“Todo lo abarca y con furor lo aterra”. Literatura sobre las epidemias en Canarias

Martes, Marzo 31st, 2020

“En esta infausta isla del Atlante,
Si desde el mar á la enriscada sierra
Tiende su brazo el cólera gigante,
Y sin dar tregua á su execrable
Todo lo abarca y con furor lo aterra
”.

No se trata de una estrofa para recordar pero sí que es, hasta donde hemos podido indagar en estos tiempos confusos, uno de los primeros testimonios literarios que intenta reflejar los efectos devastadores de una epidemia en las islas. En este caso, la del cólera en la isla de Gran Canaria en 1851 que diezmó al 10 por ciento de la población, censada entonces en 58.943 personas de las que 5.593 fallecieron por el brote de cólera.

El poema lleva el título de El cólera-morbo y fue escrito ese mismo año por Ventura Aguilar, poeta romántico que dedica esta obra a la memoria de su sobrino “y caro amigo el licenciado d. Esteban Cambreleng” y que puede consultarse en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico, que reproduce en pdf la versión impresa en la imprenta de M. Collina. Esta misma imprenta publicó “el que puede ser el primer relato de los acontecimientos, firmado por el jurista Antonio López Botas en la temprana fecha del 15 de agosto]. El folleto de 12 páginas no lleva título, y muestra en primer lugar el terror incomparable que sintieron la noche del 5 de junio los facultativos que identificaron la epidemia y comunicaron a la Junta de Sanidad que se trataba del cólera morbo”, explica el artículo Memorias del cólera. Plegaria de Juan M. Doreste publicado en la revista digital 7iM.

No existe, sin embargo, una bibliografía extensa y con carácter de ficción que trate las distintas epidemias que a lo largo de los siglos sacudieron al archipiélago canario, aunque rastreando hemos podido encontrar algunos títulos que quizá sirvan a los preocupados en estos asuntos para conocer con mayor amplitud cómo se enfrentó la ciudadanía a estos ataques invisibles que solían propagarse como la pólvora por toda las islas.

Ambientada el mismo año que el poema de Ventura Aguilar, 1851, Verano de Juan El Chino, de Claudio de la Torre fue escrita en 1971 y aprovecha la epidemia de cólera morbo que asoló la isla de Gran Canaria para narrar a través de su personaje, “sano” en toda esta debacle, las miserias y grandezas del ser humano. Más que la enfermedad, a Claudio de la Torre lo que le interesa destacar en la novela es cómo el mal afecta al carácter de sus semejantes, ya que la mayoría aprovecha la situación para sacar lo peor de sí mismos aprovechándose del vacío de poder.

En este mismo marco histórico localiza José Miguel Alzola algunos momentos de su Don Chano Corvo Crónica de un jardinero y su jardín (1973) mientras la fiebre amarilla es la protagonista de la novela Días de paso, de Javier Estévez, relato en el que describe cómo su protagonista recala en la isla de Gran Canaria para refugiarse en el interior, en un pueblo de nombre Lucena. Escrita en forma de diario, el libro se desarrolla entre 1811 y 1812, Días de paso es en palabras de su autor: “un hermoso viaje vital por la geografía inesperada del destino”.

Ambientada en Tenerife la segunda década del siglo XX, El sepulcro vacío (2015) de Cecilia Domínguez Luis se hace eco de la gripe española que segó la vida de Diego Ponte del Castillo, marqués de la Quinta Roja, y la construcción del mausoleo con claves masónicas que su madre ordenó erigir en su honor en La Orotava.

Inspirado en hechos reales aunque adaptados a su universo literario, Sabas Martín probó también el aliento de la epidemia en Nacaria, inspirándose en hechos reales que se desarrollaron en la isla de Tenerife cuando se propagó la peste negra. La enfermedad, que se cebó con los más débiles como con los más fuertes, se unió a la crisis de la cochinilla lo que resultó dramático no solo para las familias de la isla sino también para su economía.

Ángel Sánchez trata el asunto de manera episódica en sus Crónicas de Artemi, volumen cuya nueva edición a cargo del Gobierno de Canarias se presentó el año pasado. Lástima que, como otros libros que auspicia la Viceconsejería de Cultura apenas haya tenido recorrido.

Los leprosos son los protagonistas de La cueva de los leprosos, de Víctor Álamo de la Rosa, historia que se desarrolla en Isla Menor, territorio mítico en el que se ambientan muchas de las novelas de este escritor y que no es sino un trasunto literario de la isla de El Hierro. En esta obra el escritor explota una vez más su vena romántica y si bien no se trata la enfermedad como epidemia, sí que subraya la diferencia que existen entre los que están aquejados de ese mal y viven recluidos en un lugar apartado de la isla. Álamo de la Rosa insistiría ahora sí con una pandemia, aunque una pandemia imaginaria que provoca suicidios masivos, en su más reciente novela, El pacto de las viudas.

Personajes aislados por la enfermedad son los protagonistas de La umbría, de Alonso Quesada, obra que cuenta con una interesante adaptación cinematográfica dirigida por Pepe Dámaso y El silencio de Los Abades, de Juan Alberto Reyes Cornejo. En ambos casos, sus protagonistas sufren aislamiento por tubercolosis.

En el terreno de la anticipación y el fantástico, varios autores han escogido las islas como escenario para sus propuestas literarias. Los muertos vivientes, que como un virus se extienden entre los vivos que le sirven de alimento, son los protagonistas de Caminarán sobre la tierra, de Miguel Aguerralde, novela que transcurre en una isla de Gran Canaria igual de distópica que la pesimista y futurista Pasa la tormenta y Anturios en el salón, de Tomás Felipe y Juan Ramón Tramunt, respectivamente, aunque ni el primero ni el segundo justifican sus propuestas por causa de una pandemia sino por catástrofes que para nada resultan naturales.

Otras novelas fantásticas serían Evanescencia (2017), de Manuel Almeida, El despertar (2012) de Elio Quiroga y Los espectros de Nuevo Ámsterdam (2019), también de Aguerralde aunque salvo la primera no se desarrollan en las islas como tampoco recurre a Canarias como escenario Víctor Conde en su Naturaleza muerta.

Sí que se cuenta en la isla con una nutrida y sólida producción historiográfica sobre las diferentes epidemias que han asolado el archipiélago a lo largo de la historia y todo hace asegurar que tras la pandemia del Coronavirus se publicarán trabajos en el que se analizarán su impacto en Canarias. A la espera de que esta pesadilla acabe, de que las cosas vuelvan a la normalidad, los interesados pueden consultar obras tan interesantes como las epidemias del cólera del siglo XIX vistas por Benito Pérez Galdós, a quien por cierto el coronavirus ha deslucido los fastos organizados para celebrar el centenario de su fallecimiento.

En este apartado destacaría El barco de la viruela. La escala de Balmis en Tenerife, de Víctor García Nieto y escogiendo entre otros títulos que no deslucen interés, Del Río de La Plata a Tenerife de Paolo Mantegazza, quien tuvo que ser internado al llegar a la isla en el Lazareto de Santa Cruz de Tenerife.

Antropólogo darwinista –mantuvo correspondencia con el autor de La teoría de la evolución de las especies– desembarcó en Tenerife en 1858 y cuestiona en la obra las leyes de cuarentena de la época impuesta ante los riesgos de epidemia así como los lazaretos, centro en los que se concentraba a los contagiados.

Las epidemias en Canarias dieron origen además a dos novelas muy diferenciadas. La primera es Los argonautas, de Vicente Blasco Ibáñez, que narra la escala de un trasatlántico en el puerto de la capital tinerfeña. Escrita en 1914, su lectura puede evocar a la novela Los premios de Julio Cortázar ya que sus protagonistas –en el caso de la novela de Blasco Ibáñez emigrantes– tienen prohibido bajar a tierra.

En su libro Entrada y salida de viajeros, el crítico tinerfeño Domingo Pérez Mink afirma que Santa Cruz de Tenerife siempre estará en deuda con el escritor valenciano ya que escribió una de las páginas más hermosas dedicadas a la capital tinerfeña.

La segunda novela está cuenta con una interesante adaptación cinematográficas de la que damos amplia información en otro artículo.

Finalizamos este recorrido por novelas que nos recuerdan la vulnerabilidad de Canarias ante estos casos el anuncio hace unas semanas y en este mismo periódico de un nuevo libro en el que está trabajando en la actualidad el escritor tinerfeño Alberto Vázquez Figueroa quien no revela su título pero sí el subtítulo que con toda probabilidad llevará: Cien años después y en la que el coronavirus es uno de sus más señalados protagonistas.

Si omitimos Gran Canaria, el filme que Irving Cummings dirigió en los años treinta y que adapta la novela de A.J. Cronin, Canarias ha servido de plató de varias películas que tratan los efectos devastadores en la sociedad ante una pandemia tan feroz pero afortunadamente ficticia como es la de los zombies.

Y en el cine

Aunque no se desarrolla en las islas destacamos 28 semanas después (2007), ya que está dirigida por el tinerfeño Juan Carlos Fresnadillo y Generación Z (Steve Barker, 2015) porque pese a que a no está rodado en las islas sino en Mallorca, transcurre en un resort que se ubica en Canaria (¡!).

REC 4: Apocalipsis
(Jaume Balagueró, 2014) se rodó entre Gran Canaria y Barcelona mientras que La mansión de los muertos vivientes (1985) cuenta con varias escenas filmadas en las islas. La película está dirigida por un cineasta todoterreno en el cine español, Jesús Franco, pero no se trata de uno de sus más inspirados trabajos. Como en otras de sus películas, la actriz protagonista es Lina Romay, compañera sentimental de este hombre que era capaz de rodar cualquier historia por mínima que fuera con dos centavos.

Rodada en paisajes naturales de las islas es también No crezcas o morirás (Thierry Poiraud, 2015), una cinta que propone una interesante vuelta de tuerca al género de los muertos vivientes en el cine ya que no se trata de que los muertos se levanten de sus tumbas para acabar con sus semejantes, los vivos, sino de no crecer ya que cuando se cumple la mayoría de edad y sin que se explique en ningún momento en la película, los adultos enloquecen y solo desean matan a los más jóvenes.

El filme da bastante importancia al paisaje, ya que prácticamente transcurre en exteriores, pero su función es la de servir solo de marco estético. La idea, por otra parte, revisa con nota la propuesta que ya en los setenta había anotado Narciso Ibáñez Serrador con ¿Quién puede matar a un niño?

Por último y en el terreno del cortometraje, una curiosidad, 21-Z, el primer corto canario zombi de la historia del corto canario y que fue rodado íntegramente con un teléfono móvil. Dirigen: Aitor Padilla y Eduardo Gorostiza.

Saludos, cuídense, háganme el favor, desde este lado del ordenador

La paciencia del peregrino, una novela de Daniel Pérez Estévez

Lunes, Marzo 30th, 2020

Antes de que estallara con toda su virulencia el Covid-19 se publicó en las islas y en la misma editorial (Ediciones Idea) dos novelas de temática parecida: El águila de San Juan y La paciencia del peregrino, de Francisco Estupiñán y Daniel Pérez Estévez, respectivamente. No sé sabe muy bien, pero probablemente por despiste del sello editor la portada de ambos volúmenes reproduce la misma imagen: la de unos pilotos de la Royal Air Force (RAF) estudiando un mapa de la isla de Gran Canaria. Se trata de una fotografía escasamente conocida de la II Guerra Mundial, y llama poderosamente la atención porque en ella se ilustran posibles ataques aéreos de la aviación británica que servirían de anticipo a un desembarco que, finalmente no se realizó.

La novela de Francisco Estupiñán, que ya comentamos en estas mismas páginas, ampliaba su radio de acción no solo a la presencia de las islas en aquel conflicto bélico sino también a los primeros días de la Guerra Civil en Canarias, capítulo en el que ofrecía una buena descripción de la marcha de Carmen Polo de Franco de Gran Canaria; de la Guerra Civil en territorio peninsular, donde el protagonista, marino mercante profesional, pasaba a formar parte del aparato de propaganda nacional y durante la II Guerra Mundial, en la que juega un importante papel en la no intervención de España en el conflicto gracias a su anglofilia y a su pasado (ahora celosamente oculto) de masón.

El libro de Daniel Pérez Estévez se ocupa también de Canarias pero durante los años 1940 y 1941, salvo un breve paréntesis al comienzo y al final del libro que el autor data en 1959. Con estos elemento, se estructura una novela de espionaje que tiene como escenario los paisajes de la isla de Gran Canaria, espacio en el que su protagonista, Miguel Miranda, actúa de agente secreto para la Gran Bretaña.

En la novela se explica la importancia que tuvo el archipiélago en aquellos años de sangre, sudor y lágrimas y se describe los preparativos de invasión que tanto británicos como alemanes estudiaron para tomar unas islas que, estratégicamente, podían haber tenido una gran importancia en el teatro de operaciones de ambas potencias.

Los británicos diseñaron para ello diferentes planes, el más conocido de ellos bajo el nombre de Operación Pilgrim, Peregrino. La Alemania nazi contó también con un plan de respuesta que, con la denominación de Félix, intentó adueñarse de Canarias con el visto bueno franquista. Visto bueno que nunca llegó a confirmarse sobre todo tras la reunión que el dictador nazi mantuvo con el dictador español en Hendaya.

La paciencia del peregrino está escrita más como novela de aventuras que como novela de espías de todas formas. No se preocupa, como sí se preocupó El águila de San Juan, en el juego político que se libró en Canarias aquellos años pero se deja leer no solo por la información que el escritor facilita al lector sino porque lo que tiene que contar se cuenta en sus más que apretadas doscientas y pico páginas. Páginas en las que personajes reales se mezclan con ficticios, resultado de la imaginación de Pérez Estévez, quien es doctor en Economía y director de la Sociedad Científica El Museo Canario.

La paciencia del peregrino comienza a finales de los años cincuenta con el arribo a Gran Canaria del yate de Aristóteles S. Onassis en el que viaja como invitado de honor sir Winston Churchill, quien fuera el premier británico durante la II Guerra Mundial y el hombre que fue capaz de unir a toda una nación para detener el avance nazi, avance que los primeros años de la guerra parecía imparable hasta la derrota del invencible ejército alemán en el frente ruso.

La novela, que pronto adquiere un tono más próximo al de los relatos de Falcó, de Arturo Pérez Reverte que a las novelas de espías de Eric Ambler, el maestro indiscutible del género de la sospecha y la traición, incluye los ingredientes necesarios para disfrute de cualquier seguidor de historias basadas en hechos reales aunque como se dijo, a Daniel Pérez Estévez le interesa más la aventura y el romance que distingue este tipo de literatura que el propio trabajo de espionaje, que lo hay y mucho. Prevalece, de todas maneras, el sentido de la aventura, una aventura que se desarrolla en escenarios que serán reconocibles para los que conozcan la isla de Gran Canarias ya que una de las misiones que debe realizar su protagonista es la de desarticular la red de abastecimiento de la flota alemana en el Puerto de la Luz.

Paralelamente, la novela cuenta la historia de amor que nace entre Miguel Miranda con una mujer que puede desbaratar la misión que se le ha asignado, aunque cuenta con el apoyo de su jefe de operaciones, un escocés de nombre Gabriel North, que hará todo lo posible para que su pupilo no cometa los mismos errores que él cometió en el pasado.

La paciencia del peregrino es una novela de fácil lectura que se desarrolla en distintos espacios geográficos (la capital grancanaria, Londres, Berlín, Madrid…) y no ahorra en acciones, lo que da mucha agilidad a su lectura. No se distingue, sin embargo, por un consistente perfil psicológico de personajes ya que apuesta más por los estereotipos, sobre todo los inspirados por Ian Fleming en su serie de novelas de James Bond, pero como producto ligero es muy recomendable para pasar el rato estos días de amenaza invisible, de confinamiento en el hogar, de guerra global a un virus que no tiene, mucho me temo, la paciencia del peregrino.

Saludos, gracias por estar al otro lado, desde este lado del ordenador

Reeditan la primera novela de un antihéroe canario: Eladio Monroy

Martes, Julio 3rd, 2018

La primera novela de Eladio Monroy, un ex jefe de máquinas de la marina mercante y residente en la capital grancanaria, se publicó en una pequeña editorial en 2006 con el título de Tres funerales para Eladio Monroy. El libro, gracias al boca a boca, se convirtió primero en un fenómeno a escala insular y poco a poco, de prisa pero sin pausas, regional y, finalmente, nacional e internacional.

Alexis Ravelo, el creador de Eladio Monroy, lleva escritas hasta la fecha cinco novelas con el personaje, la última de ellas, El peor de los tiempos, se presentó en 2017 en la editorial Alrevés, sello que a partir de este año, 2018, se ha comprometido a reeditar todas las que protagoniza Monroy comenzando, era lo lógico, por la primera, Tres funerales para Eladio Monroy que cuenta además con un prólogo de Alexis Ravelo en el que explica los orígenes del personaje y un relato inédito, Desde un país cercano a la tristeza, protagonizado por el cliente del bar Casablanca y vecino de la calle La Murga en Las Palmas de Gran Canaria.

Resulta atractivo para los iniciados en las peripecias de Monroy como para los que lo conocerán gracias a esta reedición, encontrarse con un personaje que en esta primera entrega presenta sin titubeos los elementos que, posteriormente, darían consistencia y coherencia a su universo. Universo que forma una atractiva galería de personajes secundarios que volverán a aparecer en las otras novelas como el carácter de un hombre, Eladio Monroy, que se transforma en protector de los más débiles para repartir lo que entiende como justicia.

Los poderosos, como en toda novela de género que se precie, resultan los villanos de la serie y Eladio Monroy una especie de ángel vengador de izquierdas, aunque más que de izquierdas lo que defina a este personaje sea su conciencia social así como la urgente necesidad de reconstruir una relación inexistente con su hija, pieza que es determinantes –aunque ésta aparezca físicamente en la novela– para que se dispare la acción de la primera novela de Eladio.

En Tres funerales para Eladio Monroy aparece su nueva compañera sentimental, Gloria, la parroquia del Casablanca, bar en el que se refugia el ex marinero para leer la prensa nacional y la local si no queda más remedio, y se perfilan algunas de las aficiones que Alexis Ravelo irá desarrollando en otras entregas como es su afición por la cocina y los libros.

Hay otros ingredientes todavía sin madurar desparramados en Tres funerales para Eladio Monroy, pero muchos de ellos se irán cocinando a fuego lento en las nuevas entregas de un personajes cuyas historias resultan adictivas no solo por lo que cuentan y que por una vez se haga justicia en favor de los parias de la tierra, sino por la forma en que está narrada y el protagonismo que ocupa, siempre en un discreto segundo plano, la capital grancanaria, que es la geografía en la que normalmente se mueve el personaje y que en estas novelas es descrita como una suerte de ciudad de provincias que ha ido creciendo con el paso de los años y reproduciendo, solo que con acento de aquí, las mismas enfermedades de otras grandes ciudades en las que el mal coexiste en las novelas de Eladio Monroy en archipiélago que hace años perdió su seguro de sol.

Saludos, ya saben, desde este lado del ordenador

Enamorarse en Canarias según Cronin y Cummings

Lunes, Junio 1st, 2015

En las deácadas de los treinta y cuarenta las novelas de A. J. Cronin alcanzaron un notable éxito de ventas entre el público porque mezclaban turbulentos romances con historias protagonizadas por médicos y sacerdotes que realizaban misiones peligrosas en países abandonados de la mano de los dioses. Médico también de profesión, Cronin cuenta al menos con dos grandes títulos en los que se refleja sus obsesiones literarias: La ciudadela y Las llaves del reino, obras coherentes y también entretenidas cuyas constantes se atisban en sus primeros libros, irregulares aproximaciones al amor y a la medicina como Gran Canaria (1), cuya acción se desarrolla entre Tenerife y Gran Canaria y en la que pese a su objetiva sencillez, cuenta con cierta gracia por el retrato que ofrece de las islas y de sus gentes.

Como otras novelas de Cronin, Gran Canaria contó con una adaptación cinematográfica, más extravagante si cabe que su original literario, con notable atractivo para conocer cómo se reprodujo en estudio Tenerife y Gran Canaria, unas geografías en la que predominan el cartón piedra, las palmeras y el pico nevado del Teide, montaña que en el filme se ubica en… Gran Canaria.

Las cosas de Hollywood.

Tanto en la novela como en la película Gran Canaria narra la redención de su protagonista, un médico que vive sus horas más bajas tras fallecer algunos de sus pacientes tras probar en ellos una vacuna con la que esperaba salvarles la vida, y la historia de amor que mantiene con una mujer casada durante la travesía en barco, el Aureola, que los conduce a Gran Canaria y más tarde a Tenerife.

Alrededor de estos dos personajes orbitan una serie de secundarios, entre ellos una señora excéntrica que regenta un hotel de vida alegre, el Hemingway, un misionero y su hermana, y otros personajes que si bien no serán determinantes están ahí para dar consistencia al relato.

Un relato que comienza a moverse hacia adelante cuando el protagonista tiene que viajar a Tenerife para poner freno a un brote de fiebre amarilla que está diezmando a la población de La Laguna y sus alrededores.

La novela Gran Canaria fue publicada en 1933 y al año siguiente tuvo su adaptación al cine. Tras leer la novela y ver la película, cuesta bastante trabajo reconocer los paisajes insulares que proponen ambas historias, aunque en el caso del libro, algunas descripciones tengan chispa, en especial cuando la voz del narrador, la de Cronin, se permite valorar el territorio que pisan algunos de los personajes, muchos de los cuales califican de paraíso ya que se trata de un edén que preside el pico nevado del Teide.

No se trata Gran Canaria, tanto la novela como el filme, de un título a reivindicar, aunque reiteramos que sí que tiene interés si se lee y se observa con perspectiva e incluso entusiasmo arqueológico, ya que tratan de dos rarezas en la que se fabulan unas islas Canarias en la que se mezcla poca realidad y sí mucha ficción.

En la novela se lee: “hay un brote en Hermosa, una aldea en las proximidades de La Laguna” y descripciones coloridas del carácter ingenuo, tranquilo y feliz de sus habitantes, y que entronca con aquel espíritu aplatanado con el que las identificó Miguel de Unamuno.

El amor es dulce

Y el que lo desprecia un loco.

Aunque sabía poco español, el significado de las palabras le resultó claro.

Con impaciencia, como si buscara un antídoto para aquel dulzor, dirigió la vista a un punto algo lejano del muelle, donde había varios carros de altas ruedas tirados por unas mulas esqueléticas y melancólicas. Estaban a la espera de la carga. Una de las mulas tosió como un ser humano y agitó su corona de moscas, antes de tumbarse casi de pura debilidad. Pero el conductor, instalado en el pescante, no se alarmó en lo más mínimo; con las manos cruzadas sobre el vientre y una flor colocada tras la oreja, roncaba plácidamente.

Bruscamente, Harvey dio media vuelta, no podía soportar el espectáculo de aquellos miserables animales. En un instante, se contemplaba la belleza de la costa y la sublimidad del misterioso pico; un instante después, surgía el sórdido cuadro de aquella vida ínfima.”

La playa de Las Canteras es objeto también de la atención del narrador cuando una de las  protagonistas, Mary Fielding, aprovecha el rato para darse un chapuzón en el mar. Y unas páginas más adelante, ella misma elogia a Gran Canaria cuando dice:

“- Llaman a esta isla la Gran Canaria –murmuró Mary–. ¡Gran Canaria! Hay color y movimiento en el nombre. Cuando pienso en este viaje, lo pronuncio en mi interior. Gran Canaria. Es un nombre que emociona.”

A modo de curiosidad, resulta interesante cómo el paisaje de la capital grancanaria fascina a la joven protagonista mientras es el pico Teide es el que arroba al protagonista masculino.

“Maravillado, Harvey quedó contemplando el pico, inmóvil. Bella como algo celestial, la visión se apoderaba de su ser y le provocaba una aguda y sutil angustia. ¿Qué le impresionaba de tal modo? ¿Era el significado de la visión, o la simple belleza del cuadro’ Atónito, contenía el aliento; no podía soportar el cuadro y, al mismo tiempo, no podía apartar la vista.”

Los protagonistas de la novela y de la película vuelven a embarcarse en el Aureola para trasladarse a Tenerife, donde primero se alojan en La Orotava y más tarde en Santa Cruz, donde el médico tiene conocimiento del brote de fiebre amarilla que está acabando con la población de la vecina La Laguna y sus alrededores.

Llama la atención en esta novela que gran parte de la acción se desarrolle en Tenerife y no, precisamente, en Gran Canaria. Es en Tenerife donde el protagonista vuelve a ser persona cuando como médico se enfrenta a la epidemia, y en donde descubre que el amor que siente por Mary es muy fuerte, tan fuerte que determinará lo que haga a continuación.

Destaca además la descripción que ofrece de la isla con respecto a la de Gran Canaria. El Tenerife de Cronin, y no tanto en la película que resulta prácticamente idéntico, es mucho más sombrío que el de la isla vecina, aunque será aquí donde cuente con aliados entre la población local como la Marquesa, quien le abre las puertas de su hacienda Los Cisnes.

En la versión original del largometraje, y en concreto en la parte tinerfeña, los protagonistas además de hablar en inglés pronuncian un español macarrónico con los naturales del lugar, naturales cuyo español resulte igual de macarrónico y con sospechoso acento anglosajón por mucho sombrero mexicano que lleven sobre la cabeza y el maquillaje haya tiznado de negro sus rostros.

En este aspecto, no se diferencia gran cosa esta película de otras tantas que se rodaron aquellos mismo años, una fecha fundamental en el cine norteamericano porque andaba un poco tocado por los efectos devastadores de la crisis del 29. Eso explicaría el mensaje tanto literario como cinematográfico de Gran Canaria: el amor vence cualquier tipo de adversidad. Incluso a la muerte.

La película que dirige el también actor Irving Cummings fue una producción de Jesse L. Lasky para la Fox y, como ya se ha comentado, no se rodó en Canarias imagino que por razones de presupuesto. Los paisajes pues están recreados en estudio, aunque de tanto en tanto se incluyen imágenes reales probablemente cogidas de algún documental de aquellos años.

El filme, en contra de la novela, sí que se caracteriza por sus disparates geográficos. El más llamativo es el que ubica al Teide en Gran Canaria, un error que desató una agria polémica en la comunidad canaria establecida en la Cuba de aquellos años, leo en el catálogo de la Filmoteca Canaria Rodajes en Canarias, (1896 – 1950). Se representan además a los habitantes de ambas capitales canarias como una fauna de vagos a los que les gusta cantar y que los dejen en paz. Gente sencilla y aparentemente feliz, lo que explica el desorden de sus calles transitadas por hombres y mujeres con piel morena.

Sin embargo, y al margen del envoltorio, la película Gran Canaria si se analiza desde un punto de vista estrictamente cinematográfico sí que cuenta con sobresaliente interés. La fotografía, que firma Bert Glennon, está notablemente influenciada por el  expresionismo alemán, por lo que se mueve muy bien cuando remarca las sombras y se huye de otra luz. El trabajo de los actores que forman el reparto lo hace además muy bien, aunque vistos hoy llamen la atención por cómo gesticulan, aunque hay que recordar que las carreras artísticas de la mayoría de ellos procedía del cine mudo.

De hecho, la cinta está protagonizada por toda una estrella de aquellos años: Warner Baxter, así como por la encantadora Magde Evans, entre otros. El guión está firmado por Ernest Pascal, quien adapta con bastante fidelidad el original literario, y pese a que cómo producto de entretenimiento tanto el libro como la película no hayan sabido envejecer demasiado bien, insistimos que como curiosidad vale la pena recuperarla e incluso, si se perdonan los deslices que salpican su metraje, disfrutar con este clásico viejuno del cine.

Recomendamos, a modo de punto y final, la lectura que sobre la novela y el filme hicieron en su momento Carlos Platero Fernández y Gonzalo Pavés con los títulos de  La Playa de Las Canteras en la novela inglesa: Gran Canaria y Grand Canary: el viaje imaginado de la Fox, respectivamente.

NOTAS:

(1) Los fragmentos de la novela Gran Canaria que se reproducen en este texto están sacados de una edición del Círculo de Lectores, 1965. La traducción es de Joaquín Urnieta.

El Escobillón.com agradece a la Filmoteca Canaria el préstamo del largometraje Gran Canaria para la elaboración de este artículo.

Saludos, el cielo está azul, desde este lado del ordenador.

‘Las flores no sangran’, una novela de Alexis Ravelo

Jueves, Enero 15th, 2015

“La noche es sahariana, con aire caliente y tierra que entra por las ventanas que los incautos se han dejado abiertas. Y nadie podrá dormir. Felo, en su cuartucho, ve en televisión un documental sobre el Amazonas. Lola y Diego acaban de echar un polvo bruto y rápido, y ahora están ahí, desnudos y destapados en la cama húmeda de sudor y semen. Lola mantiene aún su excitación acariciándose, esperando a que él recobre la respiración y complete lo que se ha dejado a medias entre las piernas de ella. Eusebio, tendido en su cama, hace cálculos, repasa horarios, coartadas, posibles errores, mientras constata que hay un desconchón en el techo y que, un día de estos, tiene que dar una mano de pintura. Siente un ansia y una pereza infinitas. En cambio, Paco el Salvaje no ha llegado a acostarse. Permanece ahí, en su salón, concentrado en el sulfatador (se lo ha llevado a casa para limpiarlo), comprobando una y otra vez la pistola de juguete, los guantes, el elástico de la mascarilla. Parece inmerso en esas tareas, pero en realidad piensa en Ruth. En Ruth y en el olor de la piel de Ruth. En Ruth y en pasajes de avión y en largarse de una puta vez de la isla.”

(Las flores no sangran, Alexis Ravelo, Alrevés, 2015)

Alexis Ravelo no es un tipo duro y por eso lee poesía. Desconozco si el escritor nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1971 ha escrito alguna vez un poema. Y si fue así, a quién le cantó con sus versos… Por lo pronto, sí que detecto a un Ravelo que nos sale poeta en muchos de los títulos de sus novelas negras y criminales e, intermitentemente, en fragmentos, párrafos aislados de sus historias, todas ellas trufadas de cadáveres.

Descubrí el lirismo de Ravelo en la que hasta la fecha sigo considerando su mejor novela, La estrategia del pequinés, y me acomodé porque lo identifiqué con él a través de La última tumba y ahora Las flores no sangran que es, a mi juicio, la más poética –y por ello desconcertante– novela de un escritor que sin abandonar las cargas de profundidad que alimenta al género no sé si escribe pero sí que lee poesía.

La novela policíaca vive en España un estado de gracia al que unos, quiero imaginar que pocos, desea pegarle el tiro de gracia. Con todo, el género se mueve y mantiene aún una luna de miel con unos lectores que supongo están cansados de levantarse las mañanas con tanto cadáver real que le entra por la televisión aunque, paradójicamente, lo que buscan algunos de esos mismos lectores es evasión leyendo historias con cadáveres inventados. Y el plato, por ahora, funciona porque la literatura negra y criminal que se escribe y se publica en España gana lectores por mucho que se disperse por cualquier provincia que vertebra este país que parece ahora no quiere perderse.

Y Alexis Ravelo se mueve muy bien por esta geografía. La geografía de un género al que ubica a Gran Canaria y por extensión al archipiélago en el mapa negro y criminal español contando las mismas historias pero con acento de aquí e, inteligentemente, prestando voz a todos aquellos que piensan como viven y que por eso quieren cambiar para vivir como les gustaría pensar.

Alguien los llamó los parias de la tierra.

Otros, marginados que han acabado por ser delincuentes de poca monta y que se enfrentan en esta novela a otra clase de delincuentes, esos que visten traje y corbata.

¿Quién gana?

No lo tengo tan claro en las novelas de Alexis Ravelo, aunque en Las flores no sangran la pírrica victoria se decanta del lado de los que llevan chándal y una soga atada alrededor del cuello.

Las flores no sangran, como La estrategia del pequinés, es una novela que trata de todos ellos: los que llevan corbata y sogas alrededor del cuello, solo que resulta algo más larga. Sea, supongo, porque se trata del más comprometido políticamente pero también desconcertante relato de un escritor que lee poesía.

En Las flores no sangran un quinteto de delincuentes de medio pelo planifica primero y realiza después el que piensa será el golpe de su vida. No se trata en esta ocasión de robar a un narcotraficante sino de un secuestro express, el de la hija de un capitoste grancanario que ha amasado su gran fortuna blanqueando dinero con el que ha armado una red de empresas que sostiene un imperio corrupto pero oficialmente legal pese a que esté podrido en sus entrañas.

El relato está narrado en dos tiempos y en una distante tercera persona que describe, tal y como hablamos por esta tierra, esta operación criminal. Pero no termina Ravelo de afinar a los cinco miembros de la banda de delincuentes de caza menor que protagonizan la historia. La primera parte resulta así muy explicativa y extensa para contarnos cómo son cuatro hombres y una mujer que se buscan la vida en una capital de provincias.

Llámala Gran Canaria.

Tras la declaración de guerra, Alexis Ravelo enfrenta a esos buscavidas con otros delincuentes. Delincuentes de caza mayor que, como en otras de sus novelas, resultan bastante atractivos. Y los dibuja con pincelada impresionista, procurando que la mancha no caiga en maniqueísmos para mostrarlos también como seres humanos.

Y aparece un tal Raúl Silva, alias Belmondo, que es un argentino al que no te gustaría encontrar cuando está trabajando.

La acción de Las flores no sangran comienza entonces a moverse y a coger al lector por el cogote en su segunda mitad. Y uno piensa entonces que la demora mereció la pena. Que mereció la pena leerse este relato de guerra entre dos formas de entender la delincuencia.

O la de los cinco delincuentes de medio pelo y la que encarna Isidro Padrón y Marcos Perera, el Martillo y el Yunque de Tejeda, dos hombres de negocios sin escrúpulos que organizan un operativo para recuperar –al margen de la policía– a la hija secuestrada del primero.

Y es aquí, en el tramo final cuando Las flores no sangran recupera la emoción y el calado negro y criminal que se buscaba. El momento en el que el relato se vuelve oscuro y despiadadamente violento. Ese en el que no hay calima que valga para serenar lo que deriva hacia una orgía de sangre. Una orgía de sangre que desencadena la peculiar forma de hacer justicia que tienen estas dos formas de hacer delincuencia.

Pero, ah, los de arriba son hombres de negocios y los de abajo parias de la tierra.

¿Quién ganará?

Ya lo dice el título: Las flores no sangran.

(*) El escritor Alexis Ravelo participa este jueves, 15 de enero, en un encuentro que tendrá lugar a partir de las 19 horas en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife.

Saludos, allí nos veremos, desde este lado del ordenador.

Una estafa rápida y furiosa

Miércoles, Mayo 22nd, 2013

Las persecuciones y carreras de automóviles ha sido un tema recurrente en la historia del cine. Sin ánimo de resultar pesado, cualquier aficionado recordará los inolvidables cortometrajes cómicos de la Keystone Cops, y más recientemente y dentro siempre de las películas fabricadas en Hollywood, títulos que permanecen en nuestra memoria por sus espectaculares escenas de cohes como French Conection o Bullit. Sin olvidar, claro está, The Driver (Walter Hill, 1978) y Drive (Nicolas Winding Refn, 2011), en el que estas situaciones de alto riesgo se toman muy en serio, consiguiendo fusionar máquina y persona y que espectadores como quien ahora les escribe, que no sabe qué hacer con un volante entre las manos, sienta lo que debe ser un as de la carretera.

En los últimos años, sin embargo, el cine con automóvil ha degenerado en un discurso por la velocidad que preocuparía al mismísimo Marinetti. Lo escribo así porque ya no se trata de explorar la relación hombre-máquina, sexualidad en la que indagó el inquietante David Cronenberg en su aclamada Crash (1996) o Paul Haggis como metáfora de las relaciones humanas en Crash (2004), sino en contar historias (¿?) donde lo que importa es cuanta chatarra dejan los protagonistas diseminadas por la autopista.

Esta nueva vertiente, cuenta con sus clásicos, Los locos de Cannobal o La carrera de la muerte del año 2000, películas que si todavía sobreviven es porque no se tomaban en serio; color que desgraciadamente falta en las últimas producciones que llegan a los cines, todas ellas protagonizadas por actores cuyo nivel interpretativo se mide por el tamaño de sus bíceps, tías güenas y coches tuneados, elementos que se dan cita en la serie, son seis ya sus repetitivas entregas, Fast and Furious.

Este viernes, 24 de mayo, se estrena en salas este largometraje que dirige, es un decir, Justin Lin, con los mismos actores que han venido encabezando el reparto en sus anteriores capítulos, aunque en esta ocasión cuenta con el aliciente para el público nacido y/o residente en Canarias, ya que algunas de sus escenas se rodaron en localizaciones de Tenerife y Gran Canaria.

La película empieza de hecho en las Islas Canarias, concretamente en uno de los pueblos más bellos de Tenerife, Garachico, y varias de sus escenas de acción también se desarrollan, aunque sin determinar, en carreteras de esta tierra.

En este sentido, y confeso seguidor del cine de acción con automóviles incluidos, apunto que éste y no otro –es decir, que el filme se haya rodado en parte en el archipiélago– es uno de los escasos atractivos de esta cosa que dice ser una película y cuyo estreno en cine solo obedece a continuar explotando el filón Fast & Furious, serie que con el paso de los años ha ido estirándose como un chicle al que apenas le queda ya sabor a fresa.

Al margen de su insustancial guión, al margen de que este producto intente acariciar las megalomanías del universo Bond; al margen de que reúna todos los defectos del cine de acción de estos agitados y convulsos tiempos, no es que la sexta entrega de Fast & Furious sea una mala película, que lo es, sino que sorprende por su grado de estupidez para todo seguidor del cine de cuatro ruedas.

Conduce o muere” es el lema de los rápidos y furiosos. Así que muéranse de una puta vez es el pensamiento que no deja de rondarme por la cabeza mientras contemplo sus presuntas escenas de impacto, las de persecuciones a todo gas que están pésimamente rodadas y las peleas, casi siempre cámara en mano, alambicadas por un montaje que sufre el mal de San Vito. Huelga decir que no recoge en ningún momento el viejo y añorado espíritu de las cintas que hemos citado con anterioridad.

Esto me hace reflexionar que como producto de acción es un vehículo –¿cogen la ironía?– que puede frustrar a la legión de seguidores por este tipo de cine cañero, aunque soy consciente que existe otro público, ese que espera espectaculares colisiones aunque apenas se muestren por culpa de un velocísimo montaje, que se queda satisfecho con muy poco. Y si ese poco es una celebración del macarra reconvertido en pijo de asfalto, rodeado de cohes, música estruendosa y tías güenas, tanto mejor.

Vista con otra perspectiva, Fast & Furious carece de la ironía de algunos de sus ilustres precedentes, pienso ahora en la trilogía The Transporter o en las felizmente delirantes Crank, todas ellas protagonizadas por Jason Statham, un tipo que se ha metido a actor solo para ganar dinero –ahí su cameo final en Fast & Furious 6– y del que sospecho costernado ha quemado sus neumáticos para participar en productos como éste. Muy cotufero, sí, pero sin sal.

Los guionistas, que los hubo, no se rompieron la cabeza. Lo escribo para explicarme este despilfarro multimillonario que al menos, miremos su lado bueno, dio trabajo durante unos días a un puñado de habitantes de estas islas donde la palabra trabajo ya sabe a milagro. 

El sexto capítulo de Fast & Furious por contar, no cuenta nada. Pero no pasa nada, porque quien puso la pasta dedica este largometraje y sus capítulos precedentes a ese espectador que asocia cine con un cubo gigante de cotufas sin sal.

Puestas así las cosas, no sorprende que en boca de sus héroes/rebenques salgan frases tan chispeantes y con doble sentido como “es dura y tiene cabeza”; y que los protas, porque esta es una película de protas no de protagonistas, sean pedazos de carne con ojos. Carne moldeada gracias a muchas horas de gimnasio y acostumbradas –en la película– a salirse con la suya empleando indiscriminadamente la violencia.

Planteada en los últimos tiempos como filme de equipo, liderazgo que ocupa Vin Diesel que no es un mal actor cuando cae en manos de un cineasta con talento como Sidney Lumet (Find Me Guilty, 2006), y su mano derecha, el guaperas Paul Walker; la banda cuenta también con un inevitable graciosillo, de raza negra para más señas, así como de un asiático, otro negro experto en ordenadores y dos mujeres para redondear una familia que, en esta sexta entrega, se enfrentan a sus dobles en el que probablemente sea el mejor momento del filme, ya que en un arrebato de sinceridad paródica parece que hace guasa de su pobreza de ideas, lo que pone de manifiesto la inmensa tontería que es Fast & Furious.

Una película gruesa en el que los chicos rebeldes trabajan ahora al servicio de la ley –y no revelo nada nuevo de una cinta sin revelaciones y más estirada que un chile– personaje que encarna Dwayane Johnson, más conocido como The Rock, y víctima de las ambiguas burlas homo eróticas del negro que hace de gracioso.

Mientras contemplaba este desorden, agradecí no haber pagado el precio de la entrada ante lo que no es otra cosa que una estafa con todas sus letras.

Lo escribo así porque fui uno de tantos que se asistió al preestreno de este mismo martes, preestreno en el que no me cansé de observar como una pareja de tipos enchaquetados no cesaba de subir y bajar las escaleras de la sala vigilando y ordenando que se apagaran los móviles.

Tras superar la pesadilla, esa sensación terrible de estar perdiendo el tiempo, y dejando un día de margen para recuperarme de un visionado que me sabe a resaca monumental por beber agua de fuego, he llegado sin embargo a la conclusión que lo mejor de este preestreno fue ver a la pareja de Geyperman arriba y abajo en la penumbra mientras el público asistente aplaudía la primera escena de la película donde un cartelito nos advierte que estamos en las Islas Canarias, y escuchar un murmullo in crescendo cuando se observa a Diesel y Walker tomándose una Dorada Pilsen en plan “qué bueno es vivir aquí.”

La risa, no obstante, se hizo mueca cuando el mismo Diesel, en plan Mazinger Z, suelta entre buche y buche de cerveza lo relajado que es habitar en un sitio con tan buen clima y sobre todo sin ley de extradición.

Saludos, aún me duele la cabeza, desde este lado del ordenador.