Archive for Abril, 2013

Sampedro y sus estancias invernales en Tenerife

Martes, Abril 9th, 2013

Abril va pasar a la historia como el mes en el que nunca tantos lloramos la ausencia de unos pocos que ya comienzan a ser sospechosamente demasiados.

No es voluntad además la de este blog la de ir redactando óbitos con carácter de urgencia cuando su editor tiene noticia del fallecimiento de un individuo que  contribuyó a hacerle este rato que tiene en el mundo un poquito más feliz, pero la actualidad apremia, así que no nos queda otro remedio que el de escribir unas cuantas líneas en memoria del escritor, humanista y economista José Luis Sampedro, muerto el domingo pasado aunque ha sido este martes, 9 de abril de 2013, cuando se ha hecho público su fallecimiento a la nada desdeñable edad de 96 años.

Como muchos ya conocerán, José Luis Sampedro fue un visitante habitual de la isla de Tenerife, así que en más de una ocasión resultaba natural tropezarse con aquel venerable anciano por las ramblas de la capital en la que vivo y territorio al que dedicó algunos de sus libros.

El Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife ha tenido, en este sentido, el acierto de lamentar su fallecimiento, aunque las palabras del alcalde de la capital tinerfeña, José Manuel Bermúdez, no dejen de resultarme un tanto extremas al calificarlo “como si de un chicharrero de más se tratase.”

Hijo adoptivo de la ciudad desde 2006, y vecino de la calle Robayna donde pasaba los meses de invierno hasta 2008, Sampedro es autor de La senda del drago, cuya segunda parte transcurre en el archipiélago. Otras novelas suyas son El río que nos lleva, La sonrisa etrusca, La vieja sirena, El amante lesbiano y Cuarteto para un solista, escrito en colaboración con su mujer, Olga Lucas.

Entrevisté en una ocasión al escritor en Tenerife.

La cita fue en el Hotel Mencey y Sampedro estaba harto de entrevistas, aunque actuó como un profesional y me concedió la última, preparado –creo yo– a repetir las mismas respuestas que le había facilitado previamente a otros compañeros en esa ronda de atender a los chicos de la prensa.

En este sentido, fue una conversación difícil porque el escritor no estaba ya para hablar mucho aunque creo que fue a raíz de una cuestión en la que le propuse que me dijera qué libros de una u otra manera le habían cambiado como persona cuando se le iluminaron los ojos tras las gafas y se meció la venerable barba para responderme sin pensarlo dos segundo que La guerra y la paz.

Recuerdo que me llamó la atención que me revelara ese título aportando los artículos que en las ediciones que conozco en español desaparecen como por arte de magia para reconocerla como Guerra y paz, pero bastó para que José Luis Sampedro se explayara tan a gusto sobre la novela de León Tolstói para que una vez finalizada la entrevista y tras dejarlo en la cafetería del Mencey, me diera cuenta que, de alguna manera, Sampedro tuvo mucha suerte cuando descubrió a pronta edad la obra maestra del gran escritor ruso.

Nunca he sido, sin embargo, un  lector regular de su trabajo.

Y conste que tengo un amigo que se hartó de repetirme durante varios días que no dejara de leer El amante lesbiano… Así que igual es el momento de recuperarlo ahora que no está entre nosotros. Que ya no pasea entre nosotros “como un chicharrero de más” como dice el alcalde de un Santa Cruz de Tenerife que necesita con tanta urgencia recuperarse de su tradicional letargo capitalino.

De ese aroma provinciano que, pienso también, tuvo que ser uno de los atractivos que encontró el escritor fallecido durante sus estancias invernales en esta tierra con seguro de sol.

Saludos, esto es todo, amigos, desde este lado del ordenador

Sara, Sarita, Sara Montiel

Lunes, Abril 8th, 2013

Día de luto para el cine español en un mes salpicado de demasiadas ausencias. Fallecimientos que dejan más huérfano a una industria hoy más que nunca necesitada de reconocerse en su pasado.

Ha muerto Sara Montiel, la saritísima, la mujer que cantaba con voz grave y quiero pensar que aguardentosa aquel Fumando espero e icono, imagino que involuntario aunque ella contribuyera a crearlo, de la España más cañí, también de esa que a través de los medios de comunicación pretendió hacerla picadillo.

No voy a juzgar el rumbo errático que asumió la vida de la actriz y cantante los últimos años de su vida, los golfos insultos a los que fue sometida por comentaristas de televisión que han hecho del grito una forma de expresión que desautoriza sus supuestas opiniones contrastadas.

Me niego a seguir el juego de toda esa pandilla de indeseables que hoy, seguramente, la recordarán con lágrimas de cocodrilo en esos programas rosa que deslegitiman todo lo relacionado con el corazón a pesar de que la misma Sara Montiel se prestase a tan indigno juego por un puñado de euros.

No, y no, porque Sara Montiel fue algo más que esa patética protagonista a la que se trituró en tertulias nauseabundas que ignoraraba el pasado de una mujer que hizo carrera en Hollywood sin apenas conocer dos palabras de inglés y que transmitió en ese cine rutilante en el que apenas se rodaban malas películas una pasión arrolladora y con marcado acento latino que a mi, como espectador, todavía me hace estremecer.

Recuerdo así a Sarita Montiel haciéndole sombra a Gary Cooper y Burt Lancaster en ese magnífico western crepuscular que es Veracruz (Robert Aldrich, 1954) y en Yuma (Samuel Fuller, 1957) así como en Serenade/Dos pasiones y un amor, que dirigió quien fue su marido, el gran Anthony Mann en 1956 y en la que se adaptaba una de las mejores novelas del injustamente olvidado James M. Cain.

Nacida den Campo de Criptana (Ciudad Real), María Antonia Abad Fernández trabajó también en Méjico y España, país este último donde ese torbellino hecho mujer que fue Sara Montiel, nunca fue bien visto ni por los ojos de la dictadura ni de una democracia que parecía temblar con su fuerza arrolladora y belleza que todavía continúa cegando a los que sin molestos prejuicios en la cabeza descubrimos la vibrante sexualidad –tan revolucionaria para su época– que emanaba solo con aparecer en pantalla.

Ese carácter indómito formó parte de las señas de identidad de una mujer cuya voz ambigua hizo que muchos leyéramos entre líneas cuando cantaba aquellos boleros que a mi nunca me parecieron cursis cuando brotaban como una cascada de su garganta… Tarareo mientras escribo estas líneas Fumando espero porque se ha convertido en himno de todos aquellos que continuamos enganchados al tabaco y a la vida, y quiero recordar con una sonrisa en la boca que incluso cintas tan roñosas como El último cuplé (Juan de Orduña, 1957) y que significó su recuperación para el cine español tras su etapa en Estados Unidos, y uno de los mayores éxitos de su carrera, un clásico cañí cuyo polvoriento mensaje entiendo como la losa de una época que, felizmente, creo hemos superado.

Con Sara, Sarita Montiel muere uno de los últimos grandes mitos del cine español. Un icono que no tiene nada que ver con las vergüenzas supuestas que explotó y explotaron los medios los últimos días de su vida.

Quedarse con esa imagen en la que María Antonia Abad intentaba interpretarse como Sara Montiel es un triste legado que quiero olvidar por lo que supuso como actriz y cantante para un país que debe reivindicar a sus mitos por lo que hicieron y no por lo que fueron.

Saludos, fumando espero a la mujer que yo más quiero, desde este lado del ordenador.

Lavadora de textos lidera el concurso del Instituto Cervantes para blogs sobre enseñanza del español en categoría favorito del público

Domingo, Abril 7th, 2013

El blog Lavadora de textos, del periodista y corrector de textos tinerfeño Ramón Alemán, encabeza en estos momentos la segunda edición del Concurso de Blogs de Promoción del Español y la Cultura en Español, en la categoría de blog de enseñanza del español más votado por los internautas. Además, esta web se sitúa en segundo lugar por número de votos dentro del total de las tres categorías establecidas (blog joven, difusión de la cultura en español y enseñanza del español), que suman más de 200 blogs de varios países.

El certamen está organizado por el Instituto Cervantes, la Fundación del Español Urgente (Fundéu), la Universidad de Alcalá, Google, Madrid Network-Cluster, la Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y Monografías.com y, además del reconocimiento del público, los participantes optan a un premio del jurado que se creará al efecto para cada una de las tres categorías.

Los internautas que depositan su voto en la web del concurso participarán en el sorteo de tres lectores de libros electrónicos, para lo cual solo deben registrar su nombre y su dirección de correo electrónico. El plazo para votar concluirá el próximo 3 de junio.

El blog Lavadora de textos publica periódicamente artículos sobre asuntos relacionados con la lengua española y su escritura. Los textos abordan con rigor, pero también con sencillez y con un poco de humor, cuestiones relativas a nuestro idioma y proponen usar la duda y el sentido común como herramientas para escribir bien.

Buena parte de los artículos de Lavadora de textos pretenden resolver dudas de amigos, periodistas y lectores del blog, y otros son respuestas a preguntas que el propio autor se hizo en su día sobre algunos misterios de la ortografía, la ortotipografía y la gramática del español. Las soluciones en ambos casos –cuando las había– las encontró Ramón Alemán en la Real Academia Española, en la Fundación del Español Urgente y en la sabiduría de grandes maestros como Manuel Seco, José Martínez de Sousa, Fernando Lázaro Carreter, Leonardo Gómez Torrego, Álex Grijelmo y María Moliner, entre otros.

En el año 2011 se publicó un libro, con el mismo título que el del blog, en el que se recopilaron algunos artículos de la página web. La obra fue prologada por el entonces coordinador general de la Fundación del Español Urgente, Alberto Gómez Font, que señalaba en su presentación: “No es habitual que un periodista sea al mismo tiempo corrector de estilo, y mucho menos corrector ortotipográfico. Y Ramón Alemán une los dos saberes, pues sabe mucho de ambas cosas, y si destacó como periodista también destaca como experto en las tareas de revisión y corrección de textos”.

Ramón Alemán (Tenerife, 1966) es corrector de textos y periodista con más de veinte años de experiencia. En la actualidad simultanea ambos oficios. Es coordinador de Lavadora de textos, el servicio de corrección profesional que él mismo creó para la empresa de comunicación Contextos. Es miembro de la asociación La Unión de Correctores (UniCo).

Saludos, ya lo saben: voten, desde este lado del ordenador.

Bigas Luna

Sábado, Abril 6th, 2013

Primero Franco, luego Bilbao y ahora Luna. Tres de los ausentes que nos dejan esta semana que ya toca a su fin.

Luna. Bigas Luna

Tuvo algo diferente dentro del rutinario y mimético panorama del cine español.

Quiero pensar así que intentó siempre tirar por su camino.

Camino en ocasiones inspirado y personal.

En otro desnortado, en los que dio bandazos, casi como si quisiera encontrar su reflejo perdido.

En este sentido, digamos que sus primeras películas son las más interesantes.

Hace un ciertamente cine de género, pero un género que digiere y le da marca Luna. Leo por algún lado que su intención fue la de desconstruirlos como ha hecho con la cocina su paisano, Ferrán Adrià… Pero no sé, a mi Bilbao y Tatuaje me siguen pareciendo obras sanamente provocadoras y muy bien construidas aunque hayan quedado un poquito envejecidas.

Su lanzamiento al cine comercial, rodado en inglés, apuestas de mucho riesgo y no tan comprendidas como ahora se nos quiere hacer ver.

Me refiero a Angustia y Reborn. De Reborn conservo aún en la memoria del papel de predicador que encarna el exaltado Dennis Hopper, sombrero vaquero y en vez de revólver, una Biblia en las manos.

A mi me parece, de hecho, que cuando Luna pierde identidad es cuando nos quiso escandalizar.

Las edades de Lulú es, en este sentido, la película que inicia la regresión de un cineasta hasta ese entonces preocupado por otras cosas que no fuera solo el sexo aunque el sexo sea el centro de todas las cosas.

No encuentro complicación en Jamón, Jamón, y no digamos ya con Huevos de oro. Las dos con Javier Bardem de protagonista. Y las dos, películas en las que Luna explota los tópicos de esta España nuestra.

El guión está salpicado de diálogos que todavía estremecen: “tus besos saben a tortilla de patata…” Ya saben, cosas de esas.

Luna se recupera en la insólita La camarera del Titanic, la última película que veo del realizador en la pantalla de un cine.

Con todo, de tanto en tanto sigo su carrera alquilándolas en video clubes.

Yo soy la Juani y Di Di Hollywood son cuentos de hadas contado por un cineasta que siempre quiso ser un hortera. O al menos, revelar al mundo la grandeza del hortera, convertir en individuo a ese español que todos llevamos dentro… Pero le falta sutileza y no indaga Luna precisamente en la gran verdad, aunque la intuye.

Quienes le conocen dicen que fue un hombre vitalista, que amaba los placeres.

Creo que esa sensación logra transmitirla en alguna de sus películas, aunque casi siempre se decantara por el lado perverso con la intención de provocar. Pero su provocación es como la del arañazo despreocupado de un gato. A mi no me hizo sangre, aunque debo de reconocer que a veces sí que consiguió perturbarme.

Muere Luna demasiado joven.

Deja además una película inconclusa que aseguran se terminará aunque él ya no esté entre nosotros.

Se la dedica a su nieto.

La familia del cineasta quiere esparcir sus cenizas en soledad, alejados del circo que se produce cuando nos vamos de este mundo…

En paz pues con el protagonista de la función, Bigas Luna. 

Saludos, primero Franco, luego Bilbao y ahora Luna, desde este lado del ordenador.

El desorden de un día

Viernes, Abril 5th, 2013

El cuaderno de tapas amarillas lo encuentro en la trasera de la Plaza de Toros, delante de la puerta donde antes se encontraba un pub que se llamaba Arena, lugar de reunión hace años de noctámbulos extremos.

Si me inclino para recogerlo en porque no tengo nada mejor que hacer en una mañana en la que espero una llamada que no se producirá cuando termine el día.

Mientras cruzo la calle para sentarme en uno de los bancos de la plaza de la Iglesia, un coche a toda pastilla casi me atropella en el paso de peatones. Una señora mayor que pasea al perro le grita ¡malcriado! al conductor del automóvil que desaparece como una centella rumbo a Salamanca.

Con el corazón galopando, llego a la plaza y a la sombra de las ramas de un árbol frondoso abro el cuaderno y leo, en una letra pequeña, apretada y casi infantil, lo siguiente:

“En la barra de un bar alguien le cuenta que Francisco Pimentel le mostró a sus compañeros de Fetasa el argumento de su primera y única novela en varias hojas de papel que todos elogiaron pero pasado un mes, o dos, o quizá tres de aquella lectura y cuando alguien le preguntó si la había finalizado, Pimentel respondió afirmativamente con un “Ya está escrita… en mi cabeza.”

Sin embargo, esa novela que tuvo en la cabeza el autor de los artículos de Santa Cruz, la nuit nunca se publicó, cuenta un tipo de la barra que pide otro vaso de ron.

Por el contrario, prosigue, Eliseo Izquierdo narra en su Periodistas canarios, siglos XVIII-XX que Pimentel sí que llegó a escribirla aunque arrojó el original al cubo de la basura donde sus páginas terminaron mezcladas –no lo dice Izquierdo sino yo, subraya el hombre que bebe ron– entre latas vacías de sardinas, cáscaras de papas y piel de plátanos.

Mientras observa al hombre que pide otro vaso de ron, la anécdota que acaba de contarle no deja de resultarle agria y también divertida.

Por un lado, lamenta que no pueda jamás leer esa novela que supuestamente tuvo en la cabeza o que supuestamente tiró al cubo de la basura Pimentel.

Por otro, quiere entender que ese acto estuvo dictado por franca indiferencia ante lo que significa literatura o bien por respeto al trabajo que realizaban en aquel entonces los otros miembros de ese grupo literario que ‘al menos a este lado de las islas están más allá del bien y del mal’, concluye el tipo del ron, quien luego eructa y se alisa el pelo frente al espejo que está justo detrás de la barra del bar.”

Paso las hojas del cuaderno amarillo. La mayor parte está en blanco hasta que me tropiezo con el siguiente fragmento:

“Esto le hace pensar en otra novela que nunca leerá. El hombre del ron pronuncia un nombre: Antonio Bermejo, quien obtiene con la novela La lluvia no dice nada el premio Benito Pérez Armas aunque su original se perdió.

Desapareció no se sabe la razón.

Que el manuscrito forme parte de la leyenda le hace pensar en Malcolm Lowry. Lowry perdió también el original de Bajo el volcán, original que, cuenta la leyenda, reescribió gracias a una memoria en aquellos días demasiado empapada en alcohol.

Piensa que la vida de Antonio Bermejo supera a su propia leyenda como escritor.

Dicen de él que fue un excelente hombre de ciencias exactas pero que se decantó por la vida bohemia que es una ciencia inexacta.

Durante un tiempo vive en una de esas cuevas que salpican los barrancos que atraviesan la capital donde se encuentra. Y sabe, no sabe el porqué lo sabe, que Bermejo fallece un día de mayo de 1987.

Una extraña coincidencia, porque hoy es también un día de mayo, pero de 2013.”

¿Un día de mayo de 2013? pienso extrañado mientras aparto la mirada del cuaderno de tapas amarillas. Sacudo la cabeza y vuelvo a depositar la mirada en las páginas del cuaderno.

“La carcoma del perdedor le sube por la garganta cuando se detiene frente a la ruinosa fachada del antiguo templo masónico de la calle de San Lucas. 

Es un día extraño. Confuso, algo pedante también. Pero de una pedantería triste, como esas incómodas nubes oscuras que salpican el azul del cielo.

Camina por la ciudad esperando una llamada prometida que no suena y traga saliva. Y se le quitan las ganas de leer mientras se apoya en la barandilla de un puente y asoma la cabeza y se pregunta, tras barajar muchas ideas locas, si en algunas de esas cuevas que ve abajo residió alguna vez Bermejo.”

Levanto una vez más la mirada del cuaderno de tapas amarillas, más confuso si cabe de cuando la abrí. Un ligero escalofrío recorre mi espalda.

Primero esa fecha adelantada en el tiempo: un día de mayo de 2013. 

Luego que el autor de esas páginas espere una llamada como yo, que a estas horas de la mañana ya doy por perdida pese al anhelo que me devora por recibirla. 

Paso las páginas que restan, pero la mayoría están en blanco.

Las que no, muestran extraños símbolos que dan algo de viruje.

Será porque no los reconozco. 

Me levanto del asiento de piedra y atravieso las rambla con rumbo incierto.

Quiero pensar que como un barco a la deriva que se mezcla con otros barcos a la deriva que circulan en esta capital de provincias que se sume en su ya típìca, antipática, pegajosa soledad.

Miro el móvil y no registra la llamada que espero.

Miro entonces al cielo y tengo una revelación.

La lluvia nunca dice nada.

Dejo en una esquina, en la que rebosa la basura de las bocas abiertas de varios contenedores, el cuaderno de tapas amarillas. 

Saludos, el desorden de un día, desde este lado del ordenador.

Réquiem por el Cine Víctor

Jueves, Abril 4th, 2013

Fue uno de los cines más emblemáticos de la capital tinerfeña. Todo un palacio, que no templo oscuro, dedicado a proyectar películas que alimentaron los sueños de generaciones de espectadores, algunos de los cuales asiste hoy resignado a lo que sí parece ya su cierre definitivo.

Me refiero al Cine Víctor en Santa Cruz de Tenerife, diseñado por el arquitecto José Enrique Marrero Regalado y que desde 2009 anduvo por la cuerda floja cuando el Cabildo de Tenerife, aguijoneado por los primeros picotazos de la crisis, decidió retirarle su apoyo y optó por participar de manera modesta en su reconversión en Teatro Cine Víctor, espacio privado que se transformó –tras una etapa en la que colgó el cartel de cerrado– en sala de variedades que iban desde representaciones de obras de teatro, monólogos a insulsos mítines políticos. La cafetería, que quiso funcionar como nuevo punto de reunión, tampoco logró hacerse un hueco en esta capital de provincias chiquita…

Ello explica que el elevado precio de alquiler, así como el posible fracaso de muchas de sus actividades como teatro, significase la sentencia de muerte del antiguo cine que, desde este mismo El Escobillón, abogamos en su momento que no cerrara cuando éramos jóvenes y probablemente más felices.

La noticia de su cierre anunciado, para qué voy a engañarme, la leo en el Diario de Avisos, donde fuentes cercanas a quienes gestionaban su programación cultural, de titularidad privada, explica que la ausencia de patrocinadores y subvenciones ha forzado “la decisión de poner el punto y final a un proyecto que arrancó en 2009”.

En el mismo periódico se informa, no obstante, que “existe una nueva empresa interesada en asumir la gestión del Víctor, con una reapertura que podría tener lugar a muy corto plazo” pero sospecho que esta posibilidad caerá en saco roto mientras las negras tormentas no se disuelvan en ese firmamento de nubes oscuras que hoy nos impiden ver…

Pese a todo, para mi el Cine Víctor será siempre el cine Víctor, y un lugar que cuando rebobino en mi memoria fue sitio en el que quedar con los amigos –“¡quedamos en la barra del Víctor!”– en unos años en los que me acostumbré a ir en pantalones cortos para luego pasear por una capital de provincias que, mordida por la puta crisis, actualmente asiste sin coraje a la desaparición de sus edificios más emblemáticos.

Basta pasear por el tramo de Rambla que va del Víctor hasta la hoy ruinosa Plaza de Toros para entender de lo que estoy hablando.

De alguna manera, el abandono de estos espacios puede servir de terrible metáfora para ilustrar los tiempos trágicos que nos ha tocado vivir, marcados por una indigencia que por algún lado tiene que gritar basta ya.

El artículo de Diario de Avisos ofrece un breve pero completo resumen de la cronología final del Víctor.

No llega a cumplir su 59 aniversario.

Entre 2002 y 2008 es alquilado por el Cabildo de Tenerife para ofrecer cine independiente en versión original, labor que desarrolla hoy en TEA Tenerife Espacio de las Artes, y tras un acuerdo entre el Cabildo y el Gobierno de Canarias (2004 a 2008), la Filmoteca lo utilizó para la proyección de sus ciclos, entre otras actividades.

Al finalizar el contrato, el cine cerró sus puertas, lo que motivó la creación de una plataforma ciudadana que reclamaba su apertura y hasta hoy.

Para quien escribe estas líneas con sabor a réquiem el Víctor fue el cine elegante de la capital tinerfeña, y una de las salas más hermosas de cuantas haya visitado a lo largo y ancho de este mundo, cada día más empobrecido.

Son numerosas las anécdotas que ahora mismo se me agolpan en la cabeza. Pero de la que guardo más grato recuerdo es la sensación que tenía de ir, efectivamente, al cine cuando entraba en las entrañas del Víctor. Sensación que se evaporó la última vez, hará un año, cuando me di cuenta que no se había aplicado reformas en su interior, por lo que me percaté que lo que antaño parecía noble ahora apenas conservaba algo de su regia belleza.

Y es que ir al Víctor era ir al cine.

Uno escuchaba antes de la función el timbre anunciador del pase de la película y observaba, a medida que se apagaban las luces, como el telón se iban deslizando lentamente para mostrar una pantalla desnuda que en su parte inferior interrumpía la silueta de la concha del apuntador.

En la entrada te enfrentabas en aquellos años de películas para mayores de 18 años con el portero uniformado que se creía dios cuando no te dejaba pasar a la sala por menor de edad.

- ¿Carnet de identidad?

- Mire usté, es que me lo he dejado en casa.

- Pues búsquelo y me lo trae.

- ¿Y qué hago con la entrada?

- Pase por taquilla y que le devuelva el dinero.

Y si lograbas adentrarte en el palacio porque la película era para la chiquillada, notar ese ataque de rabia que te daba por dentro cuando llegaba el descanso –¡a mitad de metraje!– y se proyectaba en pantalla un cartel en el que se prohibía el consumo de pipas de girasol.

Aún permanece en mi memoria cómo los acomodadores, linterna en mano, vigilaban para que el público respetara la regla, y como solía tragarme las condenadas cáscaras mientras arrastraba con la pierna los restos delatores de las otras debajo de la butaca.

También recuerdo el cabreo que se cogió mi padre cuando uno de los porteros, aquel que tenía pinta de Madelman en afortunada descripción de David Sanz, intentó evitar que entrara a ver Forajidos de leyenda porque no había cumplido la edad reglamentaria aunque al final se impuso la sensatez y pude verla gracias a mi santo padre, con quien entré cogido de su brazo que siempre fue generoso y protector.

Mi disco duro también tiene registradas las inolvidables sesiones de cine a las cuatro de la tarde, y las esperas –antes de que comenzase la sesión– en el bar Imperial mientras merendaba –cuando alcanzaba el dinero– uno de sus deliciosos bocadillos de pollo que bajaba con un café con leche.

El Víctor, porque para mí siempre será el Víctor y no el cine Víctor y mucho menos Teatro Cine Víctor, era el Víctor por encima del Baudet, el Rex y el Greco por citar solo alguno de los cines con los que te podías cruzar en lo que por aquel entonces era el centro de la capital.

Una capital cuya nostalgia tanto ha contribuido a despertar la lectura de las novelas de Javier Hernández Velázquez, quien estoy seguro lamenta también el cierre dicen que no definitivo pero ¡ay! del último palacio que nos quedaba en una ciudad que hoy parece territorio de muertos vivientes.

Cuando inicié la campaña del No al cierre del cine Víctor y que tan mal contestó el Cabildo de Tenerife empleando para ello una política de contra información envenenada, solía terminar todos aquellos post de un El escobillón que apenas daba sus primeros pasos con un contundente: ¡No al cierre del cine Víctor!

Quiero finalizar así este post, aunque mucho me temo que sin el entusiasmo de aquel entonces, de la misma manera.

Ya saben: ¡No al cierre del Cine Víctor!

(*) Imagen tomando de webtenerife.com.

Saludos, muy triste, solitario y final, desde este lado del ordenador.