“La edad adulta es el infierno. Frente a una postura tan tajante, los ‘moralistas’ de nuestra época lanzarán gruñidos vagamente desaprobatorios, esperando el momento de insinuar sus obscenos sobreentendidos. Tal vez sea cierto que Lovecraft no podía convertirse en adulto; pero lo que está claro es que no lo deseaba. Y teniendo en cuenta los valores que rigen el mundo adulto, difícilmente podemos reprochárselo. Principio de realidad, principio de placer, competitividad, desafío permanente, sexo y empleo… nada para entonar aleluyas.”
(H. P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, Michel Houellebecq. Traducción: Encarna Castejón, Libros del Tiempo, Ediciones Siruela, 2006)
Si hay dos escritores que transitan por mundo radicalmente opuestos pero que coinciden en su visión frustrada y frustrante de la realidad son H. P. Lovecraft y Michel Houellebecq. El primero malvivió casi toda de su vida de su literatura al publicar relatos en revistas populares.
En esas mismas revistas dio forma a su panteón de deidades primigenias, dioses que por ahora duermen aunque algunos se hayan empeñado en despertarlos con invocaciones que sacan de un libro maldito que se llama El Necromonicón y que se atribuye a un tal Abdul Alhazred.
El segundo, por el contrario, ha logrado una vida acomodada gracias a sus novelas, libros que agitan y revolucionan las ideas y que obligan a mirar el alrededor con una mueca desesperada de desprecio.
En cuanto a sus referentes, apenas tienen algo en común pero se tocan, decimos, porque reflejan una realidad donde no existe escapatoria y un rechazo, más marcado en Lovecraft que en Houellebecq, a la edad adulta.
No hay héroes en la literatura de estos dos escritores, y sí mucho escepticismo por el hombre. En los cuentos de Lovecraft el protagonista suele volverse loco cuando descubre que es menos que una hormiga y que el mundo que conoce es ficción, una mentira que atonta pero que está ahí con el objetivo de que no se revele la amarga verdad.
Houellebecq retrata a sus protagonistas como quien observa microbios a través de un microscopio con resignada curiosidad.
Sobre Lovecraft, reflexiona el autor de Ampliación del campo de batalla, en H.P. Lovecraft. Contra el mundo, contra la vida, un ensayo de apenas un centenar de páginas que resulta revelador por las conclusiones que saca del escritor y del reflejo que manifestó a través de una obra literaria que, pese a sus deficiencias, rompió moldes y acercó a sus seguidores a otro tipo de horror, el miedo a que todo cuanto vemos no es real.
Michel Houellebecq ofrece un retrato del creador de los Mitos de Cthulhu como un hombre que no fue corriente, aunque intentó serlo con resultados catastróficos.
Las emociones que Lovecraft buscaba no eran las de la vida diaria sino las que volcaba en sus historias, donde sus protagonistas no se preocupan por alimentarse sino de leer e investigar lo sobrenatural.
El escritor se convierte, escribe Houellebecq, en “un ejemplo para todos aquellos que quieren aprender a malograr su vida y, llegado el caso, a triunfar con su obra. Aunque esto último no esté garantizado”.
Pero “no hay que reprochárselo”, Lovecraft fue toda su vida un espíritu adolescente. Y para adolescentes es la lectura de unos cuentos que dejan de inquietar cuando uno se hace adulto y se preocupa de cosas tan importantes como su patética realidad.
Si algo se interpreta en los relatos de Lovecraft es que más que luchar, asegura que los molinos son en verdad gigantes, dioses primordiales en su caso, y que todo se acabó porque han despertado.
“Hoy, más que nunca, Lovecraft sería un inadaptado y un recluso”, escribe Michel Houellebecq. Sin embargo y como dicen los biógrafos, “una vez muerto Lovecraft, nació su obra.”
Una obra, concluye Houellebecq, en la que logró transformar “su asco por la vida en una hostilidad activa“.
“Ofrecer una alternativa a la vida en todas sus facetas, constituir una oposición permanente, un recurso permanente a la vida: tal es la misión más elevada del poeta en esta tierra”.
Saludos, nueva relectura y van, desde este lado del ordenador.