“Por eso he sido tan completamente franco y sincero. No pido que me aprecien. No pido que me quieran. No me importa que me detesten, si con eso algún funcionario tiquismiquis va a ser más feliz. Es una cuestión de principios. Si es necesario, llevaré mi caso ante las Naciones Unidas. Ya dieron una lección a los británicos por lo de Suez; que les den otra por mi caso. Puede que yo sea un don nadie, y a lo mejor hay quien considera que me huele el aliento, pero ahora ya no estoy meramente indignado. Estoy furioso.”
(La luz del día, colección Serie Negra, RBA. 2013. Traducción: Damià Alou)
La novela de espías sería otra cosa, y otra cosa peor probablemente, si Eric Ambler no hubiera abierto la boca y se hubiera especializado en un género que cuenta con autores de notable reputación como, entre otros, Graham Greene, quien a lo largo de su vida no se cansó de elogiar las novelas de Ambler, autor que ha sido traducido con cierta generosidad en España y hombre que además de escribir literatura se pasó también al cine, quemándose las yemas de los dedos con guiones que si bien no pasarán a la historia, sí que ocupan un espacio de honor en esa larguísima cinta de películas en lo que prima es la emoción en función del entretenimiento.
Eric Ambler es autor de una magnífica biografía, Memorias, en la que menciona su breve paso por unas islas llamadas Canarias, y de un puñado de novelas, muchas de ellas adaptadas al cine, que no pierden su condición de clásico. Se me viene a la cabeza, entre otros títulos, Viaje al miedo y La máscaras de Dimitros, las más conocidas, pero también El gran negocio de Girija, Fronteras sombrías, Una cierta angustia y Motivo de alarma, que son historias de espías que transcurre antes, durante y después de la II Guerra Mundial, y en las que se revela a un escritor de ideas progresistas, algunas de ellas adelantadas a unos tiempos igual de convulsos que los actuales.
Las ficciones de Ambler no vivieron solo del periodo de entreguerras, sin embargo, ya que escribió una serie de novelas en décadas siguiente con menos entusiasmo si se quiere, pero a las que dotó de un sobresaliente sentido del humor como pasa en No sigas mandando rosas y La luz del día, esta última inspiró la película Topkapi (Jules Dassin, 1964), que considero como una de las mejores comedias de y sobre robos desde Atraco a las 3.
Dassin, que fue director y co-guionista de Rififi (1955), filme que tuvo su réplica paródica en Rufufu (Mario Monicelli, 1958), contó con un material literario más que estimable pero que apenas se conocía en España hasta hace relativamente unos pocos años, cuando RBA apostó por este inédito de Ambler en el que se narra con mucha ironía la planificación y robo del tesoro que está custodiado en el museo Topkapi, en Estambul, Turquía, por un grupo peculiar de ladrones entre los que destaca Arthur Simpson, un granuja de medio pelo que comete el error de su vida cuando desliza la mano en la cartera equivocada.
Al servicio de la policía turca y presunto cómplice de ese grupo peculiar de amigos de lo ajeno, La luz de día plantea una serie de cuestiones morales de mucho calado que Ambler resuelve con sano sentido del humor.
Se nota la querencia que sentía el escritor por esa galería de personajes un tanto excéntricos, europeos desubicados en un país, Turquía, más civilizado de lo que ellos pensaban. Ésta, y alguna otra, son claves, fórmulas habituales en las historias de Eric Ambler, un autor viajado y, por viajado, poco o nada británico aunque corriera por sus venas esa sangre.
Los protagonistas de las novelas de Eric Ambler son personajes que han superado fronteras, es decir patrias y banderas y, por supuesto, diferencias como posición social y raza. En sus historias, los personajes con sus luces y sombras son seres humanos lo que explica que resultan tan creíbles por grandiosos y patéticos a partes iguales.
La acción de La luz del día se desarrolla en los años sesenta y transcurre mayoritariamente en Estambul, que es una de las ciudades más fascinantes del planeta.
Eric Ambler se toma su tiempo, no obstante, en situar al lector, aunque es tal su oficio que no hace falta esforzarse mucho para adentrarse en la historia y las historias que salen de la historia principal como las ramas del tronco de un vigoroso y frondoso árbol.
En esta novela, más que el robo, lo que importan son los personajes porque el escritor fue un agudo retratista de caracteres, personajes a los que supo dotar de consistencia, son de carne y hueso.
Así que merece la pena volcarse en La luz del día y recuperar o encontrar si se da el caso con una de las novelas que forman la impresionante carrera como literato de un escritor que puso su talento al servicio de esa inmensa minoría de lectores que lee porque le va en ello la vida.
Saludos, damas y cababalleros, desde este lado del ordenador.