Archive for Octubre, 2010

Novedades literarias

Lunes, Octubre 4th, 2010

* Entre las novedades literarias que presenta la editorial andaluza El olivo azul figuran dos títulos a los que hacemos referencia por su vinculación con Canarias. El primero de ellos es la novela El barranco, de la escritora cubana Nivaria Tejera. O la guerra vista a través de los ojos de una niña que, poco a poco, deja de serlo.

La acción de El barranco transcurre durante los primeros días de la Guerra Civil española en La Laguna, donde la narradora describe con pulso narrativo y en apenas un centenar de páginas el encarcelamiento de su padre por ser afín a una II República que se desmoronaba como un castillo de naipes. Este libro sin pretensiones y conmovedor como todo libro de aprendizaje que se precie ha sido considerado por Claude Couffon como la primera novela en español sobre la Guerra Civil.

* En la misma colección se publica Sobre el derecho del escritor a canibalizar la vida de los demás. Guy de Maupassant. Selección de artículos periodísticos del gran escritor francés autor de innumerables relatos y de novelas tan excelentes como Bel Ami al cuidado del catedrático de Filología Francesa de la Universidad de La Laguna, Antonio Álvarez de la Rosa.

* Se supone que desde el lunes 4 de octubre se puede adquirir el volumen de relatos de Larry Brown, Amor malo y feroz. Digo se supone porque viviendo en colonias ya se sabe que las novedades bibliográfica nos llegan con notable retraso. Me imagino que esto acabará cuando se imponga el puñetero libro digital. El libro está editado por Bartebly en su colección de Narrativas.

Respecto al autor destacar que fue elogiado, entre otros, por alguien tan poco dado a elogios como Bob Dylan. La edición norteamericana de Big Bad Love sirvió como guión para la película del mismo título dirigida en 2001 por Arliss Howard, y que contó Debra Winger, Angie Dickinson y Rosanna Arquette, como protagonistas.

Saludos, a lo eso es todo amigos, desde este lado del ordenador.

Tres impactos…

Domingo, Octubre 3rd, 2010

Cae la noche y ya es tarde, muy tarde. Me permito así tres impactos a los depredadores que visitan este blog.

PRIMER IMPACTO

Exigirles que se hagan un favor y se procuren por los medios que puedan La vida en tiempos de guerra, del cineasta norteamericano Todd Solondz. Si tienen la suerte de conocerlo no hace falta que les asegure que el visionado de esta película resulta, francamente, demoledor. Una emoción que hoy, desgraciadamente, no procura la mayoría de los títulos que tengo la suerte de digerir.

La veo en la coqueta sala del TEA, medio llena. Y me quedo clavado en la cómoda butaca.

Si alguna virtud tiene el cine de este caballero es que además de contar historias tiene la notable capacidad de estrujarte el corazón. Cine poblado de personajes incómodos y neuróticos que le dan la vuelta al calcetín producto de nuestra sospechosa moral judeocristiana.

Aún estoy conmocionado.

SEGUNDO IMPACTO

Lean este artículo que Alfonso González Jerez publica hoy en Diario de Avisos. De la risa inicial he pasado a la mueca más triste. Será porque hace pensar. Un privilegio en este mundo de simios.

TERCER IMPACTO

Para aligerar la cosa y echarse unas risas les invito a que vean y escuchen el gamberro análisis que Paco y Viru hacen del cine más demoledoramente trasnochado en la sección Videofobia alojado en el blog Viruete.com. Hacía tiempo que no me reía tanto.  De verdad, cinéfilos y cinéfagos, pasen y vean… 

Saludos, con los ojos cubiertos de lágrimas (no sé si de la risa o de la pena), desde este lado del ordenador.

Sin el talento del ‘gran Vázquez’

Sábado, Octubre 2nd, 2010

Está mal que lo diga pero no soy muy dado al cine español. Debo pertenecer a esa ya larga lista de espectadores que no encuentra en el cine nacional las respuestas que desearía en nuestro cine nacional.

Esta inapetencia por consumir nuestros propios productos se hace extensiva, no obstante, a otras cinematografías. Incluida la estadounidense actual. Cine éste, el norteamericano, que me enseñó a su manera a adorar esto del cine.

Pero hablaba del cine español. Omitiendo los grandes nombres que hoy iluminan su más bien escaso universo de estrellas, continúa costándome un riñón que me gaste los pocos euros que me quedan en la cuenta del banco para pagar una entrada con el fin de ver una película cien por cien española. Son muchas las razones de este recelo, aunque la prioritaria es que desconfío de que un filme celtibérico me convenza. Es decir, que salga de la sala sin la sensación de que me han tomado el pelo.

Hoy, sin embargo, he roto esa regla y he abonado mi escaso dinero para ver una película española. El problema es que una vez en mi mansión he vuelto a darme cuenta que me han vuelto a tomar el poco pelo que me queda. Pero así son las cosas. Conste en acta por lo tanto que esta misma tarde he contribuido con mi pequeño granito de arena a que en España se sigan haciendo películas. La cuestión es si lo haré el mes que viene.

Mucho me temo que no.

Admito que esperaba con entusiasmo El gran Vázquez. Y no por su director, el excelente guionista de tebeos Óscar Aibar, sino por el retrato que suponía iba a ofrecer de Manuel Vázquez, ese gigantesco golfo y artista que por fin ocupa un puesto destacado entre otros grandes dibujantes de historietas que me acompañaron en mi infancia.

En contra de otros chicos/as de mi generación, a mi me gustaban más las aventuras de Anacleto, agente secreto y Angelito que las firmadas por otro coloso de los cómics de humor de aquellos años como Francisco Ibáñez y sus ya inmortales Mortadelo y Filemón, El botones Sacarino, Rompetechos o Pepe Gotera y Otilio. Hubo, claro está, más fauna de creadores y personajes sacados de esa factoría dedicada al tebeo del humor que fue la editorial Bruguera, pero si bien los leía con satisfactorio agrado las aventuras de Zipi y Zape o Carpanta del maestro Escobar o las angelicales tiras de Pitagorín y Gordito Relleno de José Peñarroya, las historietas de Vázquez llegaban más a mi espíritu.

Vamos, que le entraban más a ese niñato cuando cogía los DDT, Tío Vivo o Pulgarcito que mis hermanos mayores dejaban olvidados en el sofá del salón de la casa de mis padres…

Cuando crecí algo más de un palmo, dejé aquellas tiras en favor de la tribu de héroes de la DC y la Marvel, también de los tebeos de terror que Garbo editorial publicaba en revistas con títulos tan atractivos como Vampus, Rufus o Vampirella, aunque de tanto en tanto recuperaba los Anacleto y Mortadelo porque, literalmente, me partía de la risa con ellos.

Fueron unos años hermosos quiero ahora recordar. Ahorraba dinero para comprar mi Vampus con espanto a que el quiosquero del estanco Conchita o los de La Rambla me dijeran que no porque se trataban de historias sólo para adultos, claro que casi siempre me salía con la mía porque los tebeos (independientemente fueran para adultos) se consideraban cosa para niños…

Como debo ser una persona muy rara, nunca comprendí en aquellos años la euforia que le entró a un grupo de amiguitos por los Don Micky ni por los Pumby. Y el acabose, o esa extraña sensación que tienes siendo aún un infante de que tu mundo se autodestruye porque tienes que ser mayor, fue cuando descubrí que los colorines también podían ser cosa para mayores cuando aparecieron a precios imposibles los álbumes de Astérix o Tintín, cuadernos en tapa dura (los de Tintín con lomo de tela) que solían ser regalos para mis hermanos mayores noche de reyes sí, noche de reyes no.

Pero pretendía hablarles de El gran Vázquez, presunto biopic de un artista cuya genialidad ha quedado oculta por la leyenda de sus sablazos. Algunos de ellos, seamos justos, verdaderas obras maestras del timo.

El filme de Óscar Aibar, sin embargo, me ha dejado frío. No sé si se trata de un problema de reparto (aunque Santiago Segura está más contenido que nunca) o de reflejo de unos años, como fueron los sesenta y setenta, que me saben a falso.

Por esa y otras muchas cosas, El gran Vázquez me ha dejado indiferente. También porque no ha sabido conectar  con las experiencias vitales de ese zoquete guasón y viva la vida que fue Manolo Vázquez. Esa especie de Landrú que tuvo un extraordinario talento para sacarle dinero a los demás. Eses canalla –-pienso yo que adelantado a su tiempo–que merecía una película que fuera más allá de sus trampas.

El gran Vázquez se convierte así en un a ratos simpático biopic del artista, pero también en una película que ves con total indiferencia. Ese notable mal, la indiferencia, que al menos a quien les escribe le asalta cuando le toca ver una película cien por cien española. Y ello pese a contar con un personaje tan imposible, tan rematadamente artista, individualista y canalla como el gran Vázquez.

Saludos, enojado porque una vez más me han dado gato por liebre pero sin talento Vázquez, desde este lado del ordenador.

El poder, ya lo saben, corrompe

Viernes, Octubre 1st, 2010

Imagina que un día cubre una cúpula transparente tu ciudad. Que esa cúpula impide (según la situación en la que te encuentres) que salgas o entres en ella. Imagina también lo que podría pasar con el grupo de aislados, a partir de ese momento al margen de cualquier autoridad externa porque como he dicho nadie puede entrar ni salir de esa cápsula misteriosa que, demonios quién sabe por qué, se ha instalado en –reitero– tu ciudad.

Partiendo de tan interesante e inquietante premisa Stephen King vuelve a sorprender a propios y extraños con su última (y abultadísima en páginas) novela. Una ficción poblada de personajes, más de medio centenar, que le sirve de excusa para radiografiar las inestabilidades que podrían afectan a los responsables municipales y por extensión a los vecinos de una pequeña ciudad de la costa este de los Estados Unidos, casi todos ellos ciudadanos que creían en las bondades del sistema democrático norteamericano.

Sin temor a equivocarme, La cúpula, que así se llama este novelón de más de 1.200 páginas, es la historia más política del escritor de Maine. Su obra más descarnadamente ideológica. Una novela en donde el autor de éxitos como Carrie, El resplandor o Duma Key abraza sin prejuicio alguno la obamanitis que últimamente parece aquejar al país de las barras y estrellas. Y al abrazar este bando, permitirse el lujo de arremeter como buenamente puede contra la ultraderecha radical estadounidense. Esa derecha que asocia a garrulos cerveceros y predicadores de pacotilla.

Advierto por ello a los seguidores de este gran escritor (pese a quien le pese) que no es un título estrictamente fantástico del talentoso autor de Cementerio de animales, pero sí una de esas obras que no cuesta leer pese al número tolstoniano de páginas. Detecto además en la última producción literatura de King nuevos y audaces hallazgos, aunque su fórmula se mantenga inalterable.

Es su estilo. Y su estilo le ha dado mucho dinero.

En este sentido, resulta hasta divertido para cualquier avispado consumidor de literatura y cine de género detectar las “influencias” que alimentan este libro gigantesco (en páginas). La primera y más obvia es Los cuclillos de Midwich, de John Wyndham, novela que dio origen a esa obra maestra del cine fantástico que es El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960, y el remake que firmó de este mismo título en 1995 con mucha menos imaginación John Carpenter) así como la sabrosa canibalización que hace de sus propias historias con la intención de describir el universo cerrado y opresivo que ofrece de la pequeña ciudad oculta bajo la cúpula transparante: Chester’s Mill.

Leyendo, ¡qué digo!, devorando esta obra he llegado a la conclusión sin embargo que lo menos importante de La cúpula son sus elementos fantásticos (que los tiene) sino ese medio centenar de personajes que participan en esta peculiar odisea por detener el poder absoluto al que aspira uno de esos malvados kigneanos que, en esta ocasión, no necesita recurrir a las bajas instancias del averno para –viene a sugerirnos King  en sus 1.200 páginas– afirmar que el MAL –así con mayúsculas– no tiene necesariamente que venir del más allá o de otra dimensión.

Entre los fallos de esta obra, irregular porque resulta demasiado larga, el lector iniciado le echará en cara a su autor  que haya decidido poner el piloto automático en determinados capítulos del libro, lo que resulta francamente irritante porque siempre te asalta la sensación de dejarlo abandonado en la mesilla de noche si el asunto no se pone interesante. De todas formas, y confiando en que quien lo escribe es un auténtico experto en marear la perdiz, basta superar esos momentos tontos porque sabes que al final te picará con el aguijón de la adicción. Es decir, que sigues  leyendo al tiempo que te planteas preguntas. No ya por el origen de la dichosa cúpula sino de lo morbosamente atractivo que resultaría que una cosa de esas cubriera de repente tu ciudad. Claro que ¿acaso no ha cubierto ya la tontuna nuestra ciudad?

Me he llevado una de esas bobas alegrías con La cúpula al descubrir que King también es seguidor de las novelas de Jack Reacher, el investigador privado al margen de la ley creado por el escritor Lee Child. Si leen este novelón sabrán porque lo digo.

La cúpula cuenta con un excelente trailler promocional que les invito a que disfruten y es más que probable que termine convirtiéndose en miniserie de televisión producida por Steven Spìelberg. Cineasta que es algo así como  Stephen King en literatura: todo lo que toca lo convierte en oro.

Aunque, ¿pensándolo bien?, quizá sea la maldición de estos dos grandes maestros de la cultura popular de nuestro tiempo.

Saludos, aún fuera de la cúpula, desde este lado del ordenador.