Título: La punta del iceberg / Año: 2016 / Duración: 91 min. / País: España / Productora: Tornasol Films / Hernández y Fernández P.C. / ICAA / Perenquén Films/ Director: David Cánovas / Guión: David Cánovas, José Amaro Carrillo, Alberto García Martín (Obra: Antonio Tabares) / Música: Antonio Hernández / Fotografía: Juan Carlos Gómez. / Reparto: Maribel Verdú, Fernando Cayo, Bárbara Goenaga, Álex García, Carmelo Gómez, Ginés García Millán, Jesús Castejón, Jorge Calvo.
La crisis y los efectos devastadores que ha generado tanto en la sociedad como en la economía, que no es una ciencia exacta como nos habían hecho creer a los legos, es uno de los ejes a través del cual gira La punta del iceberg, una valiente aunque irregular película que dirige David Cánovas y que adapta la obra de teatro del mismo título de Antonio Tabares.
No he podido ver representada la obra, pero agradezco que el filme de Cánovas intente –y en ocasiones me haga olvidar– su origen escénico, así como la acertada y contenida dirección de actores que subraya las gélidas relaciones que mantienen entre sí los personajes y a la que contribuye la fotografía de Juan Carlos Gómez, que combina una gama de colores fríos en los que predominan los azules.
La punta del iceberg más que un retrato de personajes es un retrato de situaciones puestas al límite en las que se mueven los personajes y que en ocasiones desborda ese mismo escenario: aseados pero fríos despachos de oficinas de una gran empresa que explota a sus trabajadores y cuyos jefes solo piensan en la cuenta de resultados… En estos profilácticos espacios tres de los empleados se han suicidado por causas desconocidas.
Desde la central, y ante el temor de que estas muertes lleguen a oído de los medios de comunicación, se envía a una especialista para que investigue las causas y razones que condujeron a poner fin a sus vidas y durante sus pesquisas descubre que todos ellos trabajaban en un misterioso proyecto conocido como Iceberg y que los espacios comunes de esa gigantesca delegación están vigilados por cámaras, órdenes del director, que dirige con mano de hierro la empresa con la excusa de los recortes, recortes, le recuerda a la investigadora que interpreta Maribel Verdú, que le pueden afectar a él mismo, y que solo hace que piense obsesivamente en obtener beneficios.
El espectador descubre, a medida que se desarrolla la película, que el proyecto Iceberg pasa a un segundo plano, ya que funciona como Mcguffin (un elemento de suspenso que hace que los personajes avancen en la trama, pero que no tiene mayor relevancia en la misma) porque lo que importa es contar cómo afecta la crisis y el miedo que genera entre los empleados de este complejo. Así, se reflexiona sobre el nuevo marco de las relaciones laborales, lo explica uno de los oficinistas al ser entrevistado por el personaje que interpreta Maribel Verdú, y en el que viene a decir más o menos que tragará con lo que sea porque “con 52 años quién va a contratarme…” esta sensación de nueva esclavitud se manifiesta también en una empresa que funciona aparentemente como una familia, aunque las relaciones estén marcadas por el temor y no la confianza.
La lección moral que nos muestra la película es la que protagoniza Maribel Verdú cuando decide romper con este sistema y recuperar con dignidad su vida. El acto de valentía tiene sin embargo una ambigüedad extrema, por lo que no redime al personaje aunque actúe bien. El mensaje, no obstante, es que hay que trabajar para vivir y no vivir para trabajar, y menos en condiciones tan penosas, lo que hace pensar que la esclavitud permanece en las nuevas relaciones laborales que se han urdido tras el crack que todavía fractura un sistema que ha hecho aún más profunda la división entre pobres y ricos. Se resalta, además, la cada vez más acelerada indigencia que devora a las clases medias.
Más que cinematográfica (la película es muy correcta técnicamente) La punta del iceberg da la sensación, sin embargo, que no controla demasiado bien su carga crítica con la realidad de estos días inciertos que vivimos, lo que puede justificar su gélida puesta en escena y cómo afecta a las relaciones entre sus protagonistas, pero eso no justifica algunos largos y parlamentos que poco o nada aportan al crecimiento de los personajes.
Con todos sus aciertos pero también defectos, tras visionar la película el espectador sale de la sesión con el alma partida. También con la sensación de que conoce demasiado bien la historia. Y por conocer la historia no entusiasmarle demasiado su ¿esperanzador? final
Saludos, se encienden las luces, desde este lado del ordenador.