Archive for Junio, 2021

El actor accidental

Miércoles, Junio 30th, 2021

Antonio Rebollo llegó al cine por accidente como muchos otros compañeros de generación. Aragonés como Luis Buñuel, Rebollo nació en el seno de una familia acomodada y se educó en los mejores colegios. En uno de ellos, de curas, aprendió a manejarse bien con el latín, un destello que anunciaba su más tarde desarrollada capacidad para hablar varios idiomas (inglés, francés e italiano) que le abrió las puertas del cine europeo como actor de reparto.

Si IMDb no engaña, intervino en dieciocho películas, algunas de ellas consideradas de culto, y fue uno de los actores habituales del que probablemente sea el cineasta todoterreno español más famoso de la Historia del cine: Jesús Franco. O Jess Franco, hombre del que Rebollo, a partir de ahora Tony Skios, su nombre artístico, guarda muy buen recuerdo y con quien llegó a trabajar en una decena de películas con títulos tan extravagantes como Trampa sexual (1978); La noche de los sexos abiertos (1983) y El siniestro doctor Orloff y Bahía blanca (ambas de 1984) que fueron las dos últimas películas de su carrera en el cine.

Skios se recicló a finales de los 80 en empresario de hostelería abriendo locales de ocio en distintos puntos de la península hasta recalar en Los Cristianos (Tenerife), donde comparte negocio con uno de sus familiares.

No le tiembla la voz cuando recuerda su experiencia bajo los focos pero sus recuerdos salen disparados como las balas de una ametralladora. El sol del sur de Tenerife mientras tanto casca sobre las mesas de la terraza de su local, adquirido a un italiano hace ya un puñado de años y que sigue llevando el mismo nombre que entonces, Olaf. Algunas de las mesas están ocupadas por extranjeros que apuran la primera cerveza del día aunque son pocos –dice Tony Skios– comparado a hace dos años.

Los meses de confinamiento en 2020 y la difícil recuperación económica que atraviesa el país por la pandemia se materializa en este local del sur de la isla que lleva un hombre que ronda los setenta años pero que sigue siendo un chaval cuando uno se sienta a conversar con él. Por cierto, el café que sirven en Olaf no tiene nada que ver con otros que se toman en esta zona turística de Tenerife. Es excelente.

Antonio Rebollo antes de entrar en el cine fue modelo de alta costura, trabajo que lo llevó a Cannes, en la Costa Azul francesa, donde conoció a una actriz italiana. Ambos fueron objeto de un reportaje que se publicó a doble página y con fotografías donde la actriz afirmaba que su acompañante, todavía no era Tony Skios, se trataba de un actor. “Pero no lo era”, dice Rebollo/Skios, a quien llaman de una productora tres días después de la publicación del artículo en una revista para “hacerme una prueba. Les dije que no era actor pero les daba igual”, recuerda. “Conseguí un contrato y empecé a hacer cortos”.

El trabajo en este formato cinematográfico le dio la seguridad que necesitaba para enfrentarse a las cámaras, lo que le decide dejar Italia para regresar a España donde contacta primero con Pilar de Molina y poco después con Damián Rabal, hermano de Francisco (Paco) Rabal, como representante artístico.

“Y allí empieza mi carrera, que fue accidental. Comencé a estudiar interpretación y danza, que ya había iniciado en Italia hasta que me contratan como actor para La luz del fin del mundo (1971)”, un filme que dirige Kevin Billington con Kirk Douglas, Yul Brynner y Samantha Eggar que se rodó en Cadaqués, un pueblecito de la Costa Brava de Cataluña donde vivía entonces Salvador Dalí.

La luz del fin de mundo adapta una novela de aventuras de Julio Verne, se desarrolla en 1865 en el Cabo de Hornos y la protagonizan unos piratas que en el largometraje están a las órdenes de Konge (Yul Brynner) que asaltan un faro en una isla rocosa donde asesinan a todos los hombres, excepto a Will Denton (Kirk Douglas), que logra escapar. El plan de los piratas consiste en apagar la luz del faro para que los barcos se estrellen contra los arrecifes y poder adueñarse después del botín.

Tony Skios interpreta a Santos, uno de los piratas argentinos, junto a otros grandes secundarios del cine multinacional que se rodó en España en los 70 como el italiano Aldo Sambrell y el español Víctor Israel. Fernando Rey fue otra de las grandes estrellas que participa en este filme que intenta pasar la Costa Brava por el Cabo de Hornos con resultados irregulares aunque se trata de una sólida producción que contó con tres unidades de rodaje. “En la película salgo siempre al lado de Jean-Claude Drout”, actor de origen belga muy conocido aquellos años en los países de habla francesa por ser el protagonista de una popular serie de televisión.

Tony Skios trabajó mucho en España pero no necesariamente demasiado en el cine español. La razón era crematística. Trabajar para fuera se pagaba en dólares mientras que hacerlo en casa no. Además, el cine español de aquellos años era muy pobre, en el oficio se conocía como el que daba de almorzar un bocadillo de anchoas con una botella de cerveza. Esto da una idea de cómo se encontraba entonces la raquítica industria nacional.

A comienzos de los 70 y antes del rodaje d e La luz del fin del mundo, Tony Skios había interpretado a un oficial del ejército boliviano en una serie de televisión sobre Tamara Bunke, la guerrillera que apoyó a Ernesto Che Guevara en su desventura boliviana finales de los años 60.

La serie para televisión no se rodó en Bolivia sino en España aunque fue gracias a este rodaje donde el director de La luz del fin del mundo se fijó en él y lo contrató para el largometraje que significó su debut en el cine.

De aquella experiencia en Cadaqués dice que Salvador Dalí quiso hacerle un retrato “pero me comentaron unas cosas que no me convencieron para que lo hiciera” aunque sí que asistió a algunas de las fiesta que celebró el artista de cuidados bigotes cuyas puntas empapaba en miel para atraer a las moscas y que afirmó categóricamente que “Picasso es comunista. Yo tampoco”.

Respecto a las grandes estrellas que participaron en aquel rodaje recuerda como “un grosero” a Kirk Douglas y un hombre extremadamente correcto a Yul Brynner.

¿De dónde viene Tony Skios?

Se le ocurrió, dice Antonio Rebollo aunque todo los que lo conocen lo llaman Tony, por la pequeña isla griega de Skiros donde rodó el primer corto de su carrera. El nombre le pareció que tenía gancho y se lo apropió quitándole la erre. Durante un tiempo lo confundían en el oficio con un especialista “muy bueno” que se llamaba, precisamente, Skiros.

Los años 70 fueron años muy notables en la carrera cinematográfica de Tony Skios. Rodó prácticamente todo tipo de películas de explotación, lo que incluye terror, espaguetis western, de misterio y policíacas y eróticas, género este último en el que conoció a Jesús Franco y con quien rodaría una decena de largometrajes. Skios cuenta también en su filmografía con un Tarzán, Tarzán y el tesoro Kawana (José Truchado, 1975), en la que trabajaban José Luis Ayestarán, Loreta Tovar, Isabel Luque y Frank Braña (otro grande de los actores de reparto españoles internacionales de aquellos años y hombre que tras retirarse pasó una larga temporada en Gran Canaria). La película se rodó en Costa de Marfil bajo un calor infernal y rodeados de mosquitos pero fueron días, resume, “de aventuras”.

Otra rareza en su filmografía, o uno de esos títulos que pondrían los colmillos largos al mismísimo Quentin Tarantino –reconocido kamikaze de vídeo club– es Bloodbath / El cielo se cae / Las flores del vicio (El cepo) (Silvio Narizzano, 1979) no tanto por lo que cuenta, un grupo de norteamericanos y británicos que se han autoexiliado en un pequeño pueblo español realizan extraños rituales, sino por un reparto en el que se encuentran actores como Carrol Baker, Dennis Hopper y Richard Todd junto a los españoles Imma de Santis y Tony Skios como Simón.

A las órdenes de Ramón Torrado protagoniza Guerreras verdes en 1976, un filme sobre la Guardia Civil con Carmen Sevilla y Sancho Gracia como estrellas. En el filme trabajaba también un actor por el que Skios siente admiración, Agustín González. En esta película aprendió que los actores se motivan cuando escuchan el silencio y dice que, ya desde entonces, a Carmen Sevilla se le hacía muy difícil memorizar sus textos pero si hubo un director con el que trabajó de manera habitual fue Jesús Franco. Diez películas en total y en una de las etapas más productivas del estajanovista cineasta con el que rodó varias películas eróticas con Lina Romay, la compañera sentimental de Franco, como actriz protagonista. Esta situación produjo momentos incómodos “al rodar las escenas en las que tenía que acostarme con ella”, más en unas cintas que contaban con dos versiones, una suave para España y otra explícita para el mercado internacional.

“Jesús Franco fue un tipo fantástico dentro como fuera de rodaje. Era extremadamente amable y correcto y sabía lo que hacía detrás de las cámaras”, explica.

Tony Skios trabajó también para Pedro Masó en Las colocadas (1972) que fue una de sus primeras películas y un filme donde comparte cartel con actrices como Teresa Gimpera, Tina Sáinz y La Contrahecha. En esta película “hacía de hijo de Gemma Cuervo y Antonio Casas” y como muchas de las cintas de aquellos años, el filme mezcla drama y humor para contar la vida de tres amigas que se han enamorado de tres hombres casados. Una se encuentra en estado y el responsable no quiere saber nada de ella. De este filme, Tony Skios recuerda “la mala leche” de Pedro Masó y que en un día en que La Contrahecha no pudo asistir al rodaje fue el mismo Masó quien le dio la réplica en una toma del filme.

En cuanto a sus incursiones en el espagueti western, Tony Skios trabajó en El desafío de Pancho Villa (Eugenio Martín, 1972), con Telly Savalas haciendo del legendario revolucionario mexicano.

Uno podría pasarse el día escuchando la batería de anécdotas y experiencias que acumula Tony Skios. Y eso que ha llovido desde entonces, cuarenta años que parecen que no son nada pero que son muchos. Comenta que no ha vuelto a ver ninguna de las películas en las que intervino pero sí recuerda los rodajes y cómo conoció a algunos de los grandes del cine norteamericano y europeo de aquellos años.

Casado tres veces y tras ganar “bastante dinero como actor”, a la muerte de Franco en noviembre de 1975 Tony Skios decide dejar el cine y dedicarse a la hostelería. Primero con un pub, el Coco Loco, en Mojácar (Almería) cuando rodaba Bloodbath en la que interpretaba al acompañante de Carrol Baker; luego probó en otros puntos de la costa española como Altea (Alicante) porque en aquellos años “ya no había casi industria del cine en España”.

Viaja primero a Tenerife en 1982, visita La Gomera y de paso por Los Cristianos descubre la terraza que es el negocio que lleva y… hasta ahora.

No se queja. Podía haberle ido peor como sí le pasó a algunos de sus compañeros del cine pero con todo “echo de menos aquello. El estar activo para poder rodar. Lo de pasar de actor a empresario fue un cambio de 90 grados pero muchos de mis compañeros lo están pasando ahora muy mal”.

La nostalgia sin embargo sigue llevándola por dentro. No tanto por los rodajes que dieron como resultado películas que acabaron exhibiéndose en programas dobles de cines de barrio y más tarde en carnaza de vídeo club sino por la gente que conoció. Tony Skios fue un asiduo a la tertulia de Francisco Rabal en el hotel Wellington de Madrid y amigo de dos secundarios del cine de aquel tiempo: Aldo Sambrell y Frank Braña. Recuerda a Samantha Eggar “como una mujer fabulosa” y también a… Eran otros tiempos y otro cine que, como lágrimas en la lluvia, estaba condenado a desaparecer de la memoria cinéfila.

¿Cómo era trabajar en el cine de aquellos años?

“Era muy divertido y pagaban bien”, dice mientras la cámara funde a negro.

Saludos, mil gracias Ginés de Haro Brito, desde este lado del ordenador

M. El hombre de la providencia, un libro de Antonio Scurati

Martes, Junio 29th, 2021

“Pero no podemos detenernos ahí. La fascistización ha de impregnar la escuela, la administración pública, la prensa, el poder judicial, la diplomacia, el ejército. No solo ministros fascistas, sino también prefectos fascistas, diplomáticos fascistas, sindicalistas fascistas. La magistratura empieza a doblegarse: en la apertura del año judicial de mil novecientos veintisiete, el fiscal general Appiani afirma que ‘la tarea del juez es aplicar las leyes del Estado interpretándolas según el espíritu que las subyace’. Es decir, el espíritu fascista”.

(M. El hombre de la providencia, Antonio Scurati. Traductor: Carlos Gumpert, Alfaguara, 2021)

Hemos tenido que esperar un año para la segunda entrega de lo que se anuncia trilogía M, de Antonio Scurati. Si el primer tomo llevó el título genérico de Un hombre del siglo, su continuación responde a El hombre de la providencia y, contando ya los días para poder acceder a su tercer y último volumen, hacernos una idea de lo que fue el fascismo y el hombre que lo creó, Benito Mussolini, un hijo de provincias con orígenes políticos socialistas que tras se expulsado del partido por querer participar como soldado en la I Guerra Mundial -él, que fue objetor de conciencia y se exilió a Suiza para escapar del servicio militar obligatorio– logró reunir en torno a su figura y un credo primitivo y violento a los excombatientes de aquella guerra en una Italia arruinada tras el conflicto pese a ser una de las potencias aliadas que derrotó a la triple alianza.

El hombre de la providencia, el segundo gran libro de sobre el fascismo y su fundador, Benito Mussolini, repasa desde 1925 a 1932 la evolución de un régimen que toma el poder en 1921 e indaga en las contradicciones de un movimiento que terminó convirtiéndose en partido al mismo tiempo que traicionaba su ideario político. El libro revela cómo era el funcionamiento interno de esta organización y cómo el nuevo sistema relegó a un segundo plano todo signo de democracia, comenzando por la desaparición de formaciones políticas que apostaron por seguirles el juego o declaradas fuera de la ley como sucedió con los partidos de izquierda.

La clave del libro, sin embargo, está en observar qué fuerzas y tendencias se daban a un lado y al otro dentro del mismo partido fascista, cómo hubo un ala de extrema derecha con las manos manchadas de sangre, entre otras la del diputado socialista Giacomo Matteotti, asesinado por escuadrista en plena calle y asesinos que apenas cumplieron condenas de cárcel, y un lado de izquierdas que abogaba por aplicar políticas “demasiado progresistas” para los camisas negras de primera hora, los que marcharon con Mussolini hasta Roma y tomaron el poder de las manos de un rey pusilánime.

Esa manera chusca de hacer política, trufada de eslóganes que dan escalofríos (creer, obedecer, combatir) y de cómo se escogía a unos y condenaban a otros dentro del mismo partido, el Partido Fascista, resulta lo más llamativo de esta segunda entrega al poner de manifiesto que los fascistas no estaban unidos y que su manera de hacer política, hasta ese momento revolucionaria por combinar violencia y demagogia para justificar sus fines, ha llegado a nuestros días solo que con sus lógicas matizaciones. Donde antaño se reventaban redacciones de periódicos o se pegaban brutales palizas en las calles, donde antes se hablaba y se hablaba de ideas que no germinaron en ninguna cosa salvo cierta suerte corporativa que más que enriquecer terminó por arruinar al país, hoy han sido sustituidas por la marginación y el silencio al rebelde mientras que la mentira más descarada ha terminado por instalarse y transformar donde antes había discurso demagógico con algo de ideología.

En este aspecto, casi parece que Scurati quiere decir que el fascismo, que efectivamente perdió la guerra, ha ido conquistando la paz durante la democracia asumiendo distinto pelaje, siempre siguiendo las modas, mimetizando las frustraciones de una mayoría silenciosa que ha dejado de ir a votar porque ya no cree en sus representantes políticos y sí presta atención a los hombres y mujeres que manejan un discurso popular y tramposo, reduccionista y siempre, como leiv motiv, amigo de buscarse un enemigo al que acusar de todas las cosas.

Para los fascistas ese enemigo fueron primero los comunistas y más tarde, en plena germanización, los judíos lo que entró en contradicción con un movimiento que en un principio admitió a hombres y mujeres de esta raza en sus filas, alguno de ellos llegando a ocupar altos cargos de responsabilidad.

Construida como un gigantesco fresco en torno a un hombre que supo explotar las bajas pasiones de todo un país, el libro de Scurati no hubiera decepcionado a maestros como Stefan Zweig o Emil Ludwig, este último autor de un libro de entrevista con el hombre, con esa M mayúscula que da título a los dos primeros volúmenes de una trilogía que habla con distancia de una realidad que asoló a Italia durante algo más de veinte años, y movimiento luego partido que llegó a encandilar a grandes figuras políticas de su tiempo como Winston Churchill, quien elogió el régimen mussoliniano no solo por conseguir que los trenes llegaran a su hora en Italia.

Hablar del iniciador de la política moderna, del primero que utilizó las herramientas democráticas para ocupar un espacio político y luego doblegarlas para conquistar el Estado con un ejército de camisas negras confluyendo a Roma desde todas partes de Italia, marca las pautas de un libro que, al margen de lectores con cierta idea sobre el personaje y aquel periodo de la Historia, interesará también a los que se acerquen por primera vez a la vida y obra de Mussolini y su ejército de gorilas que se hacían llamar unos a otros camaradas. También es un aviso sobre lo que nos puede venir encima si no sabemos leer las advertencias que tanto la extrema izquierda como la extrema derecha están trabajando. Y discurso en el que coinciden los que se encuentran en los extremos más alejados de polo político. Da miedo. Como miedo da leer lo que hizo un hombre y los suyos para alcanzar y mantenerse luego con uñas y dientes en el poder.

Ya conocemos la historia y no creo que a estas alturas a nadie le guste su final.

Saludos, lo que hay que aguantar… A mi edad, desde este lado del ordenador

A tumba abierta, cuentos de Joe Hill

Lunes, Junio 28th, 2021

Joe Hill es un excelente narrador de historias macabras. De casta le viene al galgo, como se dice, ya que como casi todo el mundo sabe Hill es un pseudónimo tras el que se esconde Joseph Hillstrom King, uno de los hijos de la pareja de escritores Stephen y Tabitha King.

No creo, dicho esto, que alguien pregunté quién diablos es Stephen King porque a estas alturas debe ser uno de esos pocos escritores de nuestros agitados tiempos que conoce casi todo el mundo. Incluido los que no leen un libro porque el cine y la televisión han bebido de sus cuentos y novelas para numerosas películas y series de televisión entre las que se encuentran las versiones de El resplandor y Christine, dirigidas por Stanley Kubrick y John Carpenter, respectivamente.

El caso es que Joe Hill hace tiempo que dejó de estar bajo la sombra del padre aunque cultive el mismo género que hizo rico y famoso a su mentor, el fantástico ladeado al terror aunque con sus novelas y cuentos Joe Hill ha demostrado que tiene un universo personal muy diferenciado del de su padre con el que coincide, sin embargo, en la capacidad que tiene para mimetizar el estilo de otros escritores a los que admira y rinde tributo en muchas de sus obras.

A mi Hill sin embargo me gusta más como escritor de historias cortas que como novelista. Se mueve mejor en este formato, y el elemento fantástico que late en ellos es casi siempre único y cerrado, pertenece a un relato que brilla y muere con igual intensidad cuando se lee y se termina.

Nocturna Editorial está apostando últimamente por este autor. Ha publicado que me conste dos de sus novelas, Fuego y Nos4A2, muy irregulares y dos de sus libros de relatos Tiempo extraño que reúne novelas cortas muy sobresalientes y ahora A tumba abierta que recopila trece historias bastante redondas y originales. El libro, de casi 600 páginas, cuenta además con una introducción y unos apuntes y agradecimientos que firma el autor.

Esta fórmula de explicar el origen de los cuentos y que Joe Hill desgrana en las páginas finales de A tumba abierta lo suele emplear bastante Stephen King y si bien no aporta mucho sobre las razones que dieron origen a estas historias, parece como si las aproximara al lector, lo que establece un grado de complicidad que debería de imitarse. Pienso, de hecho, que una de las razones del éxito de Joe Hill como de su padre es la sensación de cercanía que consigue en muchas de sus historias. Que uno entienda y no necesariamente se reconozca en sus personajes.

En el, a mi juicio, mejor relato de esta antología, Queda libre, narra una historia muy amarga que transcurre a bordo de un avión. Hill nos lleva a conocer a algunos de los miembros que viajan en el aparato, incluidos los pilotos como si de una de aquellas películas de la serie Aeropuerto se tratara. Historia de catástrofe como aquellos filmes de los 70, la que van a padecer sus protagonistas no deja de resultar infernal sobre todo porque se sospecha que no habrá final feliz. No voy a revelar lo que desata que el avión atraviese las nubes mientras el firmamento se ilumina pero sí a recomendarles que se aproximen a él y descubran a un escritor que conoce muy bien los resortes del género.

El libro incluye dos cuentos que están escritos con su padre, Stephen King, llevan los títulos de Acelera y En la hierba alta, mejor el último que el primero aunque el primero como explica y se descubre nada más leerlo, proponga una nueva versión de Duel, una historia original de Richard Mathenson que dio origen al filme dirigido por Steven Spielberg. En la hierba alta es una terrorífica historia de terror rural y ha dado origen también a una película.

El resto de los cuentos mantienen más o menos el tipo. Los hay mejores y los hay también peores pero el tono general es excelente porque las historias, aunque sea un tópico, se leen con entusiasmo. O lo que es lo mismo, logran sus objetivos que no es otro que el de entretener al lector. Evadirlo a otra realidad donde lo imposible se hace posible. Hay un tono además en todas las historias digamos que triste, por lo que muchas no acaban lo que se dice muy bien. Otra de las aportaciones de Joe Hill es donde desarrolla algunas de sus narraciones, y el perfil de los protagonistas que intervienen en ella.

El libro cuenta con un interesante, por cómo está narrado, cuento sobre muertos vivientes (Tuiteando desde el circo de los muertos) así como un excelente relato de venganza con acento macabro en Rosas, que trascurre en una familia de paletos blancos y racistas que viven en los más profundo del bosque.

Y hay más, incluso cuentos planteados como juergas tipográficas (está escrito de manera escalonada) como se observa en El diablo en la escalera, entre otros.

A tumba abierta es un buen libro de cuentos para no dormir y una buena oportunidad –por si no se conoce a su autor– para adentrarse en su mundo y en su peculiar y personal manera de entender el género.

Saludos, historias para no dormir, desde este lado del ordenador

Novela: Cuento breve hinchado

Miércoles, Junio 23rd, 2021

NOVELA s. Cuento breve hinchado. Especie de composición que guarda con la literatura la misma relación que guarda el paisaje panorámico con el arte. Es demasiado larga para leerla de una vez, y las impresiones producidas por sus sucesivos fragmentos son sucesivamente borradas, como ocurre en el caso de las visualizaciones del paisaje. La unidad, la totalidad de efectos resulta imposible de lograr, porque, además de las pocas páginas finales, todo cuanto queda en la mente del lector es la simple trama de lo acaecido antes. La novela realista es a la novela de imaginación lo que la fotografía es a la pintura. Su principio distintivo, la verosimilitud, corresponde a la realidad literal de la fotografía y la ubica en la categoría del reportaje, mientras que las alas libres del autor de ficciones le permiten a éste remontarse a cualquier altura para la que esté dotado. Y los tres principios esenciales del arte literario son imaginación,imaginación e imaginación. El arte de escribir novelas, tal como fue el el pasado, está muerto desde hace mucho tiempo en todas partes,excepto en Rusia, donde es nuevo. Haya paz para sus cenizas… algunas de las cuales se venden mucho.

Ambrose Bierce (Meigs, Ohio Estados Unidos, 24 de junio de 1842-Chihuahua, 1914), El Diccionario del Diablo, f. Traductor: Eduardo Stillman. Valdemar, 1993

Palabras de Dios

Miércoles, Junio 23rd, 2021

Billy Wilder (Sucha, Imperio austrohúngaro, 22 de junio de 1906 – Hollywood, Estados Unidos, 27 de marzo de 2002).

“Del mismo modo que todo el mundo odia a Estados Unidos, todos Estados Unidos odia a Hollywood. Existe el profundo prejuicio de que todos nosotros somos tipos superficiales que ganamos diez mil dólares a la semana y que no pagamos impuestos; que nos tiramos a todas las chicas; que tenemos piscinas dentro y fuera de las casas; que tenemos profesores en casa que dan clase a nuestros hijos de cómo subirse a los árboles; que cada uno de nosotros tiene dieciséis criados y que todos conducimos un Maserati. Pues sí, todo esto es verdad. ¡Aunque os muráis de envidia!”

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SAMUEL GOLDWYN: ¿En qué está trabajando actualmente?

BILLY WILDER:
En mi autobiografía.

SAMUEL GOLDWYN: ¿Y de qué trata?”

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“Cuando en 1958 Stanley Kramer quiso rodar The defiant ones (Fugitivos) y le presentó el guión a Robert Mitchum, éste le dijo:

No pienso actuar en compañía de un negro.

Marlon Brando leyó el libro y dijo:

Quiero formar parte del reparto si puedo interpretar el papel del negro.

Y Kirk Douglas, a quien Kramer dio a leer el libro también, le contestó:

Sí, acepto. Con una pequeña condición: quiero interpretar los dos papeles”.

(En la película de Kramer, un blanco y un negro encadenados uno al otro, huyen juntos de la cárcel)

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“Los más importante es tener un buen guión.
Los cineastas no son alquimistas.
No se pueden convertir los excrementos de gallina en chocolate”.

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Thou shalt not bore! Tengo diez mandamientos. Los primeros nueve dicen: ¡No debes aburrir! El décimo dice: tienes que tener derecho al montaje final”.

(Todas las citas están sacadas del libro Nadie es Perfecto, Billy Wilder con Hellmuth Karasen. Traducción: Ana Tortajada, Grijalbo, 1993)

Saludos, oh, la, la, desde este lado del ordenador

Paloma López-Reillo: “Alfonso Delgado aportó una nueva mirada al arte contemporáneo en Canarias”

Martes, Junio 22nd, 2021

La desaparición de Alfonso Delgado a finales de enero de 2019 dejó huérfano a quienes lo quisieron pero también a quienes lo siguieron como artista. Alfonso Delgado continúa así entre nosotros gracias a su trabajo, una muestra que recupera ahora una retrospectiva que dirige su mujer, Paloma López- Reillo, y en la que se reúnen más de sesenta obras (entre cuadros y esculturas) que condensa la trayectoria como artista de un autor que cuenta con una de las piezas probablemente más fotografiadas en la capital tinerfeña, su Love, en la esquina de la calle de Viera y Clavijo con Méndez Núñez.

El Museo de Bellas Artes de Santa Cruz de Tenerife acoge esta exposición hasta el 9 de julio. Una oportunidad para aproximarse al pasional pero también calculado y meticuloso trabajo artístico que desarrolló este polifacético artista cuya evolución puede ahora comprobarse en esta exposición.

- ¿Cómo surge esta retrospectiva?

“Presenté el proyecto al Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife en 2019 cuando salieron las convocatorias pero su montaje se dilató por la pandemia aunque la idea ya venía de atrás. En 2017 Alfonso me comentó que estaría bien hacer una retrospectiva porque ese año celebraba los cuarenta de su primera exposición en el Ateneo de La Laguna, en marzo de 1977. Ahora, en 2021 sigo creyendo que sus aportaciones al arte canario son muy elocuentes por lo que su obra debía de estar expuesta de manera integral en una sala institucional”.

- ¿Y cuál cree que ha sido la contribución de Alfonso Delgado al arte contemporáneo en Canarias?

“Ha aportado una nueva mirada. Las obras enmarcadas en el expresionismo abstracto poseen el valor añadido que les otorga el experto uso de los pigmentos naturales, el tratamiento de la luz y los espacios y, sobre todo, el uso de la materia enraizada con la isla, con sus paisajes y con su mar. Sus campos de color, sus horizontes son mucho más de lo que pensaron y amaron los grandes pintores que crearon este movimiento pictórico. Además, supo superar los límites establecidos entre las diferentes formas de expresión, presentado propuestas integrales que enlazaban la obra plástica con la performance o la poesía. También desarrolló una amplia serie de arte urbano en la que utilizó objetos cotidianos como lienzos, consiguiendo que el arte saliera a la calle y se democratizara”.

- Desde 1977 hasta esta retrospectiva ¿qué pautas marca la evolución como artista de Alfonso Delgado?

“Por un lado encuentras su obra de juventud, muy influenciada por el pop art. Su trabajo después sufre un cambio, el mismo que atraviesa el país en los 80. Son años en los que tiene la oportunidad de viajar a Europa y sobre todo a Madrid donde contacta con escritores como Luis Antonio de Villena. En este período, su pintura está fuera de cualquier contorno, no son siluetas ya que las realiza con pinceladas y ahí te das cuenta de todo lo que está viviendo porque propone un diálogo artístico y social que mantiene con su entorno y con lo que va aprendiendo y vive y eso se nota. La figura en esta etapa comienza a interesarle menos y se preocupa más por los fondos. Eso se ve en la exposición, en cuadros como El nadador y África, en los que la pincelada en el primero es casi difuminada y en el otro destaca el color”.

- ¿Qué constantes encuentra en su producción como artista?

“La isla siempre es un tema y el mar mucho más porque se convierte en algo recurrente, sobre todo cuando regresa de París, donde se quedó a vivir unos meses hasta que sintió la llamada de la isla y se produce ese efecto de conectar con la materia”.

- Mientras preparaba la exposición ¿descubrió algo nuevo en su obra?

“He descubierto una obra que no conocía como es la de sus inicios y que desde el principio ya tenía su sentido del trabajo y de la innovación. Del tratamiento del color y la luz. Lo he visto en todo su trabajo, en el que cambia paulatinamente su pincelada y los materiales aunque él siempre está ahí, desde los inicios. Alfonso cuenta también con dibujos del cuerpo y rostros femeninos que son maravillosos y ahí veo la precisión y la dedicación que siempre puso en la pintura, precisión y dedicación que mantuvo hasta el final”.

- ¿Cómo fue el proceso de selección de las obras?

“Para la primera parte de su producción tuve que trabajar con lo que tenía porque no había mucho donde elegir al estar la mayoría muy dispersa. En la etapa postmoderna me guié por lo que me contó, lo que le había interesado transitar el tema de la naturaleza, los felinos… que no se encuentran en su obra abstracta. A pesar de que estábamos en el postmodernismo, la ciudad, tuvo mucho interés de hablar de la naturaleza que es la época que más me costó seleccionar porque quería ser lo más fiel posible a lo que me dijo en su día. En los 90, los años en los que lo conozco y viví con él, intenté también ser lo más fiel posible a lo que me habló”.

- Cómo era como artista, ¿cerebral o pasional?

“Era muy pasional pero en su trabajo era metódico, le dedicaba muchas horas. Cuando se enfrentaba a una obra –trabajaba siempre en horizontal– tenía una pulsión y emoción que era la que le llevaba a a realizar ese cuadro en concreto porque, intuitivamente, sabía lo que quería hacer”.

- ¿Y trasgresor?

“Saltaba las barreras que la academia pone al arte, creía que el arte era uno con diferentes formas de expresarse. Hasta el último momento me hablaba de colores y de pintura. Pensaba en colores pero cuando montaba una exposición lo hacía de manera integral. Las obras adquirían unidad e identidad en sí mismas pero sus performances y happening estaban relacionados también con la propia obra porque se trataba de un trabajo global e integrado donde cada obra era una unidad en sí misma pero, al mismo tiempo, era capaz de integrarlo y relacionarlo todo porque entendía que el arte es una sola cosa con muchas formas para expresarlo”.

- ¿Y su obsesión por los colores?

“El color era la vida y su belleza, la naturaleza, las personas e incluso la comida”.

- ¿Tuvo un color predilecto?

“El cartel de la retrospectiva tiene una azul turquesa y podríamos decir… Pero amaba todos los colores aunque hacía unos azules muy especiales porque era un experto con los pigmentos. Ves su obra y observas una gamas de azules completamente diferentes aunque el turquesa, el azul turquesa del mar quizá fuera su preferido”.

- En su obra además del color ¿hay un compromiso, un deseo de comunicar a través de su pintura?

“Él decía que el arte es comunicación y que si no es así no sirve para nada. Intentaba comunicar emociones o, más bien, provocar emociones en las personas que recibían esas obras. Las emociones que más le interesaban eran las que tenían que ver con la belleza que es una palabra denostada pero que para Alfonso era muy importante desde un punto de vista filosófico. Quería que algo se moviera dentro de cada persona y que fuera esa persona la que construyera, la que generase preguntas. Alfonso pensaba que el arte era un elemento de transformación social, quería comunicar y suscitar preguntas”.

- ¿Llegó a pintarla?

“Me pintó sin posar y sin fotografía en 2014. Se dejó guiar por el recuerdo que tenía de mi, cuadro que me regaló en nuestro aniversario de boda y es una de las cosas más emocionantes que me han pasado porque me veo ahí, sobre todo en la mirada donde me veo mirándolo a él, que me parece es lo más bonito. Fue un regalo maravilloso porque en ese entonces no hacía nada figurativo y era algo que estaba fuera de lo que solía hacer. Fue un regalo”.

- Ese cuadro no está en la exposición.

“No, no”.

- ¿Por pudor?

“Un poco porque quiero que vean a Alfonso Delgado como un artista de su tiempo. Tiene una obra de una mujer que data de 1979 –cuando aún no nos conocíamos– que la gente cuando la ve piensa que soy yo. Solía decirme que ya me había pintado sin aún haberme conocido”.

- Si no me equivoco, Alfonso no cultivó demasiado la pintura figurativa.

“La practicó al principio de su trayectoria, hasta los años 80”.

- Le tiraba más la abstracción.

“Le interesaban más los fondos y los formatos, también los pigmentos y al final estuvo muy influenciado por el arte bizantino y africano”.

- ¿Y Rothko?

“Tuvo también una etapa Rothko”.

- ¿Y que otros artistas y en concreto de las islas cree que lo influenciaron?

“Adoraba a Maribel Nazco y también a Pedro González y Enrique Lite, que fueron sus profesores. Sintió una gran pasión por María Belén Morales y apoyó a muchos compañeros de su generación”.

- Hemos conversado de sus pinturas pero no de sus esculturas. ¿Cómo es Alfonso Delgado como escultor?

“Le gustaba trabajar con volúmenes así que cuando el Observatorio de la Inmigración de Tenerife (ObiTen) le propuso en 2006 una obra, Alfonso se inspiró en el ojo que representa el logo de esta organización de la Universidad de La Laguna y el Cabildo Insular para reconocer a los colectivos y las personas que trabajan por la convivencia en las islas relacionadas con la interculturalidad. A partir de ese momento su trabajo fue diferente aunque sigue estando presente el mar, las caracolas, la nao, el pez volador pero derrocha imaginación en la escultura, un ejercicio de ingeniería que yo llamaba de los sueños, una ingeniería de los sueños porque de manera milimétrica y con el boceto Alfonso ya conocía cuánto iban a medir las piezas”.

- ¿Destacaría alguna etapa de su producción?

“La etapa de 2010 pero porque es una etapa de madurez. Resulta más introspectivo, maduro y diverso pero también más sólido. Tiene composiciones que son realmente arriesgadas pero que resuelve muy bien”.

- ¿En las más de sesenta obras que reúne la retrospectiva existe alguna que quiso que estuviera pero que no pudo contar con ella al final?

“Una se encuentra en París. Me hubiera gustado que formara parte de la retrospectiva. Se trata de una obra en la que aparece un joven con un tigre entre los brazos pero es más por razones sentimentales porque Alfonso estaba entusiasmado por recuperar esa obra”.

- El tigre, los felinos, parecen una constante en un determinado período de su producción artística.

“Le gustaba la estética del tigre. Su sutileza, sus ojos, la mirada pero en general le atraían los felinos”.

- ¿Y cuál cree que era su idea del arte?

“Alfonso pensaba que el arte tenía que democratizarse y que por lo tanto debía de estar al alcance de la ciudadanía. En cuanto a la gestión cultural, defendió siempre el uso de los criterios más adecuados para seleccionar obras y dar oportunidades para organizar exposiciones con total transparencia” .

Y ESCRITOR

Alfonso Delgado procuró a lo largo de su vida ser un artista polifacético. Cultivó la pintura, la escultura. También el performance, entre otras actividades a la que se suma la literaria. Antes de morir, publicó su primera novela, Queda la broza (Bara Bara, 2018), aunque estaba trabajando en otras dos que escribía con letra apretada y a mano en un cuaderno. Paloma López-Reillo revela que la redacción de Queda la broza le costó tres años (2014 a 2016) porque se trataba de un creador en exceso meticuloso que abordaba cualquier actividad con pasión pero también con la suficiente sangre fría para que todo encajara.

Además de narrativa, Alfonso Delgado continuó escribiendo poesía porque la sombra de su amigo Félix Francisco Casanov a fue muy alargada. De hecho, revela López-Reillo, cuando inauguraba una exposición Alfonso llevaba siempre en la muñeca un reloj que había pertenecido al poeta y escritor, fallecido siendo todavía muy joven en enero de 1976, el mismo mes, pero en 2019, en el que se fue también Alfonso Delgado.

Cuando no pintaba ni escribía, leía. “Alfonso fue un lector voraz”, recuerda López-Reillo, que añade que el último libro que le mantuvo ocupado fue La penúltima bondad. Ensayo sobre la vida humana de Josep M. Esquirol.