Archive for Enero, 2013

¿Me estás hablando a mí?

Jueves, Enero 10th, 2013

LIBROS

* Editorial Roca, en su colección de bolsillo, publicará el 15 de marzo de este año La casa Lercaro, tercera entrega de la trilogía que el escritor tinerfeño Mariano Gambín dedica a la ciudad de La Laguna, y cuyo segundo volumen, El círculo platónico, se puede encontrar en las librerías por este mismo sello editorial. El caso de Gambín no deja de resultar insólito en las letras españolas, ya que es una de esas ocasiones en las que una editorial con el peso y el prestigio de Roca apuesta por el trabajo de un escritor relativamente recién llegado a la república de las letras. Las novelas del escritor son  thrillers eficazmente armados en los que desentraña misterios, salpicados de asesinatos, en la ciudad de La Laguna.

* El salón de actos del MAC (Casa Elder), calle de Robayna, 2, Santa Cruz de Tenerife, acoge este viernes, a las 19 horas, la presentación del libro Razones para la rebeldía, de Guillermo Toledo con la colaboración de Pascual Serrano. El volumen, que será introducido por José M. Castellano, dará pie a un debate moderado por Luis Pérez Serichol. Razones para la rebeldía, editado por Península, está prologado por Julio Anguita.

* Alrevés Editorial publicará en febrero la novela La estrategia del pequinés, del escritor grancanario Alexis Ravelo. Ravelo, que publicó el pasado diciembre en la Editorial Mercurio Morir despacio, cuarta entrega dedicada a su peculiar investigador y jefe de máquinas retirado, Eladio Monroy, se distancia del tono de la serie Monroy para presentar “una novela dura, violenta y crítica”, en la que aparecerán pocos policías. “Es una historia sobre perdedores protagonizada por traficantes, parados de larga duración y prostitutas ambientada principalmente en Gran Canaria”, señala el autor de La iniquidad.

* El mismo Ravelo escribe un atractivo artículos sobre el escritor norteamericano M. A. West en su blog Ceremonias. Admito mi más absoluto desconocimiento sobre el señor West, aunque me entero que es un pseudónimo porque el escritor no quería que se le identificara con quien realmente era. Un caso, por otro lado, habitual en las letras anglosajonas si recordamos a Thomas Pynchon y B. Traven, entre otros. La novela que rescata el creador de Eladio Monroy se titula El viento y la sangre, y se publicó en una edición pulp en los Estados Unidos. Llegó a España en los años sesenta y desde entonces no se ha reeditado. A ver si hay suerte y me la encuentro este domingo en el Rastro.

SERIES

* En cierta ocasión un profesor, que no maestro, me dijo algo así como “más vale tarde que nunca” cuando le entregué un trabajo dos semanas después de haberlo exigido. Resulta curioso cómo recuerdo a aquel profesor, que no maestro, por la frase que me lanzó, cargada de un cinismo disfrazado de ironía mientras recogía aquel puñado de folios mal grapados. Lo mismo me pasa con la revisión que, últimamente, y gracias a la generosidad de un buen amigo, estoy teniendo con las series de televisión norteamericanas que invaden el mercado. Llego tarde a ellas, aunque nunca es tarde si la dicha es buena. Veo ayer el último capítulo de la primera temporada de la serie Boardwalk Empire y se me saltan las lágrimas al pensar que tengo que esperar a que esa misma mano generosa me facilite la segunda y tercera temporada, pese a que sea consciente de que degenerará como degeneran todas las serie de televisión. No obstante, y con los doce capítulos que componen su primera entrega, Boardwalk Empire es un producto que no debería de perderse cualquier aficionado al cine. Y digo bien, cine, porque cada capítulo de esta extraordinaria producción es como una película que va más allá de su personaje protagonista, Nucky Thompson, interpretado de manera magistral por Steve Buscemi. Lo he dicho mil veces, odio el puñetero continuará…

* Por la generosidad de otro amigo, veo también Justified, basada en relatos del gran Elmore Leonard, posiblemente uno de los escritores con mayor éxito, y quizá por ello ninguneado, de la novela negro criminal que nos viene Estados Unidos. Su protagonista, Raylan Givens, está protagonizado por Timothy Olyphant, a quien ya vimos ejerciendo de sheriff en la más que recomendable Deadwood, y en conjunto, la serie capta muy bien el universo literario en el que se mueve Leonard, ruda ironía, mujeres con aliento al cine de Howard Hawks y buenos y malos con matices.

* Una mala noticia para los que nos confesábamos seguidores de la serie Boss, ya saben, ese potentísimo retrato del alcalde de Chicago que interpreta magistralmente Kelsey Grammer, quien nos muestra el otro lado de su registro interpretativo tras hacerme reír a carcajadas con Frasier. La mala noticia es que la han cancelado. Que no habrás tercera temporada, que nos deja –como nos dejaron cuando anunciaron el cierre definitivo de Deadwood, Carnivale–  con la boca abierta.

ADIÓS

* Me entero por el facebook de la Filmoteca Canaria que el pasado 3 de enero falleció la actriz y modelo Patty Shepard, quien hizo su carrera en el cine español como estrella de descacharrantes producciones de terror como La noche de Walpurgis, cinta que vi en su día en el Cinema Victoria, y que dirigió León Klimovsky, así como Un, dos, tres al escondite inglés, primera película de Iván Zulueta, y Timanfaya (Amor prohibido), que rodó en Lanzarote a las órdenes de José Antonio de la Loma.

(*) En la imagen Lon Chaney en El trío fantástico (Tod Browning, 1925).

Saludos, Dashiell Hammett que está en los cielos nos dejó tal día como hoy hace 51 años, desde este lado del ordenador.

¿Es grave, doctor?

Miércoles, Enero 9th, 2013

INTRO

En Navidades me quemo los ojos, entre ese prodigio llamado Boardwalk Empire y una curiosidad británica titulada Submarine, con una triple sesión de cine malo, malo de verdad.

Y es que de vez en cuando me gusta drenar la cabeza, vaciar de ideas enojosas las pústulas que parecen enquistadas en mi centro de mando, el cerebro. Al mismo tiempo, siento mientras veo estas tres majaderías un atractivo regreso al pasado, ese lugar donde la mirada resultaba inocente y de la que hoy ni me acuerdo.

Lo insólito de este peculiar tratamiento de shock al que me someto de vez en cuando es que tiene algo así como efecto sanador: me reconcilio conmigo mismo. Claro que no sé si lo escribo para darme ánimos o con la resignación y la paciencia del santo Job.

El caso es que, hijas e hijos míos, confieso que hay momentos en los que prefiero quedar tumbado en el sofá viendo estas cosas que digiriendo otro cine, digamos de autor que es como se le llamaba antaño, porque necesito ser consciente de la levedad del ser.

La triple sesión consistió en ver tres películas cafres. De cine de barrio del de verdad.

Pero por cafres, de cine de barrio del de verdad, descubro ahora con presuntos ojos de adulto, que me erotizan, que me hacen reír por su inocencia desarmante y, por último, porque son un caos. Un caos desquiciado y quiero entender agradablemente nihilista. Tal y como me siento ahora.

LAS PELÍCULAS


La décima víctima (Elio Petri, 1965).- Está basada en un relato del conocido escritor de ciencia ficción Robert Sheckley, La séptima víctima, y la protagonizan Marcello Mastroianni, aquí hermoso y rubio como la cerveza, y Ursula Andress, que es una señora que a mi, particularmente, todavía me pone contento. La décima víctima es como Los juegos del hambre pero contado en clave deliciosamente pop. También una versión descacharrante de aquellos chistes en los que había un alemán, un francés y un español en un avión… Pero en versión italiana. Es decir, que Marcello encarna con cierta ironía el mito del macho latino y Andress la hermosa frialdad de una mujer nacida y criada pongamos que en Arkansas. Apunto Arkansas porque en la cinta la Andress es ciudadana norteamericana y no suiza, que es de donde originalmente procede esta sirena hermosa y rubia como la cerveza. Llevaba tiempo detrás de esta película. Lo apunto porque en su momento leí el relato de Sheckley, y el relato disfrutaba aún de grata memoria en mi cabeza pese a que no he vuelto a releerlo. Las expectativas, pero estas cosas pasan, resultaron frustrantes. La décima víctima de Petri no hay quien la aguante, aunque quien ahora les escribe la aguantó gracias a la Andress. Tiene cosas interesantes, y un espíritu crítico graciosillo, pero detrás de la carne de la Andress  y de Elsa Martinelli, que también interviene en esta distopía, no hay esqueleto. No hay nada salvo, ya digo, ideas que entre tanta tontuna se te quedan clavadas en el cerebro. Es la última que veo en esta sesión de cine con trascendencia cero.

El Apocalipsis del planeta de los simios (Kiyo Sumi Fukazawa, Atsuo Okunaka, 1974).- Fue una sorpresa encontrarme esta cinta en una de esas tiendas de dvd usados. No conocía esta versión nipona de la serie El planeta de los simios, y como soy aún un aficionado confeso que no se cansa de ver la primera y la cuarta entrega, y un mosqueado espectador del remake perpetrado por Tim Burton (¡¡¡no pongas tus sucias manos sobre El planeta de los simios, Burton!!!) y de la interesante El origen del planeta de los simios (Rupert Wyatt, 2011), me hago con esta chiripitifláutica reinterpretación de los monos con entusiasmo infantil. La cosa, una vez vista, resulta demoledoramente lobotomizadora y pese a que uno le perdone la falta notable de presupuesto, no sabe si darle patadas al televisor u otra cosa. Al final termina ganando la serenidad y me la trago como quien se traga una cucaracha. Y comprendo, a medida que veo El Apocalipsis en el planeta de los simios que también puede haber un chispazo de inteligencia en productos aparentemente de encefalograma plano. No sé si es porque fue después del día de Reyes, no sé si es porque estoy viviendo en estos momentos bajo el signo de capricornio, pero me pongo serio en la última parte de esta película que termina pareciéndose así, de pronto, como quien no quiere la cosa, a 2001: una odisea del espacio proponiendo una cuestión a sus cuatro protagonistas humanos con esa mala, pero mala hostia, que caracteriza a los hijos del país del sol naciente. Dos frases, entre otras grandes frases, de esta pequeña obra maestra del cine del extrarradio: “La venganza es buena” y “el único simio bueno es el simio muerto.” (1)

El gorila ataca (Paul Leder, 1976).- He aquí otra de esas películas que se sacaron de la manga para intentar continuar explotando el filón iniciado por King Kong, cuya primera versión cumple este año su ochenta aniversario. Lo mejor del filme de Leder es su actriz protagonista, Joanna Kerns, aquí, en la película, con el pseudónimo de Joanna DeVarona; y lo peor, pero también de lo mejor, el gorila gigante que hace cortes de manga, destroza media Corea del Sur como si fuera una máquina de guerra enviada por sus hermanos del Norte, le da tiempo de partirle la mandíbula a un tiburón igual de grande que él –y sin que se nos explique el porqué–, y ridiculizar al ejército estadounidense con un oficial que parece sacado del mismo frenopático que esta película que uno, al final, no sabe si tomársela como la gigantesca broma que es o como la también gigantesca tomadura de pelo que es.

FINAL

Que tras esta sesión de confesa cinefilia cinéfila llego a una inquietante conclusión: “Es difícil reponerse de una infancia infeliz, pero puede resultar imposible reponerse de una infancia protegida.” (Frédéric Beigbeder, Una novela francesa)

(1) En los extras, quizá lo mejor del dvd donde viene El gorila ataca y El Apocalipsis del planeta de los simios veo el avance de El planeta de las simias, versión hard porno de… El planeta de los simios. Solo puedo asegurar una cosa: excelente el maquillaje.

Saludos, ¿es grave, doctor?, desde este lado del ordenador.

Goyas 2013: No Lo Imposible sino Lo Posible…

Martes, Enero 8th, 2013

Escasa la presencia canaria entre los nominados a los Goya 2013.

En diseño de vestuario podría llevarse el cabezón que representa el busto del inmortal pintor aragonés, el lanzaroteño Francisco Delgado (Blancanieves).

En cortometraje de ficción, Voice Over, dirigida por el madrileño Martín Rosete y coproducida por la empresa canaria Volcanofilms es el otro título que participa en la que dicen es la gran fiesta del descacharrante, chiripitifláutico cine español.

Una pena, porque en la categoría de documental se presentaban dos trabajos producidos y realizados en esta tierra abandonada de las manos de los dioses que merecían haberse colado en la lista de nominados. Me refiero al arriesgado Cubillo: Historia de un crimen de Estado y Taro. El eco de Manrique, de Eduardo Cubillo y Miguel G. Morales, respectivamente.

Da la sensación, repasando los nombres que reproduce el listado Goya 2013 que el cine español, más cautivo y desarmado que nunca, regresa a sus cuarteles de invierno. A esa endogamia que tanto mal le ha hecho a una industria que pide auxilio por señas ante lo inevitable. Claro que, quién sabe, quizá espera Lo imposible, que ha sido la película taquillera (taquillazo) del año pasado en este país que anda igual de desnortado/noqueado que los protagonistas del filme de Juan Antonio Bayona.

Lo imposible compite con Blancanieves, el excelente policíaco Grupo 7 y El artista y la modelo. Los directores que han hecho posible estas cuatro películas también optan al cabezón diseñado por José Luis Fernández. Me refiero, respectivamente, a Pablo Berger, Alberto Rodríguez y Fernando Trueba.

Para dar sensación de que el cine español es global, y no de provincias, destaca en el apartado de mejor actriz y actor de reparto la presencia de Naomi Watts y Ewan McGregor, que como todo el mundo sabe son naturales de Guadalajara. Y en actor revelación, Tom Holland, que nació en algún lugar sin determinar entre Pinto y Valdemoro. No puedo olvidar al genial Jean Rochefort, al que le gustan las judías con chorizo.

Ahggg, que serían de los Goya sin sus contradicciones. Si es que por hacer, le hacen sombra hasta a los Oscar de Hollywood.

¡Qué tiemble pues la Meca del Cine!

Madrid podrá ser un pueblo pero resiste.

¡No pasarán, que para algo el cine español se nos ha vuelto global!

Ahora, hijos míos, tendremos que esperar a la gala.

Aguantar los chistes malos de esa aspirante a dominatrix que es Eva Hache y soportar estoicamente con unas sonrisa los agradecimientos de los ganadores.

Me pregunto si este año, por aquello que nos (des)gobierna el PP, los hombres y mujeres del cine español (Spanish cinema, a partir de ahora) montarán una de las suyas o se quedarán tranquilamente sentados en las butacas mientras se emborrachan con el tufo de sus perfumes…

Yo apuesto por una gala más de casa, más de pueblo, más a los Bienvenido Mr. Marshall que nunca por aquello de la crisis,

Y mucho me temo que eso no será Lo imposible sino Lo Posible.

El otro día, en una de esas interminables comilonas navideñas no supe que responderle a un sobrino cuando me soltó que él no perdía el tiempo viendo cine español.

- ¿Pero has visto Lo imposible?

- ¿Y tú?-me respondió el muy gañán.

Saludos, reivindicando unos Goyos al ninguneado cine que se hace en Canarias, desde este lado del ordenador.

Morir despacio, una novela de Alexis Ravelo

Lunes, Enero 7th, 2013

La verdad es transparente y no se ve, la mentira es opaca y no deja pasar la luz ni la mirada. Eso fue lo que pensó Monroy: la mentira es opaca, la verdad transparente.”

(Morir despacio, Alexis Ravelo)


Resulta cuanto menos curioso. Es la segunda novela que leo, de las cuatro que el grancanario Alexis Ravelo dedica a su peculiar investigador Eladio Monroy, y siento que ya conozco a su jefe de máquinas retirado. También a los actores secundarios que se mueven a su alrededor.

Morir despacio (Mercurio Editorial) cuarta entrega de la serie Monroy, no se lee entonces sino que se recibe con los brazos abiertos, como cuando te encuentras con un viejo y apreciado amigo al que hace tiempo no ves pero que continúa siendo el de siempre.

Esta, a mi juicio, es una de las virtudes de Morir despacio. Y esta, a mi juicio, es una de las virtudes de Alexis Ravelo: conseguir que Eladio Monroy y su mundo forme parte de mi mundo.

La escritura de Ravelo es transparente y muy sencilla. Se mastica bien, y se digiere mejor. Se le puede criticar, en todo caso, su trama. El meollo que obliga a Monroy a volver a la calle, pero tiene truco. El truco es escribir un relato que pueda seguir toda clase de lectores y no solo los que se han especializado en devorar este tipo de literatura.

Un aviso pues a los hard del negro criminal, esta no es una novela de nudos y más nudos que se van desenredando a medida que se llega al apoteósico final. No, esta es una novela con un solo lazo, bueno quizás dos, donde lo que importa más que el trabajo de investigación que emprende Monroy, es la atmósfera. El aire, en ocasiones enrarecido, que respira Monroy.

La novela tiene así los pies sobre la tierra. Y la atmósfera en la que se desarrolla la investigación ecos que, desgraciadamente, son actuales como la reforma del mercado laboral, la crisis y una capital de provincias, Las Palmas de Gran Canaria, sumida no ya en su característica panza de burro sino en esa calima que de tanto en tanto invade los aires de esta comunidad autónoma con presunto seguro de sol.

En Morir despacio, como Los tipos duros no leen poesía, Ravelo arremete contra el poder y los instrumentos que maneja ese mismo poder. No sale bien parado, en este juego de verdades y mentiras, la prensa. El dibujo que hace el grancanario del director de un periódico digital, Canarias al minuto, puede estar inspirado en este sentido en un modelo real. A mi se me ocurre algún nombre. Como se me ocurren otros nombres con otros secundarios que intervienen en esta novela en la que al final, afortunadamente, se hace justicia aunque la justicia signifique una victoria pírrica contra el sistema.

Las Palmas de Gran Canaria es también protagonista de la novela, aunque más que la capital lo sea el añadido de la calima, el agobiante polvo en suspensión que Ravelo sabe describir con destreza, casi como si se tratara de otro personaje más de Morir despacio.

La pátina caliginosa cubría Las Palmas de Gran Canaria con alevosa nocturnidad, los vientos africanos habían transportado la calima hasta la isla durante el domingo y depositándola sobre la ciudad de la luz y de los despojos. El lunes, al amanecer, se había precipitado ya sobre el paisaje: capa de polvo amarillento lo cubría todo, empobreciendo colores, deshaciendo en una nebulosa unánime los contornos de edificios, muebles urbanos, semáforos y automóviles. De haber tenido la posibilidad, los habitantes de la ciudad se hubieran quedado en casa, escondidos en un cuarto en penumbra, con un ventilador y una botella de limonada cerca, soñando con una lluvia mansa e incesante que limpiara el aire y se llevara el polvo hasta el mar.”

La nueva novela de Eladio Monroy es otra novela de Eladio Monroy. Verdad es que el personaje resulta más seguro de sí mismo, más operativo en las manos del escritor, pero no decepcionará a sus seguidores porque, como ya he escrito, es otra de Monroy. Y en las novelas de Monroy las muertes pasan a un plano secundario. Se menciona en el texto de refilón, a modo de fatal desencadenante de la acción.

Lo que interesa al autor es dotar de atmósfera un relato que, ya dije, no tiene demasiadas  complicaciones. Es lo que se espera de Monroy, por lo que Ravelo no se sale del esquema.

Aunque pienso que se trata de una novela en la que hay más del escritor que del propio protagonista, Eladio Monroy.

El final de Morir despacio tiene así aroma de toma de conciencia.

Es decir, que el jubilado jefe de máquinas se confunde en una muchedumbre que se manifiesta y protesta. Horas antes, Monroy ha desenmascarado una de las grandes fortunas de la isla, la de un hombre que se hizo a sí mismo, con el amargo sabor de la victoria en la boca.

Escribo amargo porque, como apunté antes, sabe que se trata de un triunfo pírrico aunque sin hombres como Monroy no existirían estas pequeñas victorias.

El poderoso, Marcial Navarro Lorenzo, la mano siniestra que dirige como títeres tanto a políticos, con independencia de cual sea su partido, como al resto de los que se han convertido en sus marionetas, ha hecho fortuna con una empresa de seguridad. Curiosa e inquietante lectura, porque ese pequeño ejército privado gestado y alimentado por la corrupción, podría algún día ser una realidad no solo en este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

Así se describe Navarro Lorenzo: “Sí. Se deja que no ha nacido hijo de puta capaz de joderme. Si se informó de verdad sobre mí, sabrá cómo empecé: vigilaba coches por la noche en la calle y, cuando ya daba la madrugada, me iba a Mercalaspalmas, llenaba un furgón con fruta y la vendía por los mismos barrios que me pateaba por la noche. Sé lo que es partirme el lomo y sé lo que es no tener dónde caerme muerto. Desde chico aprendí que nadie te va a regalar nada, que lo que tengas en la vida te lo vas a tener que ganar tú y que solo hay un objetivo en esta vida que valga la pena: que a tus hijos no les falte nunca de nada. Y, si para conseguir eso, hay que pisarle la cabeza a quien haga falta, se le pisa la cabeza y punto y pelota. Yo no soy hipócrita, Monroy. Yo soy un tío que se crió en la calle y sabe lo que es el sudor. No tengo estudios ni tengo modales finos. Solo tengo dinero. Pero, teniendo dinero, ¿para qué necesito los modales y los estudios?

Eladio Monroy mientras tanto investiga, almuerza y cena, tontea con su novia, cuida su relación con su hija, amante de las causas perdidas y lee –tendré que conseguir el Diccionario jázaro de Milorad Pavić, una de cuyas citas abre este volumen: “La verdad es transparente y no se ve, la mentira es opaca y no deja pasar la luz ni la mirada”– mientras manifiesta su interés por los libros, algunos de los cuales ya hemos hecho referencia en este mismo blog:Volvió a entrar y novelereó los libros de la estantería, donde abundaban las ediciones de bolsillo de Terry Pratchett y las sagas de fantasía épica y ciencia ficción, junto a algunas novelas policíacas. Solo había un libro canario, Si le digo le engaño, de Carlos Álvarez. Monroy no lo había leído, pero, por lo que sabía, iba sobre dos tipos que salían a pescar y volvían con cien kilos de cocaína de la mejor calidad. Buena pinta. Tendría que pillarse un ejemplar.”

Me recuerda también Morir despacio al mejor Charles Williams en los capítulos finales de la novela. 

Quien haya leído a Williams sabrá porqué lo digo, quienes no lo hayan leído se lo pierden. Esas cosas pasan.

Baste avanzar que Charles William trasladó al mar muchas de sus historias negro criminales. Y Ravelo traslada al mar la que quizá sea, a mi juicio, la mejor escena de su Morir despacio.

Un duelo en el que dos hombres frente a frente, en una barca que flota en la inmensidad del océano, se ven las caras. El diálogo resulta de cine mientras la tensión crece.

A mi me recordó a El arrecife del escorpión, a Calma total.

Y es en estos capítulos donde encuentro al mejor Alexis Ravelo, donde aprecio su vigoroso pulso narrativo pese a que esté constreñido por el universo de Eladio Monroy.

Un Monroy que en esa barca adquiere insólita doblez.

O lo que podría ser su reverso tenebroso.

Saludos, un lunes extraño, desde este lado del ordenador.

El que avisa no es traidor, malditos bastardos: ¡No ensuciéis el buen nombre de John Steinbeck!

Domingo, Enero 6th, 2013

Así aprendió Arturo la lección que todos los caudillos aprenden con perplejidad: que la paz, y no la guerra, es la que destruye a los hombres; la tranquilidad, y no el peligro, la madre de la cobardía; la opulencia, y no la necesidad, la que acarrea aprensiones e inquietud.”

(Los hechos del Rey Arturo y sus nobles caballeros. John Steinbeck)

Entre los escritores a los que se agrupa en eso que se conoce como generación perdida tuve debilidad confesa por Ernest Hemingway, el delicado y quebradizo Francis Scott Key Fitzgerald y John Steinbeck, un escritor a quien siempre recurro cuando la torre de marfil en la que me encuentro parece agrietarse por los embates de la realidad.

Sin embargo, hubo un libro de Steinbeck de obligada lectura en mis años de aprendizaje, La perla, que no fue uno de esos títulos que me marcaron del escritor, como tampoco lo fue El viejo y el mar de Hemingway pero sí El gran Gastby de Fitzgerald.

Cosas de la vida.

Cosa de entendederas…

Si hay un libro de Steinbeck que supuso para mi algo así como un disparo de nieve, una luz cegadora fue Los descontentos (The Winter of our Discontent) que fue la última de las novelas escritas por el celebrado autor de Las uvas de la ira.

En este libro, como en otros de Steinbeck, no se cuenta nada especial aparentemente, aunque en este libro, como en otros de Steinbeck, lo que importa es observar el paso de las cuatro estaciones por sus protagonistas.

Observar, ya saben, cómo van creciendo, y empequeñeciendo también, los personajes a medida que la historia avanza hacia su inevitable final.

Steinbeck tiene mucho más títulos, la mayoría de los cuales se desarrollan en el valle de Salinas, California, que podría constituir para los maniáticos una especie de territorio literario real, no ficticio, no mágico, que espero conocer alguna vez si la buena suerte me acompaña…

Escritor de extraña actualidad por los tiempos que nos ha tocado vivir, Steinbeck fue, de alguna forma, el gran cronista de los duros años de la depresión.

Cito de memoria su extraordinaria De Ratones y hombres y Las uvas de la ira, un novelón de más de mil páginas que fue llevado al cine con sensible emoción por otro gigante, John Ford.

Destacaría también Tortilla Flat, El autobús perdido, Al este del Edén, La luna se ha puesto y los libros donde recoge sus experiencias como periodista durante la II Guerra Mundial, Hubo una vez una guerra, o su sentimental itinerario existencial, dietario de viaje que es, precisamente, Viaje con Charlie en busca de América.

Steinbeck me acercó también al mundo de los piratas con La taza de oro, una ficción histórica basada en la vida de Henry Morgan y a la legendaria Camelot en su imprescindible Los hechos del rey Arturo y sus nobles caballeros, donde recuerda en su hermosa introducción: “Hay muchas persona que olvidan, cuando crecen, lo mucho que les costó aprender a leer. Quizá se trate del mayor esfuerzo emprendido por un ser humano, y debe afrontarlo cuando niño. Un adulto rara vez sale triunfante de esa empresa, la de reducir la experiencia a un orbe de símbolos. Los seres humanos han existido durante mil millares de años, y solo han aprendido esta artimaña –ese prodigio– en los diez últimos millares de los mil millares.”

Por ello, y expuesto mi profundo cariño, mi profundo aprecio con el señor Steinbeck me sorprende, y me desagrada también,  leer esta misma mañana de Reyes Magos de Oriente un artículo en el que se afirma que John Steinbeck, que obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1962 “por sus obras realistas e imaginativas”, lo recibió porque “no hubo nada mejor.”

¿Nada mejor?

En la terna de ese año se encontraban, entre otros escritores ¿menores?, Robert Graves, Karen Blixen y Lawrence Durrell

En fin.

Nunca he confiado en los premios Nobel de Literatura. En mi biblioteca, de hecho, destacan por su ausencia.

O mejor, me grita Señor Ojo borracho perdido y apestando a ginebra barata, “en tu biblioteca son pocos los escritores que han sido distinguidos con el famoso premio que lleva el apellido del inventor de la dinamita.”

John Steinbeck, en su discurso de agradecimiento tras recibir el goloso galardón, afirmó: “En mi corazón puede que haya duda de si merezco el Premio Nobel en vez de los otros hombres letrados por quienes siento respeto y reverencia”.

Y pienso, mientras Señor Ojo asiente engullendo otro vaso de ginebra, que lo dijo el autor de Las uvas de la ira, Los descontentos, De ratones y hombres, Tortilla Flat.

Sacudo la cabeza en un año que apenas ha consumido sus primeros latidos de vida.

Y soy consciente que no es cabreo sino indignación lo que me motiva a escribir estas líneas apresuradas en un día en el que se debe repartir regalos.

Señor Ojo, generoso, me alegró hace apenas una hora la tarde con una botella de ginebra barata que ahora mismo está liquidando mientras suelta eructos, se rasca la barriga y da tumbos por el salón de la cueva.

- ¡Cuide ese estómago!- Le grito a Señor Ojo, que hace como que no me oye mientras perfuma el salón con sus ventosidades.

Aguanto entonces la respiración y las desordenadas ideas se aclaran.

- ¡Ya sé a quien entregar el carbón con el que me desperté esta mañana!- exclamo mientras respiro el aire enrarecido de la habitación.

- ¿Eh?.- pregunta Señor Ojo.

- ¡¡¡No ensuciéis el buen nombre de John Steinbeck!!!

- ¡¡¡Veinte Premios Nobel!!!-Responde Señor Ojo tirando al suelo, donde se rompe en pedazos, la botella de ginebra barata.  

(*) Una fotografía con mucha miga. En la imagen el presidente Lyndon B. Johnson saluda al hijo de John Steinbeck. Steinbeck es el hombre con barba luciferina que observa ¿inquieto? a L.B.J.

Saludos, suena de fondo Lucky Thompson, desde este lado del ordenador.

Junio, una novela de Esther Terrón Montero

Viernes, Enero 4th, 2013

Tal vez como consecuencia de mi estado de sopor permanente ayer volví a perderme buscando el apartamento. Cuando me pierdo pienso: si encuentro la autopista estoy a salvo, si tomo la salida 78 llego a casa, pero temo que algún día me falle el truco. Cada vez es más difícil, cada vez es más difícil orientarse sobre un territorio en cambio continuo. “Debería hacerme con una carta celeste”, pienso a veces con una ironía no exenta de dramatismo. Hoy he visto un palmeral que ayer no estaba.”

(Junio, Esther Terrón Montero, colección Tid, Ediciones idea)

La rutinaria historia de una profesora que trabaja de lunes a viernes en un instituto localizado en el sur de una isla que podría ser cualquier isla aunque se sospeche que es Tenerife sirve de sustancia literaria para que Esther Terrón Montero debute con Junio en el panorama de las letras que se escribe en y desde Canarias.

Un título atípico, de todas formas, dentro de esa extraña república, porque en apenas unas doscientas páginas su autora ofrece una radiografía de la soledad y también de la resignación que descoloca, inquieta y también desarma. Un libro, Junio, que pese a sus irregularidades, tiene sello, autoría, así como un vigoro pulso narrativo que me hace sospechar el feliz nacimiento de una escritora cuya voz habrá que seguir atentamente en unos tiempos donde lo que se escribe carece, mayoritariamente, de voz.

Junio es una novela sobre el asombro y las apariencias, también la frustración en la que Terrón Montero explora en ocasiones con un notable y agudo sentido de la ironía, acerca de un individuo que observa una realidad cambiante, algo cínica y canalla también, desde dentro.

Se asiste así en Junio a un inquietante proceso de descomposición interna con mirada entomológica. Una mirada que, a mi juicio, compartimos muchos con independencia de cual sea nuestro sexo. Al mismo tiempo, se asiste al descubrimiento de una escritora a la que le interesa más indagar en la resignada metamorfosis que devora a su protagonista que a los elementos que giran como satélites a su alrededor.

Junio es una novela que cala por su inevitable desesperanza. También sobre el no movimiento. Una novela que si bien puede denunciar que vivimos en un mundo sin valores cuyo espectro se materializa en un paisaje en continúa transformación, como apunta la contraportada del libro, va más allá de estas señas de identidad que, más que orientar, quizá pudieran desorientar a un lector que llega a un texto en el que su protagonista termina finalmente disolviéndose con el entorno.

No hay redención en Junio sino un desesperado canto a la nada en el que habita una violencia soterrada donde su protagonista –voyeur, la mujer que mira pero que no interviene– asume su papel en un territorio en continua transformación y que termina por arrollarlo todo.

Las descripciones que Terrón Montero hace de esa autopista por la que transita casi parece como el itinerario diario hacia la antesala al infierno. O al menos a un purgatorio en el que solo se estimula la inutilidad y el fracaso. Ideas que la autora materializa en esa frustrante grieta que separa a dos mundos radicalmente opuestos: profesores y alumnos. Dos universos, curiosamente, tan parecidos pese a todo en su torcido y materialista sentido de la realidad.

Estos son solo algunos de los mejores momentos de un libro que, quien sabe si con intención de desdramatizar, añade también escenas con cierto aliento absurdo que en el relato, ignoro si voluntaria o involuntariamente, terminan por ser algo así como oasis, fuentes en la que parece que su protagonista se abastece para continuar con una existencia que solo brilla, y con destellos en blanco y negro, en la descripción –que incluye fotografías– de un viaje realizado a París, ciudad conocida paradójicamente como de La Luces.

Junio es una novela que genera desasosiego. Una novela donde la asfixia que sufre su protagonista araña también el ánimo del lector.

Una novela que transita por diferentes callejones –tiene algo de policíaco, pero que no determina el relato; tiene algo de fantasía absurda pero que tampoco determina el relato–  para confluir, finalmente, en un único camino, en una única autopista cuya ida y vuelta casi parece una condena existencial, un infierno en la tierra que el individuo asume con resignada soledad.

Entiendo así Junio como una novela sobre el pánico. Pero no tanto sobre el pánico ante la vida y sí ante lo que se ha convertido nuestra vida: una sucesión de rutinas que termina haciendo todos los días más o menos iguales.

Pese a que Junio sea una novela que no termina por encontrar su equilibrio y tampoco sus ambiciones, los momentos que contiene, la descripción valiente y sin pudor que hace de su protagonista y del miserable universo en el que se mueve, hace que estemos ante un título que va más allá del simple relato. Casi parece, en este sentido, un grito de alarma, un grito de advertencia. Un SOS que se pierde en esa autopista que parece que todos los días nos lleva al mismo sitio. Al mismo lugar. A repetir lo de siempre hasta el inevitable final.

A veces tengo la sensación de que el instituto es una imagen televisiva sin sonido. Desde luego no es porque no lo oiga, sino porque la temperatura, el olor a linóleo refrigerado y la visión de los chavales bamboleándose por los pasillos se me hacen piezas incongruentes.”

Saludos, todo cambia, nada permanece, desde este lado del ordenador.