Estrellas de pop rock ¿estrellas de cine?

Domingo, Agosto 11th, 2013

Antes de tantear la interpretación lo conocerán por su música.

Es un aviso, un adelanto del rumbo que tomará este post.

Un repaso, como siempre corto, demasiado corto, de grandes estrellas de la música que en un momento y otro de su carrera probaron también con eso de ponerse delante de las cámaras.

Es decir ¡¡¡que no cantan sino que interpretan!!!

Alguno de ellos con sobresalientes resultados. Otros, la verdad, no tanto.

En este repaso y por cuestiones de espacio, no citaremos a los tres ilustres mosqueteros del Rat Pack, Frank Sinatra, Dean Martin y Sammy Davis Junior. Tampoco hablaremos de Elvis Presley, Bobby Vinton ni de Barbra Streisand, que cuenta con una notable carrera como actriz y productora, también como directora.

Obviaremos, con gran dolor por nuestra parte, las cintas no musicales que protagonizaron dos leyendas del country western como Johnny Cash y Willy Nelson. Ni reseñaremos la experiencia como secundario de Bob Dylan, Keith Richards, Bon Jovi ni Steve Van Zandt, a quien reconocerán como el consigliere Silvio Dante en Los Sopranos.

Por negarnos a rompernos la cabeza, porque no están los tiempos para rompernos la testa, obviamos también las experiencias cinematográficas que jalonan la carrera del crooner Harry Coonick Jr. Y la de Chris Isaac, Sting, Justin Timberlake, Madonna, Iggy Pop, Will Smith, Meat Loaf, Debbie Harry, Cyndi Lauper y tantos, tantos otros artistas de la música que un momento dado de su carrera fueron tentados por el cine.

No, en este post solo vamos a hablar de los largometrajes que han protagonizado seis artistas anglosajones –es probable que repitamos la experiencia con europeos y americanos del sur en otra ocasión– como son Mick Jagger, David Bowie, Kris Kristofferson, John Lennon, Ringo Starr y Roger Daltrey porque tengo debilidad no ya por todos ellos sino también porque su música forma parte de eso tan cursi que llaman la banda sonora de tu vida.

Mick Jagger.- El señor morritos ha probado suerte en el cine sin hacer de cantante en títulos tan extravagantes como Perfomance (Donald Cammell y Nicolas Roeg, 1968), el western con acento australiano Ned Kelly (Tony Richardson, 1970) y el frustrante filme de ciencia ficción Freejack (Geoff Murphy, 1992) que está basado, al parecer, en una novela del notable escritor Robert Sheckley. Jagger interpreta también al jefe de una agencia de gigolós en The man from Elyssian fields (George Hickenlooper, 2001).

David Bowie.- De la lista que presentamos, probablemente sea el dandi camaleón el que más ha probado esto del cine junto a Kristofferson. Películas donde podemos ver a Bowie tanto como protagonista como secundario de lujo son y siempre sin dar la nota: El hombre que vino de las estrellas (Nicolas Roeg, 1976); Feliz Navidad Mr. Lawrence (Nagisa Oshima, 1983), donde comparte cartel con otro músico y compositor, el japonés Ryuichi Sakamoto; El ansia (Tony Scott, 1983), una película de vampiros ambiguos muy identificada con su época, los ochenta; Laberinto (Jim Henson, 1986); La última tentación de Cristo (Martin Scorsese, 1988), donde interpreta a un insólito Poncio Pilatos; Basquiat (Julian Schnabel, 1996), en la que se mete en la piel de Andy Warhol y El prestigio (Christopher Nolan, 2006), filme en el que asume el papel de Nikola Tesla, ese genio al que se acusó de científico loco, entre otras cintas.

Kris Kristofferson.- Para mi continúa siendo el mejor Billy the Kid. La culpa la tiene el hoy maltratado y ninguneado por crítica y cinéfilos de medio pelo, Sam Peckimpah. Pat Garret and Billy the Kid (1973), con todos sus defectos, que los tiene, si quieren ese exceso de lirismo que casi nadie le perdona actualmente al director de Grupo salvaje, no es que sea un western ejemplar, es que ha terminado por convertirse en un clásico que aún rompe y rasga dentro de tan ilustre género. A las órdenes de Peckimpah, Kristofferson trabajó también en Convoy (1980), otro western pero moderno, ya que los vaqueros conducen ahora camiones gigantes que atraviesan autopistas y carreteras comarcales; y haciendo de canalla en la que quizá es, a nuestro juicio, la mejor película del cineasta, la pequeña pero intensa Quiero la cabeza de Alfredo García (1974). A Kristofferson también lo vimos como protagonista en una nueva versión de Ha nacido una estrella (Frank Pierson, 1976) donde “descubría” a esa feúcha tan atractiva que es Barbra Streisand y en el western crepuscular –otro western– que es Las puertas del cielo (Michael Cimino, 1980). Kristofferson está también en el filme de ciencia ficción Millenium (Michael Anderson, 1989) y en el estupendo policiaco sureño Lone Star (John Sayles, 1996). Como secundario de lujo aparece en los tres Blade, Payback (Brian Helgeland, 1999), una nueva versión de A quemarropa, novela de Donald Westlake, escrita con el pseudónimo de Richard Stark, y con Mel Gibson en el papel de Parker, ahora Porter, y en El planeta de los simios (Tim Burton, 2001) entre otras tantas películas.

John Lennon.- Para unos sigue siendo el mejor Beatle, aunque para otros es Paul, George e incluso Ringo. Dejando de lado tan antipático debate, John Lennon también probó en el mundo del cine con la intención de desembarazarse de su carcasa de estrella de la música pop rock. Solo cuenta, en este sentido, con una película, un título menor en la filmografía de Richard Lester rodado en Almería y que se distribuyó en España con el título de Cómo gané la guerra. No deja de ser esta película una entretenida película con mensaje antibélico que aún se sostiene. Es verdad, en todo caso, que si algo desentona en la misma es el mismo Lennon, lo que pone de manifiesto lo difícil que le resultó desembarazarse, precisamente, de su carcasa de estrella de la música pop rock.

Ringo Starr.- Si lo comparamos con Lennon, Ringo tuvo más suerte cuando probó suerte en el cine asumiendo un papel que no tuviera nada que ver con la música. Cavernícola (Carl Gottlieb, 1981) fue, que recuerde, todo un éxito al menos en la isla en la que vivo. Tanto, tanto, tanto, que si no la habías visto no eras nadie. Pasado el tiempo, la verdad, es que el filme ha envejecido no tan bien como el ex batería de The Beatles. De esta comedia en clave de parodia sobre el hombre de las cavernas destaca, además, Barbara Bach, unida sentimentalmente a Starr y un jovencísimo Dennis Quaid.

Roger Daltrey.- Finalizo este repaso con la voz de The Who, un grupo que junto a The Beatles y The Rolling Stones ha marcado con su música mi paso inestable por este sendero que es la vida. Al margen de la ópera rock Tommy y la estrafalaria Lisztomanía, musicales ambos de Ken Russel, y de sus puntuales apariciones en series de televisión, Daltrey protagonizó la reivindicable McVicar, el enemigo público nº1 (Tom Clegg, 1980) donde interpreta a un delincuente legendario en las páginas de la historia criminal del Reino Unido. No he vuelto a ver de nuevo la película, así que no sé como la habrá tratado el paso del tiempo, pero la primera y hasta ahora única vez que la vi me dejó lo que se dice emocionado.

Tanto, que la mencionaremos en un post que, en este momento elaboramos sobre las que, a nuestro juicio, son las diez mejores películas de temática carcelaria del cine.

Hasta ese momento…

Saludos desde este lado del ordenador.

Los dos rombos

Miércoles, Julio 17th, 2013

Entre las muchas cosas que traumatizaron mi niñez y adolescencia se encuentran los dos rombos con los que la autoridad competente avisaba a los padres de los contenidos sensibles que se iban a emitir.

Creo que desde ese entonces, los rombos y yo nunca nos hemos llevado demasiado bien. De hecho, se trata de un cuadrilátero paralelogramo que aún resisto a que entre en mi imaginario. Un imaginario que, últimamente, no hace otra cosa que viajar al pasado quién sabe si buscando la fuente de la eterna juventud, divino tesoro.

Como el protagonista de la serie Vive soñando, un pedazo grande de mi existencia se lo debo a la televisión. A perder horas y horas observando aquel aparatito primero en blanco y negro y más tarde en color.

No recuerdo, sin embargo, que en mi casa fueran muy estrictos con  aquello de los rombos, aunque hubo series, como una dedicada al doctor Jekyll y el señor Hyde que me fue vedada porque sus imágenes podían despertar pesadillas.

Pero no era para tanto, aunque quizá eso explique mi temprana afición por la literatura fantástica y que la otra mitad de mi vida me la dedicara a leer colorines de terror (Vampus, Rufus, Vampirella, Dossier Negro, Espectro…) y devorando, esa es la palabras, los cuentos de Hans Christian Andersen, Jacob y Wilhelm Grimm y también Las aventuras de Pinocho de Carlo Collodi, entre otros. Relatos, en definitiva, inquietantes.

Más tarde me inicié en la masonería lovecraftiana, de la que puedo decir sin rubor alguno que soy Maestro del grado 33.

Paradójicamente, la lectura de estos libros contribuyó a que mis pesadillas no estuvieran pobladas de monstruos. Mis pesadillas, entonces y ahora, resultan de un realismo embrutecedor que todavía hoy me hace abrir los ojos con el cuerpo empapado en sudor.

El conde Drácula, King Kong, los monos de El planeta de los monos eran amigos. De hecho, en las paredes de mi dormitorio colgaban fotografías de Boris Karloff como la criatura solitaria del doctor Frankenstein, y King Kong, la versión del 33. También Christopher Lee enfrentándose al mejor Van Helsing de la Historia del Cine, Peter Cushing.

Muchas de estas películas las descubrí cuando tenía la edad que recomendaban los rombos. Por eso considero a los rombos responsables de mi tardía educación sentimental con el cine dícese de terror. A los rombos y, ya lo hemos contado en este su blog, que no me dejaran entrar a verlas en los cines porque  solo eran para mayores de 18 años.

A medida que fui creciendo recuperé gran parte de todas esas cintas que no pude ver.  Eso hizo que todavía sienta algo por las producciones de la Hammer, y en especial por las coloridas y atrevidas películas que dirigió Terence Fisher en la edad de oro de esa ya mítica productora británica.

Guardo también un agradecido espacio en mi memoria cinéfila por los filmes que en los años treinta y cuarenta respaldó los estudios de la Universal. Muchas de cuyas películas aún me sorprenden.

Mi mayoría de edad coincidió, no obstante, con la moda del cine de sangre y tripas,  largometrajes que reducían su mensaje a la mutilación.

Entre los iniciados se hablaba mucho de 2000 Maníacos (Herschell Gordon Lewis, 1964) que casi nadie había visto y que fue algo así como el filme fundacional del subgénero. Llegaría después La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) y la extremadamente feísta y violenta La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972) un filme aún perturbador, así como los estéticos y rocambolescos largometrajes de Dario Argento, que elevó eso que llaman giallo a la categoría de culto con permiso de Mario Bava.

No fui, de todas formas, un espectador fiel al gore, aunque entiendo que fue determinante en mi educación sentimental que viera en un cine, el Víctor si no me equivoco, esa comedia negra que es Posesión infernal cuando Sam Raimi todavía resultaba un cineasta gamberro y con ganas de meter bulla.

Llegó un momento en el que desaparecieron los rombos en la pequeña pantalla, y también que los porteros me dejaran pasar sin pedirme el Documento Nacional de Identidad. Tarjeta que me acompaña desde este entonces a todas partes más por obligación que por otra cosa. Algo así como llevar reloj aunque no te detengas a mirar las horas.

Me sorprende y me hace viajar al pasado –por eso y más– la noticia que el Gobierno de Expaña está trabajando para homogenizar los dos rombos, no uno, en cine, televisión y la red.

Me pregunto así cuántos traumas va a provocar esta decisión entre niños y adolescentes a los que sus padres no dejarán ver determinados contenidos si hacen caso de lo que recomienda la autoridad.

Pornografía, y de la mala, hay en espacios como Sálvame. También gore pero sin el sentido del humor de cintas como Raimi, Lewis y Romero.

Como saben algunos, George A. Romero es quien actualizó al muerto viviente tal y como lo conocemos en la actualidad. Un sonámbulo con solo una idea fija en su podrida cabeza: devorar suculenta y fresquita carne humana.

Hablaba el otro día con un amigo sobre los zombis y le dije que una de zombis no es una de zombis si no hay sangre y vísceras. Romero lo asumió cuando en la segunda entrega de su degenerada serie, cinta en la que se nota la mano de Dario Argento, rodó, precisamente, Zombi (Dawn of the Dead, 1978). Título que a mi juicio y pese a que no haya envejecido demasiado bien, es una de zombis de autor.

Tan de autor, que al final los zombis han terminando convirtiéndose incluso en serie televisiva y en películas donde se proponen delirantes metáforas sobre la crisis y el comportamiento que tenemos cuando actuamos como masa.

En La noche de los muertos vivientes (1968), esa pequeña película rodada en blanco y negro y con un presupuesto de risa, Romero que ya era un cineasta antes de que lo zombificara el sistema, no llegaba a tanto. Su intención, entonces, era inconsciente, que los zombis se degradasen luego intelectualmente es cosa de otros. Además, uno de sus potenciales atractivos  en contra del hombre lobo o el mismo conde Drácula que si se habían definido era porque tenían identidad es, precisamente, porque los muertos vivos carecían de ella.

En este aspecto, Romero se anticipó al advertirnos en lo que hoy nos hemos convertido: cuerpos  reanimados e idiotizados. Claro que alguno de ellos, los más inteligentes, cuando aprenden a hablar (porque los zombis ya hablan e incluso corren)  la primera palabra que sueltan no es papá ni mamá sino Cerebro. Así al menos lo reflejaba la divertidísima y estrafalaria The Return of the Living Dead (Dan O’Bannon, 1985).

Pero divago, lo que ya está comenzando a ser enojosamente habitual en estas apresuradas reflexiones escobilloneras.

Comenzaba este post con los puñeteros rombos y los traumas que despertaron en la primavera de mi existencia. Así que fue leer la noticia y que se abriera la Caja de Pandora, lo que por otro lado, quizá, explique la razón de estas líneas.

¿Un exorcismo?

(*) Para entender el fenómeno del cine de terror norteamericano de los setenta y ochenta recomiendo la lectura de Sesión Sangrienta, de Jason Zinoman, publciado en España por T&B Editores.

Saludos, de todo un poco, como en botica, desde este lado del ordenador.

¡¡¡Guionistas!!!, un puñado de recomendaciones

Sábado, Abril 20th, 2013

- No hay trabajo para ti –dijo Berners–. Ahora tenemos guionistas de sobra.

- No he venido a pedirte trabajo –dijo Pat, con dignidad–. Lo que quiero son unas invitaciones para el preestreno de esta noche, puesto que mi nombre aparece en la ficha técnica.

Sí, ya, de eso precisamente te quería hablar. –dijo Berners, frunciendo el ceño–. Puede que quitemos tu nombre de allí.

- ¿Cómo?- exclamó Pat-. ¿Por qué, si ya está? Lo vi en el Reporter. “De Ward Waingright y Pat Hobby.”

Pero a lo mejor tenemos que quitarlo cuando distribuyamos la película. Waingright ha vuelto del este y está hecho una fiera. Dice que aseguras que has escrito algunas frases, cuando lo único que hiciste fue cambiar “No” por “No, señor” y carmesí por “rojo”, y cosas así.

Llevo veinte años en este negocio –dijo Pat– conozco mis derechos. ¡Ese tipo escribió una porquería y me llamaron para que arreglara el entuerto!”

(Historias de Pat Hobby, Francis Scott Fitzgerald, Editorial Anagrama, 1993)

Aprovecho que el próximo martes, 23 de abril, es el Día del Libro para recomendar un puñado de libros de obligada lectura no solo a aficionados al cine sino también a los que escriben…

Pasen, pasen y lean…

- Me odiaría cada mañana, Ring Ladner, Jr  (Ediciones Barataria, 2006)

 - Las aventuras de un guionista en Hollywood, de William Goldman (Plot Ediciones, 1983)

Nuevas aventuras de un guionista en Hollywood, William Goldman (Plot Ediciones, 2002)

 - Backstory. Conversaciones con guionistas de la edad de oro, Pat McGilliam (Plot Ediciones, 1993)

Backtory. Entrevistas con guionistas de los años cuarenta y cincuenta, Pat McGilliam (Plot Ediciones, 2000)

Backstory. Conversaciones con guionistas de los años 60, Pat McGuilliam (Plot Ediciones, 2003)

Backstory. Conversaciones con guionistas de los años 70 y 80, Pat McGuilliam (Plot Ediciones, 2007)

-  De cine. Memorias de un príncipe de Hollywood, Bud Schulberg (Acantilado, 2006)

NOTA FINAL:Opino, como usted, que las ideas andan sueltas por el aire. Por lo tanto, pertenecen al primero que las coja, como los globos.” (Historias de Pat Hobby)

(*) En la imagen Nicolas Cage en El ladrón de orquideas (Spike Jonze, 2002)

Saludos, solo norteamericanos, lo sé, desde este lado del ordenador.

Bigas Luna

Sábado, Abril 6th, 2013

Primero Franco, luego Bilbao y ahora Luna. Tres de los ausentes que nos dejan esta semana que ya toca a su fin.

Luna. Bigas Luna

Tuvo algo diferente dentro del rutinario y mimético panorama del cine español.

Quiero pensar así que intentó siempre tirar por su camino.

Camino en ocasiones inspirado y personal.

En otro desnortado, en los que dio bandazos, casi como si quisiera encontrar su reflejo perdido.

En este sentido, digamos que sus primeras películas son las más interesantes.

Hace un ciertamente cine de género, pero un género que digiere y le da marca Luna. Leo por algún lado que su intención fue la de desconstruirlos como ha hecho con la cocina su paisano, Ferrán Adrià… Pero no sé, a mi Bilbao y Tatuaje me siguen pareciendo obras sanamente provocadoras y muy bien construidas aunque hayan quedado un poquito envejecidas.

Su lanzamiento al cine comercial, rodado en inglés, apuestas de mucho riesgo y no tan comprendidas como ahora se nos quiere hacer ver.

Me refiero a Angustia y Reborn. De Reborn conservo aún en la memoria del papel de predicador que encarna el exaltado Dennis Hopper, sombrero vaquero y en vez de revólver, una Biblia en las manos.

A mi me parece, de hecho, que cuando Luna pierde identidad es cuando nos quiso escandalizar.

Las edades de Lulú es, en este sentido, la película que inicia la regresión de un cineasta hasta ese entonces preocupado por otras cosas que no fuera solo el sexo aunque el sexo sea el centro de todas las cosas.

No encuentro complicación en Jamón, Jamón, y no digamos ya con Huevos de oro. Las dos con Javier Bardem de protagonista. Y las dos, películas en las que Luna explota los tópicos de esta España nuestra.

El guión está salpicado de diálogos que todavía estremecen: “tus besos saben a tortilla de patata…” Ya saben, cosas de esas.

Luna se recupera en la insólita La camarera del Titanic, la última película que veo del realizador en la pantalla de un cine.

Con todo, de tanto en tanto sigo su carrera alquilándolas en video clubes.

Yo soy la Juani y Di Di Hollywood son cuentos de hadas contado por un cineasta que siempre quiso ser un hortera. O al menos, revelar al mundo la grandeza del hortera, convertir en individuo a ese español que todos llevamos dentro… Pero le falta sutileza y no indaga Luna precisamente en la gran verdad, aunque la intuye.

Quienes le conocen dicen que fue un hombre vitalista, que amaba los placeres.

Creo que esa sensación logra transmitirla en alguna de sus películas, aunque casi siempre se decantara por el lado perverso con la intención de provocar. Pero su provocación es como la del arañazo despreocupado de un gato. A mi no me hizo sangre, aunque debo de reconocer que a veces sí que consiguió perturbarme.

Muere Luna demasiado joven.

Deja además una película inconclusa que aseguran se terminará aunque él ya no esté entre nosotros.

Se la dedica a su nieto.

La familia del cineasta quiere esparcir sus cenizas en soledad, alejados del circo que se produce cuando nos vamos de este mundo…

En paz pues con el protagonista de la función, Bigas Luna. 

Saludos, primero Franco, luego Bilbao y ahora Luna, desde este lado del ordenador.

Franco ha muerto

Martes, Abril 2nd, 2013

“Para mí el cine es la vida. No un modo de vida, sino un pedazo mío. Jean Renoir decía que el cine es una cuestión de amor. Una película es redonda cuando no se queda en una historia vista desde fuera, sino cuando el director se implica y cuenta sus esperanzas y fracasos. El cine y Lina son lo más importante de mi vida.” (“Mis recuerdos caben en una maleta”, entrevista con Jesús Franco, Óskar Belategui, ABC, 2-4-2013)

Tras el fallecimiento de quien fue su mujer y también musa, la actriz Lina Romay, Jesús Franco, Jess Franco, Rosa María Almirall, Clifford Brawn y otros tantos seudónimos tras los que se ocultó para rodar películas con dos euros, ya no fue el mismo.

La edad, la soledad, una abundante filmografía en la que no destacan buenas películas pero sí una pasión loca por la aventura de rodar, hizo mella en un hombre que antes de decantarse por el cine de explotación más barato, se codeó con algunos de los grandes del cine a quienes trató siempre de tú a tú.

Cuentan así que se ganó la estima de Orson Welles cuando el director de Ciudadano Kane se buscaba la vida en las tierras de España con títulos como Campanadas a medianoche y el frustrado Don Quijote. También la de compañeros de generación a los que siempre que se les preguntaba por Franco abrían los ojos y dibujaban una ancha sonrisa en su boca.

¿Por qué?

Porque el tío Jess como lo conocen sus incondicionales era capaz de rodar películas con muy poco presupuesto. La mayoría de ellas títulos que tienen el inconfundible sello Franco.

El cineasta tanteó en casi todos los géneros –terror, erótico, comedia, suspense,  aventuras–, y trabajó con grandes estrellas del cine europeo como el excelente secundario Howard Vernon, Jack Taylor, el mismísimo Christopher Lee a quien embarcó en una versión de Drácula que estaría inspirada al cien por cien en la novela de Bram Stoker que al final solo toma del original que el rey de los vampiros luzca un hermoso bigote debajo de su nariz; Fernando Fernán Gómez, Diana Lorys, Soledad Miranda y, como no, siempre Lina Romay.

Tuve la oportunidad de hablar con Franco en una de sus estancias en Tenerife aunque de esa conversación más que de cine acabamos charlando de jazz, música por la que sentía mística devoción.

Lina Romay participó bastante en ese diálogo a tres bandas, y debo de confesar que más que escuchar a Franco, escuchaba a su mujer. Su voz transmitía una paz sensual que no he vuelto a encontrar en otras personas con el paso de los años.

En la producción del director, más de un centenar de títulos y que comienza desde los años sesenta hasta ¡el año pasado!, hay un título por el que siento mucho aprecio: Noventa y nueve mujeres, protagonizada por, entre otros, Mercedes McCambridge y Herbert Lom.

No es una obra redonda, pero sí que se trata de una película muy pesimista y digamos que canalla. Podríamos ubicarla en el subgénero carcelario femenino, que tanto furor hizo en los años setenta, y como rareza no deja de ser un diamante en bruto entre tantos largometrajes que prometían pero que dejaban de prometer una vez vistos.

El cineasta cuenta con más títulos, la mayoría de ellos improvisaciones que casi parecen jazzísticas aunque no hayan sabido resistir el paso de los años.

Muchos de estos trabajos los rodó en Gran Canaria, aunque se nos fue a la tumba sin hacerlo en Tenerife, isla en la que le apetecía mucho hacerlo porque tiene más variedad de paisajes, me comentó en esa entrevista sin darse cuenta que podría herir sensibilidades por aquello del dichoso pleito insular.

Entre otros filmes que filmó en Canarias, cito Ópalo de fuego, El cementerio de los muertos vivientes, La noche de los sexos vivientes, Un capitán de quince años, La chica de las bragas transparentes, La sombra del judoka contra el doctor Wong y Bangkok, cita con la muerte. Hay muchas más, aunque las películas por las que será recordado entre sus muchos fans que hoy lloran su ausencia continúan siendo Miss Muerte (1965), sus dos Fu-Manchú (Fu-Manchú y el beso de la muerte y El castillo de Fu-Manchú) y las estrafalarias Necronomicón y Marqués de Sade: Justine, entre otras cintas de quita y pon que forjaron a generaciones de espectadores en aquellas hoy inolvidables –y por ello irrecuperables– sesiones en cine de barrio.

En una entrevista digital con los lectores de El País, comentaba el mismo Franco acerca de sus películas: “Yo orgulloso no estoy de ninguna. Mis películas a mí no me gustan porque las conozco mejor que nadie y también sus defectos. Pero hay algunas que me repugnan menos que otras: Necronomicón; una que hice en EEUU y parte en Italia, Black Angel; La Condesa Negra, una película francesa; y luego hay una de las últimas que he hecho, La Cripta de las mujeres malditas y que la hice siguiendo una especie de decálogo que ha sacado Tarantino para hacer películas a bajo coste y con unidades más largas de proyección que las del cine.”

¿Provocador?, ¿cineasta de culto?, ¿obrero del cine? Son muchas las preguntas que suscita su larga carrera como director, y todas ellas serán respondidas a partir de ahora por quienes lo conocieron y lo hicieron miembro incluso de su círculo familiar.

Yo creo que a él todas estas cuestiones se las traerían frescas, y que incluso soltaría la risa ante tanta devoción desatada. En especial porque muchos de quienes formaron parte de sus adoradores apenas habían visto dos o tres de sus películas.

El caso es que Franco ha muerto y hoy, quiero pensar, ha vuelto a reunirse con el segundo gran amor de su vida, Lina Romay.

(*) En la imagen Jesús Franco junto a Lina Romay.

Saludos, releyendo Memorias del tío Jess (Editorial Aguilar), desde este lado del ordenador.

Cine de explotación con acento canario: Oro rojo, una película de Alberto Vázquez Figueroa

Martes, Marzo 26th, 2013

Alberto Vázquez Figueroa además de escritor probó también ponerse tras las cámaras en dos películas que siendo fallidas, resultan cuanto menos trabajos interesantes para calibrar el universo personal de su autor.

Se tratan, además, de dos cintas –Oro rojo y Manaos, esta última basada en una novela del mismo Vázquez Figueroa– que respiran ese aire de salvaje libertad con la que observo ahora la década de los años setenta del pasado siglo XX. Productos muy pegados a las modas que en aquel entonces imperaba en lo que se conoce como cine de explotación –personajes de una pieza, erotismo y violencia– que vistas con la perspectiva que da los años permite aproximarse a unos tiempos que todavía estaban marcados por la rudeza.

Desgraciadamente, Manaos (1979) no pasa la prueba del algodón aunque sí que encuentro destellos y una audacia insólita que la hace nuevamente visionable Oro rojo (1978), un filme realmente atípico en el cine comercial de bajo presupuesto que se rodó en aquellos años y filmado íntegramente en los agrestes paisajes de Lanzarote.

Protagonizada por Alfredo Mayo, Hugo Stiglitz (ahora tan reivindicado gracias a Quentin Tarantino); Isela Vega, José Sacristán y Patricia Adriani, entre otros, la película de Vázquez Figueroa se desarrolla en una isla inexistente, Providencia, dominada por una familia, Los Almeida, que ha hecho su fortuna esclavizando a sus habitantes extrayéndoles la sangre, de ahí el título del largometraje y, paralelamente, la confusa pero interesante historia de un hombre que, tras escapar de unas salinas donde cumpe condena sin que se explique la razón de esa condena, pretende llevar algo así como la justicia social a ese territorio que gobierna con mano de hierro los miembros del clan Almeida, protegidos por un batallón de guardaespaldas que ¡¡¡vestidos de negro comos pistoleros del lejano oeste!!!, son conocidos por los explotados de esa isla como gorilas.

Oro rojo quiere construirse así como una metáfora que si destaca por algo es por la cobardía, o el instinto de supervivencia de su protagonista. Dispara por la espalda a uno de los Almeida sin que se le despeine la melena; sale corriendo como si llevara el diablo por dentro ante cualquier atisbo de peligro que se le cruce por el camino.

Entre los muchos atractivo de esta película, siempre y cuando se vea con estómago de hierro y se caiga rendido a su delirio, es la huida que emprende el héroe dejando tras de sí a un compañero de fugas, y su llegada a un pequeño islote habitado por dos hermanas que tiene, así lo quise ver, referencias a las Odisea.

Durante su estancia, y cosas de la naturaleza, el hombre pronto despertará los instintos dormidos de una de ellas (Isela Vega) mientras le dan de comer y aprovecha para reparar una vieja embarcación con la que espera regresar a los dominios de los Almeida.

Puesta así las cosas, es inevitable que se produzca la primera y tórrida escena de sexo al aire libre que propone la película, y que supuestamente une los destinos de Hugo Strilitz, el héroe, con una de las mujeres al tiempo que despierta –en otra de las escena más delirantes de este delirante y precisamente por ello atractivo filme– el odio furibundo de la hermana, interpretada por Terele Pávez, quien machete en mano solo quiere  castrarlo. Así, con todas sus letras.

En este aspecto, Oro rojo es una película con una extraña fascinación, que se mueve más por los instintos que con la cabeza, lo que engrandece lo que otros ojos solo podría interpretar como ridículo.

Articula además un discurso denuncia que gira en torno a explotados y explotadores, y  funciona, pese a su desorden y temo que involuntariamente, como producto que critica el hecho de habitar una isla condenada a que las cosas permanezcan como están.  A despreciar ese inmovilismo resignado que caracteriza a los explotados de Providencia, gentes a las que literalmente se le quita la sangre.

El mismo Vázquez Figueroa reflexionaba en un artículo que fue publicado en El País y con el título de Antecrítica de Oro rojo sobre su primera experiencia como director cinematográfico: “Los errores, que son muchos, los encontrará cada espectador, según sus propios gustos: Inexperiencia en el manejo de los actores o de la cámara, falta de ritmo o carencia de hilación entre una secuencia y la siguiente… No lo sé. Si lo hubiera sabido, no hubiera cometido tales errores, por supuesto. En conjunto, mi opinión es que he obtenido una película al 80% de lo que esperaba obtener antes de empezar, lo cual no es mal porcentaje, a mi modo de ver, tratándose, como digo, de la primera. Bien es cierto que he contado con uno de los mejores equipos técnicos y artísticos que se han puesto en este país al servicio de un director novel.”

Lo que justifica, quiero entender que, efectivamente, poco o nada hay que objetar del trabajo técnico y artístico de la película.

La isla de Lanzarote adquiere una belleza plástica que se debe al oficio del operador José Luis Alcaine, y en cuanto a los actores todos cumplen con su cometido como profesionales que son.

Me encanta, en especial, la labor que desarrollan un nomelopuedocreer José Sacristán y una siempre inmensa Terele Pávez, también esa tendencia que tiene el escritor y cineasta por romper moldes y resultar políticamente incorrecto.

Y todo ello explorando un territorio ficticio que transmite una sensación de pobreza demoledora que, lamentablemente, Vázquez Figueroa no acierta a desarrollar cuando apuesta por lo convencional en detrimento del carácter pesimista que planea en toda su historia.

El filme de todas maneras y pese a que no se sostenga, reúne un puñado de escenas asombrosas, en los que se ve algo de talento detrás de las cámaras, y entregado así a la causa digamos que hasta se le perdona algunos diálogos de chiste y situaciones que se resuelven con desconcertante idiotez.

Confieso de todas formas que dentro de esa corriente de cine malo que tanto gusta a mi corazón cinéfago cuando deja descansar su lado cinéfilo, sí que he encontrado en Oro rojo una película arriesgadísima y muy personal. Cien por cien Vázquez Figueroa, uno de los pocos escritores españoles que supo en sus primeras novelas revolucionar en España un género por el que siento tanto aprecio como es el de la aventura.

Entiendo así Oro rojo como la gran película frustrada de aventuras que es. Un producto muy lastrado por su empeño en ser convincente y su pretensión por armar una historia que además de sexo y violencia tuviera mensaje.

Ya saben, los explotadores extraen literalmente la sangre a los explotados.

Vampirismo real que puestas así las cosas y objetivamente, hace de Oro rojo una película de obligadísimo visionado en estos tiempos que corren.

Uno se ríe con sus torpezas, pero no deja de inquietarle que su denuncia le resulte tan estrafalariamente actual.

Saludos, buscando en el baúl de los recuerdos, desde este lado del orden ordenador.