Ezequiel Pérez Plasencia, diez años de silencio en su propia tierra
Miércoles, Febrero 24th, 2021Hace ahora diez años que falleció el escritor tinerfeño Ezequiel Pérez Plasencia (1953-2011). Dijo adiós al mundo en circunstancias traumáticas y dejó más huérfano si cabe a quienes lo conocieron y querían ese día aciago, un 24 de febrero que todavía retumba en la memoria de quien les escribe.
Ezequiel Pérez Plasencia tuvo no obstante una buena vida. Una buena vida salpicada de encuentros y desencuentros. También de persecuciones, algunas buscadas y otras no.
Como suele suceder, tras conocerse la noticia de su muerte casi todas las voces coincidieron en señalar notas sobre su vida y su obra que no hubieran hecho públicas en vida del escritor pero así son las cosas en este valle de lágrimas. Por eso, si existe algún cielo, Ezequiel tiene que estar observando con una mueca burlona cómo se las gastan los que siguen aquí abajo. En especial los compañeros/as escritores/as y periodistas que conoció a lo largo de su vida.
Como señaló en una entrevista que mantuvo conmigo: “el periodismo es bueno sin sabes abandonarlo a tiempo”. Ezequiel supo hacerlo pero por desgracia quien ahora les escribe no. Así que resuena en mis oídos su carcajada.
Ezequiel Pérez Plasencia que sigue siendo un absoluto desconocido no solo en las letras que se escriben en Canarias sino también en español, dejó una obra consistente tras su marcha aunque por desgracia todavía tenía muchas cosas que contar.
Me dijeron en su día que en su ordenador quedaban cuentos y alguna novela sin publicar y se hizo el intento de recuperar todo ese material para que fuera publicado en unas obras completas que nunca llegaron a buen puerto, por lo que su presencia en la actualidad literaria sigue siendo un interrogante mayúsculo.
Ezequiel sigue siendo en este sentido no un maldito, que así al menos se le recordaría como se recuerda al poeta y escritor Félix Francisco Casanova y Eugenio Millet, sino un desconocido.
Escritor que se movía como pez en el agua por el territorio de los cuentos, a Ezequiel le debemos también una sobresaliente novela (su primera y última novela) que con el nombre de El orden del día retrata a una generación de periodistas de provincias y cómo se las gasta (y sigue gastando) los periódicos de provincias.
La novela por fortuna va más allá del retrato satírico y profundiza en las interioridades de su protagonista. Un personaje al que solo salva de su mediocre realidad la lectura de libros. Muchos libros.
No he vuelto a tropezarme desde que se fue con un tipo que salpicara con tantas citas lo que hablaba. Fuera el tema que fuera. No lo hacía porque fuera un enterado sino porque le salía del alma. Su erudición no provocaba por eso ronchas y daban ganas de conocer al autor que mencionaba con el objeto de reforzar un argumento, una idea que esgrimiera.
En cuanto a su producción como cuentista y articulista por fortuna nos dejó unos cuantos libros para los que no pasa el tiempo. Se tratan de obras que van camino de convertirse en clásicos por mucho que se empeñen algunos en que se olvide su nombre y su trabajo. Yo recomendaría, especialmente y porque viví su parto sin apenas agonía, El regreso de Calvert Casey, un atípico libro de viajes, una reflexión profunda sobre isla y literatura y un fantástico viaje interior por la isla de Cuba cuando aún la gobernaba Fidel. Destacaría también La ilusión de los perdidos y Los caminadelado, este último volumen recopila sus columnas en prensa. Artículos medidos que se ocupan la mayor parte de las veces de literatura. Libros que leía y autores por los que sentía devoción (Camus y Fonseca, entre otros) escritos con la tensión del día a día que impone el oficio de informar aunque Ezequiel Pérez Plasencia más que informador hizo de redactor de cierre limpiando de errores los textos que le entregaban personajes que iban de periodistas por la vida.
No recuerdo la última ves que hablé con él pero sí el día, tal día como hoy, en que su hermana me llamó para comunicarme la noticia de su muerte. Estaba con un amigo tomando algo en el antiguo kiosco de la plaza Militar, en Santa Cruz de Tenerife, y me puse a llorar.
En fin, esas cosas pasan.
Ezequiel llevaba un tiempo fuera de las islas, estas mismas islas que lo botaron a patadas y en la que casi todo el mundo conspiró para hacerle la vida un poco más infeliz, y allí, en Cartagena, encontró la paz y nuevas amistades. Quiero creer que algo tuvo que ver el Mediterráneo, que es un mar y no un océano como el Atlántico, cuyas aguas bañan la tierra en la que nació pero en la que no aprendió a ser libre.
Hace diez años que murió Ezequiel Pérez Plasencia y hace diez años que, ya ven, lo sigo echando mucho de menos.