Malcom McLaren ha pasado a la historia por ser el agente de ese grupo de rabiosos aficionados al ruido que fueron los Sex Pistols en plena eclosión del fenómeno punk, una tribu urbana que además de romper modas y generar una moda, sacudió a los jóvenes desahuciados de los años setenta y ochenta por su atractivo nihilista y su ánimo provocador mientras se arrogaban en una juventud que se creía eterna.
Algunos escuchan todavía como himno su irreverente y aguardentoso God Save the Queen aunque la vorágine que asaltó a muchos de sus miembros, incluyendo turbias muertas violentas, puso fin a un capítulo que no nació, como muchos sostienen, por generación espontánea.
Tras abrir una tienda en la que vendía fundamentalmente ropa relacionada con el rock and roll porque por aquel entonces “lo más emocionante para un joven inglés era arreglarse, vestirse con sus propias ideas ya que en Inglaterra entendíamos que el arte de “arreglarse” era la mejor manera de escapar de tu entorno familiar”, McLaren se dio cuenta que podía ir un paso más allá si vendía sexo con la ropa y los complementos.
Él mismo explica que el sexo era “algo que sólo se anunciaba en letras muy pequeñas en las últimas páginas de los periódicos. Yo quería mostrarlo en mitad de la calle y venderlo en boutiques modernas de Chelsea. Así que me deshice de todo el material de los cincuenta y empecé a vender faldas de goma y collares de perro de cuero. Puse al descubierto toda esa serie de prendas fetichistas que cierta gente había estado comprando años atrás en pequeñas tiendas. Mi intención era ponerlas de moda para los más jóvenes.”
Y el invento funcionó. Tanto que incluso contó con su propio estilo y banda sonora.
Son otros los que están llamados a reivindicar el caso Malcom McLaren como referente de unos tiempos probablemente igual de confusos que los actuales pero dentro de ese fenómeno contaminado de música ruidosa, ropa escandalosa, actitud gamberra y con ganas de alimentar polémica, drogas y sexo, queda un creador que entendió que ese negocio, porque al fin y al cabo resultó ser eso: un negocio, era una farsa.
Y farsa es uno de los ejes a través de los que se arma la historieta Fashion Beast, cómic que nació primero como guión de una película para la que el avispado McLaren recurrió a los servicios de un tipo que estaba en las antípodas del movimiento punk y sí mucho más cerca a la corriente hippie, Alan Moore. El mismo Moore explica en la edición completa de Fashion Beast el porqué un guión que nació para el cine terminó transformándose en un guión para colorines en el prólogo de su edición en castellano (Panini Comics).
Básicamente, resume Moore, la razón fue la repentina muerte por un derrame cerebral de Malcom McLaren el 8 de abril de 2010, y el hecho de que a partir de entonces aquel relato relacionado con la moda y la farsa hibernara en el baúl de los recuerdos hasta que William Christensen lo descubrió y le propuso al escritor de Watchmen y V de Vendetta que lo adaptara al cómic.
Alan Moore confiesa que la decisión le resultó difícil. Por un lado, McLaren ya estaba muerto y por otro, sentía que traicionaba uno de sus mandamientos creativos: no traducir para imágenes cinematográficas sus historias recreadas en viñetas aunque el caso de Fashion Beast –se justifica– era diferente ya que llegó al proyecto reclamado por el volcánico McLaren a principio de los ochenta.
Leyendo el cómic es difícil hacerse una idea de cómo hubiera quedado esta historia en el cine porque cómic y cine son medios radicalmente diferentes. También si la estética que se conserva en la historieta hubiera sido la misma en la pantalla grande aunque algo me hace sospechar que no. Si por algo destaca Fashion Beast es por la delicada belleza de sus ilustraciones, obra de Facundo Percio (artista) y Hernan Cabrera (color).
¿Cómo relato?
Como relato Fashion Beast no es de lo mejor como guionista de Alan Moore pese a que respira cierto aliento que lo ha hecho famoso y que en la actualidad sea considerado como uno de los mejores y más reputados escritores de y para cómic de los últimos tiempos.
Le falta sin embargo a Fashion Beast su característico sentido crítico pero mantiene una interesante cosmogonía que no alcanza ni mucho menos la altura de otras de sus grandes obras como las ya citadas Watchmen y V de Vendetta aunque respira ligero ocultismo que, lamentablemente y a nuestro juicio, no termina de cuajar en un relato al que le sobrepasa la estética de sus ilustraciones.
La protagonista de Fashion Beast es Muñeca Seguin, encargada del guardarropa de una sala de fiestas y que es un hombre que se hace pasar por mujer aunque sea una mujer que se hace pasar por hombre que acaba por ser la modelo del diseñador Celestine, que oficia de Pigmalion. Celestine es un misterioso personaje que vive recluido en su taller mientras tira las cartas de un preciosista Tarot.
El cómic Fashion Beast entra por los ojos pero no taladra tu mente. Carece de la profundidad de la que quizá sea la mejor obra de Moore como escritor From Hell y las ya mencionadas Watchmen y V de Vendetta, trabajos estos últimos que tuvieron la capacidad de reinventar un género por aquel entonces tan quemado como era el de los héroes de capa y antifaz.
Pero no cuenta Fashion Beast con un discurso coherente ya que a ratos parece que se ahoga cuando pretende contar una historia con cierto fondo –la farsa en que se ha convertido la moda como instrumento al servicio de la domesticación de las masas – que llamea brevemente cuando tantea otros discursos como el de la ambigüedad sexual y la trampa que significa vivir en soledad pese a que seas una estrella.
El mismo Moore se pregunta en la introducción qué le hubiera parecido a Malcom McLaren el resultado final del cómic. Un cómic que cuenta con delicadas y muy preciosistas viñetas, algunas de ellas con cierto aire a Enki Bilal, y que están muy por encima de la historia.
Historia, ya se ha dicho, que se difumina tras la belleza de su dibujo.
Saludos, calor, calima, África, desde este lado del ordenador.