El ’señó alcarde’ habla sobre el Museo Rodin

Lunes, Diciembre 5th, 2022

Afortunadamente, y tiempo al tiempo, lo que ya se conoce como el escandalito va camino de convertirse en escandalazo Rodin aunque algo me dice que el tsunami de dimes y diretes lo veremos el año próximo y no éste que se acaba lánguidamente, augurando un futuro repleto de nubes oscuras que no, por una vez, espero que no nos eviten ver ante lo que nos jugamos.

El caso Rodin se está hinchando como un globo, poco a poco, mientras el artisteo y la periferia que lo rodea se le va quitando el miedito quizá porque algunas de estas voces están al borde de la jubilación y han dejado lo que les queda de futuro atado y bien atadio y que el 2023 es año de elecciones… que vaya uno a saber.

El caso es que sobre el escándalo del Museo Rodin ya se están publicando –aunque todavía sea a cuenta gotas– textos que firman Ramiro Carrillo y el arquitecto Federico García Barba. También se pronuncia un hombre poco dado a salir en los medios como Carlos Díaz Bertrana, quien en una entrevista con el periodista Andrés Chaves dice hoy mismo en Diario de Avisos mientras da cuenta de un steak tartar en el restaurante Los Limoneros: “El Museo Rodin es un disparate que puede acabar en malversación”.

Y esto es solo de momento, a ver si se van apuntado nuevos representantes de “nuestra cultura” y se frena que los dioses lo vean, uno de los proyectos no solo más idiotas sino incluso infames que hayamos visto en los últimos tiempos en estas islas abandonadas a su suerte… Tan feliz en su ignorancia hasta el día de ayer mientras se hunde irremisiblemente en las turbulentas aguas del océano Atlántico.

En una entrevista que publicó Diario de Avisos este domingo, 4 de diciembre, con el alcalde de la capital tinerfeña, José Manuel Bermúdez, a la pregunta que la periodista Natalia Torres de si “¿entiende las críticas al Museo Rodin?”, éste responda sin que se le caiga la cara de vergüenza:

“Los mismos que critican el Museo Rodin son los que aplauden el Museo Picasso en Málaga, o el Guggenheim. Estamos planteando un proyecto que se basa en la cultura universal, y Rodin es un símbolo de la cultura universal, y por otro lado se basa en dar otro museo más a la ciudad, y además complementarlo con un centro de interpretación de nuestras dos exposiciones de esculturas en la calle, así como darle contenido al Viera y Clavijo”.

O sea que es una forma muy habitual del señó alcarde con “r” de ratón, de echar balones fuera.

Más adelante y ante la pregunta de:

“- La crítica va también por el hecho de que en un año preelectoral se comprometan 16 millones de euros…”

Responde el señó alcarde:

“Son 16 millones que se van a amortizar en 50 o 100 años por delante. Si miramos para atrás y se ve el coste de algunas cosas que tenemos ahora con respecto al beneficio que le ha producido a la ciudad, frente al coste que tuvieron en su momento, muy alto, lo que vemos es un beneficio ilimitado a lo largo del tiempo. Es algo que viene para quedarse, esas obras se quedarán en el patrimonio municipal”.

Ojo al dato, afirma José Manuel Bermúdez que esos 16 millones de nada se amortizarán en “50 o 100 años por delante” y uno se queda descolocado… ¿Cómo? ¿50 o 100 años por delante?

En fin… Que será verdad eso que el señó alcarde nos toma por tontos. No te digo nada cuando a partir de enero del próximo año notemos el incremento en la factura del agua. No nos queda nada a los chicharreros claro que Museo Rodin al precio que sea y cómo sea… que dentro de 50 o 100 años verá la ciudad, qué digo la ciudad, la isla, el archipiélago, España, Europa entera los beneficios de unas museo que contendrá 87 copias de copias y copias del escultor francés.

Ya sin tener relación con el Museo Rodin pero sí con la Cultura de esta ciudad, el señó alcarde se manifiesta partidario de que el Organismo Autónomo de Cultura deba incorporarse al Ayuntamiento “como en su día hizo el de Deportes”. Algo que ya sospechábamos en este su blog El Escobillon cuando explicamos las razones del nombramiento en julio de este año de Francisco Clavijo Rodríguez como director general de Cultura y Patrimonio Histórico del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife.

Y dicho esto pues que uno se queda como mosquiado, con esa terrible sensación de que me (nos) están tomando el pelo incluso a los que ya lo tenemos en franca retirada sobre la cabeza así que espero, porque la esperanza es lo que me mantiene en pie, que el escandalito que dejará de serlo en favor del escándalo del Museo Rodin, genere nuevos artículos, debates y sirva de ariete a una oposición que, actualmente, parece más cautiva y desarmada que nunca para frenar un proyecto millonario que por mucho que se empeñe el señó alcarde no tiene nada que ver con el Museo Picasso de Málaga ni el Guggenheim de Bilbao.

Más quisiera él, pero no.

No y no, ante un Museo Rodin que además de la fortuna que costará nace bichado y su olor a huevos podridos (muy parecido al que exhala la Refinería cuando suelta los gases) comienza a expandirse por la capital de una isla, Tenerife, que muere, cantó el trovador, en despiadada “soledad”.

Saludos, se dijo, desde este lado del ordenador

Archipiélago, una novela de Inger-Maria Malhke

Miércoles, Noviembre 30th, 2022

La literatura que se escribe en estas tierras fragmentadas no cuenta con demasiadas novelas río que nos narre la vida de varias familias y de paso de la isla que habita a través de sus diferentes generaciones. Es verdad que en los últimos años han ido apareciendo libros bajo esta premisa pero todavía sigue siendo un terreno vedado para la mayoría de los escritores y escritoras de las islas, reacios a escribir historias que requieran además de un enorme esfuerzo de documentación, talento para que los lectores no decaigan su atención en obras que, por norma general, resultan muy generosas en páginas pero poco entusiastas por enganchar el entusiasmo del lector.

Lo ha intentado con resultados más que notables una escritora alemana, Inger-Maria Mahlke con Archipiélago (Vegueta, 2022), novela que recibió el Premio Alemán del Libro 2018, que se trata de un ambicioso y complicado fresco en torno a varias familias tinerfeñas que convergen unas con otras con el paso de los años.

El estilo que ha escogido la escritora para narrar esta especie de crónica de la nada hecha pedazos es el cronológico, solo que al revés. Es decir, la novela comienza en 2015 y finaliza en 1919, un amplio arco temporal (2007, 2000, 1993, 1981, 1975, 1970,1963, 1957-58, 1950, 1944, 1936, 1935, 1929) en el que aparecen y desaparecen las distintas familias que protagonizan este ambicioso retrato político y social tinerfeño, ya que los protagonistas, abuelos, padres e hijos, e hijos, padres y abuelos, proceden de clases sociales diferenciadas.

Ante la enormidad de esta aventura, de esta odisea que es la vida, Inger-Maria Mahlke, consciente de la cantidad de personajes que maneja deja un árbol genealógico al inicio del libro con la idea de que el lector no naufrague en un texto caudaloso, bien escrito y traducido por José Aníbal Campos, traductor cubano que conoce bien las entrañas del monstruo tinerfeño porque habitó en ellas no hace demasiado tiempo, y parte de esa sustancia se refleja en una obra monumental y muy bien documentada pese a que se cuele algún desliz.

Por el libro desfilan el conflicto sahariano, con el que está tan unido sentimentalmente gran parte de la población de las islas; la corrupción urbanística, el frustrado golpe de Estado de febrero de 1981, el control del agua, la Guerra Civil y la represión, franquista, entre otros vientos de la Historia y forma cada año como capítulos de un relato común pero desvertebrado como las islas de un archipiélago.

La intención de la autora no es, sin embargo, perderse en el contexto en el que se ven envuelto los protagonistas pero tampoco cuida demasiado una trama que se dispersa y que no termina de cerrar con la determinación que uno esperaba. Con todo, Archipiélago se merece todos los respetos y algún que otro parabién porque el esfuerzo realizado es titánico y por encima de muchas cosas más, me atrevería a decir que pionero en las letras que se escriben en y sobre este archipiélago abandonado de la mano de los dioses.

A través de las diferentes familias que aparecen en la novela, Inger-Maria Mahlke trata muchos de los temas que han forjado a la capital tinerfeña como ciudad. También retrata con cierta profundidad las relaciones que se producen entre sus vecinos y los visitantes que, episódicamente, recalan en esta isla. Pasa de puntillas por algunos temas de calado en la formación de lo que podríamos denominar entidad tinerfeña pero por otro muestra sin pudor las virtudes y miserias que caracterizan a sus gentes. Lo mejor que hace la autora, en este sentido, es que no juzga a sus personajes, los retrata como lo que son, seres humanos atados a un pasado del que no terminan de liberarse.

Pese a su número páginas, supera las quinientas, y a la estructura con la que se sostiene la obra, es muy recomendable leerla por sus ambiciones, su necesidad de sintetizar la historia en la que se producen los distintos pecados familiares que lastran las vidas de sus protagonistas. Y eso que cuando no iba aún por la mitad pensé que resultaría poco posible que me sumergiera en una novela que hace relato con la ciudad en la que vivo y, al mismo, tiempo, de la isla en la que habito. Se aprecia, además, que la escritora conoce lo que escribe y que pasó largas temporadas en este territorio con seguro de sol pese a que a veces se le cuele alguna reflexión fuera de tono, equivocada porque su mirada no deja de resultar ajena.

En otras ocasiones, por el contrario, sí que sabe convencer a quien conoce la geografía física pero también humana y sentimental de los habitantes que vivimos en estas islas que forman ese Archipiélago al que pienso que se refiere la escritora: un fresco en el que pesa sobre todos los protagonistas la sombra de una discordia que no han sabido (o no han querido) resolver. Ya se sabe que pueblo chico, infierno grande, aunque la gravedad que arrastran algunos de estos clanes que radiografía a lo largo y ancho de la aventura justifique la mayor parte de las veces sus comportamientos por equivocados que resulten.

Archipiélago forma parte así de una literatura digamos que canaria que se firma con otro acento. Una curiosidad tremendamente atractiva (nos permite conocer cómo nos ven unos ojos que no son de aquí aunque sean medio de aquí) sobre un territorio fragmentado no solo en el mapa físico sino también sentimental de una población en la que todo el mundo, ay, cree que conoce la historia de su vecino. Es decir, sus grandezas y miserias pero sobre todo sus flaquezas. Esas mismas flaquezas de las que parecen que no pueden librarse para mirar al futuro cara a cara tras haber superado los pesos que lo ataban y atan a un pasado que no termina por olvidar ni por supuesto asumir.

Saludos, sin fumar espero a la novela que yo más quiero…, desde este lado del ordenador

Una mala noticia: cierra El Libro en Blanco

Miércoles, Noviembre 16th, 2022

Cuando cierra una librería algo se muere en el alma de una ciudad. Y en una ciudad demasiado acostumbrada a que desaparezca lo poco que le queda de interesante es una noticia muy triste, pero que muy triste, anunciarles el cierre de El LIbro en Blanco, una librería café que llevaba abierta en la capital tinerfeña desde agosto de 2015, inauguración de la que nos hicimos eco en este su blog El Escobillón.

Nos cuentan, tras intentar ponernos en contacto con los responsables de la librería con nulo resultado, que Miguel Alday y Carol Campos, que están o ¿estaban? al frente de El Libro en Blanco estudian la posibilidad de abrir otro establecimiento en algún punto de esta ciudad o de otra de la isla. Doy fe, sin embargo, y basta con caminar por la calle de Juan Pablo II, antes del 18 de julio, que algo falta desde hace algunos días en esa vía. De hecho, desde hace ya unos días cuelga en su fachada un cartel de “se alquila”.

El Libro en Blanco aportó la novedad de mezclar el concepto de librería con el de cafetería. Ocupaba toda una casa, con espacios divididos. En la entrada se situaba la librería convencional y la zona de bar (que servía sobre todo infusiones y bocadillos, algunos de ellos deliciosos) mientras que la parte alta se ocupaba de la sección de libros usados, colocados por materias. En este mismo espacio se localizaba un pequeño patio con algunas mesas distribuidas en la que los lectores pacientes podían disfrutar de aire libre, de un libro y de una bebida refrescante si así procedía.

La librería, un experimento, un híbrido entre libro y gastronomía, abrió sus instalaciones también a la presentación de novedades, clubes de lecturas y charlas varias. Creo de hecho que alguna tertulia más o menos fija encontró en El Libro en Blanco un lugar ideal en el que sus miembros podían reunirse.

No fue El Libro en Blanco la primera experiencia de librería café que se establecía en la isla. Hace ya un buen puñado de años se abrió en la misma capital tinerfeña, concretamente en la Rambla de Pulido, una librería bajo este mismo concepto, la librería de Frank, y en La Orotava la denominada Cafebrería Tifinagh. Es probable que haya alguna otra pero se nos escapa mientras escribimos estas líneas, apresuradas como siempre.

Huelga decir, y por eso mismo lo decimos, que lamentamos el cierre de El Libro en Blanco y que notaremos en falta el asesoramiento que como libreros ejercían Miguel Aldai y Carol Campos, que se encontraban al frente de un espacio que tras el confinamiento le costó mucho levantar cabeza, aunque así lo hicieron, levantar cabeza, pese a que las circunstancia resultaran tan adversas.

El caso es que El Libro en Blanco ha cerrado. Aunque ese cerrado solo sea momentáneo hasta que descubramos que ha abierto en otro sitio, en otro lugar, en otro mundo si quieren aunque de momento y como ya se dijo al principio, tenga esa melancólica sensación de que cuando cierra una librería algo muere en el alma de una ciudad.

Saludos, mil gracias por los servicios prestados, desde este lado del ordenador

Fernando Delgado: “Vivimos en unos tiempos trastornadillos”

Lunes, Septiembre 26th, 2022

Autor de una de las mejores novelas escritas sobre Santa Cruz de Tenerife, Ciertas personas, junto a La ciudad tiene otra cara, de Luis Gálvez Monreal, Guad, de Alfonso García-Ramos y Los puercos de Circe, de Luis Alemany, Fernando Delgado (Santa Cruz de Tenerife, 1947) publica la primera entrega de sus memorias de infancia y juventud con el título de De la radio a las letras (Nectarina, 2022), un libro en el que repasa un tiempo pasado teñido por la nostalgia.

Estos recuerdos, dispersos como son todos los recuerdos que recuperamos, toman el pulso a una ciudad a través de una serie de personas que contribuyeron a cimentar en su momento lo que se conoce como esplendor intelectual chicharrero. Un esplendor que tuvo pero no retuvo la capital tinerfeña.

El escritor y periodista tenía previsto presentar este libro hoy, lunes, 26 de septiembre, en el Círculo de la Amistad XII de enero, en Santa Cruz de Tenerife, pero las condiciones climatológicas han obligado a aplazar un acto en el que también estarían Alberto Omar, el periodista y escritor Juan Cruz y el portavoz y consejero de Administraciones Públicas, Justicia y Seguridad del Gobierno de Canarias, Julio Pérez.

Fernando Delgado es autor de una importante producción literaria en la que se encuentran título como Tachero y Exterminio en Lastenia a novelas que lo han consolidado como escritor y entre las que se encuentran La mirada del otro, por la que recibió el premio Planeta 1995; Sus ojos en mí, que obtuvo el premio Azorín en 2015 y ahora Todos muertos, una sátira demoledora contra el mundo que vivimos. Ese mundo que para el escritor y periodista anda ahora mismo “trastornadillo”.

- Escribe De la radio a las letras…

“En realidad se trata de un ejercicio de memoria que surgió cuando me encontraba en una clínica. Me ha gustado mucho este ejercicio de la memoria porque lo fue también de la lectura y de no quedarme solo en la descripción de hechos ni de la sospecha, esa misma sospecha que solo contribuye al ruido mediático que nos impide pensar. Por ejemplo, recuerdo ahora cómo Juan Benet, que detestaba, despreciaba la obra de Benito Pérez Galdós, unos días en los que estábamos juntos paseando por las calles de Las Palmas de Gran Canaria, se detuvo, entró en una tienda de anticuarios y adquirió con remilgos una estatua del escritor que prometió regalarme pero murió y no sé qué fue de la escultura”.

- ¿Y usted coincide con Juan Benet en su desprecio a la obra de Galdós?

“No, no… Galdós fue y sigue siendo un gran escritor al que hay que leer. Un maestro verdadero de nuestras islas y de nuestro país. Fue un personaje extraordinario”.

- Estas memorias que ahora publica son de infancia y juventud. ¿Las habrá de madurez?

“Por supuesto”.

- En estas memorias reivindica el patio, ese mismo patio que me hizo recordar la canción infantil.
..
“Para los que son de mi quinta y que nacieron en Santa Cruz de Tenerife el patio fue siempre una posesión común, sobre todo para los que vivieron en casas terreras, como era la mía. También los portales de aquellas modestas arquitecturas que volví a reconocer, y me emocionaron grandemente, en algunas ciudades y pueblos de nuestra América”.

- ¿Y cuáles son sus primeros recuerdos?

“Entre mis primeros recuerdos está el frescor del suelo del patio, siempre el patio, de mi casa. Y yo gateando. Cruzaba entonces del territorio de una manta que ponían en el suelo para preservarme del frío y de la eventual suciedad, y me expandía por todo el patio. En aquel patio preponderaban las helechas, las begonias, las varas de San José, que florecían por marzo; los anturios o las clavelinas que mi abuela cuidaba con sus riegos tempraneros y que estaban exultante todo el año con sus colores diferentes. El patio me servía también para aprovechar los accidentes naturales del suelo, las grietas que el tiempo había formado y que yo representaba como calles imaginarias por donde solía pasear los cochecitos que podía comprar en la plaza de Weyler por dos pesetas y entre los que recuerdo con especial cariño las guaguas, las guaguas de dos pisos que nunca tuvimos en Tenerife. Las líneas urbanas que había entonces en Santa Cruz eran escasas y yo repetía en aquellas grietas los itinerarios y pregonaba los destinos como lo pregonaban los cobradores”.

– En el libro evoca el momento en que entra en la radio, donde entra por su voz.

“Hasta los catorce años mi bachillerato fue elemental, después pase al superior y más tarde marché a la Escuela de Magisterio. Estudié también en el Colegio Tinerfeño Balear y en la Universidad de La Laguna. Más tarde, me trasladé a Madrid. En los años de adolescencia tuve un maestro, el esposo de mi madrina, Rafael Granados, un hombre extraordinario, que fue quien me propuso acercarme a la radio, Radio Juventud de Canarias, donde coincidí con Ignacio García de Talavera. Tendría como unos dieciséis años”.

-¿Qué tipo de programas realizaba?

“Era locutor y después creo que tuve algunos programas pero ya no me acuerdo de cuáles pero sí que aprendí mucho con todos”.

- ¿Y cuándo da el salto a Radio Nacional de España?

“Fue tras superar unas oposiciones cuando ingresé en RNE. Y encantado de la vida”.

- Cuenta en sus memorias que vivía muy cerca de la calle de Miraflores.

“Pasé por aquella calle, que era la calle de las putas, pero yo iba con mucho miedo porque de pequeño fui un chico muy religioso”.

– ¿Y qué sensaciones tiene de la capital tinerfeña cuando camina de nuevo por las calles de su infancia?

“La veo trastornada pero igual de trastornada que otras ciudades y pueblos de España. Estamos trastornadillo”.

- ¿Trastornadillos?

“Trastornadillos porque la vida la tenemos ahora bastante apagada, desde las clases, desde las tradiciones, desde las escrituras pero también desde la política esto está esto un poco trastornado”.

- Trastornadillo.

“Sí, mejor trastornadillo”.

- En De la radio a las letras incluye al final una serie de retratos de personas que influyeron notablemente en usted como Vicente Aleixandre, Fernando Fernán Gómez, Terenci Moix, Domingo Pérez Minik…

“Domingo Pérez Minik fue mi padre de un modo muy generoso. Éramos muy jovencitos Juan Cruz y yo, y estábamos muy vinculados a él y él con nosotros. Paseábamos juntos hasta el Puerto y más tarde, cuando iba a Madrid, nos vimos mucho también. Fue un hombre extraordinario”.

- Leo que se define como un periodista capaz de escribir novelas. ¿Hay periodistas que son incapaces de escribirlas?

“Los hay que son capaces y otros que no. Estos últimos solo se consideran periodistas pero luego están los otros, ese grupo en el que estoy metido, que son capaces de hacer las dos cosas”.

– Antes hablábamos que vivimos unos tiempos trastornadillos, ¿parte de ese trastorno lo refleja en su última novela, Todos muertos?

“En este libro lo que el lector encontrará es un territorio entre la inteligencia y la jodienda”.

- ¿Y hasta que punto su estilo literario ha quedado condicionado por su actividad como periodista?

“El estilo literario lo he vivido desde el periodismo y casi, casi, estuvo ahí desde el inicio de mi narrativa, que parte de mis vivencias. En estos momentos preparo una serie de textos con los que puedo retrotraerme y pronto se publicará un libro de poema…”

– Soy sin ser (desde lo vivido a lo pintado).

- Sí, ese es el título, que publica Pre-Textos.

- ¿Tiene Fernando Delgado un proceso de creación?

“Lo tuve pero ya no lo tengo, lo he perdido. A mi edad, 75 años, creo que de la noche que me queda de aquí al día esto va a estar muy jodido pero bueno a lo mejor desaparezco… ¿sabes?”

Saludos, un libro, recuerdos, desde este lado del ordenador

Santo barranco, un peculiar documental de los años 70 sobre el barranco de Santos

Martes, Septiembre 20th, 2022

Casi nadie se acuerda de ella pero se ha recuperado precisamente del olvido una película rodada en súper 8mm y en los años 70 gracias a un convenio de digitalización suscrito entre el Colegio Oficial de Arquitectos de Tenerife, La Gomera y El Hierro con el Instituto Canario del Desarrollo Cultural. La copia digitalizada se encuentra en la Filmoteca Canaria.

El documental, porque se trata de un documental, se titula Santo Barranco (1975) y tiene una duración de 18 minutos. Se trata de un trabajo que el citado Colegio encargó con motivo del plan de remodelación de esta quebrada con forma de cicatriz que atraviesa casi por la mitad a la capital tinerfeña.

El filme está dirigido por Fernando Puelles, hermano de Juan, ambos miembros del equipo Neura que por sí solo, los Neura, deberían de protagonizar un libro o un documental para que quede constancia en la Historia de su excéntrica aportación al cine canario.

La peculiaridad de Santo barranco es que si bien el equipo rodó a los arquitectos debatiendo sobre ese plan en la sala de Juntas del Colegio y a las personas que vivían en el barranco (me pregunto si alguna de ellas sigue residiendo en él), en el montaje final se editaron las entrevistas con el sonido alterado. Es decir, que cuando aparecen los arquitectos lo que se escucha es a los que residían por aquel entonces en las cuevas del barranco y cuando se muestra a los que allí vivían, lo que se oye en off es a los arquitectos.

Desconozco el impacto de la cinta el día del estreno. Tampoco si llegó a estrenarse pero puedo imaginarme las reacciones, algo así como “¿pero esto que demonios es?, chacho, chacho, chacho, quita eso, haz el favor”.

Es muy posible que se estrene la copia digitalizada que se encuentra en la Filmoteca Canaria pero por lo que sabemos no se sabe dónde será. A un lado de la balanza se encuentra el teatro La Granja y en el otro el salón de actos del Colegio de Arquitectos. A la espera de la decisión, es muy elogiable la labor que está desarrollando la Filmoteca en la recuperación de películas y vídeos sobre Canarias. Recientemente, esta misma entidad dio a conocer las únicas imágenes en color del artista tinerfeño Óscar Domínguez y que formaban parte de un documental que grabó antes de su fallecimiento.

Así que atacado por la neurosis y con ganas de aprender mucho más de un cine que fue posible en los años 70 aunque la mayoría de sus trabajos se quedaran en formato amateur, terminamos este aviso con un larrariano “vuelvan ustedes mañana”.

Saludos, suena una canción, desde este lado del ordenador

Ay, Santa Cruz de Tenerife, ay

Martes, Septiembre 6th, 2022

“En aquellos años cincuenta, la sociedad canaria era muy clasista en sus dos capitales, pero así como en Santa Cruz de Tenerife los más acomodados contaban con el Club Náutico para el baño, y no se encontraban con los pobres, que tenían que bañarse en las incómodas playas de piedra de Valleseco o María Jiménez, sorteando la grasa de los buques del Muelle, o en el Balneario de Educación y Descanso al que iban las clases populares, en Las Palmas, todos, pobres y ricos, se encontraban en Las Canteras, un espacio democrático en el que la gente hacía amigos”.

De la radio a las letras (Memorias de infancia y juventud)
, Fernando Delgado, Nectarina Editorial, 2022.

La publicación de De la radio a las letras (Memorias de infancia y juventud), escrito por Fernando Delgado y editado por Nectarina este mismo año es uno de esos felices descubrimientos que de tanto en tanto, más de tarde en tarde de lo que uno quisiera, se producen en el universo editorial de las islas por varias razones.

La primera y es la que más me ha llamado la atención, descubrir mi ciudad, Santa Cruz de Tenerife, en un tiempo en el que si no estaba, sí que era pequeño para guardar cualquier tipo de evocación del lugar en el que nací y resido. Y todo pese a que Fernando Delgado revele “Me da cierto pudor hablar de mi al hablar de Santa Cruz de Tenerife, pero lo hago con la convicción de que al hacerlo así hablo de todos aquellos”.

La segunda, tener la oportunidad de leer las impresiones de un escritor y periodista nacido en la isla, las islas, aunque desarrollara gran parte su labor profesional fuera de Canarias, sobre algunas de las razones que motivaron la escritura de muchas de las novelas que forman parte de su ya más que generosa bibliografía como escritor.

Estos hechos, unidos a otros muchos, refuerzan el atractivo que, a mi juicio, reúne un libro que añade como complemento una serie de retratos de amigos muy cercanos (Martín Chirino, Millares y Elvireta, Luis García Berlanga y Fernando Fernán Gómez, entre otros) así como anima a una reflexión con perspectiva de la capital tinerfeña que conoció.

Pero su principal atractivo, al menos para un lector como quien ahora les escribe, es conocer cómo se entiende la ciudad en la que nació y vivió algunos años el escritor, un Santa Cruz de Tenerife marcado férreamente por una diferencia de clase que divide a la sociedad que habita la capital en dos zonas que no es que sean irreconciliables, sino que viven por separado, como si no existiera la una para la otra.

A lo largo del libro, Fernando Delgado insiste en esta diferencia, acentuada según dice, en una ciudad que gusta de mantener esta distorsión que alcanza al mapa de una urbe con playas para pobres y piscinas para los que viven con holgura. También colegios donde los humildes tienen que entrar por la puerta de atrás. En este aspecto, reconoce que las primeras lecturas y las películas que vio en los por aquel entonces numerosos cines de la ciudad le sirvieron de válvula de escape y que fue material, sustancia, que lo forjó como persona.

En el libro repasa también, aunque mucho menos, sus primeros pasos en el mundo radiofónico y también audiovisual español ya que se trata de una obra, fundamentalmente, que recoge sus recuerdos de niñez y adolescencia.

También el de una juventud en la que jóvenes como él contaron con el magisterio de un intelectual que nunca adoptó esa pose. La de un sabio que los orientó en el sendero de la literatura: Domingo Pérez Minik, a quien por cierto, Fernando Delgado dedica este libro como “padre y maestro” así como a su “todo un hermano” Jerónimo Saavedra y a José Luis Yoribio, Juan Cruz, Alberto Omar y Julio Pérez “desde mi juventud”.

Estas memorias están escritas con entusiasmo meridiano, no hay en ellas estridencias. Así, la visión que absorbo sobre lo que retrata bajo el prisma de su niñez adquiere otra dimensión y me hace pensar que no han cambiado tanto las cosas desde entonces. Que Santa Cruz de Tenerife a veces es más una santa cruz cuando empuja a sus habitantes a superar tantos límites, fronteras, algunas de ellas parecen que infranqueables entonces y ahora.

En cuanto a memoria, y como toda memoria que se precie, se le puede criticar al libro que resulte algo reiterativo y disperso pero no es una razón suficiente que le reste interés a lo que cuenta.

Es verdad que capítulo va y capítulo viene el escritor y periodista insiste en ocasiones en la mismas historias, lo que casi parece que más que un libro de memorias con sentido cronológico se trate de una recopilación de momentos en los que el autor quiso recuperar capítulos de su infancia y de su juventud chicharrera que, a mi juicio, son menores en un libro que si destaca por algo es por su aplastante sencillez y el esfuerzo por evocar un pasado que pudo ser distinto.

El libro cuenta además con otro valor añadido y que interesará a los aficionados a esas obras en los que un escritor que publica y es reconocido por lo que publica escribe sobre su vida y también sobre su literatura, y pienso en dos obras fundamentales para aprendices a escritores como los que no lo son: Mientras escribo y Suspense, de Stephen King y Patricia Highsmith, respectivamente. Sumaría ahora a este dueto De la radio a las letras.

Estas memorias que no pretenden ser una autobiografía sino solo memorias dibuja un retrato muy personal de una ciudad, de una capital de provincias que aisló a una calle, la de Miraflores, vecina a la que nació el escritor, porque aquello era otro mundo. En conjunto son recuerdos que me han atrapado como vecino de esta ciudad, también el hecho de reconocer muchos de los escenarios que retrata aunque la mayoría no existan o han sido transformado en la actualidad.

“Era mi calle una calle céntrica y principal de la ciudad, pero muy vecina a un barrio de mujeres de la vida, –jamás nos dejaban decir putas, naturalmente– y los niños de la zona éramos advertidos de continuo sobre la prohibición de cruzar la frontera apenas perceptible entre nuestras supuestas calles decentes y aquellas otras tan supuestamente peligrosas”.
Y en cuanto a su trabajo como escritor:

“Y si me preguntan, como me han preguntado, con que disposición abordo una nueva novela cuento que cuando eso pasa uno trata de estar dotado de la capacidad de aventura y de riesgo que posee un niño para dar un salto hacia lo desconocido y llegar a un lugar insospechado por el autor en el momento de ponerse a escribirla”.

Estos recuerdo abarcan historias sobre dos mundos, la literatura y el periodismo que se diferencian, escribe Fernando Delgado, porque “el periodista ha de contar y certificar que es verdadero cuanto cuenta y el novelista es mejor que dude de si realmente ha visto lo que cuenta”.

Como escenario el paisaje de una ciudad tan cambiante y sufrida como es la capital tinerfeña, aunque esta metamorfosis haya sido en mucho de los casos para mejor. No es un escritor Fernando Delgado que se incline hacia la nostalgia sino a sentir lo que recuerda. Y es ese sentimiento el que prevalece a lo largo de toda la obra.

“La ciudad, por entonces, una ciudad sin coches, permitía que los niños hiciéramos de la calle un parque de juego. Y era habitual que nuestro juego fuera interrumpido para que pasara entre nosotros el cortejo fúnebre con un niño muerto, blanco el pequeño ataúd, blanco el coche fúnebre con sus plumachos blancos. A aquellas procesiones mortuorias se les llamaba en Canarias por lo general entierro y, a la de los niños, entierrito”.

Se trata, en conclusión, de un libro notable, muy atractivo no solo para los que conocen la obra literaria del escritor y periodista tinerfeño –entre otros libros destacaría su demoledora novela chicharrera Ciertas personas, su tercer libro publicado y uno de los que más menciona en estas memorias con importancia– sino también para aquellos lectores (y ese es nuestro caso) que desde hace años buscan la reconciliación con la geografía física y sentimental de una ciudad muy anclada a un pasado turbio que la envenena. Una capital de provincias que uno nunca terminó ni termina de considerar como suya.

Saludos, gracias, señor Delgado, desde este lado del ordenador