Archive for Enero, 2012

Miedo

Martes, Enero 31st, 2012

“Cama, mamá, pollito…” Su madre le fue nombrando una a una, las cosas que llenaban las habitaciones de su casa. Le descubrió la música de las palabras, y más tarde, con ayuda de otra cartilla le enseñó a enhebrar las frases: “Mi mamá me ama y yo amo a mi mamá”. “Mi papá no fuma en pipa, fuma puros Condal”. De vez en cuando, cuidándose de que nadie la viera, abría la caja de cigarros y levantaba el papel cebolla para aspirar aquel olor a madera.

La voz de su madre deletreó para ella los sonidos de la vida, y puso nombre a las personas, y a los animales. “Pepa bebe”. “Mi tío pasea”. “El perro ladra”. “Miau dice el gato mientras mira a la rana croar”.

El aroma de su madre ocupaba casi todo el espacio de su vida. Ella llenaba la casa. Le gustaba cantar isas, folías, y sobre todo las seguidillas que las cantaba muy bien. Su voz fue el sonido de fondo de nuestra niñez.”

(La isla de las palabras desordenadas, Yolanda Delgado Batista)

Entre los hallazgos de La isla de las palabras desordenadas (Izana Editores) primera novela de la escritora Yolanda Delgado Batista, está su forma fragmentaria de contar la historia. Una historia en la que se cruzan otras historias aunque en el fondo se trate de una sola historia que, a mi juicio, explora y con mucha pericia, las geografías del desarraigo.

La isla de las palabras desordenadas cuenta también con momentos muy vívidos, escenas en las que la narradora parece que desnuda el alma y que sabrán un poco a hiel para el sentido del gusto de un lector que, entre sorprendido y conmovido, asiste a este interesante y bien armado monólogo a través del cual su protagonista, Lola, va derramando como gotas su relato.

Un relato en el que los recuerdos de la infancia y la juventud se entremezclan sin capricho porque tienen un mismo objetivo, presumo, que no es otro que el de entender y atender a las motivaciones que empujan a su protagonista a regresar a sus raíces. Una vuelta a casa donde los fantasmas del pasado parecen que se ceban en su memoria.

La isla de las palabras desordenadas es también la aventura que inicia su protagonista para despiojarse de las represiones y frustraciones que han marcado su vida. Una vida que aguanta estoicamente por sus hijos al ser consciente de que “el mundo ignora a los vencidos. Nadie regala premios a cambio de penas. Ella también ha aprendido a desentenderse del mundo. Vivir fuera de foco.”

Con esta novela, Yolanda Delgado aporta una nueva e interesante mirada a la narrativa que se está cocinando actualmente en Canarias. Una mirada aplastantemente sincera sobre una realidad –la de la isla, isla– vista con unos ojos donde los miedos que definen el carácter del insular son observados por otro insular pero desde una respetuosa y agradecida distancia.

He encontrado tristeza y ocasionales pinceladas de humor en esta novela que no sabe a primeriza, pero sobre todas las cosas he encontrado una poderosa honestidad al permitir al lector bucear en la cabeza de una mujer aparentemente frágil y aparentemente vencida por las circunstancias que va creciendo a medida que avanza en su inquietante examen de conciencia.

Y todo ello en un relato que, si bien apenas supera las 170 páginas, cuenta con capas y más capas que obligan a una lectura serena para despejar sus claves.

En La isla de las palabras desordenadas las historias parecen que se camuflan unas detrás de otras. Se reflexiona así sobre el tiempo, el fin de la infancia y por lo tanto de los sueños, se habla de ese pequeño infierno vital que es la madurez. También de la soledad, de la familia, del amor, de traiciones y mentiras. De sexo, de la muerte y del miedo.

Sobre todo del miedo. El miedo a lo inevitable.

Acaba de recordar algo que alimentó aún más su carácter de niña asustada. Sus padres habían salido a cenar a casa de unos amigos cuando ocurrió lo del hombre con sombrero y gabardina. Su hermana tendría ocho años. Lola uno más. Esa noche un extraño tocó el timbre de su puerta. Ella acercó una silla, subió y miró por el ojo de pez. Lo que vio fue una figura de hombre embutida en una gabardina negra y un sombrero que le tapaba completamente la cara.

LOLA: ¿Quién es?

DESCONOCIDO: Soy Fernández, ¿está tu padre?

Cuando escuchó aquella voz subterránea, se le llenaron los ojos de susto. Se acordó de los siete cabritillos que acabaron dentro de la panza del lobo y corrió a buscar a su hermana, sin saber muy bien para qué.”

En este aspecto, lo de menos, a mi juicio, de esta novela es la historia que quiere contarnos Delgado Batista sino la forma que ha escogido para contárnosla ya que al emplear esta arquitectura, aparentemente caótica, aparentemente sin orden ni concierto, consigue dar una singular unidad al conjunto final.

Los largos monólogos interiores, en los que describe con brioso pulso narrativo los recuerdos de infancia y adolescencia de su protagonista, así como una frustrada relación sentimental, saben tocar el alma. Y la saben tocar porque su autora procura evitar en todo momento caer en el cenagal del sentimentalismo fácil y muestra, describe, sentimientos desde la hondura al mismo tiempo que imprime de sólida credibilidad a una mujer, Lola, cansada de ser una víctima. Cansada de ser una persona con una noción cancerígena de la culpa que la devora por dentro.

SOR CÁNDIDA: ¿¿Tus padres duermen desnudos?

Lola tenía siete año, casi ocho. Algo le dijo que la pregunta tenía sorpresa. Si les contaba que dormían sin pijama, pensarían que sus padres eran pobres y a ella la echarían del colegio. Lo negó, dijo tres veces que no, así, moviendo de un lado a otro su coleta de caballo. Quizás aquello no estaba pasando de verdad, posiblemente estaba soñando, seguro que al rato mojaría la cama, y aquel líquido calentito del principio, luego sería frío y desagradable.” 

La isla de las palabras desordenadas no parece así una obra primeriza, sino el primer aldabonazo de una escritora que sabe pero sobre todo siente lo que escribe. Y ese saber pero sobre todo ese sentir se aprecia en esta novela digamos que experimental, fabuloso rompecabezas en el que no sobra ninguna de sus piezas.

Saludos, muy gratamente sorprendidos, desde este lado del ordenador.

No más No igual a ‘Doctor No’

Lunes, Enero 30th, 2012

 

Recuerdo como si fuera ayer a Ursula Andress saliendo del mar en busca de caracolas.

Es la primera imagen que se me viene a la cabeza cuando pienso en Doctor No. Ese mismo Doctor que Nöel Coward rechazó protagonizar con un escueto telegrama: “¿Doctor No? ¡No, no, no!”

Doctor No cumple cincuenta años.

Y se trata de la primera película Bond. De James Bond y por lo tanto de la primera cinta en la que Sean Connery asumió el papel del agente secreto al servicio de su Majestad.

No fue Doctor No, sin embargo, la primera película que vi de 007. El dardo envenenado que me convirtió a la causa Bond fue Desde Rusia con amor, largometraje que me alteró la conciencia en el cine La Paz.

El cine La Paz estaba ubicado frente al cine Víctor y en la época en que lo conocí, vivía sus últimos estertores antes de cerrar definitivamente. Allí se exhibían dos películas por el precio de una y sus butacas eran de incómoda madera. Malvivía gracias a los reestrenos y es probable –pero no lo recuerdo– que su sonido resultase penoso.

Con todo, Desde Rusia con amor me inició en el fascinante universo del agente con licencia para matar.

Doctor No fue, curiosamente, la segunda película que devoré de la serie Bond. No recuerdo la sala pero sí a Ursula Andress saliendo del mar en busca de caracolas. Más tarde, y sin orden ni concierto, me tragué Operación Trueno y las que protagonizó Roger Moore. Con la llegada del vídeo pude disfrutar de otras cintas Bond que por una u otra razón no pude ver en su momento: Solo se vive dos veces, Goldifnger, Diamantes para la eternidad, todas con Sean Connery; Al servicio secreto de su Majestad, esa interesante rareza que protagonizó George Lazenby, y las primeras con Moore haciendo de 007.

(Más tarde harían de Bond pero sin fondo Bond: Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig… Pero es otra historia y un agrio y tonto debate que mantenemos los bonmaníacos. Ilustre especie entre la que me encuentro. ) 

Con motivo del cincuenta aniversario de Doctor No volví a perder el tiempo este fin de semana revisionándola por centésima vez. Y para mi sorpresa –¡no!– descubrí una cinta vibrante, atractiva, en la que ya se detectaba algunos de los aciertos y también defectos de las películas sobre el personaje creado por Ian Fleming.

Doctor No, como Desde Rusia con amor y Operación Trueno las dirige quien, probablemente, fue el mejor director de la serie: Terence Young.

La acción se desarrolla en una pequeña isla próxima a Jamaica, territorio de No.

Cuando comencé a leer las novelas de Bond, novelas a las que llegué tras ver casi todas las cintas, comprobé que las primeras versiones cinematográficas resultaban más o menos fieles al material literario. En todas ellas pues, el aficionado se hará una idea más o menos aproximada de cómo lo concibió Fleming. Bond es un hombre con encanto, refinado, amante de la buena mesa y el juego. También un seductor y un asesino implacable. E impecable.

Todas estas cualidades se dibujaban ya en Doctor No.

Un Doctor No que apenas ha perdido capacidad de entretenimiento pese a cumplir medio siglo.

Lo que no consiguió Fleming a través de sus novelas lo alcanzaron las películas Bond: convertirse en subgénero de un cine, el de espías, que vivía en aquellos tiempos una especie de edad de oro.

Cosas de la guerra fría.

Leo que primero les ofrecieron el papel a Cary Grant, David Niven, Trevor Howard y Rex Harrison. Leo que Fleming y Young no veían a Connery como el apuesto 007 porque les resultaba demasiado obrero… Leo que se barajaron para interpretar a No además de Coward, Christopher Lee y Max Von Sydow… Al final el Doctor No fue ¡sí! Joseph Wiseman, quien puso muy alto el listón de crueles malvados que hasta el día de hoy se ha convertido en una de las señas de identidad de los filmes Bond. Tanto como las bellas mujeres con las que comparte lecho y aventuras.

En definitiva, que Doctor No cumple cincuenta años.

Y yo aquí, celebrándolo.

Saludos, tomando un Martini agitado pero no revuelto junto a Félix Leiter, desde este lado del ordenador.

¡¡¡Larga vida a la SN de Gijón!!!

Domingo, Enero 29th, 2012

Reproducimos íntegramente el comunicado elaborado por la Asociación Semana Negra en el que se explica cómo están las negociaciones sobre su futuro en Gijón. El texto se dio a conocer el pasado 26 de enero:

“La Asociación Semana Negra solicitó, a través del Registro Municipal, a principios de agosto, y de nuevo a finales de septiembre, una reunión con el Gobierno del Ayuntamiento de Gijón que, finalmente, tuvo lugar en el día de hoy. Los objetivos de esa reunión eran hablar del futuro de la Semana Negra en tres aspectos: ubicación; apoyo económico y técnico, y fechas de celebración.

A través de distintos medios de comunicación, el Gobierno del Ayuntamiento de Gijón manifestó, como motivo para que esta reunión no se celebrara antes, la falta de urgencia del asunto y, por otra parte, la necesidad de aprobar previamente los presupuestos del Ayuntamiento. Usando el mismo sistema, es decir, sin contactar en ningún momento directamente con la Asociación Semana Negra, sino mediante declaraciones a la prensa, propuso como posible ubicación para la celebración del festival el recinto ferial Luis Adaro.

Tras la reunión que hoy se celebró entre representantes de Foro Asturias del Gobierno del Ayuntamiento de Gijón y miembros de la directiva y el comité organizador de la Semana Negra, las conclusiones, cinco meses después de solicitado este encuentro, pueden resumirse en los dos puntos siguientes:

1. Ubicación del festival: se propone, por parte de FAC, el recinto ferial Luis Adaro como el lugar idóneo.

2. Apoyo económico y técnico: habrá recortes presupuestarios que afectarán al apoyo económico que pudiera prestarse a la Semana Negra, pero que no se definirán hasta que no esté decidida la ubicación de esta.

Valoración de la Asociación Semana Negra sobre la reunión celebrada en el día de hoy:

1. No se comprende la demora para celebrar esta reunión (más de cinco meses desde que se solicitó), cuando la respuesta por parte de FAC es idéntica a lo que ya adelantaron en su momento a los medios de comunicación, tanto por lo que respecta a la ubicación como al apoyo económico y técnico.

2. Menos se comprende aún que, una vez aprobado el presupuesto del Ayuntamiento de Gijón, sigan sin especificar cuál será el apoyo económico a la Semana Negra (salvo que «habrá recortes»).

3. Respecto a la posible ubicación del festival en el recinto ferial Luis Adaro, se señaló a los representantes del Gobierno municipal la existencia de una sentencia vigente que exige «erradicar de las inmediaciones del edificio Gacela, sito en la calle Sporting número 3 de Gijón, las sucesivas ediciones de la Semana Negra a una distancia mínima de 500 metros» (cita literal de la sentencia). Esto implica que una considerable parte del recinto ferial Luis Adaro no sería utilizable.

Pese al conocimiento de estas circunstancias, los representantes del Gobierno de FAC manifestaron que encargarían, ahora, la elaboración de un informe jurídico a los servicios municipales para estudiar las implicaciones de la sentencia. No deja de resultar chocante que ese informe no estuviese ya en poder del Gobierno antes de proponer la posibilidad de dicha ubicación.

La Asociación Semana Negra está dispuesta, como no podía ser de otra manera, a estudiar la posibilidad de la ubicación del festival en el recinto ferial Luis Adaro, pese a los inconvenientes que claramente presenta. De hecho, la asociación, adelantándose a que fuera esta la única propuesta por parte de FAC en la reunión celebrada hoy, tal y como ha sucedido, ya mantuvo un primer contacto con la dirección del recinto ferial y, en fechas próximas, volverá a hacerlo para analizar en mayor profundidad los pros y contras de la ubicación y tomar, posteriormente, una decisión al respecto. ”

Saludos, ¡¡¡larga vida a la SN de Gijón!!!, desde este lado del ordenador-

‘Silencio en la nieve’

Sábado, Enero 28th, 2012

La historia comienza el lunes pasado, 23 de enero, mientras hago cola para adquirir una entrada al cine. Como el ordenador se les ha estropeado los empleados de las salas invitan a los potenciales clientes a comprar sus localidades en el bar.

Tal y como lo leen.

La cola, como un bicho viviente y manteniendo un orden del que algún listillo se quiere aprovechar, se coloca frente al bar. Un bar de cine que cuenta con el inevitable aparato del que nacen las cotufas.

Como es lunes, las entradas no son numeradas porque es día del espectador. Cuando me dan el cartoncito me pregunto sin embargo si esto del día del espectador es un chiste porque el descuento es como si te tocara el premio gordo el día de los inocentes. Ridículo.

En fin, entramos en la sala donde apenas hay cuatro personas haciendo que piensan mientras esperan a que las luces se apaguen. Una de ellas lleva un paquetazo de cotufas.

Las luces desaparecen y la pantalla se enciende.

Veo Silencio en la nieve, de Gerardo Herrero. Se trata de una película que adapta la novela El tiempo de los emperadores extraños de Ignacio del Valle. La novela me gustó mucho el día en que la leí. Se trata de la segunda parte de la trilogía que hasta ahora del Valle ha dedicado a Arturo Andrade. Andrade apareció por primera vez en El arte de matar dragones y dio sus últimas señales de vida en Los demonios de Berlín.

El tiempo de los emperadores extraños es, a mi juicio, la mejor de las tres. La acción se desarrolla en el frente ruso, en 1943, en un destacamento de la División Azul donde se están produciendo unos extraños asesinatos en clave masónica.

La película de Herrero es una buena adaptación del material literario que le da vida. Solo resulta enojosamente sonrojante en su aspecto bélico por unos efectos especiales que parecen de guasa. El resto, ambientación, vehículos, uniformes y armamento convence al espectador más o menos iniciado en las aventuras y desventuras de este destacamento de hombres que abandonó las tierras de España en respuesta a la consigna de Rusia es culpable.

Me sorprende el espléndido reparto de secundarios porque todos me resultan convincentes. No me cuadra Juan Diego Botto haciendo de Andrade sin embargo, pero sí que encaja Carmelo Gómez como su peculiar doctor Watson.

La cinta, afortunadamente, bebe de la novela cuando presenta a los divisionarios. Con esto quiero decir que esa manía que tiene el cine español por enseñar como demonios de pelo engominado y fino bigotito a los que ganaron la Guerra Civil por una vez se muestran, y en concreto a los falangistas, como lo que tuvieron que ser: un puñado de jóvenes idealistas.

Y es que la mayoría de los camisas azules que se fueron a Rusia lo hicieron porque se creyeron realmente que Rusia era culpable. La motivación de otros tantos que participaron en la División fue porque luchando codo con codo al lado de las tropas del III Reich limpiarían de sospechas su pasado durante la Guerra Civil y, finalmente, los que eran militares porque pensaban atinadamente que su oficio, el de soldado, consistía en combatir y no en apagar incendios.

No sé que podría haber salido de Silencio en la nieve si hubiera caído en manos de otro cineasta. Un cineasta fogueado y con mano para contar este thriller con fondo bélico, pero el resultado final de la cinta no resulta decepcionante, lo que agradezco porque me hace pensar que no he tirado otro puñado de euros a la basura.

Silencio en la nieve es así la primera y arriesgada película que se aproxima de verdad al día día de este grupo de hombres de distinta procedencia y condición social en los arrabales de Leningrado.

Hay otras películas españolas que a su manera han tocado este mismo asunto, pero aún continúa siendo un filón muy poco explotado por el marciano cine español. Ese cine que tiene tanto miedo a ver su pasado sin trampas ideológicas.

Por ello, Silencio en la nieve es como una rareza. Un producto insólito que si bien no rinde justicia a los hombres y mujeres españoles que combatieron en una guerra en la que no se les había perdido nada, sí que mostrará a muchos como un grupo de españoles combatió al enemigo como mejor supo hacerlo.

Afortunadamente, hay una amplísima bibliografía en la que los recuerdos se mezclan con la historia sobre la División Azul.

A mi juicio, el mejor de todos esos libros continúa siendo el que escribió Tomás Salvador, también divisionario, con el título de División 250. No olvido la colosal y recomendable crónica que emprendió el periodista deportivo Fernando Vadillo en sus numerosos libros sobre esta misma División; ni el vibrante Embajador en el infierno. Memorias del capitán Palacios (Ocho años de cautiverio en Rusia) escrito por Torcuato Luca de Tena y también llevada al cine.

Destacaría además, aunque muchos la cuestionan, la entretenida y excesiva Berlín, a vida o muerte, de Miguel Ezquerra. Un libro que si bien no habla de la División Azul si que narra la presunta experiencia que su autor vivió como oficial de las SS en la capital alemana cercada por las tropas rusas en la primavera de 1945.

Hay muchos más libros sobre este tema.

En los últimos años han aparecido con carácter histórico varios volúmenes, entre ellos uno bastante desmitificador firmado por el novelista Jorge M. Reverte, que han tratado con mejor o peor objetividad y distancia el relato de una división que Ignacio del Valle tuvo la sagacidad de que le sirviera como telón de fondo para una atractiva novela negrocriminal. Novela de la que Silencio en la nieve bebe, pese a sus licencias, con conmovedora lealtad.

 Saludos, otra víctima de la gripe, desde este lado del ordenador.

El caso del paciente lector impaciente

Viernes, Enero 27th, 2012

La acción se desarrolla en un pequeño consultorio. La habitación apenas cuenta con mobiliario, salvo una mesa de despacho, un diván y una silla próxima a la cabecera del diván.

PACIENTE (tumbado en un diván): Con las películas que veo no me pasa tanto pero sí con las novelas. Debo pensar doctor que ¿es algo grave?

DOCTOR (sentado a su lado): Si se explica usted podré darle un diagnóstico.

PACIENTE (moviendo los brazos nervioso): Pues verá usted, como la cosa no están para gastos excesivos y porque lo que me mantiene con cordura son los libros…

DOCTOR (golpeándonse la barbilla perfectamente rasurada con una estilográfica): Eso se llama el síndrome de don Quijote, tómese usted dos aspirinas y sálgame a la calle…

PACIENTE (dubitativo): … Pues que releo libros que me entretuvieron en mi ya lejana adolescencia y, ¿sabe usted una cosa, doctor?

DOCTOR (resignado): No lo sé pero imagino que me lo va a contar…

PACIENTE (con los ojos muy abiertos mirando al techo): Es usted bueno, doctor, merece la pena hablar con alguien que tiene más de dos dedos de frente y…

DOCTOR (negando con la cabeza): No se me vaya por las ramas y céntrese. Me decía que ahora está releyendo los libros que más le entretuvieron en su infancia ¿y?

PACIENTE:  ¿Y? Pues que abro el libro y es como si lo leyera de nuevo. No me acuerdo de haberlo leído antes. ¿Es eso grave, doctor?

DOCTOR: Mmmmmm.

PACIENTE (cerrando los ojos): Lo que me está haciendo pensar si realmente merece la pena leer libros que desconozco porque pasados unos días ya ni me acuerdo de lo que contaban. Se disuelven en mi memoria con pasmosa rapidez.

DOCTOR (sorprendido): Oh, me deja usted patidifuso.

PACIENTE (dubitativo): ¿Patidifuso? Eso de patidifuso me suena a nombre de murga.

DOCTOR (al que se le escapa la estilográfica de los dedos): ¿Conoce la murga?

PACIENTE: ¿Los Patidifusos?

DOCTOR (babeando): Esa misma.

PACIENTE:  Pues no, doctor. Lo lamento. Digamos que detesto cordialmente los carnavales.

DOCTOR (otra vez resignado):  Ya decía yo… En fin, volvamos a su caso. Estaba hablando de que ahora que relee libros ha descubierto que, al iniciarse de nuevo en ellos, como que no sabe de qué van. Que no recuerda la trama, ni los personajes y esas cosas. ¿Me equivoco?

PACIENTE:  No se equivoca, es algo así.

DOCTOR:  Pues no debería de preocuparse. A mi me pasa lo mismo.

PACIENTE: ¿Lo mismo?

DOCTOR: La verdad es que no leo libros sino cosas, apuntes, relacionadas con mi carrera.

PACIENTE (asombrado):  ¿Y no recuerda nada de lo que aprende a través de esas cosas?

DOCTOR: Pues no.

PACIENTE: Pero entonces ¿qué hace usted atendiendo a enfermos como yo?

DOCTOR (estirando los músculos):  Cosas de la práctica. Digamos que todos mis pacientes padecen la misma enfermedad de distinta manera.

PACIENTE: Ahhhh.

DOCTOR:  Sí, así es. O creo que debe ser. ¿Qué libros ha estado usted releyendo, criatura?

PACIENTE (contando con los dedos de la mano): Ahora mismo me coge con Viaje al miedo, de Eric Ambler. Ayer fue La educación de un ladrón, de Bunker; La ventana siniestra, de Chandler, La isla del tesoro, de Stevenson, Imán, de Sénder y…

DOCTOR: Bonito nombre el de Ambler. ¿Es pariente suyo?

PACIENTE (haciendo ejercicio con los dedos de sus dos manos): Doctor, estoy pensando en estrangularlo.

DOCTOR (tocándose la nariz): Relájese y tómese un Prozac.

PACIENTE: No, si no me lo tomo a mal. Solo que me apetece estrangularlo.

DOCTOR: Continúe hablando mientras hago que tomo notas. Me decía que no recuerda absolutamente nada de los libros que leyó y que ahora relee como si fuera la primera vez, ¿verdad?

PACIENTE: Eso es.

DOCTOR: ¿Le pasa lo mismo con las películas que ha visto?

PACIENTE (cansado y frustrado): Ya le dije antes que no. Solo de algunas.

DOCTOR: Si no fuera un especialista como yo, otro doctor le diría que eso es un claro principio de Alzheimer.

PACIENTE (descolocado): No he leído nada del señor Alzheimer.

DOCTOR (tragando una pastilla de Prozac): Yo tampoco. Y cuénteme usted… esa novela del tal Ambler significó tanto…

PACIENTE (entrecortado): Significar, significar no… Pero es un título que me dio muy buenas vibraciones y me las está volviendo a dar ahora.

DOCTOR (que hace que escribe en el cuaderno de notas): Curioso. ¿Y dice que no se acuerda de nada?

PACIENTE (categórico): Por lo que llevo leído hasta ahora nada de nada.

DOCTOR: Vaya por Dios, vuelve usted a dejarme pati… sorprendido.

PACIENTE: Por eso estoy ahora tumbado en este incómodo diván, doctor.

DOCTOR: ¿Y le pasa este mismo fenómeno con todos los libros que se ha metido encima?

PACIENTE (con el rostro colorado): Ya le dije que sí. Bueno, miento, quizá algún fragmento me hace recordar que lo leí, pero no es habitual.

DOCTOR (poniendo cara seria): Un caso interesante.

PACIENTE (tontamente contento): ¿Usted cree?

DOCTOR (que deja la libreta de notas en una mesita): Por creer, creo que hay hasta perros verdes.

PACIENTE (inspirado): ¿Y en la capacidad de la mente humana?

DOCTOR: No tendrá usted un regaliz, ¿verdad?

PACIENTE (impaciente): ¿Pero entonces para que leo?

DOCTOR (haciendo chasquidos con la boca): Buena pregunta.

PACIENTE:

DOCTOR: No insista que es una buena pregunta.

PACIENTE (con voz estrangulada): Recéteme algo, por favor.

DOCTOR: ¿Un libro?

PACIENTE (levantándose del diván y cogiendo del cuello al doctor): ¡Ahgggg!

DOCTOR: Por el amor de Dios… Cálmese… Lea usted un libro…

PACIENTE: ¡Muere, muere!

Saludos, ¿qué me pasa, doctor?, desde este lado del ordenador.

Anoche soñé que todo sigue igual

Jueves, Enero 26th, 2012

Apenas dos o tres narradores asisten, entre otras personas del público, al debate organizado por la Cátedra Pedro García Cabrera en el Ateneo de La Laguna y en la que intervienen, bajo la moderación de Alfonso González Jerez, Ángeles Alonso, por Baile del Sol; Miguel Ángel Rábade, profesor universitario y socio de la librería Mistério, y quien ahora escribe estas líneas.

Su título: A propósito del puchero narrativo canario: ¿caldo con sustancia o vapores volátiles.

Me llegan, no obstante, mensajes de algunos escritores que disculpan su ausencia. Otro cuelga en Facebook la razón que podría ser clave para que no estén ni como fantasmas: el partido de fútbol que enfrenta más o menos a esa misma hora al C. F. Barcelona con el Real Madrid. ¿Por qué –lamenta– se ha escogido la cita a la misma hora en la que esos veintidós multimillonarios juegan sobre el césped del Camp Nou?

Comienza el debate, un debate con más blanco que negro, con ligero retraso.

Por cierto, hace un frío del carajo en La Laguna.

Entre las muchas cosas que se habla, se habla sobre todo de la antología Generación 21: nuevos narradores canarios. Y se habla y se habla de este librito que ha puesto de nuevo en órbita a algunos de los doces autores seleccionados. También de la ausencia de crítica en este archipiélago desvertebrado donde la crítica, se apunta, ha terminado por transformarse en artículo laudatorio salpicado de referencias literarias. Es más que probable que muchas de ellas, las referencias, mal digeridas.

Alguien apunta que en Canarias se necesita crítica que diga la verdad.

¿La verdad?

La misma persona apunta que ello contribuiría a que mejore el trabajo del escritor.

Bueno, reflexiono mientras me arropo con el abrigo, bueno…

Puede que sea justo en ese momento cuando cualquiera de los veintidós multimillonarios mete un gol en la portería del equipo contrario.

¿Hace falta un Mourinho de la crítica en Canarias?

La charla continúa y los temas se cruzan.

Y entiendo que detesto la palabra crítico.

Soy un lector. Un lector algo compulsivo. Me encanta el puchero porque lleva un poco de todo. Verdura y carne. Cuando lo disfrutas no sabe qué pieza vas a masticar. Si Forrest Gump puede decir que la vida es como una caja de bombones porque nunca sabes cuál le va a tocar, yo digo que la narrativa canaria es como un puchero porque como le pasa con los bombones a ese tonto genial que es Forrest, nunca sabes si lo que te vas a meter dentro es una batata o un pedazo de ternera. O unos garbanzos con habichuelas.

Alguien dice que la diferencia entre los narradores canarios de los 70 y los de esta G21 –ambas ¿generaciones? no dejan de resultar un recurso promocional cuya eficacia habrá que estudiarla dentro de unos años–  es que aquellos contaban con mayor bagaje intelectual tras sus espaldas. Es probable que no le falte razón, pero su obra, la de muchos de los 70, no ha sabido superar la prueba del tiempo. No voy a mencionar autores, pero a mi la mayoría de sus libros se me caen de las manos en la actualidad.

En mi intervención prefiero ir más allá de la G21, y hablo sobre escritores nacidos o residentes en las islas a partir de los 60 hacia acá. Con la mayoría de ellos comparto las mismas influencias artísticas y culturales que nos han definido como personas. Es decir, que somos criaturas que nos alimentamos viendo cine, leyendo colorines, escuchando la misma música y probablemente consumiendo las mismas sustancias tóxicas.

Con esto quiero decir que cuando leo sus relatos y novelas encuentro signos que son mis signos. Me hablan de paisajes que reconozco. Sea el escritor grancanario o palmero, sea el escritor conejero o tinerfeño.

A toda esta gente, y no solo a los doce de G21, les une pasiones e inquietudes en las que me reconozco. Noto sus influencias, que suelen ser las mías.

¿Qué que le dirán sus historias a las generaciones del siglo XXI? Eso nadie lo sabe, por razones obvias. Ni siquiera si alguno de esos potenciales lectores llegará a sus obras en formato tradicional –papel– o digital.

Lo que sí defiendo durante el debate es que a toda esta hornada de narradores nacidos o residentes en Canarias a partir de los sesenta ya no le hacen ascos a la literatura de género y que gracias a la literatura de género algunos de ellos ha logrado incluso ser publicados y reconocidos fuera de las islas.

Cito a Víctor Álamo, a Víctor Conde y a José Luis Correa, entre otros.

Estas voces narrativas canarias están metiendo sus pezuñas en la ciencia ficción, la novela negro criminal y el terror y la fantasía con resultados de verdad más que notables. También tantean la Historia. Otros, incluso, exploran vías experimentales e intimistas con resultados desarmantes. Se me viene a la cabeza La isla de las palabras desordenadas de Yolanda Delgado Batista, o tiran por un realismo crudo que sin renunciar a la poesía describen con pulso y mucho vigor la penosa realidad que nos rodea: el paro, el éxito y el fracaso, el dinero. Una línea en la que, a mi juicio, el escritor grancanario Santiago Gil ha escorado su producción en títulos tan recomendables como Las derrotas cotidianas o Queridos Reyes Magos. Álvaro Marcos Arvelo, por el contrario, supo fusionar Historia con su territorio mítico en Al sueño polar de golondrinas y Pablo Martín Carbajal tejer un relato urbano sobre sueños rotos en su La ciudad de las miradas.  

El debate que se mantiene en el Ateneo toca también a las editoriales canarias y su capacidad para distribuir sus libros. Alguien protesta del distingo que se hace en las librerías de aquí con la literatura de aquí. Como si la literatura canaria fuese un género en sí mismo. También se queja de la escasa presencia de muchos de estos títulos en las mesas de novedades.

Se tratan más temas pero muchos han quedado ocultos en el disco duro de mi memoria. Me quedo, eso sí, con la extraña sensación de haber dicho menos de lo que tenía que decir. La misma sensación, imagino, que le pasa al resto de los compañeros con los que comparto mesa.

Tras el turno de preguntas, termina el acto y salimos a la calle donde aprecio, una vez más, que hace un frío del carajo en La Laguna.

Cuando bajo a Santa Cruz no sé ni me importa, la verdad, como ha quedado el partido que enfrentaba a los veintidós multimillonarios en el Nou Camp.

En la capital tinerfeña, por cierto, también hace un frío del carajo.

Saludos, háganse una idea, desde este lado del ordenador.