confieso y Falso culpable!!! Y no digamos ya de esa estrambótica comedia negra que es Pero… ¿Quién mató a Harry?

En fin, que son muchas las películas y muchos los recuerdos que me acompañan viendo su cine porque crecí, tuve esa suerte, viendo sus películas y reconociéndolas porque eran del señor Hitchcock y no porque el protagonista fuera Cary Grant, Ingrid Bergman, James Stewart o Grace Kelly, la que luego fue princesa de Mónaco.

Un director no ya de culto –hay toda una religión montada a su alrededor– sino el primero y si no fue el primero sí que fue uno de los primeros, que nos hizo reconocer quién estaba detrás de aquellas fantásticas películas de acción y suspense.

Un tipo tan grande, tan autor, que desde entonces no deja de influenciar a puñados de cineastas que no le llegan a la suela del zapato (y lo siento de veras, Brian de Palma).

En definitiva, cine de autor para los que entiendan y no entiendan y por muchas ronchas –se admite– que me sigue provocando cuando pronuncio semejante y estiradísima palabreja.

Saludos, felicidades, maestro, desde este lado del ordenador

Cantinflas, un genio del siglo XX

Miércoles, Agosto 12th, 2020

Su nombre real, el de estar por casa era Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes (Ciudad de México, 12 de agosto de 1911-ibídem, 20 de abril de 1993) aunque para todos nosotros, los que aún lo recordamos y los que aún nos partimos de la risa con sus películas lo reconoceremos siempre como Cantinflas.

Y fue tanto su éxito como Cantinflas, que el nombre ha pasado a definir una manera de actuar ante la vida. A driblar los problemas de la existencia cotidiana con cintura de sabio callejero porque, hermanos y hermanas, si algo describe el humor de este maestro de la comedia con acento español (español latino para puristas) es su fuerte carga crítica contra los poderosos, los mangantes y los corruptos. Basta verlo en la que considero una de sus mejores películas, una de Cantinflas en su estado más puro: El portero, donde da una lección a un grupo de estirados académicos sobre qué es la gramática.

Todavía se deslizan bajo los ojos las lágrimas de la carcajada que suelto cuando repesco algunas de las escenas de un largometraje que presenta a un personaje que ya ha tomado forma y que aprovecha cualquier momento para disparar su verborrea ininteligible.

Llegué a Cantinflas gracias a las salas de cine. Es decir, que accedí al humor del actor cuando era un renacuajo… hace ya mucho tiempo, en la noche de los tiempos y tiempos, tiempos…

Recuerdo ver sus películas a colores en cines de mi pequeña capital de provincias como el Teatro Baudet y aunque no me enterara de nada cuando hablaba sí que me reía observando cómo se movía, cómo cantaba y bailaba Cantinflas. Con los años comencé a entender su verborrea que ya no resultaba tan ininteligible y terminé por unir en dos las dos mitades de un actor que gustaba tanto a los más pequeños como a los más grandes.

En Tenerife, y quiero creer en Canarias en general, Cantinflas era un Dios que reconocía la gente que se destroza la manos todos los días. Y fue tanto su éxito que un periódico en el que trabajaba regalaba con la edición de los domingos sus películas, no todas, pero sí las más conocidas, El barrendero, Su excelencia, Por mis pistolas y dos por las que no siento demasiado entusiasmo porque no es el Cantinflas desarrapado que conocí: El padrecito y El patrullero 777.

Pero uno le perdona estos deslices porque se trata de Cantinflas, el que enmudece al estirado de David Niven en La vuelta al mundo en ochenta días o desafía a la autoridad no con los puños sino con la fuerza de sus palabras aunque no se entienda o no lo entienda casi nadie pero eso no era culpa suya sino de los demás. Es decir, por “la falta de (agri)cultura que tiene la gente”.

¿Cantinflas? Un genio del siglo XX.

Saludos, a reir, desde este lado del ordenador

La memoria y el lenguaje

Miércoles, Agosto 12th, 2020

Por Cecilia Domínguez Luis (*)

Memoria y lenguaje son los pilares sobre los que Andrea Abreu construye su novela Panza de burro, publicada recientemente por Ed. Barret, con prólogo y edición a cargo de la escritora Sabina Urraca.

Una primera novela en la que su autora vuelca sus arraigos y desarraigos – «lo viví como una fluidera», dice en una entrevista- que marcan su vida en una época, la infancia, y un lugar, un pueblo del norte de Tenerife, de calles empinadas de huertas, cuevas y barrancos, con el mar a lo lejos, invitador.

La historia, contada en primera persona, transcurre durante un verano, una estación que para muchos niños y niñas supone el descubrimiento de otras realidades y de sí mismos, empezando por sus propios cuerpos.

Es, en este caso, Isora, la amiga de la protagonista quien actúa como una especie de guía en el descubrimiento de esa nueva realidad que, a su vez, ella va conociendo y en la que no faltan el sexo, la dureza de la vida, la capacidad o no de resistir.

Andrea nos introduce en la vida de un pueblo al que llegan y donde se detienen los alisios, ocasionando esa Panza de burro que da título a la novela. Un espacio rural, con un paisaje y un paisanaje que la escritora va describiendo, con detalle, a lo largo de los capítulos de esta novela, todos ellos con un título bastante significativo. Y lo hace con un realismo sin concesiones, de tal manera que entendemos que el paisaje, las casas, las cuevas, la niebla, los escasos días claros, el mar a lo lejos, no solo forman parte del escenario, sino que son también testigos y cómplices, a veces delatores.

Porque Panza de burro es también la historia de un pueblo, con sus prejuicios y su intolerancia, con su maledicencia, pero también con su solidaridad en momentos difíciles. Un pueblo con casas rurales “para turistas” que producen en la protagonista una mezcla de atracción y rechazo, porque no se puede acceder a ellas a no ser, como ocurre en el caso de su madre, para limpiarlas. Y aquí nos damos cuenta de cómo Andrea, toca, con la mirada tan directa como puede ser la de una niña, el problema social de la diferencia de clases.

Las relaciones entre Isora y la protagonista se van estrechando y si ya, desde el primer capítulo, que titula tan echadita palante, tan sin miedo, hace patente su admiración por ella, a lo largo de la historia se crea una suerte de dependencia, sobre todo para la narradora de esta historia, para quien la presencia de Isora se hace cada vez más necesaria- ver a Isora llegar me hacía sentir tranquila- dice en uno de los capítulos. Es como si la llegada de su amiga la reconciliase con la realidad y consigo misma.

Los juegos de las protagonistas, como muchas de sus conversaciones, son, primordialmente, iniciáticos. Las relaciones que se establecen entre las Barbies y los Ken, van más allá del puro juego infantil y los muñecos llegan a convertirse en trasuntos de personajes reales que las niñas, en su deambular por el pueblo han descubierto. La brutalidad casi salvaje de los Ken- y también de las Barbies (Los ken eran brutos y morenos y las barbies eran flacas, muy flacas…..y se tumbaban encima de los ken y los ken se tumbaban encima de ellas y piquipiquipiqui, machacábamos sus cuerpecitos de plástico y decíamos que estaban queriéndose como Gimena y Óscar…) es la de los adultos y también la de los chicos, uno de los cuales hace que la protagonista descubra algo parecido al sexo y que le deja una sensación extraña que la lleva a alejarse de su amiga: Iso, me voy, dijo. Iso, me voy.

Porque, a pesar de que ya había descubierto su cuerpo -desde chiquitas nos gustaba estregarnos….Usábamos las trabas de la ropa pa frotarnos por encima del chándal – esto era distinto y oír las risas de Isora y Mencey bajando por la ladera la hizo sentirse extraña. Por eso prefiere alejarse, aunque ella sabe que será por poco tiempo. Sin embargo, cuando la vuelve a encontrar ya no es lo mismo. Era ella pero parecía otra persona. Una persona más grande, con muchos años más…

No será esta la única extrañeza, el único descubrimiento del dolor y de la ausencia, pero todo forma parte de esa historia que Andrea necesita contar, casi diría que le urge hacerlo Y lo hace de forma directa, explícita, casi descarnada, que no puede dejarnos indiferentes, creando una atmósfera que va in crescendo y que te mantiene atrapada en la lectura.

Al principio hablé de memoria y lenguaje, y es este último un nuevo personaje, un protagonista esencial en sus manifestaciones, propias de una modalidad singular como lo es la canaria. Andrea escribe fonéticamente, es decir, tal y como suenan las palabras, y con un vocabulario muy propio de nuestra lengua: jeringada, matraquilla, juroniando, guiris, el canto arriba, palante, vulcán. Palabras que se mezclan con otras propias de la época de la niñez de la protagonista como mp3, mésinye, cíber… Una nueva apuesta arriesgada como todas las de esta escritora que ya lo demostró en su poesía, sobre todo en el fanzine Primavera que sangra donde aborda de forma valiente el tema de la menstruación.

Como ella misma afirma en su entrevista «para mí escribir en canario es un acto político, dentro de una realidad que obvia lo canario, que niega nuestra cultura».

Y es que Andrea sabe que la lengua es el distintivo más definidor de nuestra identidad, que nos define como parte de un espacio, no solo geográfico sino social y personal.

Panza de burro es una novela que parte de un estado de ánimo, de una urgencia por escribir ese espacio vital que es la infancia, porque en ella están los cimientos sobre los que nos asentamos, pero que, con frecuencia se relega a una amnesia, a veces protectora. En contra de ese olvido y, con todas sus consecuencias, Andrea Abreu en su original y audaz Panza de burro, nos acerca a esa niñez, con sus heridas, sus desencuentros su alegría y su dolor, pero también con el convencimiento de que ese periodo contribuye, en gran medida, para bien o para mal, a hacer de nosotros la persona que hoy somos.

Démosle, pues, la bienvenida.

(*) Cecilia Domínguez Luis es poeta y escritora

Saludos, viento, desde este lado del ordenador

Con Batista se vivía mejor

Martes, Agosto 11th, 2020

Pájaro lindo de la madrugá (Algaida, 2020) reconstruye la biografía de un cubano poco ejemplar, aunque la autora del libro, Zoé Valdés, intente demostrar todo lo contrario. Resulta sospechoso, en este sentido, que su retrato, que dedica por cierto a los descendientes del general, apenas toque los últimos años en el poder del presidente y militar cubano Fulgencio Batista Zaldívar pero sí que dedique gran parte de la obra a destacar los logros de sus mandatos sin terminar de explicar qué razones fueron las que llevaron al triunfo de los castristas a finales de los años 50. Según la escritora se debe a que contaba con el apoyo de las élites cubanas, élites que siempre vieron a Batista como un mulato y a Fidel Castro como uno de los suyos, y también del respaldo de los Estados Unidos de Norteamérica cuando la prensa de ese país se decantó claramente por Castro y sus hombres escondidos en las montañas. No menciona, sin embargo, que la corrupción había terminado por aniquilar un régimen, el de Batista, como voraces termitas.

La novela está planteada como un largo diálogo que entablan dos amigos ya ancianos en 2016. Los dos amigos fueron batistianos aunque uno se quedó en la isla y el otro se marchó a Miami donde prosperó en los negocios. El que viene de Miami está reuniendo información para un trabajo de una de sus nietas centrado, precisamente, en Batista, lo que da pie a Zoé Valdés para describir a través de las palabras que se cruzan y sus miradas a la realidad de un país, Cuba, que se hunde irremisiblemente en la miseria. Por contraste, se presenta ese mismo país, Cuba y a todo color durante el mandato de Batista, pasando de puntillas por el poder que llegó a alcanzar la mafia norteamericana con el Hombre, así dice que se conocía al militar y presidente cubano, cuando detentaba el poder narrando por contra sus políticas sanitarias y de educación para los más desfavorecidos. Valdés afirma así que la campaña de alfabetización iniciada por el gobierno de Batista fue mucho mayor que la que promocionaría Fidel Castro, y explica que le salvó la vida al mismísimo Fidel Castro cuando fue capturado después del fracasado asalto al cuartel de Moncada en Santiago de Cuba porque conocía a la madre del futuro comandante en jefe, ordene.

Es más que probable que si el libro hubiera rehuido de la propaganda para enaltecer a Batista, Pájaro lindo de la madrugá hubiera resultado otra cosa. Una obra con mucho más atractivo del que tiene ahora que es bastante escaso por su espíritu hagiográfico, de su insistencia de que con Batista se vivía mejor. Esto hace que durante la lectura del libro uno piense que, efectivamente, la obra debe de haber estado pagada por la familia del ex militar y presidente cubano pero no convence porque se presenta idealizado un régimen que no se caracterizó, precisamente, por bondadoso. Y mucho tiempo antes de que apareciera la guerrilla del Movimiento 26 de julio en las montañas de Sierra Maestra en diciembre de 1956.

A estas alturas pocos son los que aún defienden el régimen castrista pero cuesta, aunque no se sea cubano, hacer lo mismo con el que representó Batista. Que Cuba fuera antes el prostíbulo de los norteamericanos y que hoy –o al menos antes de la crisis de la Covid-19– lo fuera de la vieja Europa y de algunos países de la América española no rebaja la calidad moral de ambos sistemas, sistemas que se caracterizaron por una corrupción interna que se ha trasladado a la sociedad. Tampoco creo que valga como juicio las idas y venidas de un personaje que, como Batista, se enriqueció estando en el poder. Lo mismo, dice la autora de este libro fallido, que han hecho los miembros de la familia Castro.

Puestas así las cosa, Fulgencio Batista y Fidel Castro serían las dos caras de una misma moneda. Una representaría una época de esplendor pero también de tortura y muerte y la otra unos años de decadencia moral y económica y también de tortura y muerte. Al fondo, como gran espectador, los Estados Unidos de Norteamérica, la nación que hizo posible junto a las élites cubanas que Castro llegara al poder y obligara a Batista a salir del país a inicios de enero de 1959.

Como novela no reúne Pájaro lindo de la madrugá los elementos suficientes para atraer la atención del lector profano en este pedazo de la Historia. La forma en la que la escritora ha construido el relato no está bien engrasada lo que hace que su lectura resulte, a la postre, tediosa y, lo que es peor, poco o nada creíble. No tanto en cuanto a lo que revela de la vida personal y política de Batista sino del escenario que desarrolla para ubicar el diálogo que mantienen los dos ancianos.

En este aspecto, y como otras novelas de Valdés, el odio con el que está escrita repliega a un lector que busca grises y no blancos y negros.

Saludos, si yo a Cuba le cantara, desde este lado del ordenador

Historias extrañas

Lunes, Agosto 10th, 2020

Marcelo Luján, que es uno de los escritores invitados en la tercera edición del Festival Hispanoamericano de Escritores, es el autor del libro de relatos La claridad, cuentos por los que obtuvo el VI Premio Ribera del Duero y volumen que mantiene las expectativas que algunos lectores habíamos depositado en él tras leer Subsuelo, una novela insólita, extraña, y extraño es un adjetivo que vale para definir su trabajo, que destacaba entonces por su rareza e inteligente mezcla de géneros y libro premiado en varios concursos literarios como, por ejemplo, Tenerife Noir.

La isla de Tenerife ha tratado bien a este escritor argentino que vive en España al concederle su primer galardón en nuestro país por el libro de cuentos Flores para Irene, que recibió el Premio Santa Cruz de Tenerife, 2003, y en donde ya avisaba de su talento para manejar las historias cortas.

Cinco son los cuentos, más un sexto que no presentó al Ribera del Duero, que incluye La claridad, historias extrañas, raras, donde pasea el miedo y un soterrado sentido del humor. Se tratan de historias cortas potentes, protagonizadas la mayoría de ellas por mujeres que exploran rincones que mejor deberían permanecer a oscuras. Relatos, en definitiva, que además de llamar la atención al lector procura que éste se adentre en territorio desconocido bajo una geografía realista en la que puede pasar de todo.

Son los cuentos que reúne La claridad son piezas que han sido escritas para no dejar indiferente a nadie y en contra de otros libros con estas mismas características, con un fondo que desconcierta, sobre todo a quien se acerque sin conocer apenas nada de lo que va y mucho menos de quien lo escribe.

El por qué de estas historias es la maldad. Cada uno de los cuentos explora y reflexiona sobre el mal. Ese mal que no tiene que ser necesariamente sobrenatural sino el que nos acompaña todos los días, y que supura sobre todo en las heridas que provoca la deslealtad y la traición. Algunos de los cuentos que incluye el libro están además
interconectados, lo que confiere al volumen una unidad real y no impostada. Cada historia habita así como un eco lejano en las otras, lo que marca los límites de un universo donde todo es posible, posible si es para reflexionar, estudiar lo que nos transforma en pusilánimes y en traidores de nosotros mismos que es la peor traición posible.

El primero de los cuentos bascula en torno a la traición que provoca el miedo, lleva un título que avisa y resulta sugerente, Treinta monedas de carne, y se desarrolla en un escenario que conocerán los que conocen Subsuelo. No se dice más de un relato notable y que, personalmente, considero uno de los mejores de un libro redondo.
Una mala luna, que así se titula el segundo de los cuentos, es una historia con sabor macabro en la que planea cierta aroma gótico. Cuenta la historia de un desencuentro entre hermanos y de paso cómo se desmorona un mito infantil y la unidad que lo sostiene, la familia.

Entre las características que marcan el tono de La claridad se encuentra la de que muchos de los cuentos estén conectados así como que el autor, el mismo Marcelo Luján, nos vaticine lo inevitable de las acciones que describe. Este ejercicio lo usa con inteligencia un tanto agobiante en Espléndida noche:

Puede que haya sido el azar.
Con la necesidad y la voluntad y la siempre desquiciada tentación.
O una noche de verano azuzada por las prisas.
Puede que haya sido una perfecta y azarosa y por qué no aciaga mixtura de todo esto.
Nadie va a saberlo nunca
”.

Al fondo, y como en el primer cuento del libro, la acción se desarrolla en un paisaje conocido: los alrededores en los que ubica el paisaje rural de Subsuelo y ahora también el de Treinta monedas de carne.

El cuarto relato, El vínculo, es el más extenso de los que se reúnen en La claridad, también el más fantástico sin terminar de serlo del resto de los cuentos. La fórmula es la misma aunque Marcelo Luján lo expone con otra variación. Un aviso: que el lector haga memoria porque por aquí aparece un personaje que será crucial y al que conocimos como secundario en Una mala luna. Una clínica veterinaria, una señora que pide el sacrificio de su mascota, un gato. El hijo del dueño que invita a la joven ayudante a la inauguración de una discoteca por la noche…
Redondo es poco para definir otras de las historias que, personalmente, encuentro más interesantes de un libro ya de por sí interesante y revelador.

La chica de la banda de folk cierra los cuentos que el escritor presentó al concurso Ribera del Duero y sigue la misma dinámica de historia extraña, rara, con una atmósfera que mezcla lo mejor de David Lynch y Jean-Claude Lauzon, características que evocan no pesan en estos relatos. Relatos que concluyen con una sexta pieza Más oscuro que tu luz que explica, con un emocional aliento, la clave que da unidad, redondea un libro sobresaliente, de esos para los que no pasará el tiempo.

Saludos, sol, sol y sol, desde este lado del ordenador

Robert Aldrich, ese hombre

Domingo, Agosto 9th, 2020

Para ubicar a los cineastas de talento pero que no formaban parte del panteón de venerables maestros del cine norteamericano alguien acuñó un término desafortunado para meterlos a todos en un mismo paquete: artesanos.

Quien les escribe odia tal definición porque le cuesta entender que directores como Robert Burgess Aldrich (Cranston, Rhode Island; 9 de agosto de 1918 – Los Ángeles, California; 5 de diciembre de 1983) sea artesano y no maestro cuando cuenta, a título personal al menos, con un puñado de películas que están en esa lista de obras a las que recurro con cierta frecuencia porque siempre encuentro cosas nuevas en ellas y eso, estimados y estimadas, solo lo hace un maestro.

Robert Aldrich, que manejó casi todos los géneros, géneros a los que imprimió su fuerte carácter personal, cuenta con películas tan ejemplares como Veracruz y El último atardecer, que son dos western potentísimos que han superado la prueba del tiempo… No me olvido de Apache y La venganza de Ulzana aunque admito mi debilidad con los dos primeros mencionados.

En cine bélico puso un punto y aparte no ya solo con esa golosina explosiva que es Doce del patíbulo sino también con ejercicios cargados de sobresaliente cinismo y objetivamente antimilitares como la ya citada Doce del patíbulo, Attack, Comando en el mar de China y alguna más que ahora se me escapa.

Como cineasta habituado a observar las cosas con mirada crítica, destacaría en cine negro clásicos como El beso mortal y La banda de los Grissom y en los territorios del cine psicológico piezas tan redondas como cerradas como son ¿Qué fue de Baby Jane? y Canción de cuna para un cadáver, donde volvió a repetir con Bette Davis como protagonista y actriz que enfrenta en esta cinta, por cierto, a la recientemente fallecida Olivia de Havilland.

Hay, sin embargo, dos películas del señor Aldrich que aprecio mucho porque se apartan radicalmente de géneros (más bien los mezcla) e insiste en varias de las constantes de su cine: masculinidad, lucha de los más desfavorecidos contra los más fuertes, una defensa a ultranza del individualismo como forma de combate contra un mundo que no gusta y una profunda reivindicación del perdedor porque se niega a que le quiten lo último que le queda: dignidad.

Estas películas son El emperador del Norte y El vuelo del Fénix. Y si en la primera nos cuenta cómo un vagabundo al que llaman Número 1 desafía a los vigilantes de trenes durante la Depresión en la segunda enfrenta a un grupo de hombres que intenta reparar un avión que los ha dejado tirado en medio de la nada, del ardiente desierto africano.

Las últimas películas de su carrera como cineasta insisten más o menos en los mismo temas que destripa en una filmografía generosa y notable, aunque me quedo con un policíaco que pasó desapercibido en su momento y que observa con su distante y cínica mirada a un grupo de policías neoyorquinos. El filme se tituló en España La patrulla de los inmorales y la recomiendo como recomiendo El rompehuesos y Alerta misiles, películas que sin ser de lo mejor de su carrera, sí que ilustran el talento de un director que más que artesano fue maestro.

Por cierto, en la imagen aparece Robert Aldrich dirigiendo a Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane?

Se les saluda, hermanos y hermanas, desde este lado del ordenador