
¿TENEMOS TODO EL TIEMPO DEL MUNDO?
Algo así he sentido viendo los trabajos que componen el catálogo Canarias en corto 2011-2012. Lo apunto porque, tratándose de cortos, la sesión que comienza sobre 20.45 horas viene a finalizar sobre las 23 horas. Es decir, una invitación a que gaste un puñaíto de horas para ver trabajos muy correctos técnicamente y, en contra de otros Catálogos, alejados de bizarros experimentalismos.
Bien saben los dioses que me lo advirtió Josep Vilageliú nada más verme, sorprendido de mi incursión en territorio lagunero: “Esto va a durar como dos horas”, pero me lo tomé como una broma. Un chiste malicioso…
Fatal conclusión, aprendiz de Ismael, porque tenía toda la razón del mundo esa especie de capitán Acab que todavía busca una ballena blanca a este lado siempre agitado del Atlántico…
La sesión, que tiene lugar en la sala mayor del Aguere Espacio Cultural, recoge buena entrada. Me sorprende, entre el público, que haya tantos niños.
Los realizadores de los trabajos presentan sus obras…
Entre otras cosas explican lo duro que ha sido rodar estas piezas, siete en total, y todos coinciden en agradecer a Canarias Cultura en Red la labor que ha venido desarrollando en favor del audiovisual. Una labor, sospecho, cuya existencia podría desaparecer el próximo año en los planes de un Ejecutivo regional al que no le ha temblado el pulso para drenar los presupuestos destinados a Cultura.
La crisis.
Un fantasma, el de la crisis, que no protagoniza ninguna de las historias del Catálogo.
Se apagan las luces y empieza la función.
MELODRAMA
El primer mediometraje de la noche es Cosas que olvidamos, de Iván López. Una historia de amor a tres bandas de la que apenas me entero de nada por ¿será el pésimo sonido de la sala?
Me sorprende, pese a todo y muy gratamente, el aroma a melodrama que reúne esta cinta.
López no es Douglas Sirk, obviamente, pero respiro en su trabajo el aire –no sé si voluntario– de irrealidad que caracterizaban las películas del maestro.
Eso me hace perdonar la debilidad de la historia, el callejón sin salida en el que su autor introduce a la protagonista femenina e incluso su almibarada –y algo sonrojante– ternura.
UNA DE AMOR EN CLAVE FANTÁSTICA
Samuel Alarcón y José Cabrera son los responsable del segundo mediometraje. Se titula La caja de Medea y a mi me recuerda a una reinterpretación de Mullholand Drive, de David Lynch, que como el Mulholand Drive de Lynch se pierde como me gustaría perderme a mi por el barranco de Masca.
La historia tiene tintes fantásticos y comienza muy bien aunque empieza a desbarrar en su desarrollo y se pierde definitivamente en su parte final con un resultado incierto que no es lo mismo que desconcertante.
A mi no me convence por seguir las doctrinas de don Confuso. Es decir, que cuando parece que va por ahí se mete por allá y se acaba liando la cosa.
Tanto es el lío, tantos son los nudos que se atan pero no se desatan en esa compleja tela de araña que debe ser la cabeza de su protagonista, que cuando la cosa termina no sé si hacer lo mismo que lo que hacen las chicas que tengo al lado: ponerme a reír.
Claro que lo mismo da, pienso mientras mi culo inquieto se revuelca en la butaca.
EL SUEÑO DE LA ADOLESCENCIA PRODUCE MONSTRUOS
Lo mejor de Una historia de amor, de Chedey Reyes, son sus originales títulos de crédito. El corto que es mediometraje está rodada en la comunidad de Madrid por lo que sus actores hablan –por cierto, vuelvo a quejarme del ¿penoso sonido de la sala?– con marcado acento continental. Ya saben: C y Z muy marcadas.
No lo hacen mal los actores. A su manera, resultan naturales protagonizando esta historia de amor –que se teje entre dos hermanos y una mujer– en clave nostálgica.
Pero bostezo. Y van, mientras observo como más de uno se levanta de la butaca y juye por la puerta donde pone Salida.
DRAMA
Vasni Ramos dirige En un momento…
Y creo que En un momento es uno de los cortos más arriesgados de la noche por el género en el que se ubica: el drama. El drama en su sentido más duro: asistir a la agonía del ser que más quieres.
O esa persona por la que serías capaz de sacrificarte y que no es, precisamente, la imagen con la que te encuentras todas las mañanas frente al espejo.
Sin embargo, y pese a estar bien narrado, no me emociono ni empatizo con el sufrimiento en el que se ven implicado sus dos protagonistas.
NO HACEN FALTA PALABRAS PARA DECIR TE QUIERO
El mejor trabajo de la noche es, a mi juicio, El Círculo, de Eugenia Arteaga.
¿Por qué? porque siendo un corto que no es un corto es el que me resulta más corto en esta noche que no es de cortos.
El círculo está protagonizado por Carlos A. Valencia y Lorena Plasencia, dos actores que me sorprenden por su naturalidad y como llenan pantalla. También me asombra cómo lo hacen los actores de reparto. Gente sin experiencia que lo hace igual de bien que los actores profesionales que intervienen en el resto de los cortometrajes que forman parte de este Catálogo.
El Círculo me emociona porque es un trabajo sincero.
Y me conmueve y alecciona pero sobre todas las cosas logra que me crea lo que estoy viendo gracias a que su realizadora evita caer en tontos sentimentalismos.
Rueda con un par de lo que hay que tener una historia en la que escucho a los mudos y entiendo a los sordos y me cabreo con la excelente actriz que hace de normal –Lorena Plasencia– porque escucha y habla en un universo de signos en el que sobran las palabras para decir te quiero.
Solo basta un abrazo.
Asombrado no bostezo.
E incluso contribuyo con aplausos a reivindicar un trabajo que me parece deliciosamente inteligente y sobre todas las cosas honesto con lo que cuenta.
NO SÉ, NO CONTESTO
Me aburro con La vida en las manos, de Mercedes Afonso. Afonso comete un error de base: el cine no es teatro y el teatro no es cine.
Es decir, que cine debe ser contar una historia con imágenes y no a través de palabras.
En La vida en las manos un hombre y una mujer hablan y hablan en un lecho de edredones revueltos. El trabajo, así, se centra en lo que dicen y lo poco que entiendo de lo que dicen –el sonido ¿será el de la sala?– me entra por un oído y me sale por el otro.
Pienso de todas formas que si lo veo en condiciones diferentes y sin el acompañamiento de los otros seis trabajos, igual descubro la llama que debe de tener dentro.
ESPERPENTO
Cierra esta sesión el mediometraje Velando a los muertos, de Sebastián Álvarez.
Técnicamente es el trabajo más impecable de la noche. Y cuenta además con una banda sonora muy pegadiza y está basado en un texto de Antonio Tabares.
El trabajo, con fotografía en blanco y negro, quiere ser una comedia negra que se queda en….
… Todavía me estoy preguntando en que se queda…
No me río. No sonrío. Aunque hay espectadores que se ríen y es probable que otros incluso sonrían.
Viendo este trabajo es inevitable que recuerde La caja, el estupendo largometraje de Juan Carlos Falcón basado en la también estupenda novela Nos dejaron el muerto de Víctor Ramírez. El recuerdo, conste, es porque hay un muerto.
El trabajo de Álvarez comete el mismo error que el de Afonso: el cine no es teatro y el teatro no es cine. Y sus actores, que son de teatro, me resultan demasiado artificiales así como los personajes que interpretan. Requetevistos. Resultan típicos y tópicos (el hermano bobo, los hermanos julandrones, la hermana encallecida y la cuñaaaada que no habla).
Estos elementos contribuyen a que el presunto esperpento que propone Velando a los muertos se drene… No, no me convence este corto que no es corto sobre la familia y la codicia humana con acento canario.
Cuando finaliza la proyección me levanto como una centella mientras oigo a alguien preguntar bastante mosquiado ¿ónde vas?
Me planteo esa misma pregunta mientras regreso en tranvía a Santa Cruz de Tenerife.
¿Ónde vas cine canario, ónde vas triste de ti?
Saludos, ¡Hasta el infinito… Y más allá!, desde este lado del ordenador.