Archive for Abril, 2014

Andarse con rodeos

Viernes, Abril 11th, 2014

Buddy Love (JERRY LEWIS): Cuando uno es genial y lo sabe, como es mi caso, no hay que andarse con rodeos nena. ¿A que estás loca por mí?

Stella Purdy (STELLA STEVENS): Siempre he dicho que amarse a sí mismo es el comienzo de un amor que dura toda la vida.

Saludos, bonus track, desde este lado del ordenador.

Mientras espero al soldado Schlump

Jueves, Abril 10th, 2014

Resulta llamativo escuchar a Enrique Redel, director editorial de Impedimenta, decir que el libro debe ser colonizado. Cuando dice colonizado se refiere a que el libro debe ser usado, doblado, amoldado a tus manos… Que conserve las huellas de que ha sido leído… anotaciones en los márgenes, preguntas y entusiasmos que encierras en signos de interrogación o exclamaciones; frases y párrafos subrayados.

Y resulta llamativo porque si hay una editorial que cuida con generoso mimo sus libros es, precisamente, Impedimenta… Pero estoy de acuerdo con Redel. En mi desordenada biblioteca es fácil detectar los libros imprescindibles de los prescindibles por las cicatrices que llevan encima. Cuanto más castigado, es que fue mejor e invita a su relectura. Si el volumen aún conserva juventud es que no funcionó. Y permanece ahí como hibernado, a la espera de la invasión o la colonización como sugiere Redel.

No sé si esto debe plantear una reflexión sobre la vida, pero creo que la experiencia se adquiere cuando todo lo que te rodea no es sino derrota y aún con esas te levantas por las mañanas para continuar escribiendo el libro de tu existencia… Cada día más arrugado y probablemente más sabio y cansado.

La editorial que dirige Redel presentará coincidiendo con la Feria del Libro de Madrid una novela que ya intuyo que se convertirá en uno de esos libros por los que me preocupo en imprimirles la huella del tiempo.

El relato que rodea a esta obra amplifica si cabe el entusiasmo que me embarga por leerla… Se trata de Historias y desventuras del desconocido soldado Schlump, escrito por Hans Herbert Grimm, y de la que se pensaba que no quedaba ningún ejemplar tras ser condenado a la hoguera por los nazis en 1933.

Al menos a Joseph Goebbels no le tembló el dedo cuando la recomendó para que se convirtiera en ceniza.

Que no quedara de ella rastro alguno.

Historias y desventuras del desconocido soldado Schlump le resultaba demasiado antigermánico.

Quiso el destino que Grimm no firmara la novela. Lo que explica que su autor no terminara en un campo de concentración y sí que permaneciera en silencio mientras daba clases de español, francés e italiano durante la postguerra en la República Democrática Alemana, un país sometido a un sistema que también hubiera condenado a la hoguera sus Historias y desventuras del desconocido soldado Schlump.

Según cuenta Redel, hace poco se encontró escondido en una pared el único ejemplar que hasta ese momento se conservaba de la novela. Fue un descubrimiento casual, con resonancias arqueológicas… Me pregunto que tuvo que pensar el obrero que derrumbó la pared y se encontró con un libro cuyo estado debía de ser el de una momia.

Y pienso que aunque no resultara así, aunque no existiera pared ni obrero, y que toda esta historia fuera un fabuloso cuento publicitario, rescatar del olvido un libro del que hasta la fecha no se tenía noticia y cuya publicación se produce ahora en Alemania coincidiendo con el centenario del inicio de la I Guerra Mundial, merece la pena.

Más en unos tiempos prebélicos donde es necesario recuperar historias que, como Las aventuras del soldado Švejk, del escritor checo Jaroslav Hašek, observaron la guerra desde una dolorosa pero también apreciada perspectiva satírica. Con acento negro y un sentido del humor que hace que nos tomemos en serio la siniestra realidad.

Enrique Redel avanza otras novedades para la Feria del Libro.

Entre otros títulos anuncia El Unicornio de Iris Murdoch… También la novela gráfica de Las aventuras de Tristam Shandy, de Laurence Sterne, ilustrada por Martin Rowson.

Y pienso, cuando regreso a casa, que ahora es el momento de acercarme a esta gigantesca novela a través de su traducción al lenguaje secuencial… Y es que últimamente confío más en las versiones en cómic de grandes títulos de la literatura universal que en las cinematográficas…

Mastico eso de que el libro debe ser colonizado.

Y sí, tenemos que afilar los lápices.

A mi me gustan los de colores.

Saludos, un destello momentáneo, desde este lado del ordenador.

Auguste Dupin resuelve la incógnita

Miércoles, Abril 9th, 2014

La colección Navona Negra está (re)descubriendo muchos títulos clásicos de misterio con excelente criterio. Si ayer comentábamos en este mismo su blog Suena el timbre, de Rex Stout y protagonizada por Nero Wolfe, cuenta ahora en su catálogo con Los casos de Auguste Dupin, de Edgar Allan Poe, una buena ocasión para revisar los tres únicos relatos que escribió el inventor de la novela detectivesca y cuyas claves fueron más tarde desarrolladas por confesos seguidores como Arthur Conan Doyle y Agatha Cristhie. Así lo defiende en la introducción el traductor de Los casos de Auguste Dupin, José Luis Piquero.

Casi todo el mundo conoce alguna que otra historia de Edgar Allan Poe aunque no sepa quién fue Edgar Allan Poe. Cuenta con numerosas y generalmente poco estimables adaptaciones cinematográficas aunque sí con notables reproducciones en el cómic.

Entre los que lo conocen se elogia sobre todo sus pesadillas, infierno terroríficamente psicológico entre los que destaca El gato negro, El Maelstrom o Enterrado vivo, por citar solo tres de los que más me agobiaron de una sobresaliente producción que invita al hundimiento; pero poco su primera y única novela, Las aventuras de Arthur Gordon Pym, y sus elucubraciones filosóficas y su papel como pionero en el relato policial.

Es verdad que otros elogian, mientras tanto, su producción poética. Radio Futura versionó traducida su Annabel Lee con resultados notables, y es probable que más de uno repita como un mantra el nunca más de El cuervo porque debe ser un poema que le despierta su sentido adormecido por la poesía.

No sé que pensaría Poe de todo esto, aunque la gracia es que su nombre ha terminado por convertirse en una marca fiable a la que no araña el paso y ni el peso del tiempo. Vive, y con una salud realmente envidiable.

Ignoro si es porque “previó la oscuridad de generaciones que estaban muy lejos que la suya”, como afirma Stpehen King en la contraportada de Los casos de Auguste Dupin, pero los tres cuentos que escribió de Auguste Dupin continúan resultando una lectura deliciosa aunque ya sepas el final.

Porque ¿a estas alturas hay alguien que no sepa quién es El asesino de la Rue Morge, cuál es El misterio de Marie Rogêt y el de La carta robada?

Si es así, si no sabes nada y ni siquiera que existió Poe, bienvenido a su lado más sarcástico y también matemático. Al inventor de la novela de detectives cuya complicada ecuación resuelve el enigma.

Encontrarme otra vez con los casos de Auguste Dupin me ha hecho viajar al pasado, y recordar cómo conseguí los dos tomos de cuentos de Poe que en su momento publicó Alianza Editorial con traducción de Julio Cortázar.

En las librerías que por aquel entonces pululaban en la capital de provincias en la que vivo, no vendían el libro a adolescentes lectores. Para eso estaban los Cinco o los Siete secretos

Obtener el libro se transformó en una especie de Grial y como aprendiz consumidor cultural, pensaba que merecía la pena ahorrar el dinero suficiente.

Tuve la buena suerte, porque es buena y no solo suerte, encontrarlo un día en una papelería próxima al instituto cuando caía la tarde.

Conservo aún esos dos volúmenes en la parte de la biblioteca donde se amontonan otros Poe, y vuelvo a pasar sus páginas y a releer a salto de mata el prólogo de Cortázar.

Recupero a uno de esos escritores que forman parte de mi ya larga lista de imprescindibles.

Hago lo mismo con Los casos de Auguste Dupin.

Y ayer con los del padre Brown de Chesterton, quien propone una nueva versión de La carta robada en uno de sus cuentos.

Me pregunto entonces si el mundo conspira para hacerme feliz.

Saludos, érase una vez…, desde este lado del ordenador.

Decir adiós es morir un poco

Martes, Abril 8th, 2014

HASTA LA PRÓXIMA

Raymond Chandler escribió que decir adiós es morir un poco y ese regusto amargo que deja siempre la despedida me sabe al cierre, ya definitivo, del espacio El Generador en la calle de El Clavel en la capital tinerfeña. Ya informamos en su momento de las causas que provocaron la clausura de este pequeño oasis de cultura alternativa en Santa Cruz de Tenerife, por lo que tras decidir en asamblea y por unanimidad de los socios que no era procedente iniciar un pleito con el propietario del inmueble, se ha procedido a la mudanza y traslado de las pertenencias a un local provisional que  ha sido cedido por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Mientras, los miembros del Equipo Para buscan un sitio en el que continuar con sus actividades aunque, avisan, la intención es seguir en la brecha bien en espacios cedidos o en la misma calle. Lo que está claro es que para lograrlo tendrán ahora que adaptar su programación a la nueva coyuntura.

LA ISLA NEGRA

Por otro lado, el espacio lounge de la Librería La Isla en Santa Cruz de Tenerife acogerá este jueves, 10 de abril y de 11 a 12 de la mañana, un encuentro con Mary Jungstedt, escritora sueca que se ha especializado en novelas de misterio. Jungstedt es autora de Nadie lo ha visto, Nadie la conoce, El arte del asesino, Un inquietante amanecer, La falsa sonrisa y Doble silencio, entre otras obras.

QUERIDO DIEGO…

Como ya noticiamos en este su blog, el director de la editorial Impedimenta, Enrique Redel, conversará con los lectores este miércoles, 9 de abril, y el jueves 10, en la  Librería de Mujeres de Santa Cruz de Tenerife y en la Biblioteca Insular de Gran Canaria, respectivamente, sobre el libro Querido Diego, te abraza Quiela, de la escritora mejicana Elena Poniatowska.

ANIMACIÓN NIPONA

Como antesala a la 9ª edición de Animayo, la Filmoteca Canaria dedica un ciclo al anime o cine de animación japonés, una industria que, la verdad, no me llama demasiado la atención aunque reconozco el entusiasmo que desata entre sus aficionados. El ciclo comienza este martes, 8 de abril, a las 20.30 horas, en el Teatro Guiniguada, en la capital grancanaria; y el próximo jueves, 10 de abril y a la misma hora en el Espacio Cultural Aguere, en La Laguna. Se exhibirán un total de cinco películas: Colorful de Keiichi Hara; El verano de Coo de Keiichi Hara; Sword of the Stranger de Masahiro Andô; Una carta para Momo de Hiroyuki Okiura y Ghost in the Shell de Mamoru Oshii.

Colin Wilson, en busca del nihilista desnudo

Lunes, Abril 7th, 2014

Parece paradójica la idea de destrucción como acto creador, pero la misma creación con frencuencia tiene un elemento de destrucción, un brote de violencia. Esto puede apreciarse en los cuadros de Van Gogh, Soutine, Edgar Munch. Una enciclopedia de pintores dice refieriéndose a Munch que “veía la vida como una amenaza constante, una guerra de sexos, una prolongada historia de males y muerte”. Tal punto de vista tanto puede llevar a un hombre al arte como al crimen. Lo verdaderamente curioso es que antes de mediar el siglo XX eran escasos los criminales que mataban por esta clase de motivo: desprecio a la vida u odio a la sociedad. Dostoyevski escribió acerca de tales seres; es el primer escritor para quien el crimen adquiere una cualidad de maldad metafísica.”

(Los asesinos. Historia y psicología del homicidio, Colin Wilson. Traducción: Lena Poole de Magrans. Editorial Caralt, 1976)

Uno de los escritores más desconcertantes de las letras anglosajonas del siglo XX fue Colin Wilson, un tipo que estudió en la universidad de la vida al que no se le caían los anillos  cuando afirmaba, sin falsa modestia ni falsa humildad, que dejó de estudiar a los 16 años para ganarse la vida en una fábrica. Tarea que compaginaba con otras actividades laborales, algunas de ellas sospechosas.

Tras darse a conocer con sus libros de crítica, tal y como decía, The Outsider y Religion and the Rebel, Wilson formó parte de los Jóvenes Iracundos, donde contribuyó a cimentar sus bases aunque años más tarde se distanciaría del grupo al dejar poco a poco de lado la ficción para sumergirse en el ensayo, territorio donde –a nuestro juicio– destaca el escritor por lo delirante de sus propuestas, la mayoría de ellas reflexiones negras y confusas pero apasionantes en las que mezcla ocultismo, crimen, sexo, religión con independencia del objeto de su estudio.

Aún siendo consciente que la mayoría de estos trabajos no han aguantado la siempre comprometida prueba del tiempo, continuo defendido que el mejor Colin Wilson está concentrado en sus ensayos, obras en las que se libra del elemento narrativo para ubicarse en aspectos sombríos del alma humana que aún estremecen pese a que, reiteremos, la mayoría de sus argumentos sean fácilmente desmontables. Recomiendo en este sentido la lectura de su Diccionario del crimen, Los orígenes del impulso sexual, Los inadaptados: un estudio de alienados sexuales y Los asesinos.

Autor que gozó de bastante popularidad en los años sesenta, en plena efervescencia de la contracultura, Wilson encarnó dentro de este fenómeno su vertiente más radical y al mismo tiempo ambigua, lejos de los ecos de J. R. R. Tolkien, Herman Hesse y el Che Guevara como icono rebelde de la revolución de las flores. No, Colin Wilson buscó su propio territorio, tanto, que fue criticado duramente por una izquierda estrábica que lo acusó de fascista cuando el escritor, ahora también filósofo, reivindicaba un individualismo feroz muy mal entendido en su tiempo e incluso en el nuestro, tan caprichoso y vulnerable a ideas que van a la contra.

No tuvo vocación, sin embargo, Colin Wilson de hacer prosélitos. No le interesaban. De hecho, creo que si algo le interesó fue indagar en sus retorcidas y subjetivas investigaciones, muchas de ellas inspiradas en personajes vapuleados y proscritos como George Gurdjieff o Wilhelm Reich, psiquiatra y psicoanalista al que dedicó un libro, A la búsqueda de Wilhelm Reich, en el que procura desmontar la leyenda que rodea a este autor y sus investigaciones.

En todo caso, si algo está claro en tan desconcertante escritor es que a Colin Wilson le iba, efectivamente, los rebeldes, los subversivos, el nihilista desnudo. Y a su manera, él mismo fue un hombre rebelde, subversivo, un nihilista desnudo.

Como a otros tantos de su generación, Wilson fue tentado por el renacer que vivió todo lo relacionado con el ocultismo a finales de los sesenta y principio de los setenta, fenómeno que dejó huella no solo en el rock en su estruendosa vertiente satánica sino también en otras artes para unos más cultivadas e intelectuales.

El caso es que Wilson exploró este mundo donde todo está casi por hacer apostando por la vertiente aparentemente racional. Es de destacar, en este sentido, sus metafísicas aportaciones en obras como Lo oculto, donde cita, entre otros, a magos y hechiceros que se creyeron realmente su papel de magos y hechiceros como Aleister Crowley, Helena Petrovna Blavatsky y Grigori Rasputín, entre otros. Es autor, además, de una completa y controvertida biografía de Crowley: Aleister Crowley: The Nature of the Beast.

Como lector de Colin Wilson, más de sus ensayos que de sus novelas de ficción, novelas éstas que no dejan de resultar algo pesadas y enrevesadas, siempre he tenido la sensación al leerlo de que el escritor no se tomaba demasiado en serio, y que en el fondo fue un escéptico empeñado en comprender las manipulaciones a las que nos somete la conciencia. Esta obsesión quizá explique los interesantes aunque cuestionables estudios que dedicó al crimen de carácter sexual y a un asesino serial como Jack el Destripador. Con suerte se pueden aún encontrar estos volúmenes publicados en español en librerías de viejo o rastros urbanos. De hecho, mi biblioteca Colin Wilson ha ido engordando en los últimos años gracias a estos espacios donde todavía es posible encontrarse con escritores tan injustamente olvidados como el que hoy es objeto de este post.

En cuanto a su obra de ficción, Colin Wilson tanteó dos géneros con la misma desigual fortuna: el criminal y el fantástico. Su literatura de fantasía se inclina al universo lovecraftiano, al que empapa de una erudición que termina por desconcertar a los aficionados al universo de H.P.L., un escritor al que describió –y con sentido del humor– de malo y enfermo. Dos cualidades por otro lado que, entiendo, han hecho que sus relatos todavía disfruten de buena salud entre sus lectores, probablemente igual de malos y enfermos que Lovecraft –y si no que se lo pregunten a Michel Houellebeq– pero que influyó notablemente en la producción narrativa de Wilson. Un escritor que cuenta con un título llevado al cine en el que se drena todo su aparato filosófico: Lifeforce (Tobe Hooper, 1985) pero que respira toda la inquietud de su fuente literaria original. Tanto es el impacto que me causó Lifeforce que, a mi, particularmente, me sigue pareciendo una de las películas más deliciosas y salvajes del género en esa década ominosa que fueron los ochenta.

En cuanto a sus novelas policiales es necesario advertir a futuros –e ignoro si potenciales lectores– que no se encontrarán con las habituales historias del género sino con una fría y obsesiva búsqueda por explicar cuáles son los impulsos y las motivaciones que motivan a algunas personas a cometer actos tan salvajes como son los crímenes de carácter sexual y cuyas huellas se dejan ver en títulos como El caso de la colegiada asesinada o El caso Lingard. Dos novelas en las que se investiga no desde un punto de vista policial sino psicológico dónde se encuentra el origen que desencadena confundir deseo y perversión.

No es un escritor de fácil digestión Colin Wilson, pero sus escritos aún condensan cierta capacidad de seducción y poder hipnótico. Por muy farragosa que sean sus lecciones sobre el hombre, sabe a curiosidad. A ver el mundo que te rodea con otros ojos que no son sus ojos.

Saludos, despierta, desde este lado del ordenador.

Alec Guiness o si jugara con un rompecabeza

Domingo, Abril 6th, 2014

Ego, cuando era muy joven, sin ninguna experiencia profesional, suponía que su lugar natural en el escenario de la realidad era el centro, pero pronto aprendió que durante mucho tiempo debería estar a un lado, muy a un lado, y medio vuelto de espaldas al público. Con el paso de los años fue tomando gusto a esta posición y, más tarde, cuando tuvo pequeños papeles en produccions teatrales, expresaba a menundo el deseo de no hacerse notar en una obra, en vez de tomar al toro por los cuernos. Probablemente, piensa, nunca será el mejor; sabe muy bien que no pertenece al grupo de los grandes como Olivier, Richardson, Guielgud. Su placer consiste en juntar pequeños fragmentos de cosas, como si jugara con un rompecabeza.”

(Memorias, Alec Guiness. Traducción: Bárbara McShane y Javier Alfaya. Espasa Calpe, 1987)

Si Alec Guiness continuara entre nosotros hubiera celebrado el pasado 2 de abril el centenario de su nacimiento. No sé si con entusiasmo o con resignación, pero la excusa me sirve para escribir en torno a un actor por el que siento una devoción casi religiosa si creyera que hay un más allá cuando la experiencia me dicta que solo existe un más acá.

Digamos que lo descubrí como coronel Nicholson en El puente sobre el río Kway (David Lean, 1957), una película que ha quedado ligeramente ensombrecida –más en la filmografía de producciones multimillonarias de su director– por Lawrence de Arabia, donde trabajaba también Guiness. O como en Doctor Zivago. Pero primero fue verlo encarnando a ese obstinado militar que bordea sin saberlo la traición.

Tanto fue el efecto que aún se me pone la piel de gallina cuando William Holden exclama  ¡usted! y Guiness responde con voz estrangulada otro usted en una obra redonda, no sé si maestra porque la maestría es cosa de inhumanos, que me acompaña desde entonces y por la que aún le silbo al Coronel Bogey.

Pero hay más películas, muchas de ellas grandiosas, en la filmografía de Guiness. Un actor que no quiso hacerse notar en esas siniestras y deliciosas comedias que son El quinteto de la muerte (Alexander Mackendrick, 1955) y Ocho sentencias de muerte (Robert Hamer, 1949), en la que asume ocho papeles diferentes y que continúa contando con uno de los mejores y más insólitos finales de la historia del cine. No deberían dejar pasar esta película antes de que la Señoras de la Guadaña les visite… Aún respira.

Fue y es tanto mi reconocimiento a Alec Guiness que cuando llegó a mis manos su autobiografía celebré aquel encuentro con el alborozo que se merecía. Comencé a leerla con hambre, la misma que siente un devoto feligrés, aunque el Libro se trataran de unas memorias teatrales en las que su autor explica, entre otras muchas cosas, su proceso de conversión al catolicismo y muy poco de su carrera en el cine. Aunque cuenta con algún momento.

Una mañana, al principio del rodaje de Nuestro hombre en La Habana, Carold Reed, Graham Greene, Noël Coward y yo fuimos convocados, mientras filmábamos en la calle de la ciudad, para en ir en automóvil a conocer a Castro en un bungalow de la playa, a unos dieciocho kilómetros de distancia. No nos venía bien, pero Carol pensó que sería oportuno. Cuando llegamos al lugar nos llevaron a una sala de estar de la primera planta de un edificio desde donde podíamos ver, a través de las persianas, en el bungalow de abajo, a Castro y a sus consejeros, todos barbudos, de largos cabellos, con gorra de visera y gesticulando los unos frente a los otros entre una nube de humo de cigarros. Cada diez minutos más o menos aparecía un soldado y anunciaba: “Fidel vendrá dentro de un momento.” Pasaron noventa minutos y Fidel no llegaba. Todos estabamos impacientes, cuando Carol dijo con decisión: “Es una lamentable pérdida de tiempo. Vámonos.” Hasta Graham, ardiente admirador y amigo personal de Castro, pensó que lo mejor era marcharnos; lo hicimos de inmediato. El angustiado soldado se retorció las manos desesperadamente, pero le hicimos a un lado. Creo que fue Noël quien le sonrió tranquilizadoramente y le dijo “mañana”.

Sus recuerdos retratan a un hombre profundamente implicado con su oficio y muy preocupado por la religión. Es curioso como el catolicismo tentó a tantos buenos escritores anglosajones. Su sentido de la culpa y el perdón hace estas cosas.  Y pienso en Graham Greene y G. K. Chesterton, dos colosos conversos a la ¿fe verdadera?

Cuentan que Guiness vio la luz mientras encarnaba al padre Brown, el sagaz sacerdote católico que se dedica en sus horas libres a resolver casos criminales. Si leen algunos de los relatos de Brown es inevitable que el sacerdote de provincias termine siendo Alec Guiness. Lo mismo pasa con el funcionario y espía George Smiley de las novelas de John Le Carré, a quien el actor interpretó en las series Calderero, Sastre, Soldado, Espía, así como en La gente de Smiley.

Escucho que detestaba cordialmente a Obi Wan Kenobi, el de La guerra de las galaxias, pero ahí está Wan Kenobi/Guiness por mucho que Ewan McGregor se empeñara en recrear su juventud en la segunda trilogía que no es segunda trilogía sino la primera de ese culebrón –space opera, dicen los técnicos– que conocemos como La guerra de las galaxias.

A Alec Guiness lo pueden ver en otras muchas películas. Las dos primeras de su filmografía y firmadas por el señor Lean encarnando a personajes de Charles Dickens. También históricos como el príncipe Feisal en Lawrence de Arabia; al pusilánime monarca Carlos I en Cronwell y al emperador Marco Aurelio en La caída del imperio romano o como Adolf Hitler en esa otra mirada al hundimiento que es Los últimos diez días.

La pasada noche soñé que me encontraba con Alec Guiness tomando tazas de té. El exprimía con delicadeza un limón sobre la sustancia mientras yo derramaba una nube de leche en la mía. No recuerdo que cruzáramos palabras durante un rato, ese rato que en los sueños parece que encierra una eternidad, hasta que me preguntó qué leía.

Le respondí que estaba otra vez con las historias del padre Brown y que era inevitable que me lo imaginara como él. El señor Guiness sonrió y se puso delicadamente dos dedos en los labios mientras otros ilustres centenarios como Marguerite Duras y Octavio Paz entraban en la habitación…

Saludos, los chicos están bien, desde este lado del ordenador.