Archive for the ‘Óbitos’ Category

Los Marías y yo, mismamente

Lunes, Septiembre 12th, 2022

Las redes se inundan de comentarios que lamentan la muerte del escritor español Javier Marías, que fallece, se nos va, demasiado pronto aunque uno tiene la sensaciòn que la muerte llega, nos llega, con prisas, sin que tengamos tiempo a meditar profundamente en qué consiste eso de volver a ser nada. Nada absoluta. En el caso de Marías nos quedan sus libros, un inmenso legado de páginas y páginas al que llegué hace ya unos años gracias al regalo de un amigo del alma, pero del alma, alma, que tuvo a bien regalarme Tu rostro mañana que, como saben algunos, se publicó originalmente en tres entregas (Fiebre y lanza, Baile y sueño y Veneno y sombra y adiós) entre 2002 a 2007.

El volumen que está en mis manos es generoso en páginas, supera las 1.300, y ocupa un lugar secreto en mi desordenada biblioteca. Pero no fue Javier sino Miguel el primer Marías que conocí en mi agitada existencia gracias a un programa de cine que se criticó mucho entonces y que ahora reivindican con nostalgia los cinéfilos de medio país: Qué grande es el cine, que dirigía y presentaba José Luis Garci y en la que tras la exhibición de un largometraje cuato o seis tertulianos hablaban de las grandezas de esa misma película.

Entre los habituales, se encontraba Miguel Marías, que era uno de los pocos que hablaba con seriedad de lo grande que a veces es el cine. Más tarde me enteré que eran familia por parte materna de una rama de ilustres e ilustardos cineastas como Jesús Franco, que fue un francotirador y al que tuve el honor de entrevistar sirviéndome de intermediaria quien fue su mujer: Lina Romay y con el que charlé de lo divino y de lo humano de, entre otros temas, sus innumerables pseudónimos, su afición a los desnudos, su capacidad para dirigir películas en tres días y, por último, cómo fue trabajar al lado de un monstruo. Un monstruo llamado Orson Welles. Marías era familia también de otro director de cine fundamental para comprender la historia del cine español como Ricardo Franco.

Pero digamos que mi gran encuentro con alguno de los Marías no fue ni con Javier ni con su hermano Miguel, sino con su padre, don Julián Marías, que escribía por aquel entonces unos interesantes artículos de opiniòn en la revista Blanco y negro que se vendía todos los domingos con el ABC.

Me encontraba por aquel tiempo en Madrid, y vivía por aquel tiempo también en una calle llamada de Isla de Oza, que se encontraba por Puerta de Hierro pero no en la zona noble sino en la pobre. Con todo, vivir tan alejado del centro y en un barrio donde todo el mundo trabajaba mucho para llevar el pan a su casa, hacía muy especial la convivencia porque allí, en aquella calle, nos conocíamos todos. De hecho, casi todos nos enciontrábamos de noche en un bar medio pub llamado El semáforo donde te preparaban, por cierto, unos bocadillos espectadulares de morcilla de Burgos y si no quiedaba de panceta con queso amarillo que devorabas en unos pocos segundos.

La parada de guagua (autobuses) que te llevaba al centro –recuerdo que la parada en el otro extremo de la ciudad era detrás del cine Callao– estaba prácticamente al lado de casa, donde vivía con otros dos compañeros y que siempre llevaba un libo (lo sigo haciendo, es algo que no se me ha ido con la edad) en las manos que por aquellos días se trataba de México insurgente, escrito por el periodista John Reed que ha sido siempre una especie de faro, de guía, y del que leí también su famoso Diez días que conmovieron al mundo y una serie de sobresalientes reportajes en un volumen titulado La guerra en Europa oriental. Esa guerra es la primera y para los que gustan de estos temas como quien les escribe, es un frente no demasiado conocido de un conflicto que al finalizar hizo pensar a muchos que sería la última de las guerras.

El caso es que estaba en la parada, apoyado en un murito que servía de parterre de plantas decorativas esperando pacientemente la guagua cuando un señor mayor me preguntó que qué estaba leyendo. Le mostré la portada y tras consultarla me dio unas palmaditas en los hombros y exclamó que estaba muy bien que un joven leyera (en aquellos tiempos todavía era joven).

Me dijo también pero sin decir su nombre ni el medio en el que colaboraba que el también escribía… Y me recomendó que leyesa el Quijote si no lo había hecho y El buscón de Quevedo cuando llegó la guagia y puso final a aquella extraña conversaciòn. Extraña porque entonces como ahora resulta raro eso de hablar de libros. Y más si se trata con un desconocido.

Solía sentarma al final de la guagua y vi como aquel simpático viejito lo hacía delante mientras le daba vueltas a la cabeza porque, diablos, algo me decía que conocía a aquel caballero.

Lo supe el domingo de esa misma semana o quizá fue el de la siguiente o siguiente que lo mismo da. Estaba leyendo la revista Blanco y negro cuando de pronto vi la fotografía del autor de un artículo de opinión, una sección fija entonces en aquella publicación… y el viejito no era otro que don Julián Marías. Más tarde leería su autobiografía Una vida presente y adquirí en un rastro su voluminosa Historia de la filosofía, dos obras que son como dos islas en una nutrida bibliografía…

Muere Javier Marías, su hijo y el hermano de Miguel y familia de los Franco, no del dictador sino de los que se dedicadon al cine… Y pienso en aquella anécdota con el padre y no con el hijo a quien creo que vi una vez (a Javier me refiero) sentado en una terraza más o menos próxima a la Plaza Mayor de Madrid con otro escritor, Arturo Pérez Reverte. Luego lo demás se difumina, y siento, lo siento de veras, la ausencia de un Marías que a sun manera y aunque sea de forma tan marginal, forma parte de mi vida. Un chispazo, un momento, un eco si así lo quieren… perio un recuerdo, un recuerdo que es siempre algo más que nada más.

Saludos, mañana en la batalla piensa en mi, desde este lado del ordenador

José Guirao, un técnico de Cultura

Lunes, Julio 11th, 2022

No es habitual encontrarse con profesionales de la cultura que, al margen de las lisonjas y parabienes que implica el cargo, conoce a fondo el sector y sabe cómo getionarlo. Uno de ellos fue José Guirao Cabrera (Pulpí, Almería, 9 de junio de 1959 – 11 de julio de 2022), ministro de Cultura (2018-2020) en uno de los períodos más difíciles y confusos que ha vivido este país en los últimos años.

José Guirao sin embargo fue cortesmente sustituido en uno de esos cambios de timón que tanto caracterizan al actual gobierno de España, y el técnico se retiró a sus cuarteles de invierno, que fue volver a su antiguo trabajo como gestor de la Casa Encendida, hoy todo un referente de cómo ha de hacerse las cosas en políticas culturales.

José Guirao estuvo el año pasado en Tenerife para impartir la primera charla inaugural de la Cátedra Cultural de Gestión y Políticas Culturales de la Universidad de La Laguna. El acto se desarrolló en el Paraninfo y contó con una notable asistencia de público entre los que se encontraban sobre todo funcionarios y técnicos en materias culturales de las islas.

El diálogo fue fluido aunque Guirao no pudo evitar su lado político, lo que significa que no respondió directamente a preguntas difíciles ya que se iba por las ramas y se liaba como una persiana. Cuando entendía que podía explayarse, era una gozada escuchar las palabras de un hombre que conocía tan bien al sector y la gente que lo mueve.

Al finalizar la conversación y cuando los policías nacionales que le servían de escolta dejaron que hablara con el público, recuerdo que alguien le preguntó qué opinaba de Federico Jiménez Losantos, el más que periodista, azote liberal de las derechas e izquierdas de este país, y que él respondió que era muy amigo de su hermana, y que conocía personalmente a Jiménez Losantos, un tipo, resaltó, “antisistema”, no dijo en ningún momento ni facha ni fascista que son expresiones que utiliza la gente tan gratuitamente como ahora lo de rojo y comunista.

José Guirao, más allá de las ideologías y de las exigencias del partido socialista, era un técnico, un tipo que hacía gestión y que tenía una idea muy clara de cómo hay que conducir a la cultura cuando se detenta algo de poder. El poder no está para vivir del cuento sino para presionar si la ocasión lo requiere por el bien de la comunidad. Lecciones, como observan, tan necesarias y mucho me temo que urgentes para que los que en la actualidad asumen responsabilidades de gestionar políticas culturales aprenden cómo deben de ejercerlas. Pero soy consciente que mis palabras caerán en el vacío ante un viceconsejero de Cultura como es Juan Márquez Fandiño que no pone orden en su Instituto Canario de (sub)Desarrollo Cultural y no responde a preguntas ni reacciona ante la lluvia de críticas que está erosionando su gestión (¿?) o en el Cabildo de Tenerife su director insular, Alejandro Krawietz, que empieza a ser conocido en el ambiente como el gorgorito, solo que su té, chocolate y café suele quedarse en casa. Respecto a los ayuntamientos de Santa Cruz de Tenerife y La Laguna, lo mejor es mirar hacia otro lado porque su agonía comienza a ser putrefacta.

Recuerdo que durante aquel rato con José Guirao salió a colación lo de la batalla cultural que en la actualidad, dicen, libran las derechas contra las izquierdas. Guirao se quejaba porque el discurso de su partido, el que está en el gobierno, fuera tan poco realista con la conquista de América y pensaba que ese asunto lo estaban ganando las derechas por goleada. Le respondí entonces que si así fuera, la causa de esta derrota se debía a los supuestos progresistas a los que no les gusta, aunque piensen lo contrario, hablar de temas que resultan tan incómodos cómo la América española y la herencia de España en aquella América que fue española.

Meditó un rato y acabó por darme la razón pero mucho me temo que todavía faltan años para que veamos a los socialistas reivindicar lo que significó con toda su grandeza y miseria la conquista de aquel territorio sin sonrojo alguno. Y mucho menos, sin la urgencia de pedir perdón.

Pero si hubo un tema del que le encandilaba hablar era sobre su pueblo natal, Pulpi, en Almería, tierra a la que regresaba durante las vacaciones. Es decir, que en estos calurosos días de julio debía de estar allí y no donde se encuentra ahora.

Me conmociona sin la gravedad de un terremoto la muerte de José Guirao, sobre todo porque todavía era muy joven y sobre todo también porque con él muere un técnico excepcional, un hombre que trabajó casi toda su vida por esto que llamamos cultura y no curtura que es lo que se hace en esta tierra en la que me tocó nacer.

José Guirao se nos fue con solo 63 años, recién cumplidos además, un hombre que supo lo que tenía que hacerse al frente de tal responsabilidad. Un profesional que tuvo muy claro que ocupar ese cargo no era para beneficiarse él ni sus colegas sino trabajar en beneficio de todos, al margen de querencias y maledicencias personales. Fue un técnico, un profesional. O el ideal de un funcionario al que le costaba decir lo de vuelva usted mañana porque prefería el vamos a arreglarlo hoy, hoy mismo.

Lo mismo, esto es ironía, que hacen nuestro viceconsejero, director general y responsables de curtura a este lado siempre sufrido del Atlántico.

Fernando García de Cortázar, en busca de la España ¿posible?

Lunes, Julio 4th, 2022

Fernando García de Cortázar (Bilbao, 4 de septiembre de 1942-Madrid, 3 de julio de 2022) se encontraba en Tenerife para presentar su Breve Historia de España y tuve la ocasión de entrevistarlo a propósito de ese libro, un libro de historia de España que se había convertido en todo un éxito de ventas.

La Breve Historia de España narraba con espíritu divulgador el relato de un país con el que no estábamos muy identificados. No por nada, pero España, la península como decíamos y decimos, estaba muy lejos. De hecho, creo que siempre ha estado demasiado lejos. Por fortuna o sin ella.

Aquel libro intentaba al menos contar la historia de este país sin demasiados prejuicios, y la hacía enormemente atractiva. Explicaba, además, otro montón de cosas que al menos a mi me descubrieron las grandezas y miserias de eso que los exaltados llaman patria.

No sabía que Fernando García de Cortázar fue jesuíta, lo descubro ahora, pero sí recuerdo la tirantez primera que hubo cuando nos sentamos para conversar. El diálogo fluyó sin embargo didácticamente, y el historiador se fue abriendo un poco. Sí que tenía un aire de suficiencia (pasa con todos los historiadores españoles que se han hecho conocidos) que creo era más una pose que otra cosa.

Los años fueron pasando y aparecieron nuevos libros sobre la historia de España escritos con rigor pero sin el pesado estilo académico que marca la Universidad, como la Historia de España contada para escépticos, de Juan Eslava Galán, cuyo referente, y probablemente también el de García de Cortázar, me recuerda a La otra Historia de España de Fernando Díaz-Plaja.

Entrevisté en otra ocasión a Fernando García de Cortázar. El motivo la publicación de otro libro que no recuerdo cuál era. El problema es que el historiador intentó revalidar el éxito de su Breve Historia de España con una serie de obras que no tuvieron el eco del primero. Quizá porque él que recelaba de los nacionalismos al final fue un nacionalista más. Un nacionalista más, solo que español. Y de su España insistió erre que erre. Más o menos algo parecido, pero menos radical, a lo que hace ahora María Elvira Roca Barea, salvando las lógicas distancias entre uno y otro.

Pero al margen de salir del armario y expresar su me duele España, García de Cortázar fue uno de los primeros historiadores españoles en escribir sobre este país con debida distancia y el ánimo de que comenzáramos a sospechar de los libros sobre la historia de este país escritos por historiadores y periodistas anglosajones y alguno francés.

El historiador era consciente que la historia es una ciencia blanda y como tal, le fastidiaba que se hablara de nuestra historia sin tener pajolera idea. De hecho, afirmaba que escribía para que los lectores no leyeran sino sintieran la historia de España. Un proyecto al que dedicó gran parte de su vida y que creo que no llegó a comprender nunca.

Me entero ahora que uno de sus maestros en la ciencia de contar, o reinterperetar según las fuentes, el pasado, era Miguel Artola, a quien tuvo también la ocasión de entrevistar, pero no encuentro nada en común que los ligara salvo su empeño en contar la historia de este país que se nos perdió hace años con distancia más que objetividad.

En estos tiempos extraños que nos ha tocado vivir, de traiciones bobas, mentiras graves y con un retrato del futuro nada atractivo, la desaparición de Fernando García de Cortázar puede entenderse también como simbólica. Con él desaparece uno de los promotores por estudiar este país de cafres con una nueva mirada. Una mirada que abordaba lo mejor y lo peor de nuestro relato como nación sin escorarse demasiado ni a un lado ni al otro. Muchos, ya dije, aprendimos a reconciliarnos con esta nación tan indomable gracias a historiadores que como él se empeñaron en demostrarnos que España es diferente, sí, pero que como país ha estado toda su existencia vinculado al proyecto europeo.

Dicen que se encontraba bastante pachucho en los últimos meses pero quiero imaginar que, pese a la batalla que se estaba librando dentro de su propio cuerpo, no perdió el entusiasmo por seguir contando nuevas por viejas historias de una España en la que hoy cuesta tanto reconocerse.

Saludos, bien viaje, desde este lado del ordenador

Adiós a todo eso

Miércoles, Junio 22nd, 2022

Recibo el aviso que José Luis Balbín ha muerto y pienso en el presentador y periodista (esto es más importante de lo que se cree) que condujo La clave cuando todavía éramos jóvenes y creíamos en algo.

No sé que edad tendría entonces, pero en mi casa lo seguían de cuando la televisión era en blanco y negro. Luego llegó el color y le pudimos ver los colores a José Luis Balbín. Si uno recuerda alguno de aquellos programas reconocerá que comenzaba con una presentación de los invitados, el tema a debatir, la exhibición de una película relacionada con la charla y la tertulia con una media de seis invitados por programa.

Gracias a La clave pude ver El planeta de los simios, una de esas películas que me cambió la vida. Siempre me cayó mal el arrogante Taylor, el astronauta que desprecia a los monos porque se cree superior. Nunca olvidaré a Cornelius y sobre todo a la doctora Zira, que debe ser la primera y última mona de la que me enamoré gracias al cine.

No recuerdo ni de qué iba ni de quiénes estuvieron en aquel debate pero aún le guardo agradecimiento especial a Balbín por eso.

La Clave nació con vocación de ser un programa de tertulia serio porque se tomaba en serio. Desde los títulos de crédito, la cosa anunciaba seriedad por los cuatro costados gracias a la música, que fue compuesta expresamente para el programa por Carmelo Bernaola.

En La Clave se fumaba, estaba permitido entonces. Y creo que también se bebía. Al menos algunas risas nos cogimos con Balbín sobrio al principio de la emisión y con el Balbín digamos que festivo con los que despedía aquel kilométrico programa. Claro que esto de que estaba sobrio y terminara alegre puede ser un infundio de los monárquicos.

Si uno revisa algunos de los debates que se encuentran en You Tube, descubrirá una forma de hacer periodismo televisivo que hoy chirría. En La Clave se charlaba y no recuerdo yo que se chillara. En ocasiones se producían momentos de alta tensión, como el que se vivió en el estudio con Enrique Tierno Galván, político, sociólogo, jurista, ensayista, fundador del Partido Socialista Popular y alcalde de Madrid; Santiago Carrillo, Secretario General del Partido Comunista de España y el filósofo francés Bernard-Henri Lévy.

Les rogaría que lo vieran. Uno se siente orgulloso de cómo torean Tierno como Carrillo a Bernard-Henry Lévy.

Veo ahora fotografías de José Luis Balbín sin barba, lo que me resulta curioso porque para mi siempre tendrá barba y una pipa como Maigret en los labios. Pero más allá de la imagen que proyectó, si me emociona ahora recordarlo es por su voz. Una voz que a veces planteaba preguntas con una risilla para despistar.

Se es consciente de que va resultar difícil que vuelvan estos programas. Conducidos por personas no sé si inteligentes pero con olfato para oler la noticia e invitados serios. Tan serios que incluso los cómicos parecían descafeinados. Con la ausencia de Balbín me doy cuenta que la televisión que conocí entonces desaparece, que ya no es tiempo de dinosaurios aunque cuando despierte sigan ahí.

Afortunadamente, nos queda mucho Balbín en las redes sociales así que volver a él es como volver a un país de nunca más. Esa España que comenzaba tímidamente a tomarse en serio porque estaba aprendiendo a dejar atrás el miedo que todavía llevamos dentro. Parece que no, pero el periodista que hablaba con esa voz que te metía en el bolsillo me ayudó a ver las cosas con otra mirada. Golpito a golpito. Obligándome a dejar atrás todo eso.

Fallece el escritor vasco Fernando Marías

Domingo, Febrero 6th, 2022

La primera vez que oí hablar de Fernando Marías fue sin que mencionaran a Fernando Marías (Bilbao, 1958) sino uno de los trabajos que había firmado para la televisión, se trataba de un falso documental que escribió junto a Juan Bas y que se exhibió en la noche de los tiempos en esa caja que no es pero sí que hacen tonta.

Recuerdo a mi madre comentándome una mañana de ¿domingo? Que había visto la noche anterior un programa en el que se afirmaba que el poeta granadino Federico García Lorca no murió fusilado aquel día maldito de 1936 sino que, amnésico y desfigurado logró sobrevivir al vil asesinato. El documental formaba parte de una interesante serie cuando la televisión pública presentaba programas de interés, Páginas ocultas de la historia y por esos meandros de la memoria lo recordé ayer, ya de madrugada, cuando leí en un chat de grupo el anuncio del fallecimiento del también escritor vasco.

El impacto fue tremendo, y no porque me uniera una gran amistad con Fernando Marías sino porque recordé la primera y última entrevista que le hice en la madre de todos los festivales del literatura de género que se celebran en el mundo: La Semana Negra de Gijón, donde estaba junto a Bas, a quien también entrevisté.

Con ambos, además de hablar de los libros que iban a presentar en la ciudad más rebelde de Asturias, charlamos de cine. El resultado de la conversación se puede buscar en hemerotecas si les interesa. Y tuvo que ser, si no el año en que España ganó el Mundial de Fútbol, el anterior o el siguiente.

El caso es que tras finalizar la entrevista comenzamos a hablar de cine apoyados en la barra de un bar mientras nos tomábamos unas cañas. Salieron muchos nombres de actrices y actores, también de cineastas y películas que de una manera u otra nos habían cambiado la vida. Una de esas charletas que entre cinéfilos del mundo, uníos, se dan con cierta frecuencia en la barra de los bares que no solo viven, las barras de los bares, de diálogos futboleros.

Fernando Marías me dijo en la conversación algo que me sorprendió como aficionado al cine, y es que detestaba con toda la cordialidad del mundo el musical, que es un género no por el que sienta devoción pero sí un singular interés quien ahora les escribe. Más tarde me dijo que su género favorito era la comedia. La comedia y después, con una distancia de apenas unos poquitos metros, el western.

Le respondí, como amante de las películas indios y vaqueros, que uno de mis western favoritos era El último atardecer. El filme de Robert Aldrich sigue siendo uno de mis predilectos pasado el tiempo, y no me canso de verlo en casa. Muchos sabrán que el largometraje está protagonizado por Kirk Douglas y Rock Hudson, también por Joseph Cotten, Doroty Malone y Carol Linney, que fue una actriz de la que estuve virtualmente enamorado durante muchos años. A Fernando Marías le gustaba bastante también esta película que más del oeste y una tragedia bíblica que son los mejores western, es un estudio psicológico de personajes que todavía resiste (y con la cabeza bien alta) el paso del tiempo.

También hablamos con la grabadora en pausa de otras películas y creo que me hubiera quedado toda la tarde escuchando sus preferencias cinematográficas si no llega Juan Bas para recordarme que le tocaba entrevistarlo. La entrevista con Bas giró por parámetros parecidos aunque también ocupó un buen pedazo la gastronomía aquella conversación con un aquel hombre barbado y con un extraordinario sentido del humor que lo llevó a organizar en Bilbao un festival de literatura de humor que todavía sigue dando guerra, pero no sé si con Bas al frente.

Me resulta dolorosa la muerte por lo que tiene de ausencia repentina. Llevo ya demasiadas lágrimas vertidas por los seres queridos que me dijeron adiós a lo largo de este tránsito que es la vida y soy consciente que un día de estos quien se irá a la nada será quien ahora les escribe. No me quita el sueño. Pero si algo me quita el sueño es conocer que la gente a la que quiero por cercana y a los que conocí solo una vez y de lejos como Fernando Marías desaparecerán algún día porque esta es la ley. La ley de la vida y de la muerte.

Quiero imaginar por eso que si existe un más allá o un más acá, Fernando Marías estará ahora mismo viendo por enésima vez en un amplio salón del paraíso El apartamento, que fue, me dijo, una de sus películas favoritas. Uno de esos títulos a los que volvía una y otra vez porque como tantos (y me incluyo) se sentía como el arribistas frustrado que encarna Jack Lemmon ante la fantástica señorita Kubelik que encarna Shirley MacLaine en el esplendor de su carrera cinematográfica.

Me pregunto si entre las nubes del edén, allí donde tocan el arpa ángeles con alas, aparecerá Billy Wilder para informarle a Marías que, efectivamente, él es Dios en esa película en la que ahora vivirá eternamente el escritor y guionista.

Los vivos, mientras tanto, permanecemos aquí abajo lamentando su muerte.

El espejo, una vez más, se ha roto.

Monica Vitti coge el tren

Miércoles, Febrero 2nd, 2022

Monica Vitti (Maria Luisa Ceciarelli, Roma, 3 de noviembre de 1931-Ib., 2 de febrero de 2022)

En la imagen, la actriz en Modesty Blaise (Joseph Losey, 1966)