Trece novelas sobre la Guerra Civil (y la posguerra) en Canarias

Lunes, Julio 18th, 2016

INTRODUCCIÓN

España se fragmentó en mitades tal día como hoy, pero hace ochenta años. Y si bien es verdad que ha llovido mucho desde ese entonces, aquella guerra en la que hermanos contra hermanos se partieron la cara hasta la muerte continúa sonando como un eco fantasmal entre los nietos y bisnietos de quienes se vanagloriaron de ganar y perder una guerra.

Visto con perspectiva y tras esa cortina de años que todo lo mitifica, en ocasiones con apetito enfermizo, todos salieron perdiendo por culpa de aquella guerra. Una guerra civil que sirvió de ensayo para lo que años más tarde sumiría a Europa en un baño de sangre de cuyos efectos, con forma de traumas y espectros, aún no ha sanado.

Hace unos años dedicamos a la Guerra Civil española un artículo en el que repasábamos por encima algunas de las novelas que se preocuparon por darnos su versión de aquellos hechos con forma literaria en Canarias.

El intento de ahora es escoger algunas historias para que el lector, o el curioso que lo mismo da, las conozca para que se haga una idea no de lo que fue la Guerra Civil en las islas, sino en cómo esa misma Guerra Civil afectó a los que vivían en ellas.  Así que con independencia de su calidad literaria, los títulos que se han reunido coinciden en denunciar lo que somos capaces de hacer cuando nos convertimos en bestias.

NOVELAS PARA UNA GUERRA

El barranco, Nivaria Tejera.- Narrada a través de la mirada de una niña que observa cómo un hombre bueno, su padre, es detenido tras declararse la Guerra Civil, la escritora, fallecida a inicios de 2016, describe la violencia que rompe su aún inocente universo en mil pedazos. La historia, autobiográfica, transcurre en la ciudad de La Laguna. 

La prisión de Fyffes, José Antonio Rial.- Las valientes pero tristes memorias de un preso condenado, como tantos otros, por sus ideas en el improvisado penal que se habilitó en una empaquetadora de plátanos a las afueras, entonces, de la capital tinerfeña.

Luchar por algo digno. El barco borracho, Pedro Víctor Debrigode.- Mientras sirve en las milicias universitarias, el protagonista de la novela, el mismo Debrigode, sirve como soldado en uno de los barcos prisión anclados en el muelle de la capital tinerfeña. El escritor continuaría en otro volumen sus recuerdos de la Guerra Civil pero ya en territorio peninsular en Luchar por algo digno. El espía inocente.

El fulgor del barranco, de Juan Ignacio Royo Iranzo.- Frenético y también irónico retrato de aquel julio de 1936 en Tenerife y que protagoniza un tipo desubicado con unos hechos que ni le van ni le vienen. Entre otros protagonistas de la novela aparece el mismo Francisco Franco.

La isla y los demonios, de Carmen Laforet.- No es una novela de la Guera Civil pero sí su consecuencia: la posguerra.  Transcurre en Las Palmas de Gran Canaria y si bien ha quedado relegado en la escasa pero emotiva producción literaria de su autora, se trata de un libro intimista en el que pesa un sombrío existencialismo y una historia de amor.

Sima Jinámar,  de José Luis Morales.- Es una lástima que no se la reivindique como la novela que es. Será porque en ella salen a la luz muchos de los fantasmas de aquellos años de tinieblas y el recuerdo de una matanza que aún mancha la memoria de no solo la isla donde transcurrieron los hechos, Gran Canaria, sino de todo el archipiélago.

La infinita guerra, de Luis León Barreto.- Transcurre en Tamarán, territorio que se confude con la isla que son todas. Inexplicablemente no es uno de los títulos más comentados de su autor, aún tratándose de una novela que transmite congoja, miedo, recelo de tus semejantes.

Mientras maduran las naranjas, de Cecilia Domínguez Luis.- La historia de una niña que asiste impotente al castigo que someten a su familia los que tomaron la isla, las islas, en apenas unas pocas horas tras declararse la rebelión militar. Dura crónica de la derrota, la novela no se queda solo en el retrato social de los que perdieron la Guerra sino también en cómo le afecta a esa niña esa misma derrota.  

Los amores perdidos, de Miguel de León.- Una emotiva historia de amor que transcurre en El Terrero, un pueblo que podría estar localizado en cualquiera de las islas Canarias en aquellos años donde nada fue fácil: la posguerra.

Memorias de una isla sin memoria, de Agustín Carlos Barruz.- La represión y las secuelas que deja  son  protagonistas de una historia que transcurre durante la Guerra Civil en Sacura, aunque se nos recuerda que se trata de un anagrama de Arucas, en Gran Canaria.

La maleta y el obelisco, de Andrés Servando Llopis.- A través de los recuerdos y las memorias escritas de un nacional y de un republicano, respectivamente, se traslada al lector al frente de Extremadura y a la feroz represión que se emprendió aquellos años en una capital de provincias expañola: Santa Cruz de Tenerife.

La lista, de Juan Bosco.- El retrato de un joven fraile que toma conciencia y, por ello, es ajusticiado por los nacionales. También contiene una notable descripción de la sociedad de La Orotava de aquellos años y describe con crudeza una matanza que aún mancha la memoria de no solo la isla donde transcurren los hechos sino de todo el archipiélago.

Guad, de Alfonso García-Ramos.- Feroz retrato de Tenerife, una isla, las islas, en los años de la posguerra. Novela poblada de personajes con huella, Guad enseña lo duro que resulta vivir en un territorio que por chico hace el infierno grande. Mineros que extraen agua de las entrañas de la tierra, sacerdotes que pese a todo no han perdido su fe son algunas de las piezas que arman este clásico de la literatura española y canaria.

Saludos, ochenta años que no son nada, desde este lado del ordenador.

‘Las flores no sangran’, una novela de Alexis Ravelo

Jueves, Enero 15th, 2015

“La noche es sahariana, con aire caliente y tierra que entra por las ventanas que los incautos se han dejado abiertas. Y nadie podrá dormir. Felo, en su cuartucho, ve en televisión un documental sobre el Amazonas. Lola y Diego acaban de echar un polvo bruto y rápido, y ahora están ahí, desnudos y destapados en la cama húmeda de sudor y semen. Lola mantiene aún su excitación acariciándose, esperando a que él recobre la respiración y complete lo que se ha dejado a medias entre las piernas de ella. Eusebio, tendido en su cama, hace cálculos, repasa horarios, coartadas, posibles errores, mientras constata que hay un desconchón en el techo y que, un día de estos, tiene que dar una mano de pintura. Siente un ansia y una pereza infinitas. En cambio, Paco el Salvaje no ha llegado a acostarse. Permanece ahí, en su salón, concentrado en el sulfatador (se lo ha llevado a casa para limpiarlo), comprobando una y otra vez la pistola de juguete, los guantes, el elástico de la mascarilla. Parece inmerso en esas tareas, pero en realidad piensa en Ruth. En Ruth y en el olor de la piel de Ruth. En Ruth y en pasajes de avión y en largarse de una puta vez de la isla.”

(Las flores no sangran, Alexis Ravelo, Alrevés, 2015)

Alexis Ravelo no es un tipo duro y por eso lee poesía. Desconozco si el escritor nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1971 ha escrito alguna vez un poema. Y si fue así, a quién le cantó con sus versos… Por lo pronto, sí que detecto a un Ravelo que nos sale poeta en muchos de los títulos de sus novelas negras y criminales e, intermitentemente, en fragmentos, párrafos aislados de sus historias, todas ellas trufadas de cadáveres.

Descubrí el lirismo de Ravelo en la que hasta la fecha sigo considerando su mejor novela, La estrategia del pequinés, y me acomodé porque lo identifiqué con él a través de La última tumba y ahora Las flores no sangran que es, a mi juicio, la más poética –y por ello desconcertante– novela de un escritor que sin abandonar las cargas de profundidad que alimenta al género no sé si escribe pero sí que lee poesía.

La novela policíaca vive en España un estado de gracia al que unos, quiero imaginar que pocos, desea pegarle el tiro de gracia. Con todo, el género se mueve y mantiene aún una luna de miel con unos lectores que supongo están cansados de levantarse las mañanas con tanto cadáver real que le entra por la televisión aunque, paradójicamente, lo que buscan algunos de esos mismos lectores es evasión leyendo historias con cadáveres inventados. Y el plato, por ahora, funciona porque la literatura negra y criminal que se escribe y se publica en España gana lectores por mucho que se disperse por cualquier provincia que vertebra este país que parece ahora no quiere perderse.

Y Alexis Ravelo se mueve muy bien por esta geografía. La geografía de un género al que ubica a Gran Canaria y por extensión al archipiélago en el mapa negro y criminal español contando las mismas historias pero con acento de aquí e, inteligentemente, prestando voz a todos aquellos que piensan como viven y que por eso quieren cambiar para vivir como les gustaría pensar.

Alguien los llamó los parias de la tierra.

Otros, marginados que han acabado por ser delincuentes de poca monta y que se enfrentan en esta novela a otra clase de delincuentes, esos que visten traje y corbata.

¿Quién gana?

No lo tengo tan claro en las novelas de Alexis Ravelo, aunque en Las flores no sangran la pírrica victoria se decanta del lado de los que llevan chándal y una soga atada alrededor del cuello.

Las flores no sangran, como La estrategia del pequinés, es una novela que trata de todos ellos: los que llevan corbata y sogas alrededor del cuello, solo que resulta algo más larga. Sea, supongo, porque se trata del más comprometido políticamente pero también desconcertante relato de un escritor que lee poesía.

En Las flores no sangran un quinteto de delincuentes de medio pelo planifica primero y realiza después el que piensa será el golpe de su vida. No se trata en esta ocasión de robar a un narcotraficante sino de un secuestro express, el de la hija de un capitoste grancanario que ha amasado su gran fortuna blanqueando dinero con el que ha armado una red de empresas que sostiene un imperio corrupto pero oficialmente legal pese a que esté podrido en sus entrañas.

El relato está narrado en dos tiempos y en una distante tercera persona que describe, tal y como hablamos por esta tierra, esta operación criminal. Pero no termina Ravelo de afinar a los cinco miembros de la banda de delincuentes de caza menor que protagonizan la historia. La primera parte resulta así muy explicativa y extensa para contarnos cómo son cuatro hombres y una mujer que se buscan la vida en una capital de provincias.

Llámala Gran Canaria.

Tras la declaración de guerra, Alexis Ravelo enfrenta a esos buscavidas con otros delincuentes. Delincuentes de caza mayor que, como en otras de sus novelas, resultan bastante atractivos. Y los dibuja con pincelada impresionista, procurando que la mancha no caiga en maniqueísmos para mostrarlos también como seres humanos.

Y aparece un tal Raúl Silva, alias Belmondo, que es un argentino al que no te gustaría encontrar cuando está trabajando.

La acción de Las flores no sangran comienza entonces a moverse y a coger al lector por el cogote en su segunda mitad. Y uno piensa entonces que la demora mereció la pena. Que mereció la pena leerse este relato de guerra entre dos formas de entender la delincuencia.

O la de los cinco delincuentes de medio pelo y la que encarna Isidro Padrón y Marcos Perera, el Martillo y el Yunque de Tejeda, dos hombres de negocios sin escrúpulos que organizan un operativo para recuperar –al margen de la policía– a la hija secuestrada del primero.

Y es aquí, en el tramo final cuando Las flores no sangran recupera la emoción y el calado negro y criminal que se buscaba. El momento en el que el relato se vuelve oscuro y despiadadamente violento. Ese en el que no hay calima que valga para serenar lo que deriva hacia una orgía de sangre. Una orgía de sangre que desencadena la peculiar forma de hacer justicia que tienen estas dos formas de hacer delincuencia.

Pero, ah, los de arriba son hombres de negocios y los de abajo parias de la tierra.

¿Quién ganará?

Ya lo dice el título: Las flores no sangran.

(*) El escritor Alexis Ravelo participa este jueves, 15 de enero, en un encuentro que tendrá lugar a partir de las 19 horas en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife.

Saludos, allí nos veremos, desde este lado del ordenador.

Moby Dick, bendita sea

Domingo, Septiembre 15th, 2013

Alguien, en algún sitio, comenta que los aspirantes a extras en la nueva versión que sobre Moby Dick espera rodar Ron Howard en Canarias tienen que haber leído primero la novela de Herman Melville.

Melville debe ser junto a Joyce y Proust –benditos sean– uno de esos escritores que citan lectores que nunca lo han leído pero que insisten –benditos sean– en que los leas.

Herman Melville cuenta al menos con excelentes adaptaciones cinematográficas.

Hay un Moby Dick de John Huston con guión de Ray Bradbury que se rodó en las islas.

Y una redonda versión de Billy Budd dirigida por Peter Ustinov que no se rodó en las islas.

Cito dos películas y una de ellas, Billy Budd, porque ayudó a que me animara a leer el relato original.

La historia fue diferente con Moby Dick.

Mucho antes de ver la película de Huston, Moby Dick se me reveló como historieta en Joyas Literarias Juveniles de Editorial Bruguera. Una colección –bendita sea– que contribuyó a acercarme a esas  joyas en concisas y generalmente rigurosas adaptaciones al cómic.

Moby Dick, la novela llegó mucho, mucho más tarde.

“Llamadme Ismael. Hace años, no importa cuántos exactamente, hallándome con poco o ningún dinero en la bolsa y sin nada de especial interés que me retuviera en tierra, pensé que lo mejor sería darme a la mar por una temporada para ver la parte acuática del mundo.

Melville cuenta con otro extraordinario relato marinero, Billy Bud. Y con una de esas historias que conviertes en tu peculiar evangelio: Bartleby el escribiente. Uno de esos relatos a los que regresas y regresas mientras la nave va…

La primera vez que leí Bartleby me hizo reír. Pero no he vuelto a recuperar aquella risa desde entonces.

La historia con Moby Dick fue otra.

Lo dice un tripulante del Pequod.

Saludos, benditos sean, desde este lado del ordenador.

Mi Habana en el recuerdo, una novela de Agustín Ravina Pisaca sobre Canarias y Cuba

Miércoles, Julio 3rd, 2013

“Eran las seis de la mañana cuando un estruendoso ruido resonó en la habitación. Jorge y Bernardo se levantaron sobresaltados, parecía que el cielo había caído sobre La Haban. Se asomaron al balcón del hotel y observaron como una cortina de agua –como si fuera una manguera proyectada desde el cielo– descargaba su caudal con potente fuerza sobre la ciudad. Jamás en las islas habían visto caer agua con tanta intensidad. Al fondo, en el horizonte y sobre el mar, se dibujaban infinidad de rayos que iluminaban constantemente la noche”.

(Mi Habana en el recuerdo, Agustín Ravina Pisaca)

A lo largo de la historia las relaciones entre Canarias y Cuba han sido significativamente estrechas. La emigración que en tiempos tormentosos como los actuales obligó a miles de canarios a buscar trabajo en la mayor de Las Antillas así como el éxodo masivo que cubanos emprendieron rumbo al archipiélago tras el triunfo de la revolución castrista pedía una novela que rindiera justicia a esos hombres y mujeres que desafiaron al destino y cuya épica existencial terminó por ser devorada por las circunstancias históricas que agitaron el Caribe durante el primer tercio del siglo XX.

Consciente del desafío ante el que se encontraba, el escritor Agustín Ravina Pisaca propone en Mi Habana en el recuerdo el relato de dos emigrantes tinerfeños, Bernardo y Jorge, naturales de La Gomera y Tenerife, respectivamente, en esta monumental obra en la que además de narrar cómo poco a poco y a base de mucho tesón y trabajo sus dos protagonistas terminan por insertarse en la sociedad, recorre  la vida del país desde mediados de los años treinta hasta principio de los sesenta. Lo que sirve de repaso para refrescar la historia de Cuba.

Cuba.

Un país que, al igual que Venezuela, podría ser considerado como la octava isla de Canarias porque ¿quién no tiene en esta tierra un pariente que se marchó para no saber nunca más de él?

Éste y no otro es el objetivo de la novela de Ravina Pisaca, un título que pese a su extensión (¡más de ochocientas páginas!) y en ocasiones irregular discurso narrativo expone sin máscaras para describir la forja espiritual que caracterizó a muchos de estos hombres para convertir sus sueños en realidad al mismo tiempo que se cubanizaban sin dejar de recordar su territorio de origen.

En este aspecto, lo mejor de Mi Habana en el recuerdo es seguir el itinerario existencial de sus dos protagonistas, así como la nostalgia que sienten ante unas islas que nos les ofrecía nada, salvo atraso y tradición.

Uno de ellos, Bernardo, se marcha de la isla obligado por problemas personales mientras que Jorge se evade por sed de aventuras para prosperar.

Una vez desembarcados en La Habana y para situar al lector, Agustín Ravina Pisaca salpica su texto con referencias históricas en las que cuenta los distintos conflictos que han configurado la radiografía política y moral cubana entre los años comprendidos –ya hemos dicho–  treinta hasta principio de los sesenta.

Estos capítulos históricos me han permitido refrescar algunos de los momentos más señalados de la biografía de ese país. Un país que despierta entre los iniciados contradicciones y mucho desconcierto. También demasiada pasión, lo que dificulta una lectura objetiva para intentar entender el rumbo que, finalmente, asumió la isla tras la entrada en enero de 1959 de Fidel Castro en La Habana.

Ciudad legendaria.

La obra de Ravina Pisaca da voz así a la diáspora, a los que se marcharon mientras abandonaban por el peso de la Historia lo mejor de su patrimonio sentimental como material en la isla.

Pero son estos, a mi juicio, los capítulos menos afortunados del libro, ya que quiebra el pulcro equilibrio entre cabeza y corazón que mantenía el autor hasta ese momento.

Cabeza al narrar el laborioso trabajo que desarrollan sus protagonistas para convertirse en hombres de provecho para hacer familia. Y corazón cuando las complicadas  tormentas políticas cubanas –tan extremas y trágicas– enturbian el contenido de la novela.

Mi Habana en el recuerdo es un libro que, pese a su extensión y pese a su inestable estructura, reúne los suficientes atractivos para aquellos que, consciente o inconscientemente, han sido inoculados con el virus cubano.

Una isla que se nota que Ravina Pisaca conoce muy bien, y que sus protagonistas recorren en los que quizá resulten los capítulos más innecesarios de la novela por su sabor a postal turística, pero que no manchan las intenciones de una obra ambiciosa y escrita con un profundo amor hacia Cuba y sobre todo, de ahí el título, a La Habana, una capital que aprendió a estar despierta las 24 horas del día y que deslumbró por fusionar modernidad y clasicismo para ser una de las ciudades de referencias del planeta hasta que llegó el comandante y mandó a parar.

Todos estos elementos hacen, pese a sus peros, que Mi Habana en el recuerdo me resulte un volumen singular. También una rareza en el panorama de la república de las letras que, actualmente, se escriben en Canarias.

Encuentro en el texto una agradecida reivindicación por los emigrantes que lo dejaron todo para ser personas y generar familia en un país que, aparentemente, les resultaba muy grande.

Familia inquieta,  se destaca en los capítulos finales del libro, cuando sospecha que la revolución transformadora no fue otra cosa que una sandía: verde por fuera y roja por dentro.

(*) La imagen corresponde a Nuestro hombre en La Habana (Carol Reed, 1959) basada en la novela del mismo título de Graham Greene.

Saludos, la historia nos absolverá, desde este lado del ordenador.

Hiroku: Defensores de Gaia

Lunes, Julio 1st, 2013

Si ves Hiroku: Defensores de Gaia (Manuel González Mauricio y Saúl Barreto, 2013) es probable que pienses que no eres un adolescente. Por mucho complejo de Peter Pan que te devore por dentro. Comprobarás así que la edad, esa palabra que sabe a ácido, pesa demasiado, que casi parece una roca que te has atado a los pies.

Veo así Hiroku: Defensores de Gaia sin pretensiones de recuperar aquel espíritu, aunque cuesta porque esta película está dirigida, precisamente, a un público comprendido en ese periodo de la vida en el que, por primera vez,  el mundo comienza a tomar sentido.

No sé, ni tampoco me importa, si con esto explico las sensaciones que me provoca Hiroku: Defensores de Gaia, aunque no deje de planear sobre mi cabeza que el filme llega tarde y que lo mejor de una película que nace con vocación de convertirse en serie sea, a mi juicio, no su animación en 3D sino la historia que ofrece.

Partiendo de esta premisa, Hiroku: Defensores de Gaia es un producto aislado, una curiosa rareza dentro del cine que se rueda en la actualidad en el archipiélago, aunque su apuesta es más ambiciosa porque tiene que hacerse mercado, dentro y fuera de estas islas.

En Hiroku ha participado un equipo reducido de personas para el estándar que exige este tipo de producciones. El equipo trabajó durante cuatro años de sangre, sudor y lágrimas para hacer posible esta producción que quiere explorar como exportar una idea de este archipiélago con imaginación. Más allá y hacia el infinito, lo que hace defender su inevitable factura de serie B dentro del actual cine de animación 3D.

Por ello y obviando su carácter de obra pionera al tratarse del primer largometraje de animación en esta técnica rodado íntegramente en Canarias, entiendo que Hiroku como historia tiene posibles. Yo al menos me quedé con las ganas de saber por donde demonios irá una película que no termina porque tiene continuará…

En cuanto a su guión, el espectador iniciado reconocerá numerosas referencias cinematográficas –desde la pareja del Gordo y el Flaco a Desafío total, Terminator y Ciudadano Kane, entre otras– y vibrará, como fue mi caso, con un inicio que rubrica una potente banda sonora del músico y compositor Raúl Capote.

Esto me hace pensar que Hiroku: Defensores de Gaia abre puertas que exigen ser exploradas y explotadas porque no camufla intenciones.

Hay buenos y malos.

Por un lado los defensores de Gaia, un grupo de hombres y mujeres, y por otro el malévolo Kane.

Un ciudadano Kane cuyo poder emana de saquear los recursos del planeta.

Los buenos, los defensores, operan desde una base de operaciones que se encuentra en las entrañas del Teide, y a este grupo se alía la tribu de  los neoguanches.

¿Hay que recordar que guanche se interpreta como los hijos de la tierra?

Con independencia de molestas lecturas nacionalistas, éste es uno de los elementos que más me atraen del primer largometraje de animación en 3D rodado en Canarias.

Me resulta curioso su discurso. También el hecho de contemplar en gran pantalla la imagen virtual de una isla cuya realidad actual pinta tan mal.

Admito que refresca mi espíritu, y que pienso, mientras observo esas escenas en las que aparecen hombres y mujeres tatuados y con palos entre las manos, en las posibilidades que ofrece desacralizar nuestro manipulado pasado para, irónicamente, reivindicarlo a modo de excéntrica y festiva bandera.

No termina sin embargo Hiroku de sacarle partido a este filón, claro que sus autores habrán calculado desarrollarlo en próximos episodios…

El puñetero continuará…

Con todo, Hiroku: Defensores de Gaia es un título que intelectualemente supone un gran paso hacia adelante en el cine que se rueda en estas tierras pero también una modesta pisada en el cine de animación en 3D  que se rueda y estrena en la actualidad en nuestro sufrido planeta.

Saludos, hacia el infinito y más allá, desde este lado del ordenador.

Un libro de poesía escrito con las voces de los primeros pobladores de Canarias

Miércoles, Junio 26th, 2013

Un libro de poesía escrito a partir de las voces que utilizaban los primeros pobladores de Canarias ha dado como resultado Achicaxna xaxo agual. Palabra de momia paria, del escritor y periodista Agustín Gajate Barahona, volumen editado por Ediciones Aguere y Ediciones Idea y que será presentado el 4 y el 19 de julio en Santa Cruz de Tenerife y Las Palmas de Gran Canaria, respectivamente (1).

El autor ha empleado en este libro palabras que aún se conservan y que proceden de las siete islas para dar forma a unos versos en los que describe la vida, la sociedad y la cultura así como su derrota, y, en algunos casos, su cautiverio y deportación de los primeros habitantes del archipiélago.

La obra contiene 110 poemas y nueve silencios, que simbolizan el gran vacío existente en el conocimiento de aquellos hijos de la tierra, que es el significado literal de la palabra guanche, y que conformaron heterogéneos grupos de población, perfectamente adaptados al entorno que habitaban, y que acumularon durante siglos valiosos conocimientos sobre las particularidades de la naturaleza insular, muchos de los cuales no son aprovechados en la actualidad.

Los textos forman parte de una investigación sobre las posibilidades de uso literario de la lengua guanche, tanto poético como dramático o narrativo, explica Agustín Gajate en una nota informativa, quien añade que “el punto de partida ha sido reunir el vocabulario que incorpora contenidos simbólicos o conceptuales susceptibles de un uso diferente al topográfico, biológico u onomástico. La recopilación realizada ha conseguido reunir más de un millar de palabras y todos los números hasta el 999, lo que puede considerarse como el umbral mínimo necesario para que una estructura de comunicación de uso parcial, como la lengua guanche, pueda ser utilizada como un medio creativo de expresión.”

(1)   Achicaxna xaxo agual. Palabra de momia paria, se presenta el 4 de julio, a las 19 horas, en la Casa Elder, sede social de la Mutua de Accidentes de Canarias, de Santa Cruz de Tenerife y el 19, a la misma hora, en la Sala de Actos Manuel Padorno de la Biblioteca Pública del Estado de Las Palmas de Gran Canaria.

Saludos, informamos, desde este lado del ordenador.