Archive for Abril, 2013

Contra las cuerdas, una novela de Susana Hernández

Lunes, Abril 22nd, 2013

“El simple hecho de trabajar en domingo, doce horas seguidas, ya era un suplicio. Si se le añadía la inquietante probabilidad de que Virginia aprovechase la ocasión para echar una de sus habituales canitas al aire, la pesadilla cobraba dimensiones demoníacas. No dejaría de hacerlo, la infidelidad formaba parte de su forma de ser y entender las relaciones, y Aina no podía luchar contra eso, era como golpearse la cabeza contra un frontón, un ejercicio doloroso, absurdo y agotador.”

(Contra las cuerdas, Susana Hernández, colección Serie Negra, Alrevés)

No conozco muchos casos en la novela negra escrita en España donde se de la voz a los que se encuentran al otro lado de la ley.

El género que se cultiva en este país, un país, que si de algo puede presumir es por su tremebundo individualismo, prefiere de momento escoger a parejas de policías nacionales y guardias civiles, también a detectives privados que bordean el lado salvaje de la vida antes que explorar otras rutas narrativas por la que sí anduvieron los grandes clásicos norteamericanos en ocasiones con resultados insólitamente líricos.

Pienso, cuando escribo estas líneas, en la ebria lucidez de David Goodis, en el arrollador canto crepuscular que caracteriza algunos de los títulos de William R. Burnett o en la crudeza, física y espiritual, que caracteriza todo el corpus literario de ese gigante del arroyo que fue Jim Thompson. Edward Bunker es un caso aparte en una lista que es muy larga y en la que sus miembros se preocuparon por reflejar en sus escritos la complejidad del perdedor. Una forma de entender la vida que no explora por el momento con demasiada fortuna la novela negra que se escribe en España, género que se ha acomodado en una serie de protagonistas vulnerables, sí, pero poco dados a torcerse.

Manteniéndose regular a los preceptos que en la actualidad definen el género en este país, la irrupción de la escritora Susana Hernández ha sido recibida con aplausos porque se trata de una mujer que explora con nervio las aguas de una novela, la negra, hasta el día de ayer mayoritariamente masculina, aunque cuente con ilustres precedentes; también porque las protagonistas de dos de sus títulos son subinspectoras, Miriam Vázquez y Rebeca Santana, y que la escritora dio a conocer en la primera entrega de lo que promete ser una serie, Curvas peligrosas.

La nueva aventura de Vázquez/Santana se titula Contra las cuerdas, título de la colección Serie Negra de la editorial Alrevés, una novela en la que su mayor virtud es el estilo directo, modelo sujeto-verbo-predicado, que caracteriza el estilo de su escritura, y que encaja a la perfección en una historia que va creciendo a medida que se devoran sus páginas y a medida que el lector va empapándose de las vidas de sus dos protagonistas, más de Rebeca Santana que de Miriam Vázquez, mientras persiguen a un violador y asesino serial que la prensa ha bautizado como El violador del cuchillo.

Si hay algo que me ha llamado poderosamente la atención de Contra las cuerdas, y ya estoy tardando en leer Curvas peligrosas, es la capacidad que tiene Hernández para que en ningún momento la trama estrictamente negrocriminal esté por encima de las relaciones privadas que mantienen sus dos protagonistas. Relaciones privadas que aportan mucha sustancia al retrato de unos personajes que saben a creíbles y que poseen –más una que la otra– una idea muy clara de qué es eso del amor. Logra, además, que como lector me implique emocionalmente con ellas. Tanto, que maldiga todavía entre dientes ese final abierto que deja la autora y que como es natural no voy a desvelar.

Contra las cuerdas es también más que una novela urbana y de escenarios, una novela de y sobre personajes. Personajes con sus contradicciones, pero que también han aprendido a endurecerse por desempeñar un oficio crudo y difícil como es el de ser policías. En este sentido, resulta muy llamativo la variedad de personajes que aparecen en esta novela que revela a una escritora que, afortunadamente, se aparta del sendero plagado de ilustres e ilustradas damas del crimen, para hundirse en las complejas aguas de la literatura negro criminal. Un género preocupado más por ser crónica social de su tiempo que en la solución de un asesinato.

En definitiva, Contra las cuerdas es una novela que no decepcionará, y un título en el que se muestra como se maneja, y muy bien, una escritora que tiene sentido del tiempo y que en ocasiones parece incluso que escribe como si de una ametralladora se tratara.

Esa capacidad y su preocupación por dotar de grasa a sus protagonistas son elementos más que suficientes para anotar con letras mayúsculas el nombre de Susana Hernández en la lista de escritores de cabecera de los negro criminal que hoy por hoy se prodigan en España.

Saludos, revólver en mano, desde este lado del ordenador.

Cien números con La Página a cuesta

Domingo, Abril 21st, 2013

El primer número de la revista La Página apareció en noviembre de 1989. Incluía, entre otros, varios artículos en torno al escritor Luis Mateo Díaz y mucha gente pensó en aquellos momentos que la publicación, elaborado en la isla de Tenerife, tenía nada más nacer los días contados.

Ha llovido mucho desde entonces.

Tanto, que La Página celebra estos días la aparición de su número 100 con una recopilación de los mejores textos que a lo largo de estos últimos veinte años han ido apareciendo en la revista.

Un volumen en formato libro con más de quinientas páginas para conmemorar una iniciativa que no lo ha tenido fácil, y que procuró siempre mirar hacia fuera sin renunciar a mirar hacia dentro en lo que ya es su destacable historia.

En todo este tiempo, la revista ha sufrido diversas modificaciones, también cambio de formato a partir de 2006, cuando el huracán de la crisis comenzaba ya a soplar con demasiada intensidad en nuestra realidad por aquel entonces nada espartana.

Los recortes y adaptarse a la nueva realidad obligaron, explica el director de la revista, el escritor y profesor Domingo Luis Hernández, alterar algunos de sus contenidos.

En este sentido, explica, se tuvo que sacrificar los trabajos de creación literaria que pasaron a integrar la apuesta editorial que comenzaba La Página a poner en marcha, y se procuró respetar los monográficos, así como las reseñas en la revista.

En estos más de veinte años de existencia, La Página ha procurado además reivindicar las letras que se escriben en Canarias.

Es de resaltar así, el amplio estudio que le dedicaron al escritor Isaac de Vega. Un número que despertó el interés de la competencia. Entre otras la del equipo que elabora Quimera, quien meses más tarde dedicaría un trabajo amplio centrado en el autor de Fetasa y Carpanel, entre otras novelas.

La Página, que se edita tres veces al año, dedicará coincidiendo con el centenario de la muerte de José Viera y Clavijo un número en el que se ocupará de su figura. Los últimos, están dedicados a estudiar al escritor Agustín Espinosa, El crimen de Crimen (número 98/99) y Antonio Tabucchi (número 97).

En unos días donde todo lo que suene a cultura hace sacar el revólver a nuestros representantes públicos, La Página no se rinde.

No cuentan hoy con el respaldo económico del Gobierno de Canarias aunque sí de una pequeña aportación del Cabildo de Tenerife y una subvención de la Secretaría de Estado de Cultura, del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes.

Domingo Luis Hernández achaca el ninguneo del Ejecutivo regional a la ceguera de las instituciones canarias, aunque no olvida que La Página durante varios años obtuvo generosas subvenciones de ese mismo Gobierno canario que por los vaivenes y cambios de responsabilidad en los distintos departamentos autonómicos terminaron por pasar de ella.

Eso explica que, a mi juicio, la publicación de este número 100 sea algo así como un milagro.

Más si tenemos en cuenta que en sus buenos momentos llegaron a editarse de esta revista cerca de seis mil ejemplares, tirada que hoy apenas araña el millar y que reparte por librerías y centros una distribuidora, UDL LIbros, desde Madrid.

Pese a todo, y con la que nos está cayendo, Domingo Luis Hernández reivindica la línea que ha seguido La Página a lo largo de estos veinte años de vida.

“Fuimos de los primeros en estudiar el feminismo y la marginalidad en la literatura”, se apresura a explicar con una velocidad verbal que, si no se le conoce, abruma al mismo tiempo que desconcierta.

La Página, añade, ha procurado siempre mantener un espíritu de divulgación y pensamiento que, sostiene, se ha convertido en una de las señas de identidad de la publicación.

Publicación de cuyo número se siente más satisfecho, cuando se le pone en el compromiso de escoger uno solo, pero uno solo de los cien números publicados, “el dedicado al cineasta ruso Andréi Tarkovski.”

Lo que me hace pensar que si bien de Tarkovski se cita siempre sus películas más complejas y profundas si entendemos la complejidad como un conjunto de arcanos que apenas dicta nada al no iniciado, se olvida casi siempre de una de sus primeras y poéticas películas: La infancia de Iván.

A modo de curiosidad, cuando se le solicitó en abril de 1972 que elabora una lista con sus diez películas favoritas los títulos escogidos por el cineasta fueron:

Diario de un cura rural (Le journal d’un curé de campagne, 1950) de (Robert Bresson)

Los comulgantes (Nattvardsgsterna, 1962) de (Ingmar Bergman)

Nazarín (1958) de (Luis Buñuel)

Fresas salvajes (Smultronstllet, 1957) de (Ingmar Bergman)

Luces de la ciudad (City lights, 1930) de (Charles Chaplin)

Cuentos de la luna pálida (Ugetsu monogatari, 1953) de (Kenji Mizoguchi)

Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954) de (Akira Kurosawa)

Persona (1966) de (Ingmar Bergman)

Mouchette (1967) de (Robert Bresson)

La mujer en la arena (Una mujer en la arena) (Suna no onna, 1964) de (Hiroshi Teshigahara).

Reproduzco la lista porque me resulta muy destacable que Tarkovski no cite ninguna película rusa y/o norteamericana.

Ningún cineasta ruso y/o estadounidense.

Pero hablamos que La Página ha llegado a su número cien.

Número cien que su responsable no estudia presentar en ninguna parte.

“Es un milagro”, le digo a su director, “lo que usted ha hecho es historia. Debería de organizar algo”, reclamo.

Pero Domingo Luis Hernández sacude la cabeza una y otra vez.

Parece bastante quemado.

La Página anuncia como Editorial la publicación de sus primeros textos en la colección de poesía bajo el nombre de Voces de la frontera.

Incluye, entre otros títulos, toda la obra poética de José Miguel Pérez Corrales y El fauno de mármol y Una rama verde, de William Faulkner.  

Otras colecciones de la editorial son: SýnoroS, que reúne obras narrativas de escritores contemporáneos, y Fronteras.

Frontera la que su revista, La Página, logra cruzar con su número 100.

¿Cuál será el 101?

Domingo Luis Hernández explica que para cerrar el círculo Luis Mateo Díaz, el escritor al que dedicaron hace ya más de veinte años el primer número de La Página, una revista que en estos tiempos que corren se suma al grupo de los resistentes.

Esa pandilla no tan pequeña ni marginal en la que laboran los que aman y promocionan eso que todavía conocemos como Cultura.

Con C mayúscula. 

Saludos, felicidades por continuar estando ahí, desde este lado del ordenador.

¡¡¡Guionistas!!!, un puñado de recomendaciones

Sábado, Abril 20th, 2013

- No hay trabajo para ti –dijo Berners–. Ahora tenemos guionistas de sobra.

- No he venido a pedirte trabajo –dijo Pat, con dignidad–. Lo que quiero son unas invitaciones para el preestreno de esta noche, puesto que mi nombre aparece en la ficha técnica.

Sí, ya, de eso precisamente te quería hablar. –dijo Berners, frunciendo el ceño–. Puede que quitemos tu nombre de allí.

- ¿Cómo?- exclamó Pat-. ¿Por qué, si ya está? Lo vi en el Reporter. “De Ward Waingright y Pat Hobby.”

Pero a lo mejor tenemos que quitarlo cuando distribuyamos la película. Waingright ha vuelto del este y está hecho una fiera. Dice que aseguras que has escrito algunas frases, cuando lo único que hiciste fue cambiar “No” por “No, señor” y carmesí por “rojo”, y cosas así.

Llevo veinte años en este negocio –dijo Pat– conozco mis derechos. ¡Ese tipo escribió una porquería y me llamaron para que arreglara el entuerto!”

(Historias de Pat Hobby, Francis Scott Fitzgerald, Editorial Anagrama, 1993)

Aprovecho que el próximo martes, 23 de abril, es el Día del Libro para recomendar un puñado de libros de obligada lectura no solo a aficionados al cine sino también a los que escriben…

Pasen, pasen y lean…

- Me odiaría cada mañana, Ring Ladner, Jr  (Ediciones Barataria, 2006)

 - Las aventuras de un guionista en Hollywood, de William Goldman (Plot Ediciones, 1983)

Nuevas aventuras de un guionista en Hollywood, William Goldman (Plot Ediciones, 2002)

 - Backstory. Conversaciones con guionistas de la edad de oro, Pat McGilliam (Plot Ediciones, 1993)

Backtory. Entrevistas con guionistas de los años cuarenta y cincuenta, Pat McGilliam (Plot Ediciones, 2000)

Backstory. Conversaciones con guionistas de los años 60, Pat McGuilliam (Plot Ediciones, 2003)

Backstory. Conversaciones con guionistas de los años 70 y 80, Pat McGuilliam (Plot Ediciones, 2007)

-  De cine. Memorias de un príncipe de Hollywood, Bud Schulberg (Acantilado, 2006)

NOTA FINAL:Opino, como usted, que las ideas andan sueltas por el aire. Por lo tanto, pertenecen al primero que las coja, como los globos.” (Historias de Pat Hobby)

(*) En la imagen Nicolas Cage en El ladrón de orquideas (Spike Jonze, 2002)

Saludos, solo norteamericanos, lo sé, desde este lado del ordenador.

Johanna, una novela de piratas de Eduardo Delgado Montelongo

Viernes, Abril 19th, 2013

Los hombres de Avery se instalaron en Johanna como quien se dispone a vivir allí de por vida: construyeron confortables cabañas con madera de los altos árboles que crecían en los barrancos, aprendieron a cultivar sus tierras con el agua abundante que descendía de la espesura interior, pescaron inmensos celacantos que daban para alimentar a más de diez y hasta doce hombres, usaron la coraza de las tortugas para hacer escudos, mesas y techos para las cabañas… Desde lo alto de cualquier roca se dejaba caer un sedal con carnada e innumerables peces se peleaban por convertirse en la cena de los piratas.”

(Johanna, Eduardo Delgado Montelongo, colección: Sitio de fuego, Baile del Sol Ediciones

El caso de Eduardo Delgado Montelongo resulta insólito en las letras canarias.

Escribo lo de insólito porque de los tres libros que he leído del autor encuentro tres registros diferentes. Tres formas de concebir historias desde perspectivas genéricas radicalmente opuestas en las que siempre sale airoso y en las que demuestra que sabe manejarse como pez del agua porque en su producción literaria, con todos sus defectos y aciertos, late la voz de un escritor independiente con ánimo provocador y, lo que quizá resulte más llamativo, ajeno a molestas, enojosas etiquetas. 

Si hay una constante en los tres libros que he leído de Montelongo es la noción del viaje.

El viaje es la columna vertebral que sustenta Cuaderno afortunado, novela en la que propone un atractivo, meditado y reflexivo itinerario por las siete islas del archipiélago canario; El centro del gran desconocido, título a través del cual juega con frustrada ambiciones vanguardistas que camufla como relato policial sobre una aventura amorosa que no deja de ser, como toda experiencia, un viaje; y Johanna, relato en el que cuenta con vigoroso pulso narrativo la historia de un pirata, John Avery, en el que Delgado Montelongo fusiona con mano diestra y siniestra no ya solo el tradicional espíritu de la novela que nos ha testimoniado el universo rebelde de los hermanos de la costa, sino también por la construcción de un personaje repleto de contradicciones que a mi personalmente me hace evocar esa otra gigantesca dimensión que subyace en la iniciática La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson; La taza de oro, de John Steinbeck; la crepuscular El pirata, de Joseph Conrad,  pero sobre todo, sobre todo: El negrero de Lino Novás Calvo, historia esta última con la que –ignoro si voluntaria o involuntariamente ha marcado al autor– he encontrado puntos de contacto en Johanna.

Escrita con nervio, salpicada de desconcertantes reflexiones, la última novela de Eduardo Delgado Montelongo ha sido un placentero descubrimiento. Una de esas historias que además de prometer lo que promete toda historia de piratas: hazañas, combates en alta mar, capitán con dobleces, ofrece también un complejo retrato humano que revela a un escritor que conoce y respeta las reglas de un género sin renunciar en ocasiones a un agradecido sentido del humor que disfraza de sutil ironía.

Sin embargo, a mi juicio, lo que llama poderosamente la atención de esta pequeña novelita, que apenas llega al centenar de páginas, es el respeto con que el escritor relata la vida de ese pirata fabulado, el último en cruzar los mares antes de que estos fueran domesticados por las grandes potencias.

Le sirve de escriba a Avery, nos relata Delgado Montelongo, un hijo de la isla de El Hierro, Eligio Chinea, quien despierta en el taimado pirata su “interés por el conocimiento” así como la paradoja que sea precisamente ese canario, a quien describe como un hombre sencillo, quien tras aprender a hablar y escribir inglés, inicie en estas artes al ambiguo protagonista de una novela que recrea en esa paradisíaca isla del archipiélago de las Comores, Johanna, una nueva sociedad a la que renuncia por, quiero pensarlo así, su espíritu independiente, aliado al desprecio poético que siente hacia sus iguales.

No resultan así gratuitas las citas con las que el autor divide las tres partes en las que está estructurada esta novela. La primera corresponde a Amos Oz (El mismo mar); la segunda a Dante Aligheri (Divina comedia) y la última a Jean Paul Sastre.

Todas ellas avisan del contenido de los episodios que la imaginación de Eduardo Delgado Montelongo irá desgranando y describiendo en las páginas de un libro que quizá no resulte tan poderosamente intenso en su segunda mitad, aunque respire cierta épica sobre el fracaso en su capítulo final al desvelarnos con agradecida ambigüedad el final de un hombre que, como escribe su cronista,  fue llamado a la poesía “sin haber escrito un solo verso en su vida: el mero proceder de sus acciones las evoca. Hombre que invita a la especulación lírica con sus pasos al borde del abismo, sus luchas desesperadas, su fragua inquieta. Hombres que ignoran a la poesía y sin embargo son poemas sanguinarios con respiración propia.” 

(*) El Generador, en Santa Cruz de Tenerife, acoge el viernes 3 de mayo, a las 20.30 horas, la presentación de Johanna, de Eduardo Delgado Montelongo, en un acto en el que intervendrá además del autor, Agustín Díaz Pacheco y Carlos Guilarte.

Saludos, a bordo del Fortune, desde este lado del ordenador.

Multicines Renoir Price ¿los días contados?

Jueves, Abril 18th, 2013

La crisis económica y sentimental está resultando una losa pesada, o una metáfora desgarrada de un tiempo que no perdona ninguna seña de identidad de mi pasado. La crisis además de transformar el mapa existencial, está cambiando el espacio de una capital de provincias que apenas aparece en el mapa y que cuando aparece forma parte de un archipiélago que figura como unas cagaditas de moscas dispersas muy próximas a las costas del África occidental, ese continente gigantesco demasiado acostumbrado a crisis económicas y humanas.

Con todo, y a una edad en la que quiero creer con urgencia que tengo un pasado que asocio a rincones urbanos de mi infancia, a encuentros desesperados y a una inocencia perdida ya en la noche de los tiempos, la crisis, ese fantasma que recorre una Europa de mercaderes, es la responsable del venidero cierre de un cine en el que, cuando me refugiaba como quien busca desesperadamente regresar al vientre materno, contribuyó tanto a que olvidara mi grisácea existencia viendo historias que me contaban otros en forma de imágenes en continuo movimiento.

Ese cine, como otros tantos cines que se diseminaban en la superficie de Santa Cruz de Tenerife, fue primero el Price, más tarde los multicines Price y actualmente los Renoir Price.

Esta introducción es para anunciar que hoy recibo una noticia que me deja clavado en el suelo, que mastico con impotencia y mucho dolor: Altafilms, una de las principales distribuidoras españolas de cine independiente, propiedad del presidente de la Academia Española de Cine, Enrique González Macho, anuncia su liquidación por esa enfermedad que se conoce como crisis y que es responsable del notable descenso del número de espectadores a la sala oscura y de la falta, resalta González Macho, de una robusta política audiovisual y la subida del IVA cultural del 8 al 21 por ciento.

Adiós por lo tanto a una fantástica aventura que comenzó en 1969 y cuyos devastadores efectos alcanza también a muchas de las salas de su cadena y en concreto a unos multicines que aú operan en Santa Cruz de Tenerife desde 2005 bajo el nombre de Renoir Price, y cuya crónica de una muerte anunciada materializa el propio Macho cuando recientemente optó por tirar la toalla y cerrar otras salas de la cadena que llevaba el apellido del ilustre cineasta francés en Palma de Mallorca, Bilbao, Zaragoza y Cuenca.

Un mazazo pues para quien ahora escribe estas líneas, pese a que en su momento fuera muy crítico con la política de exhibición que emprendió el Renoir Price de no proyectar películas en versión original con subtítulos en español.

La agonía de los Renoir Price la lamenta el mismo Enrique González Macho en declaraciones que hoy aparecen en la prensa y que dan ganas de sacar la cabeza del agujero para dejar a un lado el síndrome del avestruz y apostar por hacer algo –lo que sea– para detener lo que resultará otro atentado a la cultura en una ciudad y en una isla que, víctima de la crisis, ha comenzado a caminar como un cangrejo. Siempre para atrás y nunca hacia delante.

Me pregunto, además, mientras escribo estas líneas, donde exhibirá la Filmoteca Canaria sus ciclos en la provincia de Santa Cruz de Tenerife al mismo tiempo que se agolpan en mi recuerdo instantes en los que antes de que fuera Renoir Price, incluso antes de que fuera multicines Price, y solo cuando operaba como Cine Price malgasté, ya dije, tantas horas de una vida cuyo pasado la crisis está conspirando para que desaparezca.

Al funcionar como Price, antes de que los tiempos transformara su fisionomía, vi en aquel cine películas como Cabeza borradora, de un por aquel entonces desconocido David Lynch, y Saló, los 120 días de Sodoma, de Pier Paolo Pasolini, logrando colarme siendo aún menor de edad el férreo control de los porteros que velaban para que no pasara ningún niñato porque se trataban de filmes recomendandos ”a mayores de 18 años”.

Lo conseguí también con Zombi, la extravagante y violentísima segunda entrega de La noche de los muertos vivientes y que firmaron al alimón George C. Romero y Dario Argento quizá, reflexiono ahora, porque los porteros del Price no eran tan férreos como los del cine Víctor o el Baudet, muy próximos a esta sala que aún se ubica en la calle de Salamanca, ciudad castellana que da nombre al barrio en el que nací y crecí.

Cuando la irrupción del vídeo anunció una de esas ya habituales sentencias de muerte del cine, y el Price como sala única cerró sus puertas, los Price reabrieron en los años 90 como multicines de la mano de Francisco Melo jr., quien junto a socios o en solitario conocía de cerca el negocio de las salas comerciales tras la experiencia con los Galaxy, en Las Palmas de Gran Canaria (1985-2007); el Aguere, en La Laguna (1989-2004) y Los Monopol, salas actualmente con los días contados, aunque resiste numantinamente en una capital de provincias que en estos días de poco vino y menos rosas es un reflejo de la realidad que se vive en Santa Cruz de Tenerife, dos ciudades a las que han intentado separar por un desgraciado pleito insular pero hoy tan unidas en su común desgracia.

Después, ya entrado en un siglo XXI que de ciencia ficción solo tiene su mensaje inquietantemente pesimista, los Renoir se fusionaron con el Price. Un cine, el Price, que como sala única abrió sus puertas en 1950 por iniciativa del empresario Antonio Saavedra Carballo.

Los Renoir Price rehabilitaron aquel espacio, y quiso convertirlo en punta de lanza del primer, y ya único complejo, que la cadena Renoir estudiaba tener en Canarias.

Los Renoir Price contaban con un total de 759 butacas repartidas en seis salas en la que, entre otros servicios paralelos, ofrecía a sus espectadores hojas sueltas con detallada información de los títulos exhibidos, así como la distribución de La gran ilusión, publicación mensual de difusión gratuita y vehículo en el que se informaba de proyectos inmediatos, estrenos, festivales, rodajes y entrevistas que procuraron mostrar al espectador de provincias que había otra forma de ir y entender el cine.

O que se tomara el cine como algo serio pese a que las películas se proyectaran dobladas.

Escribo este fragmento en tiempo pasado porque, pese a que las puertas del Renoir Price continúen abiertas todavía, la intuación me hace sospechar que ha comenzado su cuenta atrás y que muy pronto apagará su luz mientras los empleados formarán parte de la ya siniestra y larguísima legión de desempleados. 

Mi ciudad, que es Santa Cruz de Tenerife, agoniza mientras tanto en su ya letárgica y resignada soledad.

Quisiera sentirme, mientras escribo estas líneas, como un vaquero que asiste al crepúsculo de su tiempo. Incapaz de adaptarse a un mundo en continua transformación y cuyos valores ni asume ni entiende.

Es probable, en todo caso, que estos días cuajados de traiciones demande una épica que yo, en su día, aprendí en la sala oscura de unos cines que ya pertenecen a la leyenda…

Me queda, en todo caso, repasar aquellos títulos en la pantalla de mi viejo  televisor, pero no será lo mismo.

No, no será lo mismo porque ya nada será lo mismo.

Ni siquiera el sabor de los pasteles de la dulcería Soto, justo enfrente de aquel cine Price, Multicines Price y Renoir Price que, por culpa del zarpazo de la crisis, me saben hoy amargos porque se arrebata otra de esas grandes ilusiones que me enseñaron a ser persona.

Puestas así las cosas, aprendiz de vaquero, dispara…

(*) La imagen corresponde al filme Los 400 golpes (François Truffaut, 1959)

(**) La imagen está tomada de la página web de AltaFilms.

Saludos, en busca del tiempo perdido, desde este lado del ordenador.

La ciudad de los rumores

Miércoles, Abril 17th, 2013

La calle está repleta de rumores, muchos de los cuales aparecen con el ánimo de envenenar un poco más el ambiente y otros para alertar ante situaciones equívocas, decisiones injustas.

Esta mañana, mientras tomo un cortado y consulto los periódicos, alguien me comenta que con la que está cayendo, con lo difícil que ha sido poner en pie la XXV edición de la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife cuyo presupuesto mengua año tras año como reducía de tamaño el protagonista de la novela de Richard Mathenson, el concejal de Fiestas del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, Fernando Ballesteros, se jacta a quien quiera oírle de haberle sacado a los organizadores de la Feria unos 3.000 euros en un concepto que no sabe aclararme quien lanza, como quien no quiere la cosa, el rumor.

Quiero pensar que tal y como está la situación esa cantidad, los 3.000 euros, es solo eso, un rumor malintencionado, un trozo de madera más que se tira a la hoguera. Lo escribo porque, de ser verdad, y atendiendo a lo que se conoce ya sobre el pobre programa de la Feria, adaptado a estos tiempos de necesidad, 3.000 euros son 3.000 euros. Cifra que no valora lo que supondrá de dinamización cultural para la ciudad en la que vivo este encuentro con los libros. Claro que soy consciente que resido en una geografía urbana que no termina por encontrar, ni por creerse, su identidad cultural.

En todo caso, me comentan por otro lado y también con forma de rumor, que la  XXV Feria del Libro se instalará finalmente en una de las avenidas del parque municipal García Sanabria, y que probablemente esa avenida sea la de Domingo Pérez Minik. Pero es un rumor en una ciudad donde últimamente se multiplican los rumores.

Tanto, que incluso circula otro que también me desconcierta: No viene Alberto Vázquez Figueroa. Un fijo, como todo habitual de la Feria sabe, a este encuentro con los libros.

Saludos, un día de café con leche, desde este lado del ordenador.