Esta es una entrevista muy, muy extensa, lo que nos obliga a trocear sus contenidos que, esperamos, vayan publicándose a lo largo del próximo mes con sus naturales interrupciones. La causa, el motivo que ha obligado al despiece de esta conversación se debe a que hablamos con su autor de sus últimos cuatro libros. Libros en los que pensamos era bueno conversar largo y tendido porque se tratan de obras interesantes además que recuperan a Domingo Luis Hernández como poeta y como ensayista.
Iniciamos esta serie hablando en torno a Una literatura vertebrada (Mercurio Editorial, 2023) trabajo en el que se ofrece una personal y no exenta de polémica mirada en torno a la literatura que se escribe en Canarias. En próximas entregas continuaremos este diálogo hablando de otros dos de los cuatro libros que lleva publicados este año Domingo Luis Hernández: Luis Mateo Diez: El reposo de los muertos (Peter Lang, 2023); el poemario Mitosis (Ediciones Vitruvio, 2023) y Un otro Borges (Montesinos, 2023).
- ¿Qué criterios emplea para afirmar que la literatura que se escribe en Canarias es distinta a la española?
“Aquí no hablamos de concepción alguna al nacionalismo, que no me interesa; lo que nos ocupa aquí es la concisión teórica y científica de la literatura. El asunto es el canon y qué ocurre con el canon en los desarrollos literarios. Y eso es lo que es necesario someter. ¿Qué ocurre con Canarias? Lo que ha ocurrido con las otras literaturas de la frontera, por ejemplo, Hispanoamérica. ¿Qué ocurre ahí? Que la literatura es un asunto de desplazamiento. El centro se desplaza a la frontera e impone; impone el idioma, impone la cultura y las resoluciones canónicas. Por eso el centro siempre manda. Mas ¿qué ocurre? Que en la frontera no siempre el canon central es equitativo, no siempre la frontera responde a ese canon. Eso se dice de la literatura hispanoamericana respecto al modernismo y es verdad. Los americanos decidieron apartarse de la centralidad canónica España por tradicional y obsoleta. Asumieron la tensión más incitante que venía de Francia. Y con esa actitud antropofágica crean (por primera vez en América) su canon y lo imponen en diferencia. Lo que no se entiende es que ese análisis no sea válido para Canarias, que de ese modo actúa desde el renacimiento con Cairasco de Figueroa, no sigamos el XVIII con los Iriarte, Clavijo y Fajardo, Viera y Clavijo, el modernismo, la vanguardia con obras mayúsculas como Gaceta de arte, el surrealismo de Agustín Espinosa, Emeterio Gutiérrez Albelo, el creacionismo y el surrealismo de Pedro García Cabrera, o la postguerra de los fetasianos o la actitud de algunos escritores de los 70…”
- Nombres…
“Todos son hitos. Hitos con resultados no solo apreciables sino que se convierten en los mejores del idioma pero que la centralidad no registra. Lo cual no enfada sino que dice de esa centralidad. Están todos esos casos y nombre eximios, con otro dato: difícil encontrar una construcción insular en literatura como la canaria. Y eso no se atisba. Luego hemos de ser nosotros, los canarios, lo que atusemos el fragor y la certera relación no solo con la literatura sino con los cánones. Nosotros inventores de cánones”.
- Si existe ese canon literario en las islas, ¿qué autores y qué obras cree que estarían presentes en ella?
“Muchísimas. La literatura canaria es una literatura muy apreciable. El discurrir por la historia sería espectacular, porque ese discurrir da con nombres supremos en el idioma. Por ejemplo, la sabiduría renacentista y la obra de Cairasco de Figueroa son eximios, excepcionales; la actitud literaria de Tomás de Iriarte lo es en el momento de modernidad de su época; la tarea de traductores y lexicógrafos de sus hermanos es imponente; la actitud y el trabajo en pensamiento y en teatro de Clavijo y Fajardo es excepcional. O el Vizconde de Buen Paso y su drástica escritura. Y no digamos qué significa en poesía Tomás Morales o Alonso Quesada; qué es el Enigma del invitado, la excepcional Crimen que aún conmueve, etc. Y muchísimos nombres más, incluso de la escuela regionalista o los que asumen actitudes nacionalistas”.
- En el libro defiende también una lectura postcolonial de muchos de estos libros. ¿Qué quiere decir con lectura postcolonial?
“Lo postcolonial significa lectura desde la sospecha. Lo que hace lo postcolonial es separarse de la lectura centralista y colonial. La cuestión que a nosotros nos señala es el mentado traslado del centro a la frontera en conquista. Eso quiere decir lo que sabemos: que después de casi un siglo de lucha en las Islas de la Fortuna (1402-1496) los residentes del lugar fueron vencidos (muchos esclavizados) y sus posesiones repartidas entre los conquistadores. La tierra fue repoblada y de ese punto (que no es solo español) nace lo que somos. Una encrucijada en la que se ha de manejar con tino eso del aquí (hacer, hacer literatura) y el allá, que es de donde se recibe la cultura (y no solo española). Esa es la cuestión: cómo se sustancia el aquí. ¿Qué ocurre? Que por lo general la lectura que se propone es central, del allá con canon de referencia e impositivo. Y eso hace que esas lecturas no aclaren, que los de allá no comprendan, y que los textos se pierdan. Uno de los ejemplos más sublimes de los que cuento (y se estudia con profundidad en el libro) es las Endechas a la muerte de Guillén Peraza. La lectura centralista (María Rosa Alonso, por ejemplo) ajusta la reducción, no el decir propio del poema: es un canto fúnebre en reconocimiento del joven señor muerto. Y eso no proclama el texto desde la lectura de la sospecha, desde el revés, desde el aquí: el poeta (que es anónimo) incendia el poema y de manera sutil le da la vuelta. De donde no resulta un canto al señor muerto, que quedó en La Palma y al que los benehaoritas le robaron un anillo, su escudo y su lanza, es un canto dedicado a la resistencia palmera. Por eso ese texto fue perseguido en canto (porque se cantaba) por la inquisición, porque fue un poema de rebeldía. Y ahí, insisto, la mirada postcolonial. Como hemos de mirar con esa posición el discurso de Cairasco, la actitud de Espinosa, de Isaac de Vega o de Rafael Arozarena. La lectura, indudablemente, es y será otra”.
- ¿Se aprecia o no influencia de la literatura española en la canaria?
“Debe apreciarse, claro. Somos sujetos de la misma lengua y la literatura española se cuenta como una de las más importantes de Europa y del mundo. No es extraño que nos interesemos por ella. Por ejemplo, el barroco u obras y nombres intratables: La celestina, El quijote, Lazarillo de Tormes o Lorca, Juan Ramón Jiménez, Valle-Inclán. Eso ocurre también en América, del sur con España y del norte con Inglaterra. Pero eso no es todo. Lo que asiste a la frontera (y eso se prueba en todas las fronteras, la frontera francófona o portuguesa en África, la frontera portuguesa en Latinoamérica, inglesa en EEUU o española en Hispanoamérica) lo que asiste a la frontera es lo que don Domingo Pérez Minik llamó la “novelería”. Somos, desde hace mucho tiempo, agentes de la novedad, disfrutamos de la novedad exterior. Y eso es lo que dicen nuestros autores: Cairasco a la búsqueda del renacimiento en el renacimiento, Italia; la vanguardia a la búsqueda de la vanguardia en la vanguardia, París. Y eso por encima de España, sin pedirle permiso a España, como confirman nuestros escritores. Y eso es lo que pondera la revolución en la frontera. Y eso es lo que ha ocurrido en Canarias, insisto desde hace muchísimo tiempo. Por eso si la influencia de la literatura española es posible probablemente con mucha más potencia se encuentra la literatura extranjera. Por ejemplo, la magna obra del renacimiento en Cairasco (la Jerusalén libertada), el teatro francés de la época en el XVIII, los poetas simbolistas e impresionistas franceses en el modernismo, los cubistas y surrealistas en la vanguardia, los grandes poetas occidentales (Pound, Hörderlin, Whitman, Rilke, Pessoa…) o los grandes novelistas del XIX y contemporáneos: Dostoievski, Joyce, Proust, Faulkner. Y más)”.
- ¿Qué constantes detecta en la literatura canaria a lo largo del tiempo? El mar, la insularidad ¿cómo se reflejan en estos libros?
“Hay una parte del análisis de esta realidad que se para en semejantes detalles. Parte el asunto con lo que ocurrió con el catalán Valbuena Prat y su reduccionismo a principios del siglo XX. Lo siguen Ramón Feria y más tarde Andrés Sánchez Robayna. Para ellos lo canario es lo elemental: luz, viento, piedra, mar, palmera. Eso no resiste una mirada exhaustiva del asunto. Tenemos que analizar la compostura e incluso la radicalidad. Por ejemplo, que nos digan a los canarios que el mar para nosotros es esencial y que el mar forma parte de nuestra literatura es obvio. Pero esa evidencia ha de ser resuelta. Y remito, por ejemplo, a Pedro García Cabrera y qué significa el mar en su obra. Ese mar no es solo físico es un mar humano e ideológico. Y ahí la reducción no cabe. Otro ejemplo: lo insular. Lo insular lleva a Andrés Sánchez Robayna en su obra y en su discurso crítico a donde lo lleva, sin más, a lo elemental. Pero eso no es lo insular. Lo insular es un recorrido de ida y vuelta. Por ejemplo, Alonso quesada y el estar, salir y regresar, Pedro García Cabrera y la isla de ida y vuelta, Rafael Arozarena y la isla infierno de cardos y encierro, salir a Europa y volver para recuperar. Eso da la imagen ideal de la isla de Pedro García Cabrera en su positivista elemental (isla-aire, isla-mar, isla visible-isla oculta, isla-piedra, isla-arquitectura) pero tendida por los preceptos morales y éticos que la confirman. Frente a ello, la isla encierro de Quesada-Arozarena, la partida y la recuperación sublime con la vuelta, porque la distancia hace ver. O la argucia espectacular de Agustín Espinosa en uno de los textos más sugestivos de la trama insular: el epílogo de Crimen dedicado a la isla de las maldiciones.
Ahí la isla concéntrica, la isla que se abastece a sí misma, la isla círculo, la isla encierro. Y ahí una de las entrañas de la condición insular: la personificación, isla-mujer, que coincide con Pedro García Cabrera. Con ello la relación erógena y lo que ello concita: en Pedro García Cabrera, hijo; en Agustín Espinosa, hijastro. Estas lecturas me parecen a mí que son las sugestivas, no las reduccionistas y básicas”.
- ¿Por qué llega su estudio solo hasta los años 70?
“No es que yo huya del tiempo cercano en la literatura, porque yo no le tengo miedo a la literatura. Ocurre, para mi caso, una cosa: yo pertenezco a la generación del 80 y soy escritor. No me pareció oportuno meterme en esos arrabales porque podría quemarme yo o podría quemar a alguno de mis compañeros. Lo que ocurre con la literatura más cercana es que tengo huecos que descubrir porque hay mucho material que repasar del pasado.
De todas formas digo al respecto que es necesario una reflexión y estudio sucinto sobre estas generaciones porque han dado obras mu atrayentes. Así es que lo que hice fue guardar las distancias. Y las distancias para mí concurrían en los años setenta, fundamentalmente por dos autores fantásticos, que construyen el ser literario de esa generación: Juan Pedro Castañeda y JJ Armas Marcelo”.
Saludos, fine, desde este lado del ordenador