Horizontes perdidos

Martes, Octubre 2nd, 2012

El hombre es un animal de costumbres cambiantes. Llego a tan trascendente conclusión sentado en una de esas bibliotecas que salpican el paisaje de la capital tinerfeña y en la que uno se tropieza, más que con lectores, con estudiantes que repasan apuntes escritos la mayoría de ellos con caracteres más o menos jeroglíficos… O tan jeroglíficos como mi escritura.

Siempre me he preguntado, yo que soy hijo de la máquina de escribir, que más tarde se transformó en eléctrica y fue sustituida finalmente (¿?) por los computadores, cómo se lo montaban los escritores de antaño cuando carecían de herramientas tan eficaces. También de cómo fueron capaces de producir tanto y bien –pienso en Tolstoi, en Galdós, en Defoe, en Stevenson, entre otros–  rasgando el papel con la pluma… Tachando, emborronando, reescribiendo títulos colosales como Guerra y paz, pongamos de ejemplo.

Repaso, cogido de un estante de la misma biblioteca en la que me encuentro, los artículos mordaces que en su día escribió ese gran amante del cine que fue Guillermo Cabrera Infante, un hombre que además de ser escritor fue un atinado espectador y un perverso, y espero que molesto, contador de las grandezas y miserias de las revolución cubana, país en el que su nombre aún se pronuncia con la boca pequeña no vaya a ser que quien lo susurre piense que esté más allá de esa saturnina revolución…

Un buen amigo me presta, y no sabe el regalo con fecha de caducidad que me hace, las memorias de Christopher Hitchens, Hitch-22, que leo con los ojos muy abiertos, y asombrado por toparme con un autor al que considero de los míos por el amor con el que desgrana una vida salpicada de contradicciones.

Es verdad que me enfado con algunos fragmentos que disemina en este libro que todo aprendiz debería de leer, pero afortunadamente los cabreos son cosa habitual entre los mejores amigos, que son todos aquellos que están cuando nadie parece que está.

La lectura de Hitch-22 me reconcilia además con un oficio, el periodismo, que creía definitivamente perdido y me invita a leer a George Orwell. Pero no el Orwell de 1984, Rebelión en la granja y Homenaje a Cataluña (para mí siempre Cataluña, no Catalunya) sino los otros escritos que nos legó un narrador que terminó siendo masticado y digerido por sus dos títulos más famosos… ya saben, el que protagoniza el Gran Hermano y el cerdo Napoleón.

Continúo disfrutando mientras tanto con Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, pero con pequeños y delicados mordiscos, consciente que si lo hiciera de otra manera castigaría la bronca belleza de un libro con el que incluso sueño… Y también con dos deliciosos relatos inquietantes de uno de los mejores, pero también más injustamente olvidados, escritores británicos de fantasía y ciencia ficción, John Wyndham. Encuentro una novela corta y un cuento del autor de El día de los trífidos en un volumen del año de la pera. Mereció la pena el gasto mientras en el Rastro de la capital tinerfeña me topó el domingo pasado que ya ha muerto con una edición de El Golem, la mítica novela de Gustav Meyrink, lo que me hace pensar en la obra de este fascinante escritor aficionado a las artes esotéricas, y a quien leí en la primavera de mi existencia con un arrebato que desde ese día me acompaña cuando descubro algún libro, conocido o desconocido, del autor…

Simultaneo estas lecturas con novelas que me llegan de aquí.

Subo mi opinión acerca de los últimos títulos firmados por Carlos Álvarez y Santiago Gil, pero ninguno de los dos llega a tocarme ese pedazo de alma que debo de tener en alguna parte. Me avisan de otros escritores nacidos o residentes en Canarias. Nombres conocidos y desconocidos en cuyos libros espero encontrar ese algo del que tanto hablo, y que me permita enfrentarme a un día a día que vivo en fase de desguace.

Las nubes del otoño, probablemente la estación más enfermiza que conozco, irrumpe con sus primeras nubes. Me coge una mañana y en plena calle una lluvia feroz y antipática y me doy cuenta que solo bajo la ducha soy capaz de cantar bajo la lluvia.

Tengo un sueño extraño y si quieren gótico que me hace despertar a una hora de la madrugada en la que eres consciente de tu soledad y quiero escribir esa experiencia porque, como sucede casi siempre, llegas a creer que es el relato de terror definitivo. Las pesadillas son así sueños extraños para quien ahora les escribe, quien últimamente se levanta mientras suena en su cabeza el Shangri-La de The Kinks y una voz grave le recomienda que vuelva a leer La doncella de hielo de mi admirado Marc Behm. Esto me sugiere que escriba sobre Behm, pero ya le dediqué un post en la noche de los tiempos cuando me enteré de su muerte… El escritor y guionista comenzó a escribir tarde, recién había cumplido los cincuenta, aunque ya había hecho el gamberro prestando su talento al cine.

Cine.

Gracias al periódico El Mundo recupero Casanova, de Federico Fellini, que no es una obra redonda pero sí un bonito homenaje sobre el amante que elevó el sexo a un arte puramente gimnástico. Repesco, además, Propiedad condenada, de Sydney Pollack, con la hermosísima y carnal Natalie Wood junto a un Robert Redford que no deja de recordarme al coprotagonista de La jauría humana. El antagonista es un bronco Charles Bronson, un actor que casi siempre hizo de sí mismo. Da miedo, tanto miedo como cuando interpretaba aquellos policiales teñidos de venganza en donde, es un suponer, estaba del lado de la ley aunque quizá lo más adecuado sea escribir su ley.

Lo interesante de esta colección es que recupera bastante de las películas que me forjaron como espectador cuando iba al cine. No había visto Moulin Rouge de John Huston desde que la descubrí en el Numancia, hoy un edificio abandonado por el que suelo pasar algunos días, y todavía me conmueve la fantástica interpretación de José Ferrer como Toulouse Lautrec. Ese mismo Ferrer que encarnó en su día y en pantalla grande al que considero el mejor Cyrano de Bergerac.

Comenzaba este post asegurando que el hombre es un animal de costumbres cambiantes, pero como pasa casi siempre, temo haberme equivocado.

El hombre, en todo caso, es un animal que insiste en recuperar su pasado para olvidar las miserias de su presente.

(*) La imagen corresponde al filme Horizontes perdidos (Lost Horizon, Frank Capra, 1937) basada en la estupenda novela de aventuras de James Hilton.

Saludos, bienvenido sea a Shangri-La, desde este lado del ordenador.

Los rápidos y los furiosos

Domingo, Septiembre 9th, 2012

Un tipo que está regateando con un caballero que vende tornillos de todas clases en el Rastro de la capital tinerfeña no deja de hablar entusiasmado, casi a gritos, que Vin Diesel va a venir a Canarias para rodar una película de coches.

La película a la que hace referencia es la sexta entrega de The Fast and the Furious (A todo gas) en la que el actor norteamericano que se ha hecho un hueco en Hollywood asumiendo el rol de macarra, vuelve a repetir con un personaje que, como todo futurista que se precie, representa ”el amor al peligro, el hábito de la energía y de la temeridad.”

El hombre máquina que vindicara el loooco de Marinetti.

Lo que ignora el tipo, y tampoco soy nadie para decírselo, es que además de macarra en The Fast and the Furious, Triple X y esas dos curiosas cintas de c/f que son Pitch Black y Las crónica de Riddick, es que detrás de ese cuerpo modelado en gimnasios se encuentra un buen actor cuando cae en manos de un buen director como fue Sidney Lumet en su aún desconocida Find Me Guilty (Declaradme culpable, 2006), donde Diesel interpreta con mucha convicción y toneladas de maquillaje al gángster Jackie DiNorscio.

Les recomiendo que la vean si no la han visto.

Lo curioso del caso, volviendo al Rastro, es que quien intenta venderle los tornillos no sabe quién es Vin Diesel, aunque coincide con el informante en que si se trata de una película de carreras –así, “de carreras”– “tiene que estar guapa.”

Nunca fui un seguidor del subgénero. Aunque reivindico un título –con la misma pasión con la que reivindico el Ecce Homo restaurado por Cecilia Giménez– como es La carrera de la muerte del año 2000 (Paul Bartel, 1975). Cinta que no ha tenido su remake pero sí su reboot y el reebot su precuela. Lo del reboot es la última fórmula que se han sacado de la manga en la Meca del Cine para explotar lo que parecía inexplotable: un reinicio o relanzamiento de una historia como sucedió también con Carlitos Brigante antes de que Brian de Palma lo liquidase a balazos en la estupenda Carlitos’s Way (Atrapado por su pasado, 1993)

Dejo al entusiasmado fan de Diesel esta mañana soleada de Rastro en busca de libros. Y como siempre, encuentro alguna cosa apetecible. Entre otras, Lulu en Hollywood, un volumen que recopila recuerdos escritos por una de las mujeres más bellas que jamás proyectó la pantalla silente y sonora.

Me refiero a Louise Brooks. Una modelo y actriz de la que me estoy enamorando inoportunamente al repasar su vida en los felices años 20 pero sobre todo un ejemplo de coraje y sinceridad que, defiende ella en este volumen, caracterizó su existencia en ese lugar donde “te pagan mil dólares por un beso, pero te dan cincuenta centavos por tu alma” (1).

El mundo ha cambiado mucho desde entonces, querida Louise y querida Marilyn, porque Hollywood ya ni siquiera paga tanto por tu alma.

Escribo esto un pesado domingo, como son todos los domingos, en los que hago repaso de los días calcinados y procuro averiguar como serán los aún parduscos pastos que me quedan por devorar en este itinerario que es la vida.

Barajo el riesgo.

El riesgo es salir de casa y meterme a ver Madrid Days, de José Luis Garci. Pero la diosa de la razón se impone y me ordena que ahorre el dinero porque no está la cosa para malgastarlo y encima te entren ganas asesinas por degollar a ese fumador empedernido que presentó Qué grande es el cine.

Veo en la red el tráiler, pero me niego en redondo a leer comentarios y críticas de una película donde, curiosamente y por lo que he podido contemplar, Sherlock y Watson hablan un perfecto español de Valladolid y hace un cameo ese político estirado y marciano que es Alberto Ruiz-Gallardón. Dicen que como Isaac Albéniz. Dios nos coja confesados.

Después de lo que Garci le hizo a Benito Pérez Galdós con El 2 de mayo, si hubiera justicia en este país lo hubieran exiliado al islote de Perejil.

Nunca he entendido el entusiasmo que aún le profesan algunos aficionados al cine que perpetra este señor.

Claro que deben ser cosas mías porque no tolero el exceso de azúcar, y la mayoría de sus películas, pero en especial Canción de cuna, fue como zamparme una bandeja entera de tocinitos de cielo… Será que a mi me gustan más los dulces borrachos. Y de eso no entiende ni el cine del señor Garci ni el que se rueda en este país.

Un país, ahora mismo, que pretende que alguien le explique como la abundacia de la que disfrutó hace unos años resulta ahora un inquietante espejismo. O un mal chiste.

Tarea compleja, porque obliga a pensar.

Eso explica, sin embargo, lo que se está haciendo: despistar al españolito que ya está en el mundo sacando lo peor que lleva dentro y que se pregunte, como si la vida le fuera en ello: ¿por qué está triste Ronaldo?

Penélope Cruz, súper Pe, por otro lado, desmiente un titular publicado por La Stampa y que ha contribuido a hacer un poquito más grande la zanja que está separando a los ricos y famosos (sean de derechas como de izquierdas) de los pobres y desgraciados españolitos (sean de derechas como de izquierdas) que estamos en el mundo.

Titular malintencionado: “Produciré un par de cintas al año en España para dar trabajo.”

Respuesta de súper Pe: “se han manipulado mis palabras.”

Lo único bueno de todo esto, del brutal movimiento sísmico que nos está haciendo bailar a casi todos el mal de San Vito antes de que caigamos dentro de las grietas profundas que se abren bajo nuestros pies, es que yendo al Rastro de la capital tinerfeña puedo escuchar a un chaval loooco de contento porque el Vin Diesel vendrá a Canarias a rodar la última entrega de una película cuyo título, curiosamente, se me antoja como inquietante metáfora de estos tiempos que me han tocado vivir:

El rápido y el furioso.

Elijan ustedes quienes es el rápido y quien está furioso.

(1) Marilyn Monroe, una rubia que al parecer no fue tan tonta.

(*) La ilustración que acompaña este post corresponde al cuadro La calle ante la casa (Umberto Boccioni, 1911).

Saludos, ¿es que nadie  se acuerda de La Roca?, desde este lado del ordenador.

Una tirada de Tarot

Lunes, Septiembre 3rd, 2012

I.- LA TORRE

Intento huir como de la peste de las versiones extendidas y de los supuestos montajes del director. Tampoco me hace gracia lo que los anglosajones conocen como remakes y mucho menos todas esas fórmulas que se han sacado de la manga en la Meca del cine para explotar éxitos de taquilla. Ya saben, contar el antes y el después de una historia que quizá tocó algo de lo único sano que debe quedar en tu podrido corazón. Evito además con discreta cordialidad los cómo se hizo y las entrevistas que te ofrecen como material de relleno los dvd y los blue ray. Y es que siento que todo se desmorona… Se me desmorona

II.- EL AHORCADO

Cada vez voy menos al cine. Y no solo por el precio prohibitivo de la entrada.

Cosas de la edad, ha llegado el momento en que prefiero verlo en casa.

Recuerdo que antaño esta posibilidad ni se me pasaba por la cabeza.

Recuerdo, además, discusiones subidas de tono con un amigo cinéfilo o de los que solo aseguraba ver “cine de calidad” cuando me ladraba que ya no iba al cine. Que se lo pasaba mejor viéndolo en la soledad de su mansión.

Daban ganas de ahorcarlo aunque siempre, para relajar la tensión, me ponía a imitar la voz en off que durante un tiempo se pudo escuchar en toda película española que se respetase. Ya saben, y si no lo saben me da perfectamente igual, escuchar aquella voz irónica que venía a informar: “Este es el pueblo del Cafre del Campo. Un pueblo tranquilo donde lo más extraño que puede pasar es que Mariano, el de la tienda de abastos, no se levante para abrir su establecimiento a las siete de la mañana. Esta es la plaza del Cafre del Campo, con su fuente de cuatro canalones que fuera donada por el señor marqués cuando al Cafre del Campo aún no había llegado la luz eléctrica…”

III.- EL ERMITAÑO

Detesto, y no puedo fingir que los deteste como quien se come la última croqueta del plato, a los que dicen que conocen a… Cuando no conocen a ese mismo a

Un ejemplo relativamente reciente y verídico como la vida misma.

- Son cosas de Pedro, osea, ya sabes…

- ¿Pedro?, ¿de qué Pedro me hablas?

- ¿Osea, cómo que de qué Pedro te hablo? De Pedro Almodóvar, claro está.

- Ahhhh.

A este equipo pertenecen también los que dicen que han leído a… Y no han leído a

Aunque son relativamente fáciles de detectar siempre y cuando les sigas el juego.

- No me gusta el Galdósssss. Ha quedado tan rancioooo.

- Gracias a Dios que por la misma época estaba escribiendo el Gabriel de Araceli. Lástima que por ser gaditano y de escasos posibles apenas haya trascendido en la historia de la literatura de este país… Aunque Trafalgar¡Trafalgar!

- El poooobre de Araceli. Una tragediaaaa. Lástima que viviese aquí… Si hubiese nacido en otro sitio…

- Inglaterra.

- O Francia.

¿Gabriel de Araceli?

IV.- EL SUMO SACERDOTE

Desconfío también de los tipos/as que salpican con citas cualquier conversación que mantengas con ellos.

- La situación está fatal. Estoy pensando seriamente en mandar todo a paseo.

- La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene, Jorge Luis Borges.

- ¿Eh?

- Quien se enfada por las críticas, reconoce que las tenía merecidas, Cayo Cornelio Tácito.

- ¿Eh?

- El viejo Franz tenía razón. El mundo es una Kafka, Pedro Ruiz.

- ¿Eh?

Tuve un amigo, que ya no está entre nosotros, con el que mantenía diálogos más o menos parecidos al que acabo de reproducir.

En sus escritos, porque además de ser mi amigo era un excelente escritor, insistía en esa misma manía: reproducir citas y más citas como si quisiera demostrarle al mundo que era una persona leída.

- ¡¡¡Pero si tú ya eres una persona leída!!! ¿Qué pretendes demostrar?- me quejé una vez.

AMIGO: Demostrar a quien habla mal de mi a mis espaldas

- ¿Eh?

AMIGO:…Que mi culo contempla, Winston Churchill.

- ¿Eh?

V.- EL DIABLO

Esto de citar es una costumbre que caracteriza a algunos de los políticos de esta enfermiza comunidad autónoma en la que vivo.

Uno en concreto no pone punto final a sus intervenciones si no es para demostrar que él es como una persona leída.

Lleva gafas, además.

Luego, piensa, la gente debe imaginar que es leída. No leído.

El problema es que no se ha dado cuenta, ni nadie se ha preocupado en convencerle de lo contrario, que con citas no demuestra nada.

Es más, tengo la sensación de que tanta manía por mencionar autores y citar frases sin ningún tipo de pudor le quita verdad a lo que al final no es sino un acto ridículo con el que camuflar una carencia (vergüenza) que solo despierta mis más bajos e inconfesables instintos de desprecio.

Un ejemplo:

POLÍTICO, nazionalista: No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos.

PERIODISTA: Pero ¿es consciente que esos mismos problemas lo crearon ustedes?

POLÍTICO, nazionalista: Ah, eso no lo sé, la frase es de Einstein. ¿Otra pregunta?

PERIODISTA (la cosa es ansí): ¿Cómo se escribe Einstein?

POLÍTICO, nazionalista (la cosa es ansí): Con H.

VI.- LOS ENAMORADOS

Otro de los misterios sin resolver del lugar en el que vivo…

(VOZ EN OFF: Un archipiélago fragmentado y desparramado en las azules aguas del océano Atlántico…)

es la desarmante atención que se le presta a todo aquel que sepa pronunciar sonoras C y Z. Aunque lo que venda apeste a monumental estafa. Y últimamente a todo aquel que confunda la R con la L. Es decir, que en vez de puerco diga puelco.

VENDEDOR (acento peninsular): Productores norteamericanos, ein, están seriamente interesados en rodar un remake de Papillon en Canarias… No adelanto quiénes serán sus actores pero uno de ellos comienZa con el nombre de Leonardo…

VENDEDOL: Canalias necesita hoy más que nunca una escuela de cine. Pala que de esa escuela de cine salgan los lealizadoles del mañana… Atención al guión…

VII.- EL JUICIO

Me escribe un viejo y admirado amigo que no recurre a citas, ni menciona a la gente que conoce, ni vende motos porque no tiene necesidad de vender motos, recoldándome una película que, curiosamente, nos hizo un poco más amigos en estos tiempos siniestros que vivimos: La condesa descalza.

¿Qué te parece?, me interroga en un e-mail de apenas cuatro líneas.

Que ¿qué me parece La condesa descalza?

Pues una película que si aún se mantiene viva en mi memoria como espectadol cinematográfico es pol ella.

¿Ella?

La diosa.

Ava.

La mujel.

Y así lo siento y así lo escribo.

VIII.- EL LOCO

Tanto Mogambo como La condesa descalza son películas de Ella.

No de  Joseph L. Mankiewicz ni John Ford.

Sino de Ella.

Y es que

Llega un momento en el que te enfrentas al hecho de que te has convertido en un viejo putón”, Ava Gadner.

Saludos, ¡loco, morena, loco!, desde este lado del ordenador.

Qué grande fue el cine

Sábado, Agosto 11th, 2012

Entre otras muchas debilidades, confieso mi extraña adicción al cine italiano de los años cuarenta y cincuenta. Los expertos, que son esos señores de cabellera espesa y espejuelos con culo de botella, conocen este periodo como Neorrealismo…

Un cine áspero y duro, sin apenas concesiones, que hoy visto desde la distancia y el retroceso de nuestros infantiles días, se antoja como imposible de recuperar porque su discurso, si bien encaja con la que nos está cayendo, no resulta recomendable para los que nos facilitan entretenimiento con la forma de crisis satánica, líos del corazón y héroes disfrazados.

Lo que me molesta, lo que me irrita aunque no me quite el sueño, es que  los que se refugian en lecturas y películas para alimentarse digamos que espiritualmente, no se hayan percatado de lo que fueron capaces de hacer los italianos por el cine en ese período que merece un capítulo aparte en las Enciclopedias dedicadas a lo que se llama como séptimo arte…

¿Arte?

¿Fue un arte, verdad? 

Aquel grupo de iluminados, de profetas, narró pequeñas grandes historias de hombres y mujeres de la calle a los que el peso de la Historia arrolla o intenta arrollar. En algunos casos, incluso, mostraron como algunos pudieron salir adelante y lamer, como pudieron, sus heridas y en otras reflejaron con crudo realismo su fin.

Un fin en el que, efectivamente, el hombre está condenado a ser libre.

La noche del viernes, de una sauna indescriptible, me planteé volver a ver tres títulos de un cineasta que hizo carrera en eso que llaman Neorrealismo como si de un maratón de las Olimpiadas se tratara.

Y el caso es que todavía digiero el impacto que estas tres películas, firmadas por Vittorio De Sica, han supuesto para mi todavía capacidad de entrega al cine como un oasis de reflexión y, si quieren, inquietante esperanza.

Un oasis al que poder recurrir y saciarme cuando lo veo pese a que tenga constancia que ha ido perdiendo, y a mi juicio con el paso de los años, su capacidad de asombro. De conmover y agitar conciencias.

Se tratan pues de tres películas que nadie debería de perderse para entender la grandeza del cine. También de lo que fue el cine italiano de aquellos años.

De sorprenderse por su capacidad de autocrítica, de retrato feroz de un país literalmente empobrecido narrándonos sus miserias a través de una de serie de personajes que por su humanidad trascienden pantalla.

En este aspecto, considero que no pueden dejar de ser tan humanas películas como El ladrón de bicicletas y Umberto D. Crónicas despiadadas de hombres sencillos al que el peso de los acontecimientos terminan por aplastar como si fueran cucarachas.

¡Grande Carlo Battisti!, el jubilado que rompe el corazón en esa tragedia que rompe el corazón que es Umberto D.

¡Grande Lamberto Maggiorani!, el ladrón involuntario de bicicletas…

¡Grande Cesare Zavattini!, el escritor que hizo posible estas tres historias que, reitero, tienen aún la enorme facultad de romper el corazón…

El tono cambia, dentro de su implacable dramatismo, con esa delicada pieza de orfebrería de los sentimientos que continúa siendo Dos mujeres. Con una Sofia Loren en la que quiero encontrar el carácter de la mujer italiana.

Una especie de colosal reinterpretación de la mamma latina capaz de todo por el bienestar de su hija mientras la Guerra se va desmoronando  dejando a su paso la terrible huella de la postguerra.

No sé si el visionado maratoniano de estas tres películas ha servido de algo en unos tiempos donde todos parecemos intentar escapar de la realidad, pero me siento mejor tras llorar, esa es la verdad, con tres historias que me obligan a pensar que el cine, efectivamente, fue grande.

También a reflexionar que gracias a películas como estas tres que he citado y otras tantas que realizaron cineastas que no fueron de Sica, contribuyen a que observe el espectáculo del desmoronamiento en el que me ha tocado ser uno de sus tantos ladrones de bicicletas o Umberto D. con otra perspectiva.

Con otros ojos, con una melancolía digamos extraña que, afortunadamente, suaviza la belleza que encierra ese plano de Dos mujeres en el que madre e hija se abrazan tras haber atravesado un calvario que solo es el principio por el que estamos ahora mismo transitando aunque nubes oscuras nos impidan ver.

Por eso, y por otras muchas cosas más, dejar que la noche del viernes se muriera mientras me quedaba hasta las tantas con la vista pegada ante la pantalla del televisor merece que reivindique la fuerza de un arte, el cine, que no fue menor como es el de nuestros días.

Esto me hace pensar porqué el cine –y las demás artes, porque ninguna se disuelve, toma sentido, atrapa lo que hay– se ha vuelto con el paso de los años tan ñoño. Tan vacío, tan sin sustancia.

Y que me pregunte las razones de por qué ese miedo a reencontrarnos con lo que unos clásicos que en condiciones mucho más complejas que las que vivimos en nuestra farsa actual, sí que se atrevieron a hacer mientras en mi tiempo la mayoría de los artistas, de los culturetas, de los que tienen el deber de alimentarme intelectualmente obvia y me hace parecer memo si cuestiono sus memeces.

Lo que yo considero mis clásicos no lo dudaron ni un instante cuando había que hurgar en la llaga. Sabedores que solo a través del sufrimiento y la risa podemos llegar a pan, amor y fantasía.  

Indignarnos, compadecernos, riéndonos incluso para alcanzar a ser algo tan complicado como personas y no idiotas durmientes como revelaba esa obra reciente que es Matrix. Con todas sus irregularidades, con todo su enfermizo sentido de la estética como esperpento virtual.   

Veo, ya contaba, de una sentada y sin apenas pausa estas tres grandes películas. Y cuando acaba la sesión, roto pero más fuerte por dentro, escucho el canto de un grillo que debe de andar por casa y pienso, mientras telegrafía su música, que el caos en que últimamente ha sido mi conciencia se serena.

Se relaja…

Y todo por tres películas.

Efectivamente, qué grande fue el cine. 

(*) La imagen corresponde a ese brutal retrato de la soledad que es Umberto D.

Saludos, hay esperanza para cambiar. Basta con perder el tiempo viendo estas películas, desde este lado del ordenador.

Gore Vidal, el último clásico

Miércoles, Agosto 1st, 2012

Con la muerte de Gore Vidal desaparece una de las voces más sensatas y reformistas de la literatura norteamericana de nuestros inestables tiempos. Estaba a punto de cumplir noventa años y su cabeza continuaba igual de bien ordenada que en su época de más rabioso esplendor. Para entender lo que ha significado la historia de los Estados Unidos, es inevitable refugiarse en la obra del escritor para asumir las altas y bajas pasiones de un país que se ha transformado en algo así como la nueva Roma desde la segunda mitad del siglo XX.

Llegué al escritor a través de uno de sus libros más ambiciosos y recomendables, Lincoln, probablemente la mejor biografía de quien todavía sigue siendo reconocido como el mejor presidente de Estados Unidos. Me lo regaló un buen y querido amigo en un cumpleaños, y se trata de uno de esos presentes afortunados que de vez en tanto te hacen la vida un poquito más feliz.

Lincoln es un volumen pródigo en páginas que se leen con insólita rapidez porque propone un retrato psicológico y controvertido acerca de una de las figuras más sagradas de la iconografía estadounidense.

Vidal despedazada con el cariño y la paciencia de un cirujano su vida, su forma de hacer política y en especial su modo de enfrentarse a una de las mayores crisis de la historia de su país como fue la Guerra de Secesión. Fue además uno de los primeros pensadores norteamericanos que se atrevió a desmontar algunos de los mitos que han ido tejiendo la figura de este presidente, destacando su habilidad para hacer política, que es algo así como su talento para el arte de la mentira.

Gore Vidal continuó repasando la historia de los Estados Unidos en otras novelas claramente políticas como Washington D.C., Imperio y Hollywood, entre otras, y al parecer se encontraba trabajando en la actualidad en uno de los hechos históricos que contribuyó al crecimiento y al carácter de esa sin embargo gran nación como fue la guerra que sostuvo contra Méjico en 1848. Hecho que demuestra que, pese a su edad, el escritor seguía explotando el pasado de su país para llegar a comprender muchas de las claves que lo identifican con su turbio presente.

Vidal, que conoció a lo mejor y a lo peor de la intelectualidad de su tiempo, dejó también escritas una serie de novelas de ciencia ficción que deben de ser leídas como apasionantes sátiras sobre la condición humana. En este sentido, son muy recomendables su excelente Kalki y Mesías.

En el terreno de la ficción histórica es autor también de Juliano, el apóstata, una obra maestra donde estudia la vida del último emperador romano que intentó frenar el avance del cristianismo, recuperando las tradiciones paganas del Imperio. Juliano, el apóstata es una novela que genera desasosiego, aunque su mensaje es ejemplar para los que ponemos en duda la existencia de un más allá teledirigido desde el más acá por una jerarquía eclesiástica que sostiene una farsa para mantener cierto orden social.

Me dejo muchos títulos del escritor en el tintero, pero es que Vidal cuenta con una obra amplia y ambiciosa a la que nunca le faltó inteligencia y en ocasiones un razonable sentido del humor como es su delirante Myra Breckinridge, donde reflexiona en clave de comedia sobre la transexualidad, y una serie de ensayos donde la mayoría de sus lectores es donde más lo reconocen.

En este sentido, es muy recomendable la correspondencia que mantuvo con Timothy McVeigh, autor del atentado de Oklahoma, y relación por la que fue muy criticado desde las más altas instancias en su propio país.

Con el pseudónimo de Edgar Box escribió tres novelistas de misterio protagonizadas por el detective Peter Sergeant, divertimentos brillantes que garantizan una gozosa lectura.

Gore Vidal cuenta además con un delicioso libro de Memorias –estaba trabajando últimamente en el segundo volumen– y atractivos, aunque por normal general frustrados, tanteos como guionista en el cine como son sus colaboraciones en películas como Ben Hur, Calígula, así como The Best Man, Un marciano en California, comedia con Jerry Lewis que adaptaba su obra teatral Visit to a Small Planet y ¿Arde París?, entre otras.

En la producción Satyricon y en la cinta de ciencia ficción Gattaca hace incluso simpáticos cameos.

Con Vidal desaparece, ya lo decimos en el título de este post, probablemente el último gran clásico de la literatura norteamericana. Un gigante necesario y al que recurrir para enfrentarnos al desmoronamiento del que últimamente somos víctimas ¿involuntarias?

Saludos, ha muerto un coloso en la república de las letras, desde este lado del ordenador.

‘El hombre tranquilo’

Sábado, Julio 28th, 2012

“- Preparamos mucho el guión, fuimos trazando la historia con mucho cuidado, pero de modo que si se presentaba una oportunidad de hacer comedia, pudiéramos meterla, como cuando Barry Fitzgerald les lleva la cuna al dormitorio la mañana después de la noche de bodas y ve la cama rota. Eso era aprovechar la situación. Sabe usted, nadie ha oído nunca lo que se dice cuando entra, de altas que son las risas. Hay centenares de personas que me han preguntado lo que dice. Nunca puedo imaginármelo (Homérico… impetuoso). Pero son condiciones que siguen existiendo en Connemera –de donde procedía la familia–: en principio la mujer lleva al marido una dote de unas libras o algo; es una buena cosa.

- Entonces, ¿está usted de acuerdo con los sentimientos de ella en la película?

- Sencillamente me pareció que estaba bien argumentalmente. La única equivocación que tuvimos fue hacer que él tirase el dinero al fuego. Se lo debería haber tirado a uno de los muchachos y dicho: “para una obra de caridad”, o algo así.

- A mi me pareció un gran gesto.

- Sí, bueno,  ¿a quién se lo iba a dar en todo caso? Al cura párroco, no;  ése tiene más dinero que el alcalde de Dublín.” (1) 

¿POR QUÉ ME GUSTA ESTA PELÍCULA?

1.- Porque contiene una de las mejores escenas románticas (la del beso) de la Historia del Cine.

2.- Porque John Wayne, efectivamente, es un hombre tranquilo.

3.- Porque es natural perder el sueño por una pelirroja como Maureen O’Hara.

4.- Porque imagino que el paraíso debe ser algo así como Inesfree.

5.- Porque me encantaría emborracharme hasta perder el sentido con un tipo tan shakesperiano como Barry Fitzgerald.

6.- Porque un lugar que aguanta a un gigante cabezón pero de buen corazón como es Victor McLaglen debe de ser un buen sitio.

7.- Porque recibes y repartes tortas y todos tan contentos.

8.- Porque el mundo no es complicado, solo que no queremos ver lo sencillo que es.

9.- Porque cada vez que la veo me hace feliz.

10.- Porque la dirigió John Ford, un hombre que no rodó, permiso maestro, solo películas del oeste.

(1) Tomado del libro John Ford, de Peter Bogdanovich (Editorial Fundamentos, 1971).

Saludos, ¡¡¡por esos sesenta años tan bien llevados!!!, desde este lado del ordenador.