Archive for Noviembre, 2013

Atraco a las 3 por “un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”

Miércoles, Noviembre 6th, 2013

No es que sea un comedia redonda es que es, precisamente, una comedia redonda, repleta de frases chispeantes e insólitamente actual para los tiempos que corren.

Dirige este artefacto de humor terrorista, José María Forqué y escribe el guión Pedro Masó, Rafael J. Salvia y Vicente Coello. La interpreta algunos de los mejores comediantes de aquellos años aún en blanco y negro como José Luis López Vázquez, inmenso como servil trabajador y cerebro del gran robo a la entidad bancaria en la que trabaja;  la genial Gracita Morales, que estuvo casada con el pintor canario Martín Zerolo; Cassen, inolvidable como bedel; Manuel Alexandre, que hace de chulapo sin posibles; Agustín González y un Alfredo Landa que casi debutaba en el cine con esta película grandiosa a la que, insisto, el paso del tiempo no araña sino que engrandece.

Me quedo corto si escribo que Atraco a las 3 es una de las mejores películas del cine español de todos los tiempos, y que su aire negrocriminal en clave de esperpento es como ver la creación de un subgénero que tanto le debe al cine italiano de la época.

La película está al servicio de tan estrafalarios personajes, retrato deformado y deformante de una España real que aún forma parte de todos nosotros.

Los empleados del banco, explotados por el gran capital, al límite de su supervivencia y con deudas que dan al traste con todos sus sueños, planifican un robo para hacerse con lo que piensan es su dinero. Sobre todo cuando quien ocupa la intervención de la entidad es don Prudencio, un tecnócrata con alto sentido de la responsabilidad y probablemente numerario del Opus Dei –Manuel Díaz González–, en sustitución del paternal y hombre de bien, don Felipe, a quien le da vida José Orjas, uno de esos secundarios de toda la vida de cuando el cine español aún sabía a cine español.

La banda sonora, jazzística, muy negra también, la pone Adolfo Waitzman, y la nota subida de tono, la mujer explosiva que hace repetir a López Vázquez aquello de “una admirador, un amigo, un esclavo, un siervo”, la voluptuosa Katia Loritz.

El filme está regado de diálogos con doble y triple sentido, algunos de ellos tan políticamente incorrectos para la época, finales de los cincuenta y principio de los sesenta, que desconciertan, como el que le lanza una despreocupada Gracita Morales a don Fernando:

Enriqueta (Gracita Morales): Mientras no se reparta la suerte no habrá justicia social.

Don Fernando se queda dudando un instante. Alza los brazos.

Don Fernando (José Orjas): ¡Basta, a trabajar!

Me pasé la noche de ayer, martes, con los ojos anegados de lágrimas (y no de tristeza, precisamente) volviendo a ver Atraco a las 3. Redescubriendo una película que que, reitero ya cansinamente, le hace pedorretas al paso del tiempo.

Son tantas las carcajadas, son tantas las lágrimas que saltan de mis ojos que se empaña, incluso, el cristal de las gafas mientras agradezco haber pasado tan buen rato mientras se llega su inevitable final.

Por películas así se merece reivindicar una industria que, lamentablemente, se toma tan en serio en los últimos años.

Esto me hace pensar que deberíamos de mirar al pasado y preguntarnos porque se rodaban películas tan notables con apenas cuatro cuartos. También de dónde salió toda aquella pléyade de actores que encarnaban –una mirada tierna y guasona a los espejos cóncavos y convexos que aún se mantienen en pleno callejón del Gato, en Madrid–  a los desgraciados y miserables ciudadanos de este país.

José Luis López Vázquez exclama que está harto de ser pobre, aunque Atraco a las tres, pese a la escasez de sus medios, es una película rica.

Por chispeante, por inteligente, por esperpéntica, por audaz.

Un clásico de esos que merecen pescarse porque aún le hace cosquillas al puto paso del tiempo.

Saludos, fundamos a negro, desde este lado del ordenador.

Cuando suena la trompeta

Martes, Noviembre 5th, 2013

A la sombra de unos árboles en la plaza de Weyler, en el corazón de Santa Cruz de Tenerife, alguien me recuerda que Burt Lancaster y Vivien Leigh hubieran cumplido, este mes que apenas da sus primeros pasos, cien años.

Me pregunto cuáles fueron las últimas palabras del protagonista de El halcón y la flecha y de la protagonista de Lo que el viento se llevó. Esto de las últimas palabras es una idea un tanto descabellada que itinera por mi cabeza de un tiempo a esta parte.

William S. Burrouhs escribió una de sus mejores obras planteándose también esta misma cuestión en Las últimas palabras de Dutch Shulz. Shulz fue un famoso gángster neoyorquino a quien acribillaron a balazos en una cafetería.

Se cumple el centenario del nacimiento de Burt Lancaster y Vivien Leigh.

Del primero me viene a la cabeza películas como El temible burlón, El halcón y la flecha y El gatopardo. De hecho, son tres películas que he vuelto a ver recientemente y que no envejecen. De hecho, se ríen del puto paso del tiempo.

De Vivien Leigh recuerdo a la rebelde y caprichosa Escarlata O’Hara (así, en crudo español) en Lo que el viento se llevó; la desgarradora Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo y a Lady Hamilton en, precisamente, Lady Hamilton, la mujer que casi derrotó al almirante Nelson. En el filme de Alexander Korda, Horacio Nelson es interpretado por Laurence Olivier.

No deja de resultarme curioso que recuerde los nombres de los tres personajes femeninos que encarnó la actriz en estas películas. Eso me demuestra que su huella es profunda en lo que me queda de memoria cinéfila.

Me encuentro con Sabas Martín esta misma mañana. Presenta este miércoles, 6 de noviembre, su última novela, El farallón. El acto contará con el escritor y profesor Juan José Delgado y tendrá lugar en la MAC a partir de las siete de la tarde.

Deambulo por Santa Cruz de Tenerife, una ciudad que no es que muera en soledad como cantó Eduardo Bercedo, sino que parece que se hunde en suciedad.

En la Librería de Mujeres de Canarias espero a que se acerque Nieves Herrero para entrevistarla a propósito de Lo que escondían sus ojos, una muy cuidada novela histórica en la que se recrean los amores –no tan clandestinos para la aristocracia española de la época– que mantuvieron Ramón Serrano Suñer con Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol.

Mientras espero en la Librería de Mujeres, mis ojos se detienen en la portada de un libro.

Un libro editado con mimo, elegante: El chico de la trompeta se llama.

Izaskun Legarza Negrín, que es el alma de este pequeño y generoso oasis en el desierto, me la recomienda con vivo entusiasmo y cuando la cojo entre mis manos, intentando imitar el mimo con el que ha sido editado el libro, descubro que es la novela que inspiró la película El trompetista.

Y se me encienden las alarmas.

El trompetista es una de esas películas que guardo en un sitio muy especial en lo que aún me queda de memoria cinéfila.

Y habla, entre otras cosas, de jazz.

La escribe Dorothy Baker y se publicó por primera vez a finales de los años treinta.

Quiero leer la novela que dio origen a una de las mejores películas rodadas sobre el mundo del jazz.

La dirigió Michael Curtiz, y en ella están Kirk Douglas, Doris Day y Lauren Bacall, siempre turbadora.

De pronto, suena la molesta campanilla de los mensajes del móvil para dar aviso que ya puedo pasar a recoger El exterminio de Jim Thompson. Una novela por la que llevo esperando hace algunas semanas.

Claro que estas cosas pasan cuando vives en provincias.

Tras la entrevista con Nieves Herrero, pongo rumbo a casa y pienso en Burt Lancaster y Vivien Leigh.

Se mezclan ambos dos en mi cabeza cuando subo una de las cuestas de esta ciudad de cuestas.

Casi parece que oigo “¡señorita Escarlata, señorita Escarlata! y a Burt Lancaster como Dardo lanzando flechas.

Todas ellas dirigidas al halcón.

Saludos, es noviembre, desde este lado del ordenador.

Me hallará la muerte, una novela ‘caliente’ de Juan Manuel de Prada

Lunes, Noviembre 4th, 2013

También él en cierto modo, estaba de enhorabuena, aunque todo lo que ocurriese en su mascarada de vida, incluso las cosas más halagüeñas y liberadoras, se revestía inevitablemente con los harapos de la tristeza más miserable, como correspondía a quien no podía mantener más que relaciones superficiales o crudamente físicas, ni permitirse con sus semejantes más que un breve intercambio de palabras indiferentes o de excreciones igualmente de indiferentes”.

(Me hallará la muerte, Juan Manuel de Prada, Áncora y Delfín, Destino, 2012)

Juan Manuel de Prada es un escritor al que su compromiso se lo ha puesto difícil aunque aún disfruta de un éxito que le viene con su primera y escandalosa obra, aquel Coños que arrancó elogios del mismísimo Francisco Umbral.

Escribo que es un escritor al que su compromiso se lo ha puesto difícil porque se ha convertido –o mejor, lo han convertido con el paso de los años– en algo así como el niño mimado y terrible de cierta derecha española, lo que genera que el público alejado de esta corriente se enfrente así ante una nueva obra del escritor con prejuicios, lo que repercute en una serie de títulos que con otra mirada, digamos limpia y ajena a casposas reivindicaciones y reproches, tienen la capacidad de atrapar la atención si se superan –física y numantinamente– las primeras trescientas páginas de sus historias y la enfermiza tendencia del escritor por la palabra.

Me hallará la muerte es el último trabajo que se suma a su ya más que notable bibliografía. Un libro con título que para algunos enciende polémica –e ignoro si puesto a posta, es probable que sí– en el que el escritor, quizá cansado de ser el centro de la diana de una izquierda tan camaleónica como la nuestra, se muestra como excéntrico representante de una derecha tan camaleónica como la nuestra.

Al margen de la borrega política, Me hallará la muerte hay que leerla como lo es: una novela de aventuras que se desarrolla en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX, y en un Madrid que intenta salir adelante tras la Guerra Civil.

Al escritor le gustan las máscaras del héroe y en Me hallará la muerte propone un interesante aunque en exceso largo discurso sobre la suplantación de identidad.

La novela cuenta la historia de Antonio Expósito, un raterillo de poca monta que se enrola en la División Azul para escapar de la justicia. En el frente del Este, conocerá a un bravo saldado, un idealista falangista de nombre Gabriel, que es casi su gemelo, y tras ser capturados en los arrabales de Leningrado por el ejército rojo, compartir penurias en las cárceles soviéticas hasta su regreso a España en 1954, ya no como Antonio sino como el bravo Gabriel, con quien compartió su etapa de embajador en el infierno.

En contra de lo que pueda parecer, es la tercera parte del libro, la que se desarrolla en esa España que parece empieza a amanecer, lo mejor de una novela que imita el estilo de la época y en la que se radiografía las enfermizas taras y corruptelas que caracterizaron este país aquellos años.

Me hallará la muerte tiene así el encanto de una película de Rafael Gil o José Luis Sáenz de Heredia. Una historia en blanco y negro con hombres de bien y hombres de mal. De una España en la que medraban los aprovechados. Y caramba, a los dioses pongo por testigo que no hemos cambiado tanto.

Es una pena, no obstante, que Juan Manuel de Prada no profundice más en el conflicto moral que marca el carácter y el destino de su protagonista, y que lo que narra, a medida que se avanza en sus páginas, se haga cada vez más barroco e inverosímil, lo que lastra las pretensiones de una historia con posibles.

A pesar de ello y pese a sus fallos, pese a esa sensación que debería de haberla cribado más, Me hallará la muerte es una interesante novela histórica –en la que se mezcla lo bélico, lo policiaco, el romance– sobre uno de los periodos más oscuros de la sociedad española.

Una sociedad, por otro lado, tan necesitada de que le refresquen lo que fue y el porqué ha terminado por ser lo que es.

Saludos, fundimos a negro, desde este lado del ordenador.

Primera sesión en el Cine Víctor

Domingo, Noviembre 3rd, 2013

INTRO

Reproducimos a continuación un texto que no encontramos a la entrada del Cine Víctor, en Santa Cruz de Tenerife. Como recordarán, el Cine reabrió como sala de pantalla única el viernes pasado, 1 de noviembre, y el sábado se estrenó oficialmente como Cine con Thor: el mundo oscuro (Alan Taylor, 2013), segunda entrega de la película sobre el legendario héroe del universo Marvel.

PRIMERA SESIÓN

“Tras la inauguración el Día de Todos los Santos, puedo escribir que en este domingo que ya se fue, ¡alabado sea el Señor!, veo mi primera película rodeado de público en el nuevo y “monumental” Cine Víctor.

Unos niños alucinan con esto de ver una película en la parte de arriba, mientras que en la de abajo se colocan los que van de iniciados.

En concreto, en la fila del pasillo donde pueden estirar las piernas y recuperar ese silencio que solo se da entre los que se reconocen sin saber nombres y apellidos.

Una chica, emocionada, le cuenta a otra la cantidad de recuerdos que guarda en su memoria de una sala que inicia su periplo con Thor: el mundo oscuro, que es una de súper héroes.

O arte y ensayo que incluye planetas que convergen, elfos que han abrazado el reverso tenebroso y el martillo del dios rubio y ario como la cerveza volando por los aires para desencadenar tormentas…

Una sensación extraña me atrapa cuando veo la primera, y espero que no última película taquillazo en el Víctor.

Mi Cine.

El Cine que continúa siendo el mismo aunque los tiempos no sean los mismos.

En sus entrañas recojo entre las manos un pedazo de vida que, irremediablemente, se ha ido por el sumidero de mi pequeña y provinciana historia.

Pero sé que mi fe mueve montañas porque nunca me gustó Thor.

Mi dosis Jack Kirby en los colorines no fue más allá de Kamandi.

Thor era un culebrón un poco idiota, como si el mensaje lo dictara el psicópata que lee a Nietzche en Un pez llamado Wanda.

No obstante, si comparo mi grado de evasión con el primer Thor y el segundo en el cine me como palabras y retrocedo gracias al Víctor –otra vez con la nostalgia– a las aleccionadoras sesiones de cine a las cuatro que devoré en ese mismo Cine hace mucho, muchísimo tiempo.

Thor: el mundo oscuro tiene batallas con escandalosos efectos especiales, prácticamente se destruye Greenwich (Londres) –se podría volver a ubicar en una tercera y cuarta película el Meridiano en la isla de El Hierro– y una épica de tebeo y cambio de escenarios que convencerá a los más ingenuos pero no sé si inocentes de la casa.

Yo cierro los ojos y casi me dejo dormir en la butaca de un Cine que considero por derecho propio, mío.

Es una luz que permanecía apagada y que de pronto se ha encendido para reconciliarme conmigo mismo.

El Víctor me sabe a victoria.

Recupero el rito.

Pagar la entrada en esa taquilla que no es otra cosa que una elegante garita.

Cruzar el pasillo y acompañar a los que vienen a que visiten la zona del bar y observen y toquen y palpen las viejas máquinas del Cine que se exponen.

A contar, a quien quiera escucharme, las batallitas que viví allí dentro.

A señalar, llevándome un dedo a los labios, la puerta que conduce a la misteriosa sala de proyección: el corazón del dinosaurio.

Un niño comenta, mientras coge un puñado de cotufas de un cubo XXL, “qué miedo.

Su miedo es como el que visita por primera vez un museo.

O una catedral o una mezquita mientras la revelación le dicta que el tiempo no existe.

PERO ANTES, POR LA MAÑANA

Me encuentro con un amigo mientras no deja de marearme la idea en la cabeza.

El puto tiempo.

Mi amigo dice: “ahora solo veo series de televisión del pasado”.

El túnel del tiempo, The Munster, Galería nocturna, La familia Adams

Juntos recordamos El prisionero, El fugitivo –con su prólogo, acto primero, acto segundo, acto tercero y epílogo–, La dimensión desconocida, con Rod Serling ejerciendo de maestro de ceremonia cigarrillo en mano para advertir al telespectador que van a viajar a los límites de la realidad…

Pero le digo que últimamente solo quiero ver comedia…

No sé, reírme de saber que solo soy una lágrima en la lluvia.”

Saludos, ¡¡¡Larga vida al Cine Víctor!!!, desde este lado del ordenador.

¡Larga vida al Cine Víctor!

Sábado, Noviembre 2nd, 2013

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.” (Augusto Monterroso)

No recuerdo cuándo fue la primera vez que entré en el Cine Víctor, ni la edad que tenía. Lo que sí tengo claro es que ese Cine fue la sala de Cine en unos tiempos donde la capital tinerfeña estaba regada de otros Cines. Más tarde aterrizaron las multisalas, el vídeo y después el dvd; ahora eso que llaman blu-ray y las descargas piratas…

La historia del Cine Víctor forma parte de la historia de esta pequeña ciudad de provincias en la que habito.

Cuando le llegó su primer y doloroso final como sala comercial, el Cabildo de Tenerife cogió el testigo y lo reabrió para proyectar otro cine.

Unos los llaman de autor.

También se proyectaron producciones canarias y ciclos organizados por la Filmoteca hasta que la crisis llamó a la puerta. Se acabó lo que se daba. El Cine Víctor, damas y caballeros, había muerto.

Más tarde operó como sala de conciertos y teatro, también para acoger mítines políticos que es una forma de hacer teatro. Pero no aguantó demasiado.

La segunda muerte del Cine Víctor parecía la definitiva.

Muerto y enterrado a perpetuidad como la zona de Santa Cruz de Tenerife en la que se ubica. Aunque aún respira el Kiosco de La Paz y El Imperial con sus magníficos bocadillos de pollo.

El Cine Víctor es memoria de una capital de provincias que tiene posibles. Un iluminado me dijo una vez que forma parte del mobiliario de una pequeña ciudad que debería de estar orgullosa de su origen bastardo y mestizo.

No sé si eso explica que durante un tiempo y en este mismo su blog no me cansara de repetir ¡No al cierre del Cine Víctor!

Y un viernes, 1 de noviembre, día de Todos los Santos (¿una coincidencia?) me trague mis palabras porque el Víctor, ¡milagro!, ha abierto.

Desde este sábado, 2 de noviembre, el Víctor funciona como Cine. Uno de los últimos de pantalla única que aún operan en Expaña.

Y me da viruje.

Son muchas las sensaciones que se agolpan en mi cabeza.

A partir de ahora viviré en una capital de provincias con una sala de Cine de Verdad.

¡Podré ver películas dentro del colosal vientre de un dinosaurio!

Los recuerdos se hacen paso en mi cabeza.

El portero Madelman en la puerta.

Esconderme en las butacas para que no me vieran comer pipas.

Ver no-sé-cuántas-veces Una noche en la ópera los domingos a las cuatro de la tarde en aquellas aleccionadoras sesiones de matiné.

A mi padre apartando con gesto de caballero al Madelman para entrar a ver Forajidos de leyenda. Quien les escribe no había cumplido aún los dieciocho años de edad.

Lo difícil que era agenciarte algunos de los carteles y pósteres de las películas…

Los carteles y pósteres que anunciaban próximos estrenos.

Y el intermedio a mitad del largometraje…

Por aquello de visite nuestro bar.

Aunque hoy hubo cóctel en el Cine Víctor.

Y risas, y odisea para acercarte a la barra, y conversaciones con gente a la que no veía en mil años…

El cine Víctor abre el ojo y sus fantasmas, que los tiene, están liberados.

Los saludé a casi todos ellos.

Me recuerdan todavía de la época del volveré

En cuanto al acto inaugural, al feliz nacimiento, resultó muy nuestro.

No se escucha al responsable del milagro, ni al presidente de la Cámara de Comercio, ni a la representante del Cabildo Insular ni al del Ayuntamiento –aunque este último no habla– porque no hay micrófono.

Sueltan sus palabras mientras en las filas de atrás y en la parte de arriba algunos se quejan con un sonoro¡no se oye!”

Luego el cóctel.

Y después del cóctel, Thor: el mundo oscuro, la primera película que inicia esta etapa del Víctor.

Pero, oh, madre de Dios hermoso, se escucha el ruido ambiente pero no lo que dicen sus protagonistas.

Es algo así como cine mudo pero en color.

Imaginen a Antonhy Hopkins en su papel de Odín moviendo la boca, creo que para censurar a Loky

Doy media vuelta y abandono la sala.

Demasiadas emociones…

Al levantarme de la butaca me fijo en un tipo disfrazado de Thor que mantiene los ojos clavados en la pantalla. No sé si lleva el martillo, pero ganas me dan de habérselo cogido mientras atravieso la Rambla.

Sin embargo, confío en que el guerrero de Asgard proteja al Cine Víctor.

Sus fantasmas se lo merecen y yo es como si despertara y el dinosaurio continuara allí.

- ¿Qué hay de nuevo, viejo?

- Ya ves, fumando espero.

Saludos, ¡larga vida al Cine Víctor!, desde este lado del ordenador.