La aventura tinerfeña de ‘El pirata negro’

Lunes, Agosto 9th, 2021

Pedro Víctor Debrigode Duggi (Barcelona, 1914 – La Orotava, 1982) está considerado uno de los grandes maestros de la literatura popular en España. Estas revistas se vendían en los estancos y estaban editadas en papel de poca calidad. Son obras que forman parte de la peculiar literatura pulp nacional, aquella que estaba destinada a grandes masas de lectores en unos años donde no existía la televisión.

Los escritores profesionales como Debrigode Duggi eran capaces de escribir varias novelas a la semana protagonizadas por un mismo personaje

De la imaginación del escritor salió una amplia galería de protagonistas que todavía viven en la memoria de quienes lo leyeron. Estos lectores son los que han recuperado en cuidadas ediciones la formidable producción de un narrador a destajo, de un obrero de la novela de aventuras de a tres pesetas.

Entre las criaturas más famosas de Pedro Víctor Debrigode se encuentra El pirata negro, personaje que camufla la identidad de Carlos Lezama, protagonista de 85 novelas, dos de las cuales se desarrollan en Tenerife, concretamente los números 46 y 47, que llevan por titulo Escala en Tenerife y Los negreros. Estas aventuras las firmó con el nombre de Arnaldo Visconti, pseudónimo que utilizaría también para otras series de su creación como El galante aventurero (para los especialistas en Debrigode su mejor serie); Diego Montes y El halcón, entre otras.

Pedro Víctor Debrigode Duggi cultivó géneros como la novela de aventuras, del oeste, ciencia ficción y el policíaco. No es nuestra intención centrarnos en el abundante trabajo literario de un narrador que tuvo que simultanear su labor como escritor con la de traductor sino la de comentar transcurridos más de sesenta años los dos cuadernos que dedicó a la isla en la que recaló en los años 30 y residió hasta su muerte en 1982.

El escritor nació en Barcelona en 1914 pero años más tarde se trasladaría a Tenerife para hacer el servicio militar que coincidió con el golpe de Estado de julio de 1936. Parte de aquella experiencia la narró en dos novelas claves de su ingente producción y que fue publicada hace unos años con el título de Luchar por algo digno en dos partes: El barco borracho, que se desarrolla en Tenerife los primeros días de la Guerra y en la que describe las condiciones de encierro de los reclusos en los barcos prisión y El espía inocente, en la que narra sus experiencias en el frente peninsular donde es acusado por los nacionales de espía. En este segundo volumen explica las razones, recién terminada la Guerra Civil, de que se dedicara profesionalmente a escribir este tipo de literatura.

Escala en Tenerife y Los Negreros siguen las pautas de otras novelas de la serie de El pirata negro solo que en esta ocasión el mar y las islas del Caribe son sustituidos por la playa de Las Teresitas y la ciudad de La Laguna, que son algunas de las localizaciones en la que se desarrolla la acción, entre el 16 y 17 de marzo de 1711.

Carlos Lezama llega a la isla haciéndose pasar por un pirata vasco, el capitán Ibarguenguoitia, al que tras hundir su navío en alta mar desembarca en Tenerife para asistir a una reunión a la que también están convocados otros tres piratas, uno siciliano, otro catalán y un británico. Los cuatro se reúnen en la casa “de la Guancha” en la que se le invita a que se conviertan en negreros aunque Carlos Lezama y, como descubriremos algunos de los piratas que asisten a esta reunión, rechazan porque desprecian dedicarse al negocio de la esclavitud.

La presencia de un capitán pirata catalán en la banda sirve al autor para describir las diferencias que existían ya en aquel entonces entre los hijos de Cataluña con los del resto del país, sobre todo cuando descubre que más allá de trabajar como negrero lo que en verdad se prepara es un diabólico plan para invadir la isla por tropas extranjeras.

Escribe de Arnau Montané, el capitán pirata de origen catalán: “Varias veces en sus estancias en Cataluña, soldados de Madrid habían impuesto el orden en revueltas suscitadas por catalanes y el ambiente nunca tenía la sincera confraternización que ahí se respiraba.

Empezó a meditar si una invasión a la isla contaría con el apoyo de los isleños. Palideció intensamente, dejando el libro sobre la mesa y llevando con rapidez la diestra al cinto, bajo la casaca…

- No sois catalán si persistís en la idea de imponer por la fuerza un dominio que no ha sido pedido”.

Al desarrollarse la acción en Tenerife, Pedro Víctor Debrigode ofrece un resumen sobre quiénes fueron los primeros pobladores de l m>Usos y costumbres del pueblo guanche y su conquista por los españoles que, sin estar demasiado ajustado a la verdad, confiere de atractivo misterio el pasado de Tenerife.

En estas dos novelas de El pirata negro destaca que Carlos Lezama permanezca en un segundo plano dejando que sean otros sus protagonistas.

Las novelas de El pirata negras están más cerca de Emilio Salgari que de de Robert L. Stevenson. De hecho, El pirata negro le debe más al Corsario negro que a otro personaje literarios que hayan navegado viento en popa, a toda vela bajo la bandera pirata.

Saludos, reedición ya, desde este lado del ordenador

Cuentos y novelas sobra la Gesta del 25 de julio de 1797

Lunes, Julio 26th, 2021

Cuentan que fue Domingo Pérez Minik quien dijo en cierta ocasión que dos de los grandes errores de Canarias fue no dejar entrar a Horacio Nelson en 1797 y dejar escapar a Francisco Franco en 1936.

Ambos momentos, curiosamente, se produjeron en julio, época estival en la que el calor, entiendo, no contribuyó esta vez e a multiplicar la reacción aplatanada que, opinan unos, caracteriza a los habitantes de este territorio. El caso es que entre el 22 y el 25 de julio de 1797 una escuadra británica, formada por nueve barcos bajo el mando del contraalmirante Horacio Nelson, trató de tomar el puerto de Santa Cruz de Tenerife y conquistar esta plaza fuerte.

Se han escrito algunas historias sobre la Guerra Civil en Canarias (la semana pasada dedicamos tres entradas seguidas en este mismo blog para recordar algunas de ellas) también sobre lo que se conoce como la Gesta del 25 de julio, que celebra la victoria contra las fuerzas británicas en 1797 y por la que Santa Cruz de Tenerife recibió el título de Muy Leal, Muy Noble e Invicta Villa, Puerto y Plaza de Santa Cruz de Santiago, convirtiéndose desde ese momento en patrono de la capital chicharrera.

Aquellos días de julio y en la por aquel entonces puerto y plaza corrió la sangre mientras sonaban los disparos de los cañones y el de la fusilería. También el combate cuerpo a cuerpo por sus calles estrechas que ha sido reflejado con mayor o menos exactitud histórica por un grupo de escritores que han teñido de épica aquellos días de julio con el fin de grabarlos al rojo vivo en la memoria colectiva de los santacruceros.

En este artículo repasaremos algunos de los cuentos y novelas que se desarrollan antes, durante y después de estos combates que significó una de las primeras derrotas del por aquel entonces contralmirante Nelson. Las historias, la mayor parte de las veces, están narradas desde el puto de vista de los vencedores. Destacan entre los títulos que recuerdan aquellos hechos El fuego de bronce y Entre piratas. El contralmirante Nelson y el general Gutiérrez en las islas Canarias, de Jesús Villanueva y Miguel Ángel Díaz Palarea, dos títulos que sirven además para observar esos días desde dos perspectivas radicalmente diferentes. El el caso de Villanueva con acento puesto en el heroísmo de un pueblo ante el ataque británico y en el de Palarea con una mirada crítica y nada disimulada sobre el papel que jugaron los militares profesionales españoles en aquella batalla.

En clave de humor, Ángel Luis Marrero Delgado relata con milimétrico respeto histórico esos días de julio en las novelas La amenaza de Albión y El leviatán chasqueado mientras que David Galloway se sirve también de aquellos hechos en La cueva de las mil momias. A modo de rareza, en Los apuros de don César, una de las novelas de la serie El Coyote de José Mallorquí, se recuerda que uno de los antepasados del ya legendario personaje se encontró en alta mar con los navíos al mando del contraalmirante Horacio Nelson cuando regresaban a puerto tras la derrota sufrida en Tenerife.

Otras historias que se desarrollan en estas mismas fechas son 1797. Cinco días de julio, de Luis Cola Benítez; 1797. Piratas del Atlántico, de Luis Medina Enciso; Nelson no es bienvenido en Tenerife, de Néstor Pastor Beato.

Por otro lado, Félix Díaz González planteó una original revisión de la Gesta del 25 de julio en la novela Kronos. Viajes por el espacio y por el tiempo en la que alguien hace entrega a los británicos de los planos correctos de Santa Cruz de Tenerife con el fin de que el ataque resulte un éxito ese verano de 1797.

Jesús Villanueva sitúa en estos días algunos de los cuentos que incluye en Ahora, relatos ilustrados por Eduardo González, como son Las lágrimas de María Antonieta, en el que informa que Jean Babtiste Drouet, el maestro de postas que descubrió y mandó a arrestar a Luis XVI en Varennes, el 22 de julio de 1792, fue uno de los franceses que años más tarde lucharían del lado de los españoles contra el ataque británico a las costas de Santa Cruz de Tenerife mientras que En la Nochebuena de 1797 describe cómo debieron de celebrar las fiestas ese año el general Antonio Gutiérrez y Horacio Nelson.

Se hace eco de la batalla de Santa Cruz de Tenerife en las memorias que escribieron dos de los supervivientes de La Medusa, naufragio que dio lugar a un cuadro, La balsa de La Medusa de Théodore Géricault inspirado en los recuerdos escritos años después por Alexandre Corréard y el cirujano Jean Baptiste Henri Savigny, quienes cuando llegan al puerto tinerfeño explican que fue allí y gracias a los franceses donde se derrotó y mutiló a Nelson.

“El comandante decidió enviar un bote a Santa Cruz, una de las principales ciudades de la isla, para conseguir algunas cosas que necesitábamos, tales como filtros y frutas; en consecuencia, durante toda la noche dimos cortas bordadas. A la mañana siguiente costeamos parte de la isla, a la distancia de dos tiros de fusil, y pasamos bajo el cañón de un pequeño fuerte, llamado Fuerte Francés. Uno de nuestros compañeros dio saltos de alegría a la vista de esta pequeña fortificación, que fue erigida en breve tiempo por unos pocos franceses cuando los ingleses, bajo las órdenes del almirante Nelson, intentaron hacerse con la posesión de la colonia. Fue aquí, dijo él, donde una numerosa flota, comandada por uno de los más valientes almirantes de la Armada inglesa, fracasó frente a un puñado de franceses, que se cubrieron de gloria y salvaron Tenerife. Fue ahí donde estos bravos, en un combate largo y enconado, obtuvieron a cañonazos la derrota de este Almirante que perdió allí un brazo y se vio forzado a buscar su salvación en la huida.”

A modo de curiosidad destacaríamos también Tigre 1797, un curioso libro para jóvenes que firman Carlos Miranda y Víctor Bidart, así como la novela gráfica La gesta del 25 de julio de 1797 de Juan Carlos Mora.

En clave satírica, Ramón Ayerra se inspira en esta batalla en uno de los tres relatos que reúne en Plaza Weyler, concretamente el titulado Una misión confidencial, donde narra la extravagante historia de un agente de la Guardia Civil que viene a la isla para desarticular un comando británico que quiere hacerle una trastada al cañón Tigre, el que supuestamente con su metralla cercenó el brazo del contralmirante Horacio Nelson cuando pretendió saquear la plaza aquellos días de julio de 1797.

En el relato, Ramón Ayerra pone en antecedentes al lector de lo que significó aquel hecho histórico para Santa Cruz de Tenerife, mientras el protagonista aprovecha para callejear por la ciudad en busca de los agentes británicos entrando en todos los bares que se encuentra, lo que hará que se coja una melopea de las que hacen época.

Gregorio Duque ubica en 1840 unos de los cuentos de Pequeños homenajes. En concreto el que lleva por título Visita guiada, en el que cuenta la batalla desde la perspectiva de un chicharrero buscavidas que hace de cicerone de un viajero británico empeñado en contemplar las banderas que el pueblo de Tenerife arrebató a la escuadra de Nelson y que entonces estaban depositadas en la Iglesia Matriz de la Concepción.

Desde el lado británico solo conocemos una novela que dé su versión de la batalla. Se trata de Rockingham o un hombre de honor, que se publicó en Gran Bretaña por primera vez en 1840 y de la que se desconoce a día de hoy quien fue su autor. Algunas fuentes afirman que una de las tres hermanas Brönte (Emily, Charlotte y Anne) pero otros, como el investigador tinerfeño José Luis García Pérez, sospechan que fue Philippe Ferdinand Auguste de Rohan-Chabot, conde de Jarnac.

La novela en principio no tendría mayor atractivo para un lector de las islas si no fuera porque en la segunda parte –capítulos primero al tercero– se desarrollan íntegramente en Tenerife, en concreto en el valle de La Orotava, el puerto de la Cruz, y en Santa Cruz, donde el protagonista de la obra, lord Edward Rockingham, un guardiamarina enrolado en la escuadra del contralmirante Horacio Nelson, participa en la batalla por la plaza con catastróficos resultados para los británicos. Y sitio, se relata, donde el protagonista resulta herido y abandonado por sus camaradas.

Rockingham narra también la historia de amor romántico que nace entre el joven marino convaleciente y la mujer que lo cuida, Dolores Almansa, “supuesta sobrina en la novela del general Antonio Gutiérrez”, escribe García Pérez en la introducción del libro.

La novela sitúa al lector en el momento en que es herido el contralmirante Horacio Nelson al pretender desembarcar en la costa santacrucera:

“Nelson se apoyó ligeramente en mi hombro al saltar del bote pero, cuando ya había puesto pie en tierra, pesó de improviso tanto sobre mí que no pude sostenerle. Observé que cambiaba con rapidez su espada de la mano derecha a la izquierda y luego se desplomó en el suelo, aun cuando puse a contribución todas mis fuerzas para impedirlo.

Lleno de temor, miré a Thorthon, quien se encontraba a mi lado.

El almirante está herido –murmuró– y me temo que de gravedad. Tenemos que ayudarle a regresar al bote”.

Una vez trasladan a Nelson al Theseus, se puede leer:

“Apenas acababa de pronunciar estas palabras, cuando, sobre las oscuras olas, detrás de nosotros, se elevó un grito salvaje y penetrante… El grito de muerte de doscientos de nuestros más bravos corazones que, alcanzados por un solo disparo cruel, fueron arrojados a su húmeda tumba.

- ¿Qué es eso, Thorthon? -inquirió Nisbert.

Creo que el Fox se hunde. Hace un instante que aún estaba junto a nosotros”.

Es muy probable que haya otras historias cuya acción se desarrolle en esos días de julio aunque la verdad es que tras mucho rastrear no hemos encontrado otros títulos salvo los estrictamente históricos: cartas y diarios de algunos de los protagonistas así como artículos en prensa entre los que destaca una referencia escrita por un “sospechoso patriota” que firma como Ángel Guerra. Se trata de un artículo sobre Santa Cruz de Tenerife publicado en el número del 7 de diciembre de 1919 de Blanco y Negro:

“bastaría a su gloria la heroica defensa que hizo el 25 de julio de 1797.”

Estas novelas y relatos describen unos hechos trascendentales para la historia de una isla y por extensión un archipiélago cuya memoria se conserva en la actualidad en el Museo Militar, que custodia además las dos únicas banderas del Imperio Británico capturadas en combate a su armada. La nota singular, como lamenta Villanueva en una reseña publicada en El Cultural, es que no deja de resultar extraño que Santa Cruz de Tenerife haya dedicado una de las calles con más solera al almirante británico que perdió aquí su brazo por la metralla de un cañonazo y una “callejuela de treinta metros” al general español, Antonio Gutiérrez Otero y Santayana, cuyas fuerzas –compuesta de soldados y milicias– terminaron por vencer a quien años más tarde se convertiría en el león de los mares.

Los hechos concluyeron el 25 de julio de 1797 con la rendición de las tropas británicas, la entrega de regalos entre vencedores y vencidos y una carta que conminaba a Nelson a no intentar de nuevo una aventura bélica contra Canarias” .

Saludos, otras voces, otros ámbitos, desde este lado del ordenador

Y si Nelson hubiera vencido…

Miércoles, Octubre 16th, 2019

Si algo hay que reconocer en Félix Díaz González es su constancia y lealtad a un género como el de la ciencia ficción escrito con acento canario.

A semejanza del gaditano Tomás Felipe, que centra sus cuatro novelas publicadas en distintos escenarios de las islas (Gran Canaria, Tenerife y El Hierro) en clave de anticipación y fantástico, Díaz González se ha mantenido más fiel a las constantes de un género que gana seguidores dentro y fuera del archipiélago, y al que ahora se suman escritores veteranos como novatos. Entre los veteranos se encuentran Víctor Conde, pseudónimo de Afredo Moreno Santana, y Leandro Pinto, éste último más escorado hacia los fantástico y terrorífico que lo estrictamente de ciencia ficción.

Hay numerosos subgéneros en el proceloso río de la anticipación. También una legión de escritores a los que en su momento elogió un fantástico escritor fantástico como fue Jorge Luis Borges al prologar la edición en español de Fahrenheit 451. El problema surge cuando el purista del género, que los tiene como cualquier género, pone el grito en el cielo al no creer que Ray Bradbury sea un autor de ciencia ficción por muy futuristas y distópicas que sean algunas de sus obras. Quien les escribe tampoco considera demasiado de ciencia ficción un escritor como Bradbury pero lo mismo le pasa con otros grandes clásicos del género.

En ciencia ficción es posible encontrarse con historias de aventuras espaciales, de telépatas, de contacto con inteligencias extraterrestres, de invasiones alienígenas y de viajes a través del tiempo, entre otros temas.

Kronos. Viajes por el tiempo y por el espacio, la nueva novela de Félix Díaz González se apunta a este último subgénero, dando como resultado una obra curiosa e ingeniosa en muchas de sus partes.

El libro no llega a las doscientas páginas y en él se intercalan varios capítulos sobre diferentes visitas al pasado que protagonizan los tripulantes de Kronos, una nave de pasajeros entre los que se encuentra un canario, natural del Puerto de la Cruz. Los viajes en el tiempo siempre han estado de moda dentro de la literatura de ciencia ficción, H.G. Wells fue uno de los pioneros en dar con una máquina original que transportara a sus ocupantes al futuro. Un futuro bastante triste el que retrata Wells, y en el que presenta como alegoría dos razas humanas: las de los eloi, que viven en un mundo aparentemente feliz, y los morlocks, que moran bajo tierra donde trabajan “aparentemente” para los eloi.

Mark Twain había jugado también con el viaje en el tiempo, solo que al pasado, en su divertidísima Un yanqui en la corte del rey Arturo y Poul Anderson estableció las bases de un equipo de policía que velara porque lo que conocemos siguiera siendo eso, lo que conocemos de nuestra Historia en La patrulla del tiempo, novela que inspiró la serie de televisión El ministerio del tiempo.

En la novela de Félix Díaz el viaje en el tiempo es resultado de un accidente, accidente que hace que la Kronos salte de época en época provocando turbulencias y cambios radicales en la historia tal y como la conocemos.

El episodio más interesante del libro hace retroceder y avanzar a sus protagonistas. Se tropiezan así con guanches y con la marina británica que navega para atacar la bahía de Santa Cruz de Tenerife.

En este último episodio, alguien hace entrega a los británicos de los planos correctos de la plaza con el fin de que el ataque sea un éxito ese verano de 1789.

Y resulta un éxito por una serie de motivos que invitan a leer la novela.

En otros capítulos, los protagonistas y de su mano el lector, viajará a una capital de provincias que se llama Kingston, antes Santa Cruz de Tenerife. No profundiza sin embargo el escritor en esta realidad alternativa aunque hace un esbozo creíble de algo que no pasó.
El libro contiene otros saltos temporales y cuenta con una misteriosa maleta que sirve a modo de interesante anticipo de un relato original que se bifurca.

Kronos se lee con sumo interés y se agradece que detrás haya un escritor que disemina ideas a medida que avanzan las distintas historias que lo vertebran. La novela se lee con agrado y si tiene alguna pretensión es la siempre agradecida voluntad de entretener.

Saludos, aquí, asándonos al calor de Venus, desde este lado del ordenador

La coproducción canario-chilena Blanco en blanco, premio FIPRESCI en la 76 Mostra de Venecia

Viernes, Septiembre 6th, 2019

La producción canaria-chilena Blanco en blanco de Théo Court, ha obtenido el Premio FIPRESCI de las Secciones Paralelas (al que optaban las películas de Orizzonti y la Semana de la Crítica), en la 76 edición de la Mostra de Venecia.

El Jurado de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica ha otorgado el galardón al largometraje por el acercamiento único a un viaje hacia la modernidad y la locura en una parte remota del mundo, que combina el duro retrato de un genocidio con la expresión del alma de un artista. Según su opinión, la película brinda hermosas imágenes y una delicada interpretación de Alfredo Castro.

En el equipo técnico de Blanco en blanco destacan las aportaciones del cineasta canario José Alayón, que compatibiliza su labor de productor con la director de fotografía y que obtuvo el Premio en esa categoría en el Festival de Cine Europeo de Sevilla por La ciudad oculta de Víctor Moreno-; Manuel Muñoz Rivas -director del film premiado en Cinespaña El mar nos mira de lejos y habitual colaborador de cineastas como Mauro Herce-, como responsable del montaje; Carlos E. García, diseñador de sonido de El abrazo de la serpiente de Ciro Guerra y Pájaros de Verano de Ciro Guerra y Cristina Gallego o Ninphomaniac de Lars Von Trier; y Jonay Armas -compositor e intérprete canario, que ha creado una singular partitura-.

Blanco en blanco es una coproducción hispano-chilena entre El Viaje Films (España) y Don Quijote Films (Chile), que cuenta así mismo con la producción asociada de las compañías Filmkundschafter Filmproduktion (Alemania) y Blond Indian Films (Colombia). El film, que en su fase de desarrollo obtuvo el premio Work in Progress otorgado por Euroimage en el Festival de Les Arcs, ha contado además con el apoyo de MEDIA, ICAA -Ministerio de Cultura y Deporte, World Cinema Fund, Gobierno de Canarias y TEA (Tenerife Espacio de las Artes). Su rodaje fue una auténtica proeza, que se desarrolló a lo largo de cuatro semanas y se dividió en dos etapas: una en el frío e inhóspito territorio de Tierra del Fuego (Chile)  y otra, en Tenerife. 

Saludos, ¡Enhorabuena!, desde este lado del ordenador

Una novela del siglo XIX refleja la versión británica del ataque de Nelson a Tenerife

Lunes, Noviembre 12th, 2018

Rockingham o un hombre de honor se publicó por primera vez en 1840 en Gran Bretaña, donde pronto se hizo muy popular aunque se desconozca a día de hoy la autoría de la novela. Algunos opina que corresponde a una de las tres hermanas Brönte (Emily, Charlotte y Anne) pero otros, como el investigador tinerfeño José Luis García Pérez, sospechan que fue Philippe Ferdinand Auguste de Rohan-Chabot, conde de Jarnac.

La novela en principio no tendría mayor atractivo para un lector de las islas si no fuera porque en la segunda parte –capítulos primero al tercero– se desarrolla íntegramente en Tenerife, en concreto en el valle de La Orotava y el puerto de la Cruz, y en Santa Cruz, donde el protagonista de la obra, lord Edward Rockingham, un guardiamarina enrolado en la escuadra del contralmirante Horacio Nelson, participa en la batalla por la plaza con castastróficos resultados para los británicos. Y sitio, se relata, en el que resulta herido y abandonado por sus camaradas.

Que se sepa y en la todavía pequeña pero cada vez más interesante literatura que se ha escrito sobre aquellos hechos, esta es la primera vez que se conoce que esta historia sea narrada en clave de ficción a través de los ojos del enemigo, así como la primera novela que centró el bautismo de fuego de su joven protagonista en el ataque que saldó una de las primeras derrotas de quien más tarde sería el oficial más condecorado y temido de la marina de guerra de la corona británica.

La obra narra también la historia de amor romántico que nace entre el joven marino convaleciente y la mujer que lo cuida, Dolores Almansa, “supuesta sobrina en la novela del general Antonio Gutiérrez”, escribe García Pérez en la introducción del libro, y por el que obtuvo el premio Investigación Histórica Álvarez Rixo (2000) aunque se publicó al año siguiente con prefacios del periodista y entonces alcalde del Puerto de la Cruz Salvador García; del profesor de la Universidad de La Laguna José S. Gómez Soliño y del investigador Antonio Salgado Pérez.

Rockingham o un hombre de honor destaca en sus capítulos tinerfeños por sus interesantes descripciones de Santa Cruz de Tenerife durante el asalto:

Seguí a mi protector a través de algunas calles angostas y tortuosas…, hasta que por fin alcanzamos una casa ancha y baja, donde entramos juntos… cuando salimos de la casa el día iba muy avanzado. Era la hora de la siesta, y las estrechas callejuelas de Santa Cruz estaban vacías”.

La novela sitúa además al lector en el momento en que es herido el contralmirante Horacio Nelson cuando pretendía desembarcar en la costa santacrucera:

Nelson se apoyó ligeramente en mi hombro al saltar del bote pero, cuando ya había puesto pie en tierra, pesó de improviso tanto sobre mí que no pude sostenerle. Observé que cambiaba con rapidez su espada de la mano derecha a la izquierda y luego se desplomó en el suelo, aun cuando puse a contribución todas mis fuerzas para impedirlo.

Lleno de temor, miré a Thorthon, quien se encontraba a mi lado.

- El almirante está herido –murmuró– y me temo que de gravedad. Tenemos que ayudarle a regresar al bote.arma que se había escapado de sus manos y la reintegré al bote”.

Una vez trasladan a Nelson del campo de batalla al navío Theseus, se puede leer más adelante:

Apenas acababa de pronunciar estas palabras, cuando, sobre las oscuras olas, detrás de nosotros, se elevó un grito salvaje y penetrante… El grito de muerte de doscientos de nuestros más bravos corazones que, alcanzados por un solo disparo cruel, fueron arrojados a su húmeda tumba.

- ¿Qué es eso, Thorthon? -inquirió Nisbert.

– Creo que el Fox se hunde. Hace un instante que aún estaba junto a nosotros”.

El autor, o la autora, de la novela continúa describiendo la lucha encarnizada con timbre envolvente:

El muelle estaba defendido por oscuras masas de enemigos, cuyo incesante fuego escupía sobre nosotros muerte y destrucción, pero nada podía resistirse al furioso ataque de Thorthon. Un cañón después de otro caía en nuestras manos entre entusiastas ¡hurras! Y pronto fue reducida al silencio la batería completa. Pero de nuestra gente habían perecido muchos y, cuando llegamos a la mitad del muelle, un violento fuego de fusilería desde las casas más próximas tornó imposible cualquier intento de seguir avanzando”.

Tras el combate, el fin. En la novela que está escrita en primera persona se puede leer:

La rabia de los españoles se volvió entonces contra mí. Un mulato me propinó un fuerte golpe con un garrote en la cabeza y, mientras caía yo sobre las rodillas y me esforzaba por cubrir el cuerpo de Thorthon, varias espadas y bayonetas se dirigieron hacia mí, y una de ellas me hirió en el brazo. Pero un joven oficial español, que en aquel instante se acercaba, ordenó en tono irritado a sus gentes que se apartaran y, después de rogarme con cortesía que le entregara mi espada, lo cual hice inmediatamente, me invitó a acompañarle mientras daba orden de que el cuerpo de mi amigo fuera levantado y conducido con esmero detrás de nosotros”.

El protagonista de la obra, tras enterrar en el cementerio de Santa Cruz a su camarada de armas, se recupera de las heridas sufridas en La Orotava bajo los cuidados de la señora de Almansa, emparentada con el general Antonio Gutiérrez, un personaje que sale muy bien parado si atendemos a este momento:

En cuanto me sentí restablecido, rogué a don José que me proporcionara oportunidad para ofrecer mis respetos al gobernador, cuya conducta durante los últimos acontecimientos había sido, como averigüé más tarde, altamente noble y digna de encomio. Desde entonces había visitado a menudo a Antonio Gutiérrez, y este me había tomado tanto cariño que un día recibí una carta suya donde me rogaba que me trasladara a Santa Cruz para pasar algunos días en su residencia de gobernador”.

En el capítulo cuarto y con el personaje repuesto ya de sus heridas, el protagonista abandona Tenerife para regresar a su país donde proseguirán sus cuitas amorosas porque Rockingham o un hombre de honor es ante todo una novela romántica victoriana, lo que quizá hizo suponer a algunos que estaba escrita por una de las Brönte y no por el conde de Jarnac.
Sea quien fuere, la verdad es que el autor o la autora se toma muchas molestias en el retrato que hace de Tenerife y pese a muchas inexactitudes, se entrevé que quien la escribió conocía la isla.

Doña Dolores vino luego a mi encuentro. Le causó gran sorpresa mi admiración por los geranios y heliotropos, que allí crecían en cada rincón y en cada rendija entre las piedras, ya que ella los consideraba únicamente como hierbajos y plantas parásitas. Riéndose de mí ignorancia, me enseñó a diferenciar, nombrándolos por sus nombres españoles, el bananero, la higuera, la vainilla y demás nobles productos de esta islas, verdaderamente afortunadas, según el nombre que le dieron los romanos”.

Para el aficionado a la novela romántica victoriana, Rockingham o un hombre de honor responde a las expectativas. Es generosa en páginas y en lances no solo amorosos sino también bélicos si nos detenemos en los capítulos que dedica a lo que en Tenerife se celebra a día de hoy como Gesta.

Con independencia de su calidad literaria, la obra cumple con todos los preceptos que hizo mayor al género en el Reino Unido: historias sentimentales con compleja resolución y galería de personajes que obedecen a los tipos literarios de la época.

En cuanto a descripciones, resalta el color que le pone ¿el autor?, ¿la autora?, al norte de Tenerife:

La villa estaba enclavada en una suave colina, a unos cien pies sobre el nivel del mar, cuyas tranquilas y regulares olas rompían mansamente al extremo del jardín. Algo más lejos se extendían la ciudad y el puerto de Orotava, así como el hermoso valle que lleva su nombre. Sin embargo, lo más importante del paisaje era el pico del Teide que levantaba, majestuoso, su orgullosa cabeza, cuyas nieves eternas desafiaban durante todo el año los ardientes rayos de ese sol”.

Rockingham o un hombre de honor es, en definitiva, otras de esas curiosidades literarias en las que Tenerife es protagonista solo que en esta ocasión la isla y la batalla que se produjo en la plaza de Santa Cruz desencadena una acción donde la isla y por extensión las islas juegan un papel fundamental. Aquí radica uno de los atractivos de un libro que fue redescubierto a las puertas del siglo XXI por el investigador y experto José Luis García Pérez, autor del estudio de la edición que ha llegado a nuestras manos y trabajo por el que recibió el premio José Agustín Álvarez Rixo de Investigación Histórica hace ahora 18 años.

NOVELAS SOBRE LA GESTA DEL 25 DE JULIO

Escritores de las islas han ficcionado con mejor o peor fortuna lo que se conoce como Gesta del 25 de julio. Entre otros autores y novelas se encuentran El fuego de bronce, Entre piratas. El contralmirante Nelson y el general Gutiérrez en las islas Canarias y 1797. Piratas del Atlántico de Jesús Villanueva, Miguel Ángel Díaz Palarea y Luis Medina Enciso, respectivamente. David Galloway también hace referencia de aquellos días en Entre cuevas, que se incluye en el volumen La cueva de las mil momias y Ángel Luis Marrero Delgado describe la batalla sin perder el humor ni la seriedad en el díptico La amenaza de Albión y El leviatán chasqueado.

A modo de curiosidad y de manera tangecial se hace referencia de la batalla en Los apuros de don César, una de novelas de la serie El Coyote de José Mallorquí, y en la que se recuerda que uno de los antepasados del ya legendario personaje se encontró en alta mar con los navíos de Nelson cuando regresan derrotados del ataque a Tenerife. Sobre estos hechos escribió también Luis Cola Benítez, en 1797. Cinco días de julio y con el título de Tigre 1797 Carlos Miranda y Víctor Bidart acercaron esta historia a los más jóvenes mientras que Juan Carlos Mora narró la batalla en la novela gráfica La gesta del 25 de julio de 1797. En cine se han rodado varios documentales, y se refleja también en el episodio 25 de la serie de dibujos animados La historia de Canarias, que realizó la empresa BRB Internacional por encargo del Gobierno de Canarias, que invirtió en ella 478 millones de las pesetas de entonces,

Saludos, criaturas, desde este lado del ordenado

Miguel Delibes escribe y reflexiona con acento paternal sobre Tenerife

Lunes, Febrero 12th, 2018

La relación de Miguel Delibes Setién. (Valladolid, 17 de octubre de 1920 – Valladolid, 12 de marzo de 2010) con Canarias estuvo en manos del destino, y como tal, el canto del archipiélago parece el de una sirena. Llegaba, se iba, volvía a llegar… casi el movimiento de las olas cuando mueren en la arena y en las rocas de la playa.

Castilla, y con honra, es el escenario de la mayoría de sus libros. Así como los hombres y mujeres nacidos y que se han forjado en este paisaje. La Castilla profunda y fría, hermosa pero dura tanto por dentro como por fuera.

Durante la Guerra Civil española prestó servicio, precisamente, en el crucero Canarias, experiencias que recoge en la excelente novela 377A. Madera de héroe y más tarde porque dedicó al archipiélago, y concretamente la isla de Tenerife, uno de los capítulos de Por esos mundos. Sudamérica con escala en las Canarias, y con el que concluye un relato de viajes por Brasil, Argentina y Chile escrito más con nervio periodístico que literario.

Con todo, su visión de Tenerife y por extensión Canarias no deja de resultar interesante sobre todo porque se trata de un retrato de la isla a finales de los años 50.

El paisaje tinerfeño se ha transformado y mucho desde ese entonces, aunque aún conserva ciertos elementos reconocibles sobre todo para los que nacieron en ese Tenerife sin autopista al sur y que en el momento del arribo del escritor y periodista castellano era la zona más pobre y abandonada de la isla.

En el texto, Miguel Delibes pretende en todo momento mantener una mirada distante pero inevitablemente paternal así comoresultar condescendiente con los insulares, carácter que intenta definir en capítulos como El isleño no llora ni aplaude, frase apunta que toma prestada del abogado y erudito tinerfeño Tomás Cruz.

Y escribe: “ese apaciguamiento que descubrimos en el isleño –y que posiblemente para el americano, especialmente para el americano tropical pasa inadvertido– es, cómo no, otro fruto del clima. El clima del litoral tinerfeño es, ya lo hemos dicho, benigno, de una blandura enervante.Todo el que arriba a la isla queda, automáticamente, influido por él. A algunos, incluso, les produce un desequilibrio febril”.

Hasta concluir, más adelante que “el tinerfeño es un ser más bien deprimido, apagado, muy alejado de la exaltación. Mi buen amigo isleño Alfredo Reyes Darias, que se conoce el país de pe a pa (…) me decía en cierta ocasión: El tinerfeño no roba, ni mata; se suicida”,

Es una pena que no sepamos nunca las reflexiones que le sugeriría la isla y Canarias del siglo XXI. Muchas cosas han cambiado para mejor aunque otras parece que para peor.

Miguel Delibes anota también la manera en como tienen los canarios de llamar a España, Península aunque entiende que “este amor es tanto más emocionante cuanto mayor es el desapego del peninsular Hacia sus islas. Si uno, en el curso de la conversación, dice España por Península, el isleño sonreirá comprensivo, pero en lo hondo se dolerá de nuestra ligereza”.

A lo largo del texto, apenas medio centenar de páginas estructuradas en capítulos, Miguel Delibes escribe frases contundentes y con cierto colorido de Tenerife, “isla oxidada”, y sobre el volcán: “El Teide, adormecido, presidiendo majestuoso el agrio contorno de la isla, nos habla de un pasado incierto, de un ayer incensado por el humo de los volcanes y uno comprende que esas rocas detesmpladas, de una calvicie inquietante, constituye los detritus digestivos del Teide, los despojos de su voracidad secular. Tenerife es, pues, una vomitona del Teide, una pura excrecencia volcánica; y ya por el mero hecho de que el gigante duerma, la isla puede considerarse justamente afortunada”.

El escritor y periodista castellano continúa su peregrinar por una isla que lo asombra y que lo conmueve. Una isla que sabe sacar además un sentido del humor que no pretende herir a nadie aunque llame la atención de, precisamente, el canario, objeto del análisis apresurado del viajero.

Su estampa del sur de la isla es desoladora y refleja cómo era el sur de la isla a finales de la década de los 50.

“En el sur reina el patetismo, la aridez, el drama, mas, por ello, precisamente, racata un mayor valor, un interés humano inifinitamente másvivo”. Páginas más adelante escribe que en Santa Cruz de Tenerife le han comentado que “está llegando la hora de la redención del sur y que el sur, con el tiempo, conocerá una era de prosperidad que rebasará la actual prosperidad del norte”.

Este informe más que crónica de viaje, Miguel Delibes no se detiene a describir comidas aunque sí deja arrastrar su pluma en la descripción de paisajes resulta una fotografía interesante de cómo era la isla y en conjunto las islas a finales de los 50, y sirve para darse cuenta de lo que hemos avanzado no sé si como sociedad pero sí en calidad de vida en cuanto a prestaciones técnicas. El acomodo a un sistema de vida, con todo lo que lleva implícito, no hubiera sido del gusto del escritor castellano. Y no porque fuera contrario a las comodidades de la modernidad sino por el precio que había que pagar.
En su itinerario por la isla, resulta de interés el retrato que hace de la capital tinerfeña de aquel tiempo donde las cosas se hacían con otro ritmo: “Santa Cruz da la impresión de una ciudad tropical, no solo por el número, sino por la plasticidad de sus flores”. Más adelante escribe que el sol de la isla “no quema” y que la brisa es una “brisa que no curte”.

Por último le parece llamativo, como a otros viajes anteriores y contempornáeos que las calles de Santa Cruz a las nueve de la noche estén desiertas.

Este misterio, sobre el que también reflexionó Leslie Charteris en El picnic de los ladrones, continúa siendo uno de los enigmas que forman parte del pasado, presente y todo hace sospechar de esta pequeña y agradable capital de provincias.

Saludos, lunes de carnaval, desde este lado del ordenador