Archive for the ‘Reflexiones’ Category

¡¡¡Arriba Expaña!!!

Jueves, Febrero 10th, 2022

Lo mantenía en secreto desde hace unos años pero tras leer el anuncio de que la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Canarias ordena al Ayuntamiento de la capital tinerfeña “la retirada inmediata” de los monumentos a Franco y a su santa cruzada de la capital tinerfeña, me atrevo a revelarlo no sin antes encomendarme a los dioses porque el susto, desde aquel aciago día, me acompaña.

Por motivos de trabajo viajé hace un tiempo a la capital grancanaria, alojándome en la habitación del hotel Madrid en la que descansó el más tarde caudillo de las Españas. En aquellos días, el hotel no había cambiado mucho el aspecto original que tuvo que tener cuando allí recaló el general, luego el suelo, que era de madera, crujía bajo mis pies lo que daba la sensación que podía venirse abajo de un momento a otro. No digo el escándalo que los crujidos de la madera gritaron cuando por la noche me levanté para a ir al baño. En una de éstas, por insólito que parezca, me encontré al mismísimo Francisco Franco sentado en la taza del váter haciendo su necesidades fantasmales.

- Pero si usted es Franco.- exclamé al borde del infarto.

- Y españoles todos.- respondió el espectro haciendo muecas por el esfuerzo.

Los astutos ojos del que fuera generalísimo de los ejércitos rebeldes hizo un arco por todo el cuarto de baño hasta encontrarse con un periódico local doblado en una banqueta. Me pidió que se lo alcanzara pero informé al militar español más famoso del siglo XX que había suficiente papel higiénico para limpiarse los restos de mierda espectral que pudiera tener allí detrás, en el ojo del huracán, en la boca de la alcantarilla humana.

Compuso una sonrisita, y con su característica voz atiplada me comunicó que no lo quería para eso sino para leerlo y ponerse al día.

“Hace tanto tiempo que no sé nada de este país. Y lo poco de lo que me he enterado es tan, tan terrible que a veces pienso que no se os puede dejar solos, mamonazos- se cabreó mirando al techo.

El caso es que le alcancé el periódico local y el caso es que se detuvo un rato largo repasando las noticias de la portada. Por fin dio un manotazo a la primera plana y me dijo: ¿Pero todavía están con esto?

Me mostró la portada del periódico local donde se anunciaba que el Gobierno de Canarias, a través de su Dirección General de Patrimonio, anunciaba la “retirada inmediata” de los monumentos dedicados a su persona y a lo que representaba su persona en la capital tinerfeña ya que, como cree el viceconsejero de Cultura del Gobierno regional, Juan Márquez Fandiño: “Empezamos por Santa Cruz porque hay un trabajo muy importante que no se ha hecho hasta ahora, es una ciudad en la que más vestigios encontramos”.

Me encogí de hombros como respuesta.

Franco sacudió la cabeza, así que me atreví a decir:

- Lo curioso es que la orden de retirar esos monumentos llega tarde, como tarde se cambió el nombre de las calles en esta ciudad. Resulta igual de curioso que el Gobierno se acuerde ahora de ordenar que se quite todo recuerdo al pasado franquista de esta Santa Cruz sin informar a la Comisión Técnica de Memoria Histórica del Gobierno de Canarias que, según su presidenta, se enteró de la noticia de “la retirada inmediata” por los periódicos locales. Por otro lado, los argumentos del viceconsejero parecen querer resucitar el pleito insular al pretender justificar con este ordeno y mando –a Franco se le iluminaron los ojos– comenzar con la capital de la isla que está enfrente y no primero en las dos capitales canarias y después en el resto de las ciudades y pueblos que conforman estas islas tan abandonadas de la mano de…

- … los dioses.- finalizó Franco poniéndose en pie y limpiándose su culo fantasma con las hojas desprendidas del periódico local. “Alma de cántaro -pensé- si tenía papel higiénico suficiente”. Pero no dije nada aunque pareció que me leía los pensamientos porque hizo una mueca, me miró directamente a los ojos y susurró: “La costumbre. En el ejército y más en el frente ya se sabe, papel que llega a tus manos papel que termina limpiándote el año.

Soltó una carcajadita por el verso improvisado.

- Y ahora, ¿qué?,. Le pregunté.

Franco hizo como que abría el grifo del lavabo al mismo tiempo que tiraba de la cisterna. Se escribe hizo porque sus dedos eran fantasmas, transparentes.

Salimos del cuarto de baño y nos asomamos al balcón, faltaban un par de horas para que amaneciera.

“En fin”, suspiró resignado.

- Y si proponemos que el monumento que despertó la discordia se rehabilite pero de otra forma… – me acaricié la barbilla porque es lo que hago cuando le doy al magín.

- A mi, la verdad, y viniendo de donde vengo como que me da igual.- dijo Franco sentándose en la cama mientras rebuscaba en los bolsillo de la guerrera lo que, finalmente, vi que se trataba de una fotografía.

- Pero ¿no cree que dándole color al monumento, al ángel que lo transporta y a quien los representa que va encima, se podría adaptar a estos tiempos y de paso dejar contentos a los que piden que desaparezca como los que defienden que permanezca?

- A mi, la verdad, es que me importa un bledo.- se limpió los labios con una servilleta.- Y a usted, ¿se le ocurre algo a usted?

- Pues déjeme pensarlo un momento… ¿qué le parece…?- pero sacudí la cabeza dando por imposible lo que se visualizó dentro de mi cocorota. De pronto, a Franco se le iluminaron los ojos. Comenzó a dar vueltas por la habitación levantando y bajando los brazos mientras canturreaba: España una, grande y libreeee… Como el viento y…

No terminó la canción, con los primeros rayos del sol que entraban por la ventana el espectro del caudillo, del jefe de todos los ejércitos rebeldes, desapareció mientras que a mi, asomado al balcón de aquella histórica habitación del hotel Madrid, además de dolerme Canarias (ay) me asaltaban insistentemente los versos que Machado, Antonio, dijo que pertenecían a su Juan de Mairena:

Pensando que no veía / porque Dios no le miraba / dijo Abel cuando moría / se acabó lo que se daba.

Saludos, ¡¡¡arriba Expaña!!!, desde este lado del ordenador

Los arrepentidos

Martes, Febrero 8th, 2022

En aquellos días era joven pero no sé si más feliz… No creo que la felicidad pueda medirse, como no creo que se mida tampoco la tristeza. En aquellos tiempos, de todas formas, sí que era más joven. Y pensaba que me comería Madrid porque, divino sean los santos, estaba enamorado. O pensaba que estaba enamorado de una compañera de clase con la que iba a todos los lados: cine, paseos, visitas a librerías. Recuerdo ver con ella Bagdad Café que era por aquel entonces una película que todo el mundo tenía que haber visto y que cuando salimos a la calle (¿la pasaban en los Alphaville o era en los Renoir?) nos enteramos de lo que nos enteramos pero nos dio igual porque éramos los dos contra el mundo y no el mundo contra los dos.

Conocí a una de sus hermanas en una cafetería de Ópera, un bar que contaba con varias meses y sillas distribuidas en la calle porque ya estábamos entrando en verano. Sentado los tres, se fue uniendo al grupo otros compañeros de la hermana, hombres y mujeres que nos doblaban la edad y bastante parecidos. Pero no un parecido físico sino sentimental. Si algo me llamó la antención de aquel grupo de ¿amigos? era la profunda pena que llevaban dentro y fuera. Recuerdo, no sé por qué, que en el cine que estaba en la plaza de Ópera permanecía en cartel Blade Runner, el montaje del director. Es un apunte insignificante que no tiene nada que ver con lo que les cuento pero la imagen de Harrison Ford con el arma en la mano y Sean Young al fondo con un cigarrillo y Ruther Hauer mirando a la izquierda con esa mirada de loco que tan bien sabía poner permanecen muy frescas en mi memoria de desmemoriado profesional.

Caía la tarde de verano en Madrid. Es decir, que probablemente serían las 21 horas o más y todavía era de día. Mejor, un atardecer lechoso, pero con luces y las primeras sombras que anunciaban la llegada tardía de la noche.

Entre cañas y vasos de café con leche desparramados por la mesa, me atreví a preguntarle a uno que tenía sentado a mi lado cómo era eso de estar en los Grupos de Resistencia Antifascista Primero de Octubre (GRAPO), porque aquellas cinco personas habían pertenecido a la banda terrorista, lo que incluía a la hermana que había secuestrado mi corazón y mi cabaeza. Los cinco habían formado parte del grupo pero arrepentidos intentaban rehacer sus vidas como podían.

Nadie contestó a mi pregunta, lo que me incitó a seguir planteando otras preguntas y más preguntas a medida que oscurecía. Rematé la batería de cuestiones con ¿llegaron a matar a alguiien?

Era un chaval que no tenía medida. Un periodista en ciernes que se creía con derecho a plantear preguntas, y cuanto más impertinentes mejor… No hubo respuesta sino un silencio que se podía cortar con el filo de un cuchillo. Poco a poco se fueron levantando de la mesa los arrepentidos. La chica y el chico, ella y yo, nos quedamos sentados en la terraza. Recuerdo que cogí un resfriado, así que me soné la nariz y ahogué un estornudo llevándome el pañuelo a la boca.

Al poco rato se acercó el tipo triste que estaba sentado a mi lado. Nos miró, a ellla y a mi, y dijo: “Está todo pagado”, y dando media vuelta nos dejó solos y algo desconcertados a la chica y el chico que para romper el vacío que se había producido entre los dos exclamó: pero qué machangos.

Ella se rió, su risa sabía mecer mi corazón entre sus manos.

- ¿Qué es eso de machango?

¿Un monigote?, pensé.

Pero no dije nada, nos levantamos de la mesa y cogidos del brazo atravesamos aquella plaza, salimos a los jardines y nos enfrentamos al Palacio Real.

Ya era noche en Madrid.

Saludos, ¿y esto?, desde este lado del ordenad

Los espectros de mi ciudad

Miércoles, Septiembre 22nd, 2021

Escucho los gritos de un vagabundo que se mueve por la ciudad como un fantasma. Los gritos llegan lejanos y no son como los de Tarzán sino los de un hombre que desahoga su soledad rodeado de semejantes que hacen que no existe. Es un grito que me pone la piel de gallina y me entristece el día. El otro día lo vi en medio de una calle mientras los coches pasaban a su alrededor sin que nadie le dijera nada. Esa vez no daba gritos sino que levantaban sus brazos y parecía, se me ocurrió, como el viejo Moisés, solo que el indigente intentaba dividir la caravana de automòviles como el viejo Moisés las aguas del Mar Rojo. Pero sin éxito.

No sé cómo acabó la cosa porque los pasos me llevaban a otro destino en una ciudad que vive con cierta congoja su decadencia. Aunque las terrazas y los restaurantes estén hasta arriba de clientes y los camareros no den abasto entre tanto servicio.

Por una esquina de la calle de Salamanca, si paseas por ahí, claro, encontrarás también a otro vagabundo al que se le ha ido la pinza con las piernas literalmente podridas. Purulentas, repletas de llagas que segregan pus. Un espectáculo nada agradable. A veces se queja el pobre y otra parece si no feliz, resignado a su suerte hacia la nada con una botella de plástico repleta hasta arriba de un líquido ambarino que podría ser vino. O no.

En el parque Viera y Clavijo, que como otros espacios y monumentos de mi ciudad se arruina cada día un poco más, me encuentro casi todos los días con dos vagabundos que duermen en unos bancos de metal que dan a la cancha donde los valientes hacen deporte. Sobre todo levantamiento de pesas. Debajo de una de estas camas improvisadas, observo botellas de agua o de un líquido transparente. Me pregunto dónde se refugiarán cuando llueve. Antes se metían en el viejo edificio que fue colegio de las Asuncionistas y más tarde parque Cultural (qué tiempos), pero ahora el Ayuntamiento ha cerrado ventanas y otros accesos con muros de cemento lo que ha hecho que muchos de los pedigüeños busquen refugio en otros espacios, otros lugares de la capital tinerfeña.

Caminando por la calle del Castillo me encuentro a un señor que pide. La gente pasa a su alrededor como si no existiera, por eso escribo lo de fantasmas, y él, a la espera de que alguien deposite en el platito unas monedas, pasa el tiempo leyendo un libro. Una novela de John Connelly para ser exactos.

Igual es que estoy muy sensible pero solo veo a los locos, a los pobres que no tienen donde caerse muerto, por las calles y plazas de mi ciudad. A los parias de la tierra que decía la canción que terminó siendo eso, solo una canción.

En la ciudad en la que vivo un indigente que va con muletas me llama señor juez y en la Avenida de La Salle otro me llama señor a secas para pedirme unas perras. Un idiota, antes que me pregunte a mi, les da unas cuantas pero le advierte que no se las gaste en vino. El pobre asiente pero sus ojos dicen que si en algo se lo va a gastar va a ser, precisamente, en vino.

Por un callejón apartado una señora con acento cubano me dice si le puedo dar unos céntimos de euro porque no tiene qué comer y su marido está en la cárcel. Me pregunto qué me importa a mi conocer que su marido está entre rejas, sobre todo cuando la veo acompañada de un tipo que se dedica a explotar con el pie bolsas de plástico que están diseminadas por el suelo.

La dejo atrás porque la perra tira de la correa, signo de que tiene ganas de llegar a casa. La señora con acento cubano se convierte pronto en una sombra porque la oscuridad se hace más oscura y las farolas apenas iluminan un círculo de luz sobre la acera y parte de la carretera donde transitan los coches.

Estos son solo algunos de los fantasmas que habitan la ciudad en la que vivo.

En una esquina, unos señores para nada emperifollados se quejan de que hay demasiados pobres y locos en las calles y que a los tarumbas deberían de encerrarlos en el psiquiátrico aunque lo llama manicomio. Otro le responde que es inútil porque se escapan. No los van a tener atadosen la cama. No, responde el que pide que los encierren pero sé que lo piensa, basta con mirarle a los ojos.

Santa Cruz de Tenerife agoniza con una lentitud desesperante. Una agonía que devora lentamente el espíritu de una capital de provincias que no era así. Es como si no pudiera afrontar el futuro, y sus habitantes se hubieran vuelto egoístas por mucho que lo nieguen ellos y la propaganda oficial.

El caso es que cada día veo a más sin techo por las calles y plazas de la ciudad. Alguno de ellos alcohólicos crónicos pero otros manteniendo una sobriedad que los convierte en héroes sin fundamento ante mis ojos. Como el tipo de pide mientras lee un libro.

En un acto de inconsciente cinismo, el Ayuntamiento encarga un mural callejero sobre un trompetista que tocaba en la calle del Castillo para sacarse unas monedas. El hombre falleció hace unos meses y ahora un mural recuerda que una vez puso banda sonora a la calle más comercial de la ciudad. Ya podrían haberle hecho el homenaje en vida pero no, mejor cuando está muerto y enterrado… el trompetista formaba parte del mobiliario urbano de esta capital de provincias en la que vivo, ando, miro rodeado de fantasmas que no son solo los pobres sino también los que todavía tienen dinero para gastar.

Porque el truco está en tener o no tener dinero. En ser aceptado o no. En seguir siendo un ciudadano con pleno derecho a un paria de la tierra, famélica legión que crece todos los días ante la indiferencia de los demás.

No, no recuerdo que mi ciudad tuviera ese carácter que le encuentro ahora. Ese pútrido egoísmo, de caminar con las vista al frente, sin mirar los extremos. A los fantasmas que, ya digo, cada día son más y más. Tantos, que ya hasta me cuesta reconocerlos cuando me los tropiezo por las calles y se dan cuenta que “yo puedo verlos”. El hecho de que los vea es lo que hace que se acerquen y me pidan un céntimo de euro, como dice uno que vende lotería de los discapacitados. O un euro para un bocadillo que suelta otro un poco más allá y por los alrededores de El Corte Inglés.

Son los fantasmas que recorren las calles y plazas de mi ciudad. Son los espectros de una capital de provincias que prefiere mirar a otro lado. No reconocer en todos ellos su fracaso.

Me cruzo con Andrés, un yonqui recuperado, que me asalta literalmente para pedirme unas monedas mientras interrumpe su petición comentándome que tiene sida y que le quedan cuatro padresnuestros. Nos encontramos cerca del edificio que alberga ese chiste que llaman Parlamento de Canarias y veo como entran políticos enchaquetados mientras Andrés me deja a un lado para solicitar a sus graciosas señorías un euro. O un céntimo de euro… para un bocadillo, para comer, para buscar un sitio donde dormir esta noche porque el albergue está a reventar.

Los fantasmas de mi ciudad.

Saludos, roto, desde este lado del ordenador

Los fantasmas de Santa Cruz de Tenerife

Jueves, Julio 15th, 2021

Debe tener unos treinta largos. Lleva gafas de sol, aunque estemos en la hora mágica, y me pide unas monedas con voz aguardentosa. Me cuenta que es vasco, que salió hace unas semanas de la cárcel y que está tirado en la calle. Se produce un monólogo incómodo, mientras tanto espero a que salga del supermercado la señorita que me ha dejado de paso a su perro, que tira de la correa con la vista fija en las puertas del súper. Kala, en el otro extremo, sentada, observa al vasco que no deja de hablar. Me fijo en el tipo, lleva un desagradable bulto debajo de la oreja. Me cuenta que se trata de un quiste sebáceo y que espera que se lo quiten un día de estos, “cuándo me toque”, en el hospital. Es bastante desagradable esa pelota, casi del tamaño de una de golf, que tiene bajo el lóbulo de la oreja. Eso me hace recordar pero no, prefiero no recordar aquella experiencia. Ocurrió hace ya unos años… qué año, por cierto.

El perro que no es mío mueve la cola de entusiasmo porque ve cómo sale la señorita a quien estábamos esperando. Kala, para no ser menos, hace lo mismo. Me despido del vasco que pide limosna. De hecho, le dejo unas monedas. Me da gracias reiteradas mientras subo la avenida de Bélgica. Los hechos, si quieres saberlo, pasaron en el súper que se encuentra bajo el antiguo hotel Bruja, así, si en S final.

Digo adiós a mi acompañante y su perro y Kala y yo bajamos por la avenida de las Islas Canarias, que antaño se llamaba del general Mola. Al llegar a la rambla, ahora de Tenerife y hasta hace poco del general Franco, justo donde se encuentra la plaza de la Paz, veo como un hombre que va cogido del brazo de una señora se desloma. Me acerco a él y le preguntó si se encuentra bien. La señora, con voz aguardentosa en un día donde todo son voces aguardentosas, me pide que lo levante, y eso intento. Compruebo que tanto el caballero como la señora llevan una tajada de cuidado, me llega a la nariz el aroma de ron mezclado con el de sudor, Sudor agrio. El caballero gira la cabeza y dirige sus ojos a los míos aunque no me ve. Pregunta entonces con una inocencia de niño “si soy de aquí. De Santa Cruz de Tenerife”. Le respondo que sí y lo siento en uno de los bancos de la rambla. La mujer con voz aguardentosa masculla no sé qué y los dejo con su borrachera. Compruebo que los dos están más o menos bien y camino a casa veo que se han levantado del sitio y que dando eses dirigen sus pasos al kiosco de La Paz.

Cosas así me vienen sucediendo los últimos días. Lo hablaba el otro día con un amigo. Antes, cuando Santa Cruz de Tenerife era más pequeño de lo que es ahora uno se encontraba con pobres y vagabundos de toda la vida. Allí estaba Nacho el gofio y sus perros. Más allá La Heidi y también la señora de gabardina que no se quitaba nunca y que llevaba unas gafas de sol que ocultaban sus ojos y una larga cabellera blanca, cómo si hubiera teñido al ver el rostro del diablo. El legionario que tenía un gorrito en la cabeza y las piernas delgaditas, como dos palillos de dientes y el negro desquiciado que deambulaba por las calles de la ciudad…

Ahora no, ahora los indigentes son el triple y vienen de casi todas partes. Lo sé por su forma de hablar. Me tropiezo casi todos los días, en una ciudad donde es normal tropezarte con los tipos que sueltan del psiquiátrico para que tomen el fresco y que van a lo suyo, con un italiano con los tobillos llenos de llagas. Se le han hinchado las piernas y veo a veces al hombre quejándose en cualquier esquina. No debe de haberse bañado hace unos cuantos meses y creo, pero probablemente sean imaginaciones mías, ver una nube de moscas a su alrededor. Alguien me dijo que antes trabajaba de cocinero en una pizzería y que se volvió majara por las drogas. ¿Qué drogas? Ah, eso no supo decírmelo quien me lo dijo pero se descuidó, reitera, por las drogas.

Un poco más allá me encuentro con otro extranjero indigente. Este es un gigante, pelo echado para atrás y pinta de no saber en que sitio se encuentra. Suele hacer sus necesidades en el baño automático que está a dos pasos del kiosco de la Paz y hasta no hace mucho me lo encontraba dormido en cualquiera de los cajeros electrónicos de la Rambla de Pulido. No es conveniente acercarse a él no porque resulte agresivo, que hasta donde sé no lo es, sino por la peste que emana un cuerpo que no conoce el agua. También por la rambla anda ahora un treintañero, o igual es más joven o viejo, vete a saber, que lleva a cuesta un carrito con un gato negro encima. El gato lleva una correa y parece dócil aunque el tipo a veces se pone a gritar. A nadie en concreto, solo grita. Como grita otro que pasea por el Viera y Clavijo, ese parque en ruinas que se encuentra en pleno corazón de esta descuidada ciudad.

En el Viera y Clavijo se reúnen indigentes para tomar una cerveza y hablar. El otro día, mientras paseaba a Kala, uno tras pegarle un trago a la Solajero que tenía en la mano, comentó que en tal comedor hacen unas lentejas de puta madre solo que ponen muy poco. El resto de los parroquianos coincidió. Efectivamente ponen muy pocas lentejas. Esas mismas que están de puta madre.

La ciudad en la que nací se está llenando de mendigos, Y muchos de estos pobres no lo eran hasta ayer. Lo notas por sus ojos. Parece la mirada de un loco, o de alguien que se pregunta cómo pudo acabar así, tan bajo, abandonado por todos. La familia, los amigos… Alguien dirá que acabaron así por las drogas, que es el comodín con el que justificamos lo injustificable, y otros que se dejaron ir. Las ocasiones en las que he podido hablar con alguno de ellos, en el parque Viera y Clavijo, ninguno supo decirme cuándo y cómo terminaron en la calle. La memoria del inicio se les ha borrado del cerebro o bien no quieren recordar el momento en el que todo empezó a ir cuesta abajo.

Luego están los habitantes del barranco de Santos, un barranco que me fascina y que no ha sido demasiado explotado en nuestra literatura salvo, que ahora me acuerde, La ciudad tiene otra cara, Historias del barranco de Santos y Carpanel, de Luis Gálvez Monreal, José Domingo e Isaac de Vega. También aparece está cicatriz de roca que atraviesa la capital tinerfeña en Los ojos del puente, de Javier Hernández Velázquez y fue ahí, en una de las cuevas en la que moran los que no tienen nada, donde vivió Antonio Bermejo, que apenas dejó obra escrita aunque la leyenda lo acompaña por su involución en una ciudad que no le tendió ninguna mano, y que su novela La lluvia no dice nada desapareciera para siempre no sé sabe exactamente el por qué. La leyenda fantasea que porque en la novela aparecía… Otros que se quemó antes de tomar forma de libro. El caso es que Bermejo, el fetasiano pobre, terminó durmiendo en una cueva del barranco. Consumido en una soledad que, si uno se asoma al abismo, puede llegar a entender. Tanto, que asume que desde uno de los puentes que lo atraviesan, el Zurita, lo escoja la gente para saltar al vacío y desaparecer.

Una vez me encontré a una murchedumbre asomada a la baranda del Zurita y desde las ventanas de los edificios próximos. Todos miraban el cuerpo descolocado de un suicida. No llegue a mirar. No me interesaba ni me interesa pero puedo imaginar la escena.

En fin, paseo con Kala por una ciudad que se empobrece cada día un poquito más. Entre los indigentes hay varias señoras. Una pelirroja y sin los dos dientes delanteros que siempre me saluda, por cierto, y otra que apenas habla porque va todo el día puesta de no sé qué . Forman parte de la particular fauna humana de una capital de provincias que, como decía aquel, muere todos los días en soledad.

Me dan ganas de llorar pero no puedo. No puedo soltar ni una lágrima mientras los que ganan dinero y hacen que trabajan ocupan su tiempo libre en en señalar con el dedo los defectos del otro sin darse cuenta de lo pobre que son. Tan pobres como los pobres que pasan a su lado. Esos pobres que son como los fantasmas sin nombre de Santa Cruz de Tenerife, los parias de la tierra, toda esa gente de la que no se acuerda casi nadie.

Un grito, el melenudo italiano con las piernas hinchadas por las llagas repletas de pus grita.

Otro grito.

Alguien avisa a la policía.

Es un drogadicto.

¿Drogadicto?, no, solo es un pobre.

(*) La imagen está tomada del blog Pretexto, del fotoperiodista Cristobal García.

Saludos, telón, desde este lado del ordenador

Hambre española

Lunes, Julio 5th, 2021

La frase de la semana, del mes y el año, probablemente, es la que pronuncia Pablo Casado, presidente del Partido Popular, la semana pasada en el Congreso de los Diputados. La recojo de un titular de El País, y cuanto menos llama la atención porque se empeña en sacar de sus tumbas otra vez los fantasmas de la contienda fratricida española. La perla sin cultivar dice así: “La Guerra Civil fue un enfrentamiento entre quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia”.

Si lo que quería Pablo Casado era imitar a Winston Churchill con una frase ingeniosa tipo Sangre, sudor y lágrimas lo mejor que podía haber hecho es callarse la boca porque Churchill solo hay un. Además, sugiere con lo que dice que no hubo nada bueno entre los que quisieron una democracia sin ley (¿la II República, incluidos comunistas, socialistas y anarquistas así como republicanos a secas?) y una ley sin democracia (¿los rebeldes, con monárquicos, carlistas, falangistas y derechas en general?) Y la verdad es que, es que, es que no se puede ser más tonto.

Como a muchos y por razones familiares (un tío abuelo al que desaparecieron por anarquista y pena de cárcel por masón para el abuelo) aquella Guerra a la que mala puñalada le den siempre estuvo presente en casa. De hecho, mi padre era lector de libros de Historia y novelas sobre “nuestra Guerra”, “vicio” si quieren que heredé.

A pronta edad, sentí por dentro que pertenecía al lado de los que la perdieron e intenté aproximarse a aquel conflicto con la objetividad con la que me educó padre, un hombre, por cierto, que más que socialista fue negrinista toda su vida.

Como en toda guerra, y como en toda guerra vil que es la que libran hermanos que de repente dejan de serlo, en los dos bandos se cometieron tropelías y desmanes así como rasgos generosos y si me apuran heroicos. Formo parte de lo que llaman una tercera España que es esa especie de purgatorio donde al final caemos todos los que nos negamos a estar de un lado y del otro, los que continuamos hablando con gente de un lado y del otro aunque a veces el diálogo sea de sordos porque ni unos ni otros admiten otra opinión que no sea las que tienen sobre una república idealizada, una guerra que a todas luces resultó inevitable y una postguerra que sufrió, como siempre, la gente de a pie.

El hambre no tiene ideología, y este país aquellos años y los que vinieron después pasó mucha, demasiada hambre.

Mi padre tenía la convicción que el hambre precisamente fue lo que marcó el carácter de los que sobrevivieron a aquella Guerra, y que ese anhelo que Escobar materializó en sus tiras cómicas en la persona de Carpanta sigue estando presente en el disco duro de nuestra memoria.

Como muchos españoles nací y crecí en una familia donde no se tiraba la comida. La comida había que comérsela. Y esa lección todavía forma parte de mi vida. No puedo tirar comida. Me sienta mal tirar la comida.

En casa sin embargo nunca me educaron para odiar a nadie. Y mucho menos por opiniones e ideas. Podía estar equivocado o el otro o la otra errar en sus argumentos pero no por ello íbamos a llegar a las manos… Dice un dicho español que el que calla otorga pero me quedo con aquel otro que dice a palabras necias, oídos sordos.

Todo esto y un poco más me asaltó cuando mis ojos tropezaron con ese subtítulo. Subtítulo que abrió la caja de Pandora que llevo dentro porque la Guerra, ya dije, me acompaña desde hace mucho tiempo. Y comienzo a estar cansado tanto de unos como de otros. De los que dicen que son de izquierdas como de derechas y no admiten la duda por respuesta. Allá ellos, aunque mis fantasmas que ya creía enterrados reaparecen en mi memoria cuando me tropiezo con frases como las que dicta Pablo Casado.

Una frase gratuita, mentirosa y muy peligrosa porque la cicatrices de “nuestra Guerra” no han cerrado. Supuran pus porque los vivos, los nietos y bisnietos de aquella generación que sí vivió “nuestra Guerra” continúan empeñados en mantenerla abierta mientras retuercen el dedo en la llaga para que la paz no llegue nunca.

Pasan las horas y… ¿todo esto a cuenta de qué? Ah, sí, la frase chulesca no churchillesca que pronunció Pablo Casado en el Congreso de los Disputados Diputados…

Hace calor, los rayos del sol cascan las piedras y los lagartos asoman la cabeza.

Saludos, hambre española, desde este lado del ordenador

¿Es Cultulu o Chultú?

Miércoles, Mayo 12th, 2021

MAESTRO: A ver, dilo tú

INICIADO: Cultú

MAESTRO: Ahora te toca a ti, Maruca

INICIADA: Chultu

MAESTRO: ¿Y Benigna?

INICIADA: Tulú

MAESTRO: ¿Cómo te suena a ti, Matías?

INICIADO: Culultu.

MAESTRO: ¿Y a Venancia?

INICIADA: Cutultu

MAESTRO:
Te toca, Ferechosa

INICIADO: Cultututu

MAESTRO: ¿Y cómo aparece en el Necronomicón?

INICIADO: Cthulhu

MAESTRO: ¿Y eso como se pronuncia?

INICIADO: Pregúntale al árabe que escribió el libro…

MAESTRO: ¿Al Abdul?

INICIADO: Sí, Adul Alhazaret lo llamaban.

MAESTRO: ¿Cómo, Altazare?

INICIADO: No, Alzaraet…

MAESTRO: ,,,

INICIADO:

Saludos, que no hay muerto que yazga eternamente…, desde este lado del ordenador