Archive for Septiembre, 2008

James Ellroy se mete en las entrañas de ‘El asesino de la carretera’

Martes, Septiembre 16th, 2008

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Para los lectores de James Ellory la publicación en castellano de cualquiera de sus novelas es una buena noticia. Pero si esa novela se trata de uno de los primeros trabajos del escritor aún inédito en nuestro país, las bondades de la noticia se multiplican porque soy de los que piensa que el mejor Ellory es el de sus inicios y no el de nuestros días, cuyo estilo ha terminado por estar afectado de una obsesión telegráfica que abruma y sus historias en confusas (y muy violentas) líneas argumentales protagonizada por demasiados personajes.

Encontrarme esta semana con El asesino de la carretera (Ediciones B) ha supuesto por ello una gratísima sorpresa, sobre todo al constatar que se trata de una de las tres novelas que no pertenece a ninguna de sus series o trilogías (Cuarteto de Los Ángeles, Trilogía americana, y Trilogía del sargento Lloyd Hopkins). El asesino de la carretera recupera además al Ellroy bronco de sus principios, el que el aficionado puede rastrear en novelas como Réquiem por Brown, ya que narra un sencillo (aunque sórdido) relato empleando la primera persona del singular. O lo que es lo mismo, la historia nos es contada por su protagonista.

En esta ocasión, y tal y como ya anuncia el título, la voz interior es la del asesino en serie Martin Plunkett, quien nada más ser detenido por agentes del FBI (no revelamos nada porque la novela comienza con su detención) decide confesar sus crímenes a cambio de que su autobiografía vea la luz. Así, escribe sus memorias mientras cumple las cuatro cadenas perpetuas a que ha sido condenado. Nacido en Los Ángeles en los años cincuenta, su adolescencia es extraña y compleja, hasta el punto de que, en cierto modo, acaba provocando el suicidio de su madre. A raíz de este suceso, queda bajo la tutela de un oficial de policía, de quien aprende justo lo que no debía: el oficio de ladrón. Martin tiene una inteligencia extraordinaria y cierta tendencia al aislamiento, por lo que va construyendo sus obsesiones mientras continúa con los atracos. Tras pasar un año en la cárcel, comete su primer asesinato, el primero de una larga serie.

No es aventurado afirmar que El asesino de la carretera además de ser una excelente novela policiaca es una excelente novela de terror. Y apuntamos lo de terror porque Ellroy se sumerge en las entrañas de un asesino serial, mostrándonos el mundo a través de sus ojos y, lo que es peor, asistiendo impotentes a las matanzas que perpetra por puro instinto depredador. En la novela, como en otras del escritor, participan personajes reales, como el tristemente Charlie Mason en uno de los capítulos más emocionantes y también terribles del libro. “La oscuridad parecía pulsar en el interior de la celda y, por unos instantes, pensé que el hombre espejo se había ido. Me disponía a agarrarme a los barrotes y forzar los ojos para ver el interior, cuando una voz suave de tenor cantó: “Me dices que es la institución, bueno, ¿sabes?, es mejor que antes liberes tu mente” –se produjo una pausa y luego la voz añadió– Yo te veo, pero tú no me vez. ¿Crees en  el mensaje de esa canción, enchufado?”

La novela de Ellroy no justifica los actos injustificables del monstruo pero sí transmite su miedo ante la posibilidad de que personajes así (aparentemente normales) paseen por las calles de nuestras ciudades bajo una sola motivación, la de satisfacer sus deseos por muy bajos que resulten.

Martin Plunkett puede estar inspirado en algunos asesinos seriales como Ted Bundy o Ed Kemper, pero el personaje del novelista va un poco más lejos que estos dos monstruos reales al desnudarse por dentro y mostrarnos su corazón, un órgano arrugado y enfermo, ajeno a toda humanidad y, paradójicamente, con mucho miedo.

Como algunos otros grandes libros del escritor, no es El asesino de la carreta una novela recomendable para toda clase de públicos. El lector no se va encontrar con un manual de violencia de diseño a lo American Psyco de Brett Easton Ellis, ni siquiera con un asesino serial amante de las bellas artes como el Hannibal Lecter de Thomas Harris: el protagonista de la novela de James Ellroy es un hombre sin alma, un personaje que no siente la vida ni sus complejas relaciones. Un muerto en vida por el que no hay que tener ningún tipo de compasión (en todo caso una fascinación casi entomológica). Por eso acuñamos que el autor de L. A. Confidential ha escrito además de una extraordinaria novela policiaca una extraordinaria novela de terror. Conmueve, horroriza y sobre todo te deja mal cuerpo. Muy mal cuerpo.
 

Una batería de reflexiones…

Martes, Septiembre 16th, 2008

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* Nos hacemos eco de la queja. El teatro Leal, cuyas puertas abrirán por todo lo alto pasado mañana, jueves, sigue sin página de internet pese a que figura una dirección en sus publicidades varias (www.teatroleal.com). Sin embargo, pasa lo mismo con el teatro Guimerá (www.teatroguimera.es), que se encuentra en la actualidad en estado de construcción. Esto nos lleva a una enojosa reflexión: los gestores de ambos espacios no están con los tiempos. O lo que es lo mismo, debe sonarles que eso de la Internet es demasiado nuevo para los tiempos críticos que corren. En fin, allá ellos.

* Estudiamos con atención la programación del teatro Leal y si bien celebramos que por fin La Laguna haya recuperado su viejo y añorado teatro, tardamos varias horas en averiguar el por qué en una programación tan golosa se incluyen cosas como Homenaje de diversos autores canarios que sin ánimo de criticar hubiera tenido más cabida en otro sitio. No sé, no tenemos nada en contra de Caco Senante, Braulio, Mestisay, Taburiente, las K-Narias y y mucho menos de nuestro admirado Polo Ortí pero ¿no hubieran cabido mejor en las Fiestas del Cristo?. Lo dicho, allá ellos.

* En cuanto a la programación de teatro que pisará próximamente el escenario del Leal poca cosa que objetar salvo que las obras que presentan Burka teatro (La loca de la casa) y Helena Turbo Teatro (Aires de Galdós) no son, digamoslo así, estrenos. Aplaudimos, no obstante, que el Leal en contra del Guimerá sí que apueste por lo que hacen las compañías de aquí.

* Leemos en la revista Anteojos un excelente artículo que sabe a aviso a los navegantes: la pretensión de la mano oscura (¿?) de trasladar los espectáculos de las compañías canarias al de la Casa de la Cultura desterrándolos (no sé si para siempre o hasta que venga alguien nuevo y lo cambie) del teatro Guimerá. Por lo que insistimos: allá ellos, los responsables del Guimerá.

* Y ecos que nos vienen de la II Bienal de Artes, Arquitectura y Paisaje de Canarias. El mundillo artístico que anda rebotado. Al parecer, la organización (que dirige ahora el arquitecto Juan Manuel Palerm) apuesta más por la arquitectura que por otras de las bellas artes. Como recordarán algunos, la segunda Bienal nació con mal pie. Por un lado la polémica y publicitada dimisión de su codirector Octavio Zaya el pasado abril (el mes de las flores y el de la sangre altera que se dice) y por otro el recorte presupuestario de esta experiencia que si no tiene más altibajos está previsto que se celebre en noviembre y se prolongue durante 2009. Dicho esto, no nos queda más que desearle a la organización buena suerte. 

Nosotros, al menos, cruzamos los dedos.

    

Otro movimiento desesperanzador del Ayuntamiento chicha(rrero): No apoyar al libro. “Total, para lo que vale…”

Viernes, Septiembre 12th, 2008

Hay un puñado de editoriales a las que debo haber pasado algunos de los mejores ratos de mi vida. Entre otras, gracias a Bruguera y Plaza y Janés (todavía no se les ha pagado como merecen el esfuerzo que hicieron en los 80 por rescatar de las tinieblas géneros “menores” para la crítica seria como el policiaco y la ciencia ficción, entre otros), así como Alianza Editorial, Seix Barral, Alfaguara, Lumen y Muchnick, entre otras muchas que ahora mismo se me escapan de la memoria. Pero entre todas ellas si hay una que funcionó a modo de revulsivo (obviando los libros que episódicamente editaba la gente de la revista Star) esa fue la colección Contraseñas de la editorial Anagrama, sello bajo el que muchos españolitos que no nos cansábamos de leer descubrimos escritores broncos y muy canallas como Charles Bukowski e Iceberg Slim por citar sólo a dos de los que se pasaron la vida contándonos lo de más dura será la caída.

 

No voy a entrar en el debate sobre la calidad literaria de estos dos delincuentes que abandonaron la botella y las drogas por la novela pero sí que su lectura todavía provoca dolores en la tripa. Soy consciente, no obstante, que un exceso de lectura de ambos autores puede resultar letal para la salud, pero leído a dosis muy medidas ayudan (o al menos me ayudaron) a ver el mundo de otra manera. Probablemente con unos ojos más siniestros, es verdad, pero también (me temo) más sinceros.

 

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Al frente de Anagrama se encuentra Jorge Herralde (en la fotografía), uno de esos personajes raros, raros, raros que un día dejó oficio y beneficio y se embarcó en una aventura tan compleja como es la de editar. Sobre todo en un país como es España, donde cada tanto tiempo se nos recuerda por encuestas fantasmales que vivimos en un territorio donde no se lee. Entonces, y esa es la pregunta, ¿qué hace este señor editando?

 

Yo no hago caso de las encuestas y soy de los que sospecho que en España sí se lee, sólo que de tapadillo. Es decir, que al lector español le da como un no sé qué salir del dichoso armario aunque es verdad que por lo menos hoy algunos están asomando la punta del pie. Algo es algo. Lo que de verdad sí me tiene convencido de que no leen son los que gestionan la Cultura desde las administraciones públicas. La Cultura debe ser para todos estos bichos raros como sinónimo de espanto, y si pudieran no pongo en duda que al oír su nombre (Cultura) sacaran la pistola. Como dijo Goebbelss, el ministro de propaganda del innombrable.

 

Temiendo que algunos de ustedes piensen al leer estas líneas que me excedo (con frases socorridas como “cómo se pasa el tío éste, siempre con las mismas…”) ¿alguien me puede explicar porqué el V encuentro de la Edición y VI encuentro de Editores de Tenerife no cuenta este año con el respaldo del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife aunque, afortunadamente, sí del Gobierno de Canarias, Cabildo Insular y varias empresas privadas? Vamos, que cómo se come que el órgano gestor de la capital anfitriona de estas importantes jornadas los haya ninguneado, apartado como leche mala… Y mientras tanto que derroche dinero en circo y conciertos multitudinarios pese a su dudosa calidad… ¿Lo entienden? Yo tampoco. Claro que así nos va, aunque algunos se crean el chiste (o mejor, la tontería) de Santa Cruz de Tenerife, capital cultural de Canarias (¡!).  Añado que en todo caso sería curtural de Canarias porque a veces tengo la sensación  de que eso es lo que nos venden los curturetas que dirigen el cotarrito curtural desde el Ayuntamiento de la capital tinerfeña. ¿Será cosa del pibe de Ofra, que reparte dinero y dinero en cafradas varias?, ¿o de Ángela Mena, quien probablemente pasará a la historia como la peor concejal de Cultura (perdón, Curtura) del Ayuntamiento santacrucero?

 

Dejo ambas preguntas en el aire, pero tiene maldita la gracia. Sobre todo si uno piensa que esta Feria promociona el libro que se hace aquí en otros mercados que no son, precisamente, de aquí, y organiza una exposición que rinde homenaje a Anagrama y a su responsable, Jorge Herralde, entre otras cosas.

 

Supongo que como los editores y escritores no son famosos, ni la Apena, digo Mena, Ángela Mena ni el chico de Ofra (¿me pregunto yo que libros leerán por si leen libros?, que se sepa no han salido aún del armario) habrán apostado por la Cultura porque no vende y no hace bonito.

 

Y así la va a la capital, que vive de Carnaval, paga himnos que vindican lo grande que es ser chicha(rrero) pese a que sea un plagio de los gordos e inunda el Guimerá de comedias para estómagos pequeño burgueses que, ojo, estando bien, ya empieza a ser una sospechosa tendencia en nuestro teatrito de provincias…

 

Con gran dolor por mi parte, mucho me temo que continuaremos con estas miserias. Así que hasta la próxima.

 

La excusa de ‘Cyrano’ para tocar (sólo) un poquito las narices

Jueves, Septiembre 11th, 2008

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Me ha hecho gracia la oferta que Producciones del Mar eleva a los espectadores que quieran disfrutar a partir de este viernes y hasta el 12 de octubre de su versión de Cyrano de Bergerac: Los que tengan una nariz que sobrepase los cuatro centímetros entrarán gratis a la función de mañana.

Es un buen reclamo comercial, abierto al chiste fácil: “por narices”.  Además, me gustaría ver este Cyrano, lo que posiblemente haga si un día de estos decido cruzar el charquito. La obra se presenta en la Sala Insular de Teatro, en Las Palmas de Gran Canaria, y me ha hecho reflexionar, además de lo identificado que me siento con el personaje de la obra de Edmond Rostand, en cómo se mueve la cultura en la otra orilla. A mi me da la sensación de que allá se están haciendo las cosas meridianamente bien mientras que aquí seguimos con lo mismo, haciéndolas meridianamente mal.

Si me preguntan qué Cyrano cinematográfico prefiero respondería sin dudarlo que el interpretado por José Ferrer (el de la foto) en la versión de los años cincuenta. Da pena el personaje, pero también despierta ternura. Es un patito feo con habilidad con la voz y la espada. Y un bronquista cansado de que los demás se rían de su pronunciado apéndice nasal. La película que protagonizó Gerard Depardieu a finales de los 80 siempre me pareció excesiva, aunque también deslumbrante por la delicada recreación histórica. Pero entre Ferrer y Depardeiu elijo (y no es francés) a Ferrer. Es más limpio y, permítanme decirlo, apuesto.

Respecto a lo que culturalmente se está haciendo en una y otra orilla a mí me salen los colmillos cuando me entero de lo que se cuece en la redonda y suspiro cuando leo lo que se organiza en la picuda. No es por nada, pero tengo la extraña sensación de que allá por lo menos saben lo que hacen y se preocupan por hacerlo mientras que aquí pecamos la mayor parte de las veces del vicio de los nuevos ricos. Vamos, que todavía no hay nadie que me haya explicado (y sobre todo justificado) la compra millonaria del piano del renovado (ya era hora, Margarita) teatro Leal de La Laguna. ¿Podría alguien también explicarme porque no se publicita como se merecen otras grandes apuestas culturales en esta isla? Me refiero a Mumes o al encuentro de editores que ya está a la vuelta de la esquina. Iniciativas muy interesantes para todo cultureta que se precie pero cuya repercusión apenas llega a los medios, quizá sea por una mala política publicitaria. Mientras tanto, los que manejan el cotarro se muestran más preocupados por el circo o por el pedigrí de una, pongamos por caso, Verónica Forqué, que por los actores y actrices de aquí. Será que no venden, pero no deja de sorprenderme que sea precisamente un ayuntamiento “nacionalista” (en comandita con otros nacionalistas como son los del PP) los que prefieran sacarse la foto con María Barranco antes que con Fulanito o Menganito residente en… Ofra. Por decir algo, sobre todo al pibe…

Hay otra cosa que no termino de entender. Teniendo en cuenta lo que tenemos aquí y allí y por delante y por detrás ¿por qué diablos no se teje una red para que los que vivimos en esta provincia veamos lo que hacen los de la otra y viceversa? O lo que es lo mismo: acercarnos más y dejar de una vez por todas las distancias.

En fin, que todo esto se me vino a la cabeza por el dichoso Cyrano y por el hecho de que gracias a los clip televisivos (otro reclamo que deberían apuntar los responsables y gestores de la cultura de aquí) me han entrado notables ganas de ver como lo han hecho los de Producciones del Mar…  

Reivindicando un colorín o tebeo del oeste: Las aventuras de Mac Coy

Jueves, Septiembre 11th, 2008

Hubo un tiempo en que los comics del oeste gozaron de muy buena salud. Sin discusión alguna, el rey de todos estos tebeos fue y sigue siendo las aventuras de El teniente Blueberry, del guinista Jean-Michel Charlier y el dibujante Jean Giraud, también conocido como Moebius, uno de los más grandes dibujantes franceses de tebeos de todos los tiempos, pero ocupando un dignísimo segundo lugar (o al menos para éste que les escribe) se encuentra Mac Coy, de Jean Pierre Gourmelen y Antonio Hernández Palacios, pintor más que dibujante que supo teñir de “realismo” las aventuras de su primero capitán confederado y más tarde sargento mayor del ejército de la Unión al finalizar la guerra de secesión en la veintena de álbumes que componen la colección. Ilustrados por el genial Palacios, autor también del impresionante Eloy, con el que pretendió reflejar en viñetas los años oscuros de la Guerra Civil Española, El Cid, Manos Kelly y, episódicamente, de otros cuadernos como la biografía de Bolívar por citar los más conocidos de su interesante y a ratos fascinante producción.

No fue Palacios sin embargo un dibujante reivindicado en demasía en los años del boom comiquero en este país. Para los especialistas se trata de un artista más preocupado por la pintura que por la narración gráfica. Para otros, sin embargo, nos cautivó y sedujo desde un principio por su “aparente” facilidad para la ilustración, enriqueciendo historietas con malos guiones gracias a su discutible (insisto para algunos) talento.

Considero las aventuras de Mac Coy una excelente oportunidad para que el lector interesado en las historias ambientadas en lejano oeste americano conozca de cerca las campañas que el ejército de la Unión realizó contra los indios en la segunda mitad del siglo XIX; también una buena ocasión para entender la guerra que al sur de la frontera libró el cuerpo expedicionario francés contra los partidarios de Benito Juárez, enemigos declarados del emperador títere de origen austriaco Maximiliano que ocupaba por aquellos años el poder en México. Dos álbumes de la serie están dedicados de hecho a dos grandes batallas libradas a un lado y al otro de la frontera que marca el ya legendario Río Grande: Little Big Horn, donde fue aniquilado el Séptimo de Caballería al mando del coronel Custer y el sitio de Camerone, donde un grupo de legionarios franceses defendieron valerosamente la plaza contra las fuerzas revolucionarias de Benito Juárez.

En estas dos historietas, Mac Coy asiste como testigo casi accidental a ambos encuentros bélicos, actuando como un soldado profesional que ajeno a las banderas combate con oficio para salvar la vida. Junto a él, le acompaña el sargento Charlie, un soldado confederado que también ha terminado vistiendo la casaca azul al finalizar al Guerra Civil, y Maxi, personaje que sirve de contrapunto cómico a todas las historias donde aparece como leal compañero de armas de Mac Coy.

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Los escenarios de los cuadernos, editados en su día por Dargaud España, son sobre todo en los primeros diez números de la serie asombrosas recreaciones geográfica que muestran desde las desérticas planicies de Nuevo México y Texas a los paisajes nevados de los territorios del norte con exquisito realismo. Se le puede criticar, no obstante, a estas historietas su tono en ocasiones humorístico, pero creo que su guionista supo dosificarlo a lo largo de las diferentes entregas.

Como curiosidad destacar que si El teniente Blueberry tenía un vago parecido con el actor galo Jean Paul Belmondo, Mac Coy es casi un reflejo dibujado de Robert Redford. Eso sí, bronco y del montón.

El lector iniciado en el que muchos consideran el género cinematográfico por excelencia, el oeste, apreciará además continúas referencias en las historias de Mac Coy a los grandes clásicos cinematográficos del western, y verá reflejado en las viñetas paisajes claramente inspirados en las grandes películas que todo aficionado llevamos bien guardadas en el disco duro de nuestra memoria. No es aventurado afirmar por ello que las historia de Mac Coy respiran en ocasiones cierto hálito épico fordiano (la caballería cabalgando por las praderas infestadas de indios); así como del Veracruz de Aldrich o El mayor Dundee de Peckinpah al desarrollarse varias de las aventuras, como se ha dicho, en el Méjico del emperador Maximiliano.

Resumiendo, un tebeo, colorín, historieta, cómic muy recomendable. De hecho, no me canso de releerlo una y otra vez. Con el paso del tiempo Mac Coy se ha convertido en apuesta segura, como Tintín o Astérix. Es decir, que nunca te cansas de visitarlos aunque ya conozcas el final.

Y me dio por recordar a Carlos Puebla, lo que demuestra que cualquier tiempo pasado no tuvo que ser mejor… ni peor

Miércoles, Septiembre 10th, 2008

No creo que hoy se acuerde mucha gente de Carlos Puebla y Los Tradicionales (Santiago Martínez, Pedro Sosa y Rafael Lorenzo) pero lo crean o no estuvieron muy moda en este país llamado España en los años 80, aquel tiempo en el que unos y otros pensábamos que íbamos a ser un poquito más felices. Carlos Puebla se hizo famoso en la España de la Transición cantando las glorias de la revolución cubana. Una de sus canciones más famosas, Hasta siempre, comandante, me viene como anillo al dedo porque con el estreno de Che, el argentino, es probable que a más de uno le haya venido retazos de su letra mientras contemplaba en pantalla grande las hazañas del autor de La guerra de guerrillas y Pasajes de la guerra revolucionaria. Francamente, y dicho de paso, terminé por odiar esta canción en una visita a Cuba. Era la canción que pedían a todas horas los turistas “revolucionarios”, que son todos aquellos hombres y mujeres de izquierdas que van a Cuba en busca del Dorado socialista. Con la cartera llena de dinero, fueran dólares antaño (la moneda del enemigo, que le decían) o del nuevo peso convertible que circula hoy por esa tierra tan hermosa.

Pero en fin, les hablaba de Carlos Puebla y Los Tradicionales (que eran tres músicos de la tercera edad que lo acompañaban en cada uno de sus conciertos) y los recitales que ofreció en Tenerife en aquellos días sin llamas. Yo vi a Carlos Puebla, podría ser el título de este comentario. Pues sí, lo vi en la Plaza de Toros y en el teatro Guimerá si no me falla mi memoria, cada día más tramposa. Y en cada uno de esos conciertos era casi una obligación pedir al cantante que volviera a darnos la lata con su Hasta siempre, comandante, el título más popular de su producción artística, entre las que se encuentran otras canciones como Siempre es 26, La OEA es cosa de risa, El son de la alfabetización, Yanquis go home, Soy del pueblo y, como no, Y en eso llegó Fidel, una canción esta última que si uno oye sin tapones en las orejas produce escalofríos (y se acabó la diversión / llegó el comandante y mandó a parar). Y escribo lo de escalofríos porque si hay algo que nos permite soportar esta vida pegajosa y cuajada de pequeñas traiciones es un ratito de diversión; echarse una cana al aire, ser un poco calavera porque total, para vivir dos días… En fin, que nunca estuve muy de acuerdo con la moralina revolucionaria que me cantaba el señor Puebla, me sonaba bastante parecida a la que me dictaban los curas en el colegio.

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Lo cierto es que estaba contando lo de los conciertos que al final se convertían en una fiesta mitinera. Era obligado gritar una vez finalizaban los cantantes lo de Cuba sí, yanquis no, Cuba sí, yanquis no, mientras los músicos esperaban pacientemente mirando al vacío. Recuerdo que ondeaba en  la platea una bandera cubana y dos o tres Canarias con las siete estrellas verdes. A ratos era emocionante, sobre todo porque uno iba a los conciertos no a escuchar a Carlos Puebla y Los Tradicionales sino a gritar consignas como aquella porque era una manera de quitarte veneno de encima. Me pasaba algo parecido cuando iba al fútbol y me desgañitaba contra el pobre del árbitro. Lo que pasa es que dejé muy pronto de ir al estadio, aunque cuando huelo a césped (el del tranvía cuando lo riegan) me recuerda a mis visitas al Heliodoro.

Cubanófilo como soy, afición que le debo a la película Che que malamente dirigió Richard Flesicher y que visioné en el antiguo cine Rex (hoy reconvertido en bolera), guardo gratos recuerdos de aquellos días. Por eso aún está grabado al rojo vivo en mi cerebro deslucido el día en que conocí personalmente a Carlos Puebla.

Fue en la sede de la Asociación de Amistad Canario Cubana José Martí, durante una fiesta de recepción en la  que el por aquel entonces renacuajo que les escribe se coló para que le firmaran unos autógrafos Puebla y sus tradicionales. Recuerdo que el cantante tenía una chispa de campeonato y que farfullaba una retahíla de incoherencia aunque finalmente y como buenamente pudo me firmó un autógrafo que aún tengo en casa. Los tres tradicionales, más o menos como el cantante, me firmaron la hoja estirando mucho las vocales y consonantes por lo que si les enseño ahora el papel apenas se reconoce alguna letra salvo garabatos caprichosos que arrugan su superficie. Superficie que hoy se ha vuelo, como su dueño, amarillenta.

Tuve la oportunidad de preguntarle al que tocaba las maracas durante la fiesta que coño podía hacer para ir a Cuba, a lo que me respondió con la lengua mareada que estudiara mucho. No me dejó convencido, aunque años más tarde viajé a Cuba y peregriné por los lugares sagrados de la revolución. En uno de aquellos museos una funcionaria intentó venderme una moneda con la efigie del Che. Ahora mismo no sé por cuánto, pero no acepté… estaba harto de la imagen del Che. En occidente aparecía por todos sitios (sólo falta ver su careto en un paquete de cereales o en una bebida de refrescos, pero tiempo al tiempo) y en Cuba no es que estuviera en todos lados, era Che por aquí y Che por allá a todas horas. De alguna manera aquello me rompió el alma y la poca cordura ¿revolucionaria? que me quedaba en la cabeza.

Carlos Puebla dejó este mundo en 1989. Está enterrado en Manzanillo, donde se le recuerda con una estatua. No fue un mal cantante pero sí del montón. Su éxito se debe a que cantó las excelencias de la revolución cubana a ritmo de guaracha y a denunciar en nombre del socialismo cubano el golpe de Pinochet en Chile (tuvo lugar un triste 11 de septiembre de 1973) y la guerra de Angola, entre otros temas, en unos tiempos donde la gente estaba sedienta de estas cosas. De sus canciones, por si tuviera que llevarme alguna por obligación una a una isla desierta, escogería Si no fuera por Emiliana. No habla de política, sino de una señora que sabe hacer muy bien el café. Lo que siempre se agradece.

Con el viejo Puebla chocheando irrumpió entonces la nueva trova cubana y eso fue otra cosa. Eran poetas y no militantes con una guitarra. Admito, no obstante, que a mi los de la trova ni fu ni fa. A mi lo que me iba era Quilapayún, los Inti Illimani, Los Calchaquis, Contracanto y por encima de todos ellos el pobrecito de Víctor Jara, entre otros. Algún día igual les hablo de aquellos conciertos, y de las banderas y de los gritos que se daban (Chile vencerá y el pueblo unido jamás será vencido eran como los éxitos populares del momento).

Soy consciente de que a casi nadie le importan estas cosas, pero si presenciaste algunos de aquellos mítines, donde el discurso se mezclaba con la música de cualquiera de estos grupos entenderás el daño que le hizo a este país que TVE emitiera por aquel entonces Vacaciones en el mar. La mayoría salíamos en estampida a la calle, y si lo que podías escoger era entre un mitín con música en directo o las aventuras del Barco del amor la suerte, como dijo don Julio César, estaba echada.     

(*) La imagen muestra a Carlos Puebla y su guitarra en La Bodeguita del Medio, se puede apreciar también en perfil al poeta Nicolás Guillén.