Dando notas a las puertas del apocalipsis

Miércoles, Diciembre 19th, 2012

* La escritora Esther Terrón Montero debuta en el panorama literario con la novela Junio (colección Tid, Ediciones Idea), donde propone una ácida alegoría sobre la incomunicación y la carencia de relaciones sinceras “que vivimos en la sociedad actual.” La protagonista de la historia, una profesora que todos los días se traslada a un instituto localizado en el sur de una isla que podría ser Tenerife, relata en primera persona sus experiencias, mostrando sus emociones y todo cuanto se desarrolla a su alrededor.

* También en Ediciones Idea aunque en la colección Narrativas ha aparecido el nuevo libro de relatos del escritor Agustín E. Díaz Pacheco, Proa en nieblas, título que, en palabras del también escritor Jorge Majfud: “La cartografía tradicional de los cuentos lineales, abundantes en acción y con finales cerrados en sus propias resoluciones, nos llevará a naufragar en el más temiblemente calmo de los mares que componen este libro.” Otros libros de Agustín E. Díaz Pacheco son Los nenúfares de piedra, La cadena del agua y otros cuentos y El camarote de la memoria.

* La editorial Alhulia publica Línea líquida (Memorias de unos años algo frívolos) del escritor y abogado José María Lizundia. El autor explica que en este libro “domina el humor de principio a fin”, aunque admite que es de difícil clasificación: “Es narrativa y podría ser una novela, pero se trata de un libro de memorias que abarca dos o tres años del autor en su cincuentena, luego no parecen unas memorias; quizá podría presentarse como diarios, pero ocurre que no hay días marcados.” Lizundia es autor también de Diario de un abogado mundano, entre otros títulos.

* Noa y los dioses del tiempo, de Ana Joyanes Romo, es el séptimo título de la colección de novelas G21: Narrativa Canaria Actual, si no contamos el primero de esta iniciativa coordinada por el editor de Ediciones Aguere, Ánghel Morales, una antología de relatos que incluyó entonces a doce autores y que desde entonces se ha convertido en una especie de fenómeno literario en las islas. Noa y los dioses del tiempo transcurre en un espacio alternativo que podría ser cualquiera de las islas que forman el archipiélago canario, en el que la realidad y la magia se dan la mano. Esta novela se presenta el sábado, 22 de diciembre, en el Ateneo de Miraflores, en Santa Cruz de Tenerife, a las 20 horas. Introducirá el acto el abogado y escritor Iván González.

* Ediciones Idea ha reeditado, en su colección Narrativas, El perfil de las esquinas, de David Galloway, una recopilación de relatos que vio la luz por primera vez en 2003 y que, en esta ocasión, cuenta con un prólogo del profesor y poeta Ernesto Suárez, así como con un cuento inédito, titulado La vida en defensa propia (Pubis azul). La obra indaga en la búsqueda de la felicidad y está poblada de personajes que, a través de las experiencias vividas, terminan comprendiendo que toda ilusión, sea cual sea su cariz, su contrapartida, siempre hace mella. El volumen se presenta este jueves, 20 de diciembre, a las 19.30 horas, en la Librería de Mujeres de Canarias. En el acto intervendrán, junto al autor, el prologuista de la obra Ernesto Suárez; la directora de la librería, Izaskun Legarza; y un representante de la editorial canaria.

* La Escuela Canaria de Creación Literaria comenzará el nuevo año con un Curso de Relato Breve, que impartirá el escritor Víctor Álamo de la Rosa. Las clases tendrán lugar los jueves desde el 24 de enero al 11 de abril, de 20.30 a 22 horas, y en el mismo se profundizará en la esencia de la narrativa, así como se trabajará con los recursos expresivos de cada alumno. El curso se completará con la realización de un relato por parte de cada alumno con la intención de hacer una publicación colectiva. Más información en la página web de la ECCL.

* Este miércoles, 19 de diciembre, se presenta El libro LuchaLibro, publicado por la editorial Baile del Sol, dentro de la colección Sitio de Fuego. El volumen, de 160 páginas, compila los más de ochenta relatos que participaron en este certamen, e incluye como no podía ser menos, el trabajo ganador, que recayó en Enrique Sicilia (primer premio) así como los finalistas Nuria López, Alejandra Allueva y Hugo Clemente. El libro de LuchaLibro se distribuirá en las principales librerías de la isla y a través del blog de LuchaLibro Canarias. La presentación tendrá lugar a las 21 horas en  el Malavida, “ideas y copas”, en Santa Cruz de Tenerife.

* El Espacio Cultural Aguere de La Laguna acoge desde este miércoles, 19 de diciembre, hasta el 9 de enero del 2013, un ciclo dedicado a la actriz de origen canario Maria Montez. También se inaugurará una exposición coordinada por Aron Benchetrit y compuesta por paneles y material gráfico perteneciente a la colección de Antonio Pérez Arnay, fallecido el 1 de enero de este año y al que se le rendirá un homenaje. El ciclo Maria Montez incluye la exhibición a las 20.30 horas de La reina de Cobra (1944); Alí Babá y los cuarenta ladrones (1944) y Las mil y una noches (1942), el 19, 20 y 21 de este mes, respectivamente.

* La Filmoteca Canaria recupera sus ciclos el próximo año, entre enero y febrero, con una atractiva retrospectiva dedicada al cineasta Ernst Lubitsch. Entre otros títulos se exhibirá Ninotchka y To Be or not To Be.

Saludos, escobilloneros antes del fin, desde este lado del ordenador.

‘El corsario de Lanzarote’, una novela de Francisco Estupiñán

Lunes, Noviembre 12th, 2012

La publicación de El corsario de Lanzarote (1), novela por el escritor y periodista Francisco Estupiñán obtuvo el premio Benito Pérez Armas 2011, coincide en las librerías canarias con una serie de historias que más o menos se desarrollan en el mismo periodo histórico que ésta: la conquista de Canarias y el asentamiento y posterior desarrollo de los primeros pobladores europeos, y sus generaciones, en las islas.

Sin embargo, y en contra de otros títulos como El guanche en Venecia, de Juan Manuel García Ramos y La Señora. Beatriz de Bobadilla, señora de Gomera y Fierro, de Carlos Álvarez, el título de Estupiñán me parece el más logrado de todos ellos. La primera razón que podría argumentar para sostener esta reflexión es la sencillez de su escritura y la claridad de objetivos que caracteriza a la novela. También, la habilidad que ha tenido el autor para jugar con la variedad de géneros que se dan cita en ella.

En este aspecto, parece como si Francisco Estupiñán se moviera como pez en el agua sin descuidar en ningún momento la psicología con la que arma a sus personajes, en especial el retrato que hace del marqués Agustín de Herrera y Rojas, el protagonista de este relato en el que se dan la mano ambiciones políticas, amores apasionados y escaramuzas por la captura de esclavos en unos tiempos en los que, tal y como reproduce la cita de Antonio Rumeu de Armas que encabeza este libro: “De las Islas Canarias puede decirse que hasta tiempos recientes no han conocido la paz.”

El corsario de Lanzarote es además una apasionante novela sobre la sociedad que comenzaba a configurarse en el archipiélago la segunda mitad del siglo XVI, y en concreto la de una isla, Lanzarote y tangencialmente Fuerteventura, en la que aquellos hombres y mujeres sacaron provecho de un territorio aparentemente hostil por yermo. Castigado por las inclemencias del tiempo, la falta de agua potable y los ataques continuados de corsarios berberiscos.

Pero son muchas las historias que contiene esta novela que apenas alcanza las doscientas páginas. Rasgo que la convierte si cabe en más destacable por la capacidad que ha tenido el escritor para condensarlos en un volumen que usa la Historia para narrar un relato lo más aproximado posible a las fuentes que lo inspiran.

Porque casi todo lo que se cuenta en El corsario de Lanzarote (2) está recogido de documentos de la época. Es decir, contrastados por el escritor en una intensa labor de recolección de datos que se materializa en el libro con un vistoso realismo de época. Realismo que contagia en el lector actual el miedo que aquellos canarios ya de cuarta generación debieron de sentir viviendo en una isla que sufría el ataque depredador de piratas a los que Estupiñán retrata sin maniqueísmos, y sí presentándolos como lo que debieron ser: soldados de fortuna.

El escritor dibuja además, con la precisión de un cirujano, el retrato psicológico de Agustín de Herrera y Rojas. Un hijo de su tiempo, producto de una sociedad mestiza.

“Doña Constanza logró impresionarlo aún más vivamente cuando le explicó que, a través de su otra abuela, de nombre Catalina Dafía, llevaba sangre de la casa del normando Jean de Bethencourt, conquistador y primer señor de Lanzarote y Fuerteventura, y de reyes canarios, paganos, que tenían su antigua capital también en la misma Teguise, y que fueron cristianizados por los Bethencourt y los Herrera.”

Este linaje obliga a que el protagonista de la novela forje desde su más tierna niñez “un carácter imbuido de su propia importancia y destino. Este hecho influía enormemente en el niño Agustín, que en ocasiones convertía la prestancia en arrogancia, la valentía en bravuconería o el mando en tiranía.”

La adolescencia de Herrera y Rojas queda marcada así por su abuela Constanza, quien no deja de darle consejos como los de rodearse de sus hermanastros “pues solo los de tu misma sangre serán capaces de sacrificarse por ti, si llegara el caso. Para obtener la lealtad de los demás, siempre necesitarás de las prebendas.”

El corsario de Lanzarote es una novela sin buenos ni malos sino la historia de un tiempo cuyos ecos aún continúan resonando en Canarias.

En este sentido, el libro aborda la lucha de poderes para defender un apellido por encima de otros; también la de abrirse paso ante un paisaje difícil, sin apenas agua, pero que contiene una poesía que contribuye a modelar el carácter de sus habitantes. En un viaje que emprende el protagonista para conocer sus dominios, describe Estupiñán: “Luis y Agustín se sentaron muy próximos, en sendos pedruscos pulidos por las inclemencias de la intemperie. Se repartieron pan bizcochado, queso y cebolla y lo tragaron con agua de lluvia recogida en los aljibes de la casa señorial. Se divisaba el cortijo en medio del llano en que se remataba el valle, con la casa central y las cuadras a un lado. Detrás de la casona se podía ver una amplia extensión poblada de hoyos en cuyo interior crecían, protegidos del ventarrón, las vides. Algo más atrás, varias fanegadas de trigo luchaban por madurar, cercadas de a poco por higueras y olivos que servían de cortavientos.”

Es decir, Estupiñán transmite al lector la sensación de que se está ante una geografía que merece la pena proteger.

Agustín alcanza la mayoría de edad siendo apenas un adolescente cuando lidera la defensa de Lanzarote ante un ataque pirático. Su abuela, tan determinante en su primera juventud, le hace entrega de las armas de su padre. Y escribe Estupiñán: “Sus sensaciones eran encontradas: la decisión de defender el señorío heredado de sus padres le irrigaba valentía en cada poro de su piel: saber que la muerte podía estar cerca le aceleraba el corazón y tensaba sus articulaciones.”

La descripción de la batalla es uno de los capítulos más cinematográficos de esta novela. Casi parece un western. “Se oyeron los primeros disparos. Los lanzaroteños los esquivaban, escondidos tras las barricadas y los muros de las casas, mientras sentían las descargas cada vez más próximas.”

Pero es que hay más en El corsario de Lanzarote. Que es literatura de la buena. Es decir, toda aquella que sabe enganchar el interés del lector no solo por estar bien escrita sino porque cambia la manera de ver las cosas de ese mismo lector.

Hay poso detrás de cada uno de los capítulos que vertebra este libro. Pero sobre todo se aprecia un profundo respeto, fruto del conocimiento del autor, por el periodo que narra. Un  momento de la historia de Canarias, ya parte de un  imperio español, en cuyo reflejo podemos reconocernos salvando las distancias…

El logro de Francisco Estupiñán es que cuenta todas estas cosas sin recurrir a ironía ni explotar la mitología que casi siempre suscita este periodo de la historia de Canarias. El autor no juzga a los personajes porque entiende que el narrador del siglo XXI no puede juzgar a unos hombres y mujeres cuyas acciones estaban marcadas por su tiempo.

Eso explica las voces a las que recurre para contar esta historia. Se aprecia que el escritor se preocupa, sin alardes estilísticos, sin fuegos artificiales, por darle nombre a las cosas. Casi como si se tratara de una obsesión por imprimir verosimilitud al relato a través de las palabras escogidas. Es lo que demanda un relato que nos retrotrae a un momento de la historia de Lanzarote, y de Canarias, que comenzaba a adoptar una nueva identidad.

Leer por eso El corsario de Lanzarote es como viajar en una máquina del tiempo. Y descubrir, con la perspectiva del lector del siglo XXI, una historia en la que un grupo de hombres y mujeres fueron capaces de combatir por alcanzar sus sueños, por muy egoístas y equivocados que estos pudieran resultar.

Son muchos los párrafos que entresacaría de este libro. Como su descripción del Real de Las Palmas, territorio que para Agustín Herrera de Rojas “era mucho más de lo que hasta entonces había conocido.” O su madurez, en la que olvida algunas de las recomendaciones que tan atinadamente le enseñó su abuela Constanza.

El corsario de Lanzarote es la historia de un hombre que, con todas sus contradicciones, forma parte de Canarias. Una Canarias que adquiere especial protagonismo cuando se descubren las tierras de América.

Estamos pues ante un novela redonda. Una novela que hace justicia a la historia de Canarias novelada. Una novelada historia de Canarias en la que recurriendo a las fuentes descubrimos que su surrealismo –hoy más vivo que nunca– ya caracterizaba esta geografía antes de la visita a Tenerife del padre del movimiento, el francés André Breton.

La caza de burros salvajes en Fuerteventura, tal y como lo narra Abreu y Galindo, personaje junto a Torriani, que aparece también en El corsario de Lanzarote, no tiene desperdicio. Como no tiene desperdicio otros momentos de un título al que no le falta ni le sobra nada.

Pienso en las relaciones sentimentales que salpican la existencia de su protagonista. Sus incursiones en territorio africano para capturar esclavos. Su defensa enconada de la isla contra el ataque de, precisamente, corsarios… Las ambiciones políticas que se desatan para ser señor de un territorio… Pero sobre todas las cosas, el ritmo que ha sido capaz de dotarle a su relato el escritor. Un relato que empieza y termina con una carta escrita por uno de sus hermanastros preso en berbería que ofrece algo de luz en torno a Agustín de Herrera y Rojas…

El corsario de Lanzarote es, en definitiva y a mi juicio, literatura de verdad.

Con todas sus letras: Verdad.

(1) El miércoles, 21 de noviembre, se presenta El corsario de Lanzarote en la sede centra de CajaCanarias, en Santa Cruz de Tenerife.

(2) El corsario de Lanzarote puede adquirirse a través de la página web de CajaCanarias, así como en las librerías La Isla, Canaima, Librería del Cabildo y Lemus, al precio de 10 euros

Saludos, quien lanza sabe mover, ella le da de comer, desde este lado del ordenador.

Quedarse en los huesos

Martes, Septiembre 18th, 2012

La última novela del escritor grancanario Santiago Gil hay que leerla como una fábula sobre el oficio de las letras. Temo que hacerlo de otra manera sería traicionar el espíritu de un libro que no tiene otro objeto que el de indagar –con poca fortuna, por cierto– en torno al arte de la escritura y las miserias y grandezas que se esconden detrás de la que quizá sea la profesión más ingrata del mundo.

Ya lo advierte Gil en el título de su novela, Yo debería estar muerto (colección G21 Narrativa Canaria Actual). Un título llamativo, contundente y radical pero que sin embargo no responde a las expectativas que pudiera generar.

Yo debería estar muerto propone la aventura existencial de un hombre casado y cansado que trabaja como corrector en un periódico de provincias que se siente más escritor que otra cosa aunque las mieles del éxito se le escapan de entre las manos para sumergirlo en una mediocridad que aguanta por pura inercia existencial.

Los dados del destino le ofrecen, sin embargo, una segunda oportunidad cuando la Señora de la Guadaña lo traslada a la otra orilla: la posibilidad de vivir un futuro donde alcanzar el éxito como escritor aunque éste lo empobrezca como persona al refugiarse en sí mismo y, como si de un Juan Carlos Onetti del siglo XXI, escribir mientras gana seguidores que encuentran en sus obras claves que su propio autor desconoce haber escrito.

No es Yo debería estar muerto de lo mejor que he leído de Santiago Gil, me parecen mucho más notables y auténticas su perverso retrato del fin de la infancia en Queridos Reyes Magos o en esa salvaje descomposición familiar que nos mostró en Las derrotas cotidianas, pero conserva a ratos ese sentido de realidad siniestra que caracterizaba a estas dos novelas. Una mirada oscura, no exenta de afortunada ironía sobre el destino.

Quiero entender que Yo debería estar muerto es un pequeño y frustrante paréntesis en la trayectoria literaria de Gil. Un libro ajeno a su universo, generalmente tan apegado a la tierra. Y esto es un obstáculo, a mi juicio, para sumergirse en el pequeño escenario que plantea con su último trabajo.

No obstante, si se entiende el cuadro como una fábula cruel sobre el proceso de la creación y la fama a la que todo escritor aspira, su Yo debería estar muerto podría traducirse como un curioso e inquietante ejercicio a la psique del escritor.

Leída con distancia, Yo debería estar muerto no deja de resultar así una interesante reflexión sobre el papel del narrador y su obra aunque le falte más desarrollo, más carne, más sustancia al relato.

Un relato que parece redactado con demasiadas prisas y al que se le escapa –da la sensación– el camino al que quiere dirigirse.

Lo mejor de la novela, de unas ciento veinte páginas, son aquellos momentos en lo que Santiago Gil recupera su capacidad para describir situaciones y lo peor cuando se nos pone filosófico y se encierra en su nube. Esto descompensa el ritmo de una historia en la que casi parece que el escritor no quiere que se le reconozca, aunque su protagonismo sea el único que monopoliza el texto.

Esta insistencia en el Yo deja en segundo planos a unos , los secundarios, que apenas quedan esbozados, por lo que todos ellos se transforman en manchas y no en personajes reconocibles.

Lo preocupante es que esas mismas manchas afectan al narrador/escritor/protagonista de esta novela, a quien se somete a un ingenuo interrogatorio al principio y final del texto para justificar esta especie de El cielo puede esperar aplicado al mundo de la literatura.

No es una novela redonda Yo debería estar muerto. Pienso, de hecho, que es una novela para nada redonda porque parece como si su autor, Santiago Gil, no creyera en ella porque se trata más que de una novela cerrada en un trabajo que exigía más trabajo. Que necesitaba de una reflexión coherente, que condujera al lector hacia un territorio en el que tan bien se mueve su autor como es el de ese realismo siniestro que  empleó para destripar las ilusiones de un niño y hurgar en las miserias de una familia.

Es probable, de todas formas, que esperara mucho más de Santiago Gil tras revelarme su capacidad para meter el dedo en la llaga en los dos títulos anteriormente citados, capacidad que no he encontrado en Yo debería estar muerto, una novela en la que apenas descubro destellos de vida y sí poco entusiasmo por lo que está escrito.

En este aspecto, da la sensación como si el escritor de carne y hueso que descubrí en Gil se hubiera quedado en los huesos con Yo debería estar muerto.

Una novela escrita como una fábula pero desorientada y sin mucha sustancia a la que aferrarse.

Un título, en definitiva, que me deja indiferente en la producción de un escritor cuyas obras anteriores no me habían dejado indiferente.

Saludos, algo frustrado, desde este lado del ordenador.

Lecturas: un hombre llamado William Boyd

Domingo, Mayo 27th, 2012

La primera novela que leí de William Boyd fue Un buen hombre en África. La encontré en una edición de bolsillo a precio de saldo y la adquirí en una de esas etapas de tu vida donde apenas te llama la atención los libros que leen otros.

Un buen hombre en África fue un descubrimiento fortuito, como tienen que ser todos los descubrimientos: casuales, sin guía. En ese libro encontré una manera de contar la catástrofe con la sombra agitadora del humor. La de la risa como fórmula para tomarse en serio las cosas.

Entre otras cosas, se trata de una novela elegante y muy satírica sobre la presencia británica en tan castigado como explotado continente. También de un personaje legendario: el diplomático de tercera Morgan Leafy, quien en manos de Boyd se transforma en una especie de Peter Sellers pero en versión cínica y amargada.

Hay una película basada en esta novela, pero como suele pasar con las adaptaciones al cine no le rinde justicia a la obra. Una obra con la que me reí bastante. Un libro de esos con los que sueltas la carcajada. Una risa desternillante que rompe el silencio de tu casa y logra que te reconcilies contigo mismo.

Boyd, que nació en Ackra (Ghana), retrata muy bien el desarraigo de su protagonista, un antihéroe desastroso y canalla al que todo puede irle peor. El desarraigo es también la clave de la segunda novela del escritor que cayó en mis manos: Barras y estrellas, o el relato de un inglés tímido en los Estados Unidos.

Barras y estrellas es una novela donde el humor es clave, aunque el personaje carece, a mi juicio, de la fascinación de Morgan Leafy. Cuenta de todos modos con excelentes momentos de comedia, algunos de los cuales se reflejan bastante bien en la película Un señorito en Nueva York (Pat O`Connor, 1988) protagonizada por Daniel Day-Lewis.

El escritor es también autor de dos novelas de espionaje irregulares: Las aventuras de un hombre cualquiera y Sin respiro, ambas editadas en español por Alfaguara. Quiero pensar que estas dos novelas han sido una de las razones por la que los herederos de Ian Fleming lo han contratado para que escriba una nueva aventura sobre el agente secreto James Bond tras las comercialmente rentables La esencia del mal y Carta blanca, de Sebastian Faulk y Jeffery Deaver, respectivamente.

Boyd también exploró la novela histórica en Como nieve al sol, uno de sus títulos más recomendables aunque su final no resulte redondo. Como nieve al sol se desarrolla en África en 1914 y es una descarnada novela antibelicista en la que el escritor cuenta varias historias, entre otras la de Felix Cobb, un joven inglés de buena familia que desprecia profundamente todo lo relacionado con el ejército pero al que un desdichado romance obliga a que participe en la guerra.

Como nieve al sol es también una novela de humor. Pero de un humor que hace digerible el horror de ese aún poco conocido conflicto que enfrentó a alemanes e ingleses por un pedazo del África occidental. A quien esté interesado en este tema le recomiendo el filme Noirs et blancs en coleur, primera película del cineasta francés Jean-Jacques Annaud.

Otro título a destacar de Boyd es Las nuevas confesiones, novela que junto a Un buen hombre en África es para mí lo mejor de la producción de este prolífico y bien traducido al español escritor. Las nuevas confesiones propone las memorias de un director de cine, John James Todd, a través de cuyos recuerdos se nos muestra la historia del siglo XX así como del arte que le dio registro visual: el cine. También trata el libro sobre el desarraigo y de los sueños frustrados.

Novela ambiciosa e inteligente, Las nuevas confesiones rinde homenaje a las Confesiones de Rousseau, libro que como retrato –con todo lo parcial que se quiera– de una época, la Ilustración en Francia, aún continúa siendo una referencia.

Desconozco, porque no he podido leerlas, otras obras del autor como son La tarde azul y Playa de Brazzaville, ejemplares que tuve en mis manos pero que deseché por el precio imposible con el que querían vendérmelo. Sí que me procuré por el contrario otras dos novelas que no me parecen de lo mejor del escritor aunque aprecie su acidez e intenciones críticas sobre la Gran Bretaña actual. Una nación, parece que quiere decir Boyd, que no renuncia a mantener su papel de árbitro mundial.

Estas novelas son Armadillo y Tormentas cotidianas, retratos a los que les falta más sangre, vitriolo sobre  esa megalópolis en la que se ha convertido Londres.

Armadillo cuenta la historia de Lorimer Black, un hombre que tras acudir a una cita de trabajo en la que se encuentra a un hombre ahorcado comienza a cuestionarse muchas cosas mientras el orden calculado que hasta entonces regía su vida se quiebra irremediablemente.

Pese a ser una novela divertida y a ratos disparatada sobre el absurdo de la vida en una gran metrópoli como Londres, Armadillo no termina de convencerme quizá porque está escrita para convencer y no reflexionar. Es decir, agitar y despertar conciencias.

Es probable que de esa pretensión, la de agitar y despertar conciencias, naciera Tormentas cotidianas, en la que Boyd nos cuenta la historia de Adam Kindred, un experto climatólogo incapaz de prever las tormentas que agitan su vida. Una de ellas hará que pierda todo lo que ha conseguido para convertirse en un vagabundo, un paria al que persigue la policía por un crimen que no ha cometido.

La novela propone una seria reflexión pese a su humor socarrón: ¿qué haría usted si de repente está fuera del terreno de juego?

Y al final se plantea otra pregunta: La redención del personaje ¿es tal?

¿Merece la pena ser lo que quieren que seamos?

Porque, y he aquí el quid, ¿realmente queremos ser lo que dicen que deseamos?

Se puede encontrar también en español de William Boyd los volúmenes En resumidas cuentas, una selección de relatos desiguales, así como Bambú, que compila ensayos y artículos. Uno de ellos dedicados precisamente a Ian Fleming. Un escritor por el que confiesa –otra vez con las dichosas confesiones– un vínculo que durante un periodo de su vida fue “bastante espeluznante y fortuito.”

Saludos, anímense y lean al señor Boyd, desde este lado del ordenador.

Bram Stoker nunca muere

Viernes, Abril 20th, 2012

En una de las tres ediciones de Drácula que conservo (Brugera, Molino y Plaza y Janés) se encuentra la pequeña corteza de un árbol que un viejo y querido amigo me trajo del jardín de la casa en la que Bram Stoker, su escritor, nació.

La casa se encuentra en Dublín, Irlanda, y desde que tengo esta pequeña corteza no dejo de cambiarla ocasionalmente entre las páginas del libro quizá porque el espectro de Stoker me anima a que juegue con ella porque, quiero pensar, esa corteza igual estaba en ese mismo árbol cuando el escritor vivía.

Son pocos los títulos que he vuelto a repasar transcurrido el tiempo, y quizá el volumen más agradecido en mis raras relecturas sea, precisamente, Drácula.

El pasado sábado 14 de abril, mientras los nostálgicos celebraban otro aniversario de la proclamación de la II República en España y el centenario del hundimento del Titanic, pocos pero suficientes rendimos honores a Bram Stoker, un escritor por el que el responsable de este blog siente devoción y que falleció tal día como hoy, pero un 20 de abril de 1912.

La primera vez que leí Drácula fue en un libro de ediciones Molino. Se trataba de una versión abreviada aunque respetaba la estructura en la que está ordenada la novela. Es decir: cartas, diarios, facturas, albaranes, telegramas a través de los cuales los protagonistas que luchan contra el vampiro van desgranando la historia del insólito conde transilvano desde su oscuro castillo en los montes Cárpatos (Rumanía), su terrorífico viaje en barco y arribo a las costas británicas en las que intenta imponer la dictadura de los no muertos comenzando con dos amigas recatadas, educadas bajo una estricta disciplina.

Cuando aquel ejemplar de Drácula llegó a mis manos, yo ya me había iniciado en los terrores cósmicos lovecraftianos y en el de otros escritores de su círculo. Los relatos de H. P. Lovecraft, sin embargo, nunca me produjeron inquietud sino un atractivo viaje a otros territorios poblados por entidades aparentemente dormidas que eran despertadas por insensatas invocaciones del libro prohibido: el Necronomicón.

No he vuelto a leer a Lovecraft desde mi tierna adolescencia. Lo intenté no hace mucho con Las montañas de la locura pero tuve que dejarlo apenas iniciado porque no sentía las mismas emociones que me sedujeron en aquella época, hoy ya tan lejana de mi vida. De hecho, su lectura me resultó demasiado espesa y de pronto descubrí un lenguaje ampuloso y una demora amarga y tediosa para llegar al horror, ominoso e indescriptible, con el que el escritor de Providence solía cerrar sus historias.

Conservo aún los libros de Lovecraft, pero he llegado a la conclusión que lo mejor es dejarlos intocables en ese puesto privilegiado que ocupan en mi biblioteca. Y es que si hay escritores que fueron fundamentales para una época de tu vida, también es cierto que el paso del tiempo no suele actualizarlos en las derrotas cotidianas en las que se convierte tu existencia cuando te das cuenta que no te queda más remedio que hacerte mayor.

Con Drácula, sin embargo, no me ha ocurrido esto.

Con Drácula y con otras novelas y cuentos (pienso en La casa del juez) de Bram Stoker.

Hay algo que permanece inquietantemente vivo entre sus apretadas páginas. Quizá sea que se trata de una obra irrepetible y única pese a las muchas imitaciones que aparecieron y aparecen después de haber sido publicada. Nuevas versiones que por mucho que intenten ofrecer audaces vueltas de tuercas al inmortal conde no superan una novela que ya es un clásico.

Drácula fue además, y he aquí para mí su mayor mérito, la primera novela de miedo con la que pasé miedo de verdad.

No sé si han sentido alguna vez miedo leyendo una novela de miedo pero es una de las emociones más deliciosas que como lector he tenido a lo largo de mi vida como lector.

Tenía que dejar el libro, mirar debajo de la cama, permanecer un buen rato con todos los sentidos alerta mientras miraba de reojo la ventana con la certeza de que iba a ver como se materializaba el vampiro. Vampiro que me pedía que lo invitara a entrar.

No sé que hubiera dicho entonces. 

Digamos que hoy sí lo tengo claro.

El caso es que una vez me había relajado continuaba leyendo la novela como un yonqui para seguir pasando miedo.

Leí la versión completa de Drácula cuando llegó a mis manos el libro editado por Plaza y Janés. En portada: las letras de Drácula en relieve y pintadas en sangre…

Había pasado bastante tiempo desde su primera lectura y era un tipo con ganas de comerse el mundo cuyas lecturas fantásticas había dejado en un segundo plano. Recuerdo que no tenía demasiadas esperanzas cuando inicié la tarea de releerlo… Tonta equivocación. Drácula volvió abducirme. Así que mientras el vampiro comienza a parasitar la felicidad de aquel grupo de amigos solo esperaba en la llegada del doctor Van Helsing para que pusiera nombre y apellido al responsable de todo aquel mal usando para ello métodos expeditivos y de una crudeza que aún me pone los pelos de punta.

La escena del cementerio, donde aguardan a que Lucy Westenra regrese a su tumba, tras saciar su apetito de sangre con un bebe, es de una fuerza que todavía hace flaquear mi corazón. En especial cuando Van Helsing obliga a que sea el prometido de Wenstera quien tiene que cortarle la cabeza y llenar su boca de ajos.

“Hay que combatir al mal con el mal”, dice Van Helsing, personaje al que siempre vi como Peter Cushing y nunca como Anthony Hopkins.  

La tercera vez que leí Drácula fue en la colección Libro Amigo de Bruguera. En la portada aparecía Bela Lugosi y no Christopher Lee.

Había visto recientemente en cine la versión de Francis Ford Coppola, de la que salí, y aún salgo, muy disgustado cuando la veo.

Su Drácula no tiene nada que ver con el de Stoker. De hecho, creo que su Drácula es un antecedente de ese romanticismo para adolescentes en el que ha terminado por teñirse a los vampiros y a su rey.

La relectura de la novela contribuyó a que entendiera que tenía razón.

Drácula es la encarnación del mal. Y el mal no tiene nada de romántico para quienes lo sufren. En todo caso, sugiere Stoker, un despiadado atractivo que hace que el lamento de los lobos suene a música en la noche…

También, cómo no, a la promesa de una vida eterna sin vida.

Bram Stoker es autor de otras dos extraordinarias novelas de terror victorianas: La joya de las siete estrellas y La guarida del gusano blanco. También de irregulares relatos góticos como La dama del sudario pero, sobre todo, de extraordinarios cuentos que invitan a no dormir.

Antes citaba La casa del juez, pero también recuerdo El entierro de las ratas o el horripilante Las almas gemelas, entre otros tantos.

Saludos, Bram Stoker vive eternamente, desde este lado del ordenador.

Lecturas para alejarse de la cruda realidad

Lunes, Abril 16th, 2012

Leo Edipo en Stalingrado, de Gregor von Rezzori, traducido al español por José Aníbal Campos.

Una novela inclasificable, teñida de humor, ambientada a finales de los años treinta en Berlín. Edipo en Stalingrado (Sexto Piso Editorial, 2011) cuenta con un epílogo del cineasta alemán Volker Schlondorff, quien explica que tanteó la posibilidad de llevarla al cine en los años sesenta. ¡¿Infilmable?! títula el realizador, autor años más tarde de la adaptación cinematográfica de El tambor de hojalata del hoy polémico Günter Grass por su poema Lo que hay que decir

Disfruto con Edipo en Stalingrado, con esa extraña historia de amor, con los habitaules del bar de Charley y por el extraordinario sentido del humor de Von Rezzori, actor de reparto en esa decliciosa extravagancia que es ¡Viva María! (Louis Malle, 1965).

Transcribo solo dos citas, entre otras muchas, que pueden orientarnos para desgarrar la tinieblas que hoy solo pretenden confundirnos.

“Por cierto, esto tiene tan poco que ver con la vocación como con la profesión. Profesión: tenga usted la bondad de decirme quién, hoy en día, tiene eso que llaman profesión. Se tiene un trabajo, para mantenerse más o menos a flote. Pero, ¿profesión? Se es un con-tempo-ráneo. Un figurante en una pieza con final desconocido. Media docena de directores y veinte millones de apuntadores. Y de paso, en cierto modo como una aparición especial, uno actúa y se representa un poco a sí mismo. C’ est tout.”

“Pero quizá comprenda usted ahora que es preciso tener un gusto muy refinado para buscar el propio radio de acción precisamente en este territorio: se requiere un olfato que no tiene nada en común con el bajo arribismo del advenedizo. Piense tan sólo en las dificultades de tal designio: una sociedad de esa índole está acabada, cerrada, finita. Su exclusividad –para expresarme con palabras actuales– está ontológicamente condicionada. Y a ella no se arriba, se pertenece o no.”

Compagino a regañadientes la lectura de Edipo en Stalingrado con Enterrar a los muertos, del español Ignacio Martínez de Pisón.

Sí, sé que llego tarde a este fascinante reportaje periodístico que indaga en la amistad que mantuvieron José Robles, su traductor, con el escritor norteamericano John Dos Passos.

Encuentro el título el domingo pasado en el Rastro, y ya estoy a punto de finalizarlo, capturado por un relato en el que, entre otras cosas, se explica el divorcio de Dos Passos con el comunismo a raíz del asesinato de su amigo José Robles en plena Guerra Civil. Ernest Hemingway, miembro como Dos Passos de la Generacíón Perdida, no queda muy bien. 

Leyendo Enterrar los muertos recuerdo que la primera novela de Dos Passos que leí fue Tres soldados. Me encontraba en Madrid y aún recuerdo un momento del libro. Uno de los protagonistas avanza con el resto de sus compañeros al campo de batalla cuando de pronto se detiene y observa desde la distancia como sus camaradas se dirigen a la muerte.

Más tarde llegó Mahanttan Transfer y Brillante porvenir, título que sin ser de lo mejor de su autor cuenta con una excelente descripción del Hollywood de los años treinta.

Por último, y para aligerar peso, devoro a modo de inquietante aperitivo los relatos de la excepcional Patricia Highsmith compilados en la antología Los cadáveres exquisitos. Libro que reúne donce cuentos adaptados a televisión por cinestas como Samuel Fuller o Maurice Dugowson.

Con esto quiero decir que permanezco relativamente tranquilo. También, afortunadamente, bastante alejado de la siniestra realidad que nos rodea.

Saludos, tengan buena lectura, desde este lado del ordenador.