Fue bonito mientras duró…

Domingo, Julio 15th, 2012

El debate, hace un puñado de años atrás, giraba en torno a ¿vas al cine o prefieres ver las películas en tu hogar? Yo era de los que levantaban el dedo y apostaba por ir al cine. Aunque el cine ya no fuera el cine que conocí sino multisalas decoradas como un puticlub de carretera. Y de tamaño tan reducido como el salón de mi casa, aunque la pantalla fuera un poco mayor que la del televisor que en el salón permanecía encendido casi todos los días.

Con la irrupción del vídeo, modelo VHS frente al Betamax y el 2000 que tenían otros, reconozco que comencé a ir menos al cine y a ver más cine en casa aunque no fuera lo mismo ya que el cine, quiero entender, tiene que verse rodeado de desconocidos, todos con la mirada tonta en pantalla.

Si se sentaba –y aún se sienta– algún idiota devorador de cotufas y bebedor de refrescos, hoy termino por recordar la tortura como una anécdota más de la sala oscura.

Y es que en un cine, si lo ves en casa, insisto no es lo mismo, porque casi siempre sales de la función con una historieta que contar.

En las sesiones de a las cuatro de la tarde, las célebres matinés, la peña aplaudía cuando al final irrumpía la caballería para rescatar a los colonos blancos rodeados de feroces pieles rojas… A las seis y ocho de la tarde, con suerte te tocaba al lado una ñora que no paraba de preguntarte cuando aparecía un personaje sospechoso en pantalla: “¿y ese quién es?” o “esa mosquita muerta seguro que esconde algo…”

En el mejor de los casos, interrumpían tu concentración cuando se sentaba en la butaca de al lado para informarse con el ya clásico: “¿Hace mucho que empezó?”

Si resultabas amable, solía invitarte a que cogieras una pastilla de goma. Cosa curiosa, nunca te ofrecían las cotufas que llevaban en un cartucho. Porque en aquel entonces no existían las cajas de cartón de ahora… Asocio por eso ir al cine con el inconfundible aroma de las cotufas. Solo de pensarlo la barriga comienza a dar ronroneos…

Contaba antes que el debate giraba entonces en torno a ver o no cine en el cine.

En los últimos años –y es un lamento que por activa y por pasiva no he dejado de dar constancia en este blog– cada vez voy menos al cine.

Y no ya por la oferta que me ofrece la cartelera sino por el dineral que cuesta la entrada y la sensación de que me han estafado cada vez que decido gastarme los pocos euros que me quedan en mi cuenta bancaria.

Las últimas tonterías por las que pagué el dinero que no tengo fue por ver Los vengadores y Spiderman. La nueva versión de Spiderman.

La culpa, lo escribo para que se sepa, es que todavía me tira la afición a los súper héroes que me hicieron tan grata mi adolescencia. Y en concreto las aventuras del increíble hombre araña aunque al final terminé por malvender la colección por dos mil pesetas de la época y un póster del soldado simio. No sé donde acabó el póster del soldado simio. Las historietas en casa del tipo que me estafó como hoy me estafan los dueños de los cines. Dueños que han puesto el grito en el cielo ante el anuncio del Gobierno de aumentar el IVA del precio de las entradas del 8 por ciento actual a un 21 por ciento.

El IVA es un impuesto que en el territorio en el que vivo suena a chino pero mucho me temo que va a afectarnos de otra manera. Luego de esta tampoco escapamos. Así que me estoy viendo ir al cine solo cuando se proyecte uno de esos cortometrajes canarios en los que puedo echar una cabezada sin que me cueste un euro.

Lo que es de agradecer.

Y para crear precedente: Viva el cine canario.

Con la que nos está cayendo auguro el final de un tiempo en el que no sé si fui más feliz pero sí más persona. Y fui más persona porque el entretenimiento estaba al alcance de cualquiera. Mataron aquel tiempo con la política del todo gratis, eso también es verdad, pero es otra historia en la que no quiero entrar. De hecho, me duele la cabeza tener que escribir sobre estas cosas… Adelantarme a mi renuncia a ir al cine. A perder el tiempo en un cine. A dejar pasar las horas viendo la historia de otros.

Un amigo me comentaba el otro día que el cine que conocimos ha muerto. Que me preparase para una nueva forma de hacer películas en las que el espectador será el protagonista del filme. Una especie de Desafío total –en breve se estrena un remake que no iré a ver al cine pero sí en casa imagino, ¡policía!, pirateada–  en las que estarás ahí…

Mi amigo, que es un visionario y mucho más joven que yo, estaba entusiasmado con esta idea pero no me convenció.

- Será como Avatar pero de verdad.- me dijo.

- No me gusta el 3D.- respondí.

- Es que no será 3D sino otra cosa.- insistió.

- El problema es que a mi me gustan que me cuenten historias. Bastante tengo con mi aventura diaria, esa en la que parece que tengo que hacer oposiciones todos los putos días.

- Bueno… ¡Será otra cosa!

No.

No me convenció. ¿Resulta tan difícil explicar que prefiero sentirme como Steve McQueen en La gran evasión y no ser Steve McQueen?

¿Que para realidades virtuales me quedo con la imagen que me devuelve el espejo todas las mañanas porque me recuerda que todavía estoy vivo?

Dentro de este debate colosal solo saco una idea clara.

Dejaré de ir al cine por una cuestión apestosamente material.

Aunque seguiré viendo cine en la soledad de mi mansión.

Solo me falta el loro y el parche en un ojo para entonar “ron, ron, la botella de ron”.

Así que echo un vistazo a mi vida como espectador de salas cinematográficas para terminar encogiéndome de hombros y susurrar con el aguardentoso vozarrón de Bogart: “Fue bonito mientras duró.”

 Saludos, ende, desde este lado del ordenador.

Mi primer gran beso de cine…

Domingo, Julio 1st, 2012

Leo la última entrada del blog Algo que se parece a cine que firma Daniel León Lacave. Una de esas bitácoras, junto a La flor y la mierda que cultiva El Cuervo, que se han convertido en cita imprescindible por su profundo carácter individual. Por su retrato cotidiano en el que, intuyo, sus respectivo autores dan rienda suelta y sin censuras a lo que mascullan en el calvario de su existencias…

Pese a tanto pirata…

Tanto piraaata….

Con el título de La primera película que vi contigo, Lacave construye un relato emocional y emocionado en el que no solo hace comunión con el cine sino también con las personas con las que compartió intimidad en la sala oscura…

Me ha llegado tanto su post que me ha hecho recordar experiencias parecidas en mis ya cada vez más esporádicas incursiones por las multisalas en que se han convertido los cines de mi ciudad. Una ciudad a la que, curiosamente, le separa una lengua de mar de la que habita Lacave.

En la calle, mientras tanto, todo el mundo está atento a un partido de fútbol que ignoro porque nunca fui aficionado a ese deporte que dice es Rey.

Oigo por el patio interior alguien que toca un cencerro.

Y un grito: ¡van cuatro!

Pero me resbala.

No soy un aficionado a ver deportes y, por lógica, a practicarlos.

Eso explica mi descuido físico. La barriga que cada día aumenta de tamaño… Mis bostezos cuando se empeñan en atraerme a un espectáculo en el que no encuentro otra magia que la de veinte tipos corriendo en calzones cortos detrás de un balón…

Claro que todo puede tener una explicación.

Cuando hacía que jugaba siempre me tocó ser el guardameta.

Aunque no tuve que hacerlo mal cuando los colegas del barrio me conocían como El pulpito porque solía parar la mayoría de los balones que tiraban a puerta.

Es verdad que no con las manos sino con la cabeza.

Y fue con la cabeza cuando detuve el segundo penalti que me otorgó el apodo que mencionaba unas líneas más arriba.

Creo que esa parada, o paradón como aún me recuerda algunos de los colegas con los que formaba equipo, fue responsable de que hoy lleve gafas. Que forme parte del club de los gafotas.

Aunque llevar gafas me ha librado de algún encontronazo callejero.

En cierta ocasión le recriminaron sus propios compañeros a un gorila que me iba a machacar que no fuera cobarde. Que no sacudiera a un tío que llevaba gafas.

En otra, por el contrario, y mientras me liaba a patadas furiosas, un hijo de puta al que espero que los dioses tengan en su gloria me las rompió con las manos.

¿A qué viene todo esto?

Ah, al último post que sube León Lacave en su blog.

Decía que me ha conmovido su lectura. También que ha despertado fantasmas que creía enterrados en mi memoria. En definitiva, que ha abierto la llave de la nostalgia.

Esa llave que siempre dejo medio abierta. Como la del gas de mi mansión.

Soy un animal de costumbres solitarias. Una especie de caminante que hace camino al andar sin otra compañía que la de su sombra.

Durante un tiempo, y ya lo he contado en este mismo blog, iba al cine cuando el cine era cine en compañía de amigos de sospechosas costumbres.

Más que ir al cine pues, la cosa era hacer el gamberro aunque yo lo que quería era ver la película.

Con esa pandilla de gamberros a la que pertenecía me colaba en las sesiones que proyectaban películas clasificadas S porque entre tanta marabunta, el portero –guardameta– era incapaz de detener a los menores de edad que entrábamos como una lluvia de goles mientras le dábamos el billete sin mirarlo nunca a los ojos.

“No lo mires nunca a los ojos. Manten la cabeza baja” era la consigna revolucionaria.

Así vi –nunca mirando a los ojos, manteniendo siempre la cabeza baja– entre otras producciones de soft porno las que firmaba Max Pécas.

Yo soy ninfómana fue una de ellas…

También cayó Las aventuras de Flesh Gordon, una parodia de las historietas bizarras del héroe creado por Alex Raymond

Más tarde –adulto que se dice– vi estas dos cintas que para mi fueron capitales en aquel periodo de mi vida. Y fue como reencontrarme con aquel chaval gafudo que de puro nervio –el mismo nervio quiero pensar de los que ahora mismo están celebrando la victoria de la selección española– imaginaba que aquel pírrico éxito haría que le fuera mejor en la vida.

Cuatro goles, grita el vecino del puñetero cencerro.

Comencé a ir al cine gracias a mi padre.

Más tarde con mis hermanos y después con amigos.

Con chicas vino mucho tiempo después. Y nunca las tuve todas conmigo.

Tras ver Apocalipsis now! en un cine llamado Numancia salí de la sala haciendo que estaba en un helicóptero matando vietcongs.

Tatatatatatata

Cuando vi que la chica me miraba con ojos de morsa le pregunté qué le había parecido la película.

- Un horror.- me respondió.

 Aquella relación estuvo condenada al fracaso desde el principio.

¿Qué hacía un tipo que solo sabía decir tatatatata con una chica tan sensible como ella?

¿Dónde estará ella?

Tatatatata.

Más tarde, y residiendo en Madrid, me dio por el cine que llamaban de arte y ensayo.

Solía aburrirme bastante cuando entraba en los Alphaville pero la moda era así y yo, que siempre fui esclavo de la moda juvenil, claudiqué.

En aquel tiempo casi todo el mundo gafota que conocía ponía por las nubes a un cineasta norteamericano del que hace años no se habla: Alan Rudolph.

Me tragué con bastante dolor de estómago muchas películas del señor Rudolph. Pero hay una en especial que detesto: Los modernos.

Y la detesto porque por ahí aparece un actor que hace de Francis Scott Fitgerald que no dice nada en la película salvo la de tomar lingotazos de ginebra.

- Fue un borracho.- me dijo la chica con la que fui.

- Bueno, síUn borracho, pero escribió El gran Gastby, A este lado del paraíso, Suave es la noche y…

No me dejo terminar.

Con ella fui a ver –me invitó ella– Bagdad Cafe.

En pantalla aparecía haciendo de secundario un viejo amigo: Jack Palance.

Cuando salimos, la amiga me exigió la valoración de rigor.

- Es bonita la canción.- respondí.

No sé si al día siguiente –o al otro del otro– me metí en una sala de sesión continúa próxima a la glorieta de Quevedo en la que se reponía En compañía de lobos junto con Lifeforce. Y ahí estaba sentado observando como los zombis vampiros tomaban la ciudad de Londres cuando un viejo comenzó a rozarme con los dedos la entrepierna.

El caso es que estaba tan metido en la película que mis alertas comenzaron a sonar cuando los dedos se transformaron en una mano que, presuntamente, acariciaba mi entrepierna.

- Pero ¿qué coño hace?.- exclamé poniéndome de pie.

Alguien del fondo soltó una risita.

El viejo lanzó un grito enojado y yo me cambié de lugar.

Me puse al fondo, donde las parejas más que ver la película aprovechaban para darse besos tan sonoros como los chillidos de los vampiros zombis.

Cuando volví a quedar con la amiga para ver una película le sugerí acudir a ese mismo cine que se encontraba próximo a la glorieta de Quevedo.

- No ponen nada interesante… pero en los Alphaville han estrenado Yo te saludo María, de Godard.

Malditas las ganas que tenía de ver una de Godard. Claro que…

- Vamos a verla, pero nos ponemos al fondo de la sala.

Desde ese día, y a pesar de que cordialmente detesto las películas de Godard, reconozco que le debo mi primer gran beso en la sala a oscuras.

Un beso producido, lo sé bien, por el aburrimiento de lo que estábamos viendo en pantalla.

Primero nos tocamos las manos como quien no quiere la cosa. Después, imitando al viejo, dejé caer mi mano sobre su muslo pese a que ella cruzara las piernas. Luego apoyé la cabeza sobre su hombro musitando algo así como que tenía sueño.

Cuando salimos de la proyección, un corro de ultraderechistas protestaba contra Yo te saludo, María.

María…

La del dulce beso.

Yo, desde ese día, defiendo y elevo a un altar la dichosa película de Godard.

Claro que no la vi.

Pero me sabe a mi primer beso en un cine…

 Saludos, han comenzado a sonar las putas vuvuzelas, desde este lado del ordenador.

Aviso a navegantes

Miércoles, Abril 25th, 2012

“- Los que consienten cuando se les pide algo –dice Robin– se encuentran un paso más adelante que aquellos a los que nunca se les ha pedido que consientan en nada, hermana, y dos pasos más adelante de los que consienten antes de que se les pida nada.” (Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders, Daniel Defoe)

* La Muestra Internacional de Cortometrajes de la Universidad de La Laguna (MIDEC 2012) se celebra a partir de las 20.30 horas y del 26 al 28 de abril en Aguere Espacio Cultural, en La Laguna. Durante las tres jornadas, el público asistente a las proyecciones podrá votar su cortometraje favorito participando en el Premio del Público, que se proclamará al final de la última jornada.

PROGRAMA

26 DE ABRIL

Entrevista, de Ángela Armero

El abrigo rojo, de Avelina Prat

La culpa, de David Victori

Vicenta, de SAM (premio Mejor Cortometraje de Animación)

La gran carrera, de Kote Camacho

Les (El bosque), Aida Ramazanova, y por el que su actriz Lina Gorbaneva obtuvo el premio de Mejor Interpretación

Sin palabras, de Bel Armenteros

Dicen (They Say), Alauda Ruiz

27 DE ABRIL

Encounter, de Nayra y Javier Sanz Fuentes.

La victoria de Úrsula, de Nacho Ruipérez y Julio Martí

Algo queda, de Ana Lorenz

A solas, de Francisco Javier Rubio Rodrigo

Le quiero y espero, de Valeria Florencia Sartori

Maquillaje, de Álex Montoya

Matador on the road, de Alexis Morante

Warisover, de Carlos Morelli

28 DE ABRIL

Gran Vía AM/PM, de Juana Macías

Hidden Soldier, de Alejandro Suárez

Joselyn, de Susan Béjar

Tchang, de Gonzalo Visedo y Daniel Strömbeck (mención a la Mejor Dirección)

Desanimado, de Emilio Martí López (premio al Lenguaje Cinematográfico más Innovador)

Morir cada día, de Aitor Echeverría

El barco pirata, de Fernando Trullols (Premio Mejor Cortometraje)

La historia de siempre, de José Luis Montesinos (fuera de concurso-premio MIDEC 2011)

* CajaCanarias inicia este jueves 26 de abril, en la sede de la Fundación Cristino de Vera de La Laguna, un ciclo de cine denominado Cuatro artistas, que arranca con la proyección de la película Rembrandt, dirigida por Alexander Korda. La exhibición de esta producción, en versión original con subtítulos en castellano, comenzará a las 19:30 horas, con entrada libre para el público hasta completar aforo. El acceso al recinto se realiza por el número 18 de la Calle San Agustín. El programa del ciclo abordará también en próximas sesiones la turbulenta vida de Van Gogh y Tolouse-Lautrec y la escultora Camille Claudel.

* La séptima edición del festival internacional de cine documental de Guía de Isora (Tenerife), MiradasDoc, garantiza su financiación con fondos institucionales provenientes del Gobierno de Canarias, el Cabildo de Tenerife y el Ayuntamiento de Guía de Isora. Las tres instituciones informaron este miércoles en rueda de prensa sobre la decisión de trabajar conjuntamente para garantizar la celebración del festival, cuyo presupuesto será de 120.000 euros, de los que el Ejecutivo regional aporta 25.000 euros, de los 40.000 euros del año pasado.

Y UNA CONFERENCIA

El Casino de Tenerife acoge este jueves, 26 de abril, una conferencia organizada por la Asociación por la Rehabilitación del Parque Cultural Viera en la que participarán Federico García Barba, presidente del Colegio de Arquitectos de Santa Cruz de Tenerife; Sebastián Matías Delgado, arquitecto y Luis Cola Benítez, cronista oficial de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife.

Saludos, mientras cazo lagartos, desde este lado del ordenador.

¿Un documental?

Miércoles, Abril 11th, 2012

Algo malo ocurre cuando viendo una película no dejo de moverme en el asiento, quizás porque estoy más pendiente en buscar una posición cómoda  que la de estar completamente atento a lo que transcurre en pantalla.

Algo así me sucedió contemplando Stipo Pranyko con cuadros blancos (*) de David Delgado San Ginés, título que obtuvo una Mención Especial del Jurado del Foro Canario en la última edición del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria.

Sin embargo, y cuando el protagonista, el artista plástico Stipo Pranyko, se sumerge literalmente en las profundidades de una gruta para observar la luz que se cuela a través de la entrada, confieso que dejé de bailar sobre la butaca porque de repente y de manera caprichosa hice comunión con un trabajo ¿documental? cuyo mayor defecto, a mi juicio, es su duración.

Puestas así las cosas, y tras salir de la caverna su protagonista, comencé a ver Stipo Pranyko con cuadro blancos no ya como el documental que no es. No ya como la película presuntamente poética que dicen que quiere ser sino como el retrato de un hombre que no es hombre sino un extraterrestre. Un alien de buen corazón y con un curioso sentido de la estética que amplifica la geografía marciana de Lanzarote, territorio en el que vive y en el que crea.

Habiendo visto otros trabajos de David Delgado San Ginés resultaba inevitable que rodara una película sobre un artista que es de otro planeta, y que moldeara a través de un conjunto de bellísimas imágenes en las que se observa el rostro cubierto de arrugas del artista y sus manos labradas de callos, con el caprichoso paisaje conejero mientras se reflexiona, aunque a trompicones, dando eses que parecen empapadas de una ebriedad plástica demasiado abstracta, sobre el proceso de creación de Pranyko, un hombre que desarma por su compleja sencillez.

El ¿documental?, e insisto en poner interrogaciones a documental porque no se trata de un documental al uso sino de una mirada curiosa, a veces incluso asombrada más de su protagonista que de su trabajo, propone un retablo a base de planos fijos y cámara en mano de algunas de las obras del artista pero sobre todo del hombre que las hizo posible sin que la película salga del reducto sagrado de su casa. Su castillo interior, en el que ha materializado un laberinto en la roca volcánica.

En este sentido, esta experiencia no aporta demasiada información sobre el pasado de Pranyko porque intuyo que a Delgado San Ginés le interesaba más el extraterrestre que habla sobre las líneas, sobre la enfermedad que estuvo a punto de matarlo o sobre su marcha del mundo del arte europeo a una isla remota del Atlántico porque –se queja el autor en una de las escenas más bellas del largometraje– estaba tomado por esnobs.

Salgo así de esta experiencia con emociones encontradas. Por un lado porque hay momentos que me han tocado muy dentro pero también un tanto frustrado porque tengo la sensación que se ha engordado un conjunto con imágenes que lastran y ralentizan su resultado final.

El ¿documental? por lo tanto, y si quieren como vehículo presuntamente poético, no tiene ritmo ni música en muchas de sus estrofas aunque contenga algunas delicadas, de una belleza estética que casi parece que se puede morder con los dientes.

El caso es que, como comentaba al principio, hay un instante en el que dejé de bailar sobre la butaca. Y que a partir de ese momento se suceden una serie de imágenes que parecen que se te meten por dentro. Es decir, justo cuando tuve la revelación que Pranyko y, probablemente David Delgado San Ginés, no son de este mundo.

Y solo por eso, por llegar a esta conclusión que tiene mucho de mística, el ¿documental? deja de serlo para transformarse en algo que ladra verdad. Una verdad que no sé describir con palabras, pero créanme si les digo que parece que dialoga con esa parte que está dentro de ti pero que ignoras en lo más profundo de tu cabeza. Ese lugar que permanece a oscuras, pero que se trata de una oscuridad que no es negra sino blanca como los cuadros de Pranyko.

(*) El pase del miércoles 11 de abril se trató de la versión larga de Stipo Pranyko con cuadros blancos. A partir de ahora, y como apoyo a la exposición que sobre el artista acoge TEA Tenerife Espacio de las Artes, se puede ver un  montaje reducido de 32 minutos en El Cuarto Oscuro de TEA.

Saludo, en mi involuntario exilio, desde este lado del ordenador.

Los Hernández hacen carrera en Hollywood

Lunes, Marzo 26th, 2012

¿Qué pasaría por la cabeza de Domingo Hernández Bethencourt cuando descubre en un concurso de belleza a Raquel Tejada?

¿Intuiría Domingo Hernández Bethencourt que esa chiquilla de arrogantes encantos se convertiría años más tarde en Raquel Welch?

La imponente protagonista de Hace un millón de años, cinta dirigida por Don Chaffey en la misma tierra, Tenerife, donde muchísimos años antes había nacido Domingo Hernández Bethencourt…

Me pregunto, de hecho y por derecho, si alguien de los que conoció en el nuevo mundo lo llamaría así: Domingo.

Domingo, conocido en San Diego (California) como don Diego, el maestro de ceremonias de la Feria anual de la localidad y en Hollywood, donde intenta introducirse en el mundo del cine, con el nombre artístico de Tom Hernández.

Sea Tom o Domingo, la misma persona nació en el Puerto de la Cruz en 1915 y, según informa la cuestionada Wikipedia, se trasladó con su familia a los Estados Unidos a comienzo de los años veinte para instalarse en Los Ángeles, ciudad donde inicia su carrera en el cine antes de transformarse en don Diego.

La carrerea cinematográfica de Tom no es que digamos muy reseñable. Fue lo que se conoce como un actor con ocasiones línea de diálogo, aunque si se le reconoce está ahí. En pantalla, fugazmente, casi siempre haciendo de hispano.

Dicen que su hermano José Hernández Bethencourt, que respondía al nombre de Pepe/Pep Hern en la Meca del Cine más o menos por los mismos años, tuvo más suerte.

A la espera de que Alfonso Reyes –probablemente la persona que más sepa de la vida y milagros de estos dos canarios adoptados por Hollywood– termine la formidable recopilación de datos que trabaja sobre ellos, y recabando información de un lado y del otro, permítanme que a mi manera los recuerde a través de los largometrajes y series de televisión en las que se aventuraron mientras hacían que jugaban a las cartas en polvorientos saloon.

Abran los ojos.

Tom Hernández aparece como una centella en Chicago años 20 (Nicholas Ray, 1958), Los cuatro jinetes del Apocalipsis (Vincente Minnelli, 1961); Suave es la noche (Henry King, 1962) y El ídolo  de Acapulco (Richard Thorpe, 1963) entre otras películas. 

En televisión interviene con papeles muy episódicos en series como Mis adorables sobrinos –me encantaba cuando aún no alcanzaba a encender ni apagar el interruptor de la luz, con Brian Keith haciendo de adorable y paciente tío y Sebastián Cabot como eficaz mayordomo); Misión imposible y Daniel Boone, de la que aún recuerdo la primera frase de la canción de su sintonía: Daniel Boone was a man…

Hernández compagina sus apariciones en el cine haciendo de don Diego en la feria del condado de San Diego, escribe Bernardo Cabo en su interesante blog Puerto de la Cruz. Sus gentes y sus cosas. Y Feria en la que Tom/Domingo/don Diego recibe a los visitantes con un ¡Bienvenidos Amigos!

Estamos en 1946. Hace un año que finalizó la II Guerra Mundial. Los soldados norteamericanos regresan a casa y tienen muchas ganas de pasárselo bien.

Pasa el tiempo y Tom/Domingo hace visitas esporádicas al Puerto de la Cruz.

En una de éstas, lo conoce el periodista Salvador García, quien evoca que a la estrella de Hollywood le gusta pasear y conversar con amigos en la plaza del Charco.

“Hablaba un español macarrónico, al cabo de tantos años en los Estados Unidos. Lo puso de manifiesto cuando intervino en el acto de inauguración del cine Timanfaya, invitado por sus propietarios: agradeció vivamente al matrimonio “Perrggy and Terrgge” (Pedro González y Teresa Cruz) su gesto e hizo un breve y apresurado recorrido de su trayectoria artística.”

La luz que encendió a Tom Hernández se apagó el 2 de julio de 1984 en la ciudad de Los Ángeles.

Su hermano José Hernández Bethencourt, o Pepe Hern o Pep Hern, también intenta hacerse un hueco en Hollywood.

Lo pueden ver en Llamad a cualquier puerta, una flojísima versión de la excelente y voluminosa novela social del escritor afroamericano Willard Motley, dirigida sin mucha imaginación por Nicholas Ray e interpretada por Humphrey Bogart y John Derek, quien más tarde se haría famoso por sus matrimonios con Ursula Andress, Linda Evans y Bo Derek.

Pep Hern también se deja ver en Los siete magníficos (John Sturges, 1960), donde interpreta a un honrado campesino que colabora con el grupo de mercenarios que capitanea Yul Brynner; y en Joe Kidd (1972), dirigida también por Sturgess con Clint Eastwood y Robert Duvall como protagonistas.

Sin embargo, donde la carrera de Hern parece que fue más intensa es en la pequeña pantalla.

Ahí está, fugaz en capítulos de El hombre del rifle, El fugitivo, Bonanza, La mujer biónica y Los ángeles de Charlie, entre otras.

Pep Hern  se reunió con su hermano el 28 de febrero de 2009.

Se podría escribir una novela sobre sus experiencias en Hollywood. Un relato, imagino, a medio camino entre las Luces de Hollywood, de Horace McCoy, y Como plaga de langosta, de Nathanael West, solo que bajo una mirada irónica y empapada de humor.

Veo a los dos hermanos sentados, comiendo un emparedado en un descanso de rodaje.

Glen Ford, con el pelo engominado saluda a Tom. Y Steve McQueen desefunda su revólver de atrezzo mientras se tropieza con Pep.

- Buenos días, amigo- dicen ambas estrellas en un español macarrónico.

- Buenos días, amigo.- le contestan Tom y Pep en un español igual de macarrónico.

The End aparece en pantalla.

Telón pues sobre el patio de butacas.

Saludos, tarareando Koko, desde este lado del ordenador.

Bye Ulu, ciao Tonino, nos vemos un día de estos

Miércoles, Marzo 21st, 2012

MEA CULPA

Cineasta nacido en Bélgica pero naturalizado estadounidense, con la desaparición el pasado 19 de marzo de Ulu Grosbard muere otro de los grandes del cine norteamericano.

Grosbard no disfrutó, ni disfruta aún, del reconocimiento que se merece entre la familia cinéfila que puebla este desgraciado planeta, últimamente más atento a las cinematografías exóticas que a valorar y rendir la justicia que se merece un cineasta que, como Grosbard, sí que cuenta con un discreto grupo de aficionados que cuando lo descubrieron por primera vez reconocieron en su forma de hacer cine un estilo que los idiotas llaman de autor y que los iluminatis  prefieren destacar por su  carácter, personalidad.

Tras rodar Una historia de tres extraños (1968) y ¿Quién es Harry Kellerman? (1971), Grosbard firmó la que, a mi juicio, es una de las mejores películas de su carrera: Libertad condicional (1977), filme en el que repitió con Dustin Hoffman como actor protagonista y que adapta con fidelidad el nervio y la rabia de la primera novela autobiográfica de Ed Bunker, No hay bestia tan feroz.

La película cuenta lo difícil que lo tiene su protagonista, Max Dembo, para reinsertarse en la sociedad tras pasar una buena temporada en la cárcel por una serie de robos cometidos.

Su itinerario, o más bien su calvario para convertirse en un hombre normal y corriente está narrado por Grosbard con pulso y oficio, sin estridencias ni giros dramáticos, casi como si le interesara más profundizar y mostrar lo imposible que le resulta al personaje incorporarse a una vida normal no ya solo por los fantasmas que lo persiguen de su pasado sino también porque se siente como un pez fuera del agua cuando esos mismos hombres y mujeres corrientes a los que quiere incorporarse lo ven con recelo al conocer su historial laboral.

Libertad condicional continúa siendo un título muy vivo pese a su estética setentera –estética que, examinada, puede resultar hasta muy atractiva–  y por un discurso en el que Grosbard omite cualquier tipo de juicio moral.

Se limita a reflejar en pantalla la historia de un hombre que, inevitablemente y por las circunstancias, está condenado a volver a hacer lo mejor que sabe hacer: infringir la ley.

Confesiones verdaderas (1981) se trata, a mi juicio, de uno de las mejores películas de serie negra de los últimos tiempos. Protagonizada por Robert Duvall (que interpreta a un duro policía de la ciudad de Los Ángeles) y Robert De Niro (su hermano en la ficción, un sacerdote católico con crisis de fe), el filme propone una fascinante incursión sobre el bien y el mal que tiene como telón de fondo el brutal asesinato de una prostituta que quizá recuerde a los iniciados al brutal asesinato de la aspirante a actriz Elizabeth Short, más conocida por la prensa de la época como la Dalia Negra cuando su cuerpo apareció desmembrado en un solar de la Meca del Cine en los años cuarenta. Años en los que se ambienta esta pequeña obra maestra que, más allá del horripilante crimen, indaga en las formas de entender y hacer el bien que tienen sus dos protagonistas.

La volví a ver no hace mucho y créanme si les digo que el paso del tiempo no araña un largometraje que tiene múltiples lecturas porque ya sabe a clásico.

Ulu Grosbard cambiaría de registro con Enamorarse (1984), probablemente una de las mejores historias de amor reflejadas en pantalla en los últimos tiempos.

Grosbard volvió a contar una vez más con los servicios de Robert De Niro, quien en esta ocasión se enamora (ya lo dice el título) de Meryl Streep.

En esta película, como en Confesiones verdaderas, logró que me identificara con ese perverso y retorcido sentimiento de culpa que caracteriza a todos los que hemos sido bautizados en la fe judeo y cristiana.

La primera vez que la vi salí profundamente conmovido de la sala.

La segunda, ya en dvd, me harté de llorar.

Ulu Grosbard, que llegó a tocar el cielo con estas tres extraordinaria cintas, firmaría en 1995 y 1999,  Georgia y En lo profundo del océano, respectivamente.

ECCE HOMO

Tonino Guerra fue guionista.

Y escritor.

Y poeta..

Y  responsable de, entre otras películas, de maravillas hechas cine como Amarcord (Federico Fellini, 1973) y prácticamente de lo mejor que todo buen aficionado al cine recuerda de Michelangelo Antonini, un cineasta que pide a gritos una generosa revisión. Más este año, en el que se cumple el centenario de su nacimiento.

Guerra, que falleció este 21 de marzo a la edad de 92 año, también dejó su registro poético y onírico en La noche de San Lorenzo (Vittorio y Paolo Taviani, 1981); Nostalgia (Andréi Tarkovski) y en cuatro películas del cineasta griego también recientemente fallecido Theo Angelopoulos.

Para mí, sin embargo, Tonino Guerra vive para la que considero es la mejor película de Federico Fellini, Amarcord. Muy por encima de las deliciosamente ombliguistas Y la nave va y Ginger y Fred, que también tuvo la osadía de escribir.

Y es que esos recuerdos, Amarcord, tienen de todo.

Humor, tragedia, soledad, ambición, sexo, amor… Adolescencia, estúpido fascismo, glamour

Y pienso, mientras escribo este fúnebre post, en el ciego de la barca que exclama desesperado mientras el trasatlántico pasa frente a la costa de Rimini: “Quiero ver, quiero ver”.

O al veterano camisa negra que ordena a su escuadra darle aceite de ricino a los díscolos con el nuevo régimen: “¡Es que no quieren entender, no quieren entender!”

O a la Vulpina.

O a la estanquera de generosos pechos.

O a la sublime Gradisca, sueño erótico de aquel inolvidable grupo de balillas.

Pero sobre todas las cosas, recuerdo al tío supuestamente loco que se sube encima de la copa de un árbol para gritar desesperado: ¡Quiero una mujer!

¡Quiero una mujer!

Tonino Guerra con el reivindicable Francesco Rosi también colaboró en el guión de Lucky Luciano (¡tiembla Coppola!) y la comprometida Il caso Mattei. Ambas protagonizadas por ese extraordinario actor italiano que fue Gian Maria Volonté.

Y hay más…

Más mientras la nave va…

Va…

Saludos, de un gringo ya demasiado viejo, desde este lado del ordenador.