La novela que pudo ser y no fue

Sábado, Abril 7th, 2012

- “A mí, Sanjurjo no me inspira confianza. –afirmó Franco– Culpa suya fue, y no de otro, que el Rey abandonase el país. Le cabe la responsabilidad de haber dejado el Gobierno en manos de los republicanos. Nunca hay que huir sin lucha, nunca abandonar. El poder hay que conservarlo hasta la muerte.”

(El fulgor del barranco, Juan Ignacio Royo Iranzo)

Hace un tiempo dedicamos un post a las novelas sobre la Guerra Civil española cuya acción se desarrollaba en Canarias. Asunto que tras su publicación generó un atractivo goteo informativo de lectores y amigos en el que me daban aviso de títulos que por desconocimiento se me olvidaron reseñar en ese artículo.

Entre otros se encontraba El fulgor del barranco (Editorial Benchomo, 2008), de Juan Ignacio Royo Iranzo, una novela que no llega a las 150 páginas y que tras su lectura, a la que he llegado gracias a la generosidad de ese inquieto Puck de las letras canarias que es el editor y también escritor Ánghel Morales, ha suscitado un conjunto de ideas revueltas en mi ya de por sí desordenada cabeza.

El fulgor del barranco comienza a finales de los años veinte del siglo pasado en Mogador, Marruecos, localidad en la que nace su protagonista, un personaje que por azares del destino termina en la capital tinerfeña sirviendo a una de las familias más ricas del archipiélago: los Camacho.

La acción brinca entonces a 1931, 1933, 1935 y 1936, años trascendentales para la historia de este país que algunos nos atrevemos a llamar todavía España, y finaliza el 17 y el 18 de julio con el pronunciamiento militar que dio al traste con el sueño para unos, pesadilla para otros que fue la II República española.

Tarea pues muy ambiciosa la que emprende Royo Iranzo en El fulgor del barranco, al intentar retratar con trazo demasiado ligero momentos cuyo peso histórico resultó tan importante para la España penínsular y sus islas.

Y ello partiendo de un relato que reunía suficientes atractivos si su autor se hubiera preocupado en darle consistencia, desarrollo, preocupación por retratar un periodo de nuestra historia cuyas heridas continúan abiertas porque, pienso, aún no ha habido un cirujano capaz de cerrarlas para que las generaciones posteriores podamos de una vez dormir en paz y liberados enfrentarnos de pie y con la cabeza despejada a los conflictos de nuestro tiempo.

Noto, pese a todo, a un escritor detrás de El fulgor del barranco.

La novela contiene momentos muy bien descritos, en los que se aprecia la capacidad de su autor para crear atmósferas y cierta sensación inevitable que sabe poner los pelos de punta.

Pienso, mientras escribo, en el diálogo que mantiene el protagonista con el alcalde de la ciudad, estando los dos presos antes de que los falangistas los hagan desaparecer en el mar.

“- Ya debían de haberme soltado. Es como si nadie pensase. No he cometido ningún delito. He sido alcalde durante dos meses y en todo momento intenté hacer respetar las leyes y velar por el orden.

El moro escuchó pasos que se acercaban por cubierta. La cerradura del candando giró.

- Por fin  nos dejarán libres.

- Sidi, esto no me gusta.”

Pero me sabe esbozo, a primer borrador de la novela que tuvo que ser.

Una novela que, entre sus muchas historias, como la de ese protagonista sin pasado ni futuro que solo puede vivir un presente al que el curso de los acontecimientos ha colocado en el lugar menos oportuno, pedía más desarrollo, más carne, más sustancia para conmover a un lector que, como quien les escribe, es lo primero que le pide a una novela.

Y que a mi juicio, Juan Ignacio Royo Iranzo, no supo armar en El fulgor del barranco. Título que, reitero, sabe a borrador. A esqueleto de lo que pudo haber sido y no fue.

Es probable, de todas formas, que su autor no quisiese escribir la novela que esperaba encontrar mientras avanzaba en su lectura. De hecho, admito que dejara resbalarla de entre sus dedos mientras la redactaba porque pensó que el conjunto comenzaba a resultarle demasiado grande.

Me quedo así con El fulgor del barranco con su espíritu pulp, de relato con nervio pero que pudo haber sido mucho más.

Está escrita con una distancia gélida que apenas reblandece la ironía gruesa que imprime en algunas de sus páginas porque detrás de lo que se lee en el relato no hay poso. Sustancia.

Novela que pudo ser y no fue, El fulgor del barranco narra, fabula entre otras cosas, en la intentona de atentado que un grupo de anarquistas de salón perpetró contra quien luego dirigiría los destinos de las Españas, Francisco Franco.

“- ¿Quiero que le cuentes lo que me has dicho sobre el general Franco. Dile que lo acompañas al campo de golf en coche.  Solo será un momento.

- ¿Para qué? ¿Por qué se interesa tu hermano? Me obligan a cargar con la bolsa de los palos. Y a mirar donde caen las bolas. No me gusta contarlo. Luego tengo que esperarles mientras ellos comen y yo paso hambre. ¿Qué le importa eso a nadie? Además, yo no deseo conocerle. ¿Dónde está? Solo me interesa pasear contigo, nada más.

Candita le soltó la mano para llevarse un dedo a los labios pidiéndole silencio. Señaló un biombo de cartón junto a la ventana.  Preguntó con voz solícita:

- ¿Estás ocupado, Vicente?

Oyeron un bufido como respuesta. Tras el biombo se escondía alguien. La muchacha lo retiró para descubrir a un hombre sentado que leía un periódico tras una pequeña mesa picada por la carcoma.

- ¿Qué quieres?– masculló.”

También, y quizá aquí radique lo mejor de esta novela que pudo ser y no fue, la visión que registra un testigo inocente y sin compromisos ideológicos al que se manipula para servir a los de siempre en unos instantes que han pasado a la historia como el amanecer de una España que hoy, tanto los que afirman que la defienden como los otros continúan empeñados en que permanezca viva pese a su olor a cementerio.

Leo así El fulgor del barranco con cierto agrado frustrado, preguntándome porqué Juan Ignacio Royo Iranzo no firmó la novela que pudo haber sido y no fue.

No le falta perspectiva y distancia, también un agradecido ánimo en desacralizar a quien más tarde fuera el caudillo de aquella España grande y libre como de los extremistas de izquierdas más preocupados en emborracharse para darse ánimos y tirarle bombas que no fueron más allá de petardos bullangeros.

Insisto por ello que El fulgor del barranco pudo haber sido pero no fue la novela de la Guerra Civil de un territorio chiquito, ombliguista y tan malvadamente tontorrón como es el que habito.

Saludos, Alá es grande y Mahoma ¿su profeta?, desde este lado del ordenador.

‘El cuarto mandamiento’ según Welles

Martes, Febrero 14th, 2012

Descubrí a Booth Tarkington gracias a Orson Welles.

Soy un pibe y probablemente esté en pijama con los ojos atentos al aparato del televisor. Emiten la segunda película que rodó Welles tras el escándalo que provocó Ciudadano Kane. Su título es The Magnificent Ambersons aunque en español la conocemos con el bíblico El cuarto mandamiento, una denominación que marca distancia y respeto.

El clásico de Welles cumple ahora setenta años, y pese a que a la cinta se la laminaron en la mesa de montaje –el más que notable cineasta Rober Wise fue uno de los que cogió la tijera y la mutiló de metraje–  a mi me sigue pareciendo una de las mejores películas de ese genio desorbitado y desmesurado que fue Welles porque deja entrever hacia donde se hubiera escorado su cine si logra zafarse de la maldición de Kane/Hearst.

Pese a que Welles terminara renegando de ella, El cuarto mandamiento –apostemos por su título en español– respira el cine de Orson Welles y mi memoria la registra como una de sus más memorables obras maestras. Una obra maestra gótica y decadente, que disecciona la descomposición de una familia bien avenida que entra en la ciénaga de la pobreza con ecos, tiro la casa por la ventana, a La caída de la Casa Usher de Edgar Allan Poe.

El cuarto mandamiento es una película perfecta sobre la enfermedad. De hecho es una película enferma y terrorífica, donde las relaciones de familia y otros parentescos se estudian con afinada inteligencia.

No pasa el tiempo para este largometraje lastrado en la mesa de montaje.

El filme sirvió, además, para que Bernard Hermann compusiera una de sus mejores bandas sonoras y para que Joseph Cotten demostrara en pantalla el gran actor que siempre fue. Digamos lo mismo con la estupenda Agnes Moorehead, de Dolores Costello, incluso de los jovencísimos Tim Holt y Anne Baxter.

Recordemos El cuarto mandamiento como la gran película que es. Incluso perdonándole la blasfemia de un final con el que Orson Welles nunca estuvo de acuerdo…

Hablemos ahora de Booth Tarkington. Y de algunas de las grandes novelas de este prodigioso y aún desconocido escritor norteamericano en este país de patanes que es España.

El primer libro que cayó en mis manos del señor Tarkington fue De la piel del diablo y no es una novela oscura sino luminosa. Un extraordinario relato sobre un niño, Penrod Shofield, y su manera de ver y entender el mundo.

Son un puñado de aventuras divertidas, en la que Penrod, un muchacho de buenas intenciones, acomete una serie de empresas que la mayor parte de las veces no resultan como esperaba. La novela debe de leerse con la fina ironía con la que está escrita, y saborear la andazas de un personaje –es más que probable que Tarkington se inspirara en sus recuerdos infantiles en el medio oeste–  del que tomaría modelo años más tarde Richmal Crompton para su popular Guillermo el travieso.

Las deliciosas aventuras de Penrod se pueden encontrar en español, tocando madera, en la ya desaparecida editorial Miñón, en su colección Rumbos. Y entre otros momentos, hay uno muy especial en el que el joven protagonista pasea por una feria ambulante en la que se ofrecen, entre otras atracciones, la siguiente que corea a voz en grito su gancho: “Recuerden, señoras y caballeros, que están ustedes mirando a Roderick Magsworth Junior, el único sobrino vivo de la gran Rena Magsworth, la que echó arsénico en la leche de ocho personas distintas para que lo tomaran con el café, y todas ellas murieron. Es la gran envenenadora por arsénico, Rena Masgworth, caballeros y señoras, y Roddie su único sobrino. Ella es parienta de toda la familia Bitts, pero Roddie es su único sobrino vivo. No lo olviden. La van a ahorcar en junio que viene , y todos ustedes están viendo…”

La popularidad de Booth Tarkington fue creciendo a raíz de esta novela, tanto que en 1919 y 1921 obtiene el premio Pulitzer por The Magnificent Ambersons y Alice Adams, respectivamente, dos grandes historias a las que el lector español puede acercarse si se topa en cualquier librería de viejo o de ocasión con los tomos Los Premios Pulitzer que editó Plaza y Janés en los años ochenta.

The Magnificent Ambersons es, tal y como lo refleja Welles en su respetuosa adaptación cinematográfica, el lento pero feroz retrato de una familia bien venida a menos. Hurga con elegancia en la extraña relación que une a madre e hijo. Un hijo caprichoso y mimado que es inconsciente de los cambios que se están produciendo a su alrededor.

La novela apenas llega a las trescientas páginas, pero son páginas que se leen sin apenas darse cuenta mientras notas que la historia se va metiendo dentro de ti. Tiene gancho, tiene personajes y ofrece una mirada teñida de nostalgia pero también rabiosa hacia lo que fue y ya no será. The Magnificent Ambersons es también una historia de amor. Una historia de amor a cuatro bandas que protagoniza un nuevo rico y la esposa de quien fue hasta ese momento el hombre más acaudalado de la ciudad, como de la hija del primero, Lucy, con el hijo del segundo, George.

Cuando hablaba la gente de Lucy, solía describirla como “una chiquita preciosa”, definición inepta. “Chiquita” y “preciosa” era; pero no bastan esas dos palabras para describir la sensación que daba ni la esencia de su naturaleza: era enérgica, independiente y americana típica; la azarosa y algo bohemia vida de su padre cuando ella aún era una niña había tenido el efecto de madurarla tempranamente y de convertirla en mujer cuando solo contaba quince años. Pero, aunque era indiscutiblemente de sí misma y no esclava de ninguna lámpara, excepto la de su propia conciencia, tenía una debilidad: se había enamorado de George Amberson Minafer en cuanto le vio, y no obstante sus muchos esfuerzos, nunca había podido sobreponerse a esto. La cosa no parecía tener remedio.”

Y más adelante escribe: “Lo que para Lucy resultó fatal fue que, una vez enamorada, no logró matar su amor. Por muchas y por muy desagradables cosas que descubrió en George, no pudo rescatarse a sí misma.”

Alice Adams, que fue llevada al cine en 1935 por George Stevens con Katharine Hepburn como protagonista, incide más o menos en los mismos temas que en The Magnificent Ambersons, solo que en esta ocasión el relato se centra en una joven hermosa que desea pertenecer a la buena sociedad, en parte para satisfacer su propia vanidad y en parte porque parece que eso es lo que la gente que la rodea, especialmente su madre, espera de ella.

La novela describe también un mundo en pleno proceso de transformación. La pequeña ciudad donde vive Alice comienza a poblarse de fábricas que visualizan una delgada línea roja entre quienes la dirigen y quienes trabajan en sus entrañas. En esta sociedad cambiante solo se valora el dinero y quien no lo tiene es un fracasado. Un perdedor, tema tan grato en la literatura y el cine estadounidense.

Siendo una novela interesante, Alice Adams carece de la grandeza que encierra The Magnificent Ambersons quizá porque a medida que se avanza en el relato el lector intuye por donde irá su derrotero final y, si bien sorpresa no resulta tan obvio como en un principio se esperaba, la redención de Adams no sabe al sacrificio social que, a mi juicio, reclamaba la historia.

Con todo, es una buena novela para olvidarse de las tonterías que te envuelven ya que consigue tocarte la fibra mientras no dejas de preguntarte cómo diablos un escritor que fabricó entretenimiento con mucha grasa –un pata negra los llaman ahora–  continúa siendo aún hoy un gran desconocido entre los aficionados confesos a la buena literatura.

Booth Tarkington es un escritor que hace honor al cuarto mandamiento: honrarás a tu padre y a tu madre.

Saludos, dicho sea, desde este lado del ordenador.

Miedo

Martes, Enero 31st, 2012

“Cama, mamá, pollito…” Su madre le fue nombrando una a una, las cosas que llenaban las habitaciones de su casa. Le descubrió la música de las palabras, y más tarde, con ayuda de otra cartilla le enseñó a enhebrar las frases: “Mi mamá me ama y yo amo a mi mamá”. “Mi papá no fuma en pipa, fuma puros Condal”. De vez en cuando, cuidándose de que nadie la viera, abría la caja de cigarros y levantaba el papel cebolla para aspirar aquel olor a madera.

La voz de su madre deletreó para ella los sonidos de la vida, y puso nombre a las personas, y a los animales. “Pepa bebe”. “Mi tío pasea”. “El perro ladra”. “Miau dice el gato mientras mira a la rana croar”.

El aroma de su madre ocupaba casi todo el espacio de su vida. Ella llenaba la casa. Le gustaba cantar isas, folías, y sobre todo las seguidillas que las cantaba muy bien. Su voz fue el sonido de fondo de nuestra niñez.”

(La isla de las palabras desordenadas, Yolanda Delgado Batista)

Entre los hallazgos de La isla de las palabras desordenadas (Izana Editores) primera novela de la escritora Yolanda Delgado Batista, está su forma fragmentaria de contar la historia. Una historia en la que se cruzan otras historias aunque en el fondo se trate de una sola historia que, a mi juicio, explora y con mucha pericia, las geografías del desarraigo.

La isla de las palabras desordenadas cuenta también con momentos muy vívidos, escenas en las que la narradora parece que desnuda el alma y que sabrán un poco a hiel para el sentido del gusto de un lector que, entre sorprendido y conmovido, asiste a este interesante y bien armado monólogo a través del cual su protagonista, Lola, va derramando como gotas su relato.

Un relato en el que los recuerdos de la infancia y la juventud se entremezclan sin capricho porque tienen un mismo objetivo, presumo, que no es otro que el de entender y atender a las motivaciones que empujan a su protagonista a regresar a sus raíces. Una vuelta a casa donde los fantasmas del pasado parecen que se ceban en su memoria.

La isla de las palabras desordenadas es también la aventura que inicia su protagonista para despiojarse de las represiones y frustraciones que han marcado su vida. Una vida que aguanta estoicamente por sus hijos al ser consciente de que “el mundo ignora a los vencidos. Nadie regala premios a cambio de penas. Ella también ha aprendido a desentenderse del mundo. Vivir fuera de foco.”

Con esta novela, Yolanda Delgado aporta una nueva e interesante mirada a la narrativa que se está cocinando actualmente en Canarias. Una mirada aplastantemente sincera sobre una realidad –la de la isla, isla– vista con unos ojos donde los miedos que definen el carácter del insular son observados por otro insular pero desde una respetuosa y agradecida distancia.

He encontrado tristeza y ocasionales pinceladas de humor en esta novela que no sabe a primeriza, pero sobre todas las cosas he encontrado una poderosa honestidad al permitir al lector bucear en la cabeza de una mujer aparentemente frágil y aparentemente vencida por las circunstancias que va creciendo a medida que avanza en su inquietante examen de conciencia.

Y todo ello en un relato que, si bien apenas supera las 170 páginas, cuenta con capas y más capas que obligan a una lectura serena para despejar sus claves.

En La isla de las palabras desordenadas las historias parecen que se camuflan unas detrás de otras. Se reflexiona así sobre el tiempo, el fin de la infancia y por lo tanto de los sueños, se habla de ese pequeño infierno vital que es la madurez. También de la soledad, de la familia, del amor, de traiciones y mentiras. De sexo, de la muerte y del miedo.

Sobre todo del miedo. El miedo a lo inevitable.

Acaba de recordar algo que alimentó aún más su carácter de niña asustada. Sus padres habían salido a cenar a casa de unos amigos cuando ocurrió lo del hombre con sombrero y gabardina. Su hermana tendría ocho años. Lola uno más. Esa noche un extraño tocó el timbre de su puerta. Ella acercó una silla, subió y miró por el ojo de pez. Lo que vio fue una figura de hombre embutida en una gabardina negra y un sombrero que le tapaba completamente la cara.

LOLA: ¿Quién es?

DESCONOCIDO: Soy Fernández, ¿está tu padre?

Cuando escuchó aquella voz subterránea, se le llenaron los ojos de susto. Se acordó de los siete cabritillos que acabaron dentro de la panza del lobo y corrió a buscar a su hermana, sin saber muy bien para qué.”

En este aspecto, lo de menos, a mi juicio, de esta novela es la historia que quiere contarnos Delgado Batista sino la forma que ha escogido para contárnosla ya que al emplear esta arquitectura, aparentemente caótica, aparentemente sin orden ni concierto, consigue dar una singular unidad al conjunto final.

Los largos monólogos interiores, en los que describe con brioso pulso narrativo los recuerdos de infancia y adolescencia de su protagonista, así como una frustrada relación sentimental, saben tocar el alma. Y la saben tocar porque su autora procura evitar en todo momento caer en el cenagal del sentimentalismo fácil y muestra, describe, sentimientos desde la hondura al mismo tiempo que imprime de sólida credibilidad a una mujer, Lola, cansada de ser una víctima. Cansada de ser una persona con una noción cancerígena de la culpa que la devora por dentro.

SOR CÁNDIDA: ¿¿Tus padres duermen desnudos?

Lola tenía siete año, casi ocho. Algo le dijo que la pregunta tenía sorpresa. Si les contaba que dormían sin pijama, pensarían que sus padres eran pobres y a ella la echarían del colegio. Lo negó, dijo tres veces que no, así, moviendo de un lado a otro su coleta de caballo. Quizás aquello no estaba pasando de verdad, posiblemente estaba soñando, seguro que al rato mojaría la cama, y aquel líquido calentito del principio, luego sería frío y desagradable.” 

La isla de las palabras desordenadas no parece así una obra primeriza, sino el primer aldabonazo de una escritora que sabe pero sobre todo siente lo que escribe. Y ese saber pero sobre todo ese sentir se aprecia en esta novela digamos que experimental, fabuloso rompecabezas en el que no sobra ninguna de sus piezas.

Saludos, muy gratamente sorprendidos, desde este lado del ordenador.

Dando la nota

Miércoles, Enero 25th, 2012

* La Cátedra Pedro García Cabrera de la Universidad de La Laguna, que dirige el profesor Rafael Alonso Solís y en la que participa también la Fundación Pedro García Cabrera, ha tenido la generosidad de invitarme a la mesa redonda A propósito del puchero narrativo canario: ¿caldo con sustancia o vapores volátiles? Que tendrá lugar este miércoles, 25 de enero, a las 20 horas en el Ateneo de La Laguna. En el debate, que será moderado por el periodista Alfonso González Jerez, intervendrán también Ángeles Alonso, por la editorial Baile del Sol, y el doctor en Filología Clásica, actor y gestor de la librería Mistério, Miguel Ángel Rábade.

* La sede la Mutua de Accidentes de Canarias en Santa Cruz de Tenerife acoge este jueves, 26 de enero, a las 18.30 horas, la presentación de la novela Malpaís de Víctor Conde. Malpaís es el tercer título de la colección G21: Nuevos narradores canarios.

* TEA Tenerife Espacio de las Artes proyecta este jueves a las 20 horas los cortometrajes Los últimos días de Berto Plof y En mi casa todos los días son lunes, de Domingo Damián Ojeda; así como El descanso, de Cándido Pérez Armas. La sesión incluye además la exhibición de Sí o no, de Isabel Poveda, Lola, de Mónica Negueruela y A tiempo, de Guillermo Magariños.

* Ediciones Aguere y Ediciones Idea acaban de publicar el nuevo libro de Francisco Rodríguez Medina, titulado La grama, una novela costumbrista que refleja la vida cotidiana de algunos hogares de la isla de La Palma. El volumen se presenta el viernes, 27 de enero, a las 18.30 horas, en el Exconvento de Santo Domingo de La Laguna. En el acto, intervendrán junto al autor, el abogado, escritor y prologuista de la obra, Miguel Ángel Díaz Palarea, y el editor y escritor Ánghel Morales García.

Saludos, cambio y corto, desde este lado del ordenador.

Explorando el ‘Malpaís’ literario de Víctor Conde

Lunes, Enero 23rd, 2012

Tampoco me gustaría que me calificaran de escritor gafapasta. Por Dios, no, eso sería lo último. Siempre he pensado que en el infierno ese de Dante, el que está pulcramente organizado en circulitos, uno de los más profundos lo ocupan los artistas que van de divos y de relamidos, que se creen que su palabra es ley que con la ley se edifican catedrales. No, señores, a la mierda con los relamidos y con los que se expresan con polisílabos cuando van a un congreso, la literatura no va de eso. Ni de coñas. Ya lo descubrirán cuando se hagan viejos.”

 (Malpaís, Víctor Conde)

He necesitado no una sino dos lecturas para descubrir las claves que laten como dormidas en el fondo de Malpaís, la nueva novela del prolífico escritor tinerfeño Víctor Conde y en la que el autor se aparta de las geografías de la ciencia ficción y la fantasía para contarnos ahora su particular y peculiar proceso de creación literaria en una historia en la que se pueden detectar insólitas influencias borgianas y cortazianas.

Malpaís, cuya extensión apenas supera el centenar de páginas, se convierte así en un título desarmante para quienes siguen más o menos con atención el trabajo de un escritor que se mueve como pez en el agua en universos ajenos al nuestro, y quizá sea ésta, precisamente, la clave más interesante de un libro que puede llamar a la confusión ya que en Malpaís, y al modo de las muñecas rusas, se encuentran varios relatos que, como la piel de una cebolla hay que ir separando con meticulosa paciencia para obtener una visión de conjunto de un volumen cuyo mayor mérito es que está escrito por Conde para Víctor Conde.

Malpaís es así una especie de psicoanálisis en el que el escritor reflexiona sobre los mecanismos que han armado su proceso de creación y en un ejercicio literario cuanto menos sorprendente al intercalar cuentos y canciones que pertenecen a su pasado como narrador, fusionarlo con un relato lineal en el que su protagonista, Carlos, un escritor, termina conviviendo como espectador en una comuna de descreídos hippies que se hacen llamar los Bichos Despreocupados.

Estos Bichos Despreocupados quizá sea lo mejor de esta ¿novela? en la que Conde se desnuda sin pudor alguno para explicarnos qué es lo que él entiende como literatura y para contarnos qué es lo que entiende como proceso de creación y el arte de escribir. 

Malpaís no es, sin embargo, una novela de tesis ya que su autor deja muchas puertas abiertas para que el lector entre en cualquiera de ellas con el objetivo de que saque sus propias conclusiones, pero tiene un algo que la convierte en producto narrativo extraño. Una rareza experimental que de de manos de quien viene resulta sorprendente y muy arriesgada.

En este aspecto, las relecturas de Malpaís provocaron en mis ideas dos fenómenos contrapuestos:

La primera vez que la leí no entendí nada.

La segunda vez, comencé a intuir sus intenciones y a unir las piezas que en un principio había desechado porque consideré que se trataban de materiales que poco o nada contribuían a la ilógica –ahora entiendo que lógica–  de su discurso.

Malpaís es una obra inclasificable. Hermosa y poética a ratos, pero también caprichosamente gamberra con el lector habituado a otras novelas y cuentos de su autor. ¿Por qué escribimos gamberra? Porque Conde se ríe bastante de sí mismo, y al reírse de sí mismo se convierte en una especie de duendecillo travieso que desordena los materiales para confundir al lector.

En este libro, que hace el tercero de la prometedora colección G21 Narrativa Canaria Actual, el aficionado a las spaces operas de Conde se va a encontrar con un universo también alternativo aunque sus territorios no sean planetas desconocidos de lejanas galaxias sino la geografía de unas islas, Tenerife y Gran Canaria, que gracias a su imaginación se transforman en territorios mágicos.

El relato que Conde narra linealmente en los capítulos pares son así una deliciosa aventura con clave iniciática en la que un escritor llega a la conclusión que para alcanzar otra percepción no se tiene que tomar, necesariamente, sustancias psicotrópicas y como un gurú de nuestro tiempo, o como un miembro más de ese grupo que alcanza la otra conciencia aprendiendo a combinar la química que alimentan nuestro cerebro, tanto Carlos como Conde nos muestran que las puertas de las otras conciencias están en nuestra cabeza. Y que solo basta con despertar al chamán que todos llevamos dentro para darnos cuenta del inagotable pozo de fantasía visionaria con el que podríamos observar la realidad que nos rodea sin emplear para ello venenos.

Los capítulos impares son, por otro lado, piezas que aparentemente no tienen ningún tipo de conexión con el relato aunque son ejercicios literarios que Carlos/Conde ha liberado de archivos que permanecían ocultos en su, supongo, abarrotado computador.

Malpaís va a descolocar tanto a los seguidores de Conde como a los que se acerquen por primera vez al imaginario de este escritor que se ha hecho escritor con mayúsculas. Lo que es de agradecer, porque solo un escritor mayúsculo es capaz de contarnos, en el aparente desorden de su malpaís creativo, que él escribe porque se entretiene y se divierte escribiendo.

Y muchos de sus lectores, entre los que me encuentro, al explorar el malpaís literario de Víctor Conde nos entretenemos y divertimos leyendo sus historias.

(*) Malpaís se presente el jueves, 26 de enero, a las 18.30 horas en la sede la Mutua de Accidentes de Canarias.

 Saludos, de un Bicho Despreocupado, desde este lado del ordenador.

‘Stoner’, de la editorial tinerfeña Baile del Sol, entre los mejores libros 2011 del ‘ABC Cultural’

Martes, Diciembre 27th, 2011

El sábado pasado –24 de diciembre de 2011– el ABC Cultural, suplemento del periódico ABC, incluía en la lista que sus colaboradores han elaborado sobre lo mejor y los mejores de 2011 la novela Stoner del escritor norteamericano John Williams, publicada en castellano por la editorial tinerfeña Baile del Sol.

Stoner, traducida por Antonio Díaz Fernández, ya mereció en su momento críticas elogiosas. Entre otras, la del escritor Rodrigo Fresán, quien vuelve a recomendar en el ABC Cultural del sábado pasado esta novela.

Fresán escribe: “No es fácil elegir un solo título en lo que hace a la calidad y el genio; pero la empresa se simplifica si buscamos ese “algo más” que distingue y hace la diferencia. De ahí que, en tiempos en los que se habla tanto del futuro del libro (cuando en realidad se parlotea del libro del futuro, de efímeros artefactos en constante mutación) y se antepone envase a contenido, ilumina con luz propia esta novela clásica y única y más allá de modas y modelos y modales. Así, un autor poco conocido (el texano John Williams, 1922-1994), una pequeña editorial insular (Baile del Sol, Tenerife, y un título firme y duradero: Stoner.”

Otros de los doce títulos seleccionados por el ABC Cultural como lo mejor de este año son Libertad, de Jonathan Franzen; Los enamoramientos, de Javier Marías, Cuentos completos, de Evelyn Waugh y La muerte de Montaigne, de Jorge Edwards.

Saludos, esperando que alguien coja recorte, desde este lado del ordenador.