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El ladrón de los guantes blancos cumple 90 años

Jueves, Febrero 11th, 2016

INTRO

José González Rivero y Romualdo García de Paredes han pasado a la historia como dos ilustres visionarios y como dos ilustres visionarios deberían de ser reconocidos entre sus paisanos aunque Canarias nunca ha sido una tierra generosa en reconocer los logros y aciertos de los suyos porque, como alguien apuntó una vez, parece que los naturales de esta tierra se han acostumbrado a vivir en una isla de plácida ignorancia. Este año se cumple, y se celebra, el noventa aniversario del estreno de El ladrón de los guantes blancos, una película dirigida por José González Rivero y Romualdo García de Paredes que está considerado como el primer largometraje de ficción rodado por un equipo canario en el archipiélago. El estreno tuvo lugar en el hoy desaparecido Parque Recreativo y el Teatro Leal, en Santa Cruz de Tenerife y La Laguna respectivamente, y es un título que se reestrena cada equis años para sorpresa de los que todavía desconocen que en este territorio desestructurado se comenzó a soñar con el cine hace ahora casi cien años.

FECHA DE PRODUCCIÓN: 1926 / PRODUCCIÓN: Film Rivero Canarias / PAÍS DE ORIGEN: ESPAÑA / DIRECTOR ARTÍSTICO: Romualdo García de Paredes. / DIRECTOR TÉCNICO: José González Rivero. / GUIÓN: Rodolfo Rinaldi. / FOTOGRAFÍA: José González Rivero. / MONTAJE: José González Rivero. / COLOR: Blanco y Negro con teñidos en color. / PASO: 35mm. / INTÉRPRETES: Romualdo García de Paredes (Tom Carter); Angelina Navarro (Ketty Henrry); José Miguel Mandillo (David Henrry); Rodolfo Rinaldi (Hamilton); Pedro Rodríguez Bello (Claret); Guetón Rodríguez-Figueroa Melo (Carlos Simpson); Carlos Reyes (Smith); Antonio E. Varela Prieto (Malcorne); Juanita Morales (Edith); Pedro Martín Valiente (Chófer).

Comenzaremos por el final porque este final, como el de muchas películas, es amargo. El domingo 5 de marzo de 1933 fallecía a causa de un disparo José González Rivero, pionero del cine en Canarias. Los hechos, aún rodeados de misterio y sospecha, tuvieron lugar en el antiguo bar del Hotel Aguere.

Solo se conoce que González Rivero, por aquel entonces concejal del Ayuntamiento de La Laguna por el Partido Republicano Radical Socialista, moría a consecuencia de un disparo que salió de un arma que empuñaba Isidoro Salazar y Yanes pero, y aquí comienza a ensombrecerse el caso, ¿por qué ochenta años después las circunstancias del suceso continúan suscitando tantas conjeturas?

La prensa de la época, tal y como recoge el volumen Ciudadano Rivero, informa que la muerte del cineasta fue a causa de un accidente involuntario pero algunas voces afirman que otras razones decidieron la muerte del fundador de la Rivero Films. Sean o no ciertos los rumores, con el paso del tiempo las noticias sobre este hecho luctuoso se han ido espaciando lo que ha escorado hacia el territorio de la leyenda la extraña circunstancia de la muerte de José González Rivero. Un visionario que tras el estreno de El ladrón de los guantes blancos en septiembre de 1926 comenzó acariciar la posibilidad de continuar produciendo y dirigiendo películas bajo el sello de la Rivero Films. Entre otros títulos, estudiaba poner en marcha Mencey de Abona, inspirada en la composición de Domingo J. Manrique, y El hombre negro, según un guión de Eduardo Diez del Corral y que “sería la segunda e inacabada película de ficción de la Rivero Films”.

Desgraciadamente, y por un accidente fortuito o premeditado según las fuentes, se puso fin a la vida de un hombre de cine que, todo hace sospechar, fue un soñador. Y que como tal, supo rodearse de otros soñadores iguales o más progresistas que él. Los que le sobrevivieron despertarían tres años después en la pesadilla de la Guerra Civil española pero como escribió el británico Rudyard Kipling esa es otra historia…

En septiembre del 2016 de se celebra el 90 aniversario del estreno de El ladrón de los guantes blancos, una película en blanco y negro y silente que fue rodada íntegramente en la isla de Tenerife por obra y gracia de dos espíritus adelantados a su tiempo y con una visión sobre el cine que iba más allá de las fronteras que impone vivir en una isla.

Ellos fueron José González Rivero, nacido en Cuba pero trasladado a pronta a edad a La Laguna donde residió toda su vida, siendo empresario y gerente del Parque Viana y del Teatro Leal; y Romualdo García de Paredes, diez años más joven, criado en el seno de una familia con tradición en la marina de guerra española y colaborador en varios periódicos tinerfeños.

Para la realización de la película se dividieron el trabajo. José González Rivero asumió la dirección técnica y la de operador de cámara mientras que Romualdo García de Paredes se encargaría de la dirección artística de un filme que, pese a su inevitable raquitismo presupuestario, respira el entusiasmo épico y saltimbanqui de las películas de aventuras de los años veinte. Y un sentido del por aquel entonces aún rudimentario lenguaje cinematográfico que sorprende, como sorprende sus atrevidos adelantos visuales.

La historia de El ladrón de los guantes blancos no oculta su origen en la literatura de folletín de marcado carácter policíaco, incluyendo a un inteligente detective, Tom Carter, que interpreta el mismo Romualdo García de Padres, que debe de encontrar junto a sus sagaz ayudante un collar que ha sido robado, a la hermosa hija de un acaudalado banquero que ha sido secuestrada y desvelar, por último, la identidad del villano que ha provocado todos estos males y que va encapuchado.

Con una duración de 103 minutos y dividida en dos jornadas y trece partes, se da la circunstancia que el segundo rollo de la película está desaparecido, lo que ha disparado también toda clase de especulaciones, una de las cuales sugiere que se escondió porque registra una escena de baile en el Casino de Tenerife en la que aparecen destacados afiliados de partidos políticos contrarios. Gente que, tres años después, fue capaz de asesinar por su idea de España. Sea o no cierto, se pone en duda también que el presupuesto de la película rondase las 250.000 pesetas de la época, más cuando iniciado el rodaje algunos de los socios abandonaron el proyecto.

Para los investigadores Fernando Gabriel Martín y Benito Arozena esta “desorbitada cantidad” hace sospechar que fuera engordando a medida que pasaba el tiempo.

En cuanto a las localizaciones del largometraje, algunos de los exteriores de El ladrón de los guantes blancos se realizaron en el Camino Largo de La Laguna, la carretera de Tacoronte, la carretera de la Cuesta y tanto exteriores como interiores en el Hotel Quisisana y el antiguo salón de los espejos del Casino de Tenerife, en Santa Cruz de Tenerife; el Hotel Taoro del Puerto de la Cruz y la antigua Recova de La Laguna, entre otros. La cámara grabó además una de las primeras voladuras que tuvieron lugar en la cantera de La Jurada de la carretera de San Andrés.

Por imposible que resulte, todos estos rincones pretendían situar al espectador en una Inglaterra en la que crecen las palmeras y disfruta de un tiempo envidiable, casi con seguro de sol. Nada que ver con el de la capital del Reino Unido, ese que el tópico asocia con niebla y una atmósfera casi siempre impregnada de humedad.

Pese a que el discurrir de los años resulta implacable con El ladrón de los guantes blancos, no deja de resultar aún hoy una entrañable curiosidad. Más si se tiene en cuenta quienes fueron capaces de levantar este proyecto, una producción de estas características. En todo caso, dice mucho del espíritu emprendedor de ese grupo de chalados por el cine y en especial de José González Rivero, quien continuó tomando vistas de las islas con su cámara una vez se diluyeron en el aire los ecos del estreno de su primer y último largometraje de ficción.

El ladrón de los guantes blancos conserva aún su sabor añejo y ha quedado para la historia como un ejemplo de lo que fueron capaces de hacer unos jóvenes entusiastas. Hombres y mujeres que apostaron por generar una industria que, en aquellos tiempos, era prácticamente inexistente en España.

Con todo, y siendo justos, no es oro todo lo que reluce en esta película de trepidantes persecuciones, romances bajo la luz de la luna y misteriosos encapuchados… pese a que la distancia de los años suaviza cualquier asomo crítico en torno a esta obra silente, uno de los elementos que lastran el resultado final de la producción es la irritante abundancia de rótulos con líneas de diálogo o de descripción de escenas, algunos de los cuales están escritos con un lenguaje florido que, leídos hoy, puede resultar bastante cursis.

Puestas así las cosas, sería interesante recuperar la copia que se guarda en los archivos de la Filmoteca Canaria para ver una vez más una película que ostenta el título de ser la primera película de ficción rodada íntegramente en Canarias por un equipo de las islas aunque como recuerda el arquitecto Jorge Gorostiza hay dos experiencias anteriores pero cuyos rollos se perdieron como Odio de razas (Rogelio Periquet, 1925) y Flor silvestre (Constantino Domínguez y Antonio Labarta, 1926).

El cine mudo que se rodó en las islas cuenta con otro largometraje que casi parece nacer a raíz del éxito que cosechó al menos en las islas el estreno de El ladrón de los guantes blancos. La cinta se titula La hija del  Mestre (Carlos Luis Monzón, 1927) y se rodó en su total integridad en Gran Canaria. Se trata de un melodrama que no obtuvo la popularidad del filme dirigido por González Rivero y García de Paredes el año anterior, aunque los decorados de este melodrama que se desarrolla fundamentalmente en el barrio de San Cristóbal están firmados por un artista del prestigio de Néstor de la Torre.

Tras estas experiencias cinematográficas, Canarias continúa siendo un excelente plató para la filmación de producciones nacionales y extranjeras, una actividad que continúa explotando en la actualidad. No deja de sorprender por eso el llamativo silencio entre los naturales y residentes de las islas con el fin de dar el primer paso para la configuración de un sector industrial que, aún hoy, se asocia a quimera más que a una realidad relativamente consolidada.

Gran parte de la culpa la tiene, en este sentido, un gobierno regional que apostó desde el principio por estimular políticas de subvenciones muy erráticas en sus criterios de calidad y valoración, evitando tender puentes con el objetivo de abonar un empresa que podría estar fusionada a la principal fuerza de riqueza de las islas: el turismo.

NOTAS:

Se ha consultado para la elaboración de este artículo los volúmenes Ciudadano Rivero. La Rivero Film y el cine mudo en Canarias, de Fernando Gabriel Martín y Benito Fernández Arozena, edita Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna, 1997; Rodajes en Canarias (1896-1950), varios autores, edita Gobierno de Canarias, 2004 y El templo oscuro. La arquitectura del cine en Tenerife 1897-1992. Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1993. Las imágenes han sido cedidas por la Filmoteca Canaria

Un parpadeo en la eternidad

Miércoles, Febrero 3rd, 2016

Al final terminó leyendo biografías. Biografías no solo de personas sino también de animales (hay que ver lo curiosa que fue la existencia de Flipper, Furia, Rin Tin Tin, Lassie…) y cualquier cosa que fuera susceptible de ser biografiada… como un edificio ruinoso, una selva antes de desaparecer por la mano del hombre… Cualquier cosa que contara una vida real aunque, y es una cuestión que planea sobre su cabeza con insistencia obsesiva, esas palabras solo reprodujeran con datos la vida de esa mujer, ese hombre, ese animal que acarició la fama entre la especie humana, esa cosa que estuvo allí y que puede aún permanecer allí…

Lo escribo porque leo una reseña sobre la obra literaria de un amigo querido, uno de esos amigos que cometió la equivocación de hacerse periodista y asumir el periodismo como se asumía antes: una profesión que fue sinónimo de malgastar toda tu vida bajo el techo de una redacción iluminada de tubos fluorescentes, y cuando te evadías, pensar ya en la calle en la mejor manera de romperte el cuerpo y la cabeza consumiendo sustancias prohibidas con el fin de escapar de la inevitable realidad del día siguiente y que no era otra que entrar en esa misma redacción y vivir un día de adelanto con respecto al resto de los mortales porque en prensa hoy es ayer y mañana es hoy…

y descubre que otros hablan de Ezequiel Pérez Plasencia sin haberlo conocido personalmente aunque sí a través de la producción que dejó detrás antes de que la muerte, terrible cuando se pone caprichosa, y con Ezequiel fue terriblemente caprichosa,  se lo llevara no sé a dónde.

El caso es que lee ese artículo que está cargado de buenas intenciones pero no encuentra primero al amigo, luego al periodista y después al escritor que conoció hace ahora no sé cuántos años… Y eso le produce una sensación de vértigo, pero también la idea de que todas esas biografías que devora y en las que se cuenta la vida de hombres, animales y cosas solo es un retrato, a veces muy vago, de desconocidos si no se ha tenido la suerte o la desgracia de haberlos conocido.

Y se pregunta entonces cuánta verdad hay en esos libros que narran la vida de otros.

Y de quién escribe esa biografía de otros que, es un suponer, también tendrá las preocupaciones habituales de esa existencia que apenas dura un parpadeo en la eternidad… Y si bien no es tristeza lo que siente, digamos que sí una poderosa melancolía porque todo es finito. Todo está acotado. Todo tiene un fin. Y que tras ese fin, igual hay uno que escribe sobre otro. Aunque sea un obituario… que es una fórmula muy periodística de resumir en unas cuantas líneas lo que fue alguien que ya no está. Y a quien se le perdona oficialmente todos sus pecados porque cuando te muere estás más allá del bien y del mal.

En fin, que le produce escalofríos que alguien que no conoció a Ezequiel en vida escriba ahora sobre su obra y saque sus conclusiones que no tienen nada que ver con el personaje real sino con lo que sus libros ha despertado en su espíritu que no sabe que está vivo pero también muerto.

Esa es la condena de la biografía, algo menos cuando se trata de autobiografía porque ahí está permitido o ser sincero con uno mismo o un tremendo mentiroso. Le dan más gracias esos relatos extensos repletos de mentiras que se inventa quien escribe sobre su vida porque en ese caso apuesta por la leyenda que seguro que es mucho más interesante y entretenida…

Pasea con estas reflexiones por las calles de una capital de provincias y escucha la campanilla del tranvía y sube y baja las cuestas consumiendo segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años… echando de menos tropezarse con los familiares y amigos ausentes pero descubre como la ciudad se prepara para el carnaval que es una fiesta que se vive en la calle en una geografía, como es en la que vive, tan poco dadoaa que la gente salga a la calle.

Una ciudad con demasiado miedo, demasiado lastre, y poco reconocimiento a una historia donde el heroísmo se confunde con la vergüenza. Y se pregunta ahora ¿por qué?

Pues por sus fantasmas.

Y Ezequiel Pérez Plasencia es uno de ellos y, mucho me temo, que yo también.

Saludos, que los dioses repartan suerte, desde este lado del ordenador.

Solo dos

Martes, Febrero 2nd, 2016

* TEA Tenerife Espacio de las Artes acoge este jueves, 4 de febrero y a las 20 horas la exhibición de los cortometrajes de Rut Angielina G. Fuentes: Roboethics, The Bonfire y Noxa. La entrada es gratuita previa retirada de las invitaciones en la taquilla del centro. El acto contará con la presencia de la propia directora que hablará sobre sus trabajos, ideas y proyectos futuros.

* Hipólito Sánchez publica Interitum Mundi (Cuando el mundo lloró por última vez), una novela de tiene tintes apocalípticos que comienza en Canarias y se extiende por todo el planeta, para reflejar los problemas de la sociedad moderna tras fragmentarse la isla de la Palma y originar un tsunami que arrasara toda la costa este de los Estados Unidos.  Hipólito Sánchez es autor también de las novelas Oportunity y Mi amigo Thomas.

Saludos, comienza la cuenta atrás, desde este lado del ordenador.

La sonrisa Duchenne, una novela de Gerardo Pérez Sánchez

Lunes, Febrero 1st, 2016

“No quise insistir más. Su discurso era firme y nunca he sido de los que pretenden convencer a nadie. Sus palabras, disfrazadas de seguridad y con apariencia de verosimilitud, de alguna manera, golpearon mi ego. En aquel momento no quise contradecirla. Sé que, si me hubiese esforzado, podría haber presentado batalla frente al pesimismo con el que ella vendía nuestro hipotético futuro. Ella no quería. Era así de simple. Aparentaba no estar atada a ningún lazo que la uniese a mí. Con naturalidad, había disfrutado sinceramente de unos días románticos y con la misma naturalidad seguía su camino hacia cualquier otro lugar. Y todo ello sin perder su sonrisa, su magnetismo. Parecía inmune a los ataques y golpes que el resto de los mortales soportamos en cualquier momento ante ese sentimiento denominado amor sin que, pese a ello, dejase de disfrutar de sus placeres más habituales. Ni siquiera su ausencia de tristeza por el final de aquel breve romance hizo que se me pasase por la cabeza que ella hubiese estado fingiendo.”

(La sonrisa Duchenne, Gerardo Pérez Sánchez. Editorial Verbum, 2016)

La sonrisa Duchenne es la tercera novela de Gerardo Pérez Sánchez, autor que cuenta en su haber con El peso del tiempo y El amor y otras vías de escape. Con su último trabajo literario resultó finalista del Premio Iberoamericano Verbum 2015, y es bajo este sello editorial en el que publica de nuevo tras El amor y otras vías de escape.

Con tres novelas en su haber, la narrativa de Gerardo Pérez Sánchez ya no debe de leerse y mucho menos entenderse como la de un aprendiz que intenta hacerse un hueco en la república de las letras, ya que sus libros han ido adquiriendo madurez unos tras otros. Da la sensación, de hecho, de que se siente más cómodo con lo que cuenta y, lo más importante a nuestro juicio, cómo lo cuenta.

Ha sabido ir adelante y en este ir adelante corregir los errores que lastraron el atractivo material que manejó en su primera novela, por lo que intuimos un escritor preocupado por depurar su estilo, un estilo que en cada una de sus novelas se personaliza cada vez más sin renunciar por ello a una serie de constantes que forman parte indivisible de sus hasta ahora tres trabajos literarios.

Se advierte además que las novelas de Gerardo Pérez Sánchez, con independencia del género en que las escriba, giran siempre en torno a las grandezas y las fatalidades del amor. Eso sí, el autor procura disfrazar el romance en tramas ligeramente complicadas, peso su peso late con una importancia notable en el relato, tan importante que oscurece otras líneas argumentales por lo que Pérez Sánchez es ante todo un escritor que cree, y por ello necesita explotarlo en sus obras, en el amor.

El amor como vehículo a través del cual evadirnos de la grisácea realidad que nos rodea. El amor como un oasis en el que refugiarnos de esa misma grisácea realidad que nos rodea. Una realidad hostil y muy inhóspita, repleta de peligros en La sonrisa Duchenne, título que no deja de desconcertar aunque tiene su razón de ser cuando se explica en apenas unas líneas en qué consiste esa sonrisa. Una sonrisa que nace de una emoción espontánea y genuina.

Si la ciencia ficción fue el género escogido en El peso del tiempo y la comedia en El amor y otras vías de escape, ahora es la novela de espías el telón de fondo en el que se mueven los personajes de La sonrisa Duchenne.

Y decimos bien cuando se apunta que es el telón de fondo, como de fondo fueron sus respectivos géneros en las dos novelas anteriores, porque a Gerardo Pérez Sánchez si algo le interesan los géneros es para diseminar en ellos una historia de amor. En esta ocasión la que despierta en el endurecido corazón de un agente de los servicios secretos españoles con una atractiva cooperante italiana, Francesca,  que sin pertenecer a ninguna organización clandestina de su gobierno, está acostumbrada a que se crucen en su vida. De hecho, vive un romance con un espía italiano, Paolo, hasta que cae en coma tras ser brutalmente agredida por un misterioso hombre de negocios chino a quien investiga y que controla el negocio de la alimentación que los saciados países del primer mundo envían a los empobrecidos del tercer mundo para mantener su conciencia tranquila.

Curiosa paradoja que proporciona algunas de las mejores páginas de esta novela en la que no falta además de un escabroso triángulo, amor y escenas de acción que están muy bien descritas y aceleran la lectura del libro, así como aquellas que cuentan las tensiones que surgen entre los agentes secretos de una y otra nacionalidad que están enamorados de la misma persona.

En cuanto a su retrato del mundo del espionaje, Gerardo Pérez Sánchez lo dibuja  ordenado y burocrático, casi parece que influenciado por el que nos ha legado la literatura del maestro John le Carré.

Los espías de La sonrisa Duchenne son funcionarios que arriesgan su vida mientras viven en una realidad paralela, una realidad que no es la de la gente corriente por mucho que los agentes se esfuercen en normalizar sus relaciones con la sociedad para la que trabajan.

Por último, señalar que probablemente sea La sonrisa Duchenne la novela más cinematográfica de las tres que ha escrito y publicado hasta la fecha su autor.

Esta pasión por el cine se transmite en las numerosas y eficazmente descritas escenas de acción que trufan el relato, así como en las frases escogidas con las que encabeza cada uno de los capítulos de la obra. Frases que se han sacado de distintas películas, muchas de ellas de recientemente estrenadas y otras de grandes clásicos de la pantalla.

Una de ellas podría resumir las claves que el escritor ha diseminado a lo largo y ancho del relato. Corresponde a El paciente inglés: “Tienes que protegerte de la tristeza. La tristeza está muy próxima al odio”.

Saludos, aquí estamos, desde este lado del ordenador.