Quedarse en los huesos

Martes, Septiembre 18th, 2012

La última novela del escritor grancanario Santiago Gil hay que leerla como una fábula sobre el oficio de las letras. Temo que hacerlo de otra manera sería traicionar el espíritu de un libro que no tiene otro objeto que el de indagar –con poca fortuna, por cierto– en torno al arte de la escritura y las miserias y grandezas que se esconden detrás de la que quizá sea la profesión más ingrata del mundo.

Ya lo advierte Gil en el título de su novela, Yo debería estar muerto (colección G21 Narrativa Canaria Actual). Un título llamativo, contundente y radical pero que sin embargo no responde a las expectativas que pudiera generar.

Yo debería estar muerto propone la aventura existencial de un hombre casado y cansado que trabaja como corrector en un periódico de provincias que se siente más escritor que otra cosa aunque las mieles del éxito se le escapan de entre las manos para sumergirlo en una mediocridad que aguanta por pura inercia existencial.

Los dados del destino le ofrecen, sin embargo, una segunda oportunidad cuando la Señora de la Guadaña lo traslada a la otra orilla: la posibilidad de vivir un futuro donde alcanzar el éxito como escritor aunque éste lo empobrezca como persona al refugiarse en sí mismo y, como si de un Juan Carlos Onetti del siglo XXI, escribir mientras gana seguidores que encuentran en sus obras claves que su propio autor desconoce haber escrito.

No es Yo debería estar muerto de lo mejor que he leído de Santiago Gil, me parecen mucho más notables y auténticas su perverso retrato del fin de la infancia en Queridos Reyes Magos o en esa salvaje descomposición familiar que nos mostró en Las derrotas cotidianas, pero conserva a ratos ese sentido de realidad siniestra que caracterizaba a estas dos novelas. Una mirada oscura, no exenta de afortunada ironía sobre el destino.

Quiero entender que Yo debería estar muerto es un pequeño y frustrante paréntesis en la trayectoria literaria de Gil. Un libro ajeno a su universo, generalmente tan apegado a la tierra. Y esto es un obstáculo, a mi juicio, para sumergirse en el pequeño escenario que plantea con su último trabajo.

No obstante, si se entiende el cuadro como una fábula cruel sobre el proceso de la creación y la fama a la que todo escritor aspira, su Yo debería estar muerto podría traducirse como un curioso e inquietante ejercicio a la psique del escritor.

Leída con distancia, Yo debería estar muerto no deja de resultar así una interesante reflexión sobre el papel del narrador y su obra aunque le falte más desarrollo, más carne, más sustancia al relato.

Un relato que parece redactado con demasiadas prisas y al que se le escapa –da la sensación– el camino al que quiere dirigirse.

Lo mejor de la novela, de unas ciento veinte páginas, son aquellos momentos en lo que Santiago Gil recupera su capacidad para describir situaciones y lo peor cuando se nos pone filosófico y se encierra en su nube. Esto descompensa el ritmo de una historia en la que casi parece que el escritor no quiere que se le reconozca, aunque su protagonismo sea el único que monopoliza el texto.

Esta insistencia en el Yo deja en segundo planos a unos , los secundarios, que apenas quedan esbozados, por lo que todos ellos se transforman en manchas y no en personajes reconocibles.

Lo preocupante es que esas mismas manchas afectan al narrador/escritor/protagonista de esta novela, a quien se somete a un ingenuo interrogatorio al principio y final del texto para justificar esta especie de El cielo puede esperar aplicado al mundo de la literatura.

No es una novela redonda Yo debería estar muerto. Pienso, de hecho, que es una novela para nada redonda porque parece como si su autor, Santiago Gil, no creyera en ella porque se trata más que de una novela cerrada en un trabajo que exigía más trabajo. Que necesitaba de una reflexión coherente, que condujera al lector hacia un territorio en el que tan bien se mueve su autor como es el de ese realismo siniestro que  empleó para destripar las ilusiones de un niño y hurgar en las miserias de una familia.

Es probable, de todas formas, que esperara mucho más de Santiago Gil tras revelarme su capacidad para meter el dedo en la llaga en los dos títulos anteriormente citados, capacidad que no he encontrado en Yo debería estar muerto, una novela en la que apenas descubro destellos de vida y sí poco entusiasmo por lo que está escrito.

En este aspecto, da la sensación como si el escritor de carne y hueso que descubrí en Gil se hubiera quedado en los huesos con Yo debería estar muerto.

Una novela escrita como una fábula pero desorientada y sin mucha sustancia a la que aferrarse.

Un título, en definitiva, que me deja indiferente en la producción de un escritor cuyas obras anteriores no me habían dejado indiferente.

Saludos, algo frustrado, desde este lado del ordenador.

Yo…

Lunes, Junio 4th, 2012

I.- FUMANDO ESPERO…

A la espera de las valoraciones que el Gobierno de Canarias, la Asociación de Libreros y demás entidades implicadas harán públicas un día de estos… El último día de la semana de un caluroso 3 de junio de 2012 se apagó la llama de la XXIV Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife.

Un espacio, quiero pensar, que debería estar diseñado para el encuentro entre lectores, escritores, editores y libreros y que este año, al menos los días en los que me di una vuelta por el parque García Sanabria siempre a una discreta hora –las siete de la tarde– mantuvo una más que regular asistencia de público.

Público mayoritariamente familiar, pero también de despistados transeúntes y gente de buen y mal vivir que no tenía nada mejor que hacer que ver libros. No olvido a los aficionados a esas cosas que se están poniendo últimamente tan raras como son, precisamente, los libros.

Una caseta me llama especialmente la atención: oferta títulos de otros tiempos y de otras tentaciones en ediciones facsímiles.

Mientras tanto, y consultando el calendario, espero con paciencia la valoración. El cómo ha ido oficial aunque mucho me temo que con el desesperado y lírico romanticismo de Matt Scudder.

¿Qué cifra sacarán?

¿Qué valoración nos venderán?

¿Qué perfiles de clientes propondrán?

Son tiempos de crisis.

Vale, lo sé tanto que me desangro con la puta crisis… Pero en mis vistas a la Feria he contado con los dedos de la mano a los representantes de nuestra cosa pública para apoyarla, reivindicarla.

¿Uno, dos, tres…?

Creo que son demasiados…

Pienso, con ingenua objetividad, que estas cucarachas con Chanel no han tenido tiempo de visitar la Feria porque tienen cosas más importantes que hacer…

¿Qué hacer?

Pues trabajar hasta altas horas de la madrugada cómo las instituciones plantan cara a una crisis que está a punto de hacer crack.

Es un domingo caluroso de junio en el que la Feria ha puesto su cartel de cerrado para –espero, pese a todo– colocar el de abierto el próximo año.

II.- GENTUZA

Participo en dos encuentros invitado generosamente por sus autores: Santiago Gil y Carlos Álvarez.

Ambos dos, gentuza con la que mantengo un diálogo abierto en el que participa el público asistente y que suele ser –por norma general– el que plantea las preguntas más interesantes siempre y cuando no termine su intervención en una larga y cansina disertación sobre la reproducción de los cangrejos.

Durante la intervención de Santiago Gil, y mientras le pregunto sobre su última novela, Queridos Reyes Magos, que es un título en el que su autor describe el final de la infancia con brutal y realista sinceridad, el escritor revela como para algunos de nosotros descubrir que los Reyes Magos son los padres contribuyó a triturar la ilusión que hasta ese momento nos hacía niños.

Las palabras de Santiago Gil resuenan, al parecer y con el redoblar de un tambor, por todo el reciento de la feria.

Y contemplo en la entrada de la carpa a un tipo que hace señas enloquecidas.

Lo saludo amablemente con la mano, pero el tipo continúa con sus señas enloquecidas.

Y entonces alguien del público levanta la mano.

Y más que preguntar insiste en eso de que los niños descubran un día que los padres son, efectivamente, los Reyes Magos…

Ya no veo al tipo que hace señales enloquecidas.

III.- ¿UN CHISTE?

Al finalizar el acto con Gil, alguien me comenta que durante unos instantes se cortó el sonido de lo que en la carpa decíamos porque había niños que en ese momento paseaban con sus padres por la Feria.

Niños que al parecer estaban más pendientes de escuchar lo que se estaba hablando en la carpa y que sonaba como ruido ambiente en todo el recinto que en pedir el último manga en cualquiera de las casetas diseminadas por la Feria…

Advierto:

Es probable que quien lo dice me esté gastando una broma.

O un mal chiste.

Mientras tanto, Santiago Gil –que es un hombre de paz quiero entender porque conoce demasiado bien lo que es estar en guerra– continúa explicando las claves de su narrativa. Una narrativa afortunadamente contundente y feroz.

Al menos, a mi juicio, en Las derrotas cotidianas y Queridos Reyes Magos.

Santiago Gil, con flema británica, se pregunta: ¿Por qué no se encuentran sus novelas en la Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife?

IV.- LA CULPA LA TIENE OSCAR PETERSON

Soy testigo momentos antes de entrar en la carpa con Santiago Gil como un lector –pienso ahora de los que come pienso– le pregunta dónde puede comprar algunos de sus libros. Y creo ver que quien acompaña a ese preguntón es la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife…

Pero suena en ese momento en mi cabeza Oscar Peterson y no me atrevo a decir que…

Se queja Santiago Gil de que no estén  sus libros en la Feria.

Se queja, sin decirlo, que nadie de los que asisten al diálogo pueda después adquirir algunas de sus novelas y pedirle al escritor que parece poquita cosa pero que es todo lo contrario que le firme algún ejemplar.

Alguien me susurra que el desaguisado es igual de marciano en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria.

Incluso peor….- escupe.

- ¿Peor?

-  Peor.- me responde ese mismo alguien.

Eso explica que Carlos Álvarez –cansado de si le dicen lo engaño– haya decidido montarse su propia editorial: Hora antes.

Álvarez es autor de las La pluma del arcángel y de Si le digo lo engaño, novela que presenta ese mismo domingo en la XXIV Feria del Libro de Santa Cruz de Tenerife.

El escritor y guionista, o guionista y escritor que lo mismo da, siendo hombre de letras se ha liado ahora la manta a la cabeza y quiere probar en las ciencias.

De ahí nace Hora antes.

Una editorial digital pero que apuesta también por el papel imagino que para lectores viejunos y reaccionarios como quien firma estas líneas.

Y eso explica que Álvarez, que es autor del libro de relatos Una hora menos y coguionista de Mararía y del documental Ciudadano Negrín, lleve encima varios ejemplares de Si le digo lo engaño y los reparta en algunas de las casetas de la Feria.

Intuye, ese zorro castellano, que más de uno del público lo adquirirá porque querrá leerlo y encima que el autor haga el rito de dedicárselo.

Entre los asistentes a los dos encuentros está el premio Canarias de Literatura, Luis Alemany.

Alemany interviene como interviene Luis Alemany cuando se crece: paternalmente provocador.

Contribuye, y muy mucho a que la sesión no resulte oficialista y estirada, sino más bien a todo lo contrario, a relajada por improvisada.

Acaban las charlas.

Y mientras me despido de Santiago Gil y de Carlos Álvarez pienso en cuantos de los niños que estuvieron paseando con sus padres por el García Sanabria ese domingo que ya es historia regresarán a sus casa sin tener tan claro como encabezar su próxima misiva a los Tres de Oriente…

¿Queridos Reyes Magos?

Saludos, ¿quién sabe donde estaremos el año que viene?, desde este lado del ordenador.

‘Queridos Reyes Magos’ o una serie de catastróficas desgracias

Martes, Enero 24th, 2012

Pero qué diablos están haciendo. Alejandro y los otros niños que esperaban caramelos y saludos afectuosos de Baltasar están nerviosos y cariacontecidos. Está insultándolos mientras se quita la ropa, y al camello no hay quien le meta mano. Lo mejor sería que arrancara rápido con el niño. Se va a quedar aliquebrado si ve que su Rey Mago preferido tiene que abandonar la Cabalgata. Y se va, el muy canalla se va y deja a los niños colgados.”

(Queridos Reyes Magos, Santiago Gil)

Entre las doce historias incluidas en la antología Generación 21: nuevos escritores canarios (Ediciones Aguere/Ediciones Idea, 2011) me llamó en su momento notablemente la atención el relato El encargo de Santiago Gil. Y no solo por estar excelentemente escrito sino también por lo que contaba. Aquella historia supo sacudir mi cabeza pero sobre todo tuvo la habilidad de hacerme conectar con lo que estaba leyendo.

La última obra publicada por Gil lleva por título Queridos Reyes Magos (Anroart Ediciones) y su lectura, así como la que en estos momentos estoy digiriendo de una novela anterior del mismo autor, Las derrotas cotidianas (2006), me confirma que aquel destello que intuí cuando terminé su cuento El encargo no fue solo un disparo de nieve, una luz cegadora, sino el trabajo de uno de los pocos escritores canarios de mi generación con el que realmente disfruto, me cabreo, lloro y hasta río cuando leo sus libros.

Con esto quiero decir que lo que hasta ahora he leído de Santiago Gil –y quiero leer, demonios, más cosas de Santiago Gil–  me emociona y conmueva porque tiene la capacidad y el talento, permítanme que lo diga, de filtrarse por entre las rendijas de la torre de marfil que me he construido como lector.

Queridos Reyes Magos es una novelita –apenas supera el centenar de páginas–  armada con la precisión de una bomba de relojería. Hace reír –sobre todo en su primera parte, cuando narra la descacharrante y frustrada cabalgata de los Reyes Magos– así como petrificar la sonrisa en la boca del lector a medida que se van produciendo los catastróficos acontecimientos de una historia en la que sus reales majestades, y en especial Baltasar, pasan a un discreto segundo plano para describir con refinada crueldad el fin de los sueños de un niño y la brutal descomposición de su familia.

También golpea, y sin miramientos, esos rituales familiares tan característicos por esas fechas: “Las tardes del día de Reyes estaban para recordar la figura del abuelo romántico. Algunos bebían más de la cuenta para aguantar los coñazos nostálgicos de la abuela y de las hijas del muerto entronizado. Sus maridos, que estaban hasta los mismísimos de tanto gorigori, le daban a la picareta y acababan con una juma descomunal que les impedía incluso coger el coche cuando tenían que regresar a casa. La abuela, que iba de estoica y de marcial, algunos años no podía reprimir las lágrimas, pero generalmente se contenía y sabía estar en su sitio. Ella lo que defendía era el reencuentro y la memoria del difunto, los regalos por toda la casa, y la imagen de sus nietos yendo y viniendo de un lado para otro como le hubiera gustado a su marido.”  

Entre otros profundos arañazos envenenados que el escritor narra con desarmante e inevitable objetividad.

Esta especie de enfermizo cuento de Navidad descoloca pues a cualquiera. Incluso a los lectores con estómago para toda clase de tóxicos como creía hasta ahora estar protegido quien les escribe. Y es que Santiago Gil tiene una capacidad demoledora para meter el dedo en la llaga y hurgar y hurgar mientras te preguntas hasta donde va a ser capaz de seguir hurgando.

La solución la encontrarán si leen esta novela. Novela escrita en tercera persona y también a través de las reflexiones que los tres protagonistas del relato –el niño y sus padres– se van planteando a medida que avanza la acción.

Porque Queridos Reyes Magos es una novela con mucha acción. Una acción interior que se va deteriorando no sé si con malsano ánimo provocador por parte del escritor.

Al meterse –y meternos a los lectores– en la cabeza de sus protagonistas, Santiago Gil se permite, y nos permite, explorar en las ideas que van surgiendo en unos personajes que están hechos de carne y hueso. Muy parecidos por tanto en sus reacciones a muchos de nosotros. De ahí que parezca que nos está tocando –y perdonen ustedes el taco– los santos cojones.

Gil sabe de lo que habla y por lo tanto sabe lo que cuenta.

En Queridos Reyes Magos como en Las derrotas cotidianas relata la descomposición familiar con refinada inteligencia. A veces sutil y otras con una artillera crueldad porque sabe, no lo pongo en duda, que el barro del que estamos hechos lo encontró quien supuestamente nos Creó en el lodazal del paraíso.

No puedo emitir un juicio total de los trabajos de este escritor porque solo he leído un cuento que me electrizó, una novela que supo quemarme por dentro y en la actualidad una ficción que me está noqueando a medida que avanzo en sus páginas con morbosa adicción, pero si todo el trabajo literario de Gil es como el de estas tres piezas compactas y diseñadas para dejarte huella, reitero lo dicho con anterioridad: más de Santiago Gil, por favor.

 Saludos, no somos nada, desde este lado del ordenador.

La unión hace la fuerza

Viernes, Abril 29th, 2011

Acabo de venir del acto de presentación de Generación 21: Nuevos novelistas canarios, un encuentro que acogió el salón de actos de la MAC en la capital tinerfeña y que contó con la presencia de once de los doce escritores seleccionados en este volumen que desde hoy comienza a labrar su propia historia.

El ausente fue Nicolás Melini, a quien tenía ganas de darle un fuerte abrazo. Desgraciadamente, motivos personales hicieron imposible que estuviera con el resto de los compañeros en un acto que si por algo se caracterizó fue por su desenfado. Hubo risas, muchas risas, y una atmósfera de buen rollo que los once –de los doce– participantes de esta iniciativa supieron transmitir al público.

En un momento dado llegué a pensar incluso que Ánghel Morales, el responsable de este volumen, se iba a desmayar de la risa. Cuando Morales logró tranquilizarse insistió que este libro se trata de una carta de presentación de una serie de autores que, entre todos ellos, ya reúne medio centenar de obra publicada. Mucha de ella traducida a otros idiomas y con varios premios respaldándola para los que confían en la honestidad de los premios.

Siguiendo el orden de los autores publicados, el primero que intervino fue Víctor Álamo de la Rosa quien comenzó bien y terminó mejor celebrando esta reunión de narradores que hasta el día de ayer solo se conocían a través de la lectura de sus libros.

Recogió el testigo Víctor Conde.

Víctor Conde es sencillamente buena gente. Y también sencillamente un gigantesco escritor de género. Para alguien que como quien les escribe siente predilección por la fantasía, el terror, la novela negro criminal, la ciencia ficción ha sido un acierto notable que esta antología haya logrado contar con uno de sus relatos.

El tercero en participar fue el escritor grancanario José Luis Correa quien destacó la importancia de otras generaciones precedentes en la literatura canaria. Su intervención fue divertida y me atrevería a decir que lúdica. Me preguntaba al escucharlo lo que pensarían los que siguen alimentando la ridícula hoguera de las vanidades del pleito insular. Lo escribo porque en el acto de presentación de Generación 21: Nuevos novelistas canarios no se habló en ningún momento de isla. O islas. Sino de archipiélago. De Canarias en definitiva. Y así sí que da gusto imaginar que vivo en una isla donde no solo se toca el tambor.

David Galloway coincidió casi punto por punto con las palabras de sus tres compañeros anteriores. Y si bien ya lo escribí en el post dedicado a comentar lo que me parecieron los cuentos compilados en esta antología, el suyo destaca por su excelente atmósfera.

Entre las intervenciones más emotivas, me gustó la de Santiago Gil. El escritor recordó a Ezequiel Pérez Plasencia y por unos momentos (sensible que es uno a veces, solo a veces) quise pensar que estaba ahí, acompañándonos otra vez. Gil también puso el dedo en la llaga al lamentar que viviendo en islas nos enteremos antes de lo que pasa en Madrid que de lo que se cuece justo en el territorio que tenemos delante de nuestras narices.

Cristo Hernández Morales contribuyó bastante a desacralizar este acto no sé si histórico, quiero pensar que sí, con una intervención salpicada de humor donde soltó verdades como puños. Espero, esperamos casi todos, a que el escritor busque tiempo y continúe con su labor creadora por el bien de las letras que se escriben a este lado del Atlántico.

El escritor Javier Hernández Velásquez fue otro de los autores que explotó la vena del humor para desacralizar una presentación literaria diferente.

G21 ha sabido venir al mundo con una sonrisa. Con esto quiero decir que la criatura  viene al mundo sin lágrimas. Casi como si quisiera decir que el llanto solo existe para los diletantes.

La mejor intervención de la tarde fue, a mi juicio, la de Álvaro Marcos Arvelo. No tuvo pelos en la lengua. Atacó “los denostados Premios Canarias” y reivindicó el espacio que ahora ocupan esos otros que son los autores de Generación 21: Nuevos narradores canarios.

En la rica y también compleja variedad que ofrece esta antología, la voz (y la serenidad intelectual) de un escritor como Álvaro Marcos Arvelo es lo que se dice necesaria. Un acierto, además, su recuerdo a Domingo Pérez Minik.

Autor de las novelas Azul cobalto y La ciudad de las miradas, Pablo Martín Carbajal abogó por una literatura potente que debe trascender fronteras insulares. Me gustó su discurso, que navegó muy bien entre la crítica y la autocrítica.

Alexis Ravelo no es Eladio Monroy –su personaje de ficción que como sir Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes quiere enviar definitivamente al otro barrio–  pero sí creo que tiene algo de él. Igual es el extraordinario vitalismo que emana con sus gestos,  la manera en como dice las cosas.

Por último, intervino Anelio Rodríguez Concepción. El escritor estaba afónico, así que fue breve y coincidió con Correa en recordar a las otras generaciones literarias canarias a la que se incorpora ahora G21.

Los once coincidieron en dedicarle esta presentación a Rafael José Díaz.

CONCLUSIÓN

La clave la dio Ánghel Morales.

G21 además de ser un grupo de buenos contadores de historias, de gente que no le hace asco a los géneros y que mira a los ojos y a la misma altura a otros compañeros de fatigas generacional de la península, son tipos que en donde vivo los llamamos simple y llanamente buena gente. Y quizá sea por eso, porque son buena gente, por lo que son también tan buenos escritores.

Saludos, bienvenidos como nación a este mundo cruel, desde este lado del ordenador.

Y el mundo, pese a todo, marcha

Martes, Abril 26th, 2011

Espero con el mismo entusiasmo que el partido de este miércoles, donde los dos gigantes del fútbol español demostrarán al resto de los mortales que vale la pena ser titanes, la presentación a las siete de la tarde del volumen Generación 21: Nuevos novelistas canarios en la sede de la Mutua de Accidentes de Canarias de Santa Cruz de Tenerife).

Y lo espero porque quiero pensar que asistiré a un momento histórico en las letras canarias.

Vale, ok, sé que algunos se llevarán las manos a la cabeza –sin haber leído aún el libro, claro– pero no recuerdo en lo que llevamos de año un acto que concentre a tantos escritores –doce en este caso–  para respaldar una antología que ya está provocando cierto inquietante movimiento sísmico.

A la espera de lo que pase el viernes, día que espero sea de sano cachondeo, desacralizador y canalla como debe ser todo acto bien nacido, el caso es que significa que la novela canaria despierta porque del pasado hay que hacer añicos.

Con independencia del acto del viernes, la editorial Baile del Sol editará muy pronto En el fondo de los charcos, tercera novela del tinerfeño Pedro Javier Hernández Velázquez, en la que su autor vuelve a explorar los territorios del género negro criminal.

El argumento de En el fondo de los charcos resulta en un principio muy atractivo.

“Prisión de Fyffes, año 1937. Un poeta observa, a través de los barrotes surrealistas de su celda, una ciudad en tiempos de guerra que acepta en silencio que la fuerza de la Muerte abone la tierra y dé carnada al mar. Santa Cruz de Tenerife, setenta años después. Otros son los secuaces y abominables seres que brillan en nuestro tiempo de infinitas tribulaciones y oscuros lazaretos. La estrella de la vida ha sido desplazada, el cordero ha sido devorado por el lobo, y la imagen del Señor de las Tribulaciones desaparece de su santuario hacia el fondo de un charco de tramas políticas, sociales y económicas de unas islas convertidas en un profundo vertedero. En una habitación, Héctor Vázquez escucha a Dylan y espera la llegada de quien lo ha de asesinar. Su memoria y la del narrador omnisciente recorrerán los últimos noventa y siete días de la basura escondida. Y como es costumbre en nuestro autor, a mitad de camino un juguete amargo, una mujer.”

Por otro lado, ediciones Aguere en colaboración con Idea publicará  también una novela de J. Ramallo –autor de los cuentos reunidos en su Ensalada de canónigos–  y otra de José Luis Correa, creador del detective canario Ricardo Blanco, protagonista hasta ahora de cuatro  novelas policíacas con acento de aquí (Quince días de noviembre, Muerte en abril, Muerte de un violinista y Un rostro de sirena).

Tropo Editores reedita, por otro lado, El año de la seca, de Víctor Álamo de la Rosa, donde se describe la relación obsesiva de dos amantes y el ambiente también obsesivo y cruel en que sus vidas transcurren.

De esta novela, que ya ha sido traducida a cinco idiomas, entre ellos el francés y el portugués, José Saramago escribe en el prólogo: “Narra con seguridad de oficio el escritor, avanzando por los difíciles caminos de la identidad erótica de la pasión. Diríase también que con un erotismo de primer grado que no siempre logra ultrapasar la simple fisiología de los órganos, pero esa fue su apuesta.”

Y hay más.

Santiago Gil presenta El motín de Arucas (colección Episodios insulares, Cam PDS) título en el que narra los hechos que tuvieron lugar en esta localidad grancanaria en mayo de 1800 cuando los ciudadanos del municipio, acuciados por el hambre, asaltaron el Mayorazgo y se repartieron el trigo que se acumulaba en su interior para ser enviado a la Capitanía General de Canarias, ubicada en Tenerife (¿otra vez el puto pleito?).

Gil coordina también Ámbitos de microficción (Anroart Ediciones), volumen de pequeño relatos –cinco líneas– elaborados por los asistentes al Taller de Escritura de Ámbito Cultural 2011 impartido por el propio Gil.

Alexis Ravelo aprovecha el tiempo para presentar Los tipos duros no leen poesía, (acojónate Norman Mailer), tercera entrega de las andazas de Eladio Monroy, buscavidas marginal, sentimental y violento que se enreda en turbias aventuras cuyo principal escenario es la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria.

Ravelo inició la serie Monroy en 2006 con Tres funerales para Eladio MonroySólo los muertos.

Pero no se me vayan que quedan más. Las escritoras Cristina García Romero indaga en como el azar afecta en nuestras vidas en los relatos compilados en Caja de botones e Inma Velázquez prueba en la literatura infantil con sus Cuentos de chocolate, ambas editados en Idea este abril que ya no se muere.

Isabel Medina, en la misma editorial, presentó las novelas Los cuadernos de Marta 1 y 2.

Y esto solo en cuanto a novela y a relato se refiere porque en poesía soplan también aires que espero dé entrada a otro post de este –navegamos– su blog.

(*) La imagen que ilustra este comentario corresponde a Y el mundo marcha, probablemente la mejor película de King Vidor.

Saludos, un martes insólito aunque algo…, desde este lado del ordenador.

Soy yo sin ser yo… Destripando ‘Generación 21: nuevos novelistas canarios’

Sábado, Abril 23rd, 2011

Aunque a algunos les cueste reconocerlo la aparición de la antología Generación 21: nuevos novelistas canarios es un libro muy oportuno para aproximarnos a las distintas realidades narrativas que proponen sus doce autores seleccionados.

Con independencia de la calidad de algunos de sus textos, puedo asegurar que se trata de un volumen que lleva camino de convertirse en referencia no solo en la literatura costalera que se escribe a este lado del Atlántico sino también fuera de sus fronteras.

Como toda antología que se precie, Generación 21 no termina por llegar a ser redonda pero espero que funcione como tarjeta de presentación de una serie de autores que cuentan ya con un currículum más que suficiente en los territorios de la novela.

Que el título de este curioso muestrario de relatos sea el más idóneo o no es un asunto que los propios participantes en este volumen deberían de debatir si tienen tiempo y ganas –y sospecho que no tendrán ni tiempo ni ganas– pero reitero que me parece un libro oportuno a través del cual pulsar el estilo y algunas de las obsesiones de los escritores invitados.

En la mayoría de estos cuentos planea casi como una obsesión lo erótico. Lo erótico desde una perspectiva irónica y digamos que desastrosa. Poco madura podrán decir unos. También la sombra de la traición y la muerte. La muerte como liberación. En este conjunto de relatos hay muertos por casi todos los lados. La madre, la novia, el ermitaño que parece que lo cura todo…

En general, los doce relatos escogidos son piezas que se leen con agrado y en algunos casos con insólita sorpresa. Y cuando escribo lo de sorpresa quiero decir que desconocía el trabajo de varios de ellos, y que leerlos me anima a buscar otros de sus textos porque en algunos casos he encontrado la simiente de lo que, a mi juicio, debe ser un buen escritor.

Y he encontrado esta simiente, digo, en cuentos escritos con humildad que han sabido entretenerme y en algunos casos emocionarme.

Generación 21: nuevos novelistas canarios, una iniciativa de Ánghel Morales, se inicia con el relato Vino con el azúcar, de Víctor Álamo de la Rosa, y trabajo por el que su autor obtuvo el premio Taramela 2008.

Álamo de la Rosa ambienta su historia en Isla Menor, geografía en la que se desarrolla casi toda su producción narrativa, y si bien captura por su descripción de ambientes debo decir que no termina de convencerme por la rusticidad de su final.

Creo que Víctor Álamo de la Rosa no sabe explotar la inquietante fascinación que en un momento parecía prometer su personaje protagonista, acelerando un the end de manera gratuita.

Isabel y los visionautas es el segundo cuento de esta antología y lo firma Víctor Conde (pseudónimo de Alfredo Moreno Santana).

Conde se ha especializado en fantasía y ciencia ficción y se nota que se mueve muy bien en estas lagunas. Isabel y los visionautas es un relato de aventuras disfrazado de fantasía donde su autor crea –como creó Antonhy Burgess en La naranja mecánica– una especie de dialecto que deja buen sabor de boca porque está descrito con ironía.

Es un cuento desenfadado y por lo tanto divertido no solo para especialistas en el género de la ciencia ficción y la fantasía.

El humor es también la herramienta que emplea José Luis Correa para su Vida, pasión y muerte de Felipe Marqués, una historia que suscita lecturas varias aunque el relato no termina por estar lo bien construido que, como lector, desearía.

Aún así, no deja de leerse con cierto asombro ya que a su manera se trata también de una aventura. La aventura de un tipo que parece que no supo superar su adolescencia.

Tiene momentos hermosos, en especial cuando el escritor recrea la infancia del protagonista describiendo una excursión del colegio a ver la nieve que manchan las cumbres de Gran Canaria y aprovechar para contarnos su primer amor.

El cuarto cuento está firmado por David Galloway y es una adaptación del relato Sin  cara ni cruz publicado en el libro El perfil de las esquinas.

Galloway más que un narrador es un creador de atmósferas y en este sentido pienso que las primeras y últimas páginas de su relato son las mejores de esta historia de traiciones en nombre del amor.

Se aprecia, de todas formas y en su fondo, a un autor que si cuidara más el esqueleto de lo que quiere contar, daría más carne y grasa a sus propuestas literarias.

Entre otras frases de este sin embargo fatalista relato me quedo con: “No se deben pedir peras a un alma herida. Por los siglos de los siglos afortunados son los agraviados de este mundo porque las sombras siempre dependerán del movimiento de la luz.”

El escritor Santiago Gil participa en Generación 21 con El encargo, para quien les escribe uno de los mejores cuentos de esta antología.

Y digo que se trata de uno de los mejores porque es el que más me ha sabido a auténtico. A sincero. También a canalla.

Se trata, como muchos otros cuentos de este libro, de un largo monólogo donde un personaje a la contra toma la decisión de su vida.

El mismo Gil se confunde con quien narra este cuento que concluye con un inevitable ajuste de cuentas de lo que se conoce como complejo de Edipo.

Las seis caras del azar, de Cristo Hernández, es un relato loco. Y cuando digo loco me refiero a loco divertido. Se desarrolla en la ciudad de Nueva York y mientras lo lees no se te va la cabeza de que algo, o argo, va a pasar.

Con o sin dados. Lo de los dados lo escribo porque son claves para entender esta curiosa fantasía animada de ayer y hoy.

Más cerca del espíritu de Mike Spillane está Los ojos de Henry Fonda, que firma Javier Hernández Velázquez.

Hernández Velázquez rinde en su relato homenaje a Fonda mientras nos cuenta una historia más que policíaca negra donde lo que más le importa es la atmósfera y menos la historia.

Huellas en el barro, de Álvaro Marcos Arvelo, es un curioso relato fantástico, sí, fantástico, que comienza muy bien pero que no termina por cerrar muy bien. Da la sensación, mientras lo lees, que si su autor lo hubiera limado más –prescindiendo de momentos prescindibles– hubiera resultado otra cosa.

La edad de Cristo, de Pablo Martín Carbajal es más que un cuento un divertimento que no termina de cuajar como relato.

Está escrito con ironía, lo que se agradece, pero carece de brújula para orientar al lector en la propuesta que quiere narrar.

Nicolás Melini es el décimo escritor de esta antología, que incluye Una superviviente, tal vez eso lo explica todo publicado en su libro Pulsión del amigo.

Ya escribí en su momento que Melini es, a mi modesto entender, uno de los mejores cuentistas del panorama literario nacional y el relato que incluye en Generación 21: nuevos novelistas canarios pone de manifiesto que sigo pensando lo mismo ya que una nueva relectura da intensidad a esta pieza de apariencia inocente que esconde algo, o argo, que emociona y no deja indiferente.

Con el título de Otra vida (que ya fue publicado en Ceremonias de interior), Alexis Ravelo juega con uno de los temas para mi más atractivos de la literatura.

Y no se trata del doble, precisamente.

El cuento empieza muy bien –a mi me supo a un agradable episodio de Los límites de la realidad– cuando su protagonista se percata que gente a la que conoce no existe… O sí.

Desgraciadamente, el escritor desaprovecha las posibilidades de la historia con un final que si bien quiere dar una vuelta de tuerca a lo anteriormente narrado no termina de cuajar porque resulta forzado.

Cierra esta antología El perro, de Anelio Rodríguez Concepción, cuento que junto a El encargo de Gil, me parece uno de los mejores  de esta antología.

No merece la pena deshuesarlo sino invitar a que lo lean. Solo apuntaré que su autor maneja con sabiduría literaria un aparente costumbrismo que se hace añicos y deja tarumba al lector.

Conclusiones.

Insisto, Generación 21: nuevos narradores canarios es una antología necesaria. Es verdad que faltan otras tantas voces pero como adelanto de lo que hay sí que merece la pena como libro.

Libro que se tiene que leer como lo que es, ventanas que dan voz a un grupo de escritores que sin renunciar a su pasado ya ocupan nuestro presente.

Saludos, ¡resurrección!, desde este lado del ordenador.